¡Hola! Hemos llegado al último capítulo de esta historia, que es básicamente lo que mi mente (ShiIta) pensó que sucedió con Itachi tras la muerte de Shisui y todo el estrés psicológico y el autosacrificio que supuso para Itachi estar en Akatsuki, esperando el momento para luchar con su hermano.

Así que, ¡disfruten el capítulo!


[5]

You're so much bigger than the world I've made

So I surrender my soul

I'm reaching out for your hope

I lay my weapons down

I'm ready for you now

[ Ashes Remain, On my own ]


Decir que sigue con vida no es completamente cierto. Itachi siente que su alma fue encerrada dentro de un cascarón añejo, pero increíblemente difícil de romper. Y no es el único.

El Uchiha piensa en lo indignado que debe sentirse Sasori al respecto, y junto con ello, recuerda a los ninjas más poderosos que conoció. El mundo nuevamente está en guerra, los muertos de batallas pasadas han sido perturbados para luchar en contra de su voluntad, sometidos cual marionetas a los deseos de un titiritero oculto.

Muy tarde se enteró de que Kisame murió poco después de que el Edo Tensei se pusiera en marcha. Y no encontró señales de Shisui por ningún lado.

El círculo de odio continúa su ciclo, tanto en la guerra como en el corazón de su hermano. A fin de cuentas, la paz por la que Shisui y él lucharon sigue siendo una utopía.

Tuvo tiempo para sopesar lo que debía hacer mientras charlaba con Nagato (solo hasta entonces se enteró de su verdadero nombre). Las cosas se complicaron cuando ellos atacaron a Naruto y Killer Bee, bajo el control del Edo Tensei. Sin embargo, el Uchiha encontró el momento perfecto para liberarse del jutsu utilizando el Kotoamatsukami de Shisui.

(El de rizos siempre protegió a Itachi en el pasado, no es ninguna sorpresa que continúe haciéndolo después de muerto).

Mantiene el ritmo entre los árboles, cada paso más cerca de Kabuto. Aunque en realidad parece que está huyendo. Los gritos de Sasuke se escuchan a sus espaldas, y la comadreja no puede evitar preguntarse si la expresión de su hermano es la misma que él tuvo todas las veces que persiguió a Shisui dentro de su genjutsu.

Quien sabe. No puede tomar una pausa para confirmarlo. No cuando hay tanto en juego; no si él puede hacer algo para cambiar las cosas. Itachi no va a detenerse por más que la voz de Sasuke lo llame, pidiéndole explicaciones, reclamándole por alejarlo de él como siempre lo hizo. ¡Tan lleno de odio! ¡Tan poderoso, tan desviado!

«Para Sasuke esto es una venganza contra la aldea que hizo sufrir a su querido hermano.»

La aprensión se apodera del cadáver donde Itachi habita. Es como si el peso del mundo volviera a caer sobre sus hombros.

«Fallé, Shisui. Al final solo conseguí que Sasuke escapara de la aldea y se volviera un criminal. Ya no puedo usar tu ojo para cambiar las cosas.»

Itachi acelera el paso. No puede dejar pasar más tiempo.

—¡Ahora que estás muerto, ¿también vas a huir?!

—No estoy huyendo—replica la comadreja—. Ya te lo dije. Hay algo que debo hacer sin falta.

A medida que se aleja de Sasuke, la comadreja se pregunta si acaso el Shisui de su ilusión sintió algo similar cuando le daba la espalda, o si Shisui (el verdadero Shisui) lo abandonó porque entendía que su destino estaba más allá de lo que ellos tenían.

«Ojalá pudiera verte una vez más. Ojalá sea verdad que me estés esperando en algún lugar, ¡en donde sea! Quiero verte antes de que todo acabe. Permíteme despedirme de ti.»

Sin embargo, Itachi no usará el sharingan para escapar a Shisui por última vez. No sabe si será capaz de repetir el pasado sin sentir una puñalada atravesando su pecho. Y tampoco tiene tiempo; la situación en el mundo real ya es bastante grave.

Guardará todo lo que queda de él para detener al Edo Tensei. Para mostrarle a Sasuke la verdad que busca desesperadamente. Ese es el destino de Itachi.

Ese es su final.

