©"Shingeki no Kyojin/進撃の巨人" y sus personajes pertenecen a Hajime Isayama
Estaba profundamente dormido, inmerso en una paz que no había sentido en meses. Una delicada luz iluminaba mi rostro como si quisiera obligarme a despertar. Podía sentir una suave brisa rozar mis mejillas y, a lo lejos, se escuchaba el canto de unos pájaros.
Tanta tranquilidad terminó por alarmarme. Los constantes gritos y llantos de la gente destrozada que deambulaba por las calles habían cesado de la noche a la mañana. Confundido y preocupado, corrí al despacho de Levi para comprobar si había recibido algún mensaje de su parte. Desde que se fue, aquella era la única manera que teníamos de mantener el contacto.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro cuando vi el símbolo de un mensaje parpadeando en el monitor. Había llegado de madrugada, varias horas atrás, mientras dormía. Con un atisbo de esperanza lo abrí, sintiendo el ritmo de mis pulsaciones golpearme la sien.
"Querido Eren:
Te escribo minutos antes del ataque que pondrá fin a esta guerra. Las fuerzas de la Resistencia son cada vez más escasas y contamos con el factor sorpresa de nuestro lado. Esperamos que la estrategia del comandante Erwin para la defensa de Stohess dé resultado y los que se hacen llamar Titanes, los robots gigantes que ha creado la Resistencia, caigan de una vez por todas. Perdón por empezar así el mensaje, pero pienso que debías saberlo antes que nadie.
Solo tengo una mala noticia: nos han informado de que el Estado planea eliminar a todos los androides. Esos malditos bastardos quieren evitar a cualquier precio todo lo que pueda originar un nuevo levantamiento, por lo que los androides deben ser exterminados.
Me temo, amor mío, que eso te incluye a ti. Pero no te preocupes por nada. Partiré en cuanto finalice la batalla y me reuniré contigo. Solo espérame, y huiremos juntos tal y como prometimos, a un lugar muy lejos de aquí, cualquier sitio en donde no nos encuentren nunca. Quizás una isla desierta o un pueblo perdido… da igual mientras nos tengamos el uno al otro. Olvidaremos quiénes somos y de qué huimos. Solo espérame.
Te amo. Tuyo para siempre,
Levi"
¿Así que la guerra había terminado? ¿De verdad la humanidad había vencido? Eso significaba que Mikasa había muerto junto a la esperanza de la liberación de los androides, y un profundo pesar invadió mi pecho y se instaló en mi garganta. Una parte dentro de mí se sentía irremediablemente culpable de la derrota, mientras otra estaba feliz por el inmediato regreso de Levi y nuestro futuro juntos, cada vez más cercano. Pero algo no encajaba.
Levi había escrito ese mensaje minutos antes del ataque, pasada la medianoche. Miré hacia la ventana, donde el sol del mediodía entraba en el despacho, radiante. Habían transcurrido horas y las calles estaban vacías, nadie celebraba el fin de la guerra, y no había rastro de Levi, ningún mensaje que anunciara el éxito de aquella operación, ninguna señal de que estaba de vuelta.
Quería creerle. Realmente quería creer todas y cada una de sus palabras. Imaginar por un momento una vida junto a él donde el pasado no importase. Pero tenía la sensación de que había ocurrido algo.
Algo terrible.
Sin perder un instante, busqué las últimas noticias en internet, y los titulares me helaron por dentro. La humanidad había vencido, sí. La guerra había terminado, cierto. Pero era una victoria agridulce, porque las bajas se contaban por miles.
"La estrategia del comandante Erwin resultó demasiado arriesgada, poniendo en peligro dos tercios de los efectivos a su cargo", contaba la noticia más reciente que encontré. "Todos confiaban en su criterio y no discutieron ninguna de sus órdenes, que, aunque azarosas, sabían que les llevarían a la victoria. El resultado fue un éxito, pero a costa de la muerte de muchos soldados y oficiales, entre ellos el mismísimo Comandante. El Estado de la Nación ha declarado luto toda la jornada en honor a su leal sacrificio".
