NADA DE ESTO ME PERTENECE, LOS PERSONAJES SON DE DISNEY, SOLO ME DIVIERTO ESCRIBIENDO HISTORIAS

¡Hola a todos! lo siento, ya sé que me demoré algo más de lo esperado con este capítulo. Lamentablemente no estoy segura de poder subir un capítulo por semana, pero cada dos semanas si será algo súper seguro. Estoy organizándome lo mejor que puedo jeje.

ADVERTENCIA.-Escenas fuertes, relacionadas a tortura. Aquí empezamos ya las cosas más pesadas de esta historia. Porque si habrá momentos muy cursis pero también momentos muy fuertes.

GRACIAS a brayan115, ichigo urahara Shihoin, Ranma84 y Valen Minene por sus hermosos comentarios. También por todos sus favoritos, hits y alerts. Ustedes son lo máximo, enserio.

¡disfruten!


Capítulo 6

Los ciclos viejos

No podía dejar de llorar.

Cada vez que cerraba los ojos, veía la cabeza de su madre caer al suelo y la risa maquiavélica de su asesino mientras lo jalaba hacia su nave, diciéndole que lo convertiría en un gran Sith.

"Mamá… ¿qué voy a hacer sin mamá?" sollozaba Anakin.

Todo lo que conocía era su madre. Cuando ella le preparaba el desayuno y las cenas en su humilde casa. Cuando ella le cantaba canciones para que se durmiera. Cuando besaba su frente, lo abrazaba para consolarlo y se reía de sus ocurrencias, animándolo todos los días a aprender algo y a no rendirse.

Tatooine era miserable y a sus nueve años ya lo sabía, pero tenía a su madre y no necesitaba nada más. Y ahora no tenía nada.

A nadie le importaría un niño esclavo huérfano como no fuera para aprovecharse de él y Anakin no era tan inocente como para no saber las formas en que lo abusarían. Menos si su nuevo amo era el asesino de su madre. Estaba solo en la galaxia, no podía contar con nadie.

Y era demasiado joven para saber hacer algo. Su corazón roto seguía llorando por la única persona que amaba y que lo había amado, y su cuerpo temblaba de pensar en todas las miserias que debería vivir de ahora en adelante.

El asesino lo arrastró a su nave y lo encerró en una pequeña bodega bajo la escotilla, donde tenía que quedarse encorvado, totalmente oscura y en donde no se escuchaba casi nada, solo sus sollozos. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, pero sentía hambre desde hace horas, así que debía ser mucho tiempo. Nadie se había asomado a verlo, y Anakin comenzaba a pensar que así sería su vida de ahora en adelante: nadie se interesaría jamás en él.

Siguió echo un ovillo, con su camisa empapada por sus lágrimas. Le dolía la cabeza por la deshidratación de su llanto y también el estómago por el hambre. Finalmente, alguien abrió la puertecita de la bodega y le tiró unos pedazos de pan y una cantimplora con algo de agua, luego cerró la puertecita otra vez, dejándolo solo.

Anakin hizo un intento de contar las horas que pasaron hasta que obtuvo su siguiente comida, deduciendo que obtenía una sola comida por día. El pan duro y el agua le tenían sin cuidado, porque había comido cosas peores cuando pertenecieron a los Hutt. Una sola vez pidió usar un baño, pero quien fuera el que le dejaba los alimentos no le importó su petición y cerró la puerta, sordo a su súplica. Anakin ya se lo esperaba, pero volvió a llorar con dolor y vergüenza en los días siguientes, intentando mantenerse lo más limpio posible en ese minúsculo lugar.

Finalmente, después de que Anakin contara nueve días encerrado en esa bodeguita, abrieron la puerta y lo jalaron con brusquedad. Anakin lloró aterrado cuando vio que la persona jalándolo era un hombre de tez roja con tatuajes negros, cuernos y ojos amarillos, idéntico a los demonios que su madre le contaba que secuestraban a niños que se portaban mal. El demonio lo llevó a una especie de baño y sin delicadeza lo desnudó, aseó y vistió con un pantalón y camisa negros. Anakin no dejó de llorar en todo momento, sintiéndose humillado y usado.

