"No todo lo que es oro reluce, ni toda la gente errante anda perdida" — J.R.R. Tolkien


Capítulo VI

Las profundidades de un alma perdida

Sus manos están ahora manchadas de sangre. Ha corrido tanto que su cerebro no procesa el momento exacto en que abrió la puerta de su apartamento y entró en él, ocultándose del mundo. Sin desvestirse, Eren camina hacia la ducha, dejando que el agua caiga sobre su cabello y sus ropas como si de esa manera pudiese lavar el pecado que acaba de cometer. Suspira, cierra los ojos y su cuerpo tiembla. El agua no es suficiente para expiar su culpa, una culpa que no ha buscado, que carcome desde ahora su existencia. Un pensamiento fugaz intenta consolarlo al cerrar la llave para despojarse de su camisa empapada: "era él, o eras tú en su lugar". Pero cuando se mira al espejo y exhala, todo cuanto ve es el reflejo de su propio rostro traicionado.

Es sábado, 26 de julio. Cuando amanece, Eren se percata de que ha dormido apenas una hora a causa del cansancio. Su primer pensamiento al abrir los ojos es huir, así que se pone en pie tan rápido como puede, dispuesto a meter en una maleta todo lo que pueda y salir del país rápidamente, con el poco dinero que tiene, a un lugar donde nadie sepa de él. Pero eso sería sospechoso. Además, nadie ha ido por él a acusarle. Entonces respira, y sus hombros caen. Todo es una maldita pesadilla.

Debe ir a la oficina. Aún quedan cosas por hacer y odia tener trabajo pendiente. Su cabeza aún no asimila del todo los acontecimientos de la noche anterior, y el conflicto incesante en su mente le hace saber que debe mantenerse ocupado. Piensa en llamar a Carla: la voz de su madre puede darle un rayo de sosiego a su espíritu atribulado, pero ella sabría que algo anda mal, y Eren no puede permitirlo. La idea es descartada tan pronto como llega a él. Su desayuno es una tostada que abandona a la mitad en el plato al encender la televisión, donde el noticiero matutino reporta la muerte del hijo mayor del presidente: Urklin Reiss.

El estruendo de la pantalla al romperse corta el aire. En la amplitud de su apartamento, sólo Eren puede escuchar aquel sonido, y los miles de trozos que crujen bajo sus pies cuando él decide terminar con el aparato hasta hacerlo añicos. Impotente, desesperado, ahoga un grito. Desearía no volver a escuchar el apellido Reiss, tampoco el apellido Ackerman. Pero Eren es fuerte y se sobrepone ligeramente. Es un adulto y debe comportarse como tal.

Un adulto...

Un adulto asustado.

Un niño atrapado en el cuerpo de un hombre al que obligaron a cometer un asesinato.

Su mente dibuja escenarios fatídicos. La sirena de una ambulancia lo alarma, sumiéndose en la paranoia cíclica del hombre culpable. Ha matado a un hombre, y sólo cuando el irritante sonido se pierde en la lejanía Eren vuelve a respirar, exhalando sonoramente. Es así como transcurrirá su día: entre delirios paranoicos y la tensión de un futuro incierto. No puede evitar pensar que la policía irá por él en cualquier momento, pero mientras no suceda, debe actuar normal. Nadie sabe, hasta ahora, lo que ha sucedido; nadie, excepto Kenny, pero ese infeliz no hablará. Está seguro. Está tan lleno de mierda como él, o tal vez más. Así, atando su cabello en un moño y vistiendo una chaqueta, Eren se marcha, camino a la oficina. Desea con todas sus fuerzas devolver el tiempo y nunca haber llegado hasta este día.

Pero el destino es cruel. Cruelmente nefasto.

—Eren, ¿tienes algo que hacer ahora?

—¿Señor?

Kurt cierra su portafolio. Sonriente, se aclara la garganta para volver a hablar desde su asiento detrás del escritorio de su oficina.

—¿Tienes algo pendiente que hacer? ¿Salir con alguna chica? —el señor Ackerman guiña el ojo. Eren sonríe tan normalmente como puede.

—No, señor. Iré a mi casa, llamaré a Carla, tal vez.

—Oh, eres demasiado joven y buen mozo para quedarte todo el fin de semana encerrado entre las paredes de tu apartamento. ¿Por qué no vienes a almorzar con nosotros? Yo invito. Aún es temprano, hijo.

Eren lo piensa por algunos segundos, y asiente.

—De acuerdo, señor.

Kurt se muestra complacido.

—Bien. Esperemos unos minutos a que llegue mi hija y nos iremos. Sasha no viene los sábados y Armin está muy ocupado con su mudanza para acompañarnos, así que sólo iremos nosotros, ¿qué te parece?

—Perfecto, señor.

—Maravilloso. Terminaré de revisar unos balances de cuentas e iremos abajo.

Eren asiente de nuevo. Kurt se pierde en el papeleo, ignorando la mirada inquisitiva de su asistente. El muchacho suspira antes de guardar su móvil en el bolsillo y carraspea, llamando la atención del hombre tras la mesa.

—¿Sí? —pronuncia Kurt, levantando la vista hacia el chico. Eren, que no esperaba una respuesta directa, titubea para contestar. Sin embargo, lo hace.

—Señor, hay algo que quisiera preguntarle.

El señor Ackerman abandona sus papeles, se quita los anteojos y une las manos sobre el escritorio para escucharlo.

—Soy todo oídos, hijo.

Un breve silencio adorna el ambiente. El más joven de los dos se decide a hablar, por fín.

—Usted… —una pausa— ¿tuvo algo que ver con Carla?

Kurt arquea una ceja.

—Tu madre y yo somos amigos, muchacho. Por supuesto que tuve que ver con ella.

Eren arruga la cara y se rasca la oreja. Tal vez no se ha expresado correctamente.

—Lo que quise decir es…

—Oh —Kurt jadea. La pausa de Eren lo hace adivinar lo que ha querido decir. Observa a su asistente detenidamente por algunos segundos y, con los dedos índices en los labios, ríe—. Hijo, ¿de dónde sacaste algo como eso?

Eren no sabe por dónde empezar. Se pregunta a sí mismo si Kurt sabe lo ocurrido la noche anterior con Kenny.

—En realidad, se me hace muy raro que…

—¿Se te hace raro todas las atenciones que he tenido con tu madre? —Kurt se pone en pie, camina un poco por la oficina y regresa a su escritorio para sentarse en el borde de éste— Creí que alguna vez pensarías algo como esto, y es absolutamente válido. Pero no, hijo. Todo lo que he hecho por Carla viene de mi agradecimiento hacia ella y Grisha. Si pudieses ver todo lo que hicieron por mí y por mi difunta esposa, y también por Mikasa, sabrías por qué tu familia es tan querida para mí.

—¿Mikasa? —el nombre de la chica se escapa de su boca en forma de pregunta, tan sutilmente que no puede detenerlo. Kurt asiente.

—Kyoko tuvo complicaciones en el embarazo, y de no ser por Grisha, mi bebé no habría nacido viva, Eren. En cuanto a Carla, ella aún estaba embarazada de ti cuando Mikasa nació, y eso no le impidió acompañar a mi esposa en todo momento. Mi hija es apenas un mes mayor que tú, así que no es difícil imaginar el tamaño de su vientre en ese entonces. Eres afortunado, hijo, por tenerla a ella como madre.

