Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es CaraNo, yo sólo traduzco sus maravillosas palabras.

Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is CaraNo, I'm just translating her amazing words.


Thank you CaraNo for giving me the chance to share your story in another language!

Pueden encontrar todas sus historias en su blog, favor de quitar primero los espacios. También compartiré el link directo a su blog en mi perfil de FF.

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Gracias Yani por betear esta historia.


Capítulo 5: Fingiendo estar bien

Canción del capítulo: The Lion's Roar de First Aid Kit

BPOV

A pesar de los rumores que circulan por la escuela, esta mañana me desperté con una sonrisa en la cara. Después de todo, hace unos días Alec me dijo que ya se estaba encargando de eso. Los rumores no son nada, me dijo repetidamente. No era como si alguien tuviera pruebas de que estábamos juntos de forma romántica. Pero cuando llego a la escuela, mi sonrisa se desvanece lenta, pero efectivamente. Los rumores han aumentado. Las miradas se han vuelto acusadoras.

Me siento insegura mientras camino hacia mi casillero.

Pobre señor D —escucho a una chica susurrar. ¿Señor D?

O sea… ¿Alec?

Todos le dicen así, en lugar de señor Devin.

¡Santa mierda! ¿Le pasó algo? Oh Dios, no…

Es una jodida zorra —susurra otra chica cuando paso. Al girar en la esquina, escucho más susurros callados y acusaciones.

Escuché que ella lo acosa.

¿De quién están hablando?

No es justo que el señor D tenga que pagar el precio cuando es ella la que le está arruinando la vida.

Frunzo el ceño, pero sigo caminando.

Hasta que llego a mi casillero.

Un jadeo se desliza a través de mis labios, y alzo la mano para taparme la boca.

No estoy consciente de que hay alguien detrás de mí hasta que ella habla.

El señor D era, o sea, nuestro maestro favorito, golfa. Ahora se irá solo porque no pudiste guardarte para ti la obsesión que tienes con él.

No. No. No. No. No.

Acaba de salir de la oficina del director, sabes. Renunció. Renunció, carajo.

Esto no puede estar pasando.

¿Siquiera te importó saber que él está comprometido con la hermana de la señorita Novikov o eres así de jodidamente egoísta?

A través de una visión borrosa, miro de nuevo mi casillero.

Isabella Swan = ¡ZORRA DESTROZA HOGARES!

Pero, pero… él dijo que arreglaría todo. Me ama.

Alec me ama. Él no haría esto.

La señorita Novikov… Irina, mi maldita maestra de matemáticas… ¿tiene una hermana? Y Alec… mi Alec… ¿está comprometido con ella?

De ninguna maldita manera. No. Alec no me traicionaría.

Detrás de mí escucho las viles acusaciones.

Todas van dirigidas a mí.

¡Eres una jodida puta!

¡Zorra mentirosa!

¡Maldita golfa!

¡Destroza hogares!

Corro.

Corro lo más rápido que puedo.

Suena la última campanada, y para cuando llego a los baños, los pasillos están vacíos.

Oh Dios —digo de forma ahogada.

El dolor arde a través de mí y la confusión me paraliza.

No… por favor… —gimoteo, apenas registro que caigo de rodillas. Antes de saberlo, unos dolorosos sollozos sacuden mi cuerpo. Estoy tan malditamente confundida.

Todas esas duras palabras… todos los rumores… extendiéndose tan rápido…

¡Un maestro no esparciría esos rumores!

No —gimoteo, sacudiendo la cabeza para mí. No, Alec no me mentiría. ¡Me ama!

Lloro.

Mis sollozos casi ahogan el repiqueteo de unos tacones.

Casi.

No se necesita nada para ponerte de rodillas, ¿cierto?

Me tenso, reconociendo inmediatamente la voz. El acento de la señorita Novikov es inconfundible.

Tampoco me pasa desapercibido el tono condescendiente en su voz.

Sabes, cuando Alec decidió mantener su apartamento a unas calles de aquí, nunca lo cuestioné —dice. Mantengo la mirada en el piso. Creo que ni siquiera estoy respirando—. Tenía sentido. Después de todo, mi hermana y yo compartimos una casa al otro lado de Phoenix. Y sé muy bien lo que son los trayectos largos. —Resopla una carcajada sin humor—. No fue hasta hace unos días que me di cuenta que había otra razón por la que Alec se quedó con su apartamento.