Fue empujado por los corredores hacia una habitación grande, que tenía una ventana en donde podía verse la galaxia, con esas típicas líneas blancas que indicaban que estaban en el hiper espacio –Anakin aprendería eso después– sentado frente a la ventana, bebiendo una copa de vino, estaba el asesino de su madre.

Déjanos, Darth Maul—ordenó el asesino, y el demonio salió de la habitación, dejándolo solo.

Anakin quiso correr hacia la puerta, pero no pudo abrirla. Miró a su alrededor aterrado, buscando donde esconderse, hasta que sintió esa espantosa Fuerza invisible que lo jalaba hacia el asesino. Anakin gimoteó, lloró, suplicó y luchó contra esa Fuerza, sus mejillas rojas y llenas de lágrimas, hasta que estuvo frente a frente con el asesino.

Palpatine sonrió complacido con la desesperación del niño.

Hola, Anakin, espero que hayas tenido un viaje agradable—dijo Palpatine con cinismo—Es solo un adelanto a lo que te espera bajo mi tutela.

Anakin no respondió nada, todavía aterrado.

Quería que estuvieras conmigo para que veas por primera vez Coruscant, la gran capital de la República, ¿alguna vez has escuchado de ella, Anakin?

Él asintió, incapaz de hablar por el llanto.

¡Coruscant! ¿Quién diablos iba a interesarse por un niño esclavo en una ciudad del tamaño de un planeta? Oh, estaba perdido. Mucho más que perdido. Al menos en Tatooine, hubiera intentado volver con su antiguo amo Watto. En Coruscant no conocía a nadie.

Entonces, mira.

Salieron del hiper espacio en los siguientes segundos. Anakin contempló impresionado a ese planeta lleno de rascacielos, plataformas, naves y edificios monumentales, tan diferente al desierto en el cual había crecido. Pero lejos de impresionarse por la hermosura de esos espacios vibrantes, sintió terror al pensar en lo fácil que sería esconder un esclavo entre tantas personas.

Pasaremos mucho tiempo aquí, Anakin—dijo Palpatine, colocando una mano sobre su hombro, Anakin sollozó por el contacto—Creo que deberías empezar a llamarlo hogar. Mucho mejor que Tatooine, ¿no es verdad?

El niño siguió llorando con un terror que lo tenía pálido. Palpatine rio y usó la Fuerza para que lo mirara a los ojos.

Haces bien en tener miedo—le dijo tenebrosamente—Del miedo nacen las mejores iras. Y con la ira correcta, la oscuridad tomará tu alma, y serás un Sith.

Colocó una mano sobre su cabeza, en un gesto que pretendió ser paternal, pero todo lo que Anakin pudo sentir fue la mano de su nuevo amo sobre su cuerpo, reclamándolo como suyo.

Toda su vida fue esclavo en Tatooine, y nunca antes se había sentido tanto una posesión como hasta ahora.

—Anakin—lo llamó Padmé, sacándolo de sus recuerdos.

Se había quedado dormido en el sillón del área común de la nave. Padmé estaba sentada a su lado, acariciándole la mejilla.

—Vamos a salir del hiper espacio en tres minutos—le dijo ella con una sonrisa—Llegamos, mi amor.

—Sí, llegamos… —dijo él un poco ausente, mirando a su esposa casi con ansiedad y luego abrazándola con fuerza.

"No es lo mismo," pensó él. "No es lo mismo," se repitió una y otra vez, con Padmé en sus brazos y respirando su perfume para calmarse.

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Coruscant fue durante siglos la capital de la República Galáctica. Una ciudad dinámica que jamás dormía capaz de sacar suspiros en cualquier criatura que contemplara la maravilla tecnológica de ese lugar. Una maravilla que había perdido su brillo de poco en poco conforme la Crisis fue arrebatándole la esperanza a todos los que vivían ahí.