Eren parece arrepentido por haber hecho aquella pregunta. Sin embargo, se siente aliviado de saber que Kenny no es más que un vil mentiroso. Kurt parece herido; después de todo, la pregunta del muchacho fue una leve acusación, y él es un hombre sensible.

—Lo siento, señor. No debí…

—Tranquilo, hijo. Creo que en tu posición yo habría tenido la misma inquietud —el señor Ackerman vuelve a su escritorio, y notando la incomodidad de Eren, se aclara la garganta—. Mejor dime cómo te fue con Kenny anoche. Lo llamé un rato después de que se marcharon pero jamás me respondió. ¿Llegaste bien a casa?

¿Es posible que Kurt ignore por completo lo ocurrido la noche anterior? ¿Es posible que su hermano mayor actúe a sus espaldas, mientras este hombre es capaz de confiarle su vida entera? ¿Es posible que un hombre pueda fingir ignorancia durante tanto tiempo como lo ha hecho Kurt?

Ciertamente, para Eren eso es inconcebible, y Kurt Ackerman no parece el tipo de persona capaz de ello. Grisha y Carla debieron tener una razón para confiar en él. Sus empleados deben tener una razón para respetarlo. Su familia debe tener una razón para amarlo tanto…

—Uh…

Toc-toc.

Alguien llama desde fuera, golpeando los macizos portones de madera de la oficina principal. Eren se congela, pues su mente temerosa le juega una mala pasada, imaginando que es Kenny quien espera del otro lado. Sin embargo, cuando Kurt presiona un interruptor en su escritorio y la puerta se abre, el corazón del muchacho se acelera al divisar la cabeza de cabellos oscuros que se cruza el umbral.

—Hola, papá.

—¡Hola, princesa! —Kurt salta de la silla con una alegría contagiosa, recibiendo a su unigénita con un abrazo, acompañado de un beso en la mejilla. Mikasa sonríe, pero su padre no la suelta de inmediato— ¿Cómo estás?

—Bien. ¿Listo para ir a almorzar?

—Por supuesto. ¿Todo bien en casa? Quise despedirme de ti en la mañana, pero estabas profundamente dormida cuando salí.

—Sí, todo está bien.

—Entonces siéntate y espérame mientras termino de revisar algunos documentos. Mira quién nos acompañará hoy —anuncia Kurt, señalando a Eren al apartarse de su hija. Eren los ha observado todo el tiempo, y parpadea en el instante en que la atención se dirige hacia él.

—Oh, hola —le saluda la chica. Eren se aclara la garganta, pues ella lo ha pillado por sorpresa.

Tranquilo, Eren. Tranquilo.

—Hola, ¿qué tal? —Eren se aclara la garganta para hablar más claro al repetir la pregunta. La chica asiente. Kurt la lleva a tomar asiento, justo junto al muchacho, mientras él regresa a su sitio tras el escritorio.

—Bien. No me quejo. ¿Qué hay de ti? —pregunta ella. Hay un intento de sonrisa en su rostro, y Eren adivina que es su forma de ser amable.

—Pues, trabajando.

—Genial.

Él también sonríe de forma nerviosa. Mikasa asiente una vez más, y fin de la interacción.

Los asientos frente al escritorio permanecen en diagonal, de forma que quienes los usan puedan verse a la cara, pero Eren prefiere esconder el rostro en su móvil, y Kurt ya ha vuelto a sus papeles. El muchacho no nota que un par de ojos grises lo observan con disimulo, pero para ella es mejor así: pasar desapercibida.

—¿Huh? —es la voz de Kurt quien interrumpe el incómodo silencio juvenil— ¿Pero qué les pasa? ¡Son jóvenes! ¿Por qué tan aburridos? Hablen entre ustedes, conózcanse mejor. Si Sasha estuviese aquí, haría conversación incluso con una piedra; deberían tomar su ejemplo. Yo a la edad de ustedes era un poco más conversador, jovencitos. Fue así como conocí a Kyoko.

—Papá…

—¿Qué? ¿Dije algo malo?

—No.

—Sólo quiero que se conozcan. ¿Es eso un pecado? —Kurt continúa con su papeleo mientras habla. Es un hombre bastante hábil para ejecutar dos tareas a la vez— Quiero que Eren nos acompañe a almorzar para que no esté solo toda la tarde. Pensé en ir al Atrio, pero no sé qué quieran ustedes. ¿Creen que es temprano para comer mariscos? —Eren sonríe. Los ojos de Mikasa se han clavado sobre él sin que lo note— Por lo que sé, Eren prefiere las hamburguesas, pero no está mal probar algo nuevo, ¿no es así, hijo? Aunque podemos ir al Eleven Sina Park. La comida es más ligera allí, y mucho más casual. Así podrían pedir lo que quisieran. ¿Qué prefieres tú, cielo?

—Que son verdes… Y muy hermosos…

La frase cuelga en el aire, siendo apenas un suspiro que se escapa involuntariamente de la mente de la chica.

Tanto Kurt como Eren quedan extrañados por su respuesta.

—¿Qué es verde y hermoso? —el señor Ackerman ríe, confundido. Eren, con el ceño fruncido, mira ahora a la chica— Te estoy hablando del lugar al que iremos a comer, tesoro.

—¿Huh?

Mikasa balbucea. Su subconsciente le ha jugado una mala pasada mientras observaba los ojos de Eren, y desea que un hueco se abra en el suelo y la haga desaparecer para siempre, al igual que el rojo intenso de sus mejillas.

—Te pregunté qué restaurante prefieres, y dijiste "verdes y hermosos". ¿En qué estás pensando? ¿Tienes sueño aún?

—Eh… No, no. Es sólo que… recibí un mensaje de Armin y…

Kurt ríe. No imagina ni remotamente los pensamientos de su hija. Eren, de nuevo con la vista en su móvil, piensa que esta chica tan sexy es realmente extraña.

—De acuerdo, cariño. Entonces, ¿a dónde prefieres ir? ¿Eleven Sina Park o al Atrio?

—El Atrio está bien para mí, papá.

—Perfecto —declara Kurt, feliz. Sus papeles son ordenados sobre el escritorio antes de ser abandonados—. Nos fuímonos.

Olvidando su vergonzoso lapso de hace segundos, Mikasa se cubre la cara con la mano. Esta vez, la vergüenza que la invade es ajena.

—Papá, no hables así, por favor.

—Está bien, está bien. No he dicho nada.

La risa del señor Ackerman es contagiosa, también. Eren se burla, captando la atención de la chica frente a él al ponerse de pie para salir.

Mikasa se pregunta si existe un hombre sobre la tierra más atractivo que el asistente de su padre. Y al mismo tiempo se pregunta si existe alguien más tonto que ella misma, porque sólo un tonto podría dejar en evidencia los rincones de su propia mente.


Kurt come alegremente. ¿Su mayor alegría? La presencia de su hija. Eren lo observa, y el tiempo transcurrido lo convence de que este hombre no tiene la menor idea de lo ocurrido con Kenny la noche anterior. Su paranoia ha disminuido, pues nadie se ha fijado en él, excepto el camarero al pedir su orden, y las veces que Kurt le ha hablado para mencionar algún tema sin importancia. Todos disfrutan de su plato de entrada ahora, y es Mikasa la siguiente en hablar.

—Papá.

—¿Hmm?

—¿Viste las noticias esta mañana?

—Sí, cielo. Siempre las veo. ¿Por qué preguntas?

—¿Supiste que asesinaron al hijo de Rod Reiss?

Eren traga su bocado sin masticar. La paranoia regresa, pero debe mostrarse sereno.

