6

OBITO

CONDUJE hasta las bodegas y me dirigí al despacho de Sasuke. Tenía una montaña de papeleo para que lo firmara, y enviar por fax o por ordenador información delicada era una idea estúpida. Entré en el despacho, ignorando a su ayudante.

Sasuke no parecía estar haciendo nada, de todas formas. El respaldo de su silla daba hacia la puerta mientras él contemplaba las vistas desde el gran ventanal que había justo detrás de su mesa. Tenía el teléfono en una mano, pero no lo estaba usando. Apoyaba la barbilla en las puntas de los dedos y miraba hacia fuera con expresión vacía.

―¿Cuándo no estás tú de mal humor? ―Me dejé caer en la silla frente a su escritorio, deslizando la carpeta que llevaba sobre la madera de caoba―. Cada vez que te veo, estás mirando fijamente por la ventana, como un cachorro perdido esperando a que su dueño vuelva a casa.

Sasuke no se dio la vuelta.

―Mi mujer está fuera, cogiendo uvas. Disfruto observándola.

―¿Sí? ―Me acerqué a su mesa y seguí su mirada. Temari también estaba allí con ella. Ambas cargaban cestas mientras se desplazaban por las hileras recolectando las gruesas uvas moradas entre las hojas. Tenían la frente cubierta de sudor, pero sonreían mientras conversaban.

Ahora entendía la fascinación de Sasuke. Desde luego era muy entretenido. Me gustaba el modo en que la camiseta de Temari se pegaba a su cuerpo. Se ajustaba contra sus pechos, los mismos que me había follado hacía un par de días. Llevaba el pelo recogido hacia atrás en una cola de caballo y sus vaqueros negros estaban cubiertos del polvo de los campos. Temari estaba en muy buena forma, y me encantaba verla moverse.

–Ya entiendo lo que dices.

―A Temari le gusta pasar aquí el día. Se nota. ―Las puntas de los dedos de Sasuke reposaban sobre su boca―. Y también se nota que a Sakura le gusta tenerla aquí. Necesita alguien con quien hablar, aparte de mí.

―No me sorprende.

Me lanzó una rápida mirada de amenaza.

―¿Qué es lo que quieres, Obito?

―Mierdas de trabajo. ―Volví a la silla frente a su escritorio―. Sólo necesito que me firmes unas cuantas cosas.

Abrió la carpeta y ojeó el contenido, comprobándolo siempre todo antes de firmar cualquier cosa, y después volvió a empujar la carpeta en mi dirección.

―Ya hemos terminado.

―¿Era esa tu forma de capullo de echarme?

―No. Si te estuviera echando, te habría dicho que salieras de mi despacho. Eso nos lleva al próximo punto... Sal de mi despacho.

Me quedé sentado a propósito, sólo para irritarlo.

A Sasuke no pareció sorprenderle, como si estuviera esperando justo esa reacción.

–¿Cómo van las cosas por la base?

―La misma mierda de siempre. Ya sabes cómo va eso.

―¿Algún cliente nuevo desde que sacamos la última línea?

―Todavía no. Pero tampoco es que nuestros precios sean razonables.

―Si quieren lo mejor, tienen que pagar por ello. ¿Has escuchado alguna noticia de Roma?

―No, parece estar todo bastante tranquilo. Pero sólo es cuestión de tiempo antes de que nuestro siguiente competidor ocupe el lugar de Bones.

―Me pregunto quién será.

―Podríamos ser nosotros ―sugerí.

―Ya hemos tenido competencia antes, y nunca nos ha afectado.

Yo siempre había sido ambicioso, queriendo pasar al siguiente nivel. Sasuke tenía su propio negocio, lo cual probablemente explicaba por qué no anhelaba poseer más necesariamente. Sus viñedos producían algunos de los mejores vinos de toda Italia. Una sola botella valía varios cientos de dólares. Pero yo no sabía una mierda de nada, excepto de armas, por lo que mis oportunidades de negocio quedaban bastante limitadas.

―Pero ahora que Bones ya no está, ¿por qué no ocupar su lugar? ¿Por qué no convertirnos en los números uno en el negocio en el mundo?

Cuando Sasuke se dio cuenta de que estaba hablando en serio, me miró con su habitual mirada sombría.

―¿Te das cuenta de todo el trabajo que supondría eso?

―Sí. ¿Y qué? ―Necesitaría una distracción cuando Temari se marchara.

―¿Y todo el trabajo que haría falta para mantener el puesto? Otros hombres querrán lo que nosotros tenemos. Tendríamos que estar constantemente luchando contra su oposición para mantener el orden. En estos momentos, somos un negocio independiente con una reputación respetable. Bones ni siquiera intentó superarnos, porque había trabajo de sobra para todo el mundo. Pero si hacemos lo que dices... estaremos pidiendo problemas.

―¿Y acaso no estás tú hecho para hacer frente a los problemas? ―Mi hermano nunca le había tenido miedo a nada. Le había visto jugar a la ruleta rusa, sin dejar de apretar el gatillo ni una sola vez. Apenas parpadeaba, casi no respiraba durante toda la ronda. Cuando alguno de los hombres se volaba la tapa de los sesos, Sasuke se servía un trago como si no hubiera sucedido nada.

―Ya no. Lo sabes.

―¿Por ella? ―Señalé con la barbilla hacia el ventanal.

―Sí ―respondió con frialdad―. Ella. Pronto querrá tener hijos.

―¿Te ha dicho eso?

―No exactamente. Pero sé que piensa en ello.

―¿Y tú quieres tener hijos? ―No lograba imaginarme a Sasuke de padre.

Él se encogió de hombros.

―No he pensado demasiado en ello, la verdad. Formar una familia nunca fue una de mis prioridades. Pero claro, tampoco quería casarme... y mira cómo he terminado. –Una pequeña sonrisa le tiró de los labios―. Tengamos hijos o no, no estoy interesado en adentrarme más en la vida criminal. No voy a estar aquí para siempre, Obito.

―¿Eso qué se supone que quiere decir? ―Era fuerte como un toro. Nada podría cargárselo.

―Algún día, me retiraré del negocio. Puede que antes de lo que piensas.

–Gilipolleces.

Sasuke asintió.

―¿Para qué demonios querrías hacer algo así?

―Ya te he contado mis motivos. ―Volvió a señalar en dirección al ventanal.

―¿Y qué es lo que vas a hacer entonces durante todo el día? ―pregunté con incredulidad.

