DULCES BESOS
4| FANTASIA O REALIDAD
Casi quinientos años, cavilaba Naruto. ¿Cómo podía ser? Sentía como si sólo el día anterior hubiera salido a cabalgar en los prados cargados de brezos de su hogar en las Highlands.
Su mente se tambaleó de alarma, y aunque hizo un intento de negarlo, sabía que era cierto. Lo sabía con una conciencia visceral que era incuestionable. El tiempo de Hinata se sentía diferente, el ritmo natural de los elementos era frenético, quebrado. Su mundo no era un mundo sano.
Los siglos habían pasado, y no tenía idea de cómo había ocurrido. Explorar su memoria no había proporcionado nuevos indicios. Cinco siglos de somnolencia parecían haber enmudecido su memoria, atenuando los acontecimientos que habían ocurrido justamente antes de su secuestro.
Todo lo que sabía era que había sido llevado a algún tipo de emboscada en la cual un número indeterminado de personas había participado. Había habido hombres armados. Había habido cánticos y humo perfumado, lo cual apestaba a brujería o druidismo. Obviamente había sido drogado, ¿pero después qué?¿Encantado por un hechizo de sueño? Y si había sido embrujado, ¿entonces por quién? Aún más importante, ¿por qué? Saber el por qué le diría si su clan entero había sido víctima también.
Un dedo helado de temor rozó su columna vertebral mientras consideraba la posibilidad de que hubieran sido atacados por la tradición que protegían. ¿Alguien finalmente había creído en los rumores y había ido buscando pruebas?
Los varones Namikaze eran druidas, como sus antepasados lo habían sido a través de milenios. Pero lo que pocos sabían era que no eran druidas comunes, que basaban la mayor parte de sus artes en la tradición incompleta, desde la pérdida de cierta cantidad de ésta en las nefastas guerras de milenios atrás. Los Namikaze poseían toda la tradición y eran los únicos guardianes de las piedras estáticas.
Si después de que él hubiera sido secuestrado, su padre, Minato, había sido asesinado por sus secuestradores, la tradición sagrada estaría perdida para siempre, y el conocimiento que protegían —para ser usado sólo cuando el mundo lo necesitara— se habría desvanecido completamente.
Recorrió con la mirada a Hinata. ¡Si ella no lo hubiera despertado, bien podría haber dormitado por toda la eternidad! Murmuró una oración silenciosa de agradecimiento.
Considerando cuidadosamente su situación, comprendió que por ahora el cómo y por qué de su secuestro eran irrelevantes. No encontraría respuestas en ese tiempo. Lo que importaba era proceder: había sido lo suficientemente afortunado como para haber sido despertado y tenía la oportunidad y el poder para corregir las cosas. Aunque para hacer eso, debía estar en Ban Drochaid la medianoche de Mabon.
Él la recorrió con la mirada otra vez, pero ella se rehusó a mirarlo. El crepúsculo hacía tiempo había caído, y habían hecho buen tiempo, poniendo muchas millas entre ellos y el pueblo horrendo y ruidoso. A la luz de la luna, su piel suave brilló tenuemente con la cálida riqueza de las perlas.
Él se permitió el placer de imaginársela desnuda, lo cual no era difícil cuando ella traía puesto tan poco. Era toda una mujer y sacaba a la luz al hombre más primitivo que dormía en él, con una necesidad aguda de poseer y aparearse. Sus pezones eran claramente visibles bajo su camisa delgada, y él deseó succionarlos dentro de su boca. Era una muchachita apasionada con una voluntad de acero y curvas que tentarían la mirada incluso de su devoto sacerdote Itachi.
Había sido difícil reprimirse desde el momento en que había abierto los ojos y la había contemplado, y había estado incómodamente erecto desde entonces. Una mirada provocativa de ella lo regresaría a una condición dolorosa, pero no se preocupó demasiado de que pudiera lanzarle semejante mirada. No le había hablado en horas, no desde que él se había rehusado por centésima vez a soltarla. No desde que le había dicho que la lanzaría sobre su hombro y la llevaría de ese modo si tuviera que hacerlo.
Lo intrigó que ella no hubiera gritado, ni se hubiera desmayado o implorado su liberación. Su primera impresión de ella no había sido enteramente precisa; aunque era difícil de percibir, debido a su manera extraña de hablar, poseía una cantidad muy pequeña de inteligencia.
Había demostrado habilidades sutiles de razonamiento al tratar de hacerle cambiar de opinión acerca de llevarla consigo, y cuando se había percatado de que no había posibilidad de hacerlo desistir, lo había tratado como si simplemente no existiera. Bravo, Hinata, pensó él. Realmente resultas ser una muchacha fascinante.
Considerando que inicialmente había pensado que era una huérfana o la única sobreviviente de la masacre de su clan, una mujer que estaba dispuesta a canjear su cuerpo para asegurarse un protector porque ello explicaría su ropa y su conducta, desde entonces se le había ocurrido que ella simplemente podría ser normal en su tiempo.
Podía ser que en cinco siglos las mujeres hubieran cambiado mucho más, convirtiéndose en tenazmente independientes. Entonces, ¿por qué, se preguntó, sentía él una tristeza muda, un ligero toque de vulnerabilidad en ella que desmentía sus bravatas?
