CAPITULO 6
A la mañana siguiente, Naruto me está esperando en el aparcamiento cuando bajo del autobús.
—Hola. ¿De verdad vienes en autobús todos los días?
—Están reparando mi coche, ¿te acuerdas? Tuve un accidente…
Suspira como si el hecho de que vaya en autobús le resultase ofensivo. Entonces me agarra la mano y la sujeta mientras entramos juntos en la escuela. Ésta es la primera vez que camino por los pasillos del instituto de la mano de un chico. Debería ser un momento trascendental, especial, pero no lo es porque no es real. La verdad es que no siento nada. TenTen tiene que mirar dos veces cuando nos ve pasar. TenTen es la amiga del alma de Sakura. Nos está mirando tan fijamente que me sorprende que no tome una foto rápida con el móvil y se la envíe a Sakura. Naruto no deja de detenerse para hablar con gente, y yo permanezco ahí de pie, sonriendo como si fuese lo más normal del mundo. Naruto Uzumaki y yo. En una ocasión intento soltarle de la mano, porque la empiezo a notar sudada, pero Naruto aprieta con más fuerza.
—Tienes la mano demasiado caliente —bufo entre dientes.
—No, es tu mano —replica, mientras aprieta los dientes.
Seguro que a Sakura nunca le sudan las manos. Seguramente podría ir de la mano durante días sin que se le recalentara. Cuando llegamos a mi taquilla, por fin nos soltamos para que pueda guardar mis libros. Estoy cerrando la puerta de la taquilla cuando Naruto se inclina e intenta besarme en la boca. Estoy tan sobresaltada que vuelvo la cabeza y nuestras frentes chocan.
—¡Ay ! —Naruto se frota la frente y me taladra con la mirada.
—Bueno, ¡pues nada de besos furtivos!
A mí también me duele la frente. Nos hemos golpeado muy fuerte, como unos címbalos. Si levantase la vista ahora mismo, vería pajaritos azules de dibujos animados.
—¡Baja la voz, boba! —me apremia, con los dientes apretados.
—No me llames boba, bobo —susurro en respuesta. Naruto da un gran suspiro como si estuviese súperirritado conmigo. Estoy a punto de espetarle que la culpa no es mía sino suya cuando entreveo a Sakura bajando por el pasillo.
—Tengo que irme —digo, y salgo corriendo en dirección contraria.
—¡Espera! —grita Naruto. Pero sigo corriendo.
Estoy tumbada en la cama, con la almohada tapándome la cara. Revivo el horrible beso que no fue. Intento bloquear el recuerdo, pero no deja de reaparecer. Me pongo la mano en la frente. No creo que pueda hacerlo. Es todo tan… Quiero decir, los besos, las manos sudorosas, todo el mundo mirando. Es demasiado. Tendré que decirle que he cambiado de opinión y que no quiero seguir con esto y ya está. No tengo su número de teléfono y no quiero explicárselo por e-mail. Tendré que ir a su casa. No está lejos. Todavía me acuerdo de cómo llegar. Bajo la escalera corriendo y paso junto a Hanabi, que tiene un plato de Oreos y un vaso de leche en una bandeja.
—¡Te tomo prestada la bici! —grito al pasar junto a ella como una exhalación —. ¡Vuelvo enseguida!
—¡Será mejor que no le ocurra nada! —responde Hanabi. Cojo el casco y la bici y salgo a toda prisa del patio. Pedaleo a toda velocidad. Las rodillas me llegan al pecho, pero no soy mucho más alta que Hanabi, así que tampoco es tan incómodo. Naruto vive a un par de manzanas de distancia. Tardo menos de veinte minutos en llegar allí. Cuando llego, no hay ningún coche en la entrada. Naruto no está en casa. El corazón me cae a los pies. Y ahora, ¿qué hago? ¿Me siento y me pongo a esperarlo en el porche delantero como una especie de acosadora? ¿Y si llega primero su madre? Me quito el casco y me siento un momento para descansar. Tengo el pelo húmedo y sudado, y estoy agotada. Intento pasarme los dedos por el pelo, alisarlo un poco. Pero es una causa perdida. Se me pasa por la cabeza la idea de enviarle un mensaje a Ino para que venga a buscarme, pero aparece el coche de Naruto rugiendo en la entrada. Suelto el móvil y tengo que hacer equilibrios para recogerlo. Naruto sale del coche y me arquea una ceja.
—Mira quién está aquí. Mi queridísima novia.
Me pongo de pie y le saludo con la mano. —¿Podemos hablar un momento?
Se pone la mochila en el hombro y se acerca a paso tranquilo. Se sienta en el peldaño como un príncipe en su trono y yo me quedo de pie frente a él, con el casco en una mano y el móvil en la otra.
—Y bien, ¿qué pasa? —Arrastra las palabras—. Déjame adivinarlo. Has venido para echarte atrás, ¿me equivoco?
Es tan engreído y está tan seguro de sí mismo. No quiero darle la satisfacción de estar en lo cierto.
—Sólo quería repasar el plan —respondo mientras me siento a su lado—. Tenemos que coordinar nuestras historias antes de que la gente te empiece a hacer preguntas.
Naruto arquea las cejas.
—Ah. Vale. Tiene sentido. Bueno, ¿cómo empezamos a salir?
Apoyo las manos en el regazo y recito: —Cuando tuve el accidente la semana pasada, nos encontramos por casualidad, esperaste a que llegase la grúa conmigo y me llevaste a casa. Estabas muy nervioso porque en realidad te he gustado desde que íbamos a la escuela. Yo fui tu primer beso. Así que ésta era tu gran oportunidad…
—¿Tú fuiste mi primer beso? —interrumpe—. ¿Qué te parece si lo dejamos en que fui yo tu primer beso? Es mucho más plausible.
