Disclaimer: Todo lo que aparece en el fic es de Rowling, incluidas sus contradicciones.

Bueno, sé que esperar dos días entre una actualización y otra y luego cinco puede hacerse un poco largo. Así que... ¡sorpresa! Voy a ser sincero, tengo otro fic que también estoy actualizando dos días a la semana y por una cuestión de narrativa voy a hacer el esfuerzo de hacerlo tres veces, así que me parecía justo que también pudieseis tener el mismo ritmo con este. Voy a intentarlo, ¿de acuerdo? Martes, jueves y sábados. Lo peor que puede pasar. es.. que un sábado no llegue a tener suficiente avanzado y no pueda publicar.

¡Muchísimas gracias por las lecturas y los comentarios, como siempre!


No estás solo

—Hola, Draco —le saludó Harry cautelosamente al entrar al dormitorio, evaluando el ambiente.

Draco estaba sentado en la mesa con los libros abiertos, pero miraba a la pared ensimismado. Cuando Harry entró, se apresuró a agachar la cabeza y simular que estaba concentrado estudiando. Harry se acercó y puso la tartera encima de la mesa, agrandándola. Se fijó en que la pluma de Draco estaba reseca y había varios goterones en el pergamino, señal de que había estado distraído.

—Te he traído algo de comer. Supuse que como no habías bajado a almorzar, en algún momento tendrías hambre.

—No tenías que haberte molestado, Potter. —El tono incisivo de Draco no le amilanó y se sentó a su lado.

—¿Por qué no has bajado? Te hemos echado en falta —dijo Harry, ignorándole a propósito.

—No tenía hambre —contestó Draco cáusticamente.

Su afirmación se vio desmentida por la mirada de anhelo que dirigió a la fiambrera. Un sonido proveniente de su estómago lo traicionó y Draco, enfadándose, volvió a simular concentrarse en los libros que tenía sobre la mesa, ignorando a Harry.

—Entonces lo guardaré por si deseas comer más tarde —dijo este, comprendiendo que Draco no estaba molesto con él.

—No necesito una madre, Potter.

—Pues lo dejaré por aquí por si me entra hambre a mí esta noche —resolvió Harry, apartando la fiambrera y poniéndola encima de su baúl, recordando hacerle un hechizo calentador para conservar la comida tibia.

—Estoy intentando estudiar, Potter —le replicó Draco con dureza—. Necesito concentrarme, no tenerte revoloteando por aquí como una gallina clueca.

—Pensaba que íbamos a estudiar juntos —dijo Harry, desilusionado y asustado al pensar que quizá Draco sí estaba enfadado con él.

—Estoy seguro de que puedes estudiar sin mí, Potter. Ya eres mayorcito como para necesitar una niñera.

—Pero creía que Transformaciones... que tú querías…—dijo Harry, frunciendo el ceño sin comprender.

—Da igual, Potter —espetó Draco con fiereza, sin mirarle a la cara—. Déjalo, ¿de acuerdo?

Por un momento pareció que la cordialidad que habían alcanzado se había disipado, pero Harry sospechaba por el tono derrotado y amargo de Draco que no era así. Draco le recordaba a un gato panza arriba que había sacado las uñas para defender su vulnerabilidad y bufaba con todos los vellos del lomo erizados para parecer más amenazante y así ganar la pelea por desistimiento del contrario. Sin estar muy seguro de lo que hacía, pero consciente de que necesitaba llegar a él de alguna manera a través de su enfado y frustración, Harry puso en marcha la primera idea que se le ocurrió.

—Ayer realmente disfruté estudiando contigo. Estoy enfadado porque me has quitado el sitio junto a Hermione esta mañana. Quería pedirte que me ayudases con Pociones esta tarde. —Tragó saliva, expectante por la reacción de Draco y deseando que funcionase.

—¿Qué dices, Potter? —Draco levantó la cabeza, sorprendido, y le miró. Harry distinguió un pequeño destello de entendimiento y curiosidad en sus ojos y sonrío con picardía, animado.

—Dos verdades. Una mentira —explicó Harry, a pesar de saber que Draco lo había entendido.

Contuvo el aire mientras Draco pensaba. Este no apartaba la mirada de sus ojos, todavía con los labios apretados en una fila línea y respirando pesadamente. La intuición de Harry le decía que, si le dejaba un poco de espacio, seguramente entraría al juego y quizá le serviría para abrirse a él.