Sabía que la chica pensaba que se la había llevado a la fuerza porque la deseaba, y ojalá fuera tan simple. No podía negar que la encontraba tentadora y estaba impaciente por compartir la cama con ella, pero las cosas eran, repentinamente, mucho más complicadas.
Una vez que había descubierto que estaba atrapado en el futuro, había entendido que la necesitaba. Cuando llegaran a las piedras, si lo peor era cierto y su castillo estaba perdido, había un ritual que debía realizar con sus condenados conocimientos. Había una posibilidad de que el ritual saliera mal, y si eso ocurría, necesitaba a Hinata Hyûga junto a él.
Ella estaba fatigada, y Naruto sintió una punzada de arrepentimiento por haberlo causado. Cuando ella se tropezó con una raíz y cayó contra él, sólo para sisear y avanzar dando tumbos para alejarse, se ablandó. Le cedería esa única noche, pero al día siguiente no habría descansos.
Ella casi cayó donde estaba parada; entonces él ahuecó un brazo detrás de sus hombros, el otro detrás de sus rodillas, y la depositó en el tronco musgoso de un árbol enorme que había caído en el bosque. Sentada al borde del tronco macizo, con sus pies colgando varias pulgadas por encima del suelo, se veía pequeñita y delicada. Los corazones guerreros no siempre venían en cuerpos fuertes de guerrero, y aunque él podía caminar tres días sin descanso o comida, ella no soportaría tales condiciones.
Se dejó caer encima del tronco, a su lado.
—Hinata— dijo él. No hubo respuesta.—Hinata, verdaderamente no te haré daño— dijo él.
—Ya lo hiciste— replicó ella.
—¿Me hablas otra vez?
—Estoy encadenada a ti. Tenía la intención de no volver a hablarte nunca, pero he decidido que no tengo ganas de hacerte las cosas fáciles, así que voy a decirte incesantemente y con vívidos detalles qué tan miserable me siento. Voy a atiborrarte las orejas con mis quejas. Voy a hacerte desear haber perdido el oído cuando naciste.
Él rió. Ésa era su inglesa desdeñosa otra vez.
—Estás en libertad de atormentarme en cualquier oportunidad. Lamento causarte incomodidades, pero debo hacerlo. No tengo alternativa.
Ella arqueó una ceja y lo contempló con desdén.
—Déjame estar segura de que entiendo la situación. Piensas que eres del siglo dieciséis. ¿Qué año, exactamente?
—Mil quinientos dieciocho.
—Y en mil quinientos dieciocho, ¿tú viviste cerca de aquí?
— Si.
—¿Y eras un lord?
—Sí.
—¿Y cómo es que terminaste en estado de letargo en una caverna en el siglo veintiuno?
—Eso es lo que debo descubrir.
—MacNamikaze, es imposible. Me pareces relativamente cuerdo, esta falsa ilusión excluida. Un poco chauvinista, pero no demasiado anormal. No hay forma de que un hombre pueda quedarse dormido y despertar casi cinco siglos más tarde. Fisiológicamente, es imposible. He tenido noticias de Rip Van Winkle y la Bella Durmiente, pero esos son cuentos de hadas.
—Dudo que las hadas tengan que ver con esto. Sospecho de los gitanos o la brujería— confió él.
—Oh, bueno, eso es más reconfortante— dijo ella, también dulcemente—. Gracias por aclararlo.
—¿Te burlas de mí?
—¿Tú crees en hadas?— ella contrarrestó.
—Hada es solamente otro nombre para los Tuatha De Danaan. Y sí, existen, aunque guardan sus distancias con el hombre mortal. Nosotros los escoceses siempre hemos sabido eso. Has vivido una vida protegida, ¿verdad?— cuando ella cerró sus ojos, él sonrió. Era tan ingenua.
Cuando la muchacha abrió los ojos otra vez, lo privilegió con una sonrisa condescendiente, y cambió el tema como si no quisiera presionar demasiado su mente frágil. Él se mordió los labios para impedir un bufido sarcástico. Al menos le dirigía la palabra otra vez.
—¿Por qué vas a Ban Drochaid, y por qué insistes en llevarme contigo? Él sopesó lo que podría decirle con seguridad sin ahuyentarla.
—Debo llegar a las piedras porque es donde mi castillo está...
—¿Está, o estaba? Si planeas convencerme de que eres verdaderamente del siglo dieciséis, vas a tener que engañarme un poco mejor con tus tiempos verbales.
Él la recorrió con la mirada con reprobación.
—Estaba, Hinata. Rezo por que perdure todavía—. Tenía que estar, pues si llegaban a las piedras y no había señal de su castillo, su situación ciertamente sería escalofriante.
—¿Así que esperas visitar a tus descendientes? Asumiendo, claro está, que te sigo la corriente en este juego absurdo— agregó ella.
No, no a menos que su padre, a los sesenta y dos años, en cierta forma hubiera logrado engendrar otro niño luego de que Naruto hubiera sido secuestrado, lo cual era altamente improbable, ya que Minato no había estado con una mujer desde que la madre de sus hijos había muerto, hasta donde sabía. Lo que esperaba era que perduraran algunos artefactos del castillo. Pero no le podía decir más que eso. No podía arriesgarse a ahuyentarla cuando la necesitaba tan desesperadamente.
No debería haberse molestado buscando una respuesta convenientemente evasiva, porque al vacilar demasiado tiempo para que ella le creyera, la muchacha simplemente siguió adelante con otra pregunta.