No le hago caso y sigo adelante. —Era tu gran oportunidad, de modo que la aprovechaste. Me invitaste a salir el mismo día y nos hemos estado viendo desde entonces y ahora somos pareja, básicamente.
—No creo que Sakura se lo trague. —Sacude la cabeza.
—Naruto, las mentiras más plausibles son las que tienen un poco de verdad. Tuve el accidente de coche; te detuviste y me hiciste compañía; nos besamos cuando íbamos a la escuela.
—No es eso.
—Entonces ¿qué?
—Sakura y yo nos enrollamos ese día después de verte.
Se me escapa un estremecimiento. —Bien. Ahórrate los detalles. Eso no afecta a la historia. Después del accidente de coche, no conseguías dejar de pensar en mí, así que me invitaste a salir en cuanto Sakura te plantó, quiero decir, en cuanto rompisteis. —Me aclaro la garganta—. Hablando del tema, me gustaría establecer algunas normas básicas.
—¿Qué tipo de normas? —pregunta, reclinándose. Aprieto los labios y respiro hondo.
—Bueno… No quiero que intentes besarme de nuevo.
Naruto tuerce los labios.
—Créeme, y o tampoco quiero hacerlo. Todavía me duele la frente de esta mañana. Me parece que tengo un moretón. —Se aparta el pelo de la frente—. ¿Ves el moretón?
—No, pero veo canas.
—¿Qué?
Ja. Sabía que eso le afectaría. Naruto es muy vanidoso.
—Tranquilo. Es broma. ¿Tienes lápiz y papel?
—¿Piensas anotarlo?
—Nos ayudará a recordar —digo en tono afectado. Naruto pone los ojos en blanco y rebusca en su mochila, saca un cuaderno y me lo da. Busco una página en blanco y escribo: Contrato. A continuación escribo: Nada de besos.
—¿Crees que la gente se lo va a tragar si no nos tocamos nunca en público? — pregunta Naruto, escéptico.
—No creo que las relaciones sean solamente físicas. Existen otras maneras de demostrar que te importa alguien sin tener que utilizar los labios. —Naruto está sonriendo y parece a punto de hacer una broma, así que me apresuro en añadir —: Ni ninguna otra parte del cuerpo.
—Tienes que darme algo, Hinata. Tengo una reputación que mantener. Ninguno de mis amigos va a creerse que me he convertido en un monje, de un día para otro, sólo para salir contigo. ¿Qué tal ponerte la mano en el bolsillo trasero de tus vaqueros? Confía en mí. Será estrictamente profesional.
No menciono lo que estoy pensando, que a Naruto le importa demasiado lo que opinen de él. Me limito a asentir y escribo:
A Naruto le está permitido poner la mano en el bolsillo trasero de los vaqueros de Hinata.
—Pero nada de besos —insisto, y mantengo la cabeza baja para que no vea que me estoy sonrojando.
—Empezaste tú —me recuerda—. Y además, no tengo ninguna enfermedad de transmisión sexual, así que ya puedes olvidarlo.
—No pienso que tengas ninguna enfermedad de transmisión sexual. — Levanto la vista para mirarle a la cara—. El caso es que… Nunca he tenido novio. Ni una cita de verdad, ni le he dado la mano a un chico caminando por el instituto. Todo esto es nuevo para mí, así que perdona por lo de la frente de esta mañana. Es que… Me gustaría que estas primeras veces me ocurriesen de verdad y no contigo.
Naruto parece estar pensándoselo.
—Ah. Muy bien. Entonces, reservaremos algunas cosas.
—¿Sí?
—Claro. Reservaremos algunas cosas para que las hagas cuando sea de verdad y no un espectáculo.
Estoy conmovida. ¿Quién se iba a imaginar que Naruto fuera tan considerado y generoso?
—Por ejemplo, no te invitaré a nada. Lo reservaremos para un chico a quien le gustes de verdad.
Mi sonrisa se desvanece.
—¡No esperaba que me invitases!
Naruto está que se sale.
—Y no te acompañaré a clase, ni tampoco te compraré flores.
—Me hago a la idea. —Parece que a Naruto le preocupa más su cartera que yo. Mira que es tacaño—. Bueno, cuando estabas con Sakura, ¿qué tipo de cosas le gustaba hacer?
Temo que aproveche la oportunidad para soltar alguna broma, pero en lugar de eso, su mirada se vuelve distante y dice:
—Siempre me estaba dando la lata para que le escribiese notas.
—¿Notas?
—Sí, en clase, No sé por qué, no podía enviarle un mensaje de texto directamente. Es inmediato y eficiente. ¿Por qué no hacer uso de la tecnología que tienes a tu alcance?
Lo comprendo a la perfección. Sakura no quería notas. Quería cartas. Cartas de verdad escritas con su propia letra en papel de verdad que pudiese tocar y conservar y releer siempre que le apeteciera. Era una prueba sólida y tangible de que alguien pensaba en ella.
—Te escribiré una nota todos los días —dice Naruto de repente, con entusiasmo —. Eso la volverá loca.
Escribo: Naruto le escribirá una nota a Hinata todos los días.
Naruto se inclina hacia delante.
—Escribe que tienes que acompañarme a unas cuantas fiestas. Y que nada de comedias románticas.
—¿Quién ha dicho nada de comedias románticas? No a todas las chicas les gustan.