―Llevar mis bodegas. Convertirme en un hombre honesto.

―Con el dinero de nuestros negocios ilegales pagaste este lugar ―le recordé yo.

―Y este lugar blanqueó todo ese dinero ―respondió―. Si alguna vez sientas la cabeza, lo entenderás.

Temari me vino a la mente, y no fue una imagen de sus tetas o de su culo. Me la imaginé acurrucada en mi regazo mientras veíamos la tele en el sofá. Tenía la manta echada sobre los hombros y el pelo desparramado sobre el almohadón. Los párpados cada vez le pesaban más a causa del cansancio, y sabía que tendría que llevarla a la cama en brazos. Aparté aquella idea de mi mente y continué estudiando a mi hermano.

―Si te vas a marchar de todas, todas, entonces a lo mejor debería continuar yo con el plan.

―Es demasiado peligroso, Obito. ¿No tienes ya bastante dinero?

–No le haría ascos a más.

―El dinero no lo es todo, y tú lo sabes.

―Pero cuenta mucho... y tú lo sabes.

Me miró desde el otro lado de la mesa con ojos calculadores.

―La cantidad de riesgo que correrías no merece la pena por esa recompensa. Quédate con lo que tienes. Salva vidas y ahórrate tiempo.

Por más que yo quisiera intentarlo, hacerlo sin Sasuke sería extremadamente difícil. Él era el cerebro y la fuerza detrás de nuestros negocios, igual que yo. La gente nos temía porque éramos dos, no uno nada más. Éramos los hermanos Uchiha, y todos se cuidaban de cabrearnos.

―Piensa en ello... de verdad. ―Abrió el portátil y tocó el panel táctil con la punta de los dedos―. Si hemos acabado con la cháchara de chicas, tengo cosas que hacer.

―Como quieras. ―Me levanté de la silla y me despedí―. Voy a darle un beso a mi dama y me marcho.

Sasuke entrecerró los ojos al mirarme con expresión acusatoria.

Yo me di cuenta de lo que había dicho demasiado tarde. Le resté importancia encogiéndome de hombros, como si fuera intencionado y no significara nada.

―Nos vemos. ―Cerré la puerta detrás de mí y mi expresión indolente desapareció al instante.

Había sido una estupidez decir aquello... y yo lo sabía.

.

.

.

ESTABA EN MI OFICINA EXAMINANDO MI ARMA NUEVA CUANDO ENTRÓ SHISUI. PALPÉ EL SUAVE MATERIAL metálico, comprobé el tambor vacío y probé el centro de gravedad sosteniéndola entre mis dedos. Tener un arma poderosa era tan importante como saber usarla. Un arma tenía que ser ligera y fácil de manejar en situaciones difíciles.

Te podía salvar la vida.

―¿Qué hay? ―le pregunté a Shisui sin mirarlo.

―Me han llegado rumores de Roma.

Con aquello el arma perdió toda mi atención. La dejé sobre la mesa y me concentré en él por completo.

―¿Qué has oído?

―Mi amigo de la ciudad dice que ha habido movimiento en el antiguo complejo de Bones. Uno de sus matones ha intentado ponerse al mando, pero... fueron eliminados.

―¿Eliminados?

―Sí... Asesinados. Ni siquiera utilizaron armas de fuego, sólo blancas.

Aquel detalle en concreto hizo acudir una vívida imagen a mi cabeza. Sólo había un grupo de mercenarios que prefiriese las armas blancas a las de fuego. Les gustaba matar en silencio y en la oscuridad, donde no pudieran ser vistos. Nadie se daba siquiera cuenta de la matanza hasta que todo el mundo estaba muerto.

–¿Qué más has escuchado?

–Nada más. Eso es todo.

Justo aquella tarde había estado hablando con mi hermano sobre ampliar el negocio, pero si aquellos enemigos eran quienes yo pensaba, la idea no arraigaría. Eran un enemigo formidable. Sólo sabía aquello porque yo solía ser uno de ellos.

Los Akatsuki.

.

.

.

NO ME ENCANTABA LA IDEA DE VER DOS VECES A MI HERMANO EN UN SOLO DÍA... PERO ESTABA teniendo una suerte de mierda. Llegué a su casa y entré por mi cuenta. Lars me dirigió una breve mirada de irritación, disgustado por el modo en que había irrumpido en la casa, como si viviera en ella.

―¿Ha dejado de funcionar el timbre de la puerta, Sr. Uchiha? ―Lars se aproximó con su chaqué, tan erguido que tenía la espalda más recta que una tabla. Llevaba una pajarita negra perfectamente anudada al cuello, en contraste con el tono perlado de su camisa. Nunca había visto a Lars con ropa de calle. ¿Dormiría así?

―No.

―Entonces, ¿por qué no lo utiliza?

―Porque necesito hablar con mi hermano. Es importante.

―En cualquier caso, íbamos a tener esta conversación, así que no ha ahorrado nada de tiempo. –Se acercó a las escaleras―. Haré saber a Su Excelencia que está aquí. ¿Le importaría esperarlo en el comedor?

Sasuke y yo solíamos hablar en privado en su despacho, así que no tenía sentido ponerse cómodo.

―Esperaré aquí.

―Muy bien. ―Lars subió al tercer piso y desapareció durante diez minutos antes de regresar.

Tendría que haber llamado a Sasuke y ya está. Probablemente no me habría contestado, de todas formas. Cuando estaba en casa después de las cinco, no solía lograr ponerme en contacto con él. Ahora que tenía una mujer en casa conmigo, entendía aquello.

Lars volvió.

―Se reunirá con usted en su estudio. ¿Puedo prepararle alguna cosa?

―Sólo tomaré un poco de whisky. ―Me dirigí hacia las escaleras.

―Por supuesto, Sr. Uchiha.

Subí hasta el tercer piso y me puse cómodo en su despacho. Los cuadros de Naori seguían en las paredes, porque Sasuke nunca los movía. Estaba orgulloso de su arte incluso cuando estaba viva. Contemplé los botones sobre el lienzo durante largo rato, preguntándome si el arte de mi hermana tenía algo que ver con el apodo cariñoso de su esposa.

Sasuke apareció diez minutos después, cuando iba por mi segunda bebida.

―¿Qué?

―Hola.

Se sentó frente a mí en el sofá, claramente irritado porque lo molestara tan tarde, cuando era obvio que estaba en la cama con su mujer. Tenía el pelo revuelto, y no sólo por acabar de salir de la ducha. Sakura había estado pasando sus dedos por él, sin duda.