Ahora con la Crisis terminada y la reconstrucción de la República, Coruscant parecía perdida. Una parte del planeta enfocaba todas sus energías en devolverle a la ciudad y a la galaxia el esplendor de antaño, mientras que otra parte era demasiado cínica ya para admitir que las cosas mejorarían con el tiempo. Esta dualidad dejaba paralizado a muchos cuerpos de gobierno que, aunque intentaban pararse encima de esos pensamientos, no conseguían hacerlo del todo. Una cosa era segura: faltaba liderazgo.

Padmé no conoció a la Coruscant de antaño. A la ciudad vibrante en donde todos parecían tener una segunda oportunidad. Por eso, cuando llegaron a la ciudad-planeta después de su luna de miel, el aire melancólico que se había instaurado en la ciudad la hizo fruncir el ceño con algo de pesadez. Se sentía casi tan mal como cuando ella vino con Anakin y Obi-Wan cinco años atrás, para ordenarle a los clones que levantaran el bloqueo.

—Pareciera que esta ciudad no cambia—dijo Padmé, bajando de la nave en la plataforma de aterrizaje que les proporcionó la torre de control.

—Lo hace, pero no como piensas—respondió Anakin.

Ambos habían descendido a la plataforma, donde ya los esperaba el capitán Typho, quien sería la mano derecha de Anakin como cuerpo de seguridad de Padmé.

—Mi lady, mi señor, todo está listo—dijo Typho, con un asentimiento respetuoso—Espero hayan tenido un tiempo agradable en Alderaan. Felicitaciones.

—Gracias, capitán Typho—respondió Padmé con una sonrisa—Le agradecemos mucho que nos tenga todo terminado.

—Fue un placer.

—¿Hiciste las pruebas de seguridad? —inquirió Anakin.

—Sí, mi señor. Todas pasaron.

—¿Lo resultados?

—Los mandé a su DataPad desde ayer, mi señor.

—Perfecto.

El capitán Typho era de los pocos que no se intimidaban con Anakin. Comprendía mejor que nadie que Anakin solo era exigente porque su trabajo era, literalmente, la diferencia entre la vida y la muerte.

—Síganme, los llevaré al departamento—dijo el capitán, señalando el speeder que había llevado.

Anakin asintió, viendo el speeder que cumplía con las medidas de seguridad que él ya había indicado desde antes. Padmé frunció los labios para no reír, pensando que Anakin estaba exagerando.

Subieron al speeder y el conductor los llevó a República 500, en donde el gobierno de Naboo ya había separado semanas antes el nuevo departamento de la senadora. No usarían el que fue de la senadora Adele –uno que la misma senadora había deseado abandonar mucho antes de conseguirlo– sino otro un poco más grande, entre los últimos niveles del edificio.

Aunque a Padmé no le gustaba la idea de que su nuevo departamento fuera más pomposo y grande que el de la anterior senadora, los argumentos del Gabinete de gobierno fueron imposibles de debatir. La senadora Adele sirvió a Naboo como consular, delegada y embajadora antes de ocupar su cargo en el Senado. Pero Padmé fue reina de Naboo, y era Primera entre iguales, su posición no era la misma y no hubo forma de hacer que el gabinete cambiara de opinión.

Hasta ahora no habían visto el que sería su nuevo hogar, Anakin y Padmé solo vieron holos e imágenes del departamento, y el Gabinete les aseguró que el lugar era idóneo para la joven pareja. Por eso, cuando el speeder se acercó a República 500, ambos estaban muy curiosos.

El speeder ascendió hasta la cima del enorme edificio, acercándose despacio a una plataforma de aterrizaje que estaba anexada a una veranda hermosa, con una fuente al centro rodeada por sillones semi circulares. La veranda evocaba diseños de Varykino, con flores colocadas en los barandales exteriores y detalles de cristal sobre la fuente.