El nudo en mi garganta era cada vez más fuerte. La noticia continuaba con un listado de las personas caídas en combate, y sentí cómo mi batería se detenía al leer el apellido Ackerman entre los nombres.
"Ackerman, Levi. Capitán. …. Fallecido".
No podía ser verdad.
Un instante antes, la ilusión de su regreso y nuestra fuga me había colmado de felicidad, y ahora toda esperanza de que nuestra promesa se cumpliera se hacía añicos con solo una palabra. Fallecido. Muerto. Levi estaba muerto y el único destino que me esperaba era la destrucción.
Ojalá nada de aquello hubiera ocurrido, que nunca hubiera comenzado la guerra. Pero tampoco podía culpar a los androides; ellos vivieron en peores circunstancias bajo el mando de personas despreciables. Yo hubiera hecho lo mismo en su lugar, pero tuve suerte, la mayor que pudiera imaginar, y la desgracia de enamorarme perdidamente de Levi.
Unos fuertes golpes en la puerta principal perturbaron el ambiente lúgubre y enrarecido que asolaba la ciudad y la casa entera. Asustado, salí del despacho para escuchar mejor.
—¡Abran a la Policía Militar! —vociferaban en las calles—. ¡Por orden del Estado de la Nación, todos los androides deben ser entregados a la autoridades para su eliminación!
Aquello me despertó asco. Se había declarado luto oficial en todo el país para honrar el sacrificio de soldados y oficiales caídos, entre ellos Levi, y aquellas personas estaban casa por casa en busca de los androides fieles a la humanidad para ejecutarlos. Era una falta de respeto.
Cavilando sobre ello, me di cuenta de que nuestro amor nunca hubiese sido aceptado. Los humanos odiaban a los androides, nos veían a todos como la causa de la guerra, a pesar de haber permanecido sirviéndoles con fidelidad. Solo sentían odio, mientras que un sentimiento tan humano como el amor les resultaba incomprensible. El resultado hubiera sido el mismo si Levi siguiera vivo; le hubiese hecho infeliz, pues nuestros sentimientos serían rechazados por el resto del mundo, aunque él estuviera dispuesto a abandonarlo todo por mí y buscar un lugar donde pudiéramos estar juntos para siempre, lejos de los prejuicios de una sociedad tan avanzada que había olvidado cómo comprender el amor.
Ignoré los golpes de la puerta y los gritos del exterior, y seguí deambulando por el pasillo, mientras mi mente se llenaba de pensamientos cada vez más negros. Recordé los besos y las caricias que habíamos compartido antes de su partida, el calor de su piel rodeándome cada noche, su aroma a lavanda flotando en la habitación. También recordé las afiladas palabras de su tío hablando de mí como un objeto, las peleas de Levi protegiéndome de los insultos de la gente, las acusaciones de los ciudadanos en la plaza. Intenté figurarme qué ocurriría cuando consiguieran echar la puerta abajo. Nada, eso era lo que quedaba para mí.
No podía permitir que algo así sucediera. Pero, ¿qué podía hacer? Miré en todas direcciones en busca de una solución.
¿Escapar? ¿Para qué? Los pocos androides que quedaban desaparecerían poco a poco, perseguidos y exterminados en todas partes. Acabarían encontrándome tarde o temprano, y si no lo hacían los militares, cualquier otra persona me entregaría a cambio de unas cuantas monedas. La única solución era desaparecer para siempre.
Pasé al lado del cuarto de baño, desde donde podía oírse el constante goteo del grifo en la bañera vacía.
La única solución era desvanecerme en el aire, evaporarme. Terminar con mi existencia.