Cuando el último recuerdo se proyecta en la mente de Sasuke, Itachi siente una tremenda ligereza. Sus ojos finalmente dejan de funcionar y, a medida que su conciencia se desvanece, él se balancea sobre sus pies, emprendiendo su último camino.

Su hermano menor lo mira abrumado, con los ojos grandes y expectantes del niño que alguna vez fue (qué terrible haberles arrebatado ese brillo, ¿verdad?). Itachi desea que los vestigios de ese cuerpo le den un poco más de energía para llegar hasta él.

«Ya es hora, Itachi». La voz de Shisui resopla en su nuca suavemente, como si estuviera detrás de él, alentándolo, dándole el último empujón que necesita para alcanzar a Sasuke.

Entonces, la sonrisa tiembla en los labios moribundos del moreno. Quién sabe si su sacrificio marcó alguna diferencia. Pero, por primera vez después de tantos años, Itachi se siente en paz. Una oleada cálida de amor lo invade ante la expresión en el rostro del Uchiha más joven. Las lágrimas se acumulan en sus ojos muertos.

—Nunca tienes que perdonarme— Itachi sabe que ésta es su última despedida, así que no pretende alejar a su hermano con un toque en medio de las cejas. No, lo atrae hacia él hasta que sus frentes se tocan Y las palabras que siempre tuvo guardadas brotan desde el fondo de su corazón—. Pase lo que pase a partir de ahora, siempre te amaré.

El cadáver cae al suelo con un ruido hueco; el último de los Uchiha se queda solo entre las penumbras de aquella cueva. Las almas de los revividos fueron liberadas y la mente de Kabuto yace en un lugar inaccesible, atrapada en un bucle sin final.

A Sasuke le toma una eternidad caer en cuenta de que su hermano está muerto.

Itachi no sabe por cuánto tiempo ha estado contemplando el reflejo que le devuelve el agua: Su piel ya no está curtida, su esclerótica vuelve a ser blanca. No hay rastros del muerto viviente que fue ni de la enfermedad que lo marchitó durante años. El agua le cubre por debajo de las rodillas y no logra ubicar el límite del río entre la negrura.

Está solo.

Pero sabe que está en Nakano, pues el tenue olor de la cascada llega hasta su nariz. A lo lejos, escucha el sonido de los árboles meciéndose por el viento.

Levanta la mirada. Frente a él hay una pequeña luz azul que destella entre la oscuridad. Itachi piensa en una luciérnaga cuando ésta se mueve y luego parpadea, invitándolo a seguirla.

El chapoteo de sus pies sobre el agua rompe el silencio con cada paso que da, aunque Itachi está seguro de que él es la única persona en ese lugar. Probablemente es su propio limbo, donde merece estar por todas las cosas que hizo, y por las razones que tuvo para hacerlas.

Eso, a fin de cuentas, es mejor que un infierno, definitivamente mucho más cálido que la nada que lo envolvió cuando murió por primera vez. Nakano es un lugar preciado para él. Pero, aun así, sabe que no tendrá la oportunidad de volver a ver a sus seres queridos. Shisui y sus padres están muy lejos de él.

Mientras sigue la luz, se percata de que su cuerpo es etéreo, igual que si florara sobre la superficie del río. El peso del mundo ha abandonado sus hombros y ahora se siente extraño, aunque quizá esa es la forma natural de las cosas: como cualquier persona debería sentirse.

Sin pérdidas, sin dolor. En paz.

«Itachi.»

De pronto, el corazón de Itachi late poderosamente y un cosquilleo electrizante recorre cada fibra de su cuerpo. Es sorprendente que pueda experimentar esas sensaciones a pesar de estar muerto, aunque quizá esa voz solo sea un truco de su cabeza. Ha estado caminando durante horas y esa luz no parece llevarlo a ningún lado.

El pulso errático de su corazón no se detiene.

«Estoy aquí contigo, Itachi.»

Pero el tiempo (si es que hay algo parecido en ese lugar) sigue su curso, como granos de arena cayendo en un reloj sin fondo. Poco a poco, Itachi comienza a convencerse de que ese Nakano no tiene fin. Y está tan cansado de sentir lástima por sí mismo que su rostro se vuelve adusto, abandonando cualquier rastro de emoción.