Trago con fuerza, obligándome a respirar.

Continúa con su gélida voz.

Te vi. A los dos. Solo iba a dejar unos papeles en casa de Alec, ¿y qué veo? Los veo a los dos despidiéndose con un beso en la puerta.

Por favor, no. Que esto sea una pesadilla.

Otra risa gélida.

Lo enfrenté de inmediato. —Dejo de respirar de nuevo, pero las lágrimas caen constantemente por mis mejillas—. Incluso me aseguré de que empezara a esparcirse un rumor para hacerlo entender que no estaba jugando.

Se me atora un sollozo en la garganta.

La bruma de confusión se aclara.

Arruinaste la vida de mi hermana, zorra manipuladora —dice con furia—. No sé qué hiciste para meterte en los pantalones de Alec, pero ahora ya todo terminó. Como le ordené, fue con el director esta mañana y renunció declarando que lo estabas acosando sexualmente.

Jadeo y alzo la vista.

¡Eso no es verdad!

Oh, lo sé —se ríe entre dientes—. Pero tenía que sacar a Alec del desastre que creó, y a pesar de que le confesó todo a mi hermana, ella todavía lo ama. —Me lanza una mirada de odio—. Ahora, ¿cómo podría hacer feliz a mi hermana si Alec fuera a prisión?

Lo comprendo de inmediato. La edad de consentimiento en Arizona es dieciocho años. Seguiré teniendo diecisiete por unos meses más. Alec tiene veinticinco. No es legal que él esté conmigo, lo que ambos sabíamos desde el principio, pero… nosotros… nosotros nos amamos el uno al otro.

¿Dónde está Alec? —lloro—. Quiero verlo; ¡tengo que escuchar esto de él!

Me despierto de golpe con el recuerdo de la señorita Novikov riéndose a carcajadas.

Me siento, parpadeando, batallando para reconocer mis alrededores. Una mano va a mi pecho… en un intento por calmar mi acelerado corazón, tal vez. Y todo regresa a mí en la oscuridad de mi habitación aquí en Forks.

Mamá y papá están muertos.

Ya no estoy en Phoenix. Forks.

Jesucristo.

Me dejo caer de nuevo en la cama.

Alec.

Sí pude hablar con él otra vez —una última vez— después de mi encuentro con su futura cuñada.

Oh, sí que hablé con él.

Pero desearía no haberlo hecho.

Básicamente sonrió engreído, incluso se rio un poco, y dijo que todo fue un juego. Quería ver qué tan fácil era meterse en mis pantalones.

Nadie me hizo sentir más zorra de lo que él lo hizo.

—Qué jodida pesadilla —murmuro para mí, frotándome la cara con ambas manos. En cierta forma, siento que lo que sucedió en Phoenix pasó hace años. No hace un maldito mes.

~CLO~

—Buenos días —digo en voz baja, un poco sorprendida de ver a Esme aquí. Usualmente ella ya no está para cuando me levanto en las mañanas, pero aquí está ahora, limpiando la cocina.

—Buenos días, cariño —responde cálidamente—. ¿Dormiste bien?

No.

—Síp.

Sonríe.

—Qué bien. Toma asiento en el comedor, y te llevaré el desayuno. Preparé magdalenas.

Tan ama de casa.

—Gracias —murmuro.

Al avanzar hacia el comedor, paso junto a demasiadas cosas que demuestran lo fuera de lugar que me encuentro aquí. El arte de aspecto caro, los jarrones elegantes… de un blanco inmaculado y parecido a un museo. Es una casa magnífica —no hay forma de negarlo— pero emite esta vibra… una vibra del tipo mírame-pero-no-me-toques. No es como crecí yo. Mis padres eran muy adinerados al ser dueños de una exitosa compañía de juegos. Papá era un maravilloso jugador profesional de póker, y mamá tenía un buen ojo para los negocios. Así que sí, teníamos dinero, pero también éramos muy relajados. Mis padres eran… divertidos. Viajábamos mucho. Hacíamos muchas actividades familiares. Éramos algo ruidosos también. Siempre había música en nuestra casa. Risas. A veces cuando bajaba antes de ir a la escuela, mamá y papá estaban bailando en la cocina. En realidad, parecían tontos, pero era divertido.

