San Telmo, Buenos Aires.
Aquella jovencita, tan distinta a las varias personas que trabajaban en ese geriátrico, era la razón de las principales preocupaciones de la señora Stella Colombo. Ellas habían congeniado de maravillas desde el primer momento en que la muchacha había pisado ese lugar, hace dos años ya, habiéndose adoptado mutuamente como abuela y nieta y conociendo absolutamente todo la una de la otra, tanto lo bueno como lo malo. Por supuesto y debido a todo, Stella sabía perfectamente cuando algo andaba mal con su cuidadora favorita.
-¿No vas a decirme lo que te pasa?- Cuestionó la anciana, una vez más.
-Bueno, el otro día estuve con fiebre y últimamente no pude descansar bien.- Respondió, mientras reposaba un momento sentándose a su lado.
-Y, ¿por qué?- Continuó insistiendo. Azula la miró, apenada. -Si no me lo dices, voy a tener que preguntarle yo al chico.
-No puedo dormir bien estando ese tipo en casa.- Hizo una mueca. -Además, Shingo está pasando mucho tiempo con una chica allá. Según él, la vez que tuve fiebre lo llamé y hablamos sobre ella y sobre otras cosas que no quiso decirme, pero yo no me acuerdo haberlo llamado. Dice que solamente es una amiga, pero es tan listo que sale a comer con ella a todas partes y se fotografían juntos. Las redes hablan, ¿viste? Creo que me toma por estúpida.
-Creo que, una vez más, estás dejando que tus problemas te superen.- Le sonrió Stella, dulce. -No te desquites con el pobre chico. ¿Y si te dice la verdad? Además, tienes a su hermana de tu lado y ella te dijo que, siendo tu amiga, no lo cubriría si algo así llegase a ser verdad.
-Es verdad...- Suspiró. Realmente estaba siendo injusta con el pobre de Shingo, que tanto se estaba esforzando por hacerla sentir apreciada aún teniendo un océano entre ambos. -Si cambiara de color con los celos, estaría... ¿De qué color son los celos?
-Verdes.
-¿Verdes?- Se sorprendió, continuando con su rabieta. -¡Bueno, estaría como la Princesa Fiona convertida en ogra!
-Ese es tu problema, estás celosa.- Se rió con picardía. -¿Por qué no se lo dices y ya?
-¿Estás loca? ¿Voy a obligarlo a elegir? No quiero que piense que soy tóxica o algo así. ¡Solo quiero que sepa que me hierve la sangre al ver las imágenes que se suben a las redes! ¡Es un futbolista reconocido! ¡¿No puede ser un poco más cuidadoso con sus... salidas?!
-Si no le dices que te hace sentir mal con eso, va a seguir haciéndolo.- Dijo Stella, divertida por el arranque de celos de la chica.
-Pero... ¿y si lo toma a mal?
-Si lo toma a mal, no te quiere.- Respondió, sin titubeos.
-Stella...
-Si se lo haces entender e intenta solucionarlo, ten por seguro que te quiere tanto como lo dice. Y si se lo toma a mal, te cree insegura o en una posición que no te corresponde, es porque no te quiere.
-Hermoso el tacto que tenés. ¿Realmente quiero saber si me quiere o no así, sin filtros?
-Algún día tendrías que saberlo.
-Cierto.- Asintió. -Tengo que decírselo, solo tengo que pensar en cómo.
-Así tendrás un drama menos y podrás enfocarte en lo más complejo.
-Sí. Esto está revolviéndome los sesos, pero si al menos me logro convencer de que Shingo me apoya y se preocupa por mi...
-Y que te quiere.- La anciana soltó una risita pícara. -Es un chico tan bueno y bonito. Si no actúas rápido, va a terminar siendo tu abuelo del corazón.
-¡Bueno, bueno!- Se quejó Azula, soltando una risa después.
Tal como le había indicado la nonagenaria, Azula se había percatado que tanto en este caso como en cualquier otra situación de la vida lo mejor sería dejar de pensar tanto y simplemente intentar comunicarse con el futbolista, porque si de algo se diferencian los humanos del resto de las especies, es de la enorme capacidad de comunicación (hay excepciones, claro).
Entonces, con su almuerzo delante suyo y un breve tiempo de una hora, inició una videollamada. Sabía que Shingo no estaría precisamente ocupado, ni siquiera si hoy le hubiese tocado entrenamiento por la tarde, pues éste hubiese acabado hace media hora ya.
-¿Qué pasa que no contestás, Príncipe del Sol?- Bufó la castaña, mientras veía con aburrimiento aquel sandwich de lomito que se había comprado. -Seguro que estás con esa zorr... ¡hola!- Saludó, sonrojada por la pena, al ser recibida la llamada. Sin embargo, un muchacho bastante distinto a Shingo atendió.
-Lamento haber contestado su celular, él ahora está...- Musitó, viéndose notoriamente preocupado, observando hacia todos los lugares de la banca como si de objetos asombrosos se tratase. -Está un poco ocupado ahora. Tú debes de ser Azula, ¿cierto?
-Sí, soy yo. Es todo un gusto, Bobang Bomani, mediocapista ofensivo de Albese y de la Selección Nigeriana.- Le sonrió ella. -Ahora, ¿vas a ser bueno y a decirme en dónde está Shingo?
