Bloodlust era una máquina de destrucción. Los gritos de pánico inundaban las calles aquella tarde, mientras enormes trozos de escombros y cristal se desplomaban desde uno de los edificios y se estrellaban contra el suelo. El gigantesco robot se había lanzado desde el aire contra él, se había encaramado a sus paredes y lo destruía frenéticamente con las manos, pies y cola. A cada tirón de sus brazos, los escombros caían a plomo a la calle y aplastaban a los civiles a su paso, lo que parecía importarle poco. Nadie sabía de dónde había venido: había caído desde el cielo, furiosa, desatada, había chocado contra el edificio y había empezado a destruir.

Los héroes de la zona habían empleado todos sus recursos para evacuar a los civiles y repeler las rocas antes de que lesionaran a alguien. Gracias a eso, Magne tuvo todo el tiempo del mundo para ir vaciando las cajas registradoras del establecimiento.

Una monstruosa pata hizo estallar la pared acristalada junto a ella y hundió las garras en el suelo encerado, tras lo que la voz metálica de Bloodlust resonó entre los pasillos del local.

—¡No te olvides la comida! Shigaraki pidió comida.

Big Sis resopló, agobiada, y se volvió de lado a lado. Las cajas eran fáciles de saquear, pero ponerse a rebuscar en las estanterías… Vaciaría lo que pudiera: era mejor comer varios días de lo mismo que simplemente no comer.

Una vez llenó la bolsa de provisiones, la cerró de un golpe seco y se la cargó al hombro.

—¿Tú comes? —vociferó cuando pasó corriendo junto al boquete abierto.

Las fauces negruzcas del robot asomaron junto al agujero con sus característicos y erráticos chasquidos mecánicos. Clac, clac, clac.

—Necesito aceit… —Un golpe seco la interrumpió y le lanzó la cabeza contra la ventana, errando a Magne por muy poco. El robot perdió el equilibrio y apoyó el peso en la pata, llevándose en su caída estanterías, paredes, columnas y suelo. Magne entendió que era el momento adecuado de coger el aceite para su compañera y emprender la huida.

—¡Toma eso, villana! —gritaba Mt. Lady frotándose el puño dolorido. La heroína dio un paso atrás: aunque Bloodlust se había quedado atrapada temporalmente bajo los escombros, su cola daba furiosos latigazos al aire, enarbolando su punta terminada en cuchilla. Un paso en falso, y Mt. Lady se la encontraría clavada entre las costillas.

El robot siseaba, visiblemente alterado, tratando de sacarse el techo derrumbado de encima. No podía transformarse, o la aplastarían los escombros y le sería imposible huir, así que usaba su único brazo libre para tratar de liberarse. ¡Si no estuviera allí Magne, lo volaría todo por los aires!

Mt. Lady chasqueó la lengua. A ese ritmo, Bloodlust escaparía antes de que llegaran los refuerzos… así que se agachó y agarró la pierna del robot. Tiró de ella con todas sus fuerzas, lo que acabó de desequilibrar a Bloodlust y derrumbó todo el edificio sobre ella con un estruendo ensordecedor.

—¡Big Sis!

El robot se retorció y, con un rugido agudo, logró liberar la pata encallada en la ventana. Con ella aferró el brazo de la heroína y, en cuanto sus garras se hundieron en su piel caliente y blanda, un grito se abrió paso entre las nubes de polvo:

—¡Carga positiva!

Al mismo tiempo, un brillo rosado se apoderó del cuerpo de Mt. Lady… y Bloodlust se escurrió entre sus dedos como arena. Las minúsculas piezas de su cuerpo se soltaron unas de otras e impactaron como proyectiles en el cuerpo de la heroína, que trató en vano de evitar que el metal implacable del robot siguiera pegándose a ella.

—¿¡Qué es esto!?

La mujer retrocedió, aterrada, hasta que el brillo desapareció y el cuerpo de Bloodlust cayó pesadamente al suelo. Magne corrió hasta ella mientras, entre crujidos y chasquidos, el robot recuperaba su forma, mucho más pequeña, y se construía un par de alas.

—¿Estás bien?

Bloodlust asintió, aunque toda su energía se había quedado atrás y temblaba ligeramente mientras terminaba sus propulsores. No apartaba la mirada de Mt. Lady, que la buscaba entre los escombros.

—Agárrate, hermana.

Magne se colocó inmediatamente en el hueco que ella le hacía en su vientre y se aferró a sus antebrazos. Cuando las piezas de Bloodlust se hubieron cerrado correctamente a su alrededor, el robot echó a correr y, de un salto de sus poderosas zarpas, los propulsores estallaron y remontó el vuelo.

Mt. Lady alargó el brazo demasiado tarde, y Air Jet no llegó a tiempo.

Una vez libres de perseguidores, ambas villanas suspendidas en el aire, Bloodlust descendió ligeramente y aminoró la marcha. Magne pudo respirar aire fresco al fin.

—Tuve hermanos una vez —murmuró repentinamente el robot. Su voz retumbó en la cabina que había preparado para su compañera dentro de su torso—. Llegué a odiarlos hasta el punto de sentirme enferma. Despreciaba el mero concepto de nuestro parentesco. Pero a ti… Me gusta llamarte Big Sis.

Magne sonrió. Pasó una mano por los agarres que la ataban a ella y los estrechó entre sus dedos.

Al mismo tiempo, Amelia se dejaba acompañar por Dabi a un lugar aislado que todavía no conocía. La nave era tremendamente grande, sucia y con las ventanas tapiadas. Estaba oscura, llena de polvo y, por un momento, la chica se volvió hacia el villano con una ceja arqueada.