—¿Este es? —preguntó Padmé, aceptando la mano de Anakin para bajar del speeder.

—Así es, mi lady—respondió Typho.

Typho le indicó a Anakin los códigos de acceso de dicha plataforma y también el estacionamiento de los speeder de todo el edificio. Complacido con esa medida de seguridad, Anakin guio a Padmé hacia el interior de la veranda.

Cuando ellos entraron, salieron por una enorme puerta doble el staff de la pareja. Sabé se quedaría como jefa de doncellas de Padmé, y estaba en compañía de Rabé y Eirtaé. También serían parte del staff otros tres guardias de seguridad, una cocinera y dos criadas menores.

—Bienvenidos—dijo Sabé con una sonrisa cordial—Todo el departamento está listo para ustedes. Por favor, indíquenos si desean hacerle algún cambio.

—Lo sabrás mañana mismo—dijo Padmé, escudriñando con la mirada los detalles de la veranda.

Anakin no prestó mucha atención al lugar, sus ojos estaban fijos en Padmé, queriendo comprobar qué tan a gusto se sentía ella. Después de darles la bienvenida, el staff se retiró a continuar con sus obligaciones, solo Sabé se quedó para darle el recorrido oficial a la pareja.

La enorme puerta conducía al interior de una sala de estar bastante cómoda, con sillones amplios a juego con unas mesitas de té que decían "Padmé" a todas luces. El estudio tenía un escritorio grande, un librero y una enorme ventana con vista al Senado. También acondicionaron una de las recámaras como un pequeño taller para Anakin, a donde llevaron todas sus herramientas. El departamento tenía una cocina bien equipada, un comedor enorme que permitiría veladas con amigos y familiares, dos habitaciones de huéspedes y una recámara principal perfectamente acomodada al gusto de los recién casados.

La verdad era que, mientras más lo veía, más le gustaba a Padmé. Se notaba que, mientras Typho se esmeró en cumplir todas las medidas de seguridad de Anakin, Sabé cuidó que la decoración y acomodo del lugar fuera de su gusto. Padmé tomó nota de detalles menores que deseaba cambiar (algunas alfombras y cortinas, así como un par de muebles) pero en esencia, le encantó el lugar.

Sentía que podía ser un hogar.

A Anakin no le disgustó el departamento. Estaba complacido de que Typho consiguiera instalar todas las medidas de seguridad que le pidió, y contento de que Padmé se veía muy a gusto. Todo lo demás le era irrelevante.

—Como pueden ver, desempacamos todo lo que no se llevaron a Alderaan—dijo Sabé, abriendo el enorme armario de la recámara principal, donde estaban los vestidos de Padmé y las túnicas de Anakin—Las damas menores ya deben estar encargándose de sus maletas del viaje.

—Gracias, Sabé.

—¿Ocupan algo, mis señores?

—No, Sabé—dijo Anakin —Gracias por todo.

—Ha sido un placer.

Sabé salió, cerrando la puerta detrás de ella para dejarlos a solas. Padmé caminó hacia la ventana para correr las cortinas de la habitación, dejando que el sol iluminara la preciosa alcoba marital. Esa ventana, además de una vista al Senado, permitía ver un poco del Templo Jedi.

—¿Te gustó, Ani? —preguntó Padmé, mirando embelesada la vista.

—Sí, ángel—Anakin se paró detrás de ella, abrazándola por la espalda—Te ves feliz.

—No hable de mí, Ani. Pregunto por ti.

—Si estás feliz, yo estoy feliz. Así que sí, me gustó.

Padmé se mordió el labio para no decir otra cosa. No le gustaba sentirse el centro de la felicidad de Anakin todo el tiempo, menos ahora que estaban empezando una vida nueva en Coruscant.

—¿Quieres hacerle algunos cambios? —preguntó Padmé.

—No en realidad, solo al taller. Pero ya me iré acomodando.

