Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y a la Saga Crepúsculo.
¡Hooooola de nuevo!
Pensaba que no llegaba a tiempo pero, sí, finalmente aquí está la actualización del miércoles.
No sé qué decir… Me tenéis alucinada con vuestra acogida a la historia. Me dejáis sin palabra con todo el apoyo que me trasmitís y vuestras palabras tan y tan bonitas. MIL Y UNA GRACIAS.
Sin más os dejo con Bella ;)
.
LASAÑA CASERA
BPOV
.
Estaba nerviosa.
Tan nerviosa que casi no había podido acabar el té del desayuno. Ni hablar de pensar en dar un bocado a la tostada que amablemente había preparado Edward. Hoy comenzaba las sesiones de rehabilitación con ese tal Jacob Black, que según Edward era casi un Dios reencarnado en fisioterapeuta.
Sin duda, ayer fue un día cargado de emociones y hoy estaba pagando las consecuencias.
Había chocado duramente contra la realidad.
Llevaba un mes escuchando a Edward insistiendo que el proceso de rehabilitación era crucial y necesario para poder recuperar mi movilidad, pero una parte de mí pensaba que exageraba. Cuando vi las cicatrices, especialmente las de mi rodilla, la realidad estalló tan fuerte que aún no me había recuperado.
Había sido una ilusa.
Durante un mes había intentado no hacer caso a las advertencias de Edward. Lo necesitaba para mantener mi salud mental. Si afrontaba la realidad tendría que asumir que mi vida hacía aguas. No era una persona que pudiera vivir del dinero que tenía en el banco. Básicamente porque no tenía ninguno.
Conseguí pagar mi alquiler gracias al sueldo que cobré por los días que había trabajado el mes pasado y al hecho que vivir con Edward no implicaba ningún gasto para mí. Pero no podía seguir viviendo a costa de él. No sabía cómo iba a continuar pagando mis facturas si no podía volver a trabajar. Tendría que llegar a alguna especie de acuerdo con ese tal Jacob Black porque este gasto extra, definitivamente era algo que superaba mi economía por mucho.
-¿Has decidido que prefieres el té helado? – preguntó Edward observándome apoyado en la gran isla de la cocina.
La cocina era grande y estaba perfectamente equipada para preparar cualquier menú degustación digno de un gran restaurante.
Había sido una grata sorpresa descubrir que detrás de este cirujano de las altas esferas neoyorkinas se escondía un chef en potencia. No habían sido muchas las noches que había tenido libres, pero las que había estado en casa siempre había preparado ricos banquetes. Tenía un problema calculando las cantidades, pero no era un problema para mí porque me servía para subsistir el resto de la semana sin tener que cocinar ni pedir comida a domicilio.
Insistí mucho en hacer algo. Cocinar nunca había sido mi fuerte, pero tenía tiempo para aprender. En realidad, me servía cualquier tarea que no me hiciera parecer una aprovechada. Cada día que pasaba desde que llegué del hospital había ido ganando más confianza y maña en el dominio de la muleta, pero eso no había hecho que Edward aflojase su dura vigilancia.
-Me sienta mejor. – mentí. Algo que, obviamente, Edward captó.
-Vaya, lo comentaré con mis amigos digestólogos. Seguro que están encantados con tus avances científicos. – bromeó. Solo pude hacerle una mueca exasperada.
-Estoy algo nerviosa y pierdo el apetito… - expliqué renunciando a mi dosis desayuno.
-Irá bien. – dijo confiado, relajándome al instante.
Me asustaba darme cuenta del efecto que tenían sus palabras en mí.
No entendía esta extraña relación que estaba formando con Edward.
Quizás era porque me había encontrado en un momento de especial vulnerabilidad lo que había hecho que confiara en él más de lo que lo había hecho con nadie en los últimos años. Aunque sospechaba que era debido a esa aura presente en todos los Cullen. Algo que hacía que cuando los conocías te atraparan. Tenían un don. O quizás era solo conmigo. No lo sabía. La realidad es que aún no había conocido a ninguno que no tuviera ese efecto en mí.
El timbre interrumpió mis pensamientos.
-¡Voy yo! – me ofrecí saltando de mi silla con maestría. Cogí tan rápido la muleta que Edward no tuvo tiempo para negarse ni para murmurar ninguna de sus habituales quejas por mis despreocupados movimientos.