—Sí. Lo supe. Pero nadie sabe qué pasó. Sólo hallaron el cuerpo en una zanja de la zona industrial del sur sin rastro de sangre. Parece que borraron toda evidencia del crimen y no parece que sea fácil para la policía dar con el paradero del asesino por ahora.

Sigue comiendo, Eren. Sigue comiendo.

Silencio.

El sonido de los cubiertos sobre la vajilla hace que los dientes del muchacho rechinen y, por un instante, su mente se invade con los molestos sonidos de todos los comensales de aquel lujoso restaurante. Es como una película de terror reproduciéndose en bucle entre sus sesos.

—Es horrible. Era muy joven. Historia debe estar deshecha, porque ella amaba a su hermano. Iré a visitarla mañana.

—Tienes razón, tesoro. Iré contigo y de paso hablaré con Rod. Desde que me enteré he estado llamado a tu tío con más insistencia para que ambos ayudemos a Rod con este caso, pero no me responde.

—Si hablas de Kenny no dudes que está alcoholizado en su apartamento y rodeado de prostitutas. Es lo que mejor sabe hacer, en especial si es fin de semana.

—Mikasa, no hables así de tu tío.

—Sabes que digo la verdad. Por algo él y Levi no se llevan bien.

Kurt suspira. Mikasa continúa comiendo con tranquilidad, mientras el menú de Eren se ha convertido en una daga que le traspasa las entrañas. No puede acabar con su plato. Sin embargo, fingir ignorancia es su prioridad.

—Hablando de Levi, su vuelo se retrasó. Vendrá con su esposa en una semana.

—¿Se retrasó?

—Sí. Parece que tuvo un problema con su pasaporte en Marley y sólo podrá solucionarlo en un par de días.

—Bien. Han pasado años desde la última vez que lo ví.

—Eren —pronuncia Kurt, al notar que su asistente ha sido excluido—, ¿sabes quién es Levi? Mi sobrino, hijo de mi difunta hermana Kuchel.

—Sí, señor. Creo que lo mencionó hace tiempo.

—Espero que no se demore. Últimamente los eldianos hemos vuelto a tener problemas con Marley en cuestiones de relaciones internacionales, y eso no me agrada nada. Los marleyanos se han vuelto de nuevo racistas y xenófobos.

—Papá, siempre lo han sido. Pero ahora es más notorio, gracias a todo lo que ha hecho Rod Reiss con los tratados internacionales pasándoselos por el… Como sea, el presidente tiene la culpa.

—Mikasa, baja la voz. No quiero que te escuchen diciendo esas cosas.

—Bueno, su hija tiene razón, señor —Eren interviene, por fin. Kurt se muestra complacido—. Para empezar, Rod Reiss nunca debió ganar las elecciones. Es un secreto a voces, y pocos lo mencionan por miedo. Pero no es más que la verdad. Un país pequeño como el nuestro necesita un líder fuerte, y ese no es Reiss. Por esa razón apoyo completamente las protestas de estos días. Con el respeto que usted se merece, señor Ackerman, no me disculparé por decir lo que pienso, aunque sé bien que él es su amigo.

Kurt suspira, pero no parece molesto. Su primera reacción es sonreír modestamente, calmando al muchacho con unas palmaditas amistosas en el hombro.

—No espero que lo hagas, hijo. Admiro a la gente que defiende sus principios y tienes mi entero respeto. Además, sé que ambos tienen razón, pero no quisiera verlos en problemas por decir estas cosas en voz alta. Y sé que Carla tampoco lo querría, Eren.

Eren le agradece con una sonrisa breve, asegurándose de que Mikasa presencia plenamente la escena. En efecto, ella parece complacida y los mira a ambos, pero no por mucho tiempo, pues vuelve el rostro hacia lo que queda de su plato en cuanto sus ojos grises se encuentran con los del muchacho. Un ruido de Kurt los hace girar la vista hacia él, escuchándolo maldecir cuando una copa de vino se inclina ligeramente y lo salpica con el líquido oscuro. Por suerte, Mikasa atrapa la copa antes de que ésta se voltee completamente.

—Ya regreso, muchachos. Debo ir al lavabo —el señor Ackerman se levanta—. Ah, y hablen entre ustedes, no con sus teléfonos —les advierte, antes de alejarse camino al baño. Mikasa sonríe nerviosamente. Eren guarda su móvil en su bolsillo. Llega el plato fuerte en cuanto Kurt se va: langosta. El chico lo mira detenidamente, y luego a la muchacha junto a él.

Ninguno de los dos sabe a ciencia cierta cómo comenzar una charla. Generalmente siempre lo hace otra persona por ellos. Ah, desean terriblemente que Sasha esté allí para hacer las cosas más fáciles. Su elocuencia resultaría irresistible en este momento. Además, el maldito platillo resulta odioso: Eren Jaeger no ha probado langosta ni una vez en su vida, y se pregunta cómo diablos puede comer esta cosa. Es así como la observa por varios segundos, probando con varios cubiertos la forma de abrirse paso hacia la carne.

De repente, un breve resoplo lo saca de su trance, haciéndolo perder la concentración y levantar la cabeza.

Sonrojada, Mikasa intenta ocultar que se ha burlado de él. Pero en lugar de enfadarlo, lo contagia con su diminuta risa.

—Lo siento —es lo primero que ella dice. Se muerde el labio con vergüenza, y Eren piensa que esto es lo más seductor y sexy que ha visto en una mujer.

—No. Descuida. Sé que luzco como un idiota.

Aquí viene esa pequeña risa de nuevo, y Eren se maravilla en la forma tan graciosa y tierna en que la nariz de la chica se encoge cuando ella ríe.

—Por supuesto que no. Lamento mucho que tengas que pasar por esto. Mi papá comería comida de mar a cualquier hora del día si fuese por él

Tranquilo, Eren. Tranquilo.

—No. Yo lo siento —es la respuesta del muchacho, atreviéndose ahora a mirarla—. ¿Quieres que sea sincero? No tengo la más mínima idea de cómo comerme… esta cosa.

—Bien, siempre hay una primera vez, ¿no?

—De hecho.

—Pues esta es la tuya. ¿Ves las pinzas sobre la servilleta? —con discreción, Mikasa señala el instrumento y Eren asiente— Tómalas con tu mano derecha, y con la izquierda sostén el tenedor grande. Sujetas la langosta con tu izquierda y con la derecha cortas con cuidado. Lo que vaya quedando del caparazón puedes ponerlo en el plato vacío que tienes frente a ti. Así podrás sacar la carne.

—Pero lucen extraños.

—Sólo hazlo.

Eren lo intenta, fracasando cómicamente la primera vez. La segunda vez es intencional, pues aunque se le da bien manejar los instrumentos, escuchar reír a Mikasa se convierte en ese instante para él en un deleite incapaz de evitar. La tercera vez lo logra, cortando la langosta con éxito. Ella lo imita, probando los primeros bocados.

—Soy un asco en esto —se queja él, saboreando el menú. La chica ladea la cabeza.

—Todos lo somos la primera vez que comemos langosta.

—¿Sabes? Creo que podrías darme clases sobre todas estas tonterías de comer en restaurantes caros. Las necesito con urgencia.

Mikasa vuelve a morder su labio inferior. Eren no puede dejar de mirarlos.

—Oh, no. Soy terrible enseñando.

—¿En verdad?

—Totalmente.

—Bien, entonces le diré a tu prima Sasha que me enseñe.