—Se nota que eres el tipo de chica a quien le encantan.
Me molesta que tenga esa percepción de mí… y aún más que tenga razón.
Escribo: NADA DE PELÍCULAS DE ACCIÓN ESTÚPIDAS.
—Entonces ¿qué queda? —protesta Naruto.
—Películas de superhéroes, de miedo, históricas, documentales, películas extranjeras…
Naruto pone una mueca, me quita el boli y el papel de las manos y escribe: NADA DE PELÍCULAS EXTRANJERAS.
Y luego añade: El fondo de pantalla del móvil de Hinata será un foto de Naruto.
—¡Y viceversa! —replico, y le apunto con el móvil—. Sonríe.
Naruto sonríe y… ¡Puaj! Es irritante lo guapo que es. Hace ademán de sacar el móvil, pero le detengo.
—Ahora no. Tengo el pelo sudado y asqueroso.
—Bien pensado —asiente, y tengo ganas de darle un puñetazo.
—¿Puedes escribir que bajo ninguna circunstancia le contaremos la verdad a nadie? —le pregunto.
—La primera regla del club de la lucha… —responde Naruto deliberadamente.
—No he visto la peli.
—¿Por qué no me sorprende? —dice y le hago una mueca.
Nota mental: ver El club de la lucha. Naruto lo anota y yo le quito el boli de las manos y subrayo dos veces « bajo ninguna circunstancia» .
—¿Qué hay de la fecha de finalización? —pregunto de improviso.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a cuánto tiempo va a durar todo esto. ¿Dos semanas? ¿Un mes?
Naruto se encoge de hombros. —Lo que nos apetezca.
—Pero ¿no crees que deberías definir…?
—Tienes que relajarte, Hinata. La vida no tiene que ser tan organizada. Sigue la corriente y déjate llevar —interrumpe.
Suspiro y digo: —Perlas de sabiduría del gran Uzumaki. —Naruto arquea las cejas haciéndose el listillo—. Siempre y cuando haya acabado cuando mi hermana regrese a casa en Navidad.
Siempre sabe cuándo estoy mintiendo.
—Sin duda habremos terminado para entonces.
—Bien —apostillo.
Firmo el papel, y él también, y tenemos nuestro contrato.
Soy demasiado orgullosa como para pedirle que me lleve a casa, y Naruto no se ofrece, de modo que me pongo el casco y vuelvo a casa con la bici de Hanabi. Estoy a mitad de camino cuando me doy cuenta de que no hemos intercambiado números de teléfono. Ni siquiera me sé el número de móvil de mi supuesto novio.
Estoy en la librería McCalls, comprando una copia de El zoo de cristal para la clase de literatura y buscando a Kiba. Ahora que Naruto y yo lo hemos aclarado todo, puedo jactarme cuanto me apetezca. Se lo merece por pensar que soy una chica hogareña con quien ningún chico querría salir. Le veo colocando un expositor de libros nuevos en la sección de no ficción. Él no me ve, así que me acerco sigilosamente por detrás y chillo:
—¡Bu!
Kiba da un salto y se le cae el libro al suelo. —¡Me has dado un susto de muerte!
—¡De eso se trataba, Kiba! —Me ha dado un ataque de risa. ¡La cara que pone! ¿Por qué será tan deliciosamente divertido asustar a la gente?
—Vale, vale. No te rías. ¿Para qué has venido?
Levanto el libro y lo agito en su cara. —Tengo al señor Radnor en literatura. Tú lo tuviste, ¿verdad?
—Sí, es bueno. Estricto, pero justo. Aún conservo los apuntes, si los quieres.
—Gracias —respondo y, con una sonrisa radiante, añado—: Adivina qué. Naruto y yo no hemos roto. Fue todo un malentendido.
—¿Ah, sí? —Kiba está colocando libros en una pila. —Ajá. Nos vimos ayer y hablamos y hablamos durante horas. Siento que puedo hablar con él de cualquier cosa, ¿sabes? Me entiende de verdad.
Kiba arruga la frente.
—¿De qué habláis?
—Oh, de todo. Pelis…, libros… Lo típico.
—Vaya. No pensaba que fuese el tipo de chico que lee. —Entorna los ojos y echa un vistazo hacia atrás—. Eh, tengo que ayudar a Janice en el mostrador. Cuando estés lista, pásate por mi caja registradora y te aplicaré mi descuento.
Mmm, ésta no era precisamente la reacción que esperaba. Casi no he tenido oportunidad de jactarme.
—De acuerdo —digo, pero ya se está alejando. Me abrazo el libro al pecho. Ahora que Kiba sabe que ya no estoy enamorada de él y que estoy con Naruto, supongo que todo volverá a la normalidad. Como si la carta no hubiese existido nunca.
—Natsu ha llamado cuando estabas fuera —comenta mi padre durante la cena. Sólo tenemos ensalada para cenar. Ensalada para mí y para papá, y cereales para Hanabi. Se suponía que iban a ser pechugas de pollo, pero se me olvidó sacarlas del congelador por la mañana, de modo que sólo tenemos lechuga y zanahoria con vinagre balsámico. Papá lo complementa con dos huevos cocidos y yo con una tostada con mantequilla. Vaya cena. Cereales y lechuga. Tengo que ir a la tienda de inmediato. Desde que se marchó, sólo he hablado con Natsu dos veces, y una de ellas por videochat con todos apelotonados en torno a la pantalla del portátil. No pude preguntarle sobre las cosas interesantes de verdad, sus aventuras y la gente a la que ha conocido. Me parece que oí en alguna parte que los ingleses beben absenta en los pubs. Me pregunto si ya la habrá probado. Le he enviado un montón de e-mails a Natsu, pero sólo me ha respondido una vez. Comprendo que esté ocupada, pero al menos podría responder una vez al día. Podrían encontrarme muerta en una cuneta y ella ni se enteraría.