–¿Qué? ―repitió.

―¿Te molestaría yo en tu casa si no fuera importante, capullo?

Sasuke cogió la licorera y se sirvió un trago.

―De acuerdo, y ¿qué es eso tan importante, Obito? Si de verdad fuera un posible desastre, me llamarías y me lo contarías todo directamente.

―La verdad es que no es algo que quiera contarte por teléfono. Shisui me ha dicho que han estado pasando cosas en Roma.

Cuando Sasuke escuchó aquello, se tensó perceptiblemente.

―¿Qué cosas?

―Uno de los hombres que trabajaba para Bones se hizo con el control de los almacenes. Se apoderó de todas las armas, así que estaba en proceso de convertirse en el sustituto de Bones. Pero entonces algún grupo los eliminó en mitad de la noche... rebanándoles el cuello.

Sasuke estaba a punto de coger su vaso, pero decidió recuperar la firmeza en las manos.

Pude leer su mente sólo con mirarlo.

―Los Akatsuki.

Asentí ligeramente.

―Pensaba que estaban fijos en Grecia, pero obviamente están ampliando sus fronteras.

―A lo mejor el negocio de los asesinos a sueldo está en crisis.

―Probablemente porque todo el mundo compra toda la protección que necesita, sea a nosotros... o a Bones.

―Así que están deshaciéndose del intermediario...

―Y haciéndose con ambos servicios: el proveedor y el ejército.

Sasuke se apoyó contra el respaldo del sofá y abrió las piernas. Sus ojos se desplazaron hasta el fuego mientras infinidad de pensamientos le inundaban la cabeza.

―Esto no es bueno, Obito.

―No, no lo es.

―Esto es justo lo que te advertí.

―¿Cómo podía yo saber que iban a convertirse en nuestra competencia? ―pregunté con incredulidad―. Llevo siete años sin saber nada de ellos.

–¿Has hablado alguna vez con Madara en ese tiempo?

―Ni una. ―Madara era el líder de los Akatsuki. Un líder implacable con un apetito voraz que mataba hombres sin piedad. Aceptaba su comisión y hacía exactamente lo que el cliente había pedido. Si le decían que torturara a una mujer hasta la muerte por haber engañado a su marido, lo hacía sin pestañear. El asesinato no significaba nada si se ponía la cantidad adecuada de dinero sobre la mesa.

―¿Cuál piensas que será su actitud con nosotros?

―Ni idea. Es posible que no nos vea como una amenaza.

―Pero podría ser ambicioso... igual que tú.

Madara era un hombre extremadamente ambicioso. Era evidente que se había pasado a este sector porque había visto una oportunidad y había decidido aprovecharla.

―Si se vuelve contra nosotros, yo me retiraré.

―Y una mierda ―salté yo―. No somos unos nenazas.

―Esto no va de mi orgullo. Tengo esposa, por si lo has olvidado. Saben que la mejor forma de obligarme a cooperar es secuestrándola... a menos que se te haya olvidado lo que le pasó a nuestra hermana.

―El negocio es nuestro. Nos lo dejó nuestra familia.

―Estas organizaciones surgen y desaparecen todos los días ―respondió Sasuke―. Tenemos dinero más que suficiente para el resto de nuestras vidas.

―Pero nada que hacer con nuestro tiempo. Tú tienes las bodegas. Yo sólo tengo esto.

―Entonces encuentra una afición ―saltó Sasuke―. Encuentra una mujer.

Yo ya tenía una mujer.

―No voy a entrar en guerra con Madara. Si Sakura no estuviese, la cosa sería diferente.

―Sabe defenderse sola.

Él apretó la mano alrededor del vaso, como si estuviera a punto de lanzármelo a la cara.

―No me digas lo que es mejor para ella. Soy su marido. Yo tomaré esa decisión.

Era imposible razonar con Sasuke cuando se ponía así.

―Me conoces. No me doblego ante nadie. Moriré luchando... siempre.

―Yo soy igual... si merece la pena morir por ello. Tú y Sakura sois las únicas dos cosas por las que estaría dispuesto a hacer ese sacrificio.

Yo sabía que haría cualquier cosa por mí, pero me conmovió escuchar su confesión de todos modos.

―De todas formas, nos estamos adelantando a los acontecimientos. Por lo que sabemos, Madara sólo quiere el antiguo negocio de Bones... y nada más. Terminamos en buenos términos. No debería guardarme ningún resentimiento.

―Eso piensas tú. Pero cabreas a muchísima gente, Obito.

―Es sólo a ti, capullo.

―No ―dijo fríamente―. Es a todo el mundo.

Se entreabrió la puerta y entró Sakura. Llevaba ropa de Sasuke puesta, una camiseta negra enorme que le llegaba por las rodillas y pantalones grises de chándal también suyos. Le sobraban por lo menos cinco tallas.

―Podía oíros desde el otro lado del vestíbulo. ―Tenía el pelo enredado, seguramente porque Sasuke se lo había agarrado antes con el puño. Se acercó al sofá y se sentó junto a Sasuke―. ¿De qué estáis hablando?

Sasuke sacudió la cabeza, un gesto más dedicado a mí que a su mujer.

―Negocios.

―¿Puedo ayudar en algo?

―No a menos que sepas construir armas ―dije yo―. Nos ha llegado un envío, pero todo es defectuoso.

Los ojos de Sasuke brillaron de sorpresa al presenciar lo fácilmente que mentía. Pero no tendría que haberle sorprendido. Era un criminal, al fin y al cabo. Mentía para ganarme la vida. Hasta había matado para ganarme la vida, en un momento dado.

―¿Por qué estás aquí entonces? ―preguntó―. Parece algo que puede tratarse por teléfono.

A pesar de la irritación, Sasuke sonrió ligeramente ante su intuición.

―No seas malcriada ―salté yo―. Sasuke y yo tenemos que hablar de cosas nuestras. No hace falta que lo sepas todo. ―Bebí del vaso y volví a dejarlo sobre la mesa.

―Soy una Uchiha. Así que vuestra conversación es de mi incumbencia. ―Se sirvió su propio vaso y dio un largo trago, demostrando que podía beber alcohol como nosotros―. Suéltalo ya.

―Acabo de hacerlo ―dije yo.

Entrecerró los ojos con furia, pero sólo fue un intento patético de intimidarme.

―¿Cómo de tonta te crees que soy?

―Bastante tonta.

Sin dudar, agarró el vaso y se preparó para darme con él en la cabeza.