—Dijiste que no te había molestado. —Harry creyó ver un atisbo de vulnerabilidad antes de que Draco volviese a componer aquella postura suya de envaramiento que le caracterizaba cuando quería ocultar cómo se sentía.

—Porque no me ha molestado, idiota.

—¿Quieres que te enseñe Pociones? —preguntó Draco, sorprendido—. ¿Yo?

—Hermione dice que sacaste un Extraordinario en quinto. Yo apenas llegué a Supera las Expectativas.

—Sí. Pero tú en sexto sacabas las mejores notas de la clase, no es posible que ahora necesites ayuda con la asignatura.

—Hacía trampa —confesó Harry, mordiéndose el labio inferior para contener una carcajada., Draco abrió los ojos de par en par, como si hubiera tenido una revelación súbita—. Tenía un libro de texto que perteneció a Snape en sus tiempos de estudiante. Sus instrucciones, diferentes a las del libro de texto, eran las que me daban tan buen resultado. También tenía hechizos, como… —Harry se interrumpió antes de decir que fue ahí donde aprendió el sectumsempra con el que casi le había matado, pero Draco no pareció darse cuenta, mudando su expresión a una de nostalgia y tristeza.

—Severus era el mejor pocionista que he conocido nunca. ¿Tienes ese libro aún? —Harry, extrañado por la pregunta, negó con la cabeza sin saber si decirle que se había consumido el el fuego diabólico que Crabbe había invocado en la Sala de los Menesteres. Igual que con el sectumsempra, no quería que Draco recordase en ese momento otro episodio que los había involucrado a ambos tan negativamente—. Lástima. Me hubiese gustado tener un recuerdo de él.

—¿En serio? ¿De Snape? —Harry no concebía que alguien quisiese tener un recuerdo de Snape. Había traicionado al bando de Voldemort, sí, trabajando para la Orden del Fénix y sus acciones habían sido importantes para la victoria, pero eso no quitaba que hubiese sido un hombre amargado—. Estaba… en el cuarto que Crabbe quemó —admitió, finalmente.

—Era mi padrino —confesó Draco tras unos segundos de silencio ominoso, bajando compungido la cabeza—. Hizo lo posible por protegerme.

—Lo siento. —No sabía si se estaba disculpando por haber dudado de los sentimientos de alguien como Snape o le estaba dando el pésame.

—Sev me dijo una vez que el hechizo que me lanzaste en el baño era suyo. Por eso sabía cómo curarme. Estaba en ese libro, ¿verdad? —Draco le miraba con intensidad. Harry se sintió como si estuviese pasando una prueba. Asintió—. Por eso parecía sentirse culpable. —Tras otros pocos segundos en silencio, añadió—: Te ayudaré con Pociones, por supuesto. Al fin y al cabo, me estás ayudando con Transformaciones, es lo menos que puedo hacer.

Harry asintió, agradecido. Se sentía bien por haber conseguido llegar a él una vez más. Esta vez le había resultado más sencillo. Además, gracias al juego de las verdades y las mentiras había encontrado una manera de volver a hacerlo en el futuro. Era como si Malfoy hubiese aceptado darle una llave de acceso para llegar fácilmente más allá de su coraza en lugar de tener que traspasarla discutiendo cada vez que quería hablar con él. Harry deseó que las circunstancias del pasado hubiesen sido otras, pues apenas llevaban un par de días compartiendo habitación y se había dado cuenta de que Draco, al menos este Draco del presente, le caía bien y le gustaba. Se sentó a su lado, empezando a desplegar los libros y preparándose para aprovechar las siguientes horas de estudio.

—¿Quieres que empecemos por Transformaciones? —le propuso Harry, contento.

Draco asintió con la cabeza, moviéndose para quedar más cerca de él y acercando el libro de la materia. Dedicaron la siguiente hora y media a afianzar los conceptos avanzados de la asignatura, sobre todo aquellos que Draco necesitaba más para comprender la clase de McGonagall del día anterior.

—Voy a estirar las piernas e ir al baño —dijo Harry cuando terminaron, levantándose y estirándose con pereza—. Creo que por hoy es suficiente de Transformaciones, tampoco es que tengamos que ponernos con la teoría de animagia hoy mismo.

Draco asintió, mostrándose de acuerdo, guardando los libros de Transformaciones y sacando pergamino limpio y el libro de Pociones mientras Harry entraba en el cuarto de baño. Al volver a salir sorprendió a Draco mirando con deseo la fiambrera donde le había subido la comida. La habitación olía a las costillas asadas del almuerzo ya que el hechizo calentador hacía que el aroma se propagara, pero no lo había percibido antes al no haber contrastado con el aire limpio del baño.