—¿Por qué me necesitas?
—No conozco tu siglo, y la región entre aquí y mi casa pudo haberse alterado— él ofreció serenamente la verdad incompleta—. Necesito un guía que tenga conocimientos de los caminos de este siglo. Puedo necesitar atravesar tus pueblos, y podría haber peligros que no percibiría hasta que fuera demasiado tarde—. Eso había sonado bastante convincente, pensó él.
Ella lo evaluaba con patente escepticismo.
—Hinata, sé que piensas que me ha fallado la memoria, o estoy enfermo y tengo fantasías febriles, pero considera esto: ¿qué ocurriría si tú estás equivocada, y yo digo la verdad? ¿Te he dañado? Aparte de hacerte venir junto conmigo, ¿te he herido de alguna forma?
—No—. La chica hizo la concesión a regañadientes.
—Mírame, Hinata—. Él ahuecó su cara con sus manos, así que ella tuvo que mirar directamente sus ojos. La cadena traqueteó entre ambas muñecas—. ¿Crees verdaderamente que yo te haría daño?
Ella sopló una hebra de pelo de su cara con una bocanada suave de respiración.
—Estoy atada con cadenas a ti. Eso me preocupa.
Él tomó un riesgo calculado. Con un movimiento impaciente soltó los eslabones, contando con el lascivo calor entre ellos para continuar uniéndolos.
—Muy bien. Eres libre. Te juzgué mal. Creí que eras una mujer amable y compasiva, no una muchacha cobarde que no puede soportar nada que no entienda de inmediato...
—¡No soy cobarde!
—... Y que si un hecho no se apega a su apreciación de cómo deberían ser las cosas, entonces no es posible—. Él dio un bufido burlón—. Qué visión estrecha del mundo tienes.
—¡Oh!— Hinata frunció el entrecejo, alejándose de él en el tronco del árbol caído. Columpió una pierna a cada lado, montando a horcajadas el tronco macizo, y sentándose para enfrentarlo—. ¿Cómo te atreves a tratar de hacerme sentir mal por no creer en tu historia? Te lo aseguro, no tengo una visión estrecha del mundo. Debo de ser una de las pocas personas que no lo tiene. Podrías asombrarte de qué tan amplia y bien informada es mi visión del mundo—. Ella dio masaje a la piel en su muñeca, mirándolo furiosamente.
—Qué contradictoria eres— dijo él suavemente—. En algunos momentos pienso que veo coraje en ti, luego en otros no veo nada excepto cobardía. Dime, ¿eres siempre tan paradójica contigo misma?
Una mano voló hacia la garganta femenina y sus ojos se ampliaron. Él había golpeado algo sensible. Cruelmente, continuó esa veta:
—¿Sería demasiado pedir que des un poco de tu precioso tiempo para ayudar a alguien que lo necesita, de la manera en que quiere ser ayudado, en vez de la forma en que piensas que debería serlo?
—Lo haces sonar como si todo fuera mi culpa. Lo haces sonar como que si fuera yo la que está loca— protestó ella.
—Si lo que digo es cierto, y juro que lo es, entonces me pareces más irrazonable a mí— dijo él serenamente—. ¿Se te ha ocurrido que encuentro tu mundo, sin ningún conocimiento del pasado, con árboles desmembrados, sin hojas, y ropa con nombres formales, tan antinatural como tú encuentras mi historia?
Duda. Él la podía ver en su cara expresiva. Sus ojos tempestuosos se ensancharon más aún, y vislumbró ese destello misterioso de vulnerabilidad bajo su exterior duro. Le desagradó provocarla, pero la joven no sabía cuánto había en juego y posiblemente no podría decírselo. No tenía tiempo para salir en su mundo y buscar a otra persona.
Además, no deseaba a ninguna otra persona. Él la quería a ella. Ella lo había descubierto, lo había despertado, y su convicción de que estaba de alguna manera destinada a ayudarlo a corregir las cosas, aumentaba con cada hora que pasaba. No hay coincidencias en este mundo, Naruto, su padre le había dicho. Debes ver con el ojo de un águila. Debes abstraerte, debes levantarte por encima del acertijo, y trazar un mapa de él. Todo ocurre por una razón, aunque al principio no puedas percibir el patrón.
Ella se dio un masaje en las sienes, frunciendo el entrecejo.
—Me das dolor de cabeza—. Después de un momento, hizo estallar un suspiro resignado, apartándose el flequillo de los ojos—. Okay, me doy por vencida. ¿Por qué no me cuentas sobre ti? Digo, quién piensas que eres.
Una invitación más bien dada de mala gana, pero trabajaría con lo que pudiera obtener. No se había percatado de cuán tenso había estado, aguardando su respuesta, hasta que sus músculos se relajaron bajo su piel.
—Te he dicho que soy el laird de mi clan, a pesar del hecho de que mi padre, Minato, todavía vive. Él se rehúsa a seguir siendo laird, y con sesenta y dos años apenas puedo culparlo. Es un tiempo demasiado largo para soportar tal responsabilidad—. Él cerró sus ojos y aspiró profundamente—. Tenía un hermano, Menma, pero murió recientemente.