―Para, Botón. ―Sasuke cogió el vaso y lo dejó en el otro extremo de la mesa―. Lo que Obito y yo hablábamos no es de tu incumbencia, así que déjalo ya.

Ahora fue él quien recibió su mirada de odio.

―¿Quieres que te tire el vaso a la cabeza a ti, en vez de a él?

―Me gustaría verte intentarlo. ―Lo dijo serio, retándola a desafiarlo.

Sakura era inteligente y no hizo nada. Dejó el tema, decidiendo probablemente interrogarlo a él cuando estuvieran a solas.

―Parece que Temari te gusta mucho.

―Se acuesta conmigo ―dije yo secamente―. Pues claro que me gusta.

Sakura se inclinó hacia delante y apoyó los codos en las rodillas, dedicándome una mirada directa de la que no podía escabullirme.

―Me ha dicho que esta mañana le has hecho el desayuno y se lo has llevado a la cama.

La mirada acusatoria de Sasuke volvió a posarse en mí.

―Sí, ¿y? ―pregunté―. Cociné y le llevé las sobras.

―Le hiciste tortitas, patatas, beicon, huevos, café y zumo de naranja recién exprimido ―saltó Sakura―. ¿Has hecho todo eso para ti? Y una mierda. Ni siquiera sueles desayunar.

Sentí ganas de partirle ese esbelto cuello suyo.

―Anoche se la metí por el culo. Sólo estaba intentando compensárselo.

Sakura tampoco se tragó aquello.

―Me ha contado que estuviste haciéndole el amor delante de la chimenea toda la noche.

Los ojos de Sasuke se estrecharon aún más.

Joder. Aquello no me hacía quedar bien.

―No me dijo nada de dar por el culo ―dijo Sakura―. Y eso es porque no pasó.

Me encantaría darle por el culo a Temari, pero saber todas las cosas espantosas que le había hecho Tristan me hacía replantearme mis fantasías más oscuras. Era virgen antes de que la violaran, y yo quería enseñarle que el sexo podía ser algo bueno. Podía ser la sensación más maravillosa del mundo. Utilizarla para mis propios placeres pervertidos... no estaba bien. Pero si admitía algo de todo aquello, parecería un maldito nenaza. Sasuke ya tenía sospechas sobre que se la fuera a devolver a Tristan. No quería darle ningún motivo para que me presionara.

–¿Por qué mientes, Obito? ―presionó Sakura.

―No estoy mintiendo ―contesté―. ¿Por qué no te limitas a meterte en tus putos asuntos?

―Temari es mi amiga. Es asunto mío.

―No. Es mi esclava... no la tuya.

Si Sakura hubiera tenido un arma, me habría disparado.

―No es una esclava. Es una persona. Todo esto me cabrearía mucho más si no supiese que estás haciendo lo imposible por hacerla feliz.

―No estoy haciendo nada por hacerla feliz. Me importa un comino si es feliz o no.

―¿Entonces por qué te la estás llevando a hacer turismo por toda Italia? ―preguntó Sakura―. ¿Eh? ¿Por qué te la llevaste a Siena el otro día? ¿Por qué le has enseñado Roma?

¿Por qué diablos estaba largando Temari hasta el último detalle?

―Tenía cosas que hacer allí de todas formas.

Sakura puso los ojos en blanco.

―No me lo trago.

Sasuke se llevó la punta de los dedos a la sien.

―Me parece que yo tampoco me lo trago.

Allí en la palestra quedaba al descubierto. Tanto Sasuke como Sakura me dirigían miradas incriminatorias. Estaba volviéndose cada vez más difícil ocultar mi afecto por Temari, y no sólo a ellos, sino también a mí mismo.

―Tened un poco más de confianza en mí. Sabéis que no soy malo. ¿Qué pasa si quiero que Temari lo pase bien? ¿Qué problema hay si quiero hacerla feliz antes de que la palme?

―Nunca te he visto preocuparte porque nadie lo pase bien ―dijo Sakura.

―Ni siquiera eres amable con Lars cuando vienes a casa ―dijo Sasuke―. Y te sirve comida.

―Eso es porque no le caigo bien ―dije yo amargamente.

―Porque lo ataste y a mí casi me matas ―dijo Sakura―. Estaba fría y azul en el suelo y tú ibas a dejarme morir así. Así que no te sientes ahí y me digas que no eres más que un buen tipo que sólo quiere hacer que se lo pase bien. No es tu estilo... y los dos lo sabemos.

Cuando me inundó la culpa, desvié la vista. No era capaz de mirar a mi cuñada a los ojos cuando me recordaba lo que había hecho. La había pateado por el suelo como a un perro, le había pisoteado la cabeza y le había dado puñetazos en la cara. Me había perdonado por ello, pero yo nunca me perdonaría a mí mismo por cometer aquel error.

―La única razón por la que estás actuando de esta manera es porque esa chica te gusta de verdad –dijo Sakura―. Es la única explicación.

―Lleva tres semanas viviendo conmigo ―dije―. Es algo difícil no coger cariño a alguien con quien pasas todo el tiempo. Creo que es una mujer bastante alucinante con un espíritu increíble. Se merece más que la mano de mierda que le han repartido. Pero eso es todo...

A juzgar por la fría expresión que me dedicó Sakura, no se lo había tragado.

Ni mi hermano tampoco.

Pero su opinión no debería importarme.

―En una semana se la voy a devolver a Tristan. Y ahí se acabará el asunto.

―¿De verdad vas a llevársela? ―preguntó Sakura con incredulidad―. Acabas de decir que es una mujer increíble.

―Todos los días mueren montones de mujeres increíbles.

―¿Así que vas a dejarla allí, volver a casa y meterte tranquilamente en la cama? ¿Vas a dormir de un tirón toda la noche? ―preguntó Sakura―. ¿Vas a poder vivir con la culpa de haberte marchado?

Me contemplé las palmas de las manos y las froté entre sí, negándome a mirarla a los ojos.

―Hemos hablado de esto docenas de veces... No hay nada que nosotros podamos hacer.

―Pero...

―Sasuke. ―Yo ya estaba enfrentándome a un millón de emociones en aquel momento, y no necesitaba que Sakura me recordara la difícil tarea que tenía por delante. No devolver a Temari provocaría una guerra que no podríamos ganar. Ahora que los Akatsuki podían ser un problema potencial, podía hacer aún menos por Temari... aparte de pasarle las pastillas de cianuro.

Mi hermano supo exactamente lo que le estaba pidiendo.