Crucé con bastante soltura la planta baja para abrir la puerta.
-¡Buenos días! – saludé risueña esperando causar una buena impresión.
Alice y Edward me habían machacado con la importancia de tener una actitud positiva en el proceso de rehabilitación y en eso estaba centrando todas mis energías.
-Deduzco que tú eres Isabella Swan. – fue la simple y algo tosca respuesta de quien a todas luces era mi nuevo fisioterapeuta.
Asentí mientras me apartaba para dejarlo entrar cargando grandes bolsas que supongo contendrían todos sus aparatos de tortura.
-Deja que te ayude. – se ofreció Edward con familiaridad llegando hasta nosotros.
-El gran Edward Cullen arremangándose, eso sí es digno de ver. – le respondió el tal Jacob Black en un tono que no estaba segura si era o no una broma. A juzgar por el abrazo amistoso que Edward le dio me incliné a pensar que lo fue.
Me permití un segundo para observarlos.
Eran casi de la misma altura aunque Jacob, sin duda, era más musculoso que Edward. Su piel era mucho más oscura. Su aspecto me recordaba a los Quileutes que habitaban la reserva cerca de Forks. Tenía el pelo oscuro y atado en una larga coleta. Sus ojos también oscuros, que me habían recibido serios, ahora eran mucho más amables. Por la manera de tratarse, seguramente, eran algo así como amigos con Edward.
No sabía si eso me convenía en mi plan.
Ambos se giraron a mirarme.
Verde y negro.
Ambos estudiándome a su manera.
Mi mente se bloqueó un poco. Notaba un hormigueo frío por mi cuerpo y mi mano tembló ligeramente. Sostuve con más fuerza la muleta para que no se notara.
-¿Comenzamos? – pregunté deseando salir de ese escudriñamiento al que me estaban sometiendo esos dos hombres.
-No vas a encontrar nadie tan motivado como Isabella en toda la ciudad. – comentó Edward aligerando el ambiente y poniéndonos en marcha. – He hecho un poco de espacio en mi despacho para que podáis trabajar. – explicó sorprendiéndome.
-Será más cómodo que ir recogiendo después de cada sesión el material. – convino Jacob quien no se había presentado formalmente aún. Algo que sin duda no estaba haciendo que mi confianza en él fuera demasiada.
Los seguí discretamente.
A pesar de llevar un mes viviendo con Edward no había entrado en su despacho. De hecho, prácticamente no me había movido de mi habitación y el salón o la cocina. No quería molestarlo más de lo que ya estaba haciendo o que pensara que estaba invadiendo su intimidad. Al parecer, Edward no era un hombre que acostumbrara a compartir su vida con nadie. No tenía ningún problema en hacer bandera de su independencia, así que se mostrara tan amable conmigo era un motivo más para pasar desapercibida en su día a día.
La sala era bastante grande para ser un despacho. Estaba lleno de libros de medicina y un gran escritorio con varios ordenadores.
¿Para qué querría más de uno?
Era un lugar práctico e impersonal como el resto de la casa. A veces tenía la seria tentación de verter un pote de pintura sobre los muebles o las paredes pero eso, seguramente, provocaría un infarto a mi particular casero y no era algo que deseara que recayera sobre mi consciencia.
Reí por mis pensamientos.
-Veo que está feliz, señorita Swan. – la voz de mi desconocido fisioterapeuta me trajo a la realidad.
Mi mente debió distraerme más de lo conveniente ya que les había dado tiempo de poner una camilla justo delante del ventanal y algunas máquinas ya reposaban, ordenadas, a su alrededor.
-Tengo muchas ganas de recuperar la normalidad. – dije disimulando mi estúpida distracción.
Edward me miraba con curiosidad apoyado en su escritorio. Al parecer no bromeaba cuando aseguro que se iba a quedar a mi lado.
Me guiñó un ojo cuando me pilló mirándolo agradecida.
Ahí estaba otra vez el miedo en mi corazón por lo mucho que Edward estaba acercándose a mí.
-Pues comencemos. – dispuso Jacob señalándome el camino a la camilla. – Creo que no me he presentado aún. – dijo mientras tomaba mi muleta y me ayudaba a subir a la particular cama.
El cuerpo de Jacob era puro acero. Por mucha fuerza hice para vencer el espacio que separaba el suelo de la camilla su brazo ni se inmuto.