—¿Hablas en serio? —la risa que se escapa de la boca de la chica se hace aún más audible, y es extraño, pero agradable— Ella comería con las manos todo el tiempo si no existiesen las reglas de comportamiento. Sasha es… poco ortodoxa.

Esta vez es Eren quien ríe, enseñando los dientes. Mikasa se embelesa en aquel rostro sin percatarse de sí misma.

—Lo he notado. ¿Qué tal Armin?

—Oh, él es una mejor opción. Y un buen maestro. Sin duda podrá ayudarte.

—De todas formas creo que tú puedes hacerlo. Aprendí rápido con tus instrucciones.

Ella asiente, dejándolo comer. El ruido de los comensales los hace callar por unos segundos, hasta que Mikasa se atreve a romper el silencio, algo poco usual en ella.

—Oye…

—¿Sí? —Eren traga antes de responder. Debe tomar vino rápidamente para no ahogarse.

—¿Te ocurría algo antes? No me malinterpretes. Es sólo que te noté muy callado y… Aunque no te conozco bien, creo que eres una persona elocuente.

—¿Lo crees?

—Bueno, al menos lo eres más que yo.

Ambos ríen discretamente. Mikasa vuelve a morder su labio inferior y Eren se debate internamente entre desear ver ese gesto repetirse una y otra vez y no querer volver a verlo.

—Es posible.

—No eres el tipo de persona que permanece callado tanto tiempo, ¿no es así?

—Creo que tienes razón. Y creo que eres buena leyendo a las personas, Mikasa.

Ah.

Oh.

Dijo su nombre.

Algo en el interior de la chica parece moverse agitada y brevemente. Es una especie de cosquilleo que casi la hace perder el equilibrio por una fracción de segundo.

—Gracias. Sólo espero que no ocurra nada malo.

La paranoia regresa.

Miles de preguntas bombardean los sesos del muchacho, quien se ve obligado a apagarlas de nuevo. ¿Acaso ella sabe lo que ocurrió con Kenny? No. Eso es imposible. Ella parece preocupada, no alarmada. Pero, ¿qué tal si lo sabe, y…? No. Tal vez es buena mentirosa… No. Improbable. Apenas se conocen, y si ella sospechase algo sobre él, habría dado aviso a las autoridades de inmediato. De todas maneras no tiene forma de saber que algo pasó, ¿o sí?

—¿Algo malo?

—Bueno, sólo espero que todo marche bien en tu vida. No quiero ser entrometida…

—No lo eres. En realidad algunas cosas no han estado bien. Pero supongo que todo tiene solución, ¿no?

—Lo creo. Pero si te hace sentir mejor, creo que sería bueno si vienes con nosotros al cumpleaños de Sasha. Hoy lo celebraremos y tú le agradas. De seguro le gustará tenerte allí.

—¿En verdad? No tenía idea de eso.

—Bien. Ahora lo sabes. ¿Vendrás?

Eren titubea por unos segundos. Pero no le vendría mal una distracción en un día tan turbio.

—Uhh… Creo que es una buena idea. ¿Qué debería regalarle?

Mikasa ríe. Es como música en los oídos de Eren.

—Cualquier cosa que sea comestible, y te amará por siempre.

—Vale. Si me ayudas a escoger algo sería perfecto.

—No veo por qué no.

Antes de que Eren pueda responder, la llegada de Kurt los interrumpe. El cuerpo de Mikasa parece crisparse y el muchacho vuelve a su posición inicial, intentando terminar repentinamente con su langosta. Para ambos, es como haber sido capturados en medio de un acto pecaminoso, sin saber a ciencia cierta por qué. Pero Kurt no lo nota. Estirando una camisa diferente con sus manos, toma asiento al volver.

—¿Por qué tienes otra camisa? —pregunta Mikasa de inmediato, para desviar la atención de su padre del nerviosismo de ambos.

—Oh, le dije a una de las camareras que por favor comprara una por mí. El vino manchó la que traje puesta, así que debía cambiarme con urgencia. Esta es una baratija, en realidad. Cualquier cosa para no quedarme manchado o desnudo —el señor Ackerman ríe, y al mismo tiempo le pide a uno de los camareros que traiga su plato. Eren permanece en silencio, con los labios encogidos, pues una camisa con el sello original de Armani en su lado izquierdo no puede ser de ninguna manera una baratija. Sin embargo, no lo menciona— Y ustedes, ¿pudieron conversar? No me digan que estuvieron en silencio todo el tiempo que tardé en volver…

—Oh no, para nada, señor. De hecho, Mikasa me invitó al cumpleaños de Sasha esta tarde.

Kurt da una palmada en el aire, evidentemente complacido.

—Pero qué maravillosa noticia. Yo no estaré, por supuesto. Le dije a Mikasa que tienen toda la libertad para usar la casa de playa y hacer con ella lo que quieran. Quiero que mi sobrina tenga un buen cumpleaños lejos de los regaños de su padre. Ya sé que a ustedes los jovencitos no les agrada estar en fiestas con adultos, así que le daré su regalo antes de marcharse.

—¿Regalo? —inquiere la chica con interés— ¿Qué le darás?

—Ya lo verás —Kurt guiña el ojo—. No se lo va a creer.

La chica, tan discreta como siempre, decide esperar. Eren desea saber, pero el silencio de Mikasa le indica que no es correcto insistir. La conversación podría continuar ligeramente, de no ser por la aparición inesperada de un individuo desconocido: un muchacho, tal vez de la edad de él, de cabello rojizo y ojos desafiantes, toca el hombro de Kurt para llamar su atención.

—¿Floch Forster? —exclama el señor Ackerman. Se pone en pie una vez más y envuelve al chico en un abrazo— ¡Pero qué sorpresa, hijo!

—Hola, Kurt —responde el muchacho en medio del abrazo. Los toques varoniles en la espalda del uno en el otro no se hacen esperar. Eren mira la escena de reojo, advirtiendo las ropas costosas que viste este recién llegado, y el aire de superioridad que destila al moverse. Mikasa, por el otro lado, parece… Fastidiada. La nueva presencia no es bienvenida.

—Ha pasado un buen tiempo, ¿no es así, muchacho? Mírate, ya eres todo un hombre. ¿Cómo está tu padre? ¿Ya entraste al mundo de los negocios con él?

—Sin duda alguna —el pelirrojo habla con aires de suficiencia, advirtiendo de inmediato la presencia de Mikasa para fijar su atención en ella—. Pero qué tenemos aquí. Mikasa, estás más hermosa que de costumbre.

Sonriente, Kurt lo libera de su abrazo. Floch se dirige a la chica, tomando su mano para besar su dorso. Eren se encoge de una rabia desconocida ante la escena. Ella, mientras tanto, responde por pura cortesía.

—Hola, Floch.

El pelirrojo ríe sonoramente.

—Tan elocuente como siempre. ¿Llegaste para quedarte? Pasaste mucho tiempo en el extranjero.

Kurt interrumpe una posible respuesta de su hija.

—Por supuesto que se quedará. No quiero a mi hija lejos de mí nuevamente.

—Esa es una excelente noticia —la mirada siempre amenazante de Floch se vuelve hacia el invitado—. Oh, veo que estás acompañada.

—Hijo, te presento a Eren. Es el hijo de una vieja amiga y mi asistente personal.

—Hola —Eren le extiende la mano, también por cortesía. Floch, al saber que aquel muchacho no es más que un mero empleado, se abstiene de saludarle.

—Floch Forster, heredero de William Forster. Es un placer.

