Fabulosamente, aquí lo tienen. ¡Ja! Puede que no lo vean tan así, pero a mí me alegra tenerlo escrito casi en tiempo record.
No quiero alargarme, así que a ¡leer!
Capítulo 6: Los juegos del ángel caído.
Moví la mesita más cerca de la ventana y, sin esperar más o pensarlo hasta dudar, arrebaté aquel pergamino de las manos de Potter. Estaba ansiosa y algo nerviosa, sin poder dejar de pensar que era aquí donde iniciaba realmente las reglas de este pacto, era aquí donde se hacía evidente que iba a cumplir, que iba a traicionar al bando oscuro, y eso me disolvía de los nervios las entrañas, aterrorizándome ante la perspectiva de arruinar las cosas para mis amigos, a los único que quiero salvar más que a nadie, más que a mí.
Respiré profundo para controlar mis manos y extendí aquel pergamino, tratando de eliminar las arrugas con mis dedos. Miré por completo cada línea, cada nombre, cada zona boscosa para ubicarme. Tamborileé mis uñas con lentitud, trazando mi mirada cada punto que conocía, cada lugar que parecía estar casi oculto hasta de los mismos mapas, camuflados para que nadie los encontrara de una manera tan tradicional como lo era revisar uno de estos pergaminos, pero que yo podía ubicar de manera tan fácil por ya haber estado ahí en primer lugar.
Suspiré y moví la cabeza de un lado a otro, preparándome para lo que diría.
—Son seis ubicaciones diferentes, repartidas muy al azar —empecé a decir sin levantar la mirada, pasándome un mechón de cabello por atrás de la oreja—. Hay más, por supuesto, pero estas son las más vigiladas, las que no están solas ni una sola hora —dije alejando mis manos del papel y dando pequeños pasos hacia atrás, antes de ver cómo Potter, sentado en una de las sillas, no dejaba de mirar el pequeño mapa que había conseguido en la vieja biblioteca de este sitio, que contenía toda Inglaterra y parte de Escocia.
—La mansión Riddle ya fue invadida y revisada —dijo levantando los ojos a mi rostro, y yo sonreí, rodando los míos por su obvia respuesta.
—Lo sé. Pero volvió a activarse después de un tiempo. Voldemort opinó que no se les ocurriría revisarla de nuevo una vez que consiguieron lo que querían. Él de verdad no los cree muy listos, Potter —burlé y él bufó irritado, a lo que yo reí entre dientes.
Me incliné sobre la mesita y tomé el plumón de color rojo que había traído de igual manera y encerré donde la mansión casi caída estaba ubicada. Sólo tuve que levantar un poco los parpados para verlo observarme, ver como su mirada recorría mi rostro y bajaba a mi cuello, hasta detenerse en los botones abiertos de mi camisa blanca, la única prenda que era totalmente mía, así como la falda que cargaba puesta. Sinceramente ese escaneo me molestaría de cualquier persona, de cualquier tipo, pero de alguna manera lo encontraba divertido y ventajoso que fuera Potter, como si la situación me diera alguna clase de poder sobre él y eso era gratificante.
Y aunque la sensación me gustara o la sintiera provechosa, algo que podría utilizar en algún momento, realmente no sabía lo que pasaba, no sabía porque no dejaba de mirarme, probablemente le causara más intriga de lo que podía soportar, tanta como yo sentía por él, una cosa que resultaba ser tan molesto a veces, tener esta abrumadora sensación de no poder dejar de mirarlo.
Me erguí de nuevo sin que sus ojos dejaran de seguirme y cerré el plumón para que no se secara, mirando de nuevo el mapa, buscando aquellas otras cinco ubicaciones. Sabía cuáles eran, sabía dónde estaban y cómo llegar, el problema es que el mapa era tan viejo que me era difícil definirlas con exactitud. Este mapa era tan antiguo que no tenía los caminos que ahora había y mostraba más tramos boscosos de los ahora existente. Aun así, sólo tardé un poco más para encontrarlos y no dudé en encerrarlos. Tres de seis, y no pensaba decirle más hasta obtener algo a cambio de él, o de ellos en general.
—Sólo hay tres y dijiste que eran seis, Parkinson —se quejó y yo lo miré elevando una ceja, mientras me sentaba con las piernas cruzadas.
—¿Me crees idiota, Potter? Te las diré, pero no te daré toda la información de golpe sin que me des algo —contesté y él me miró furioso, como si quisiera retorcerme el cuello una vez más.
—De acuerdo, de acuerdo. Podemos trabajar con esto —dijo tronándose el cuello y yo asentí con una con una sonrisa.
Además, no es que ellos realmente me preocuparan, es más, si vienen heridos o algo mutilados, me alegraré, pero no los enviaría a la primera a la Mansión Lestrange o a la Carrow, mucho menos a la Rosier. Uno: porque eran las más terribles en cuanto a maldiciones y vigilantes; y dos: era más frecuente que yo y mis amigos cuidáramos esas, y no enviaría a la Orden directamente a ellos, a mis amigos.
—Me alegro que lo entiendas —dije satisfecha y luego acerqué mis brazos a la mesa, cruzando las manos para explicarle en qué condiciones podrían encontrar esos lugares—. Una de las propiedades acaba de pasar a nombre de Augustus Rookwood, pertenecía no sé a qué pariente suyo y no importa, seguramente ya está bien muerto para este momento —él entrecerró los ojos ante mis insensibles palabras, pero yo me encogí de hombros sin importarme quién y cómo habían acabado con esa persona—. La familia de Rookwood es muy poderosa, demasiada magia oscura ancestral y, por supuesto, los hechizos de Voldemort la han hecho totalmente inaccesible. Las otras, por supuesto, no difieren.
—Entiendo. ¿Cómo ingresamos a ellas? —preguntó interesado y yo respiré hondo.
—¿Es necesario que ingresen? —pregunté y él me dio una mirada que gritaba que estaba siendo idiota y yo sonreí por eso, por esas expresiones tan impropias de Potter, pero que le sentaban muy bien a ese rostro cada día más duro—. Cómo quieras. En cada propiedad, hay seis vigilantes en total y dos hombres lobos en su naturaleza, o sea, que siempre están transformados.
—¿Eso es posible? —preguntó y yo me rasqué la esquina del ojo desesperada por su pregunta, pues esto no era una clase de historia o de criaturas mágicas, para que tuviera que explicarlo.
—Lo es —contesté cansinamente—. Ellos renuncian totalmente a su humanidad. No conozco bien el proceso, Potter, pero sé que se hace en una noche de luna llena, en la llamada luna de sangre. Deberías hablarlo con el profesor Lupin si quieres saberlo, pues es algo que hizo Greyback, pero ese no es el punto en este momento —aclaré y corté lo que seguramente sería su siguiente pregunta.
—De acuerdo. ¿Quiénes son los que vigilan esas propiedades? —preguntó con voz dura y yo lo miré con intensidad, sin parpadear o hacer una mueca. Pude ver sus labios apretarse al entenderlo, al entender que yo era una de las vigilantes y con eso ya imaginaría quienes más lo hacían.
—Aun así, no te puedo dar los nombres exactos, Potter, ya que estas vigilancias son rotativas y para estas alturas, no sabría a qué grupo le toca. He perdido la cuenta de cuánto tiempo he estado aquí —respondí sin vergüenza, pero aun así sintiendo la desesperación y el rencor de no saber realmente cuánto había pasado desde su invasión a la Mansión Malfoy.
—Comprendo —hizo una extraña mueca, como si pretendiera ponerse en mi lugar y yo resoplé con desagrado—. No importa quienes sean, igual iremos.
Asentí sin más, sintiendo como un intenso frío bajaba por mi espalda, como un trozo filoso de hiedo clavándose en cada uno de mis huesos.
Esperaba de verdad que cuando ellos decidieran atacar, no fueran mis amigos los que estuvieran haciendo guardia, que no fuera el turno donde yo hubiera estado. Confiaba en ellos, sabía que podrían hacerle frente a eso y más, y estaba segura que la Orden no llegaría a matarlos si podía evitarlo, pero, el no estar ahí, el saber que probablemente sólo estuvieran Theo y Blaise, me ponía nerviosa, me daba miedo que algo les pasara y no poder ayudarlos, sumando el hecho de que yo sería causante de que la Orden llegara precisamente a una de esas ubicaciones secretas, esas que muy pocas personas conocían.
Era probable que Draco no estuviera con ellos tampoco, ya que por sus ausencias prolongadas en Malfoy Manor provocaba que sus propias barreras se volvieran algo erráticas, más con la ausencia del verdadero patriarca y el hecho de que no hubiera una verdadera transición de un Lord a otro, que Draco no fuera el líder de su propio hogar, hacía la mansión algo inestable, razón por la cual quizás fue fácil para la Orden entrar y salir, y eso seguramente fue Snape quien se los dijo, quien conociendo la ausencia de Voldemort y la de Lucius, pensó que era más fácil para ellos.