—¿Qué ha dicho? —pregunto mientras corto mi zanahoria en pedacitos diminutos.
—Está pensando en apuntarse al equipo de shinty —explica mi padre, mientras se limpia vinagre de la barbilla.
—¿Qué es el shinty? —me pregunta Hanabi y yo me encojo de hombros.
—Es un deporte escocés que se parece al hockey hierba. Empezó como una forma segura de practicar la esgrima en la Kumo medieval —aclara papá. Qué rollo.
Antes de que papá empiece a darnos más explicaciones sobre la Kumo medieval, digo: —¡Enviémosle un paquete a Gogo! Cosas que allí no pueda conseguir.
—¡Sí! —exclama Hanabi.
—¿Qué le enviamos? Tenemos que contribuir todos.
Papá mastica y se acaricia la barbilla con la mano.
—Le enviaré vitaminas de gominola. Y Advil. Creo que sólo se llevó un paquete pequeño, y ya sabes que a veces tiene migrañas —concluye papá.
—Lo apruebo. —Señalo a Hanabi con mi tenedor—. ¿Y tú qué dices?
—Hay algo que puedo enviarle. ¿Voy a buscarla? —dice Hanabi. Papá y yo nos miramos y nos encogemos de hombros. —Muy bien.
Hanabi regresa corriendo con un dibujo de Natsu. Acariciando un perro. De la misma raza que quiere Hanabi. Akita. Se me escapa la risa. Hanabi frunce el ceño.
—¿De qué te ríes?
—De nada.
—¿Te parece bien? —me pregunta Hanabi—. ¿Es lo bastante bueno como para que lo cuelgue en su pared?
—Sin duda.
—No, quiero que lo mires bien. Analízalo. Siempre puedo mejorar. Natsu no lo querrá a menos que sea mi mejor obra.
—Hanabi, sin duda alguna lo es. ¿Por qué te iba a engañar?
Hanabi suspira. —No sé si está terminada.
—El artista es el único que lo sabe —dice papá, y asiente como si fuese un erudito.
—¿Qué opinas del perro? —le pregunta—. ¿A que es adorable?
Papá coge el dibujo y lo mira de cerca. —No puede negarse que es un perro de lo más bonito.
—Yo también soy asiática —dice Hanabi, se sienta y toma una cucharada de cereales intentando no sonreír. Está tratando de plantarle una idea en la cabeza. En este caso, plantar asociaciones positivas sobre perros en la cabeza de papá. Esta niña no descansa nunca. Siempre tiene un plan.
—¿Qué más vamos a meter en el paquete? —indaga Hanabi. Empiezo a contar con los dedos.
—Tampones, porque no sé si tienen nuestra marca en Kumo, un pijama de franela, calcetines gruesos, galletas de las Girl Scouts…
—¿De dónde vamos a sacarlas en esta época del año? —pregunta papá.
—Tengo una caja de galletas de menta y chocolate escondida en el congelador. Papá me mira dolido.
—¿De quién la escondes?
Las galletas de menta son sus preferidas. Si hay galletas de menta y chocolate en la casa, ya puedes irte olvidando de ellas. Papá es el Monstruo de las Galletas de Menta y Chocolate. Me encojo de hombros con ademán enigmático.
—También le enviaré su marca de bolígrafo favorita y… Eso es todo.
—No te olvides de sus botas marrones —me recuerda papá—. Pidió específicamente que le enviáramos las botas marrones de lazo.
—¿Ah sí? —Esperaba que no hubiese notado su falta—. ¿Cuándo lo dijo?
—Me envió un e-mail ayer.
—Ya veré si las encuentro.
—¿No las llevabas puestas este fin de semana? —me pregunta mi padre a la vez que Hanabi comenta: —Están en tu armario.
Levanto las manos en señal de derrota.
—De acuerdo, de acuerdo.
—Si preparáis la caja esta noche, puedo dejarla en la oficina de correos mañana de camino al trabajo —sugiere papá.
Niego con la cabeza. —Quiero enviarle la bufanda que he estado tejiendo y no estará terminada a tiempo. ¿Quizá dentro de una o dos semanas?
Sorbiendo la leche, Hanabi agita la mano y me aconseja: —Olvídate ya de la bufanda. Hacer punto no es lo tuyo.
Abro la boca para discutírselo, pero la vuelvo a cerrar. Puede que tenga razón. Si nos esperamos a que haya terminado la bufanda para enviar el paquete, es posible que Natsu ya haya acabado la universidad.
—Muy bien. Enviaremos el paquete sin la bufanda. Aunque no digo que vaya a dejar de tejer. La seguiré haciendo a ritmo de caracol hasta que esté lista para tu regalo de Navidad, Hanabi —concluyo con una dulce sonrisa—. Es de color rosa. Tu preferido.
Hanabi abre los ojos como platos, completamente horrorizada.
—O para Natsu. Podrías dársela a Natsu.