La mano de Eren es dejada en el aire. Y cuando el ambiente se torna tenso, Kurt tranquiliza a Eren con unas palmaditas en el hombro. Mikasa se cruza de brazos: no piensa mirar al recién llegado el resto de tiempo que decida permanecer allí.

—¿Quieres sentarte con nosotros a comer? —le invita Kurt, para evidente desagrado de su hija. Floch ríe, ladeando la cabeza.

—Me encantaría, Kurt. Pero vine con unos amigos, y me están esperando en aquella mesa. Sin embargo, estoy más que dispuesto a reunirme nuevamente contigo y con Mikasa cuando desees.

—Eso sería un placer. De hecho, hoy celebramos el cumpleaños de Sasha en nuestra casa de playa. Deberías ir, hijo. Será una buena oportunidad para que tú y mi hija retomen su amistad de la escuela.

—Cuenta conmigo. Envíame la dirección y allí estaré. Será bueno volver a ver a Sasha y pasar un rato con Mikasa.

—¿Volver a ver a Sasha? ¿Para qué? ¿Para molestarla de nuevo como hacías en la escuela? —la indignación se escapa de las cuerdas vocales de la muchacha. Kurt planea arreglar la situación, pero Floch ríe con suficiencia.

—Por supuesto que no, hermosa. He cambiado; ya no soy el mismo de antes. Como sea, me retiro. Y muchas gracias, Kurt. Le daré tus saludos a mi padre.

—Excelente, hijo. Cuídate.

El señor Ackerman se despide del recién llegado, nuevamente con un cálido abrazo que es contestado con rapidez, aunque él no lo note. Una vez más, Floch se dirige a Mikasa, con esos mismos ojos escrutadores y altivos que Eren por un instante se ve tentado a arrancar.

—Nos vemos esta tarde, Mikasa.

Con una sutil reverencia, ignorando al chico de ojos verdes, el pelirrojo se marcha.

Eren cierra los puños, y no sabe a ciencia cierta por qué.

Kurt, por su parte, hará todo lo posible para disipar la tensión que ha dejado la llegada de un viejo conocido. Pero una cosa es segura: Eren Jaeger no está seguro de poder soportar la presencia de este tipo una vez más…

Y mucho menos cerca de Mikasa.


Un grito resuena en las paredes de la cochera de los Ackerman y rebota en los oídos de quienes la habitan. El brilloso metal gris de un Chevrolet Camaro ZL1 es descubierto ante los ojos de la cumpleañera, quien abraza a su tío en un frenesí de agradecimiento. Kurt ríe a carcajadas, disfrutando genuinamente de la felicidad de su sobrina. El abrazo de Sasha es constrictor, efusivo, y su risa: contagiosa. Mikasa también ríe entre dientes.

—Tío, ¡tío! Dime que no estoy soñando, por favor, dime que no…

—No estás soñando, hijita. Es tuyo. Es tu regalo de cumpleaños.

Sasha observa el automóvil. Lo recorre, desliza sus dedos sobre él y parpadea, sin dar crédito aún a lo que ve. Kurt le entrega las llaves. Ella cubre su boca con ambas manos y ahoga un grito, saltando de emoción. Sus saltos la llevan hasta Mikasa, la próxima víctima de sus ataques de locura.

Pero a Mikasa nada de esto le molesta.

—¿Puedo conducirlo? —pregunta la chica, liberando a su amiga de su abrazo.

—Por supuesto que puedes. Es tuyo. Sácalo a pasear, disfruta tu licencia. Diviértete con él, para eso lo compré.

—Tío —Sasha se acerca a Kurt y besa su mejilla—, ¿cómo puedo agradecerte esto?

Kurt ríe una vez más.

—Divirtiéndote.

Todo es felicidad. Todo es risas y el sonido de una puerta de automóvil que se abre para recibir a su dueña, hasta que la figura de Arthur Braus hace su aparición en la reunión, azadón y sombrero en mano. Ha estado cuidando del jardín frontal de la mansión; así que seca el sudor de su frente con un pañuelo a medida que se acerca, y antes de que su hija pueda entrar en el vehículo, él la interrumpe con un carraspeo.

—Sasha.

Tragando saliva, la chica se gira hacia él. Mikasa, que está cerca, retrocede para darles espacio.

—¿Pá? ¿Qué sucede?

—No te subirás allí.

La chica no comprende. Titubeante, se acerca a su padre.

—Papá…

Los pasos de Arthur se detienen a unos metros de Kurt, remarcando sus clases sociales: un conserje frente a un adinerado magnate.

—¿Qué ocurre, Arthur? ¿Crees que la dejaré conducir sin licencia? Sólo dará una vuelta por los alrededores junto a Mikasa y luego volverán. El auto está asegurado y esta jovencita no correrá ningún peligro. ¿Qué es lo que te preocupa?

Arthur Braus suspira. El azadón pasa a su mano derecha y, con dignidad, el sombrero vuelve a su cabeza. Mikasa y Sasha observan con tensa expectación aquella escena entre sus progenitores.

—Kurt, agradezco mucho todo esto. Agradezco tus atenciones con mi familia y tu cariño hacia mi hija, pero en nombre de Sasha debo rechazar ese regalo.

—Pero, ¡papá!...

—Cállate, Sasha —declara el hombre con voz firme y serena. Entonces su mirada regresa a Kurt—. Mi hija tendrá su propio auto una vez sea lo suficientemente madura y responsable, y para ello debe trabajar duro y conseguirlo por sus propios medios. Es lo que su madre y yo le hemos enseñado. Siempre estaremos agradecidos contigo, pero esta vez no permitiré que le obsequies algo tan costoso. Si Sasha quiere un automóvil, trabajará por conseguirlo con sus propias manos.

Por algunos segundos, el único ruido que se escucha en la enorme cochera de los Ackerman es el tintineo de la llave que Sasha sostiene en su mano temblorosa. Los ojos de Mikasa descienden hasta el suelo, y Kurt, avergonzado y pensativo, asiente tras un largo silencio.

—Comprendo —responde el señor Ackerman en voz baja—. Lo lamento, Arthur. Quise darle algo útil a mi sobrina en su cumpleaños, pero entiendo lo que dices.

—Gracias. Esto es muy importante para nosotros —el señor Braus dirige la mirada hacia su hija. Se ve tensa, impotente—. Sasha, mírame.

Ella no lo hace. Su padre insiste una vez más, y lo que obtiene es un destello fulminante en los ojos color sol de su unigénita.

—¿Por qué siempre haces esto, papá? —la pregunta se escapa de la muchacha como una daga que ha sido disparada a su cuello.

—Esto lo hago por tu bien, Sasha…

—¿Por mi bien? ¿Todas las cosas que siempre me has prohibido tener han sido por mi bien? Por ese bien que tanto mencionas no han hecho más que humillarme toda mi vida, sólo porque cuando puedo tener algo que valga la pena siempre estás allí para arruinarlo y recordarme que no tengo nada. Justo como ahora.

—Lo entenderás algún día, muchacha.

—No hay nada que entender. Gracias por arruinar un cumpleaños más, papá. En verdad, gracias.

Ofuscada, la chica camina hacia la salida. Sus ojos están llenos de lágrimas pero nadie lo nota. Kurt se cubre la boca con la mano nerviosamente, mientras Mikasa esconde los labios en un rictus de tristeza. Arthur golpea el suelo con el azadón.

—Sasha, ven aquí —su hija lo ignora y se marcha— ¡Sasha! —por más que su padre le llame, ella no regresará. Mikasa se disculpa para ir tras ella, mientras Arthur exhala en medio de su pesar— Lo siento, Kurt. Tengo una hija testaruda.