No pude evitar sentir nuevamente rencor hacia él. Suspiré, el odiar a Snape ya no tenía caso, después de todo, estaba haciendo algo parecía a él y mis amigos no lo sabía igual.
En fin. Sabía que, si Draco estaba en Inglaterra, una vez terminadas sus negociaciones con otros aquelarres, Voldemort prefería mantenerlo ahí para que las protecciones siguieran en óptimas condiciones.
—Y nosotros seremos más que ellos —escuché decir a Potter mientras se pasaba una mano por el cabello, y en medio de mi propia preocupación por mis amigos, pude reír, preguntándome una vez más cómo es que podía seguir vivo subestimando al Señor Oscuro.
—No, Potter, el problema no es la cantidad de personas, sino lo fuertes que son ellos y lo que hacen —advertí levantando un dedo contra su nariz.
Potter me miró interrogante, salpicado con algo de altanería, seguro para decir que ellos eran igual de fuertes, que él era el bendito elegido y podría con el mismísimo Voldemort en persona cien veces más. Lo miré y no pude evitar suspirar algo frustrada, empezaba a creer que esto era mala idea, ni ellos estaban preparados y ni yo no quería que lo estuvieran, pero no podía echarme para atrás, decirle que no fueran, no cuando ya había marcado tres lugares en total, aunque uno ya ellos lo conocían y Potter parecía tan ansioso para ir.
—No creo que sean para tanto —dijo envalentonado y yo rodé los ojos.
—Ellos no solo son asesinos profesionales vigilando, Potter, sino que son magos que están dispuestos a vincularse o enlazarse con las protecciones si lo quieres ver así. Son capaces de contener las maldiciones con su propia magia, lo que les da el poder de sentir lo que pasa por toda la propiedad sin tener que verlo directamente. Un sólo hechizo hacia ellos o las barreras, y las alarmas se encenderán y todos los mortífagos aparecerán, y no habrán hecho más que caer en su propia trampa. Ahora imagínate si llegas a lo salvaje a derribarlas de golpe.
—¿Entonces que sugieres? —gruñó, como si el hecho de preguntarme le generara un terrible malestar y yo me disfruté su tono y su rostro consternado por placenteros segundos.
Solté todo el aire que tenía en los pulmones y cerré los ojos con fuerza, apretando también mis manos, hasta que pude sentir mis uñas clavadas en mi carne. Sabía que lo anterior ya era una traición completa, que si mis amigos los veían llegar sabrían que los traicioné conscientemente o me torturaron hasta la muerte para que lo hiciera, lo cual me llevaría a ser receptora de su odio si era lo primero y lo segundo los haría enfadar tanto como para matarlos a todos de una vez. Pero me lo perdonarían, confiaba en eso, si es que sobrevivíamos a esta guerra. Pero lo siguiente que diría, sería algo que me llevaría a la ahorca de Voldemort en menos de cinco segundos si llega a enterarse.
—Tienen que usar un paralizante, en todos ellos y al mismo tiempo, hasta en los lobos, de modo que las protecciones no se perturben y tengan tiempo de bajarlas sin que se activen, eso sí, un hechizo mal ejecutado o fuera de tiempo por ti y los tuyos, y el plan termina.
—Atacarlos a todos al mismo tiempo —resumió y yo asentí sin nada de convencimiento.
Por sus palabras y actitud podía notar que su plan era tan brusco como él mismo, pero ese ya no era mi problema, si eran atacados o asesinados, ya no era mi problema, yo le estaba aconsejando, algo que ni siquiera se incluía en nuestro trato, así que era casi un acto bondadoso de mi parte. Esperaba que esto sea tomado en cuenta y me salvé del infierno cuando muera.
—Sí. Paralizarlos, o en mi opinión, un Imperius sería mejor —sonreí juguetonamente y él negó con la cabeza con aquella actitud de león correcto.
—No —gruñó y sabía que, a pesar de todo, la guerra no lo había terminado de curtir como debía.
—Potter, no vas a ganar aquí —señalé aquel círculo rojo con mi dedo— o en cualquier otro lugar contra ellos usando sólo hechizos de defensa.
—Buscaré la manera —claudicó y yo rodé los ojos fastidiada.
—Cómo quieras, pero tienes que conseguir que no se muevan, y un Imperius da la ventaja de que no lo hagan, de que crean que siguen trabajando y hasta de poder hacer que ellos mismos se desvinculen y bajen las barreras por ustedes. Eso les dará mínimo ocho minutos para entrar y salir, antes de que los demás en la sede se den cuenta de lo extraño de la situación —señalé con insistencia, golpeando la madera de la mesita con mi uña—. Una vez pasado ese tiempo, si no encontraron nada, es mejor que regresen.
—¿Preocupada? —preguntó con una sonrisa presumida y yo me incliné totalmente sobre la mesa, alcanzando casi su rostro con el mío.
Potter volvió a tener esa mirada intensa, esa ligera dilatación en sus ojos que indicaba más peligro que gusto, más peligro que me gustaba tentar sinceramente, porque era como caminar al filo de un acantilado, en el borde de un profundo pozo, donde si daba un mal paso, sería lo último de mí. Y eso lo volvía más excitante todavía, después de todo, Potter era un bonito entretenimiento y juguete.
—No por ustedes. Sólo un mal paso hecho por ti y los tuyos, y ellos sabrán que los he traicionado —dije y la mirada de Potter se endureció, asintiendo lentamente.
—No puede alcanzarte —aseguró y yo rodé los ojos. No sabía cómo es que no se daba cuenta que nada de esto era por mí, jamás fue por mí, si me dejé morir o enloquecer, no fue por mí, pero tampoco podía decirlo, pues me dejaría totalmente a merced de él.
—Sí, como sea —me regresé a mi lugar y me recargué por completo en la silla, mirando hacia la ventana, viendo como la noche estaba a punto de caer y Potter no se había ido de aquí desde la hora de mi comida, que para ser sincera no sabía exactamente a qué hora es que me la traían.
—¿Sabes lo que buscamos en estos lugares, Parkinson? —giré de nuevo a verlo ante su pregunta, y no pude evitar hacer una mueca molesta al tener que negar con la cabeza.
—No lo sé y sé que no me lo dirás —contesté irritada, apretando con la punta de mis dedos una de las esquinas de aquel feo mapa.
—Una verdad por otra —sonrió divertido, buscando tentarme, y yo me mordí los labios queriendo caer en su provocación.
Esa frase, esa maldita frase era la que nos había traído hasta aquí. Después de haberle sin decir que empezaría a hablar mientras él también lo hiciera, empezaron las preguntas, muchas preguntar. Pero el juego no era sólo eso, en el juego yo decidía contestarlas o no hacerlo si es que la respuesta comprometía algo de mis amigos y, sorprendentemente, él no presionaba cuando me negaba, lo dejaba ir, eso sí, con un suspiro irritado y una mirada más firme. Pero cuando era yo quien preguntaba, él terminaba por contestar cualquier pregunta que le hiciera con aparente sinceridad. Hasta ahorita yo no había hecho más que preguntar cosas muy básicas, estándar, pero él sabía que en cualquier momento podría pedirle algo y él tendría que ceder, o yo no diría otra cosa que pudiera ayudarlo.
Lo miré largamente y me relamí los labios sin saber que hacer, viendo sus ojos bajar a mi boca. Podría preguntar, podría intentar saber qué era eso, que era lo que buscaban con tanto ahínco, después de todo, yo seguía con mis dudas de porque nos mandaban a cuidar esos lugares, porque estaban tan protegidas y malditas, y mis teorías con Theo, nuestras especulaciones absurdas como decía Draco, eran grandes, demasiado grandes, pero nunca llegábamos a nada porque tampoco podíamos entrar a esos sitios a investigar. La orden era clara, sólo debía vigilar, cuidar y matar a cualquiera que se acercara a ellas. Y la Orden estaba tan persistente en encontrar esos sitios y atacarlas, como si ahí se hallaran todas las respuestas o cosas que podrían darle fin a la guerra. Algo valioso debían guardar, algo que Voldemort protegía más que nada y la Orden sabía que era, y que ellos lo supieran y yo no, hería mi orgullo gravemente.
Pero si preguntaba y si Potter contestaba, me quedaría sin lo otro que deseaba, aunque tampoco sabía si podría pedirlo o si era factible hacerlo, y no es porque no quisiera verme descubierta ante mi interés y preocupación, después de todo, ya había demostrado que mis amigos me importaban más que nada, pero pedir la seguridad de mis amigos a cambio en este momento era algo apresurado.
Esta misión que haría la Orden no era tan grande o peligrosa, sería complicada para ambos bando, pero nada que mis amigos no pudiera librar si es que estaban en ese lugar, así que era demasiado pronto pedirles que no les hicieran nada sin importar qué, porque yo tenía otras ideas, otros planes, y el pago más grande que Potter y los suyos tendrían que darme sería la vida de ellos, de todos ellos, y yo deseaba llevar todo esto hasta sus últimas consecuencias, hasta el límite máximo, hasta que no tuvieran más opción que protegerlos o salvarlos si es que ellos quedaban en peligro de muerte. O salvarlos de todo lo que viniera después.