-Soy Jacob Black, aunque eso ya lo sabías. – sonreí amablemente. – Soy fisioterapeuta y mi especialidad es la recuperación de lesiones. Parte de mi trabajo lo hago con deportistas. – explicó mucho más accesible que a su llegada.
-Soy Bella Swan y soy licenciada en Bellas Artes. Trabajo en el MoMA mientras intento que la gente me pague por mis cuadros. – me presenté estirando mi mano formalmente. Esperaba que mi sonrisa más deslumbrante de lo habitual rompiera la fortaleza de este hombre.
-Encantado, Bella. – aceptó mi mano, no sin antes negar divertido.
Edward nos observaba desde el mismo lugar que antes. No podía adivinar qué pasaba por su mente. Estaba serio, atento a cada movimiento.
-No te voy a engañar esto no será fácil, pero tengo entendido que Edward ya se ha encargado de explicártelo todo. – asentí rodando los ojos porque si algo había hecho Edward era dejar claro que era una ilusa. – Voy a retirar el vendaje. Lo volveré a poner después de cada sesión y te dejaré ejercicios para hacer durante el día. Si notas que el vendaje se afloja quiero que lo asegures. Si no sabes hacerlo estoy seguro que Edward sabrá. – bromeó.
Volví a asentir intentando retener toda la información que estaba diciendo.
Me tumbé y Jacob movilizó mi mano primero y después la pierna.
Cerré los ojos intentando no sentir su toque. Al principio mi cuerpo estaba tensionado, respiré hondo. Poco a poco hice entender a mi reactivo cuerpo que Jacob Black era un profesional. Sus manos sobre mi piel solo tenían un fin y era tratar mi lesión. Eso calmó mis miedos aunque no ayudó a aminorar el dolor que me provocaba el movimiento de mis lesionadas zonas.
-¡Uy! – dije de repente al ver que la sesión estaba a punto de acabar y no había podido llevar a cabo mi plan debido a la férrea vigilancia de Edward.
Edward y Jacob me miraron expectantes.
-Tengo sed… no he traído nada de agua… ¿Me puedes traer un vaso? – pedí girándome hacia Edward- Por favor… Iría yo pero… - aproveché que Jacob había puesto una máquina que daba pequeños calambres en mi musculo para hacer que Edward nos dejara solos.
-Claro. – afirmó Edward que había estado comentando toda la sesión con Jacob. Realmente había sido muy halagador tenerlos para mí. Al parecer, eran dos grandes profesionales. Solo escuchándolos hablar lo podías intuir y yo, una don nadie, tenía la gran suerte de tenerlos a mi disposición. Todo gracias a Edward.
Esperé hasta que los pasos de Edward dejaron de escucharse para hablar con Black.
-Tengo que pedirte algo. – me atreví a decir después que una descarga me doliera más que todo lo que llevaba hecho hasta ahora. –
-Soy todo oídos Bella. – al menos Jacob había accedido a llamarme como quería. No como Edward que insistía en llamarme Isabella. Aunque en sus labios no sonara tan horrible como con el resto de personas.
-Sé que Edward está pagando tu servicio. Y como sé que él no me va a decir la verdad, necesito que me pases una copia de la factura. No me voy a meter con tus tarifas o como sea que lo llames… solo pretendo devolverle el dinero a Edward y para eso necesitaré saber a cuanto sube el total. – le expliqué sin desperdiciar mi tiempo.
Una sonrisa pícara adornó el rostro de Jacob haciéndolo lucir más joven de lo que seguramente era.
-Vaya, veo que te sostienes sobre tus propios pies, Bella Swan. – contestó en un tono que realmente parecía un halago. – Te daré una copia. – aceptó. Tenía la sensación que, sin ser consciente, había pasado alguna especie de prueba.
No pude evitar sonreír. Al final algo me salía bien. Era bueno volver a tener control sobre mi vida, aunque fuera con algo que iba a hundirme en la miseria. Tenía claro que por mucho que le agradeciera a Edward todo lo que estaba haciendo por mí, no podía dejar que se hiciera cargo de mí.
No quería estar en deuda con ningún Cullen, por mucho que estuviera aprendiendo a apreciar, sinceramente, a Edward.