El futbolista miró al aparato con sorpresa, sintiéndose inmediatamente intimidado por la muchacha, aunque ella mantenía su linda sonrisa.
-No puedo hacerlo.- Negó, nervioso. -Él... Él es bueno... ¡lo juro! No quiero... No quiero hacerte mala sangre, con tu condición...
-¿Mi... condición?- Parpadeó, desentendida con la actitud del nigeriano. -Shingo está con esa chica, ¿cierto?- Quiso saber, aunque en un no muy buen tono.
-¡N-No, no es eso!- Bobang enrojeció.
-Juralo.
Suspiró. Hizo todo lo que pudo, pero no podría mentirle a alguien que lo miraba directo a los ojos. Así lo habían criado y ese era el pensamiento que tenía.
-Solo... no vayas a sentirte mal.- Dijo, para luego cambiar la cámara frontal por la normal.
Azula frunció el seño al ver tal imagen. A lo lejos se podía verlo a él, muy contento, en compañía de una hermosa chica de cabello corto castaño. Ella sonreía ante alguna cosa dicha por él y podía verse cómo le colocaba su mano en la rodilla al chico, a quien no parecía disgustarle o incomodarle dicho acto. Bobang regresó a la cámara, encontrándose con una latina roja e iracunda.
-No te molestes, por favor.
-Estoy invadida por una ira asesina.- Murmuró, arrugando la nariz. -Sin embargo...
-¿Eh?
-No voy a malpensar hasta no haber hablado con él sobre el tema "Amelia".- Dijo, muy calma. -Shingo no es un idiota.
-Me alegra que lo entiendas.- Sonrió el mediocampista, aliviado. Ella enarcó una ceja, mirándolo por la cámara.
-Pero esa actitud tuya, tan preocupada y nerviosa, podría haberlo hecho meter en problemas.
-Yo...- Sonrió nervioso, rascando su nuca. -...no puedo con chicas como tú. ¡Eres demasiado persuasiva!
-Lo sé.- Rió.
-¿Bobang?- Se oyó a Aoi llegar. -¿Con quién estás hablando?
-Con Azula. Vaya chica, ¿eh? Da miedo.- Respondió, con una sonrisa nerviosa.
-¿Con quién?- Otra voz se oyó, muy suave y femenina, claramente desentendida sobre el nombre oído.
-Es... una chica de Argentina.- Respondió el japonés, mediante una apenada y temerosa risita.
Tal cosa fué lo último que alcanzó a oír, pues Aoi tomó el celular y sin siquiera verlo ni culminar con la llamada procedió a apagarlo. Sin embargo, la reacción asustada del chico no le afectó tanto como aquel "una chica de Argentina" que le había mencionado a la famosa Amelia, minimizando la persona de Azula casi al punto de una insignificante hormiga, casi como aquellas palabras la habían hecho sentir.
Luego del momento, continuó con su almuerzo, más por obligación que por hambre. En su trabajo debía mantenerse firme y serena, debía encerrar el torbellino de sensaciones que le había provocado aquel desprecio en lo más profundo de su ser.
-Ah, ¿sí? Con que vamos con esa.- Musitó, sintiendo más rabia que cualquier otro sentimiento de desazón.
Hacía tiempo que no recibía un baldazo de agua helada de tales magnitudes.
Ezeiza, Buenos Aires.
Como buen mejor amigo, había ignorado el hecho de que aquella sea la casa de su ex pareja (o casi) y había acudido igual sin invitación, sin aviso y sin siquiera encontrar una sola señal de vida en aquel lindo departamento. Varias veces había intentado comunicarse con Azula Amelie en el día y todas y cada una de sus llamadas habían sido rechazadas de inmediato. Con tales noticias recientes y también con aquello respecto al nuevo casi inquilino, le fué imposible a Gerónimo no preocuparse.
-¿Hola?- El muchacho, al notar que ni Sharon ni Ramiro se encontraban, ingresó mediante la llave que sabía, ambas escondían en un pequeño hueco sobre el marco de la entrada.
Inmediatamente, un sonido lo llevó hacia la habitación y al ver tal imagen, solo pudo acercarse y colocar una mano sobre la espalda de aquella desconsolada muchacha, quien lloraba cual princesa víctima de un final infeliz.
-¿Vas a contarme qué pasó?
-Amelia.- Sollozó, hundiendo su cara en la almohada.
-¿No querés hablar?
-Solo quiero desahogarme.
-Sabías que algo así podía pasar.- Gero supuso que sus penas provenían del viejo continente, más precisamente de un fuerte desamor causado por un futbolista y una futura enóloga. -Creo que te va a venir bien unos días de descanso, quiero decir, son demasiadas presiones para vos. Primero lo de Ramiro, ahora lo de Aoi y...
Finalmente y con su rostro lleno de lágrimas, lo miró.
-Parece ser que tu papá quiere contactarte.- Le dijo, muy serio.
-¿Qué?
-Hablé con Augi. Tenemos una idea.- Sonrió el chico y tal sonrisa, para Azula, fué como un pequeño confort.
-Gero siempre tiene buenas ideas.- Murmuró aquella frase que siempre, desde niña, solía decir ante un plan maestro de su mejor amigo.
-Siempre.- Dijo, para su sorpresa, en alemán.
Azula limpió un poco sus lágrimas y lo miró, con sus ojos caoba abiertos con confusión, sorpresa y mucha, mucha curiosidad.