Miré de nuevo el mapa y asentí despacio viendo cada círculo rojo en él.
—Te he señalado tres lugares —dije lentamente y él apretó la mandíbula, demostrando su enojo de esa manera al saber ya por donde iban mis palabras. Después de todo, yo no hablaba para perder más de lo que daba—. Son tres verdades que me debes —terminé de decir con una sonrisa triunfante.
—De acuerdo —masculló y yo asentí satisfecha.
Miré hacia el techo un momento, pensando que podría preguntar, y lo primero sería lo que hasta ahora me perturbaba más, que era el paso del tiempo en este pequeño lugar, el no saber que tanto tiempo llevaba encerrada en este lugar que casi me ve enloquecer y morir.
—¿Cuánto tiempo he estado aquí? —pregunté y él pareció sorprenderse, aun así, carraspeó y miró hacia la ventana, viendo cómo la noche estaba cayendo ya, antes de mirarme de nuevo.
—Dos meses y dieciocho días —tragué saliva, realmente no pensé que fuera tanto y al mismo tiempo se sintiera como mucho más de lo que era. Había pasado tantas cosas, que el tiempo seguramente se distorsionó en este lugar.
Apreté los labios in querer pensar como estarían mis amigos, lo preocupados que de seguro estaban o lo estresado que estaría Draco al pensar que era su culpa, que me llevaron de su propia casa sin que él pudiera hacer nada y sin poder encontrarme todavía, estrés que se sumaría a lo que ya sentía con todas esas misiones que le encomendaba el Lord. Theo estaría actuando tan frío y estoico cómo siempre, a cómo le conocía perfectamente, pero en el fondo estaría tan molesto con todo el maldito mundo, y de Blaise era mejor no hablar.
—Bien —cerré los labios al escucharme tan afectada y me rasqué la punta de la nariz, algo que hacía cuando estaba nerviosa, decía Draco, así que dejé de hacerlo al instante y me removí en mi lugar—. ¿Quién llamó a Snape esa noche? —moví la cabeza de un lado otro, no queriendo mencionar aquella bendita noche.
—Yo —soltó casi sin aire, cómo si tener que decirlo hasta le doliera un poco. Elevé una ceja sorprendida, había escuchado a alguien mencionar a Snape, pero jamás creí que habías sido él—. Remus no sabía cómo curarte y aquí no hay ningún sanador, pero sabía que él podía y no se negaría a salvarte —terminó de decir, haciendo una mueca casi disgustada, como si el hecho de saber que nadie más de este lugar lo haría, lo hiciera enfadar.
Eso me daba más curiosidad todavía. Había visto la interacción del profesor Lupin con Snape, los había visto distante y molestos entre ellos, más a Snape, pero en él era tan normal tratar a todos de esa manera que no era una sorpresa su actitud. Pero la del profesor Lupin si que lo era, pues uno pensaría que lo odiaría tanto como Black parecía hacerlo, pero además de una burda conversación ente ellos, no habían hecho más, además de que acató las palabras de Snape sin una razón que pudiera entender, que me cuidó como él lo pidió.
Y aunque eso era curioso, lo sobrepasaba en todos los sentidos la actitud de Potter para con él. No parecía odiarlo ni despreciarlo, vale, tampoco es cómo si lo apreciara, pero parecía que todos esos años de burla y malos tratos no hubiera existido por parte de ambos. Ya me había hecho la idea de que era porque al fin y al cabo, Snape era un traidor a su beneficio, pero no tendría por qué aceptarlo del todo o buscar su ayuda como admitió que hizo y más siendo que fue a mi favor, para que me salvara precisamente a mí del ataque de uno de los suyos, para que salvara a la que era su enemiga, algo que Snape sólo por el orgullo de un Slytherin a otro hizo, para no darle gusto a uno de estos leones de verme muerta, o quizá por Draco, para que cuando Draco se enterara de todo, no le recriminara no haberme salvado si podía.
Las razones del actuar de Snape siempre eran indescifrables y las de Potter ahora también me resultaban tan desconcertantes, porque nada tenía sentido, absolutamente nada de eso lo tenía.
—De acuerdo —dije sólo por decir algo, viendo como sus ojos repasaban todo mi rostro, cómo si intentara saber de esa manera cómo me sentía.
—Te falta una pregunta.
—Iba a preguntar a quién saliste a buscar esa noche, pero ya dijiste que no me dirías quien trató de matarme y creo que era a esa persona —vi sus brillar enardecidos, cómo si solo el recuerdo lo alterara y nuevamente volvía a sentirme tan confundida por su actitud. Ya había aceptado que Potter había cambiado durante todo este tiempo, pero no tanto como para no saber realmente que pasaba por su cabeza, no cuando antes había sido tan transparente con sus enojos e indignaciones, siempre se sabía porque el niño dorado entraba en crisis—. Bien. No preguntaré quién, pero sí, ¿por qué? ¿Por qué saliste tan enojado?
—¿Cómo es que no estás enojada tú? ¿Cómo es que no estás molesta porque alguien trató de hacerlo? —cuestionó de vuelta y yo lo miré mal, porque no era así como debía contestar. Esto era una verdad por otra, no era justo que contestara con una pregunta que tampoco estaba dispuesta a debatir. Era trampa, una absoluta trampa de su parte.
—¿Por qué tendría que estarlo? —pregunté con rabia, pero fingiendo aburrimiento, apretando mis manos contra mis muslos—. Y esa no era la respuesta.
—Porque fue un acto cobarde, porque no tenía por qué hacerlo —contestó ignorando mis últimas palabras y yo me puse de pie.
—Ay, Merlín, ¡Potter! ¡Quítate esas ideas de que todos son buenos! —grité desesperada, era increíble que siguiera pensando que hasta entre los suyos nadie quisiera la muerte de otro o que serían incapaces de intentarlo—. Además, no es la primera vez que lo intentan, Potter, donde nací, crecí y estuve, era parte del entrenamiento. ¿Crees que a pura fuerza de voluntad sobreviví a lo que tú y Black me hicieron, o yo me hice? ¡Por supuesto que no! El entrenamiento, los castigos eran tan... tan... eran si no mueres mereces seguir. No había otra opción —concluí y me puse de pie, arrojando la silla hacia otro lado y colocando ambas manos sobre el mapa, acercando sólo un poco mi rostro hacia él.
Respiré agitadamente, sintiendo el fuego de la rabia consumirme por dentro, queriendo destruir todo, a él, a esta casa y a la persona que lo intentó, que, aunque puedo admirar su atrevimiento y astucia, reprobaba totalmente su cobardía para no darme la cara después de tanto tiempo, que no viniera a este lugar a decirme lo que intentó y casi logró hacer. Yo lo hubiera hecho, si los papeles fueran al revés, no me habría escondido ni un sólo día, ya hubiera dado la cara, para decirle y reírme de que casi muere, que yo casi lograba acabar con ella. Así como lo hice con todos los que maté, pues eso era algo que merecían conocer, irse mirando la cara y los ojos de su asesino para que no murieran con duda, o así como todos los que me han torturado y casi matado han hecho también, para que yo viera su regocijo.
Cruel, sádico, perverso, pero nunca cobardes, nunca escondiendo la mano que lanzó el Avada.
Enfoqué de nuevo mi atención y mirada en su rostro, en su cara que ahora sólo estaba iluminado a la mitad, que sus ojos parecían tan oscuros como el fondo del lago negro, consumiendo aquel verde que ya confesé querer arrancar. Me sentí tensar más al notar que no me había percatado que la noche había caído en su totalidad, que estábamos tan a oscuras y solos, tan solos y cerca, que la luna apenas creciente no alcanzaba a iluminar nada más que un trocito del piso y apenas rayaba su cara.
No me moví ni un centímetro, no lo hice aun cuando vi a Potter acercarse lentamente sin dejar mis ojos, sin dejar de ver mi rostro, respirando acompasadamente, con tanta calma que me hacía enfurecer más por su apacibilidad al mirarme, como si realmente no me estuviera viendo furiosa, cómo si realmente él no fuera el culpable de que lo estuviera en primer lugar.
Tragué saliva ante su cercanía, sin querer respirar cuando aquella chispeante magia que dejaba salir me rozó la piel cómo si dejara caer la tibia cera de una vela. Nuevamente quise estirar la mano y tocarlo, ver que tan intenso era, pero apreté los dedos aun contra la madera, arañando el papel del mapa y me quedé totalmente quieta.
—Esa no era la respuesta —dije sin mover casi la boca y él no dejó de verme cuando soltó un bufido, soltando el tibio aire contra mi barbilla, ya que estaba un poco más arriba de él que seguía sentado y sólo se había inclinado hacia mi espacio.