Hanabi desliza una hoja de papel bajo mi puerta esa noche. Es su lista de regalos de Navidad. Estamos en septiembre. ¡Todavía faltan unos cuantos meses para Navidad! Ha escrito « CACHORRO» arriba del todo, con mayúsculas. También quiere una granja de hormigas y una tele en su habitación. Sí, lo lleva claro con la tele. Aunque podría comprarle la granja de hormigas. O podría discutir con papá lo del cachorro. No ha dicho nada, pero creo que echa mucho de menos a Natsu. En cierto modo, Natsu es la única madre que ha tenido. Debe de ser duro para Hanabi saber que está tan lejos. Tengo que acordarme de ser más paciente con ella, más atenta. Ahora me necesita. Voy a su habitación y me subo a su cama. Acaba de apagar las luces y está medio dormida.
—¿Y si adoptamos un gatito? —susurro.
Hanabi abre los ojos de inmediato. —Ni lo sueñes.
—¿No te parece que somos más una familia de gatito? —digo en tono ensoñador—. Un gatito gris y blanco de pelo suave y cola peluda. Podría llamarse Príncipe, si es un chico. ¡Ooh, o Gandalf el Gris! ¿A que sería adorable? O si es una chica, puede que Agatha. O Tilly. O Jefa. Depende de su personalidad.
—Déjalo ya —me advierte—. No vamos a adoptar ningún gato. Los gatos son bleh. Y también son muy manipuladores.
—¿Dónde aprendiste esa palabra? —comento impresionada.
—En la tele.
—Un cachorro da mucho trabajo. ¿Quién le dará de comer, lo paseará y lo educará?
—Lo haré yo. Lo haré yo. Soy lo bastante responsable como para ocuparme de él sola.
Me acurruco a su lado. Me encanta cómo le huele el pelo después de un baño.
—¡Ja! Pero si siquiera lavas los platos. Y nunca limpias tu habitación. ¿Y alguna vez en toda tu vida me has ayudado a doblar la ropa limpia? A ver, si no haces ninguna de estas cosas, ¿cómo vas a responsabilizarte de una criatura con vida?
Hanabi me aparta de un empujón.
—¡Entonces ayudaré más!
—Te creeré cuando lo vea.
—Si colaboro más, ¿me ayudarás a convencer a papá de lo del cachorro?
—Si colaboras más y me demuestras que ya no eres ningún bebé — concluyo.
Hanabi cumplirá diez años en enero. Ya tiene edad suficiente como para ayudar en casa.
Creo que Natsu y yo la hemos malcriado un poco.
—A partir de ahora te encargarás de vaciar las papeleras del piso de arriba una vez a la semana. Y de ayudar con la colada.
—¿Me subirás la paga?
—No. El incentivo es ayudarte a convencer a papá de que adoptemos un perro, y también que no seas tan inmadura —respondo mientras ahueco la almohada—. Y por cierto, esta noche me quedo a dormir aquí.
Hanabi me da una patada y casi me caigo de la cama.
—La inmadura eres tú, no y o, Hinata.
—¡Déjame dormir aquí esta noche!
—Siempre me quitas las mantas.
Hanabi intenta darme otra patada, pero finjo que me he quedado dormida. Al cabo de un rato, las dos nos hemos quedado dormidas de verdad.
El domingo por la noche estoy haciendo los deberes en la cama cuando recibo una llamada de un número desconocido.
—¿Hola?
—Hola. ¿Cómo te va?
—Mmm… disculpa, pero ¿quién eres?
—¡Soy Naruto!
—Ah. ¿De dónde has sacado mi número?
—Eso no importa.
Se sucede un silencio bastante largo. Cada milisegundo que pasa sin que hablemos es un tormento, pero no sé qué decir.
—Bueno, ¿qué querías?
Naruto se ríe. —Mira que eres torpe, Hyuga. Tu coche está en el taller, ¿no? ¿Qué te parece si te recojo para ir al instituto?
—Vale.
—A las siete y media.
—Vale.
—Vaaale…
—Adiós —añado, y cuelgo el teléfono.
A la mañana siguiente, despierto a Hanabi temprano para que me trence el pelo.
—Déjame en paz —dice, y se da la vuelta—. Estoy durmiendo.
—Porfa, porfa, porfa, ¿me trenzas el pelo en forma de corona? —le pido agachada delante de su cama.
—No. Te puedo hacer una trenza a un lado, y ya está.
Hanabi me trenza el pelo rápidamente y vuelve a dormirse, y yo me dispongo a decidir qué ropa ponerme.
Ahora que lo mío con Naruto es oficial, la gente se fijará en mí, así que debo ir bien vestida. Me pruebo un traje de lunares con las mangas abombadas, pero no parece adecuado. Tampoco lo es mi suéter favorito de corazones con los pompones. De repente, todo me parece muy infantil. Al final me decido por un vestido corto con estampado floral que compré en una página web japonesa de moda callejera y lo combino con botines. Es un look años setenta. Cuando bajo la escalera a las siete y veinticinco, Hanabi está sentada a la mesa de la cocina con su chaqueta vaquera, esperándome:
—¿Qué haces aquí tan temprano? —le pregunto. Su autobús no pasa hasta las ocho.
—Hoy me voy de excursión, así que tengo que llegar temprano a la escuela, ¿te acuerdas?
Le echo un vistazo al calendario de la nevera. Ahí está, escrito con mi letra: Excursión de Hanabi. Vaya. Tenía que llevarla yo, pero eso fue antes del accidente. Papá tenía turno de noche en el hospital y todavía no ha llegado, así que no tengo coche.
—¿No puede llevarte la madre de alguna de tus amigas?
—Es demasiado tarde. El autobús sale a las ocho menos veinte. —A Hanabi le están saliendo manchas rojas en la cara y empieza a temblarle la barbilla—. ¡No puedo perder el bus, Hinata!