—Mira, si lo que querías era estar conmigo a solas en una nave abandonada, podrías…

Él puso los ojos en blanco.

—Eso después. Cállate y sígueme.

Ella lo miró con los ojos como platos, gratamente sorprendida. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. ¿Sí? ¿En aquella nave abandonada, ellos dos? Salvaje, emocionante. Pero primero lo primero: Dabi le había prometido enseñarle algo importante, aunque había insistido en que no era algo que Tomura tuviera que gestionar. Amelia lo dudaba; pero sabía que el chico solía ir más bien por su cuenta. Por eso a Shigaraki le gustaba que empezaran a juntarse tanto: porque la sirena sí le era fiel, y era una buena forma de mantenerlo informado.

Ambos anduvieron en silencio un buen rato a través del espacio vacío. Sus pasos resonaban amortiguados en el ambiente cargado de polvo. Al final de la nave, unas cortinas tapaban el acceso a una zona que se había usado de almacén. Cuando llegaron a ellas, Dabi se detuvo en seco.

—Hay alguien que me ha pedido ayuda para probar ciertos… juguetes —murmuró—. Creemos que tú también podrías darles un buen uso.

Amelia no dijo nada. Dejó que su compañero agarrara la cortina con una mano y se la llevara pacientemente: la tela se abrió revelando tres jaulas con sendas extrañas criaturas dentro. La joven se acercó, con el ceño fruncido, y examinó sus cuerpos inmóviles. Era difícil de discernir en la oscuridad, pero eran figuras antropomorfas… con el cerebro al descubierto. Amelia dio un paso atrás.

—Nomu.

Dabi se acercó a las jaulas sacudiéndose las manos. Abrió una de ellas, pero la criatura de dentro no se inmutó.

—El que los fabrica… quiere que los probemos y vayamos informando.

—Pensaba que los fabricaba All for One.

Como no recibió respuesta, Amelia se metió en la jaula y examinó al nomu pacientemente. Era difícil decir qué singularidades poseía con tan poca luz...

—No tienen voluntad —explicó el chico mirándola de reojo. Encendió las puntas de sus dedos para iluminar ligeramente el lugar—. Solamente obedecen las órdenes de sus amos o de las personas que sus amos les indiquen.

Ella puso los ojos en blanco.

—Oh… conozco a alguien así.

Él hizo una pausa, evaluando el comentario de ella, pero consideró que no iba dirigido a él y lo dejó pasar humedeciéndose los labios.

—Solamente tienes que sacarlos a pasear. Comprobar cuánto duran, cuánto pueden destruir, a cuánta gente pueden matar antes de que los derroten. Cuando eso pase, intenta recuperarlos. Son limitados.

Ella salió de la jaula y se acercó a los barrotes de las otras dos. Uno de sus habitantes levantó la cabeza con un gruñido húmedo, aunque no tenía ojos para mirarla. De sus labios chorreó un reguero pegajoso de baba, espeso y de olor penetrante, que cayó al suelo con un burbujeo. El olor a quemado inundó la estancia y Amelia ladeó la cabeza. ¿Ácido?

—¿Cuándo?

—Cuando quieras, como quieras. —Dabi salió también de la jaula y se ocupó de cerrarla—. Mientras hagas tu trabajo, me importa poco.

Ella puso los ojos en blanco. Aquellos pequeños momentos de puro desdén de él le resultaban repulsivos. Ese desinterés por todo, salvo por él mismo, solamente era atractivo cuando ella quería que lo fuera; pero trabajar con él en ese sentido era una pesadilla. Él hacía lo que quería, luego ella lo seguía y cumplía sus órdenes. Porque, a pesar de que en la Liga sabían que Amelia tenía más poder que todos ellos, Dabi se empeñaba en creer lo contrario. Tal vez por eso la había metido en aquello, para tenerla, por una vez, bajo sus órdenes.

—Bien. Lo gestionaré, pues. Ahora…

Hizo un gesto al chico para invitarle a salir de la sala. Él lo hizo y fue a cerrar las cortinas sin prisa alguna, andando con una mano en el bolsillo de la gabardina. Por suerte, esta vez la tela levantó menos polvo. Amelia lo esperaba poco más allá, frotándose las manos con gesto pensativo; sin embargo, él se dirigió hacia ella con grandes zancadas y una sonrisa retorcida acuchillada en el rostro.

—Ahora, lo siguiente.

Lanzó una mano adelante y agarró el cuello de Amelia para empujarla hacia atrás. Ella, sonriente y electrificada por la impaciencia, retrocedió obedientemente hasta que sus piernas chocaron con una máquina hace ya tiempo estropeada. Se sentó en ella muy, muy lentamente, pero Dabi era menos ceremonioso: se colocó entre sus piernas, le agarró los muslos con las manos y se lanzó a sus labios con un gruñido.

Sí; ellos dos. Salvaje, emocionante. Agónico.

Y él tenía el control.

Bloodlust

Edad: 5

Don: -

El cuerpo de Bloodlust está hecho de pequeñas piezas magnéticas. Las puede manipular a voluntad siempre que se mantengan en un radio de hasta 3 metros de ella, con lo que puede aumentar de tamaño o cambiar de forma como quiera. Si pierde piezas las puede regenerar a base de devorar otros metales, pero le requiere mucho tiempo. Si no se engrasa a menudo, chirría al moverse.

Altura: variable (usualmente 3,06m)