—Su cobardía, sus razones, me enfurecieron. Odié que lo hiciera y lo que dijo después —contestó tan cortante y borde, y sabía que no estaba diciendo todo, que era sincero, pero no era toda la respuesta que tenía—. Odio a esa persona —confesó y de sus labios salió un gruñido feroz.
—¿Qué dijo para que ahora lo odies? —pregunté y él apretó los ojos por un momento, antes de abrirlos y demostrarme que estos brillaban peligrosamente.
—Que no te salvaran, que lo merecías, que tenías que morir ya —masculló con los dientes apretados y yo resoplé, mordiéndome el labio después, pensando que había demasiadas personas en esta casa que dirían eso, empezando por los Weasley y hasta Granger.
—Perfecto —solté con una sonrisa sarcástica y me alejé de él, empujando hasta un poco la mesa hacia su pecho.
Disfruté el verlo respingar ante el brusco movimiento.
—No es perfecto, Parkinson —declaró y yo me encogí de hombros sin querer agregar más.
Caminé hacia la venta, mirando hacia el cielo. Sorpresivamente había un cielo estrellado, con nubes menos espesar y más esparcidas, aun así, la temperatura empezaba a bajar alarmantemente, lo que me llevaría a meterme a la cama más temprano de lo usual, ya que aunque el profesor Lupin me había traído abrigos y una capa abrigadora, no era lo mismo el no poder lanzar un hechizo calentador y tampoco sería algo que le pediría, mi orgullo no me dejaba hacer semejante cosa.
Suspiré hastiada y escuché como Potter daba pasos por la habitación, seguramente para retirarse, pero tuve que cerrar los ojos un instante cuando la luz amarillenta llenó la habitación y miré de reojo como enrollaba el mapa y recogía el plumón de la mesita. Era obvio que no me dejaría esas cosas aquí y quizá hasta las necesitaba para explicarle a los demás lo que le había dicho.
Me giré y recargué la espalda contra el frío cristal, tentada a pedirle que dejara al menos el plumón. Quería marcar la pared, el borde de la cama o la mesita, o cualquier cosa, quería empezar otra vez mis cuentas ahora que él me había dicho cuanto tiempo realmente llevaba aquí, pero no quería verme tan miserable pidiéndole el maldito plumón, así que me quedé en silencio y lo vi levantar con la punta de su varita la bandeja de mi almuerzo, sabiendo que habíamos pasado tal vez dos o tres horas aquí encerrados, mientras comía de aquella lenta manera para hacerlo enojar, para luego escuchar sus preguntas y después verlo correr para ir por el mapa y que le contara lo de los sitios secretos y protegidos de Voldemort.
—Ahora sólo tengo una duda, Potter —dije y me dirigí hacia él, que ya estaba a unos pasos de la puerta.
—¿Qué?
—Yo te he dicho esto, tú sabes o al menos confías que te he dicho la verdad —él entrecerró los ojos y yo reí porque ahora le naciera la duda de si fui sincera o no. Pero bueno, jugar con sus emociones era parte del trato, debería saberlo de una vez, o al menos sospecharlo—. Pero, ¿los demás creerán? ¿Irán a un lugar que he señalado yo, su prisionera?
Él movió la cabeza de un lado a otro, como si estuviera dudando en contestar o estuviera pensando seriamente en la respuesta. Sonreí al imaginarme la reacción de todos cuando Potter les dijera lo que harían, hacia donde irían, podría imaginármelos protestando, llamándome mentirosa y traicionera, creyendo a Potter un idiota por creer en mí, pero ese no era mi problema ya, yo estaba cumpliendo con lo pactado, ya era asunto de Potter convencerlos o no, ya era asunto de ellos apoyarlo o no.
—Hablé con ellos. Obviamente Sirius piensa que estás mintiendo, que es una trampa y la mayoría lo apoya —asentí conteniendo una risa, porque eso era obvio por parte de Black y, aunque era mi palabra la que estaba cuestionando, tendría que felicitarlo por eso, para no creer en una serpiente, tal vez eso los mantuviera con vida si es que decidía traicionarlos en el último momento—, pero Remus cautelosamente te cree y Hermione también, después de todo, no es como si fuera gratis todo esto, es un trato entre tú y yo.
—Inteligentes. También Black —contesté y él volvió a darme una mirada de duda.
Me encogí de hombros y me di la vuelta, escuchando cómo abandonaba la habitación de una vez sin reclamar.
Cuando escuché la puerta cerrarse, regresé corriendo de nuevo hacia el apagador de la habitación. Sinceramente odiaba esa luz amarillenta, me daba dolor de cabeza y tampoco era como si la necesitara, la habitación era tan pequeña que ya me la había aprendido y no me era de ninguna manera útil tenerla encendida, además de que así evitaba mirar el lugar tan horrible que era este.
Me senté en el borde de la cama enfrente de la ventana, mirando casi con gracia la pequeña grieta que había hecho con mi dedo. Potter la había notado la tarde siguiente en que hicimos nuestro trato, pero no comentó nada, eso sí, no me libré de su mirada cuestionadora, a lo que simplemente me encogí de hombros sin decir nada. Esperaba de verdad que checara las protecciones o que le pidiera a alguien que lo hiciera, que pensara que había tratado de escapar, que me reclamara por eso a gritos, pero él simplemente se encogió de hombros, dejándolo pasar, y siguiendo con sus preguntas cómo si no hubiera visto nada.
Debía admitir que había muchas cosas que Potter estaba dejando pasar respecto a mí, empezando por la obvia desconfianza que debería tener,e, el desprecio que debería sentir por mí, el odio que debería tenerme aun, pero en vez de eso, confesó odiar a la persona que trató de deshacerse de mí, hasta el punto que salió a reclamarle cuando se dio cuenta quien fue. Eso era algo que para mí no tenía lógica, él más que nadie debería apoyar la idea, debería felicitar al que se atrevió, pero no, el niño dorado estaba enojado, indignado y furioso porque trataron de matar a su enemiga.
Me rasqué la ceja con ligera desesperación por no poder entenderlo del todo, por no poder entender al simplón de Potter, antes no había sido tan difícil, era un jodido león más, un león con todas esas mañas tan valerosa y honorables elevados hasta el cielo, nada de otro mundo, pero si irritante como el infierno. Pero ahora ya no era así y si, a esa vamos, yo tampoco estaba en mejor situación, pero al menos yo estaba consciente de mis motivos, estaba segura de mis razones para confiar en él, en lo que iba haciendo y diciendo. Confiaba en que pudiera salvarme no sólo de la muerte, sino de lo que viniera después si es que ganaba esta guerra. Su victoria o su perdición no me importaba, me daba igual, si vivía o moría era lo de menos, lo único que me interesaba era que me salvara a mí, salvarme a mí aun así sea a su costa.
Suspiré y miré cada estrella, pensando que todo esto era por mis amigos y por mí, pero más por ellos, por ella, por Millicent, porque la Orden no sólo tendría que salvarlos a ellos, sino que tendrían que ponerla a ella a salvo a como diera lugar, sin importar cómo lo hicieran, pues yo sólo estiraría la mano para tomar la de mi amiga sin fijarme en el resto.
Volví concentrarme cuando escuché la puerta abrirse de nuevo. No había pasado mucho tiempo, o eso era lo que creía. El tiempo era un misterio ahora para mí. Me giré sobre la cama y vi entrar esta vez el profesor Lupin con una bandeja y una jarra llena de agua como cada noche. Empecé a sonreír de modo honesto al verlo, algo que había dejado que pasara cuando regresó de aquellos días post-transformación, pues muy en el fondo había extrañado su presencia, aunque obviamente no se lo diría a él ni a nadie. Pero dejé de sonreír cuando vi a Black ingresar atrás de él.
Me levanté de la cama de inmediato y elevé una ceja sin dejar de observarlo, sin dejar de ver cómo se separa del profesor Lupin de una manera lenta, sin hacer ruido, y caminaba hasta apoyarse en la puerta del baño. Sabía que la rutina había cambiado totalmente, ya no estaba siendo torturada, aun cuando todos sabían que estaba nuevamente en perfecta salud, tanto física como mental, y probablemente, si sabía jugar bien mis cartas, no volvería estarlo nunca. Y desde que había hecho el trato con Potter, hace un par de días, solo en las mañanas y noche veía al profesor Lupin, y durante el almuerzo y por el resto de la tarde, era Potter quien permanecía aquí conmigo. No sabía si por obra del profesor Lupin o del mismo Potter, el cual posiblemente tomó en serio mis palabras cuando dije que el trato era sólo entre él y yo, no más sus amigos o Black, así que era extraño que entrara.
—Buenas noches, señorita Parkinson —saludó el profesor Lupin y yo asentí educadamente.
—Buenas noches —contesté pausadamente.