—Vale, vale. No te pongas triste. Ahora vienen a buscarme. No te preocupes, ¿de acuerdo? —Saco un plátano verde del frutero y añado—: Vamos afuera a esperarle.
—¿Quién es?
—Date prisa.
Hanabi y yo estamos esperando en los peldaños de delante de casa compartiendo un plátano. Las dos preferimos los que están un poco verdes a los que tienen manchas marrones. Es a Natsu a quien le gustan manchados. Siempre intento guardarlos para preparar pan de plátano, pero Natsu los devora, incluyendo las partes blandas y chafadas. Me estremezco sólo de pensarlo. El aire es fresco, a pesar de que estamos en septiembre y prácticamente en verano. Hanabi se restriega las piernas para entrar en calor. Dice que llevará pantalones cortos hasta el mes de octubre. Ésa es su idea, al menos. Son más de las siete y media, y Naruto no ha aparecido. Empiezo a estar nerviosa, pero no quiero que Hanabi se preocupe. Decido que si no ha llegado dentro de dos minutos exactos, iré a casa de Kiba y le pediré que lleve a Hanabi a la escuela. Desde el otro lado de la calle, nuestra vecina, la señorita Mei Terumi, nos saluda mientras cierra la puerta con llave. Tiene un gran termo de café en la mano. Corre hacia el coche.
—Buenos días, señorita Mei —coreamos. Le doy un codazo suave a Hanabi y digo—: Cinco, cuatro, tres…
—¡Maldita sea! —chilla la señorita Mei. Se ha derramado el café en la mano. Lo hace al menos dos veces a la semana. No sé por qué no frena un poco o por qué no pone la tapa en el termo o por qué lo llena tanto. Justo entonces llega Naruto, y su Audi negro reluce incluso más a la luz del día. Me levanto y digo:
—Vamos, Hanabi.
—¿Quién es? —oigo que susurra mientras me sigue de cerca. Tiene las ventanillas bajadas. Me acerco al lado del pasajero y meto la cabeza.
—¿Te importa si dejamos a mi hermana en la escuela? Tiene que llegar temprano para un excursión —pregunto.
Naruto parece molesto. —¿Por qué no lo me lo dijiste ayer?
—¡Ayer no lo sabía! —Detrás de mí, siento más que oigo los movimientos inquietos de Hanabi.
—Es un coche de dos plazas —dice Naruto, como si yo no tuviese ojos en la cara. —Lo sé.
Hanabi se sentará en mi regazo y pasaremos el cinturón de seguridad por encima de las dos. Mi padre me mataría si lo supiera, pero ni Hanabi ni yo se lo vamos a contar.
—Sí, eso suena perfectamente seguro. —Está siendo sarcástico. No soporto a la gente que se pone sarcástica. Es tan obvio.
—¡Son tres kilómetros!
—Vale. Subid —suspira.
Abro la puerta y entro. Dejo mi mochila en el suelo.
—Venga, Hanabi. —Le dejo espacio entre las piernas y entra en el coche. Abrocho el cinturón y la rodeo con los brazos. —No se lo digas a papá.
—Claro que no.
—Hola. ¿Cómo te llamas? —le pregunta Naruto.
Hanabi titubea. Esto ocurre cada vez con más frecuencia. Con la gente nueva tiene que decidir si será su amiga o no.
—Hanabi.
—¿Puedo llamarte Hana?
—Puedes llamarme Hanabi —contesta ella.
A Naruto se le iluminan los ojos.
—Eres una chica dura —dice, admirado. Hanabi no le hace caso, pero no deja de mirarle de reojo. Naruto produce este efecto en la gente. En las chicas. En las mujeres, incluso. Cruzamos el vecindario en silencio. Al fin, Hanabi pregunta:
—¿Y quién eres tú?
Me vuelvo para mirarle y tiene la vista fija al frente.
—Soy Naruto. El… huumm… novio de tu hermana.
Me quedo con la boca abierta. ¡No dijimos nada de mentir a nuestras familias! Creía que esto se limitaría al instituto. Hanabi se queda completamente inmóvil en mis brazos. Entonces se da la vuelta, me mira y chilla:
—¡¿Es tu novio? ¿Desde cuándo?!
—Desde la semana pasada. Al menos esa parte es cierta. En cierto modo.
—¡Pero no has dicho nada! ¡Ni una puñetera palabra, Hinata!
—No digas « puñetera» —la reprendo de forma automática.
—Ni una puñetera palabra —repite Hanabi sin dejar de sacudir la cabeza con incredulidad. Naruto se parte de risa y yo le lanzo una mirada asesina.
—Ocurrió muy deprisa. Casi no hubo tiempo de contárselo a nadie… —trata de explicarse.
—¿Estoy hablando contigo? —espeta Hanabi—. Diría que no. Estaba hablando con mi hermana.
Naruto se queda boquiabierto y se nota que intenta mantener la compostura.
—¿Natsu lo sabe? —me pregunta.
—Todavía no, y no se lo cuentes antes de que tenga oportunidad de decírselo.
—Hum. —Esto parece calmar un poco a Hanabi. Para ella es importante enterarse de algo la primera, antes que Natsu. Cuando llegamos a la escuela, doy gracias a Dios de que el autobús siga en el aparcamiento. Todos los niños están en fila delante de él. Suelto un suspiro que he estado reprimiendo durante todo el trayecto, y Hanabi ya se está desembarazando de mí y saliendo del coche.
—¡Que te diviertas en la excursión!
Se da la vuelta y me señala con un dedo acusador.—¡Quiero que me lo cuentes con todo lujo de detalles cuando llegue a casa!