Después de todos estos días a su lado había aprendido mucho sobre él. Le gustaba ganar y, lamentablemente, en lo que mi lesión respecta, me llevaba las ventajas que le da los años de medicina, pero no iba a dejar que ganara esta batalla por mucho que creyera que se había salido con la suya.
-Aquí tienes. – nos interrumpió Edward cargando el vaso de agua fría que le había pedido.
Le había añadido dos cubitos de hielo como me gustaba.
-Muchas gracias, lo sé. – se adelantó guiñándome un ojo divertido. Ese peculiar agradecimiento se había convertido en una broma entre nosotros.
Daba igual lo mucho que lo negara y se vanagloriara, Edward no era un hombre solitario. Era atento y le gustaba tener largas conversaciones sobre cualquier tema después de cenar. Él no lo sabía, pero en cuanto encontrara a la mujer con la que compartir su vida sería muy afortunada de tener a alguien tan especial a su lado.
-¿Qué tal todo? – preguntó viendo a Jacob recoger las máquinas.
-Para ser el primer día bien. – aseguró aunque seguía con ese gesto que comenzaba a sospechar nunca le abandonaba. Jacob Black no era un hombre dicharachero. – Volveré a poner los vendajes y ya sabéis los ejercicios que tenéis que hacer. Nos veremos mañana.
Tanto Edward como yo asentimos.
Me bajé de mi camilla con más maña y aunque estaba algo dolorida después de nuestros ejercicios sentí una leve mejoría. Estaba menos engarrotada.
-Te acompaño. – dispuse intentando ser educada.
Jacob tan solo llevaba una gran bolsa. Al parecer habían alquilado parte del material para dejarlo aquí. Como las primeras semanas el tratamiento sería intensivo era necesaria más maquinaria.
-Bella… - me llamó Jacob cuando pasé por delante de él para abrirle la puerta. – Intenta no apoyar así el cuerpo. Déjame que te enseñe. Haces presión inadecuada a la zona afectada.
Jacob se colocó detrás de mí haciendo que mi cuerpo se balanceara diferente al caminar. Probé con varios pasos y, definitivamente, era mucho mejor a su manera.
-¡Guau! – dije sorprendida por el cambio. - ¡Gracias, es mucho más cómodo! – alabé contenta.
Jacob me sonrío en respuesta.
Nos despedimos y al girarme me encontré a Edward con un rostro imposible de descifrar.
-¡Ha ido bien! – rompí el silencio al ver que no decía nada.
-Mucho. – coincidió. – No te atrevas a darme las gracias de nuevo. Me vas a acabar provocando migraña. – me retó Edward adivinando mis intenciones.
-¿Tienes que ir a trabajar? – pregunté sabiendo que normalmente a estas alturas de la mañana llevaría varias horas trabajando.
-Sí. - afirmó mirando su reloj. - ¿Traigo mexicano para celebrar la primera sesión? – preguntó mientras cogía sus cosas.
Edward solía traer algo de comida para llevar durante la semana. Especialmente los días que salía más tarde de trabajar. No me importaba cenar tarde, tampoco tenía mucho que hacer así que prefería esperarlo y charlar con él. Me hacía sentirme menos sola.
Desde mi accidente algo había cambiado en mí. Mi soledad e independencia me atemorizaban. Esos días en el hospital me había despertado asustada, sin nadie con quien compartir mis miedos o alguien que apretara mi mano asegurándome que todo iría bien. Mi vida había tomado un giro en el camino, sin pedirme permiso, para el que no estaba preparada.
Volví a la realidad sabiendo que si tardaba un poco más Edward acabaría notando que algo me pasaba.
-Yo me encargo. Tú solo intenta llegar aquí sin ser el mayor zombie de la ciudad. – le dije provocando esa sonrisa de lado tan característica suya.
-Pórtate bien. Cualquier cosa me llamas. Si no estoy disponible...
-Pregunta por Tanya. – corté su discurso - Ella me ayudará o sabrá dónde encontrarte. Lo sé. – acabé por él. Llevaba diciéndome lo mismo todos los días desde el primer lunes que se incorporó a trabajar después de llegar aquí.
-Adiós Bella. – se despidió y salió de casa con el humor más ligero.
Aproveché la mañana para llamar al trabajo.
Jasper había sido muy amable gestionando mi baja para que no perdiera el trabajo durante estas semanas. Había estado pendiente de mi recuperación e, incluso, había propuesto venir a verme varias veces, pero me sentía extraña trayendo a desconocidos a casa de Edward. Ni él mismo tenía muchas visitas.