—Hola, pequeño demonio —dijo Black con una sonrisa ladina, pero sin muchos ánimos, de hecho, parecía realmente molesto conmigo, desconfiado, ya no tanto cómo el día que me atraparon o los siguientes cuando me dedicaba simplemente a fastidiarlo con mis comparaciones.
—Sirius —llamó el profesor Lupin y Black simplemente se encogió de hombros.
Tomé lugar a cómo me lo indicó el profesor Lupin e intentando respirar tranquilamente, coloqué la servilleta sobre mi regazo y procedí a iniciar con mi cena. El profesor Lupin se sentó en una de las sillas y trató de llevar una ligera conversación, empezando con su pregunta de rigor que era si me sentía bien. Contesté afirmativamente, alegando que ya no debería seguir tomando el suplemento alimenticio, pero él sólo negó y dijo que Snape había dejado la cantidad indicada para asegurar mi recuperación y todavía quedaban unas tomas más.
Rodé los ojos fastidiada, pero la bebí por completo, antes de empezar comer. No podía dejar de mirar a Black, el cual estaba callado e inmóvil atrás del profesor Lupin. No sabía porque estaba aquí, que lo había hecho venir. O tal vez si lo sabía. O al menos lo sospechaba. Era probablemente que Potter haya salido de aquí directamente para contarles lo que le dije y Black como era obvio y Potter ya había confirmado, dudaba de mi palabra y estaba aquí para corroborar o exigirme que revelara si era mentira o no, como un típico león. Pero hasta para eso era idiota, como si realmente una serpiente fuera a decirle a un león si mentía o no.
Y aquí sólo tenían dos opciones: confiaban y se arriesgaban a ir, o dudaban, no me creían y se quedaban sin hacer nada. Sea como sea, ese ya no era mi problema, era el de ellos.
—Supongo que la visita de Black no es cortesía —comenté después de beberme el último poco de limonada de mi vaso, mirando sólo al profesor Lupin—. Aunque sé de sobra que puede ir a donde le plazca, esta es una de sus casas, ¿no? —dirigí mis ojos a Black y pude ver cómo se tensaba contra la puerta.
La verdad no sabía si tenía razón, pero en mi mente Black era el único que tendría los recursos suficientes para esconder y mantener una organización como ésta. Y aunque tenía este trato con Potter, no había querido gastar una de mis preguntas en saber que era exactamente este sitio, pues el saberlo no arreglaría nada, no podría escapar o avisar que estaba aquí. Así que no malgastaría una de mis oportunidades en un dato que realmente no me estaba obsesionando, como lo era el paso del tiempo.
Y ni siquiera sabía porque el tiempo me era tan importante, a veces pensaba que era por toda mi crianza en sí, que mis padres tenían marcado cada hora de mi día a día, que tenía que cumplir con mis clases y obligaciones en el tiempo que ellos estimaran. En Hogwarts fue algo similar, había estado tan acostumbrada a llevar un horario, que hice eso mismo al entrar al primer año, aun cuando eso no hacía más que generarme un estrés terrible, que que fue una herramienta útil el día que fui marcada, pues al ser tan puntual y eficiente, podía cumplir con cada misión, cada trabajo, en el menor tiempo posible, pero aun así, provocaba que no comiera o durmiera por terminar pronto lo que tuviera que hacer.
El tiempo. El tiempo siempre había sido mi más valioso y peligroso amigo, y el no tener el control de él me generaba ansias y dolores de cabeza, contrario a no saber donde estaba encerrada.
—¿Harry te lo dijo? —cuestionaron Black y el profesor Lupin al mismo tiempo.
—No. Ustedes acaban de hacerlo —sonreí triunfalmente y pude ver como el rostro de Black se endurecía, al mismo tiempo que el profesor Lupin negaba con la cabeza, dándome una ligera sonrisa derrotada.
—Mira, pequeño demonio, sé que te gusta creerte la más lista de la habitación...
—No me creo, soy la más lista de aquí y no sólo de la habitación —interrumpí inocentemente y me recargué contra el respaldo de la silla, cruzándome de brazos—. Al menos sobre ti, pero si hablamos de profesor Lupin, te doy permiso de dudar de mis palabras y no me sentiré ofendida.
Vi al profesor sonreír divertido y casi resignado a mi manera de hablar, mientras que Black mascullaba majaderías entre dientes, insultos que parecía no querer gritarme como siempre, seguramente para no hacer enfadar al lobo presente. Mis palabras eran sinceras, realmente pensaba que el profesor Lupin era brillante, aunque tampoco se lo diría con todas sus letras, además de que me parecía por mucho más tolerable que el resto de los que ya había visto en este lugar. Ironías de la vida, porque cuando fue mi profesor me pareció el típico león insoportable. Además, darle un cumplido era mi manera de agradecerle por todo lo que había hecho por mí cuando no debía, cuando tal vez yo no lo merecía tampoco.
—Es una extraña manera de halagar —dijo el profesor Lupin y yo me encogí de hombros.
—Nunca se rebajé a hacerlo de otra manera, profesor, eso es algo indigno. Además, a mí sólo me gusta verlo enojado —señalé con barbilla a Black, el cual al escucharme se acercó a grandes pasos.
—Eso ya todos lo saben, demonio, pero lo que no nos queda claro es, ¿qué pretendes al decirle todo eso a Harry, toda esa información? —preguntó con molestia, golpeando con un puño la mesa.
Miré el vaso brincar sobre la superficie y acerqué dos dedos para estabilizarlo sin sentirme perturbada o preocupada por su arranque. Dirigí mi mirada por un instante al profesor Lupin, viendo cómo sus ojos dorados brillaban en advertencia contra Black, y aunque parecía querer detenerlo, no lo haría, pues seguramente él también quería saber que era lo que estaba planeando, porque de repente acepté hablar con Potter, y sólo con él, sin que ninguno de ellos se involucrase. No podía decirle mis razones, eso sería adelantarme mucho a mi plan y objetivo final, pero, el no hacerlo, el no decírselo al menos a la única persona que se había preocupado por mí, que me había ayudado lo mejor que podía dada mi situación, me hacía sentir algo mal, pero nada que no pudiera ignorar en este momento o en cualquier otro.
Suspiré entre labios y levanté mis ojos hacia el rostro ligeramente enrojecido de Black, a aquellos grises, como de metal derretido, encontrándome en ellos un sin fin de emociones, de enojo, de ira, y supe que su desconfianza era más grande de lo que creía. Respiré lentamente y levanté más la cara, para demostrarle que sus gritos o golpes me daban perfectamente igual.
—Eso no te incumbe, Black —contesté de manera serena y sus ojos ardieron intensamente.
—Me incumbe cuando tratas de engañar a mi ahijado, demonio. Me incumbe porque no sabemos realmente que estás tramando —dijo con los dientes apretados. Resoplé con una risa sin gracia y viré los ojos desesperada.
—No pensé que creyeras a tu ahijado un idiota por completo, Black. Yo creo que lo es, pero jamás creí que tú apoyarías mi concepto de él —burlé y Black empujó la mesa contra mi pecho y yo quedé atrapada, con las manos aplastadas en el borde de la madera, las cuales metí por puro instinto para que no me golpeara en las costillas.
—¡Mira, hija de las mil...!
—¡Canuto! —gritó el profesor Lupin y Black se dio la vuelta y dio un paso lejos de un modo totalmente furioso.
—¡No sé cómo puedes creer en las palabras de esa víbora, Remus! ¡Cómo es que no crees que está mintiéndole a Harry y al resto de nosotros! —exclamó con las manos al aire, regresando su mirada furiosa a mí.
Empujé un poco la mesa para no seguir tan apretada, sin saber si ponerme de pie o no, si alejarme o no de él y de su odio visceral. Decidí no hacerlo, pues Black podría pensar que huía del peligro, que estaba asustada y eso nunca. No era estúpidamente valiente como ellos, pero no era ninguna cobarde.
Volteé a ver al profesor Lupin, quien enfrentado a Black se cruzó de brazos. No sabía que esperaba que hiciera, no sabía si quería que le dijera que lo hacía, que confiaba en mí, que a pesar de no contarle nada, él confiaba en que no les estaba mintiendo o mandando a una muerte segura. No requería su aprobación o confianza, no me importaba en realidad, pero al menos no quería que me viera como lo hacía Black y el resto de esta gente, que no me creyera la escoria que todo el mundo veía en mí. O tal vez si debería a hacerlo, tal vez si debería creerme lo peor, desconfiar para salvar su vida y la de los otros, porque aún en mi cabeza, a pesar de que sentía gratitud hacia él, no me importaba la vida de ninguno de ellos, no me importaba si Potter perdía o ganaba, solo me interesaba sobrevivir y que mis amigos lo hicieran.
Y sí, lo sacrificaría hasta a él por ese objetivo.
—Intento pensar en sus razones para hacerlo, para decir la verdad o una mentira, y no hallo nada que pueda ser sospecho o culparla de algo, Sirius —contestó el profesor Lupin y yo sonreí tristemente al ver que sí, era más inteligente que el resto, que no era un tonto ciego que confiaba sin más en su prisionera. Y sorprendentemente, eso me bastaba para no sentirme como una basura.