Padmé asintió. Anakin besó su mejilla y se quedó ahí, abrazándola, contemplando Coruscant con una expresión ausente. Padmé notó el cambio de humor en su esposo y con cuidado se removió para no romper el abrazo, pero quedando frente a él, mirándolo a los ojos.

—Ani, confía en mí ¿sí? —dijo ella en tono suave y suplicante—Apóyate en mí amor.

Anakin frunció el entrecejo, mirando a su esposa analizadoramente.

—Lo hago, ángel.

—Es solo que… entiendo que esto es difícil—Padmé colocó sus manos sobre las mejillas de Anakin, acunando su rostro—No me alejes de tus problemas, ¿sí?

—No lo haré.

Padmé se puso de puntitas para darle un beso en la mejilla, y luego recostó su cabeza sobre el pecho de Anakin. Ahí podía escuchar el latido de su corazón, algo que recientemente la calmaba mucho.

Anakin la abrazó, besando la cabeza de Padmé, pero su mente seguía en otra parte. Aún si quisiera verbalizarle a su esposa lo que estaba mal, no conseguía descubrir exactamente cuál era su sentimiento en ese momento. Así que la abrazó fuerte, besó sus caballos, y optó por no decir nada.

La pareja se quedó así un rato, hasta que Sabé volvió a tocar la puerta.

—Mi lady, mi señor, lamento la interrupción—dijo Sabé—Pero tienen visitas.

—¿Quién es? —preguntó Anakin, sin soltar a Padmé.

—Es el Maestro Kenobi, mi señor.

—Vamos para allá.

Padmé se separó de Anakin un momento con el ceño fruncido, aunque Obi-Wan era mucho más cercano a Anakin desde hace años, no lo esperaba ahí, al menos no el mismo día en que habían llegado a Coruscant.

—¿Le mencionaste a Obi-Wan de nuestra llegada? —preguntó Padmé a Anakin.

—Sí, le pedí que ayudara al capitán Typho en las medidas de seguridad—explicó él—¿No quieres saludarlo?

—No, no es eso—dijo ella apurada—Solo me tomó por sorpresa.

La pareja salió de la alcoba hacia la sala, en donde Obi-Wan estaba sentado tomando una taza de té. Al verlos, se puso de pie esbozando una sonrisa encantadora.

—¡Ah, los recién casados! —dijo con tono alegre—Me alegra volver a verlos, ¿fue placentero su viaje?

—Totalmente—dijo Padmé con una sonrisa, y un pequeño sonrojo cubriendo sus mejillas.

—Sí, lo fue—agregó Anakin, abrazando a Padmé por la cintura.

—Eso parece—Obi-Wan hizo un gesto travieso, pero luego retomó un poco de su tono cordial—Quería venir a darles la bienvenida a Coruscant.

—Gracias, Obi-Wan. Es muy considerado de tu parte—dijo Padmé, caminando hacia el sillón para sentarse frente a su amigo.

—Bueno, sé que ninguno de los dos ha pasado mucho tiempo en este planeta-ciudad—explicó el Maestro Jedi—Y quería reiterarles que cuentan con mi apoyo, para cualquier cosa que ocupen.

Al decir eso último, volteó para ver a Anakin a los ojos. Él asintió, pero no dijo nada más, dejando que fuera Padmé quien continuara con la conversación.

—Hasta ahora hemos estado muy bien—dijo ella—Aunque claro, solo llevamos una hora aquí.

Obi-Wan sonrió. Sabé entró en ese momento para dejarles una charola con galletitas y más té. Aunque durante toda su visita Obi-Wan mantuvo una conversación relajada, Anakin entendió muy bien sus motivos ocultos.

Quería que fuera al Templo con él.

Honestamente, Anakin no estaba seguro de qué lo atormentaba más. Si sus recuerdos de cuando vivió con Palpatine en Coruscant, o la idea del futuro que podía esperar ahí. Era una ansiedad que había conseguido mantener a raya por la ilusión de su boda con Padmé, pero ahora que estaban en el departamento, aterrizando las ideas y planes en hechos concretos, se descubría más nervioso que antes.