—¿Empezamos con la redacción de las partes de unicornio en las pociones de resultado positivo? —preguntó Draco, desviando la mirada hacia él cuando le oyó cerrar la puerta del baño—. Así luego podrás ponerte con lo que te falte de tu optativa.

—Olvidaba que Hermione había dicho que Vector os había apretado las tuercas en Aritmancia —recordó Harry de repente por el comentario de Draco—. No te preocupes por mí, he tenido Criaturas con Hagrid y no hemos hecho mucho, no necesito estudiarla, al menos hoy. Puedo ir haciendo la redacción de Pociones por mi cuenta en lo que tú estudias Aritmancia.

—¿Apretado las qué? —preguntó Draco extrañado, levantando una ceja.

—Las tuercas —repitió Harry con una carcajada que hizo que Draco frunciese el ceño y entrecerrase los ojos con sospecha—. Es una herramienta que usan los muggles para afianzar cosas que no quieren que se muevan. Consiste en un aro metálico que en enrosca alrededor de una barra de acero hasta que queda bien apretada.

—¿Quieres decir que nos ha exigido mucho, entonces?

—Sí, eso es.

—Interesante. —Harry no se habría imaginado jamás a Draco diciendo «interesante» sobre algo muggle con un tono tan genuino. Otro sonido proveniente de la tripa de Draco retumbó audiblemente tras la pausa que este había hecho. Su rostro se ensombreció y añadió con seriedad—: No te preocupes por Aritmancia, estuve estudiándola durante la hora del almuerzo. Venga, continuemos con Pociones.

Harry había estado dando vueltas mientras estudiaban a la conveniencia de sacar a colación el tema de la fiesta de Slughorn. Estaba razonablemente seguro de que Draco, ya irascible de por sí por lo que había podido comprobar en esos días, estaba singularmente molesto por el trato de Slughorn. Harry lo sentía como una brecha más entre ellos que se abría pero, al contrario de lo que habría podido creer con otros temas, creía que esta podían salvarla y hablar de ello.

—Podemos alargar un poco más la pausa, ¿no crees? —respondió Harry cogiendo la fiambrera y poniéndola de nuevo sobre la mesa de estudio, apartando descuidadamente las plumas y pergaminos. Draco siguió su movimiento con la mirada, sin poder ocultar el ansia en sus ojos—. La verdad es que dar clases me abre el apetito —dijo casualmente, intentando no dejar asomar la malicia en la voz—. Además, sería una pena desperdiciar esta comida, ya que la he traído.

Abrió la fiambrera y sacó el plato, mirando de reojo con disimulo a Draco, que no apartaba la vista del plato. Con un movimiento de varita, duplicó los cubiertos y le tendió los otros dos.

—Es de mala educación no convidar cuando se va a comer en compañía de alguien —dijo Harry a modo de explicación. Tras dudar unos segundos, Draco acabó cogiendo los cubiertos que le tendía—. Me temo que el plato tendremos que compartirlo igual, no sé multiplicar la comida como hace Hermione.

Harry comenzó a cortar un trozo de carne y se la llevó a la boca, dejando los cubiertos a un lado mientras masticaba. No tenía hambre, había comido de sobra en el almuerzo y todavía faltaba un rato para la hora del té, pero suponía que si empezaba a comer él primero, le daría a Draco el incentivo suficiente para que comiese sin tener que dejar de lado su orgullo.

—Está muy bueno —aprobó Harry tras tragar, cortando otro pedazo y acercando el plato a Draco con un gesto de invitación.

Draco asintió y, con un gesto digno, cortó un pedazo pequeño y se lo llevó a la boca. Masticó despacio mientras cortaba otro trozo más grande, sin poder reprimir un pequeño sonido de placer al hacerlo. Harry sonrió, contento de haberle convencido.

—Había pensado que, dado que la semana está siendo bastante dura, podíamos bajar el viernes a Hogsmeade —le propuso Harry aprovechando que Draco tenía la boca llena y no podría negarse de plano—. Podemos cenar en Las Tres Escobas y tomar unas cervezas. Además, han abierto un nuevo pub, podemos ir a conocerlo después y escuchar algo de música o bailar. Nos vendrá bien despejarnos y recordar que tenemos dieciocho años y no setenta.