Como si se compadeciera de su misera, la luz parpadea y su brillo se extiende en el momento en que la comadreja presta atención, revelando la figura del muchacho que está frente a él: los hombros anchos, la desordenada melena rizada, los ojos tan negros como el plumaje de un cuervo y esa sonrisa cálida. Esa maldita sonrisa de poderes contrastantes que siempre mantuvo cuerdo a Itachi y al mismo tiempo envió su corazón hasta las nubes.

Todo lo que compone a Shisui está frente a sus narices, e Itachi es incapaz de creerlo. ¿En qué momento volvió a ser presa de sus ilusiones?

—¿Qué hay con esa cara, Itachi? —La voz de Shisui llega a Itachi desde afuera, no desde su cabeza. El corazón de la comadreja se encoje, la humedad encapsula sus ojos. Sin embargo, mantiene la mirada fija sobre el hombre que le está sonriendo: ese que es más alto que él, ese que porta con orgullo la banda protectora de Konoha y el emblema de la Policía Militar. Su rostro es tan suave, tan…—. ¿No estás feliz de verme?

Itachi ni siquiera puede exhalar el aire contenido en su manzana de Adán. Todo se siente como si estuviera vivo, como si la muerte lo hubiese arrojado a un pasado más allá de las tinieblas, cuando Shisui volvía de una misión junto a su escuadrón y se reunía con él, en Nakano.

«¿Qué hay con esa expresión, 'tachi? ¿No estás feliz de verme?» El de cabello rizado siempre le hacía esas preguntas antes de acercarse y tomar su mentón para besarlo, dejando sobre sus labios un mensaje implícito que removía las entrañas del pelilargo, plantando un rubor en cada centímetro de su cara: «Estoy en casa. Tú eres mi casa.»

—¿Eres una ilusión? —Itachi pregunta sollozando, con los pedazos de su alma quebrándose, sintiéndose tan pequeño.

Teme parpadear porque no quiere estar solo cuando abra los ojos. Quiere acercarse, pero le aterra que Shisui se desvanezca en el momento en que lo toque, o que esos ojos vuelvan a desangrarse y que de pronto las tinieblas consuman la luz azul que flota sobre ellos, arrebatándole a Shisui por vez infinita.

(¿Ese es su castigo? ¿Recuperarlo y perderlo hasta el fin de los tiempos?).

La exhalación de Shisui sopla las pestañas de Itachi. El pelilargo pierde el aliento cuando siente la mano cálida del muchacho sobre su mentón, tirando de él suavemente antes de que Shisui presione sus labios sobre los de la comadreja en el más casto de los besos.

Las piernas de Itachi flaquean. No puede resistirlo, sus rodillas se sumergen en el agua. El mar encerrado en sus ojos comienza a desbordarse y él se cubre el rostro entre sollozos, incapaz de controlar la avalancha de sentimientos que penetra en su corazón hasta el punto de sobrecargarlo.

Entonces, Shisui se inclina. Encierra entre sus brazos a Itachi al igual que si abrazara a la más frágil de las criaturas. Y aunque los espasmos del pelilargo ceden durante un instante, su llanto se hace todavía más intenso con las caricias que el otro Uchiha deja sobre su espalda.

—¿Eres tú?

A Itachi le aterra que la persona frente a él solo sea un glamur. Le aterra volver a perderlo de la forma más cruel.

—¿Escuchaste lo que te dije? —inquiere el mayor, dejando su mentón sobre la cabeza de Itachi mientras su cuello se cubre de las lágrimas calientes del otro—. ¿Al menos recuerdas la promesa que te hice?

—Prometiste que nunca te irías de mi lado.

La comadreja sujeta con fuerza la ropa de Shisui, tirando del Uchiha como si quisiera fundirse en él. Pero la verdad es que sus manos tiemblan. No queda nada de la coraza fría de la que tanto hablaba Kisame. Itachi no es un tipo frío, en este momento simplemente está roto.

Y si Shisui no desaparece, él finalmente podrá desahogarse.