Y tras esta sentencia, se marcha corriendo al autobús. Vuelvo a abrocharme el cinturón de seguridad.
—Mmm, no recuerdo que hubiéramos decidido contarles a nuestras familias que íbamos a ser novio y novia.
—Iba a enterarse tarde o temprano; sobre todo, si voy a haceros de chófer por toda la ciudad.
—No tenías por qué decir « novio» . Podrías haber dicho « amigo» .
—Nos estamos acercando al instituto, sólo quedan un par de semáforos.
Me doy un tirón nervioso de la trenza—. Hum, ¿has hablado con Sakura?
Naruto frunce el entrecejo. —No.
—¿No te ha dicho nada al respecto?
—Nop. Pero seguro que no tardará.
Naruto acelera al entrar en el aparcamiento y aparca. Cuando salimos del coche y nos dirigimos a la entrada, los dedos de Naruto se entrelazan con los míos. Pienso que me acompañará a mi taquilla como la última vez, pero nos guía en dirección contraria.
—¿Adónde vamos? —le pregunto. —A la cafetería.
Estoy a punto de protestar, pero me interrumpe:
—Tenemos que dejarnos ver en público. En la cafetería es donde vamos a llamar más la atención.
Kiba no estará en la cafetería (que sólo es para gente popular), pero estoy completamente segura de quién va a estar: Sakura. Cuando entramos, la rodea toda su corte en su mesa habitual: ella, Ten Ten, Sasuke y Shikamaru del equipo de lacrosse. Están desayunando y tomando café. Debe de tener un sexto sentido en lo relativo a Naruto, porque su mirada nos atraviesa como un láser al instante. Empiezo a aflojar el paso, pero Naruto no parece darse cuenta. Naruto se dirige directo a la mesa, pero en el último segundo me acobardo.
Le tiro de la mano y digo:
—Sentémonos allí —y señalo una mesa vacía en su línea de visión.
—¿Por qué?
—Por favor… —Tengo que pensar rápido—. Porque, verás, sería una auténtica bordería que llevases a otra chica a su mesa después de que hayáis roto hace tan poquito tiempo. Y así Sakura puede observar de lejos y rumiarlo un poco más.
Y además, estoy aterrorizada. Mientras le arrastro a la mesa, Naruto saluda a sus amigos y se encoge de hombros, como si dijera: « ¿Qué le vamos a hacer?» . Me siento. Naruto se sienta a mi lado, luego empuja mi silla y la acerca a la suya. Arquea las cejas y me pregunta:
—¿Le tienes miedo?
—No. —Pues claro que sí.
—Pero algún día tendrás que plantarle cara.
Naruto se inclina hacia delante, me toma de la mano otra vez y empieza a trazar líneas en la palma.
—Déjalo. Me pone de los nervios —le ruego.
Me lanza una mirada dolida. —A las chicas les encanta que lo haga.
—No, a Sakura le encanta. O finge que le encanta. ¿Sabes? Ahora que lo pienso, tú tampoco tienes tanta experiencia con las chicas. Sólo con una chica. — Aparto la mano y la apoyo en la mesa—. A ver, todo el mundo te considera un donjuán cuando en realidad sólo has estado con Sakura… y con Shion, durante un mes.
—Vale, vale. Lo pillo. Déjalo ya. Nos están mirando.
—¿Quiénes? ¿Tu mesa?
Naruto se encoge de hombros. —Todo el mundo.
Echo un vistazo rápido alrededor. Tiene razón. Todos nos están mirando. Naruto está acostumbrado a que le observen, pero yo no. Es una sensación extraña, como un jersey nuevo que te provoca picores. Porque a mí nunca me mira nadie. Es como estar encima de un escenario. Y lo más curioso, lo más extraño de todo es que no es una sensación completamente desagradable. Le estoy dando vueltas al asunto cuando mi mirada se encuentra con la de Sakura. Se sucede un breve instante de reconocimiento entre las dos: « Sé quién eres» . Entonces aparta la mirada y le susurra algo a TenTen. Sakura me está mirando como si fuese un bocado delicioso y estuviera a punto de devorarme viva y escupir mis huesos. Y a continuación, como si nada, la mirada ha desaparecido y está sonriendo. Me estremezco. La verdad es que Sakura me da miedo desde que éramos pequeñas. En una ocasión, estábamos jugando en su casa y Natsu llamó para que fuese a comer y Sakura le dijo que yo no estaba allí. No dejaba que me fuera porque quería seguir jugando a las muñecas. Me bloqueó la salida y tuve que llamar a su madre.
Son las ocho y cinco. El timbre no tardará en sonar.
—Deberíamos ir tirando —le digo y, cuando me pongo de pie, me tiemblan las rodillas—. ¿Listo?
Naruto está distraído pues está mirando a la mesa de sus amigos.
—Sí, claro. —Naruto se levanta y me guía hacia la puerta con una mano al final de mi espalda. Con la otra mano saluda a sus amigos.
—Sonríe —me susurra, así que lo hago.