—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó Draco, tragando con esfuerzo y mudando la expresión a una de desdén—. ¿Es algún tipo de burla?

—¿Qué? ¡No! —Harry parpadeó, sorprendido. Draco había sonado dolido.

—Potter, ya hemos hablado de esto. No puedo. —Harry sintió un peso en el estómago al recordar su conversación sobre la falta de liquidez de Draco. Había estado tan ansioso por intentar reparar el daño que había causado Slughorn que se había olvidado de ese detalle—. Además, tienes un compromiso el viernes, ¿recuerdas? No puede ser que seas el único que no se ha enterado.

—No voy a ir —dijo Harry, tajante. Cabreado consigo mismo por su torpeza, intentó que Draco comprendiese por qué lo hacía—. Slughorn no me cae bien y sus fiestas no me gustan. ¿Podemos debatir sobre ir a Hogsmeade a pasar la tarde y dejarme pagar a mí?

—No seas imbécil, Potter —le espetó Draco cabreado, tirando los cubiertos dentro de la fiambrera—. Nadie es tan gilipollas de indisponerse contra un profesor sólo porque sus fiestas no le gustan. Y tampoco necesito tu caridad, joder.

Harry suspiró. Draco estaba cerrado, desconfiaba y seguía dolido porque había sido ignorado por el profesor. Había previsto que podría pasar precisamente eso y lo había empeorado por su falta de tacto acerca del dinero que Draco no tenía.

—Como quieras —afirmó Harry con rotundidad—. Yo pienso ir Hogsmeade igual, sea como sea. Creo que no son los alumnos quienes ganan contactos en esas fiestas, sino Slughorn quien consigue influencias donde no debe. Detesto que me intenten manipular, ya he tenido bastante de eso en los últimos siete años. Si no quieres venir al pueblo, no importa. Yo sí iré, porque ya lo he hablado con Neville. Él también pasa de ir a la fiesta. De hecho, supongo que todos los que decidan no ir bajarán al pueblo con nosotros.

Había dicho todo aquello sin mirar a Draco, aparentando estar ocupado en el contenido de su plato, por lo que no podía saber qué efecto había tenido en él. Harry dejó que lo digiriera, apartando el resto de la comida y se limpió las manos con una de las servilletas.

—¿Longbottom ha dicho que no quiere ir a la fiesta? —preguntó incrédulo Draco al cabo de un rato.

—Ha dicho que si Slughorn no le quería antes de ser un héroe de guerra, ahora tampoco. Neville tiene los huevos en su sitio, tengo que reconocerlo.

Harry levantó la cabeza y le descubrió mirándole sorprendido. Draco parpadeó antes de bajar la mirada y seguir comiendo con aire distraído. Harry sonrió satisfecho al darse cuenta que ahora estaba comiendo con más ganas, sin disimular el hambre, totalmente descolocado por la revelación de lo que había dicho Neville.

—¿Seguimos estudiando? —preguntó Harry al cabo de un rato, cuando Draco acabó de comer. Este asintió en silencio.

El resto de la tarde transcurrió tranquilamente. Se saltaron la hora del té, estudiando cómodamente en silencio el uno junto al otro cuando terminaron con la parte de Pociones. Harry, en un momento de distracción, tuvo que disimular una carcajada con una tos cuando pensó que si le hubieran dicho años atrás que disfrutaría no ya de la compañía de Draco, sino de gastar una tarde entera estudiando al inicio del curso; seguramente se habría reído de esa persona. Cuando oscureció, Draco encendió la luz de la habitación y se levantó para ir al baño él también. Harry decidió que ya había estudiado suficiente y se estiró. Recogiendo las cosas, decidió que iría a la biblioteca a recoger a Hermione antes de ir a cenar.

—¿Vas a bajar a la cena o prefieres que te suba algo? —le ofreció Harry cuando Draco volvió al dormitorio.

—Creo que bajaré. —Draco empezó a recoger sin mirarle.

—Me alegro. —Draco le miró con los ojos entrecerrados, con sospecha. Harry suspiró exasperado ante lo suspicaz que podía llegar el otro chico—. No creo que sea sano que te encierres aquí para evitar al resto del mundo. Sé que no debe de ser fácil, pero algún día tendremos que salir ahí fuera y plantar cara a toda esa gente. Cuanto antes lo hagamos, mejor. Como quitar una tirita de una herida. —Draco le miró con una ceja levantada—. Un apósito muggle.