Le prometí que en cuanto Jacob me diera permiso para aventurarme a cruzar la ciudad iba a ser la primera persona con la que compartiría un apetitoso sándwich de pollo. Era lo que más echaba de menos de ir a trabajar. Ese maravilloso manjar de la cafetería que quedaba delante del museo. Era mi única adicción en esta vida.
Hice los ejercicios que Jacob había programado y aunque me costó bastante no me rendí ni hice más repeticiones de las que había estipuladas.
"Me estoy portando muy bien. "
Me atreví a escribirle a Edward junto una foto de mi pierna rodeada de la cinta con la que tenía que hacer alguno de mis ejercicios.
"Cuida de mi rodilla preferida."
Contestó rápidamente y sin esperármelo me envío una foto de su escritorio lleno de papeles. La investigación que estaba capitaneando le estaba quitando horas de sueño y paz, pero se le veía feliz, a pesar de no pasar tantas horas en quirófano como él deseaba.
"Tus pacientes se pondrán celosos" Tecleé incapaz de parar.
"Seguramente. Será nuestro secreto." Volvió a responder con la misma rapidez. Sonreí pensando lo acertada que era la última frase para describir nuestra relación.
A veces me preguntaba cuanto más íbamos a poder ignorar quien era su familia y lo que habían supuesto para mí durante tanto tiempo.
No quería pensar en ello. Me hacía mal y ahora mismo mi estado de ánimo ya era demasiado frágil para boicotearme más aún.
Decidí que, aunque podía pedir comida a domicilio, quizás podría aprovechar para preparar algo casero. Me sentía mucho más ligera al no tener que acarrear la escayola por todos lados.
No sería comida mexicana pero sin duda nadie podría resistirse a una lasaña casera y la receta que había encontrado en youtube no parecía especialmente difícil.
Dispuse un taburete cerca de los fogones para poder descansar si sentía que mi pierna pinzaba demasiado e hice acopio de todos los ingredientes para no tener que estar moviéndome a cada rato.
Al contrario de lo que pensaba lo que más problema me trajo fue mi brazo derecho. Todo el mundo a mi alrededor estaba tan centrado en mi pierna que casi había olvidado que mi brazo también había sido aplastado por ese maldito coche.
Parte de mis miedos se calmaron cuando vi que mi mano, aunque dolía aún, no temblaba y, sin ser una erudita en el tema, las heridas no parecían tan escalofriantes como las de la pierna. Confiaba en Edward. Si él aseguraba fervientemente en que recuperaría la movilidad de mis dedos sin ningún problema, estaba segura que así sería.
Noté que mi teléfono volvió a sonar.
"De camino. ¿Segura que no quieres que lleve la cena?"
Mi teléfono… Otro regalo más de Edward que tenía apuntado en mi libreta de gastos excesivos imposibles de pagar.
Mi antiguo teléfono móvil quedó completamente inutilizado con el atropello. Edward se negó a que no tuviera manera de comunicarme con el exterior más allá del teléfono de su casa que no tenía intención de usar. Un día, ignorando como siempre mis negativas, se presentó en casa con un costoso aparato.
Se negó a devolverlo.
Solamente acepté usarlo mientras estuviera aquí. Cuando me fuera no vendría conmigo. Me miró alzando sus cejas como cada vez que consideraba que decía algo absurdo pero no discutió más.
"Segura."
Respondí inmediatamente.
Edward era capaz de no hacerme caso y comprar algo si tardaba más de dos segundos en responder. Me lo imaginaba escribiendo el mensaje delante del restaurante. ¡Incluso haciendo cola!
Rodé los ojos por su cabezonería.
Puse la lasaña en el horno para que estuviera bien gratinada y dispuse la mesa. Me lo tomaría con calma o podría acabar el suelo y con los costosos platos de diseño rotos. Y era algo que no podía permitirme añadir a mi particular libreta.
Escuché la puerta abrirse, aunque no le hice mucho caso concentrada en mi tarea. Me limité a girarme para ver a Edward mirándome contrariado desde el umbral que separaba de la sala y la cocina.
-Antes que empieces a discutir, no he forzado en ningún momento. – me excusé al ver su frente arrugada.
Respiró hondo en un claro intento de calmar su humor.