—Aquí tienes, cariño —dice Esme, dejando un plato frente a mí—. Prepararé un plato para Edward también; debería bajar pronto.

Asiento en agradecimiento, agarrando una magdalena de arándano para mordisquear.

Y unos diez minutos después, Edward se une a mí en la mesa, viéndose terriblemente tenso.

—Buenos días —murmura.

—Buenos días —suspiro en voz baja.

No hay música en esta casa, eso es seguro.

Cuando Esme llega para rellenar nuestras tazas de café, mi celular suena en mi bolsillo.

Sonrío un poco al leer el mensaje.

Necesito comprar ropa después de la escuela. ¿Quieres acompañarnos a Charlotte y a mí a Port A? – Rose.

Me agrada Rose. Es burda y directa, pero también dulce y genuina. No es fanfarrona.

Suena bien. También necesito comprar unas cosas – Bella.

—¿Son tus nuevos amigos, Bella? —pregunta Esme dulcemente.

—Uh, sí —murmuro, guardando de nuevo mi teléfono. Luego lo pienso. ¿Quizás debería pedir permiso para ir a Port Angeles? Quiero decir, en realidad no sé cómo viven los Cullen—. Por cierto, ¿está bien si voy de compras a Port Angeles después de la escuela?

—Claro, cariño —dice, todavía sonriendo esa sonrisa maternal. Es algo rara, de hecho. Demasiado grande—. Solo llega a casa a tiempo para la cena. Carlisle regresará hoy y usualmente tiene trabajo que hacer en su estudio, así que la cena será a las ocho en vez de las nueve.

Asiento con un movimiento de mentón.

—De acuerdo.

Esme regresa a la cocina y yo vuelvo a mordisquear mi magdalena de arándano.

El silencio no es cómodo.

—Un consejo —dice Edward en voz baja, y cuando alzo la vista hacia él, su mirada está concentrada en su plato—. Apaga tu teléfono antes de la cena.

Frunzo el ceño.

—¿Qué?

Finalmente se encuentra con mi mirada. No hay ninguna emoción en su expresión. Vacía, muerta.

—A papá no le gusta cuando interrumpen las cenas.

¿Umm…?

—Bien, lo apagaré —respondo con un encogimiento.

Exhala y asiente temblorosamente, y luego nos quedamos callados de nuevo.

Qué familia tan jodidamente rara.

~CLO~

—Hora de escupir todo, Swan —dice Rose cuando ocupamos nuestros asientos en la cafetería aquí en Forks. El viaje de compras a Port Angeles pasó muy rápido, Rose y Charlotte no estuvieron muy parlanchinas. Me gustaba eso. Pero supongo que ya había terminado. Luego de comprar la ropa, ¿salen las preguntas? ¿Es así como funciona?

—¿Escupir qué? —pregunto, metiendo un popote a mi refresco. Ya que voy a cenar con los Cullen en media hora, no compro una hamburguesa como Rose y Charlotte.

—Sobre Cullen, duh. —Charlotte sonríe, sus ojos verdes muestran diversión. Es igual a Rose, lo he notado, lo que significa que también me agrada. La única diferencia entre ellas dos es su apariencia. Mientras que Rose es rubia y de ojos azules, Charlotte no podría verse más irlandesa con su ardiente cabello, ojos color verde clarito y pecas.

—¿Cómo es vivir con la realeza de Forks? —añade Rose con una sonrisa perversa.

Sin embargo, no hay nada perverso en mi expresión. Solo estoy confundida.

¿Realeza? —No hay nada de realeza en los Cullen, ¿cierto? Claro, están bendecidos con buena apariencia y dinero, pero… eh.

Charlotte asiente.

—Oh, sí. El encantador doctor, su perfecta esposa y su… —Arruga la nariz con desagrado—. Bueno, no tengo suficientes palabras para describir al hijo que produjeron.

—Yo sí —bufa Rose y comienza a contar con sus dedos—. Es un actor arrogante, pomposo, vil, y cruel. —Asiente firmemente—. Es un jodido bravucón ese hombre.

Eso he notado.

—¿A qué te refieres con actor?

Rose se encoge de hombros.