Draco se encogió de hombros. Harry meneó la cabeza con un suspiro resignado. Se estaba acostumbrando a aquella forma de ser de Draco en la que utilizaba algunos silencios como parte de la conversación y, aunque a veces era difícil interpretarlos, creía estar aprendiendo a hacerlo.

—Voy a bajar ya para recoger a Hermione en la biblioteca. ¿Quieres venir? —le ofreció.

—No. Creo que… —Draco miró a su alrededor, buscando una excusa. Harry rodó los ojos, pensando que era un imbécil. Si necesitaba una excusa es que deseaba decir que sí—. Creo que me quedaré aquí un poco más. Estoy cansado y no quiero ser una molestia.

—Como quieras —contestó Harry, abriendo la puerta para irse.

—Potter —le llamó Draco justo cuando salía. Este se dio media vuelta, mirándole interrogante. Este dudó, mirando a un lado y mordiéndose el labio—. Te dejas la fiambrera.

Harry levantó las cejas. Se preguntó si esa era la manera de Malfoy de agradecerle que le hubiese llevado la comida. Apretó los labios en una mueca exasperada, pensando que era un chico demasiado hermético y orgulloso, pero no apartó la mirada. Draco no se movió, como si quisiera decirle algo más, pero finalmente acabó agachando la cabeza.

Se paró unos segundos a pensar, intentando analizar rápidamente la situación. Sospechando que Draco necesitaba una confirmación de que no era una molestia, Harry volvió a entrar en la habitación con decisión. Con la varita, hizo desaparecer la comida de la fiambrera y deshizo la transformación de esta, devolviéndola a su estado de servilleta, ahora grasienta de la comida.

¡Fregotego! —exclamó Harry para limpiarla un poco antes de metérsela en el bolsillo. La dejaría en la mesa para que los elfos pudiesen recogerla al terminar la cena. Draco seguía con la cabeza agachada, sentado en la silla, pero podía notar en su nuca la mirada con la que seguía todos sus movimientos con atención—. Draco. —Este alzó la cabeza con curiosidad reticente—. Iré a la fiesta de Slughorn el viernes. Me gustaría mucho que bajases conmigo a recoger a Hermione y fuésemos a cenar juntos. Es agradable pasar tiempo contigo, no una molestia.

—Tienes que currártelo más, Potter —sonrió Draco por toda respuesta al cabo de unos segundos, levantándose de la silla y acercándose a él.

Harry le devolvió la sonrisa, satisfecho. Una emoción indescriptible se apoderó de su estómago. Era la primera sonrisa sincera que veía en el rostro de Draco desde que había entrado en el dormitorio tirando su mochila al suelo. Se alegró de que el otro chico hubiese cogido ya la suficiente confianza y se enorgulleció de haberle ayudado a conseguirlo. No sabía por qué era importante para él, pero lo era. Que Draco sonriese, saliese de su mutismo y se abriese iba más allá del consejo de tolerarse con cortesía y amabilidad y del propósito de hacer una piña con todos los componentes de la generación de la guerra, pero a Harry le parecía importarte y haber dado un paso en esa dirección le calentó el pecho.

Salieron juntos y pasearon en silencio por los pasillos en dirección a la biblioteca. Draco caminaba con las manos dentro de los bolsillos y Harry se dio cuenta de que, salvo en las clases, apenas le veía usar la túnica del colegio. Solía vestir sólo los pantalones y la camisa del uniforme, sin corbata. Esa mezcla entre el aire prolijo del Draco que recordaba de los primeros años de Hogwarts y del desaliñado de los últimos le hizo pensar que Malfoy, como todos ellos, ya no era la misma persona que antes de la guerra. Todos ellos eran una mezcla de lo que habían sido antes de la guerra y de la suma de todas sus vivencias durante esta.

A veces, Harry se sorprendía de que para la mayoría de ellos los traumas de la guerra hubiesen pasado casi desapercibidos, pero supuso que era parte de esa cultura de exhibirse fuerte ante los demás y admitir las debilidades sólo en privado. Las pesadillas de Draco eran una muestra de ello. Harry le miró de reojo y descubrió que Draco estaba haciendo lo mismo con él. Le sonrió y este le devolvió la sonrisa. Era más tensa que la que le había dedicado en el dormitorio, pero también menos petulante y todavía tenía un atisbo de sinceridad. Harry apartó la mirada y se acercó un poco a él para esquivar a dos estudiantes que venían de frente por el pasillo. Fue consciente de que nunca habían estado tan cerca el uno del otro salvo cuando estaban estudiando. Con otro vistazo comprobó que Draco tampoco parecía incómodo, así que ya no se apartó.