-Tienes suerte que lo que llega a mi nariz es el olor de una exquisita salsa de tomate gratinada sino ibas a escuchar un auténtico sermón de un médico muy cabreado. – dijo más tranquilo de lo que aparentaba.
-¡He hecho lasaña casera! Con la receta de un canal de youtube italiano, el tipo dice que nació en la misma Nápoles. – anuncié emocionada por poder hacer algo por él finalmente.
-Música para mis oídos. – respondió cerrando sus ojos como si estuviera sintiendo placer real.
Edward era demasiado atractivo para este mundo. Quizás ese era su problema, no podía encontrar a nadie que estuviera a su nivel. Me había explicado que era algo que traía loca a su madre y por la cara que ponía cuando lo llamaba creía no exageraba.
-¿Dónde vas señorita? – dijo parándome posando una mano en mi cintura.
Una descarga eléctrica cruzó todo mi cuerpo.
-Yo… El horno… la mesa aún no está puesta. – numeré la lista de tareas intentando poner mi mente en marcha y dejar en el olvido la sensación que me había provocado.
-Yo me encargo. Tú ya has hecho suficiente. – discutió empujándome suavemente hasta que se aseguró que me quedaba sentada en la silla que habitualmente usaba.
Edward se movió ágilmente por la cocina trayendo todo lo que necesitamos para cenar.
Abrió una botella de refresco de limón artesanal que no tenía ni la menor idea dónde conseguía pero que era exquisito. Nunca me había preguntado porque no lo acompañaba cuando bebía una de sus caras botellas de vino. Me gustaba eso de Edward. No discutía mis decisiones. Las aceptaba. Casi todas, al menos las que no tenían que ver con mi recuperación.
Comenzamos a cenar.
Era la primera vez que me sentía animada para preparar un plato algo elaborado y por su cara le había gustado.
-¿Estás segura que no quieres quedarte para siempre y dedicarte a cocinar para mí? – dijo Edward mientras rebañaba la poca salsa que quedaba en su plato.
Habíamos estado charlando sobre su día en el hospital. Me gustaba que me contara qué hacía. Era una parte importante para él y sentía verdadera pasión por su trabajo. Si no conocías al Doctor Cullen jamás podrías conocer al verdadero Edward. Era una de las muchas capas que tenía.
-Suena tentador, pero creo que seguiré mi vocación. – bromeé mirando ese pelo rebelde que caía por su frente. Tenía tantas ganas de apartarlo para ver sus profundos ojos verdes… Pero me reprimí.
-¿Cómo llevas la mano? – sin esperarlo Edward cogió con suavidad mi mano derecha y quitó los vendajes que Jacob había puesto esta mañana.
Era vergonzoso admitirlo, pero me costaba responder con mi piel entre las suyas. Todas mis capacidades estaban centradas en mi extremidad que reposaba en los fuertes y seguros dedos de Edward. Volvía a temblar pero esta vez por la anticipación de algo que no podía permitir sentir.
¿Qué me estaba pasando?
-Me gustaría que la dejaras al aire. Le irá bien la libertad. – decía tranquilamente mientras dejaba su toque por mi erizada piel. Deshizo suavemente el agarre de las vendas exponiendo mis heridas.
Me podía estar echando de su casa ahora mismo que mi mente era incapaz de procesar absolutamente nada.
-Lo que tú digas. – le dije intentado aparentar que sabía hablar y mi capacidad de comprensión no había desaparecido de repente.
-Vaya Isabella, no sabía que podías hacerme caso a la primera. – replicó sin apartar nuestras manos ni nuestras miradas y haciendo que el aire se llenara de la misma electricidad que atravesaba mi cuerpo.
-¿Nunca me llamarás Bella? – pregunté afectada. No sabía por qué, pero había dejado de importarme que Edward fuera la única persona del mundo que me llamara por mi propio nombre.
-No te pega… quizás cuando tenías diecisiete años. ¿Ahora…? No, definitivamente no. – explicó dejándome con más dudas de las que había aclarado.
No pude preguntarle a qué se refería porque el ruido del timbre nos interrumpió.
Salté de mi silla asustada. Edward río por mi reacción.
-¿Esperas a alguien? – preguntó extrañado. Sin duda no era de los que esperaba invitados después de un día de trabajo.
-¿Yo? Claro que no… es tu casa. – aclaré mientras recogía con cuidado nuestros platos.