Él no mencionó que su prometida había sido asesinada mientras viajaba con Menma de regreso al Castillo Namikaze para la boda. Mientras menos dijera acerca de cualquiera de sus prometidas a otra mujer, mejor. Él era muy susceptible acerca del tema.
—¿Cómo?— preguntó ella con delicadeza.
—Él regresaba de la propiedad Elliott cuando fue asesinado en una batalla entre clanes, que ni siquiera era nuestra, sino entre los Yakushi y los Akatsuki. Probablemente, él vio que los Akatsuki estaban severamente excedidos en número e intentó hacer la diferencia.
—Lo siento tanto— dijo ella suavemente.
Él abrió sus ojos para encontrar la compasión brillando tenuemente en su mirada, y eso lo entibió por dentro. Cuando se bajó del tronco del árbol caído y sacó la pierna de ella de sobre el tronco para que lo enfrentara, la joven no se resistió. Con él de pie sobre la tierra y ella sentada al borde del tronco, estaban en un nivel de visión igual, y pareció hacerla sentirse más cómoda.
—Menma era así— le dijo con una mezcla de pesar y orgullo—. Él era siempre el primero en librar las batallas de otros. Recibió una espada que le atravesó el corazón, y un amanecer amargo desperté para ver a mi hermano, amarrado a través del lomo de su caballo, siendo escoltado a casa por el capitán de la guardia Elliott—. Y la pena rompió mi corazón. Hermano mío, les fallé a ambos, a ti y a pa.
Las cejas de ella se arrugaron, reflejando su pesar.
—¿Tu madre?— preguntó amablemente.
—Mi padre es viudo. Ella murió en el parto cuando yo tenía quince años de edad; ni ella ni el bebé sobrevivieron. Él no se ha vuelto a casar. Jura que hubo un único amor verdadero para él—. Naruto sonrió. El sentimiento de su pa era uno que él entendía.
El encuentro de sus padres había sido hecho en el cielo: él, un Druida, y ella, la hija de un inventor excéntrico que se había mofado de las conveniencias y educado a su hija mejor que a la mayoría de los hijos varones. Desafortunadamente, las muchachas educadas no abundaban en las Highlands, o en cualquier otra parte si se pusiera a pensarlo. Minato había tenido suerte indudablemente. Naruto había anhelado un encuentro parecido para sí mismo, pero el tiempo se había agotado, y él había desistido de la esperanza de encontrar a tal mujer.
—¿Estás casado?
Naruto negó con la cabeza.
—No. No habría tratado de besarte si estuviste prometido o casado.
—Bien, acumulas un punto para los hombres en general— dijo ella secamente—. ¿No estás mayor para no haber estado casado nunca? Usualmente cuando un hombre no se ha casado a tu edad, hay algo mal con él— ella lo provocó.
—He estado prometido— protestó él indignado, sin decirle el número de veces.
No era una buena manera de impresionarla, y ella estaba más cerca de la verdad de lo que a él le habría gustado. Había ciertamente algo malo en él. Una vez que las mujeres pasaban un poco de tiempo a su lado, empacaban sus cosas y se iban. Eso era suficiente para hacer a un hombre sentirse dudoso de sus encantos. Podía ver que ella estaba a punto de presionar sobre el asunto, así que dijo precipitadamente, esperando acabar el debate del tema:
—Ella murió antes de la boda.
Hinata se sobresaltó.
—Lo siento mucho.
Estuvieron silenciosos unos pocos momentos, luego ella dijo:
—¿Tú quieres casarte?
Él arqueó una ceja burlona.
—¿Me lo estás ofreciendo? — ronroneó. Si solamente lo hiciera, le encantaría tomarla y casarse con ella antes de que pudiera cambiar de idea. Se encontraba más intrigado por ella de lo que alguna vez había estado con cualquiera de sus prometidas.
Ella se sonrojó.
—Claro que no. Es simple curiosidad. Sólo trato de sacar en claro qué tipo de hombre eres.
—Sí, tengo el deseo de casarme y tener niños. Simplemente necesito una buena mujer— dijo él, regalándole su sonrisa más encantadora.
Ella no era inmune a eso. Vio sus ojos ampliarse ligeramente en respuesta y pareció olvidar la pregunta que había hecho. Él suspiró un agradecimiento mudo a los dioses que lo habían dotado de una cara bien parecida y dientes blancos.
—¿Y qué considera un hombre como tú una buena mujer?— dijo ella después de un momento. Levantó una mano cuando él empezó a hablar—: Espera... déjame adivinar. Obediente. Fiel. Definitivamente no demasiado brillante— se burló—. Oh, y deberá ser la mujer más bella de los alrededores, ¿verdad?
Él irguió su cabeza, encontrando su mirada al mismo nivel.
—No. Mi idea de una buena mujer sería una que adorara mirar, no porque otro la encontrara preciosa, sino porque sus rasgos únicos significaran algo para mí—. Él rozó la esquina de la boca femenina con sus dedos. Deslizó su mano hasta el lunar pequeño en su pómulo derecho—. Tal vez tendría un hoyuelo al lado de su boca cuando sonriera.
» Puede que tuviera una marca de bruja en una mejilla. Tal vez tendría ojos tempestuosos que me recuerden las gotas de lluvia. Pero hay otras características mucho más importantes que su apariencia. Mi mujer sería alguien curiosa acerca del mundo, y a la que le gustara aprender. Querría a los niños y los amaría cueste lo que cueste. Tendría un corazón valiente, coraje y compasión.