—Pues yo no confió en ella —dijo pasando de él y caminando de nuevo hacia mí, colocando sus puños sobre la mesa e inclinándose para intimidarme. Sonreí altaneramente y me pasé un mechón de cabello atrás de la oreja mientras imitaba su acción y me acercaba también a él. No le tenía miedo, pero ciertamente seguir sentada me dejaba en una posición más vulnerable—, y si quiere que hagamos lo que le ha dicho a Harry, a mí tendrá que decirme sus razones, sus verdaderos motivos que la hicieron hablar cuando antes casi se mata para no tener que hacerlo —dijo sobre mi cara y yo suspiré largamente, antes de apretar los labios.
—Según tengo entendido, no intenté matarme, sino que alguien lo hizo por mí. Un honorable león de tu grupo casi se vuelve asesino, Black. ¿Qué diría la gente de la Orden del Fénix sobre eso? —parpadeé lentamente, como si esa idea aun me perturbara, pero al verlo a él más irritado, sólo reí, reí de verdad divertida por estar arañando los límites de su paciencia.
—No creo que les importe mucho, pequeño demonio, se trata de ti, intentaron matarte a ti y todo el mundo te odia. Creo que hasta nos agradecerían por deshacernos de una basura como tú —arremetió con crueldad, con una sonrisa ladina que me hizo recordar con más fuerza a Draco. Abrí los ojos sorprendida por sus palabras, pues jamás creí que sería tan Slytherin para decir una cosa así.
—¡Sirius! —escuché gritar al profesor Lupin, mientras colocaba una mano sobre su hombro.
—¡Vaya! Qué deliciosa confesión, Black, que cruda verdad. ¡Me encanta! Casi me pareces digno de mi atención —exclamé y aplaudí con deleite, como si lo estuviera celebrando. Black como era de esperarse, no esperaba mi reacción, pues me quedó viendo ligeramente sorprendido y más enojado que nunca.
—¡Sólo habla, pequeño demonio! —gritó casi tirando saliva y yo volví a echarme para atrás en mi silla, solo unos centímetros para no terminar salpicada.
Lo quedé viendo a los ojos, retándolo a que siguiera gritándome, golpeando la mesa e intentando amedrentarme. Apreté los labios con satisfacción al sentir que realmente estaba perdiendo los estribos, que se estaba saliendo de sus cabales y que ya había sobrepasado sus límites de paciencia. Él estaba volviéndose loco de verdad. Pero no me interesaba, Black parecía ser tan igual y tan distinto a sus parientes, a aquellos que ya conocía y conocí en sus últimos momentos. Podía ser tan orgulloso como Narcissa, tan borde y cruel como Draco, tan maquiavélico como Bellatrix, y yo, yo había sobrevivido a todos ellos. Black no era un reto para mí, ni un problema.
—Es un trato. Un simple trato, Black, que tengo con Potter y nadie más —contesté con voz segura, no rendida, sino hastiada de él.
—Un trato. ¡Un trato! ¡¿Acaso una maldita serpiente como tú sabe respetar un trato?! ¡¿O hacerlo justo?! —escupió las palabras airadamente, acercando más su cara a la mía.
Rodé los ojos y me crucé de brazos nuevamente, bufando por su corta mente, por ver que su enojo no lo dejaba pensar más allá, que no lo dejaba razonar correctamente. ¿De verdad pensaba que era un simple trato dónde yo hablaría sin recibir nada a cambio? Era obvio y entendible para todos que un trato se componía de dos partes interesadas, donde ambas partes cederían y ganarían en la misma medida. Esto no era gratis, primero me cortaba la lengua antes de hacerlo gratis. No era sencillamente dar, no era simplemente rendirse ante ellos o engañarlos como aun podía hacer.
¡Vaya! Fue más fácil que Potter captara la idea a que Black lo hiciera en un futuro cercano.
—¡Por favor, Black! ¡Sé más inteligente! ¡Te criaste en una familia de serpientes, ¿no?! —grité desesperada por su ineptitud para entender algo tan obvio— ¡O di la verdad! ¿Eres un verdadero Black o sólo te recogieron de la basura? —pregunté con los labios tensos, los dientes apretados, antes de sonreírle mordazmente.
—¡Sirius! —gritó con potencia el profesor Lupin, tomando a Black por un brazo mientras lo tiraba hacia atrás.
Regresé mi cara y mi mirada hacia al frente, hacia él, sintiendo el ardor y picor en mi mejilla izquierda, así como el hilillo de sangre corriendo en mi lengua cuando la tierna piel del interior de mi mejilla chocó con mis dientes hasta abrirse. Con rabia debía admitir que no lo esperaba, que nunca imaginé que se atrevería a hacer algo como esto, porque en todo este tiempo, a pesar de mis insultos, las burlas y mis comparaciones, él jamás había hecho ademán de algo parecido.
Pasé la lengua por mi herida lentamente, admitiendo, con el fuego de la rabia para mis adentros, que ni siquiera vi la mano de Black moverse antes de que estuviera estampada en mi piel, haciendo que mi rostro girara mientras el dolor explotaba de a poco sobre mi cara.
¡Si tuviera mi varita, tocarme sería lo último que haría Black! ¡Sí la tuviera conmigo, Black ya estaría muerto a como Bellatrix no logró hacer!
Sentía la piel tirante y caliente, y quería tocarla, sentir que tanto daño me había hecho, pero no le daría la satisfacción de verme adolorida o perturbada, así que sólo me quedé quieta, mirándolo con el mayor odio que tenía para alguien, mirándolo con rabia mientras lo veía ser azotado contra la pared, siendo presionado con fuerza por el profesor Lupin, quien seguía gritando y gruñendo, haciendo presión con su brazo contra el pecho de Black, el cual intentaba quitárselo de encima, pero su fuerza era nula a comparación del hombre lobo al parecer, pues sus movimientos ni un efecto tenían y sólo hacían tensar y enfadar más al otro.
¡Sí el profesor se convertía en este momento, realmente no me sentiría impresionada!
Me relamí los labios y sentí con repulsión la sangre, algo que no había sentido desde mi colapso y esperaba no volver a sentir en mi vida. Elevé una ceja cuando aquellos ojos grises volvieron a posarse en mí y yo me puse de pie sin dejar de verlo, aun con las ansias de tocar mi cara.
—¡Es una niña, maldita sea, Sirius, una niña! ¡Y sí tú le vuelves a poner una mano encima, más te vale aprender a usar tu varita con la izquierda! —siguió gritando el profesor Lupin.
—¡¿Una niña?! ¡Es una maldita cría de mortífago, que está a punto de llevarnos a la muerte, Remus, y no quieres darte cuenta! —le gritó casi desesperado, e hizo fuerza con su cuero para empujar al profesor, algo que no consiguió, pero ni un poco—. ¡No entiendo cómo es que puedes defenderla!
—El trato no es contigo, Black —dije con voz calmada, antes de que el profesor Lupin pudiera decir algo. Le di vuelta a la mesa para poder acercarme a ellos. Black se quedó quieto, en silencio, mirándome con fuerza y rabia—. El trato es con Potter, porque no iba a negociar con idiotas como tú o con alguien que no tenga el suficiente poder. Y para aclararlo, no estoy haciendo esto gratis ni porque me ganó la compasión o el dolor que me han provocado, menos porque les tema a tus golpes o a la muerte que alguien pueda provocarme, eso ya lo debes de saber. Lo hago porque quiero y porque con el tiempo, tú y los demás, tendrán que pagarme —terminé de decir y coloqué mi mano sobre el hombro del profesor Lupin, intentando hacerle bajar el brazo—. Y si quiero que me paguen, tengo que hacer bien mi trabajo.
—No te creo. No creo que sea así de fácil, o que te conformes con tan poco —soltó al mismo tiempo que intentaba recuperar el aire y recomponiéndose cuando el profesor Lupin lo soltó de golpe y se alejó un paso de él. Parecía más enojado y tenso que nunca el profesor, y yo volví a preguntarme porque le indignaba o molestaba tanto que yo fuera atacada, porque siempre se ha preocupado por mí.
—Te aseguro que no es así de fácil o que voy a conformarme con menos de lo que les estoy dando y daré, Black. Tú mismo lo has dicho, soy una serpiente y si hay algo que nos caracteriza y nos gusta, es hacer tratos a nuestra conveniencia y sabemos pagarlos de la misma manera si se cumplen nuestras demandas —le conté condescendientemente, como si le explicara a un inocente niño cómo funcionaba el mundo.
—Tú eres la más mentirosa serpiente, la peor que he conocido —gruñó y yo reí negando con la cabeza.
—Soy con quien más has convivido, pero no me conoces nada, aunque no te quito el hecho de que soy una de las peores, es más, te lo confirmo —dije con voz presumida, cómo si sus palabras hubieran sido un halago.