-Deja eso, yo recojo. – ordenó en cuanto me vio. – y puedes invitar a quien quieras. – puntualizó.
El timbre volvió a sonar.
-Mejor abre si no quieres que tiren la puerta abajo. – le recordé.
Sentí la puerta abrirse y una voz dulce y segura colarse en el ambiente. Parecía algo nerviosa por la velocidad a la que hablaba.
Finalmente, el día que tanto temía había llegado.
Me iba morir de la vergüenza.
Me levanté de la mesa para recibir a la misteriosa invitada. No tenía ni idea si Edward iba a querer presentármela, pero al menos la recibiría con la educación que mis padres siempre se habían empeñado en inculcarme.
Edward estaba en la puerta con una joven rubia de larga melena recogida en una alta coleta de la que no salía ni un solo mechón de pelo. Era alta y sus ojos azules eran tan claros que dudaba que no fueran casi transparentes.
¡Dios, era preciosa!
Y a mi lado aun lucía más bella.
-Buenas noches. – dije recuperando mis modales.
Ambos se giraron al escucharme.
-¡Al fin te conozco! – exclamó contenta la misteriosa rubia sin rastro del nerviosismo que había escuchado al llegar. – Debes ser Bella… Soy Tanya y tenía muchas ganas de conocerte. Debo decirte que tienes una reconstrucción de rodilla realmente impresionante. – me dijo acercándose a mí para abrazarme.
Me quedé tan anonadada por su peculiar presentación que no sabía ni qué decirle.
¿Qué clase de personas alababa una operación mientras se presenta? ¿Se había referido a mí como "magnifica reconstrucción de rodilla"?
-Gracias. – lamentablemente mi agradecimiento sonó más a pregunta que a real gratitud.
Edward negó divertido por detrás.
-Tanya ha venido porque hemos tenido un percance con la investigación. – explicó tocándose la nuca con nerviosismo.
- No te preocupes. Ya me iba a descansar… ha sido un día muy movido. – me disculpé con ambos dejándolos solos.
-No tienes que hacerlo. Puedes quedarte con nosotros. – propuso Edward inmediatamente. Tanya asentía vehemente las palabras de Edward sin apartar su mirada de mí.
-Estoy un poco cansada. No os preocupéis. – insistí cogiendo mi muleta. Mirando la mesa apenada de dejar todo tan desordenado.
-Ni lo pienses. Te he dicho que yo me encargo. – advirtió Edward dando un paso hacia mí. –
-¿Dónde vas? – murmuré bajito al sentir que me seguía.
-Te acompaño. Quiero revisar tu pierna, después de los ejercicios y la cena quiero que esté bien. – Me explicó.
-¡Está bien! – le aseguré. Necesitaba espacio para asimilar todas las emociones que me había provocado durante la cena. Edward me miró extraño. – Jacob me ha explicado cómo tienen que estar y me he asegurado que se mantengan en su sitio. – expliqué.
Edward se rindió, aunque su mirada seguía sin transmitir mucha confianza en mis palabras. Ambos sabíamos que estaba huyendo, pero no insistió.
-Buenas noches. – les dije antes de retirarme a mi habitación.
-¡Buenas noches Bella! ¡Encantada de conocerte! – escuché chillar a Tanya mientras removía los platos en la cocina.
Antes de entrar a mí habitación di un último vistazo a la sala. Edward seguía plantado en el mismo sitio en el que le había dejado mirándome de la misma manera que lo había hecho mientras estaba con Jacob esta mañana.
Seguía sin tener ni la menor idea qué pasaba por su mente.
.
[**]
.
NA:
Bueno, bueno, bueno… no me podéis decir que no han pasado cosas en este capítulo jajaja Tenemos de todo un poco, incluida a una Bella cocinera.
Se van perfilando las personalidades de ambos y sin duda están construyendo algo. ¿Solido? Eso deberemos esperar para verlo.
Y tenemos tres grandes fichajes… De Jasper ya sabíamos y hoy aparecen Tanya y Jacob. ¿Qué os han parecido?
Sabéis que os leo y ME ENCANTA SABER QUÉ PENSÁIS O TEORIZAIS.
LA PRÓXIMA ACTUALIZACIÓN SERÁ EL FIN DE SEMANA.
¡Nos leemos en el próximo!