He de admitir que no es desagradable tener a un chico que te acompañe y te escolte entre la multitud. Te sientes cuidada. Es como un sueño. Yo sigo siendo yo y Naruto sigue siendo Naruto, pero todo lo que me rodea parece indiferente e irreal, como la vez en que Natsu y yo bebimos champán en Nochevieja. Nunca me había dado cuenta, pero creo que durante todo este tiempo quizá he sido invisible. Alguien que tan sólo estaba ahí. Ahora que se creen que soy la novia de Naruto Uzumaki, la gente se hace preguntas sobre mí. Como, por ejemplo, ¿por qué? ¿Qué tengo de especial para que le guste a Naruto? ¿Cómo soy? ¿Qué es lo que me hace tan especial? Yo también me lo estaría preguntando. Ahora soy una Chica Misteriosa. Antes sólo era la Chica Callada. Pero ser la novia de Naruto me ha elevado a la condición de Chica Misteriosa. Tomo el autobús para ir a casa porque Naruto tiene entrenamiento de lacrosse. Me siento delante como siempre, pero hoy todo el mundo tiene algo que preguntarme. Sobre todo, los alumnos de los cursos inferiores, porque los mayores no suelen tomar el autobús.
—¿Qué pasa contigo y Uzumaki? —me pregunta una chica de segundo llamada Manda. Finjo que no la he oído. En su lugar, me hundo en mi asiento y abro la nota que dejó Naruto en mi taquilla.
Querida Hinata, buen trabajo. Naruto.
Estoy a punto de sonreír cuando oigo a Manda susurrar a una amiga:
—Es rarísimo que le guste a Uzumaki. A ver, mírala a ella y mira a Sakura.
Siento que empiezo a encogerme. ¿Eso es lo que piensan todos? Quizá no sea la Chica Misteriosa, quizá sea la Chica Que No Es Lo Suficientemente Buena.
Cuando llego a casa, voy directa a mi habitación, me pongo un camisón suave y me suelto la trenza. Es todo un descanso. Mi cuero cabelludo cosquillea agradecido. Luego me tumbo en la cama y miro por la ventana hasta que oscurece. Mi móvil no deja de sonar y estoy segura de que es Ino, pero no levanto la cabeza para mirar. Hanabi irrumpe en mi habitación y dice:
—¿Estás enferma? ¿Por qué te tumbas en la cama como si tuvieses cáncer como la madre de Brielle?
—Necesito paz —contesto cerrando los ojos—. Necesito reponerme con un poco de paz.
—Bueno, pero ¿qué vamos a cenar?
Abro los ojos. Tiene razón. Hoy es lunes. Los lunes estoy a cargo de la cena. Uf, Natsu, ¿dónde estás?
Ya está oscuro y no hay tiempo de descongelar nada. Quizá los lunes deberían ser noche de pizza.
—¿Tienes dinero?
Las dos recibimos una paga semanal (Hanabi, de cinco dólares, y yo, de veinte), pero Hanabi siempre tiene más dinero que yo. Lo ahorra todo como si fuese una ardillita astuta. No sé ni dónde lo guarda porque cierra la puerta con pestillo siempre que saca algo de sus reservas. Y te lo presta, pero cobra intereses. Natsu tiene una tarjeta de crédito que utiliza para comprar comida y gasolina, pero se la llevó a Kumo. Tendría que pedirle a papá que me consiga una a mi también ahora que soy la hermana mayor.
—¿Para qué necesitas el dinero?
—Porque quiero encargar una pizza para cenar. —Hanabi se dispone a negociar, pero antes de que suelte palabra, añado—: Papá te lo devolverá cuando llegue a casa, así que ni se te ocurra cobrar intereses. La pizza también es para ti. Con veinte bastará. Hanabi se cruza de brazos.
—Te daré el dinero, pero primero tienes que explicarme lo del chico de esta mañana. Tu novio.
—¿Qué quieres saber? —resoplo.
—Quiero saber cómo empezasteis a salir.
—Éramos amigos cuando íbamos a la escuela, ¿te acuerdas? Quedábamos en la casa del árbol de los Pearce. —Hanabi se encoge de hombros—. Bueno, ¿te acuerdas de cuando tuve el accidente? Pues Naruto pasaba por allí y se detuvo y me ayudó. Y… volvimos a conectar. Fue el destino.
De hecho, contarle esta historia a Hanabi me servirá de práctica. Esta noche le contaré lo mismo a Ino.
—¿Eso es todo? ¿Toda la historia?
—Eh, es una historia bastante buena —objeto—. A ver, los accidentes de coche son bastante dramáticos y, si le sumas nuestra historia anterior…
Hanabi se limita a decir: —Mmm —y deja las cosas como están.
Cenamos pizza de salchicha y champiñones y, cuando sugiero la idea de que el lunes sea noche de pizza, papá accede enseguida. Creo que está pensando en los macarrones con queso y bossam. Es un alivio que Hanabi dedique la mayor parte de la cena a relatar su excursión, de modo que yo me limito a masticar mi pizza. Sigo pensando en lo que dijo Manda y me sigo preguntando si, al fin y al cabo, todo esto no habrá sido una idea terrible. Cuando Hanabi hace una pausa para engullir su trozo de pizza, papá me mira y dice:
—¿Te ha ocurrido algo interesante hoy?
Me trago mi bocado de pizza y respondo:
—La verdad es que no.
Esa misma noche me preparo un baño de burbujas y me pongo en remojo tanto tiempo que Hanabi aporrea la puerta dos veces para comprobar que no me hay a dormido. En una ocasión, casi lo hago. Acabo de dormirme cuando me suena el teléfono. Es Ino. Aprieto la tecla de ignorar, pero sigue sonando y sonando y sonando. Al final, acabo por contestar.
—¡¿Es cierto?! —chilla Ino. Me aparto el teléfono de la oreja.
—Sí.
—Oh. Dios. Mío. Cuéntamelo todo.
—Mañana, Ino. Mañana te lo contaré todo al detalle. Buenas noches.
—Espera…
—¡Buenas noches!