—Por eso mismo no deberíamos hacerte caso, mucho menos creer una sola palabra que salga de tu boca.
—¡Oh, Black! No me importa si no me crees —contesté y me acerqué a él sin miedo o titubeo. Aun me ardía el rostro y quería tallarme la piel, y mientras más me acercaba, más intensa se hacía la sensación, pero sabía que eso ya tenía más que ver con mi rabia contra él—. Insisto, el trato no es contigo, y el que me creas o no, o el que Potter me crea o no, no es mi problema ya. Yo les daré la información, si quieren seguirla bien por ustedes, sino quieren hacerlo, no me interesa, pero yo estoy cumpliendo con lo pactado. Bien puedes ir y resolver lo que tengan que resolver en ese lugar, o no hacerlo y seguir perdiendo el tiempo aquí, aunque yo te juro que el Señor Oscuro y los mortífagos pocas veces descansan.
Me di la vuelta y caminé hacia mi buró, donde el profesor Lupin acomodaba mi jarra de agua. Tenía que beber un poco, tenía que hacerlo para quitarme el sabor ferroso de la sangre antes de que empezara a hacer arcadas, y para ver si así también dejaba de palpitar la piel de mi mejilla. Me serví todo un vaso entero y lo bebí sin detenerme. Cuando me giré de nuevo hacia ellos, pude ver que Black seguía tan quieto, mirándome como Potter a veces lo hacía, como si quisiera apretarme el cuello con sus propias manos, mientras el profesor Lupin casi a su lado, seguía respirando profundamente, sin dejar esa pose tensa, mirando a Black como si fuera a atacarlo si es que se movía un sólo centímetro.
—Desconfía todo lo que quieras, Black, después de todo no te diré nada a ti. Sólo hablaré con Potter —le sonreí ladinamente y sentí la sensible piel estirarse y sangrar más, así como mi mejilla palpitar—. O puedes dejar que tu ahijado me crea, vaya solo a ese lugar, lo atrapen y lo entreguen a Voldemort, tal vez eso me dé una medalla y me salvé de la ira del Señor Oscuro al enviárselo como un regalo —dije con un dejo divertido, imaginando lo que pasaría.
Tal vez me ganaría un castigo por revelar el lugar, pero si Potter cayera en las manos equivocadas, el Señor Oscuro podría ser benevolente con su tortura, o al menos me dejaría viva y a mi amiga también. ¡Pero no, así no debía terminar! ¡Todos tenían que salvarse! Este grupo de idiotas tenían que hacerlo y librarnos de todo lo demás. ¡Ese era el jodido trato!
—Si, hazlo, y entonces estaré a salvo del otro lado cuando ustedes mueran tratando de salvarlo por su cuenta.
Miré a Black respirar agitadamente, intentando dar un paso hacia a mí antes de que un brazo del profesor Lupin lo detuviera a la altura del pecho. Ambos se miraron y parecían realmente estar a punto de pelearse a golpes, y yo lo deseé, deseé ver a Black tirado, golpeado, sin poder hacer nada contra la fuerza de un hombre lobo enojado, furioso con él. Me quedé en mi sitio, sin hacer o decir nada, conteniendo la respiración, pero cuando vi a Black dar media vuelta y caminar a la puerta, supe que se había rendido ante el lobo o realmente no quería pelear con su gran amigo, dudaba que fuera por mí, dudaba que fuera por haberme golpeado.
Solté el aire y tragué saliva al escuchar la puerta ser azotada y respiré lentamente, forzándome a calmar mis emociones y sentimientos, mis ansias de sangre y muerte, mis ganas de matar a Sirius Black. Apreté mis manos y dejé mi rostro tan inexpresivo como pudiera, luchando para que mi piel dejara de latir, obligándome a no tocarme porque estaba todavía el profesor Lupin delante de mí y acercándose.
—¿Estás bien? —preguntó controlando su tono, suavizándolo para sonar amable.
—Lo estoy —contesté rígidamente y volví a tragar saliva al ver sus ojos volverse preocupados y sutilmente dulces.
—¿Puedo...? —señaló mi mejilla y yo giré el rostro, retirándome un poco para que no me tocara. No quería ni necesitaba sus cuidados o preocupación, traté de convencerme—. Señorita Parkinson, la última vez que estuvo herida casi muere por no decirme nada.
—No creo que un golpe en la cara vaya a matarme, profesor, he tenido peores golpes —contesté con un suspiro y levanté la mano tentada a tocar mi cara, pero la apreté a centímetros de mi rostro, bajándola de golpe. No, no quería verme tan vulnerable al querer apaciguar el dolor con mi tacto.
—No, no va a matarla, pero se pondrá feo. Su rostro está enrojeciendo demasiado, tiene un hilillo de sangre cerca del ojo y puede hincharse —fruncí el ceño ante sus palabras y me pasé un dedo, siseando cuando realmente me ardió el pequeño corte. Tal vez Black tenía un anillo pesado, cosa que no había notado, o me dio tan duro para intencionalmente reventar mi piel.
—Está bien —mascullé y giré de nuevo el rostro, mostrándole mi mejilla lastimada.
Evité mirarlo mientras se acercaba más, parpadeando lentamente para que no notara que mis ojos se llenaron de lágrimas ante el ardor y el dolor, sintiendo como mi piel todavía seguía latiendo y la notaba tan caliente como si apenas estuviera siendo golpeada. Apreté los labios cuando sentí sus dedos, pero sólo era ante la idea de que ardiera más, pues el profesor Lupin siempre era cuidadoso para tocarme, así que sus dedos apenas me rozaron con suavidad, antes de que los retirara y sacara su varita.
Cerré los ojos cuando noté que estaba a punto de decir su hechizo, pero fui distraído cuando la puerta se abrió violentamente.
Ambos respingamos ante el ruido y él tuvo que girar para ver lo mismo que yo. No esperaba la visita de Potter, de hecho, después de que se iba en las tardes, él no regresaba hasta el día siguiente. No fue algo que habláramos como parte de nuestro trato, pero parecía ser también parte de las reglas acatadas. Así que realmente estaba sorprendida de verlo aquí a estas horas, y más sorprendida al verlo tan agitado, respirando escandalosamente, con las mejillas sonrosadas, como si hubiera corrida sin detenerse a respirar siquiera.
La mirada de Potter cayó sobre mis ojos al instante e inmediatamente pude ver su expresión cambiar cuando notó mi mejilla seguramente. Y fui nuevamente consciente de su cambio, tan acostumbrada a poder diferenciar el flujo de su magia llenando la habitación, de la intensidad de su mirada furiosa y el gesto casi violento de su rostro mientras más me miraba, pero no contra mí, su enojo no era contra mí estaba vez, pero tal vez si era la razón o el motivo. Respiré lentamente, sin querer explotar ante su magia electrizante y caliente, viendo como su semblante y postura se volvían rígidos, duros, como si se fundiera en metal, como su temperamento se desestabilizaba, como parecía descontrolarse de una triunfante y casi sádica manera.
Potter estaba furioso y se veía jodidamente poderoso e indomable. ¿De verdad cómo Black podría pensar que yo haría tratos con alguien más que no fuera el jodido Harry Potter?
—Cachorro —llamó el profesor Lupin con suavidad, alejándose un paso de mí hacia él, como si quisiera acercarse con mucha cautela.
—¿Qué pasó? —preguntó con los dientes apretados al igual que sus manos, respirando aun como un animal al acecho— Íbamos a cenar, estábamos esperándote como siempre, pero Sirius tampoco llegó. Empecé a buscarlo y no lo encontré, y ahorita acaba de aparecer en el comedor para decir que haríamos lo que la maldita serpiente dijo. Entonces lo entendí, había estado aquí —terminó de hablar como si se estuviera ahogando, o más bien, como si él intentara ahogar a alguien.
—Él quiso hablar con ella —respondió lentamente el profesor Lupin y yo elevé una ceja, pensando si aquel drama y golpe que hizo Black se podría considerar una conversación. Tampoco sabía porque el profesor no decía las palabras exactas, quizá para no crear un problema entre Potter y su padrino, o tal vez porque al igual que yo, notaba el estado del niño dorado.
Mis ojos volvieron a Potter y entonces lo vi caminar hacia a mí a grandes zancadas. El profesor Lupin lo detuvo como lo había hecho con Black, pero contrario a ese, Potter simplemente apartó el brazo de un empujón y llegó hasta mí. Lo quedé viendo de frente, cruzándome de brazos y echando mi cabeza hacia atrás cuando vi su mano elevarse. Pero nuevamente, Potter se sentía como si las reglas no se hicieran para él, pues no aún así sus dedos levantaron mi barbilla y rodearon mi mentón.
Aquellos ojos verdes recorriendo todo mi rostro y sus ojos se pegaron a mi mejilla. Siseé cuando sus dedos se apretaron en mi piel, pero al escucharme quejarme, él clavó su mirada en la mía y sus dedos se suavizaron de nuevo.