Mis pensamientos se detuvieron a escuchar. El silencio quedó ocupado por el incansable sonido de las gotas golpeando la cerámica al caer, atrapando mis sentidos y mi atención.
Entonces, tomé una decisión. Si mi destino era morir solo, lo asumiría al instante, sin contemplaciones. Nunca les daría la satisfacción de matarme.
Me adentré en el cuarto de baño y abrí el grifo al máximo, mirando absorto el agua caer, al mismo tiempo que me repetía una y otra vez que aquello era mejor que morir a manos de humanos que odiaban a los androides. Busqué una cuchilla de afeitar, que no tardé en encontrar en el armario sobre el lavamanos, y me giré hacia la bañera, casi llena en su totalidad, y cerré el grifo.
Durante unos minutos que me parecieron una eternidad, contemplé mi reflejo en la superficie lisa del agua. No había lágrimas en mis ojos, pero la tristeza y angustia que sentía por dentro se manifestaban en mi rostro compungido.
Me introduje lentamente, sintiendo el agua tibia envolver mi cuerpo helado y tembloroso, y negando cualquier sentimiento que me hiciera dudar de lo que estaba a punto de hacer. Unas ganas inmensas de llorar me asaltaban al pensar que nunca más sentiría los suaves labios de Levi sonriendo contra los míos en mitad de un beso, ni los dulces estremecimientos que me producían sus caricias recorriendo mi pecho, ni tampoco volvería a sentir su dedo trazar círculos sobre mi espalda hasta abandonarnos en los brazos de Morfeo.
Debía desaparecer.
Debía dejar de existir.
Susurré un "te amo" antes de hundir la punta de la cuchilla en mi piel, realizando un corte limpio que se extendía desde mi muñeca hasta la mitad del brazo. Mis mecanismos y el interior de los cables que recorrían mi cuerpo quedaron al descubierto, y a pesar del insoportable dolor, la herida no sangró, pues no había sangre que derramar.
Poco a poco me sumergí completamente en el agua y en mis pensamientos. Noté cómo el líquido se introducía en mi interior, inundando mis entrañas despacio, mientras mis párpados se cerraban y un agudo hormigueo circulaba dentro de mí.
De mi boca escapó un último suspiro, destinado a darle un beso de despedida en el Más Allá o donde sea que van las almas de los humanos al morir. La oscuridad absoluta inundó mis ojos, sumergiéndome en un sueño sin retorno.
.
Un dolor insoportable producido por una corriente eléctrica arrasó mi mente, haciéndome despertar de la inconsciencia. No escuchaba nada, solo un pitido constante, y mi vista tampoco era capaz de percibir nada, pues el lugar donde estaba se encontraba sumido en las tinieblas. Asustado y confuso, me encogí sobre mí mismo. Hacía frío, un frío insoportable, y olía a una mezcla de productos químicos y látex que conocía muy bien… estaba en el laboratorio donde mi crearon.
El pitido cesó poco a poco, y conforme se apagaba, una voz procedente de fuera de la sala llegaba a mis oídos amortiguada por la pared. Al principio me costó reconocerla, pero pronto supe que se trataba del doctor Jaeger. Parecía hablar con alguien.
—… es mi hijo, Eren —logré descifrar. Sonaba afligido, como si hablar le hundiera en una profunda tristeza—. Murió a los pocos minutos de nacer, al mismo tiempo que mi esposa.
Aquellas palabras hicieron eco en mi cabeza. Eren… su hijo… muerto.
Su voz comenzó a desvanecerse, hasta que se esfumó de la misma forma en que había llegado. Fue suficiente para que entendiera la razón de mi existencia, un instante antes de que mi mente se apagara por completo.
N/A: ¿Alguien ha dicho angst? Ya avisé que se venía drama y que este fanfic sacaba mi lado más cruel. Ya no soy así, de verdad, es el fanfic, que me recuerda a mi yo del pasado, toda dramática matando personajes para ver sufrir a los demás.