–Botón, déjalo ya.

Por lo general Sakura lo habría desafiado, pero su tono hizo que decidiera no hacerlo.

Incliné levemente la cabeza en señal de gratitud.

―Debería ir marchándome. Siento haber interrumpido vuestra velada. ―Me terminé la bebida antes de dirigirme hacia la puerta del despacho.

Sasuke me siguió fuera, acompañándome por las escaleras hasta la misma puerta delantera. Sakura no nos acompañó, probablemente porque sabía que no era bienvenida. Salimos al camino de entrada de gravilla. Mi coche continuaba aparcado exactamente donde yo lo había dejado, ya que el aparcacoches sabía bien que no tenía que tocar mis cosas.

―Sakura ha metido el dedo en la llaga, ¿no? ―dijo mi hermano―. Tiene tendencia a hacerlo.

―Yo no tengo llagas. ―Abrí el coche pulsando un botón.

Él se cruzó de brazos y me miró fijamente como si tuviera algo más que decir, aunque se negó a pronunciar palabra.

―¿Por qué estás mirándome así? ―Masajeé las llaves con la mano, necesitado de algo que hacer con los dedos.

―Ahora que es posible que tengamos que enfrentarnos a los Akatsuki, sabes que tenemos temas de sobra entre las manos.

―Te he dicho que la devolveré, Sasuke.

―Y más te vale hacerlo, Obito. No podemos combatir en dos frentes.

―¿Me estás escuchando siquiera? ―salté yo―. He dicho que voy a devolverla como una docena de veces.

―Te he escuchado, pero tus palabras contradicen todo lo que estás haciendo. Sakura ha dado en el clavo, Obito. Lo sabes.

―No estoy enamorado de ella.

―Desde luego lo parece.

Le di la espalda, harto de la conversación.

―Luego hablamos, Sasuke.

―¿Qué te parece si la devuelvo yo?

Después de abrir la puerta del coche, me di la vuelta para mirarlo.

―¿Cómo?

―Si la llevo yo, ambos sabemos que se hará el trabajo. Y tú no tendrás que sentirte como el malo de la película.

Aquella posibilidad era casi tentadora. No tendría que ensuciarme las manos, ni ver cómo Tristan le daba un puñetazo en cuanto volviera a estar bajo su poder. Pero aquello le sería de poca ayuda a Temari. Yo podría consolarla durante el viaje. Podría abrazarla antes de que tuviera que volver a manos del diablo. Conmigo estaba cómoda, confiaba en mí. Era lo menos que podía hacer.

―Tengo que hacerlo yo. Será muchísimo más duro para ella volver si yo no estoy. Y además, no soy un cobarde.

Sasuke terminó por dejar el tema y volvió a entrar en la casa. No se despidió, descartando la conversación con su silencio. Al cerrarse la puerta, le oí correr el cerrojo.

Me metí en el coche y volví a casa.

TEMARI YA HABÍA CENADO Y LIMPIADO LA COCINA. AHORA ESTABA EN EL SOFÁ DE LA SALA DE ESTAR, viendo uno de los canales en inglés que captaba con la televisión por satélite. Era una reposición de una comedia popular en Estados Unidos. Estaba leyendo al mismo tiempo, con el sonido del programa solamente como ruido de fondo. Levantó la vista al escuchar mis pisadas sobre el parqué.

―¿Qué tal el trabajo?

Después de la conversación que había tenido con mi hermano, realmente dábamos la impresión de ser una pareja. No quería obsesionarme con sus palabras, pero ya lo había hecho.

―Bien. ¿Qué tal tu día?

―Bien. He cenado hace unas cuantas horas, pero te he tapado un plato y lo he metido en la nevera.

―Gracias. ―Estaba acostumbrado a volver a una casa vacía sin nadie que se preocupara por mis comidas. Que una bella mujer se tomara el tiempo de preocuparse por mí era una sensación agradable. La última vez que había tenido aquella sensación había sido con mi madre y Naori. Cuando murió mi madre, Naori se convirtió con rapidez en la matriarca de la familia. Se aseguraba de que Sasuke y yo comiéramos bien y nos cuidáramos.

Nunca le habíamos devuelto su amabilidad.

Dejé mi bolsa sobre la encimera y aflojé el arma de la cartuchera. La dejé sobre la mesa como si fuera un reloj.

Temari la miró de reojo antes de apartar rápidamente la vista.

―¿Te hace sentir incómoda? ―Abrí uno de los cajones y metí dentro el arma para que no tuviera que mirarla.

―No... ―Volvió a su libro. Iba con una de mis camisetas largas y unas bragas, relajada en casa porque sabía que yo era la única compañía que iba a tener. Iba bien peinada y se había maquillado con productos que conseguía cuando íbamos a comprar.

―¿Alguna vez has manejado un arma?

Cuando no levantó la vista de su lectura, supe que no quería hablar de ello.

―No.

Dejé el tema y me acerqué al sofá junto a ella. Tenía una copa de vino sobre la mesa, por lo que di un trago rápido antes de volver a dejarla. Pasé a ella a continuación, depositando un suave beso en sus labios.

Al principio no respondió, pero tras el contacto inicial me devolvió el beso. Sus labios suaves y carnosos se movieron contra los míos, y en un momento sus actos se volvieron apasionados. Me metió la lengua en la boca antes de que yo tuviera oportunidad de hacerlo.

Era algo por lo que me encantaba volver a casa.

Mi mano se movió hasta su nuca, sintiendo los sedosos mechones, tan agradables al tacto. Me encantaba tirar de su cabellera, pero por ahora, disfrutaba acariciándola. Me aparté y después froté su nariz con la mía. Era un gesto cursi de cariño, pero con ella surgía de manera natural.

Me miró con afecto, sin pensar ya en la pistola para nada.

―¿Por qué has vuelto tan tarde?

―He tenido un día largo. Tuve que pasar por casa de Sasuke para hablar con él.

―Espero que todo vaya bien.

―Siempre va bien. ―Volví a coger su copa y di otro trago―. ¿Y qué es lo que ha hecho mi pequeña chef?

―Nada demasiado elegante. Pollo con verduras.

―A mí me parece elegante. ―La besé en la mejilla antes de levantarme del sofá.

Me siguió con la vista mientras entraba en la cocina. Hasta con la puerta cerrada podía sentir su mirada penetrante. Recalenté la comida en el microondas antes de acercarme a la encimera y dar unos cuantos bocados. La comida casera sabía muchísimo mejor cuando aquella preciosa mujer la preparaba para mí.