—¡Pero te fuiste! ¡Me dejaste solo! —Él no habla desde su complejo de mártir, sino desde todas las emociones que nunca se atrevió a soltar—. ¿Por qué tú y yo siempre tuvimos que sacrificarnos? ¿Por qué ni siquiera pude tenerte a mi lado? —Las palabras acumuladas trastabillan por su lengua, sobreponiéndose unas con otras, pero Shisui es capaz de entenderlo perfectamente—. Yo no pude protegerte…

Una sombra cubre los ojos de Shisui. Itachi falló en su intento por reclamarle; se está culpando a sí mismo nuevamente. ¿No puede, al menos por una vez, ponerse a él antes que a los demás? ¿No puede reconocer que su humildad a veces resulta más un castigo que una virtud?

—Fue mi decisión. Todo lo que hice lo hice por ti, por tu familia, por el clan, por todo lo que es importante para nosotros, ¿de acuerdo? Y volvería a hacerlo si fuera necesario. Pero de saber que ibas a cargar con la culpa de todo…—Shisui hace una pausa. Los espasmos vuelven a Itachi, y Shisui se toma un momento para tranquilizarlo, acariciando suavemente las hebras lacias del moreno—. No rompí mi promesa, nunca me fui de tu lado.

—Lo hiciste—replica la comadreja—. No estabas, Shisui. Tuve que buscar la manera de escapar a ti cuando sentía que ya no podía más, pero incluso en mis ilusiones tú te fuiste.

—Supongo que fallé en demostrártelo. Siempre hay cosas que están fuera de nuestro control.

—Lo siento, ¡lo siento tanto!

El de cabello rizado suelta una risa cariñosa.

—¿Por qué te disculpas? ¿No soy yo el que debería disculparse?

—Todas las cosas que hice…—¿Cómo puede explicárselo? ¿Cómo puede decirle a Shisui que asesinó al clan que tanto lucharon por proteger? ¿Cómo decirle que el mundo nuevamente está en guerra y que la aldea ha visto más sangre derramada desde la muerte de Shisui? —. Quería… en verdad… yo quería cumplir tu voluntad, pero…

—Nunca escuchas nada de lo que te digo, ¿verdad? —interrumpe el de cabello rizado—. Itachi: No me fui. Conozco el camino que recorriste y todas las cosas que lograste. No me fallaste. Tú eres más de lo que este mundo merece. Deja de pensar que fuiste hecho solo para sufrir.

Las manos de Itachi aferran la ropa del más alto. El breve silencio y los temblores que lo sacuden son evidencia de la sorpresa que siente al caer en cuenta de que Shisui conoce toda la verdad. El sentimiento contrastante de vergüenza y alivio es monumental. Itachi tiene los ojos cerrados, su rostro apretado contra el pecho del otro muchacho. Luce tan pequeño como una margarita.

—No me voy a ir—declara Shisui.

—¿Sigue siendo una promesa? —pregunta la comadreja. Su voz ha perdido el tono grave, conservando su inocencia más pura, igual que un diamante luciendo su fulgor bajo capas y capas de vidrio opaco.

Entonces, cuando Itachi levanta la cabeza, Shisui se encuentra con un pequeño de diez años. Se trata de aquel niño que conoció en el campo de entrenamiento del clan, a quien le enseñó trucos infantiles con kunais y técnicas de rastreo en el bosque. Con quien cenó pescado y té a la orilla del río, bajo un cielo nocturno cubierto por estrellas.

En realidad, no importa si es un niño prodigio, líder de escuadrón ANBU, miembro de Akatsuki o un peón revivido en una guerra sin sentido. En todas sus formas, él es el Itachi que Shisui ama con toda su alma.

—Es una promesa, Itachi.

Shisui le revuelve el cabello lacio y los ojos de la pequeña comadreja se entrecierran. Su mirada se vuelve curiosa cuando la luz azul desciende hasta posarse sobre las palmas del mayor.

—¿Qué es eso?

—Oh, ¿esto? —inquiere Shisui. El menor asiente—. Esto nos llevará a casa.

Shisui se pone de pie, extendiéndole una mano a Itachi. Pero la expresión del niño se ensombrece, él desvía la mirada hacia la oscuridad.

—¿Qué sucede? —pregunta el de cabello rizado—. ¿No quieres ir?

Los labios de Itachi se presionan, sus pupilas tiemblan dentro de sus ojos, todavía húmeros por las lágrimas.

—Sí quiero—murmura la comadreja en voz baja—. Es solo que… estoy tan cansado.