Apreciaba que Obi-Wan estuviera preocupado por él, queriendo ayudar, y quizá aceptaría esa ayuda en el futuro. Pero ahora, no se encontraba listo.

—¿Te quedas a cenar, Obi-Wan? —le preguntó Padmé, notando que comenzaba a anochecer.

—Solo si no es molestia—respondió el Maestro Jedi, mirando a Anakin de frente.

Él negó con suavidad.

—Claro que no—dijo.

Después llamó a Sabé y le encargó preparar tres platos para la cena.

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La paz es una mentira, solo hay pasión—dijo Palpatine, parado cerca de la puerta con ambas manos detrás de su espalda—Con la pasión, ¿qué se obtiene?

Anakin, de doce años en ese entonces, estaba en el suelo controlando su respiración. Conteniendo una mueca, agarró el sable de entrenamiento que estaba a centímetros de su mano, y se puso de pie.

Obtengo fuerza, Maestro—dijo Anakin, encarando a su oponente.

Adoptando una posición de combate, Anakin esperó a que su contrincante –un asesino a sueldo diez años mayor que él– hiciera el primer movimiento. Anakin consiguió rechazar varios de sus golpes, pero estaba cansado, era más bajo que su contrincante y le costaba el doble de esfuerzo moverse a su ritmo.

¿Y qué obtienes con la fuerza? —cuestionó Palpatine, cuando Anakin recibió un golpe fuerte en el abdomen que le hizo retroceder varios metros.

Inclinado para recuperar el aliento, Anakin debió hacer otro salto para evitar un golpe del asesino contra su cuello.

Obtengo poder—murmuró sin aliento.

Anakin miró al asesino, que sacó de su cinturón un cuchillo. Un frío bajó por la columna vertebral del muchacho, sabiendo que su vida corría peligro. Esto ya no era utilería, ese filo era de verdad.

Podía morir.

¿Y qué obtienes con el poder?

El asesino esbozó una sonrisa maliciosa, y Anakin lo supo. Vio esos mismos ojos viciosos tantas veces en Tatooine, esa mirada de personas sin escrúpulos listas para deshacerse de lo que les estorba. No quería morir. Su corazón se aceleró y sintió la Fuerza con gran potencia a su alrededor, agudizado sus sentidos.

Cuando el asesino saltó hacia él, Anakin usó la Fuerza para saltar también, y con un certero movimiento de su sable, golpear el brazo del hombre para que soltara el cuchillo. Golpeó con tanta fuerza que le sable de entrenamiento quebró el brazo del asesino. Anakin cayó de cuclillas en el suelo, y el asesino colapsó por el dolor, sujetando su extremidad herida.

Victoria… —respondió Anakin, mirando al asesino que siseaba de dolor.

Muy bien—dijo Palpatine, ofreciéndole a Anakin su sable rojo—Ahora, reclama lo que te pertenece.

Anakin miró el sable en la mano de Palpatine sabiendo lo que le pedía. Quería que matara al asesino, reclamando su vida como suya. Solo así sería una victoria completa. Pero Anakin miró al asesino, que torpemente intentaba ponerse de pie y empuñar con su otra mano un arma –aunque muy mal– solo para no morir arrodillado.

Sus ojos seguían siendo viciosos, pero a pesar de eso, Anakin no podía odiarlo. No podía matarlo, ¿quién era él para reclamar su vida?

Anakin ni siquiera tuvo que responder, cuando Palpatine notó la indecisión en sus ojos, la media sonrisa satisfecha de su rostro desapareció, y mostró una mueca de total inconformidad.

Con la victoria, mis cadenas se rompen—agregó Palpatine, guardando su sable—La Fuerza me liberará. Aún te falta mucho, joven aprendiz.

"Oh, no…" Anakin sabía lo que venía a continuación, y aunque intentó moverse rápido, no pudo.