Estaba a punto de llevarme la comida a la sala de estar cuando Temari entró en la cocina. La luz de sus ojos se había extinguido, y su suave boca se había contraído en una intensa mueca. Hasta tenía los ojos ligeramente vidriosos.

Ya la conocía mejor que nadie, y supe que algo no iba bien.

―Bellissima, ¿qué te pasa?

Se quedó de pie junto a la encimera frente a mí e inclinó la cabeza, bajando la vista hasta la superficie de granito.

Dejé el tenedor mientras esperaba.

―Cuéntamelo.

―Es difícil de explicar...

―Soy un tío bastante listo, a pesar de lo que diga Sasuke. Lo entenderé.

Ella volvió a alzar la mirada, con los ojos brillantes.

―Me gusta mucho este sitio. Acabo de darme cuenta de todo lo que voy a echarlo de menos...

El corazón me empezó a dar un vuelco.

―Tiene algo que ver con que vengas a casa estando yo sentada en el sofá... y haberte dejado la cena en la nevera. Es tan corriente y tan insignificante, pero tan agradable al mismo tiempo. Tan confortable.

Ahora fui yo el que bajó la cabeza.

―No sé cómo explicarlo...

―Sé exactamente a lo que te refieres. A mí también me gusta.

―Y no sólo porque antes estaba prisionera. Siento este sitio como mi hogar... lejos de mi hogar.

Mi apetito fue desapareciendo mientras escuchaba el sonido de su dolor. Rodeé la encimera hasta ponerme a su lado, viendo sus lágrimas de cerca. Le rodeé la cintura con los brazos y me quedé de pie detrás de ella, con la cara apoyada en su nuca.

―Lo lamento de verdad, Bellissima. Desearía que pudieras quedarte.

―Yo también.

Le di un beso en la nuca y un suave apretón.

Cubrió mis brazos con los suyos y apoyó la cabeza contra mi pecho, bañándome en su perfume. Parecía diminuta entre mis brazos a pesar de haber engordado algunos kilos. Tenía el vientre y los muslos más voluminosos, pero sus curvas me volvían loco. Quería que cogiera más peso, que se preparara antes de volver a aquel agujero infernal.

Desearía poder seguir alimentándola para siempre.

ESTABA APRETADO CONTRA ELLA ENTRE SUS PIERNAS, CON LOS BRAZOS APOYADOS DETRÁS DE SUS rodillas. Mis caderas se balanceaban lentamente al penetrar su humedad. Tenía los ojos clavados en ella y le hacía el amor con lentitud, como si no tuviera prisa por terminar. No la tomé bruscamente por detrás. No la até, ni la inmovilicé. No sacié ninguno de los oscuros deseos que anidaban en lo profundo de mi pecho. Cuando se trataba de ella, sólo deseaba hacer las cosas despacio, suavemente.

Sólo quería ser bueno con ella.

Cada vez que respiraba hondo, sus pechos se elevaban hacia mí. Oscuros y rosados, sus pezones estaban erectos como pequeñas balas. Tenía los pechos más firmes, redondeados y jugosos del mundo. Me encantaba besarlos cuando estaba encima de mí, moviéndose lentamente, justo como yo hacía con ella. Sus manitas se agarraban a mis bíceps, aferrándose a los poderosos músculos al contraerse. Yo era capaz de sostener mi cuerpo fácilmente sobre ella, el abdomen tenso y el tronco recto. Cada vez que la penetraba, me deleitaba en su estrechez y en su humedad. Era como un pedazo de cielo, un lugar maravilloso del que yo podía disfrutar en exclusiva.

Hacer el amor era de tontos. Pero supongo que ahora yo era un tonto.

―Obito... Me voy a correr. ―Se mordió el labio inferior mientras yo me introducía por completo en su interior.

―Lo sé, Bellissima. Siempre te corres.

Ella jadeó ruidosamente, sus gemidos aumentando de intensidad hasta convertirse en gritos de pleno derecho. Me hundió los dedos en la carne y sus muslos intentaron juntarse, pero mi cuerpo impedía el movimiento. Arqueó la espalda, sus bellos pechos apuntando al cielo. Siguieron más gemidos incoherentes y gritó mi nombre varias veces.

Ahora venía mi parte favorita. Adoraba todo aquel proceso, desde el principio hasta el final, pero nada me hacía sentir más masculino que derramar mi deseo en su interior, rellenándola con mi semilla. Di unos cuantos empujones más antes de enterrarme en ella por completo y eyacular, dándole todo mi semen. Apoyé mi frente en la suya y gemí.

―Bellissima... ―Aquella conexión era algo que anhelaba con todas mis fuerzas, algo que amaba. Era la mejor sensación del mundo, mucho mejor que con cualquier otra amante con quien hubiera disfrutado antes.

Me agarró las caderas y tiró de mí, aunque sabía que no había nada más que introducir. Sus ansias me hicieron disfrutarlo más. Deseaba tanto que me corriera en su interior como yo hacerlo.

Besé su frente antes de retirarme lentamente, mi semen deslizándose hasta su entrada. Mi erección fue perdiendo fuerza poco a poco al entrar en contacto con el aire, todavía cubierta en sus exquisitos jugos. Le di un beso en el interior de los muslos antes de entrar en el cuarto de baño y meterme en la ducha. Estaba un poco ido, sin pensar realmente en nada. Ahora me encontraba absolutamente relajado, satisfecho de un modo carnal. Me quedé bajo el agua y cerré los ojos.

Temari se reunió conmigo un momento después, su bello cuerpo aún más asombroso cuando estaba mojado. El pelo rubio se le pegaba a la piel mojada, y el maquillaje se le emborronó al instante, desapareciendo con el agua. Se quedó debajo e inclinó la cabeza hacia atrás, permitiendo que el pelo descendiese entre sus omoplatos.

La contemplé hechizado, a pesar de que llevaba mirándola toda la noche. Mi cariño por ella había aumentado con rapidez desde la primera vez que le había puesto los ojos encima. Entonces podría haberla violado, pero no lo hice. Podría haberla obligado a hacer lo que yo quisiera, pero no lo hice. No estaba seguro de si realmente era un buen hombre, o si era ella la que me convertía en uno.

En cualquier caso, la respetaba. Y sabía que no se merecía todo aquello. Una mujer tan guapa y amable como ella no se merecía sufrir de esa manera, apreciando mi amabilidad cuando yo ni siquiera era una persona amable.