—O esquizofrénico. Lo que te parezca mejor. —Le dedico una mirada para que lo aclare, y eso hace—. Si vas y le preguntas a algún adulto en este pueblecito de mierda lo que piensan de Edward Cullen, te dirán que es un "jovencito muy encantador, destinado a tener gran éxito"… mierdas como esas. —En serio lo dudo—. En serio, Bella —sacude la cabeza y le echa una enorme cantidad de cátsup a sus papas fritas—, tiene engañada a mucha gente. Quiero decir, no diría que es un lameculos con los adultos, porque demonios sí que no lo es. Es lo suficiente callado y amable, pero ser el hijo de su papá le da el mismo reconocimiento. Nadie habla mal de él.

—Sí, no veo eso —respondo, sintiéndome todavía increíblemente confundida—. Es todo un patán en la escuela, y… ¡mierda! —exclamo, recordando la fiesta a la que me llevó—. El fin de semana pasado, qué carajo. ¡No entiendo por qué todos lo tratan como si fuera un dios!

—La mayoría de las chicas piensan que está endemoniadamente bueno —dice Charlotte con indiferencia—. Para la gente estúpida, estar bueno es una excusa para la falta de modales. —Rose y yo nos reímos de su dulce sonrisa—. En cuanto a los chicos…

—Los chicos le temen —termina Rose—. Las chicas lo desean, es por eso que se puede salir con la suya con todo estando con ellas, y los chicos le temen lo suficiente para asegurarse de que la reputación de Cullen cerca de los adultos se mantenga. O sea, no hablan mierdas de él. —Pone los ojos en blanco—. No sé cómo se las arregla para mantener todo esto, pero lo hace. Incluso cuando aparece en la escuela con cortadas y moretones. —Abro los ojos como platos ante eso—. Sí, no sé cuántas veces he visto a ese cabrón con los ojos morados, un jodido cojeo, y cejas abiertas. Se mete en peleas muy seguido. —Vaya, nunca lo habría pensado. Literalmente estoy asombrada. Sí, es un idiota, un bravucón. Pero que pelee de verdad…—. Y no me hagas empezar con sus amigos de Seattle.

—¿Qué hay con ellos? —pregunto, prácticamente muriendo por saber más sobre el chico con el que comparto una pared.

Honestamente no sé de dónde viene mi curiosidad, pero recuerdo sentir una necesidad similar por respuestas ayer y el día anterior. Solo hice preguntas al azar, las cuales él siempre parecía reticente en responder. De hecho, evadió la mayoría. Y luego… bueno, me gusta la mala vida. En cuanto empiezo a fumar, él puede tratarme como quiera. Nada me importa. No soy nada. Cuando estoy drogada, no hay preguntas en mi cabeza. Simplemente nada.

—Oh, no los conozco en persona —dice Rose, dándole una mordida a su hamburguesa.

—¿Quién los conoce? —replica Charlotte secamente.

Y Rose asiente, tragando antes de continuar.

—Es cierto. No sé quiénes son sus amigos de Seattle, pero no son buenos tipos, eso es seguro. Lo he visto golpear a unos cuantos chicos en la escuela, pero no lo suficiente para sacarles moretones, ¿sabes? Aunque a veces, cuando regresa de la ciudad… —se va callando, sacudiendo la cabeza—. Y en lugar de ser inteligente y detener esa mierda, él sonríe y presume sobre a quién envió al hospital. Jodido imbécil.

Me recargo en mi asiento, dejo que las palabras de las chicas tomen peso.

Una parte de mí está asqueada por él. Se cree tanto que es la gran cosa que me pone los pelos de punta. Y las cosas que he visto hasta ahora… Dios, puede empujar a un tipo contra un casillero solo por chocar accidentalmente contra él. Según Edward Cullen, debes considerarte afortunado por respirar el mismo aire que él. Pero hay algo más… no puedo identificarlo, pero hay algo en él, especialmente cuando está en casa, que lo hace parecer… no sé… ¿nervioso? Frunzo los labios. No, nervioso no es la palabra adecuada. ¿Ansioso? No, tampoco eso. Tenso. Sí, algo así, pero… más.

Suspiro.

Como sea.

No es que me importe.

—De acuerdo —dice Charlotte, y alzo la vista de mi refresco—. Ahora ya te hemos contado un montón de cosas. —Sonríe—. Tu turno.

»¿Qué tal es el sexo? —añade, agitando las cejas.

Me río entre dientes y estiro la mano para robarle una papa frita al plato de Rose antes de aventársela a Charlotte.