—Te golpeó —masculló con ira.
Respiré profundo y me quedé inmóvil, antes de apartarme de su toque girando el rostro, porque sinceramente el que Potter me tocara tan íntimamente, que mirara con odio mi cara lastimada y luego mostrara indignación y molestia por ello, era demasiado para mí. La idea de que Potter realmente se preocupara tanto por mí no tenía sentido o lógica. De acuerdo, habíamos hecho un trato en el que lo ayudaría lo más que pudiera dentro de mis límites y él había prometido mantenerme viva a como diera lugar, no precisamente entera o a salvo, pero el que realmente se sintiera furioso con alguien que me lastimara, para mí iba más allá de un simple pacto, del trato, era excesivo de alguna manera en la que tampoco le encontraba sentido.
—Sirius te golpeó —repitió y yo rodé los ojos, porque si realmente requería una confirmación, no la obtendría de mí.
—Si me dieras tu varita o la mía, te aseguro que sería lo último que haría —contesté y no vi el enojo o el rencor que esperaba ver por mis palabras hacia su padrino, en cambio, había una mirada totalmente irritada y determinada, pero no para mí, y la idea de que Potter me vengara de alguna manera resultó se jodidamente adictiva.
—Por favor, cachorro, voy a curarla —escuchamos decir al profesor Lupin y Potter asintió con rigidez antes de apartarse un poco.
—¿Te duele? —preguntó casi inocentemente Potter. Yo suspiré y me encogí de hombros, apretando los labios nuevamente cuando el hechizo del profesor ardió un poco al limpiar la herida sangrante—. Parkinson, una verdad por otra.
Giré la cara hacia él y abrí los labios casi indignada. Él sonrió ladinamente, como si le encontrara la gracia a pesar de todo, quizá por orillarme a algo, y yo bufé, girando nuevamente hacia el profesor Lupin que nos miraba con curiosidad, pasando sus ojos de uno a otro, tentado quizá a preguntar de que iban sus palabras.
Me mordí el labio inferior al sentirme algo descubierta, pues no se suponía que alguien más debiera enterarse la manera en cómo esto funcionaba, menos que conociera una de las estrategias que Potter y yo establecimos para que ambos contestáramos las preguntas del otro con sinceridad.
—Me duele. Siento la piel palpitar y el corte me arde un poco —contesté con los labios casi apretados, sin mirarlo de nuevo.
—Un momento más, casi está listo —informó el profesor Lupin y volvió agitar su varita e inmediatamente sentí como mi mejilla se enfriaba lentamente, al igual que se entumecía ligeramente por el hechizo sanador—. Una poción sería mejor para desaparecer por completo el malestar en pocos segundos, pero Snape no ha surtido la alacena —comentó ligeramente divertido. Reí ante sus palabras y asentí suspirando.
—Gracias. Sobreviviré —murmuré y él asintió con una sonrisa amable.
Volví a mirar a Potter y él parecía más tranquilo, aunque su magia seguía pesando en la habitación. Cuando sus ojos cayeron de nuevo en los míos, movió la cabeza, como si me estuviera pidiendo hablar, después de todo, él sabía que tendría que pagar con la misma moneda de la verdad.
—De acuerdo. Tu pregunta —pidió y yo lo pensé un instante, antes de girarme y acercarme un paso a él.
—No necesito una verdad tuya, Potter, quiero que hagas algo —advertí y sonreí con deleite al verlo tensarse. Hasta ahorita no había pedido nada, pero él sabía que lo podía hacer y tendría que cumplirlo al pie de la letra—. No quiero volver a ver a nadie en esta habitación, además de ti y el profesor Lupin. No quiero volver a ver a tus amigos y mucho menos a Black aquí, y no me interesa que está sea su casa y yo una prisionera.
—Hecho. Eso lo puedo cumplir —aseguró con una mirada feroz y una mueca rencorosa.
Yo asentí y le sonreí ladinamente, viendo cómo sus ojos bajaban un instante a mi boca. Suspiré, seguía sin saber que le pasaba a Potter, pero al menos estaba dispuesto a cumplir con mis demandas. Y entonces le vi dar media vuelta tan repentina y velozmente como había ingresado, caminando pesadamente hacia la puerta para salir por ella sin mirar atrás o decir algo más.
—Creo que iré a ver que no maté a su padrino —escuché decir al profesor Lupin y yo me encogí de hombros, pues me daba igual si Potter lo hacía o no—. Este trato que tienen podría asustarme un poco, señorita Parkinson, pero creo que se entienden y lo llevan bien.
—Se hace lo que se puede —me encogí de hombros y él asintió con un suspiro cansado.
—Supongo que tampoco a mí me dirá la verdad —murmuró y yo respiré lentamente, moviendo la cabeza de un lado a otro.
El no decirle era una decisión definitiva, el trato era con Potter y nadie más, pero el profesor Lupin había sido tan bueno conmigo cuando no lo merecía, me había salvado la vida y me agradaba dentro de todo, así que tampoco quería que dudara de una manera tan terrible de mí o que pensara al igual que Black que deseaba llevarlos a una muerte segura. Tal vez, sólo tal vez, era al único que no quisiera sacrificar en esta guerra, aunque el resto de su gente bien se puede ir al infierno.
—No puedo decirle porque lo hago, mis motivos o razones verdaderos, pero a usted es al único que no tengo por qué mentirle —me acerqué a él y respiré lentamente, intentando relajarme para demostrarle al menos con mi semblante que estaba siendo sincera, que por primera vez lo estaba siendo en todo este tiempo—. Como un agradecimiento por todo lo que ha hecho por mí, le diré una única verdad: nada de lo que diga respecto al otro lado será mentira, le daré todo lo que tenga y sepa a Potter. Sé que puede no confiar en mí, he hecho todo para que no lo hagan, pero esto es lo más sincero que estoy admitiendo y es solo para usted.
Contrario a lo que esperaba, él no se molestó por no decirle todo, por ser tan evasiva, sino al contrario, sonrió con gratitud y me abrazó por un segundo. Yo no supe que hacer, no estaba muy acostumbrada a los abrazos, no al de los adultos y menos de este adulto que debería odiarme por ser lo que era, pero que había hecho todo lo posible por mantenerme viva y bien, así que me quedé totalmente congelada y sólo dejé que se apartara, lo cual hizo unos cortos segundos después.
—Gracias, señorita Parkinson.
—Pansy, dígame Pansy, profesor —le pedí sonriendo ladinamente y él asintió con la sonrisa más grande que había visto en él.
—Alguien puede molestarse, pero está bien, Pansy —contestó y yo elevé una ceja ante sus palabras, tal vez pensaba que Black se molestaría al creer que yo estaba permitiendo el uso de mi nombre para seguir ganándome al profesor Lupin, lo cual sería un pensamiento lógico e inteligente, pero que no lo creía capaz de formular a ese idiota, así que no sabía quién podría molestarse—. Pero ahora me voy, un hechizo o dos no le harán daño a Sirius por parte de su ahijado, pero tampoco es necesario que lo mate.
—Por mí estaría bien —dije y él negó con la cabeza, caminando hacia la salida una vez que le arrojó un hechizo para levitar la bandeja de mi cena, antes de salir por completo.
—Me temo que tú y él se llevan demasiado bien, sería terrible para el mundo si se unen —fue lo último que dijo y yo me quedé demasiado confundida.
Cuando él se fue, me quedé viendo la puerta sin saber la razón de sus palabras, pero me encogí de hombros y dejé que pasara. No pude evitar tocar mi mejilla como me había reprimido hacer y prácticamente corrí al baño para ver todo el daño.
El espejo aun me mostraba una piel roja y una ligera marca por el corte, pero sabía que esto no era nada a lo que seguramente tendría si el profesor Lupin no me hubiera curado. Respiré lentamente, tocando mi piel y sabiendo que ya no dolía, ni ardía o palpitaba, pero ahí en mi rostro seguía el fantasma del golpe y sólo quería matar a Black por eso, lanzarle un par de crucios y luego apretar su cuello con mis manos hasta que viera en sus ojos la vida abandonándolo.
Si tenía la oportunidad, lo haría, definitivamente lo haría.
Me miré a los ojos en ese sucio espejo y asentí recordando todo lo que había hecho y pasado este día. ¡Estaba hecho! Al menos ya estaba hecho el primer paso. El juego estaba en marcha y si ellos usaban mi información o no, ya no era de mi incumbencia, yo seguiría con lo pactado.
Ya dependía de ellos si Potter ganaba o no. Ya dependía del rey si ganaba o no.
Espero que les haya gustado, que lo hayan amado y que sea su deseo dejarme un comentario. Ya saben, pueden decirme lo que les gusta, lo que no, sugerencia, la llamadas críticas constructivas, todo con respeto y medida.
Nos leemos pronto (eso espero)
By. Cascabelita