—Es joven, Arthur. Algún día comprenderá todo lo que haces por ella, y estará aún más orgullosa. No la presiones ahora. Sólo es una niña.

—Eso espero, Kurt. Sólo eso espero.

Mientras los adultos lamentan la aparente inmadurez de sus jóvenes, las chicas se alejan. Corriendo, Sasha se esconde en lo más profundo del jardín principal, pero su mejor amiga siempre sabrá dónde encontrarla.

—Quiero estar sola, Mikasa.

—No. Sabes bien que no.

Con las rodillas encogidas, Sasha esconde el rostro abrazando sus piernas. Mikasa se sienta junto a ella, dejando caer una mano sobre su espalda a modo de consuelo.

—¿Por qué siempre debe arruinar todo? —pregunta la chica, unos segundos más tarde. Su amiga suspira.

—No lo sé. Tal vez los padres están hechos para ello. Debe ser una de sus misiones en la vida.

—Estoy harta.

Mikasa la envuelve en sus brazos. Esta es una de las cosas que más admira Sasha de ella: su capacidad para confortar.

—Bien. Eso es bastante normal, pero no es correcto que arruines tu día especial.

—Mi día ya está arruinado.

—Por supuesto que no. ¿Quieres ir a la cocina por un trozo de pay? Te hará sentir mejor.

—No.

La chica de cabellos oscuros no insiste. Comprende bien que Sasha no está de ánimos para probar bocado, y eso ya es decir demasiado.

—Entonces vendrás conmigo a la casa de playa.

—¿Huh? —pregunta la cumpleañera, alzando el rostro de su escondite.

—Vamos. Armin y yo tenemos algo para ti.

Sasha no protesta. Su confusión es evidente. Sin embargo, se deja llevar. La mención de Armin, lo note o no, ha encendido una pequeña llama de interés en su interior que pocas veces resulta fácil de apagar.

Mikasa lo sabe. Y, aunque no lo admita, eso le agrada.

Esta casa de playa es, a ojos de Eren, algo muy parecido a un palacio de verano (aunque él nunca haya visto uno). Cuando el muchacho se acerca a la dirección indicada, sabe que debe caminar un buen trecho después de bajar del taxi. 5 minutos a pie, y una majestuosa casa veraniega hace su aparición ante él, con un magnífico porche encandilado por el sol poniente y un atardecer que baña las playas de color ocre, mientras el mar se agita a sus espaldas. Una vez más, se siente miserable ante la riqueza de los Ackerman, pero esta vez no se dejará llevar por su incomodidad. De todas formas, no es nada que no haya visto antes.

¿O sí?

Armin es el primero en saludarle. Con un ademán lo invita a seguir al amplio y lujoso interior de la casa. Estrechan sus manos y Eren observa entre los invitados, ignorando la estructura y decoración del lugar. Hay varias personas, pero sus ojos sólo buscan a una en particular.

Entonces la encuentra. Allá al fondo, junto a la cava a varios metros de la entrada, divisando aquel sedoso cabello oscuro y el destello de unos discretos pendientes de esmeralda. Armin lo lleva hasta las chicas y Eren debe, ante todo, felicitar a la cumpleañera.

—¡Eren! —Sasha es la primera en notar su presencia— Qué agradable sorpresa, en verdad.

—Hola, Sasha. Feliz cumpleaños —responde él, con una sonrisa, enseñando una pequeña caja de regalo que la muchacha recibe con agrado.

—Muchas gracias. ¿Puedo abrirlo?

Eren y Armin ríen ante la pregunta. El recién llegado asiente.

—Por supuesto. Hola, Mikasa —saluda, sin desaprovechar la oportunidad de tenerla enfrente. Ella, escondiendo involuntariamente un mechón de cabello tras su oreja, no tarda en responder.

—Hola, Eren. Gracias por venir.

—No es nada. Creo que debo estar agradecido por haberme invitado.

Durante aquel breve intercambio de palabras y sonrisas que Armin no sabe interpretar muy bien, Sasha abre su regalo. Su boca se frunce al ver el perfume Can Can de Paris Hilton que Eren ha comprado para ella. Entonces mira a Mikasa, y ambas sonríen discretamente. Eren no sabrá que tiene un pésimo gusto en regalos para mujeres. Al menos no este día.

—¿No te gusta? —pregunta él, con tensa expectación. Sasha ladea la cabeza.

—Nada de eso. Me parece muy… agradable tu regalo. Muchas gracias —responde Sasha con nerviosismo. Armin la rescata de aquella incómoda respuesta.

—Eren, puedo enseñarte la casa si te parece —advierte el chico, con las manos en los bolsillos. Eren asiente. La cumpleañera interviene nuevamente.

—Espero que hayas traído traje de baño.

—¿Huh? ¿Para qué?

—Ah. Ya lo verás.

Una llamada interrumpe la conversación. Mirando la pantalla de su móvil, Sasha se aleja del grupo y Armin suspira. Él, Eren y Mikasa pueden escuchar su conversación con Nikolo. Su evidente emoción es irritante, al igual que el tono acampanado que adquiere su voz, y el brillo de sus ojos al responder la llamada. Armin sirve una copa de vino y la toma de un sorbo, mientras todos la oyen hablar.

—Hola, amor —una pausa—. Sí. Sé que estás ocupado. Te esperaré —otra pausa—. ¿Qué? No, aún no he recibido nada. Oh… Espera, espera un minuto —justo en ese instante, un mensajero llama a la puerta principal. Trae consigo un enorme ramo de rosas blancas, y cuando la puerta es abierta, pregunta por Sasha Braus— ¡Yo soy!

—Bien, señorita. Esto es para usted. Por favor, firme aquí.

En menos de dos segundos, la tinta se desliza sobre el papel.

—Hecho.

—Muchas gracias. Que disfrute su obsequio.

El mensajero se marcha. El ramo capta la atención de los presentes, mientras la chica vuelve su atención a la llamada.

—¡Está precioso! Eres adorable —una pausa más, y Sasha ríe. Armin toma un trago más de vino— Sí, yo también te amo. Adiós. Sí, adiós.

Al girarse, Mikasa es la primera persona que Sasha ve. Su agitación y euforia la llevan a saltos hasta su amiga, esperando su opinión acerca del regalo de Nikolo.

—En verdad son hermosas —comenta la chica de cabellos oscuros, deslizando sus dedos sobre las rosas. Los ojos de Sasha brillan, y Armin sólo observa aquella frágil felicidad con el corazón hecho trizas.

—Wow. Qué rápido olvidó el suceso de la cocina —menciona Armin entre dientes, con el borde de la copa en sus labios para así ahogar sus palabras. Eren, aunque no lo entiende, logra escucharlo.

—¿Qué dijiste?

—Nada. No es nada. Iré a la piscina.

Eren no es más que un espectador, pero los ojos son el espejo del alma y, cuando Armin se marcha, ha dejado el reflejo de su propia tristeza como huellas tras su paso.

Mikasa también lo nota, pero calla, una vez más.

—¿A dónde va Armin? —la cumpleañera pregunta, alzando la voz en medio del bullicio de los invitados y la música.

—A la piscina —responde Eren.