Me frustraba.

Deseaba que hubiera una solución. Deseaba que hubiera un modo de poder salvarla sin ponerme en peligro yo o a mi familia. Ahora que tenía un oponente considerable en otro frente, era aún menos lo que podía hacer por ella.

Aparte de ayudarla a suicidarse.

―¿Qué te pasa? ―Debía de haberse dado cuenta de que llevaba mirándola fijamente casi cinco minutos sin decir nada.

―Sólo estoy pensando.

―¿En qué piensas?

En cosas que preferiría no decir.

―Nada importante.

―¿Por qué no me creo eso? ―Sonreía ligeramente, tomándome el pelo.

No me podía creer que no hubiera ninguna solución para aquel problema, que los hermanos Uchiha no lograran encontrar una manera de salvar a aquella mujer inocente. Yo tenía éxito en cualquier cosa que me proponía.

―¿Alguna vez has usado un arma?

Ella hizo una mueca ante aquella repentina pregunta, dejando de sonreír.

―¿Cómo?

―¿Has manejado alguna vez un arma? ¿Como una pistola?

―Eh... no. ―Se echó champú en la palma de la mano, masajeándolo despacio sobre su cuero cabelludo―. La primera vez que vi una fue cuando me capturaron... pero nunca he tocado ninguna.

Tuve una idea... aunque no era una idea excelente.

―¿Qué tal si te enseño?

―¿Qué se lograría con eso?

―¿Qué te parece que te enseñe a utilizar una, y cuando te devuelva a Tristan, te la llevas contigo? Escondida en algún sitio entre la ropa. Cuando estés dentro, en cuanto tengas la oportunidad, le disparas entre los ojos.

―¿Y eso de qué serviría? Tiene veinte hombres en ese complejo en todo momento.

―Mata a tantos como puedas. Si los matas a todos, podrás escapar.

–¿Y Matsuri?

―Obliga a Tristan a decirte exactamente dónde está. Si le estás apuntando al cráneo con una pistola, hablará.

Ella se aclaró el champú del pelo con una expresión de derrota en el rostro.

―Obito, yo no soy tú. Jamás lograría hacer algo así. Me vas a devolver en una semana. Para hacer cosas de agente secreto como esas, tendría que entrenarme durante meses.

Desde luego, el tiempo no estaba de nuestra parte.

―Aunque mate a Tristan, me van a matar de todas formas. Y entonces no sabré si Matsuri consiguió o no sobrevivir. Al menos, si muero de causas naturales, se olvidarán de mí.

―Matsuri sufrirá de todos modos, aunque no la hayan matado.

Los ojos de Temari se llenaron de tristeza.

―Respeto tu lealtad hacia ella, pero apuesto a que ella querría que te salvaras tú.

–Estamos juntas en esto ―susurró.

―Pero no deberíais estarlo ―dije yo―. Ella querría que huyeras. Si Sasuke y yo estuviéramos en esta situación, yo también querría que él huyese. Sería nuestra única victoria posible. Yo podría arreglar tu huida y hacer que todo pareciera legal. Hasta le puedo pedir a Sasuke que me dispare en el brazo, para hacerlo creíble para Tristan. Podríamos dejar rastros de tu fuga, para que tengan algo que seguir...

―No. Ya he dicho que no.

Suspiré de frustración.

―Sólo quiero ayudarte, Bellissima.

―Lo sé. Pero no puedes. Ya has hecho bastante.

―No tiene por qué ser así.

―Sí que tiene... ―Se dio la vuelta hacia el grifo, ocultándome su rostro. El agua resbalaba por los esbeltos músculos de su espalda, y unos cuantos mechones de pelo se le pegaban entre los omoplatos―. Yo ya lo he aceptado, Obito. Tenemos que olvidarnos del tema.

―Me dijiste que no te querías marchar. ―Alcé las manos y las puse sobre sus pequeños hombros, dándoles un suave apretón―. Y, sinceramente... yo tampoco quiero que te vayas.

―Pero no siempre podemos tener lo que queremos. La vida no es justa. Me siento simplemente agradecida por haber tenido una vida tan maravillosa antes de que me raptaran. Y tú has sido buenísimo conmigo.

Le rodeé la cintura con los brazos y le di un beso en el hombro. Mi amabilidad sólo existía en su percepción. La había aceptado como moneda de cambio, tratado como a ganado más que como a un ser humano, llenándola con mi semilla antes de devolverla al lugar del que había venido. La única auténtica amabilidad que le había demostrado había consistido en comidas calientes y un lugar para dormir.

―Tengo mucho por lo que estar agradecida. Eso es lo que lo hace tan difícil.

Que pudiera ver el lado bueno cuando sólo había malo se me escapaba por completo. Hacía falta una persona especial para ver la luz entre las tinieblas más absolutas.

–Desearía que hubiera algo que yo pudiese hacer. Y no lo digo sólo por decir.

―Eso ya lo sé, Obito. ―Se dio lentamente la vuelta otra vez hacia mí, todavía con expresión triste, pero con un aire ligeramente más optimista―. ¿Conseguiste las pastillas?

Ya hacía tiempo que las tenía, pero no había querido mencionarlas. Incluso ahora, me resistía a pronunciar las palabras en voz alta. Me limité a asentir ligeramente.

―¿Cuántas necesito?

―Sólo una. Pero te daré unas cuantas. Sólo por si acaso.

―¿Qué me va a pasar?

Los últimos minutos de su vida serían dolorosos. Contarle los detalles sólo lograría empeorar la espera.

―Eso da igual. Cuando estés preparada, trágate una y ya está. Todo habrá terminado en menos de cinco minutos. ―Al imaginármela pasando por aquello sentí una profunda sensación de desconsuelo.

Ella asintió.

―Vale... menos de cinco minutos. Eso puedo soportarlo.

Una bala en la cabeza sería más compasiva, pero ella no podía permitirse aquel lujo.

―Lo lamento.

―No es culpa tuya, Obito. Ni tampoco mía.

―No, no lo es...

―En todo caso, debería estar dándote las gracias. Has sido muy bueno conmigo desde la primera vez que nos vimos. Al final has resultado ser una bendición. Una luz en medio de toda esta oscuridad. Y Sasuke y Sakura también. He tenido mucha suerte de conoceros a todos.

―No. ―Posé los labios sobre su frente―. Soy yo el que tiene suerte.

.

.

.

ESTABA SENTADO EN MI ESCRITORIO EN LA BASE CUANDO SONÓ EL TELÉFONO.