—Oh, ¡vamos! —grita—. No me digas que eres una de esas chicas. —Se echa el cabello sobre un hombro y habla con voz de niña—. Oh, perdón, pero no follo y cuento.

Me río de ella, sacudiendo la cabeza con diversión.

~CLO~

Cuando regreso a casa de los Cullen, Esme apenas está sirviendo la cena.

—Es bueno verte de nuevo, Isabella —dice Carlisle, ocupando su asiento a la cabeza de la mesa—. Esme me dijo que saliste con tus nuevas amigas.

Me arriesgo a lanzarle una rápida mirada a Edward, que se sienta frente a mí, y sus ojos están agachados.

—Sí —respondo, mirando a Carlisle—. Rosalie Hale y Charlotte Whitlock.

Se ve pensativo por un corto momento antes de asentir una vez… como si estuviera aprobándolas.

—Son buenas chicas.

Espero una burla hacia Rose por parte de Edward, pero se mantiene callado.

—Gracias —digo en voz baja cuando Esme me ofrece el tazón con la ensalada.

La cena con los Cullen es rara. Tensa, incómoda, rígida. Esme le pregunta a Carlisle sobre su tiempo en Seattle, y él empieza a platicar sobre cosas en el campo médico. No puedo decir que entienda algo de eso, así que mantengo la mirada en el plato frente a mí. De todas formas, no hay nada que pueda comentar.

—Por cierto, Edward… —Carlisle se aclara la garganta—. Hablé con la doctora Black del hospital.

Agarro un pedazo de pollo con mi tenedor y me lo llevo a la boca, todavía sorprendida por el hecho de que Edward se ofrece como voluntario en el trabajo de Carlisle. Seguro, dijo que lo hace porque Carlisle y Esme le darán su propia casa, pero… no sé, parece… raro. Quiero decir, Edward no parece carecer de nada por aquí. Su carro es de lujo, su ropa es de diseñador, y todo grita dinero. Supongo que creí que le darían la casa sin importar nada. No es que piense mucho sobre la futura experiencia de Edward en la universidad, pero cuando lo pienso, es raro.

—¿Pasa algo? —escucho que Edward pregunta en voz baja.

Agarro mi vaso de agua, mirando a Cullen en el proceso, y se ve como describí yo la cena con esta familia: tenso, incómodo, rígido.

—Pues, ¿parece que hubo un problema hoy? —Carlisle alza una ceja y junta sus dedos sobre la mesa. Se ve extrañamente tranquilo—. ¿Algo sobre el hijo de la doctora Black, que estaba ahí de visita?

Frunzo el ceño y miro a Edward, preguntándome por qué Carlisle solo… no sé… hace insinuaciones.

A pesar de eso, Edward parece entenderlo y asiente con un movimiento de mentón. Sin embargo, no hay más. No hay palabras, no hay explicación.

Como dije: una familia jodidamente rara.

Si estaba tenso el ambiente antes, esto… ni siquiera sé cómo describiría esto, pero es palpable.

—¿Hay postre para esta noche, querida? —le pregunta Carlisle… a Esme, asumo.

—Por supuesto, cielo —responde dulcemente—. Preparé tarta. De merengue de limón.

Me concentro en mi comida a pesar de la falta de hambre.

Todo lo que quiero hacer es esconderme en mi habitación, preferiblemente hasta la graduación, y luego me largaré de aquí.

—Pues la cena estuvo deliciosa —continúa Carlisle—. Pero creo que es mejor que me detenga aquí. —Se ríe entre dientes—. Necesito dejar espacio para la tarta. —Tarta. Sí, porque eso es justo lo que quiero. Ugh—. Edward, hay unas cosas que me gustaría discutir contigo. ¿Qué te parece si hacemos eso mientras esperamos el postre?

—Papá, y-yo…

—Ahora, hijo.

—Vamos, Bella —dice Esme suavemente—. ¿Tal vez puedas echarme una mano en la cocina?

Supongo que ya terminó la cena.

—Um, bien —respondo tontamente. Carlisle y Edward desaparecen por el pasillo que lleva a las escaleras, y yo ayudo a Esme a limpiar la mesa antes de dirigirnos a la cocina. Una vez ahí me pregunta si puedo batir un poco de crema y ya que al parecer no tengo nada mejor que hacer, solo asiento y lo hago.

Después de verter la crema en un tazón, conecto la batidora y me pongo a hacerlo.