—¡Deberíamos ir todos! —exclama la chica, empujando a su mejor amiga hacia el porche trasero de la enorme casa. Su felicidad es bulliciosa, vibrante. No parece recordar aquella desdicha recientemente causada por su padre. Todos la siguen hasta la piscina, en donde Armin se ve obligado a permanecer para no llamar la atención ni arruinar el momento. Todos, la mitad de ellos ya en el agua, gritan de euforia cuando la banda favorita de Sasha, Coldplay, hace su aparición en la celebración: Mikasa y Armin los han contratado para darle una sorpresa a su mejor amiga, y es este su regalo de cumpleaños. Música en vivo, piscina, bandejas llenas de los bocadillos favoritos de Sasha y uno que otro vaso de licor protagonizan la fiesta, y la cumpleañera, hasta entonces, piensa que nada podría ser mejor que esto. El juego de beer pong iniciado por Reiner y Hitch, viejos amigos de la secundaria, es continuado por algunos conocidos, y otros no tan conocidos. Pero a Sasha le agrada ver caras nuevas en su día especial. Ella también participa, entre carcajadas, empujando a Mikasa a la piscina cuando ella intenta apartarla de aquel insidioso juego. Eren, a su vez, es empujado por Armin como castigo por burlarse. La velada es maravillosa, vigorosa, jovial, digna de alguien como Sasha Braus.

Sus amigos la acompañan, y eso es lo más importante.

—¿Conoces a ese? —pregunta Eren, divirtiéndose con aquel que ahora lidera el juego. Él, Mikasa, Armin y Sasha han caído a la piscina hace ya varios minutos, mientras la banda continúa la música casi sin detenerse.

—¿Quién? ¿El que se lleva los tragos? —responde la cumpleañera. Eren asiente, entretenido— No tengo la más remota idea —una carcajada sigue, como conclusión de aquella explicación. Eren ríe, también, junto a Mikasa. Los chicos hablan entre ellos, mientras Eren observa los movimientos de la chica de cabellos oscuros sin poder apartar su mirada de ella. Armin, en cambio, esboza una sonrisa dulce, feliz al presenciar la dicha de Sasha. Daría cualquier cosa por congelar ese momento, y hacer eterna su felicidad.

Pero las sonrisas se desvanecen con la llegada de un nuevo personaje.

—Ya llegó el alma de esta fiesta. ¿Me extrañaron? —aquella cabeza rojiza es inconfundible. Floch aparece en la escena, y su presencia es escandalosa e inesperada— ¡Armin! Tiempo sin verte. Has cambiado mucho, ¿huh? Ya no te ves tan debilucho como cuando éramos niños.

El pelirrojo envuelve al rubio en un abrazo constrictor, de esos que causan tos.

—Hola, Floch. Tu peinado sigue siendo igual de horrendo. Supongo que ya alguna gallina debió empollar allí sus huevos —menciona Armin, refiriéndose al cabello en forma de espiral del recién llegado. Floch sonríe con amargura, antes de dirigirse a Mikasa.

—Siempre tuviste un particular sentido del humor, ¿no es así, Armin? —declara el pelirrojo, y su atención se centra en Mikasa, sosteniendo su mano derecha para besar el dorso— La joya que mis ojos querían admirar está aquí: Mikasa Ackerman.

—Hola, Floch. Quien cumple años es Sasha.

—¡Pero por supuesto! —enderezándose, Floch camina hacia la cumpleañera. A ella también la abraza— Felicidades, Sasha. ¿Por fin tus padres han podido darte algo digno?

—Oye, no voy a permitir que le hables así. Ya fue suficiente —la voz de Armin se alza sobre la música y sobre todos. Aquella humillación no pasa desapercibida, y Sasha esconde el rostro antes de que puedan verla. Floch ríe, levantando las manos en señal de paz al tiempo que Mikasa cubre a su amiga de forma protectora.

—Lo siento. Sólo era una broma. Te traje un regalo, Sasha. Espero te guste.

La chica ignora el presente, recibiéndolo y dejándolo de inmediato sobre una mesa cercana. Floch decide integrarse al agasajo, sin dejar sola a Mikasa. No tiene idea de cuán incómoda la hace sentir con su cercanía, y tampoco le interesa saberlo. Armin, por su lado, intenta mantener la calma, pues no está dispuesto a soportar una afrenta más contra Sasha. Podría ser su escudo, su lanza, su protección, sus sentidos, incluso si ella no se lo pide. Podría ser cualquier cosa que ella necesite, incluso si ella no lo necesita...

Pero Sasha olvida rápidamente el incidente, dispuesta a no permitir que nada arruine su día. Está feliz, con amigos, con aquellos a quienes ama; sólo falta una persona. A pesar de su felicidad.

Nikolo.

El susodicho llega al lugar una hora después, cuando la noche ha caído en aquel rincón de la isla de Paradi, y los músicos ya se han marchado. Al verlo, Sasha corre hacia él, frenética, empapada del agua de la piscina y cubierta con aquel traje de baño que tan perfectamente delinea sus contornos, haciéndola atractiva para cualquiera que la observe. Pero la sonrisa con la que Nikolo entra en el porche trasero de la enorme morada de los Ackerman se desvanece a medida que ella se acerca, transformándose en un rictus de severidad e intransigencia.

Antes de que la chica pueda abrazarlo, es apartada con desdén.

Y Armin lo nota, pero espera. Impacientemente, Armin espera.

—¿Nick? ¿Qué oc-

—¿Qué carajos haces? ¿Por qué estás en traje de baño frente a toda esta gente? Mira cómo te miran, como si quisieran devorarte con los ojos. ¿Qué te pasa, Sasha? ¿Has perdido el pudor?

—Pero, mi amor, es mi fiesta de cumpleaños. Estamos en la piscina y me gustaría que tú también vinieras…

—Piscina un cuerno. Puedes entrar al agua vestida de otra forma. ¿Acaso no tienes vergüenza?

—Nikolo, ¿por qué me hablas así?

Sasha jadea, presa del pánico y la vergüenza. A Nikolo no parece importarle el volumen de su voz y, en lugar de responder su pregunta, habla de nuevo, con voz imperiosa y fría.

—Vístete. Pareces una prostituta.

Todo queda en silencio.

La palabra es tan cruel, tan cruda, tan hiriente, que alarma a todos los que la han escuchado. Por fortuna, no han sido muchos, sin embargo, sí los suficientes para que los ojos de la chica se inunden de lágrimas.

—Maldito bastardo. ¿Quién carajos te crees? —es Armin. Nikolo es más alto que él, pero eso no lo detiene al momento de empujarlo con tanta fuerza que lo hace caer al suelo. Mikasa es la primera en acudir, y tras ella Eren y todos los demás— ¿Crees que puedes tratarla como quieras, infeliz?

Levantándose, Nikolo enfurece. Cualquiera podría creer que está a punto de golpear a Armin, pero en lugar de eso se frena, como si intuyese que esto podría traerle problemas más graves.

—Esto es un problema entre ella y yo, amigo. Es mejor que no intervengas.

—Cuida bien tus palabras al hablarle, o no respondo de mí.

—Armin, cálmate —Mikasa se interpone entre ambos, lanzándole una mirada fulminante a Nikolo, quien retrocede. Aunque no va a admitirlo, esta chica lo intimida.

—Sí, creo que debemos calmarnos y… ¿Qué hace aquí este hijo de puta? —el chef pierde los estribos al ver a Eren. Está a punto de lanzarse sobre él, pero Sasha lo detiene. La furia lo consume; sin embargo, él sabe cómo aparentar. Nikolo sabe bien cómo mantenerse sereno y mostrarse como un hombre virtuoso. Sabe que no debe, bajo ninguna circunstancia, tocar a Sasha, no importa cuán iracundo esté— Lo trajiste aquí —le dice a su novia en voz baja—. ¿Acaso no te dije que te quería lejos de él?

