6. Deseo.

El tiempo —como le enseñó el Doctor J hace mucho tiempo atrás— es relativo según las leyes de la física, y aunque a Heero le hubiese gustado disponer más de él en ese momento, para digerir la revelación, el alboroto provocado por el entusiasmo de los niños del orfanato no se lo permite.

Todo es algarabía y felicidad. Las cuatro monjas que atienden la iglesia y a los pequeños lo reciben con amabilidad mientras sirven los aperitivos y bebidas, entre juegos infantiles y gritos. Varios niños se le han vuelto a acercar para preguntar su nombre y a lo que se dedica, pero es Duo quien interviene en cada ocasión, pendiente de su incomodidad.

—Lo siento, Heero, sé que no estás acostumbrado a esto.

No, no lo está, y sin embargo tiene la necesidad de aclararlo—. Está bien. Lo importante es que Innis sea feliz.

El brillo violáceo en los ojos de Duo, cuando se encuentra con los de Heero, es capaz de dejarlo sin aliento. De alguna forma que no comprende y que no desea aprender pronto, él sigue siendo un imán de atracción, incluso cuando solo demuestra gratitud en la mirada.

Es fácil detectar en él cuán importante es que Heero haya entendido su situación sin tener que ahondar en un tema tan delicado. Sabe que no debe preocuparse por contarle los detalles, sabe que Heero no exigirá explicaciones, que respetará su espacio.

Así que lo que queda de tarde, Duo presenta a Heero con el sacerdote y se dedica a animar la fiesta con su gracia natural, haciendo partícipe a cada niño en los juegos planificados, sin hacer distinciones entre ellos y su hija.

Y eso, si ha de ser sincero, sorprende a Heero. No porque hubiese esperado algo diferente. Duo siempre fue caritativo y noble tras la faceta indómita que demostró en la guerra, y la madurez ha hecho un trabajo increíble en resaltar esas cualidades. En especial cuando demuestra su cariño y respeto por la comunidad que ha vivido exactamente lo mismo que él.

Así que, en silencio y observando un poco apartado de los demás a Duo y a Innis apagar las velas del modesto pastel, Heero siente un deseo crecer en su pecho, nacido a revoloteos desde el vientre.

Un deseo que nunca antes había manifestado sentir, ni siquiera cuando Relena se lo propuso. Anhela en lo más profundo de su corazón, aunque le es muy difícil de aceptar, ser parte de algo así: pertenecer a un núcleo, entretejer lazos…

Formar una familia.

Cierra los ojos y retrocede, descartando rápidamente el pensamiento. No puede permitirse imaginar algo así cuando su vida está de cabeza, y no quiere involucrar a Duo y la serenidad que le ha costado tanto conseguir.

Se aleja de la casa auxiliar, de la iglesia, sin avisar. No es necesario tampoco. Duo ha captado sus intenciones sin siquiera cruzar miradas, mientras estrecha a su hija firmemente entre sus brazos.