Aquella confesión plasma una sonrisa triste en el rostro de Shisui. Ver a Itachi en su estado más inocente le hace recordar la infancia que le fue arrebatada y lo rápido que este mundo lo obligó a madurar. Es como si Itachi hubiese nacido para cargar con el peso del mundo, y ahora que finalmente se libera de él, su cuerpo entumido, quebrado y exhausto, suplica por un descanso.

A pesar del nudo en su garganta (porque Itachi no le debe nada a nadie más que a sí mismo), Shisui exhala una pequeña risa, inclinándose nuevamente, dándole la espalda a la comadreja.

—Qué remedio—dice alegremente, e Itachi lo mira con ojos grandes—. ¿Cómo podría negarte algo si me miras con esos ojos, Itachi?

«¿Cómo podría negarte algo si se trata de ti?»

Lentamente, el niño se acerca y se acomoda sobre la espalda de Shisui. Se aferra al cuello del pelinegro, dejando atrás todo lo que lo acompañó durante años: los estragos del dolor, el mangekyou, la culpa y los fantasmas de su pasado. Se deshace de todo, purgándose y enroscando lo mejor que puede sus piernas delgadas alrededor del torso de Shisui.

—¿Estás listo? —pregunta el mayor mientras se pone de pie, afianzando el agarre y dedicándole una mirada de soslayo a la pequeña comadreja que acomoda la cabeza sobre su hombro—. Tus padres están ansiosos por verte, Itachi.

El menor asiente antes de que Shisui comience a caminar al paso de la luz azul. Itachi la observa, anonadado por la sensación cálida que invade su pecho, por lo ligero que se siente sobre la espalda de Shisui. Ese fue el lugar donde siempre perteneció, y está feliz porque sabe que no tendrá que viajar solo nunca más.

Así que se hunde más sobre el hombro de Shisui, recargando la mejilla en la curvatura del cuello del mayor. Las memorias libres de tinieblas regresan a él: recuerdos de su madre sonriéndole, de Fugaku diciéndole que está orgulloso de él, y de Sasuke abrazándolo con entusiasmo en el recibidor de la casa.

De pronto, ya no resulta tan difícil abrazar a Shisui, pues la espalda del mayor se ha vuelto más angosta; su pecho es más accesible a las pequeñas manos de la comadreja. Y cuando Shisui se gira para verlo, Itachi observa el rostro del niño que lo llevó a casa sobre su espalda hace tiempo, aquel que le prometió que nunca lo traicionaría. El ancla que siempre mantuvo sus pies sobre el suelo.

—Nos volvemos más fríos a medida que envejecemos, ¿verdad? —inquiere Shisui, una pequeña sonrisa cómplice en sus labios—. Ya no tienes que preocuparte, Itachi. Puedes descansar cómodamente durante el camino, que cuando despiertes, yo seguiré a tu lado.

Tal vez eso es lo que Itachi siempre necesitó escuchar en los momentos que la enfermedad y sus demonios fueron más fuertes que él: Que necesitaba descansar, que estaba bien no cargar con el peso de todo. Y que Shisui estaría a su lado cuando despertara.

—No quiero dormir, Shisui.

—Está bien—le promete la voz del niño de cabello rizado —. Ahora todo está bien, Itachi.

La comadreja afianza su agarre, dispuesto a nunca soltarlo. Y a medida que la luz azul guía su camino, Itachi ni siquiera necesita cerrar los ojos para sentir que está descansado. Porque sabe que el niño que lo lleva sobre su espalda es Shisui, el verdadero Shisui. No el de sus escapes, ni el de sus memorias; no el que había fabricado para hacerse la vida menos difícil.

No la luz de una vela, ni una pequeña antorcha, sino el sol entero.

Shisui.

FIN


¡Muchas gracias por leer!

Lo cierto es que escribí esta historia el año pasado, cuando mi amor por esta pareja comenzó a aumentar a niveles insospechados hasta convertirse en una de mis OTP supremas (y la única semi-canon de ellas, je). Pero hasta apenas me decidí publicarla aquí; y quizá también suba mis otros ShiIta que tengo escondidos.

¡Pero ya! ¿Qué les pareció?

De nuevo, gracias por leer y comentar (uwu)