Él habló desde el corazón, su voz haciéndose más honda con la pasión. Liberó lo que estaba reprimido dentro de él y le dijo exactamente lo que deseaba.
—Ella sería quien hablaría conmigo en las horas pequeñitas acerca de cualquier cosa y todo, quien saborearía todos los climas de las Highlands, quien apreciaría la familia. Una mujer que pudiera encontrar belleza en el mundo, en mí, y en el mundo que construiríamos juntos. Ella sería mi compañera venerada, mi amante adorada, y mi preciosa esposa.
Hinata inspiró profundamente. El aire escéptico en sus ojos se desvaneció. Cambió de posición con inquietud, apartó la vista de él, y guardó silencio por un tiempo. Naruto no la interrumpió, curioso por ver cómo ella respondería a su declaración honesta.
Sonrió sardónicamente cuando ella despejó su garganta y decididamente cambió de tema.
—Bien, si eres de las Highlands del siglo dieciséis, ¿por qué no hablas gaélico?
No cedes en nada, muchacha, él pensó. ¿Quién o qué te causó tanto daño que te obligas así a ocultar tus sentimientos?
—¿Gaélico? ¿Tú quieres gaélico?—. Con una sonrisa lobuna, él le dijo exactamente lo que deseaba hacerle una vez que le quitara la ropa, primero en gaélico, luego en latín, y finalmente en un lenguaje que no había sido hablado en siglos incluso en su tiempo. Lo hizo endurecer sólo decir las palabras.
—Esa podría ser jerigonza— ella contestó bruscamente. Pero tembló, como si hubiera sentido la intención detrás de sus palabras.
—¿Entonces por qué me probaste?— preguntó él quedamente.
—Necesito alguna prueba— respondió ella—. Simplemente no puedo seguirte con fe ciega.
—No— él estuvo de acuerdo—. No pareces una mujer que pudiera hacerlo.
—Bueno, tienes pruebas de mi mundo— contestó, luego agregó precipitadamente—: Por supuesto, pretendiendo que lo que afirmas es cierto. Viste los coches, el pueblo, mi teléfono, mi ropa.
Él gesticuló hacia su propio atavío, su espada, y se encogió de hombros.
—Eso podría ser un disfraz.
—¿Qué considerarías suficiente prueba?
Ella se cruzó de brazos.
—No sé— admitió.
—Te lo puedo probar en las piedras— dijo él finalmente—. Más allá de cualquier duda, te lo puedo probar allí.
—¿Cómo?
Él negó con la cabeza.
—Debes venir y verlo.
—¿Piensas que tus antepasados podrían tener algún registro de ti, un retrato o algo por el estilo?— ella adivinó.
—Hinata, tú debes decidir si estoy loco o digo la verdad. No te lo puedo probar hasta que alcancemos nuestro destino. Una vez que lleguemos a Ban Drochaid, si todavía no crees en mí, allí en las piedras, cuando haya hecho lo que pueda para ofrecerte evidencias, entonces no te pediré nada más. ¿Qué tienes que perder, Hinata Hyûga? ¿Tu vida es tan exigente y llena que no le puedes ceder nada a un hombre que necesita algunos días de tu tiempo?
Él había ganado. Lo podía ver en sus ojos.
Ella lo miró en silencio por mucho tiempo. Él encontró su mirada firmemente, esperando. Finalmente ella inclinó la cabeza.
—Me aseguraré de que llegas a tus piedras sin ningún problema, pero eso no significa ni por un minuto que creo en ti. Siento curiosidad por ver qué prueba me puedes ofrecer de que tu cuento increíble es cierto, porque si es... — se interrumpió completamente y negó con la cabeza—. Es suficiente decir que esa prueba valdría atravesar las Highlands para verlo. Pero en el momento que me muestres lo que sea que tienes que mostrarme, si todavía no creyera en ti, he terminado contigo. ¿Okay?
—¿Okay?— él repitió. La palabra no significaba nada para él en ningún idioma.
—¿Estás de acuerdo con nuestro trato?— ella aclaró—. Un trato que estás de acuerdo en honrar completamente— acentuó.
—Sí. En el momento que te muestre la prueba, si tú todavía no crees, te librarás de mí. Pero debes prometer quedarte conmigo hasta que realmente veas la prueba—. Profundo en su interior, Naruto se sobresaltó, odiando el uso equívoco del lenguaje cuidadosamente expresado.
—Acepto. Pero no me encadenarás, y debo comer. Y ahora mismo voy hacia un camino pequeño en el bosque, y si tú me sigues me harás muy, muy infeliz—. Ella brincó hacia abajo del tronco del árbol caído y dio un rodeo alrededor de él.
—Como gustes, Hinata Hyûga.
Ella se inclinó y trató de alcanzar su mochila, pero él se movió velozmente y envolvió su mano alrededor de su muñeca.
—No. Si tú vas, entonces esto se queda conmigo.
—Necesito algunas cosas— ella siseó.
—Puedes llevar un artículo contigo, entonces— dijo él, renuente a interferir si ella tenía necesidades femeninas. Podría ser su ciclo lunar.
Rabiosamente, ella buscó dentro del bolso y retiró dos artículos. Una barra de algo y una bolsa. Provocadoramente, ella metió la barra en la bolsita y dijo:
—¿Ves? Es una sola cosa ahora— se volvió abruptamente y se dirigió hacia el bosque.