—¿Te gustan las fresas, cariño? —pregunta Esme sobre el ruido de la batidora. Alza un contenedor de fresas para que lo vea—. Pensé que quedarían bien con la tarta.

Claro, Martha Stewart.

—Las fresas están bien —respondo con un pequeño encogimiento.

Sonríe enormemente.

Sacudo la cabeza por dentro y regreso mi atención a la crema.

Dios, extraño a mis padres.

Unos momentos después, la crema ya está lista.

—¿Algo más con lo que pueda ayudar?

—Oh, ¡claro! —Otra vez con esa jodida sonrisa—. Podrías poner la mesa…

Se ve interrumpida por el sonido de una puerta azotándose. Al menos, eso es lo que creo que es.

—Bien —exhala, asintiendo para sí. Frunzo el ceño, confundida. Y luego la sonrisa regresa a su rostro—. Podrías poner la mesa. ¿Sabes dónde están los platos?

~CLO~

Esme y yo llevamos unos diez minutos sentadas en la mesa cuando Carlisle emerge. Sonríe y se ajusta la corbata.

—Parece un festín —dice, tomando asiento.

Es incómodo.

—Es una receta nueva —dice Esme efusivamente.

Mirando en dirección de donde apareció Carlisle, me pregunto si Edward me va a abandonar. Y, si lo hace, ¿cómo logró zafarse? No me importaría irme.

—¿Dónde está Edward? —pregunto.

Esme se ocupa cortando la tarta para nosotros y Carlisle se ve confundido.

—¿No se despidió?

¿Qué?

—Uh, ¿no?

—Oh. —Le sonríe a Esme, asintiendo en agradecimiento por la tarta, luego se gira de nuevo hacia mí—. Entonces supongo que tenía prisa. —Se encoge de hombros—. Me dijo que un amigo lo necesitaba.

Oh.

Bajo la vista a mi plato, frunciendo el ceño.

—Come —comenta Esme.

~CLO~

¿Te fuiste solo así? – Bella.

¿Dónde estás? – Bella.

¿Estás en la cabaña? Llámame. – Bella.

¿Puedes contestar el jodido teléfono cuando te marco? – Bella.

¡Maldita sea, Edward! Ya pasaron dos horas. – Bella.

Fui a la cabaña. Sorpresa, sorpresa, no estabas ahí. – Bella.

Acabo de llamar a Emmett, y no estás con él o Peter. ¿Dónde estás? – Bella.

Hablé con tus padres. ¿Dijeron que podrías quedarte en la casa de un amigo? – Bella.

Son casi las dos de la jodida mañana. ¡LLÁMAME! – Bella.

¿Sabes qué? Jódete, Cullen. – Bella.

Edward. Rose me contó sobre tus amigos de Seattle. ¿Estás allá? Llámame por favor. – Bella.

Ya son las tres de la mañana. Necesito dormir. ¿Podrías al menos enviarme un mensaje? – Bella.

~CLO~

Ahogo un bostezo, estoy tan malditamente cansada, pero no puedo dormir.

El último mensaje que le envié hace como diez minutos se quedó sin ser respondido, por supuesto.

No puedo relajarme.

Así que leo. O… lo intento.

Pero entonces un movimiento por el rabillo del ojo me hace alzar la vista de mi libro y jadeo al ver a Edward parado en la puerta de mi habitación. Mi corazón comienza a latir furiosamente. Lo siguiente que registro es su cara.

—¡Edward! ¿Qué pasó?

Se encoge de hombros, quitándole importancia.

—¿Puedo entrar?

Al mirarlo con incredulidad, las palabras que Rose dijo en la cafetería regresan a mí. Se repiten en mi cabeza, y no puedo creer con un carajo que él quiera pasar el rato con esa gente de Seattle. Aunque solo se fue por unas cinco horas, y Seattle está a casi cuatro horas de distancia.

—Si me dices qué pasó —digo entre dientes. Aprieta la quijada en respuesta y puedo sentir mis ojos suavizarse. También puedo sentir mi preocupación crecer… por alguna razón.

Ahí quedó lo de no importarme.

—Bien —suspiro en voz baja—. No tienes que hablar, pero… puedo… —Trago con fuerza, obligándome a seguir—. ¿Puedo…? —No puedo continuar, pero con mi débil gesto hacia su cara, él parece entender. Me dedica un lento asentimiento, y mis pies me llevan hacia él.