En un milisegundo, Palpatine generó un rayo de pura energía Sith en sus manos que lanzó contra Anakin. El muchacho cayó al suelo, retorciéndose de dolor mientras le electricidad contraía cada nervio de su cuerpo en agonía. Sus gritos fueron acallados por los muros silenciadores que le impedían a los pocos vecinos de Palpatine conocer las torturas del famoso senador.

¿Cómo romperás tus cadenas, Anakin? —preguntó Palpatine, sin dejar de torturarlo.

¡Ahhh!... con…la… ¡ahh! —Anakin se esmeraba en intentar responder, sabiendo que, si quedaba callado, la tortura sería peor—Fuerza… ¡La Fuerzaaa!

¡Entonces reclama tu victoria! —Palpatine detuvo sus rayos, y usando la Fuerza, arrodilló al asesino a los pies de Anakin—¡Reclámala!

Su entumecido cuerpo seguía adolorido, pero todo lo que Anakin podía ver era la cara de pánico del asesino, entendiendo al fin que no saldría vivo de ahí. Anakin empuñó el sable de entrenamiento en sus manos por un instante, pero volvió a vacilar.

Y en el segundo en que vaciló, el rayo Sith golpeó su cuerpo de nuevo.

¡Aprenderás a reclamar lo que te corresponde! —gritó Sidious, con su rostro desfigurado por la ira—¡Aprenderás al costo que sea necesario!

Todo lo que Anakin podía hacer, era gritar…

Despertó sobre exaltado y con sudor sobre su cuerpo, Anakin miró a su alrededor ansiosamente. Estaba en su alcoba nueva en Coruscant, en el encantador departamento que recién estrenaba con su esposa. Padmé estaba a su lado, recostada en la cama y durmiendo tranquilamente.

Anakin miró con ansiedad el bello rostro de Padmé, ella estaba ahí, a su lado. Ese lejano y terrible pasado ya había quedado mucho tiempo atrás. Su presente era una maravilla, su presente era esa mujer a la cual llamada esposa, y ella también era su futuro.

Aún no entendía cómo, viniendo de algo tan ruin, pudo encontrar tan bello tesoro.

Anakin acarició tiernamente la mejilla de Padmé para calmarse. Ella se removió un poco, y no queriendo despertarla, decidió ponerse de pie. Se puso encima una bata y salió a la veranda, el sonido de la fuente calmando un poco sus sentidos.

Pasó una mano sobre su cabeza, su cuerpo temblaba un poco todavía, recordando las sesiones de tortura de Palpatine. Llevaba años sin tener pesadillas, pero desde que supo que volverían a Coruscant, supuso que los recuerdos del pasado volverían a atormentarlo. Detestaba haber tenido razón.

Se sentó frente al barandal, contemplando a la vibrante ciudad en su ajetreo nocturno. Nunca pudo ver belleza en ese espectáculo cosmopolita y mentiría si decía que ahora conseguía verlo, porque no era así. Por un instante, volvió a sentirse como un niño pequeño.

Cerrando los ojos, Anakin intentó meditar. Intentó sentir a la Fuerza para que calmara sus nervios, que consolara su cansada alma, que le diera un poco de sentido a esta pesadilla. Pero no sintió nada.

Seguía sin sentir a la Fuerza.

Anakin no se había sentido tan perdido y desamparado desde que tenía nueve años y se encontró huérfano, a la entera voluntad del asesino de su madre.


Eso es todo por ahora.

1.-Sí, veremos más escenas del pasado de Anakin como aprendiz de Sidious. Y no, no serán bonitas, pero sí serán importantes. Como se dieron cuenta en este capítulo, ayudan a reflejar el estado emocional de Anakin con estos cambios.

2.-Padmé aún no sabe de las pesadillas. Eso se detallará en los siguientes capítulos.

En el próximo capítulo veremos a Padmé en su primer día de senadora, ¿y bien? ¿les ha gustado? muchísimas gracias por leer ¡les mando un fuerte abrazo!