—Lo siento, muchacha— él murmuró cuando estuvo seguro de que estaba fuera de su alcance.
No tenía alternativa excepto hacerla su víctima involuntaria. Asuntos más importantes que su vida dependían de ello.
Hinata rápidamente usó las instalaciones, escudriñando ansiosamente el bosque alrededor de ella, pero no parecía que él la hubiera seguido. A pesar de ello, no confiaba en nada acerca de su situación presente. Después de desahogarse, devoró la barra de proteínas que había tomado. Registró su carterita de cosméticos, luego untó un poco de pasta dentífrica en su lengua.
El sabor a menta revivió su estado de ánimo cada vez más débil. Un golpetazo del parche medicado sobre su nariz, sus mejillas y la frente casi la hizo desmayarse de placer. Sudorosa y exhausta, se sintió más viva que en toda su vida.
Comenzaba a temer por su cordura, porque había una parte de ella que quería creer en él, quería desesperadamente experimentar algo que no estuviera clarificado por la existencia de la ciencia. Ella quería creer en la magia, en hombres que la hicieran sentir caliente y con las rodillas temblorosas, y en cosas locas como los hechizos.
La naturaleza o la educación: ¿cuál era el factor determinante? Había estado obsesionada con esa pregunta últimamente. Sabía lo que la educación le había hecho. A los veinticinco, tenía un serio problema con la intimidad. Ansiaba algo que no podía nombrar, y que la aterrorizaba al mismo tiempo.
¿Pero cuál era su naturaleza? ¿Era verdaderamente brillante y fría como sus padres? Recordaba demasiado bien el tiempo en que había sido lo suficientemente tonta como para preguntarle a su padre qué era el amor. El amor es una ilusión para cambiar fiscalmente de estado civil, Hinata. Les hace sentir que la vida podría tener valor para vivirla. Escoge a tu consorte por el cociente intelectual, la ambición y los recursos. Mejor aún, escojámoslo por ti. Ya tengo en mente varias parejas adecuadas.
Antes de que ella se hubiera permitido el gusto de su Gran Ataque de Rebelión, obedientemente había salido con unos cuantos de los elegidos de sus padres. Esos hombres áridos e intelectuales la habían evaluado, la mayoría de las veces, a través de ojos enrojecidos de estar constantemente mirando en un microscopio o un libro de texto, con poco interés en ella como persona, y un gran interés en lo que podrían hacer sus formidables padres por sus carreras. No habían habido apasionadas declaraciones de amor imperecedero, sólo confirmaciones fervientes de que harían un equipo brillante.
Hinata Hyûga, la privilegiada hija de científicos famosos que se habían elevado por sí mismos de la pobreza extrema de su niñez hasta los codiciados puestos en Los Álamos National Laboratory haciendo investigación cuántica altamente secreta para el Departamento de Defensa, había tenido por casi imposible obtener una cita fuera de la elitista comunidad científica en la que se había criado.
En la universidad había sido incluso peor. Los hombres se habían citado con ella por tres razones: para tratar de congraciarse con sus padres, para ver si tenía cualquier teoría que valiera la pena robar, y, no menos importante, por el prestigio de salir con el prodigio. Esos pocos a los que les habían llamado la atención sus otras cualidades (traducido: la generosa talla C de su sujetador) no se habían detenido demasiado después de saber quién era y qué cursos aprobaba con honores mientras ellos apenas lograban arañar para aprobarlos.
Se había hecho temiblemente cínica a los veintiuno.
Se había dado de baja del programa de doctorado a los veintitrés, abriendo un cisma irrevocable entre ella y sus padres.
Sola como el infierno a los veinticinco. Una auténtica isla.
Dos años atrás, había pensado que con cambiar de empleo, con tener un trabajo bonito, normal y común con personas agradables, normales y comunes que no eran científicos se vengaría de sus problemas. Había hecho un duro intento para encajar y construir una vida nueva. Pero finalmente se había percatado de que el problema no era su elección de carrera.
Aunque se había dicho a sí misma que había ido a Escocia para perder su virginidad, la cruel verdad era que había ocultado sus motivos más profundos y mucho más frágiles.
El problema era que Hinata Hyûga no sabía si tenía corazón.
Cuando Naruto había hablado tan apasionadamente acerca de lo que buscaba en una mujer, casi se había arrojado sobre él, loco o no. La familia... hablar... obtener placer de la belleza exuberante de las Highlands... tener niños que serían amados. La fidelidad, la unión, y un hombre que no besaría a otra mujer si estuviera casado. Sospechaba que Naruto era un poco como una isla también.
Oh, ella sabía por qué realmente había ido a Escocia: necesitaba saber si amor realmente era una ilusión. Estaba desesperada por cambiar, encontrar algo que la sacudiera con fuerza y la hiciera sentir.
Bien, esto ciertamente calificaba. Si ella quería convertirse en una persona nueva, entonces qué mejor forma de empezar que obligarse a suspender completamente la incredulidad, lanzando la cautela al viento. Echar a un lado todo lo que había sido educada para creer y zambullirse en la vida, tan desordenada como ésta fuera. Para rescindir el control sobre lo que ocurría a su alrededor y confiar ese control a un loco. Criada en un ambiente donde el intelecto era apreciado por sobre todo lo demás, allí estaba su oportunidad para actuar impulsivamente, con instinto visceral.