Se estremece cuando trazo su labio roto con mi dedo.

—Perdón —susurro—. Tenemos que limpiarlo, Edward.

Aparta gentilmente mi mano de su cara.

—Está bien. No es nada. —Intenta sonreír, pero no funciona. En vez de eso, hace una mueca, aunque intenta aparentar indiferencia y serenidad—. Deberías ver al otro tipo —se ríe entre dientes.

No le creo.

Hay una tormenta embravecida detrás del humor en sus ojos.

—¿Recibiste mis mensajes? —pregunto.

Me mira por un latido o dos antes de asentirme tensamente.

Exhalo.

—¿Por qué no…? —Me llamaste, mensajeaste, me avisaste que estabas vivo.

Explosiones de enojo pasan a través de mí, pero nada está dirigido a él. Estoy enojada conmigo. Por preguntar, por pensar en él, por prácticamente acosarlo, por importarme una mierda. No debería importarme. Este es Edward Cullen, ¿recuerdan? Un colosal idiota.

—Perdón —responde patéticamente, bajando la vista—. Yo, uh… —Se encuentra de nuevo con mi mirada e intenta formar otra sonrisa. No funciona muy bien—. Unos amigos míos de Seattle estaban en Port A, y nos encontramos con unos cuantos problemas… —Se queda callado, mirando a la nada.

—¿Amigos? —pregunto asqueada—. ¿Les dices amigos?

Se encoge de hombros.

—Como sea. Ya estoy de regreso, ¿de acuerdo?

Respira profundo.

Contengo la furia. Me la trago.

—Vamos —exhalo—. Limpiemos esto. —Agarrando su mano, lo guío a través del pasillo hacia el baño—. Siéntate —murmuro, señalando el retrete con una mano.

—Tinks, no tienes que…

—Solo déjame hacerlo, ¿de acuerdo? —espeto.

Carajo, odio cómo este chico me afecta. O más bien, que está empezando a afectarme. No quiero que me importe. No él, no nada aquí en Forks.

No soy una maldita doctora, así que en realidad no sé qué estoy haciendo. Solo agarro unos pañuelos, los mojo con agua fría, y luego me posiciono en medio de sus piernas. Trago con fuerza, bajando la vista a su cara golpeada. Con todo el cuidado posible, limpio su labio inferior con la esquina del pañuelo.

—Tal vez deberías dejar que tu papá te revise —sugiero con nerviosismo, limpiando gentilmente un poco de sangre seca.

—No —responde inexpresivo, en voz baja—. Así está bien. Tengo gel antibacterial en mi habitación.

¿Quién tiene esas cosas en su habitación?

Tal vez la gente que quiere ser doctor.

Me muerdo el labio.

—¿Quieres ir por él?

—Tinks… —Suspira y apoya sus manos en mis caderas—. No… no hagas esto, ¿de acuerdo? —Mis cejas se fruncen y deja caer su frente contra mi tórax—. Estoy bien —murmura—. Solo necesito dormir.

No digo nada.

La situación está lejos de estar "bien".

Por dentro, estoy batallando. Una parte de mí quiere patearle el trasero por pasar el rato con perdedores, y otra parte solo quiere jodidamente abrazarlo o algo igual de patético. Pero ya no quiero tener cariño en mi vida. En cuanto te abres a alguien, es solo cuestión de tiempo antes de que te apuñalen por la espalda. Y si tienes mucha suerte, retorcerán un poco el cuchillo también. Ya sabes, por precaución y esas cosas.

—Um, me iré a dormir —murmura, soltándose lentamente de mí. Lo dejo e ignoro ese lado de mí que sigue doliendo por… algo—. Mañana tenemos escuela —añade como un silencioso recordatorio. Me quedo quieta, entumecida, viéndolo pararse—. Buenas noches. —Con eso, sale por la puerta.

Cuando escucho su puerta cerrarse, yo sigo parada en el baño.

Es raro; mi mente está callada y ruidosa. Es difícil de explicar, pero es como si estuviera completamente dividida. Cierro los ojos con fuerza y lucho contra el cansancio, la confusión y… algo más. No sé qué es, pero está haciendo que me duela el pecho. Hay entumecimiento y dolor, pérdida y resignación. Hay un agujero enorme. Todo apesta justo ahora.

Pasado, presente, futuro.