—Es un compañero de trabajo. No pasa nada con él —responde Sasha, también en voz baja. Sus manos sujetan con fuerza el brazo de Nikolo. Floch observa expectante, divertido. No intervendrá, pero la situación le parece apropiada para grabarla en su móvil, seguro de que todos están demasiado inmersos en la discusión para notarlo.

—Si tienes un problema conmigo, lo arreglaremos aquí y ahora —declara Eren, apretando los puños. Es Mikasa quien se interpone, también sujetando su brazo con firmeza. Armin también es presa de su fuerza: ambos no dudarán en ir contra Nikolo si ella los deja libres.

—Nadie arreglará nada aquí. Nadie arruinará el día de Sasha, ¿está claro? Quien desee hacerlo, quien tenga la mínima intención de hacerlo, puede largarse: yo misma me aseguraré de patearle el culo hasta la calle y que no vuelva a entrar aquí.

La orden no es cuestionada. Los involucrados disuelven la tensa reunión, y Sasha se retira con Nikolo a algún rincón apartado a discutir, aunque sin saberlo, bajo el ojo inquisidor y vigilante de Armin, quien los observa gracias al reflejo de ellos en un vidrio, de cara al bar de la casa, con un vaso de whisky doble en mano. Al mismo tiempo, Eren, quien es el único que ha notado las turbias acciones de Floch y sus intenciones, se le acerca de forma amenazadora, imponiéndose sobre él para aclararle un par de cosas.

—Si subes ese vídeo a las redes, te juro que te golpearé tanto allí abajo que van a tener que reconstruir tus genitales —advierte en voz baja, con una palmada en el hombro del pelirrojo, que más que amistosa, es desafiante, intimidante. Floch traga saliva, cerrando las manos en puños en cuanto Eren se aleja, mientras un escalofrío le recorre el espinazo y lo hace temblar de miedo e ira por no ser lo suficientemente valiente para enfrentarse al asistente de Kurt Ackerman.

Mientras tanto, Armin aún espera. Observando la discusión de los amantes, la amargura lo carcome de pies a cabeza, y cuando Mikasa se excusa para ir al lavabo unos minutos, Eren se sienta junto a él, sirviendo un trago para sí mismo.

—¿Todo bien? —pregunta. Armin resopla con amargura, y Eren no sabe si es una risa breve o un simple sonido de molestia.

—Dentro de lo posible —responde el chico rubio, arrugando la nariz al probar el whisky. Sus ojos no se apartan del vidrio frente a él. Es su única ventana a Sasha y no la perderá de vista.

—Debes relajarte, hermano. Estar así de tenso tampoco ayuda en hacer sentir bien a Sasha.

—Imposible. Tener a ese tipo aquí es como una patada en el estómago.

—O en las pelotas —bromea Eren. Armin ríe, esta vez genuinamente.

—Debo vigilarlo. No confío en él.

—Tampoco yo. En tu lugar haría lo mismo.

—¿En mi lugar?

Eren toma un trago. Hay silencio mientras el líquido baja por su garganta, causando una sensación cálida y a la vez abrasadora que lo hace carraspear. Un murmullo a lo lejos puede escucharse, el de una pareja que discute acaloradamente, haciendo lo imposible por no ser notada.

—Ella te gusta, ¿no es así?

—¿Huh?

El chico de ojos verdes sonríe para sí mismo. Ata su cabello de forma despreocupada y agita el contenido de su vaso.

—No soy bueno en estas cosas de relaciones sentimentales, pero es obvio que lo que sientes por ella es diferente a lo que sientes hacia Mikasa.

Armin no responde. Lo han pillado desprevenido y no sabe cómo responder ante esta declaración.

—Eh…

—Vale. No debes responder esa pregunta, pero escúchame —Eren se inclina un poco en dirección a él, dejando caer la mano sobre el hombro del muchacho rubio de forma amistosa—: si yo fuera tú, haría cualquier cosa por verla feliz. Y está claro que ella no es feliz con ese bastardo. No lo sabe, es cierto, pero alguien debe mostrárselo.

—Qué es… ¿Qué me quieres decir? —Armin tartamudea. Por alguna razón se ha puesto ligeramente nervioso. Eren toma el resto del líquido de un solo trago, volviendo a su posición inicial. Mikasa está de vuelta, y ambos la ven caminar hacia ellos.

—Que le enseñes que eres quien puede hacerla feliz.

La conversación sobre Sasha finaliza. Armin, un poco confundido y sonrojado, termina con su vaso y sirve una ronda más. Mikasa se apoya en la barra al llegar, junto a su mejor amigo, y Eren la observa, como si el resto del mundo hubiese desaparecido para él.

—¿Hablaban de mí? —pregunta, arqueando una ceja— Se quedaron callados en cuanto vine.

—Para nada. Hablábamos de lo injusta que es la vida —es Eren quien responde. Armin no sabe qué decir, y ella asiente. Al mismo tiempo, el chico de cabellos rubios decide que es mejor tomar directamente de esa botella de Chivas Regal Royal Salute de 50 años, cuando el vidrio frente a él refleja la odiosa escena de dos amantes uniendo sus labios en un beso que dista de ser breve. Es obvio que no han tardado en reconciliarse. Él quiere llorar, pero no lo hace. Se pregunta cómo esa mujer puede ser tan ciega y dejar que ese tal Nikolo haga lo que quiera con ella; se pregunta cómo puede sacarla de ese infierno disfrazado de cielo, cómo hacerla ver la realidad sin parecer su enemigo y sin dejar ver eso que siente por ella, eso que por tantos años ha ocultado.

El alcohol y la angustia lo hacen sentir mareado. Pero eso no importa en este momento. Eren le ha dicho algo a Mikasa, y ella sonríe brevemente, mordiéndose el labio. Ellos no lo notan, pero Armin observa sus movimientos y ladea la cabeza. No sabe por cuánto tiempo han estado hablando, y está demasiado mareado a causa del alcohol para deducirlo. Sin duda, es incluido en la conversación unos segundos después…

Pero la chica en el reflejo, la de los ojos de sol, será quien ocupe su mente el resto del día.


Kenny se ha marchado. Al parecer, ha salido del país por una temporada. Pero Kurt no se preocupa, es un hábito en su hermano mayor marcharse sin decir nada.

Cuando llega la noche y Eren enciende su roto televisor para escuchar las noticias, una incómoda y extraña sensación de alivio lo invade, al saber que no existe ninguna pista acerca del asesino de Urklin Reiss. Parece haberse esfumado de la faz de la tierra, y con él todas las evidencias, al igual que Kenny Ackerman. Pero una cosa es segura, y es que, al menos está noche, podrá dormir seguro, aunque los fantasmas de su crimen sigan rondando a su alrededor, allí donde sus ojos se cierran.

¿Hola? —dice una voz del otro lado del teléfono. Eren se tarda un poco en responder.

—¿Armin?

Hola, Eren —le saluda el chico, reconociendo su voz—. ¿Este es tu número? Lo guardaré.

—¿Podemos vernos mañana? Necesito hablar contigo. Hay algo que quiero preguntarte.

Al mismo tiempo, en algún lugar fuera de Paradi, un hombre entrado en años fuma un cigarro, caminando en medio de la noche. Y mientras pone su sombrero sobre su cabeza, se prepara para su siguiente jugada.