Con un loco guapísimo, si fuera el caso. Sería bueno para ella. ¿Quién sabía qué podría salir de eso? Era como sentir un cigarrillo divinamente perverso llamándola.
—Ven— dijo él, cuando ella regresó.
Había encendido fuego en su ausencia, y la joven consideró pedirle su encendedor, pero estaba demasiado exhausta para armarse de la energía suficiente para una potencial disputa sobre la propiedad. Violando totalmente su privacidad, él había registrado su mochila y había creado una cama insignificante esparciendo su previamente limpia ropa sobre el suelo.
Una reciente adquisición, una vibrante tanga carmín, adornada con siluetas del terciopelo negras de gatitos que retozaban, asomaba entre una sudadera y un par de pantalones vaqueros. Ella pasó un momento calculando las posibilidades por las que él expondría la única tanga que había comprado en su vida, pero nunca había usado: la tanga que tenía la intención de llevar puesta cuando perdiera la virginidad.
Inconcebible. Lo miró suspicazmente, segura de que había exhibido sus bragas a propósito, pero si era así, era la imagen de la inocencia.
—No puedo obtener comida para ti esta noche— él se disculpó—, pero comeremos en la mañana. Por ahora, debes dormir.
Ella no dijo nada, solamente lanzó una mirada irritada en sus ropas, esparcida a través de varitas de leña, hojas y tierra. Irritándola todavía más, él permanecía de pie en el perímetro de luz lanzado por las llamas, dificultando que ella lo viera claramente. Pero no se perdió esa sacudida leonina y perezosamente sensual de la cabeza masculina, echando hacia atrás su pelo oscuro y sedoso por sobre su hombro. Gritaba ven aquí, y la tentaba a pedir más.
Él encontró su mirada furiosa con una sonrisa provocativa y gesticuló hacia su ropa.
—Te hice un camastro para dormir. En mi época, extendería mi plaid para ti. Pero también te calentaría con el calor de mi cuerpo desnudo. ¿Me quito el plaid?
—No hay ninguna necesidad de tomarse la molestia— ella barbotó precipitadamente—. Mis ropas están bien. Maravillosas. Realmente.
A pesar de las tierras bajas abismales de sus emociones y las tierras altas febriles de sus hormonas, estaba rendida hasta los huesos y desesperada por alcanzar la altiplanicie del sueño. Hinata había hecho más ejercicio ese día que en un mes en casa. El montón pequeño de ropa cerca del fuego repentinamente parecía tan invitador como una cama.
—¿Y tú?— preguntó ella, renuente a dormir si él iba a estar despierto.
—Aunque no me creas, dormí por un tiempo larguísimo y encuentro que estoy más que renuente a cerrar mis ojos otra vez. Mantendré la vigilancia.
Ella lo evaluó recelosamente y no se movió.
—Me agradaría darte algo para ayudar a que te relajes— ofreció él. Las cejas de la mujer se unieron.
—¿Como qué? ¿Una droga o algo por el estilo?— preguntó indignada.
—Me han dicho que tengo un efecto tranquilizador con mis manos. Frotaría tu espalda, acariciaría tu pelo hasta que flotaras pacíficamente...
—Creo que no— dijo ella con frialdad.
Un destello rápido de dientes blancos fue la única indicación que tuvo de que se estaba divirtiendo.
—Entonces recuerda que te lo ofrecí. Acuéstate antes de que te caigas. Debemos cubrir una gran cantidad de superficie mañana. Aunque te podría cargar, siento que tú no lo apreciarías.
—Condenadamente correcto, MacNamikaze— ella masculló, mientras se dejaba caer al suelo cerca del fuego. Arrugó su camisa convirtiéndola en una especie de almohada y la acolchó bajo su cabeza.
—¿Estás lo suficientemente caliente?— él preguntó suavemente en la oscuridad.
—Estoy definitivamente tostada— mintió ella.
Y en verdad, tembló sólo un poco antes de avanzar lentamente más cerca del fuego y caer en una profunda inconsciencia sin sueños.
Naruto observó el sueño de Hinata Hyûga. Su cabello oscuro, veteado con toques de luz azulados, brillaba tenuemente a la luz del fuego. Su piel era suave, sus labios exuberantes y rosados, el inferior mucho más lleno que el superior.
Para besarlos de lleno. Por encima de sus ojos en forma de almendra, sus cejas oscuras se arqueaban hacia arriba en los bordes exteriores, añadiendo una arrogancia aristocrática al semblante ceñudo que tan frecuentemente exhibía. Yacía sobre su costado, y sus pechos generosos se presionaban juntos en curvas peligrosamente tentadoras, pero no eran sus atributos físicos por sí solos los que lo conmovían.
Era la mujer más inusual que alguna vez había encontrado. Lo que fuere que hubiera forjado su temperamento, era una aleación curiosa de audacia y cautela, y había comenzado a percibir que tenía una mente lista y rápida. Tan pequeñita, y sin embargo sin miedo de empujar su barbilla en el aire y gritarle. Él sospechaba que la audacia era más propia de su naturaleza, mientras su cautela era una cosa aprendida.