En la pantalla no aparecía ningún nombre.

No aparecía ningún número.

De hecho, no aparecía nada de nada. Cualquier identificación estaba completamente oculta. La que llamaba no era una simple persona. Aquel era el tipo de precaución que sólo emplearía alguien con algo que ocultar.

No tenía ni idea de quién podría ser.

Pero aquello no impidió que contestara con la misma confianza de siempre.

–Obito Uchiha. ¿Qué puedo hacer por usted?

Siguió una larga pausa durante casi treinta segundos.

Pero yo no pensaba decir ni una palabra más. Me había dirigido a aquella persona en tono casual. No pensaba picar ningún anzuelo más.

Por fin, alguien dijo algo.

―Ha pasado mucho tiempo, Obito. ―Masculina, grave y profunda, su voz sonaba exactamente igual que entonces. Había recibido órdenes suyas las veces suficientes para no olvidar aquel tono. Madara seguía desprendiendo una paciencia tranquila, una autoridad silenciosa. Llevaba siete años sin hablar con él, desde el día en que había abandonado su culto―. ¿Qué tal van las cosas en el mundo de la distribución de armas?

Los rumores que había escuchado Shisui eran ciertos. Madara no era sutil dejando claras sus intenciones. Pero así era como él jugaba al juego: sin jugar al juego.

―No me puedo quejar. ―No iba a revelar más de lo imprescindible. Después de todo, aquella conversación no estaba destinada a ser profunda. No tardaría en comunicarme el motivo de su llamada―. ¿Qué tal van las cosas en el negocio de los Akatsuki?

―Nunca han ido mejor. Ayer nos cargamos a una familia entera... Todas y cada una de las generaciones. Ahora ya no son más que nombres en los libros de historia... si alguien se toma la molestia de consultarlos.

Ni se me había pasado por la cabeza que su crueldad hubiera disminuido. Si alguien pagaba un precio lo bastante alto, Madara haría cualquier cosa que le pidieran. No entendía de compasión, remordimientos ni nada de eso. La gente decía que los Uchiha no tenían corazón. Nosotros éramos santos comparados con este tío y sus hombres.

–Entonces estarás cansado.

―Pues no, la verdad. Aún no me he acostado. Ya sabes lo que pasa con la adrenalina, Obito.

Yo me había unido a los Akatsuki hacía muchísimo tiempo. Tenía deudas y necesitaba el dinero. Cumplía órdenes sin hacer preguntas. Al terminar aquel periodo, dejé la organización y nunca le hablé de ella a nadie... aparte de Sasuke.

―Lo recuerdo.

―Te da la temblequera... pero en el buen sentido.

Continué sentado en silencio, esperando a que hiciera su siguiente movimiento. Sabía exactamente para qué me llamaba, pero no pensaba hacer ninguna excepción.

―Llamo para expresar mi gratitud. En cuanto tú y tu hermano eliminasteis a Bones, quedarse con sus negocios ha resultado bastante sencillo. Tenemos un almacén lleno de material, esquemas de nuevos diseños y un grupo de hombres ansiosos por trabajar. Sinceramente, me sorprende que no aprovecharais vosotros la ocasión cuando tuvisteis la oportunidad.

Fui muy cuidadoso con mi respuesta, pero no tardé demasiado en encontrar qué decir. Las pausas eran buenas, pero cuando se alargaban demasiado indicaban incompetencia.

―Mi hermano y yo tenemos todo el trabajo que necesitamos. No nos interesa monopolizar el mercado.

―¿Eso sabes quién lo dice?

Esperé a que llegara el insulto.

―Los imbéciles. Cuando hay dinero sobre la mesa y aun así te retiras de ella... eso es una imbecilidad.

―El dinero no lo es todo, Madara.

―Supongo que entiendo por qué Sasuke podría decir eso, ya que se acaba de casar... pero ¿cuál es tu excusa?

Me vino a la mente una imagen de Temari.

―Tengo aficiones, Madara. A lo mejor deberías pensar en tener algunas.

Soltó una risita al otro lado de la línea, sonando como un robot. Era cualquier cosa menos genuina. Un poco aterradora, de hecho.

―Todas mis aficiones van sobre dinero... y poder.

―Yo ya tengo todo el dinero y el poder que necesito.

―Ah, ¿sí? ―preguntó―. Entonces supongo que no tendrás ningún problema en retirarte y dejarnos todo el negocio a nosotros, ¿no?

Era exactamente lo que me había temido. No permitió que el silencio durara demasiado tiempo.

―Me parece que es demasiado trabajo para una sola persona. Tienes los ojos mucho más grandes que el estómago, Madara. Y si comes demasiado, te vas a poner enfermo.

Se rio ante mi juego de palabras.

―Siempre se te dieron bien las palabras, Obito. Pero a mí siempre se me dieron bien los actos.

Antes de que pudiera emitir algún tipo de amenaza, me hice con el control de la conversación.

―A los dos nos resultaría fácil hacernos con el mercado. Bones llevaba muy bien su negocio, pero su influencia tenía límites. Siempre necesitas otro par de ojos para ayudarte. Tú puedes ayudarme a mí, y yo a ti.

Madara resopló divertido.

―Quieres que hagamos negocios juntos.

―Juntos no ―dije yo―. Pero si yo no puedo aceptar un cliente, te lo enviaré a ti. Si me entero de que hay alguien más distribuyendo armas, podemos cargárnoslo juntos. Entiendo tu confianza, pero llegas a un negocio completamente nuevo. El veterano en esto soy yo. Tú no eres más que un novato.

Silencio.

Puede que hubiera hablado de más.

―Coexistiremos pacíficamente. Acabo de matar a Bones. Odiaría tener que matar a alguien más... –Proferir amenazas era algo que había que evitar a toda costa, pero si no demostraba fuerza, él podría dudar de mi poder. Era mejor recordarle que yo era un enemigo formidable, hasta si pensaba que él mismo contaba con ventaja. Sasuke estaba dispuesto a replegarse en cuanto las cosas se pusieran difíciles, pero yo no quería tomar aquel camino. Aquel negocio era todo lo que tenía. Podría retirarme y pasar el resto de mi vida bebiendo vino, pero necesitaba algo que me hiciera levantarme de la cama por las mañanas. No tenía una esposa, así que necesitaba otra cosa.

―Yo también odiaría tener que matar a alguien, Obito ―dijo Madara por fin―. Especialmente a alguien que me cae bien de verdad.