La audacia le serviría bien en las pruebas que llegarían, y habría muchas. Naruto escarbó en sus fragmentos de memoria, que era aún frustrantemente incompleta. Tenía dos días para recuperar perfectamente sus recuerdos. Era imperativo que aislara y estudiara cada detalle de qué había ocurrido antes de su encantamiento.
Con un suspiro pesado, dio su espalda al fuego y se quedó mirando la noche en un mundo que no comprendía y del que no tenía deseo de formar parte. Encontraba ese siglo inquietante, sus sentidos hostigados por el ritmo antinatural de ese mundo, y se sentía animado por la idea de que no tendría que pasar demasiado tiempo en él.
A medida que escuchaba los sonidos poco familiares de la noche —un zumbido en el aire que pocos lograrían oír, un trueno intermitente extraño en el cielo— reflexionaba en su entrenamiento, examinando cuidadosamente los compartimentos de información almacenada en su mente.
La precisión era necesaria, y se sobrepuso a un arranque de ansiedad. Nunca había hecho lo que pronto tendría que hacer, y aunque su educación lo había preparado para eso, la posibilidad de cometer un error era inmensa. Su memoria era formidable, pero el propósito para el cual había sido adiestrado nunca había tenido en cuenta la posibilidad de que no estuviera en el Castillo Namikaze cuando realizara el rito, y que no tendría acceso a las tablillas o cualquiera de los libros.
Aunque se creía ampliamente que el Druidismo había languidecido —dejando sólo practicantes ineptos de hechizos inferiores— y que los estudiosos antiguos habían prohibido escribir algo de ellos, ambas creencias eran mitos que habían sido cultivados y propagados por los mismos pocos druidas restantes. Eso era lo que deseaban que el mundo creyera, y los druidas habían sido siempre expertos en la ilusión.
Al contrario de esa creencia, el Druidismo había prosperado, aunque los druidas británicos, propensos al melodrama, apenas poseían el conocimiento para lanzar un hechizo efectivo de sueño, según los cálculos de Naruto.
Muchos milenios atrás, después de que los Tuatha De Danaan hubieran dejado el mundo mortal por lugares más excepcionales, sus druidas, mortales e incapaces de acompañarlos, habían competido entre ellos mismos por el poder.
Entonces había acaecido una batalla prolongada que casi había destruido el mundo. En la secuela espeluznante, una estirpe había sido seleccionada para conservar lo más sacro de la tradición Druida. Y así el propósito de los Namikaze había sido diseñado. Sanar, enseñar, proteger. Enriquecer el mundo por el mal que ellos le habían hecho.
El conocimiento fabuloso y peligroso, incluyendo las guías estelares y la geometría sacra, había sido cuidadosamente entintado en trece volúmenes y en siete tablillas de piedra, y los druidas Namikaze guardaban ese banco de conocimiento con sus almas. Cuidaban de Escocia, usaban las piedras sólo cuando era necesario para el mayor bien del mundo, y hacían lo mejor para sofocar los rumores acerca de ellos.
El ritual que realizaría en Ban Drochaid precisaba ciertas fórmulas que debían recitarse sin error, y estaba inseguro de tres de ellas. Las tres más cruciales. ¿Pero quién habría creído que estaría atrapado en un siglo futuro? Si arribaban a las piedras, si el Castillo Namikaze ya no existiera y las tablillas estuvieran perdidas... bien, por eso él necesitaba a Hinata Hyûga.
Ban Drochaid, sus piedras tremendamente amadas, eran el puente blanco, el puente de la cuarta dimensión: el tiempo. Milenios atrás, los druidas habían observado que el hombre podía moverse en tres formas: hacia adelante y hacia atrás, de lado a lado, arriba y abajo. Luego habían descubierto el puente blanco, después de lo cual podían moverse en una cuarta dirección. Cuatro veces al año el puente podría ser abierto: los dos equinoccios y los dos solsticios. Ningún hombre común podía valerse del puente blanco,
pero ningún Namikaze jamás había sido común. Desde el principio del tiempo, habían sido educados para hacer cualquier cosa, excepto poseer tal poder: la habilidad para viajar a través del tiempo, pues era una responsabilidad inmensa. Estaban obligados a obedecer infaliblemente sus muchos juramentos.
Ella pensaba estaba loco ahora; seguramente lo abandonaría si sobrecargara su mente con más de sus planes. No podía arriesgarse a decirle nada. Sus métodos druidas ya habían hecho huir de él a demasiadas mujeres.
Durante el tiempo que permanecieran juntos en el siglo de ella, le gustaría seguir viendo esa luz tenue de deseo en su mirada, no de repulsión. Le gustaría sentirse como un hombre sencillo con una mujer preciosa que lo deseaba. Porque en el momento en que terminara el ritual, ella le temería, y tal vez... no, seguramente, lo odiaría.
Pero no tenía otra elección. Sólo el ritual y las esperanzas de un tonto. Sus juramentos exigían que retornara para evitar la destrucción de su clan. Sus juramentos exigían que hiciera todo lo que hiciera falta para lograrlo.
Él cerró sus ojos, odiando sus opciones.
Si Hinata hubiera despertado durante la noche, entonces lo habría visto, la cabeza echada hacia atrás, contemplando el cielo, hablándose suavemente en un lenguaje muerto por miles de años.
Pero una vez que él había dicho las palabras del hechizo para intensificar el sueño, ella durmió pacíficamente hasta la mañana siguiente.
Continuará...