No conversaron en todo el camino, pero no era necesario. Él se sentía a gusto así y Draco tampoco parecía tener deseos de hablar de nada. Harry consideraba absurdo hablar de tonterías intrascendentes sólo por llenar de palabras algo que era tan tranquilo como el silencio. Hermione y Ron solían ser bastante parlanchines y ruidosos y, aunque no le importaba y reconocía que le gustaba que fuesen así, en algunos momentos extrañaba esos momentos de paz que Hermione y, sobre todo, Ron habrían llenado de comentarios, reflexiones, preguntas o anécdotas. Harry creía que podía ser una reminiscencia de su infancia y de todo el tiempo que pasaba a solas consigo mismo y se alegraba de que no le pesase como algo negativo.

Llegaron a la biblioteca y localizaron a Hermione rápidamente, que levantó la vista y les sonrió al verlos.

—¡Hola, Harry; hola, Draco! —les saludó la chica, empezando a recoger los libros—.Venís a buscarme para cenar, ¿no?

—Sí. Estuvimos estudiando y se me ocurrió que podíamos pasar por aquí —asintió Harry.

—Me alegro. ¿Me ayudáis?

Sin esperar la respuesta, Hermione pasó a Draco tres gruesos tomos llenos de polvo que este cogió con gesto de sorpresa, apresurándose a sacar las manos de los bolsillos. Harry cargó con un montón de pergaminos.

—El fajo que está atado con un lazo rojo es para vosotros dos. Creí que podría interesaros.

Cargándolos en un brazo, Harry echó un vistazo al montón que Hermione le había indicado aprovechando que esta todavía estaba devolviendo algunos de los libros a sus correspondientes estanterías.

—¿Para nosotros? ¿Qué es? —le preguntó Draco con voz curiosa.

—«Fundamentos de la animagia: el patronus y las transformaciones» —leyó Harry en voz alta—. Parecen apuntes.

—Los he copiado de varios manuales. —Hermione se colgó la mochila, ajustándose las tiras—. Os será muy útil si decidís hacer caso a McGonagall e intentar practicar la animagia.

—¿Has copiado todo esto a mano?

—No digas tonterías, Harry. He utilizado un hechizo. Estoy lista, ¿nos vamos? —Hermione les miró expectante, con una amplia sonrisa en la cara. Harry se contagió de ella y asintió.

Los tres salieron en dirección al Gran Comedor. Caminaban despacio, escuchando el parloteo de Hermione que les contaba todo lo que había estado avanzando ese día. Harry contestaba y participaba activamente, pero se mantenía pendiente de Draco, que caminaba con los ojos fijos en los libros de la biblioteca que llevaba en brazos.

—Lo siento, Draco —se disculpó Hermione al cabo de unos metros. Moviendo la varita, redujo el tamaño de los libros y los hizo moverse hasta su mochila. Draco enarcó las cejas—. Olvidé que estabas cargándolos.

—Seguirán pesando —murmuró Draco, levantando la mirada hacia Hermione.

—No importa, estoy acostumbrada —contestó la chica con desparpajo.

—¿Para qué necesitas tantos libros? —Harry se alegró de oír a Draco conversar con Hermione.

—Investigación para Aritmancia. Quiero cerciorarme de entender bien toda la teoría. Este año no lo vamos a tener fácil: perder el curso anterior nos va a pasar factura.

—¿Necesitas todos esos libros para Aritmancia? —Harry no pudo evitar reírse ante el tono de susto de la pregunta de Draco y su cara de angustia.

—Draco, no le hagas caso. Está loca —dijo Harry poniendo voz de conspiración y señalándose la sien con el dedo.

—¡Harry! —se rio Hermione, clavándole a Harry el codo en el brazo.

—No, en serio, no le hagas caso o te volverá loco. Su ritmo de trabajo es demencial.

—Es sólo que yo estuve estudiando Aritmancia también, pero no se me ocurrió que fuese a necesitar todo eso —murmuró Draco, todavía impresionado.

—No te preocupes —le tranquilizó Hermione con voz alegre—. Te iré pasando aquellos que no esté utilizando si quieres, con las partes más importantes señaladas para ahorrarte trabajo. Disculpadme, quiero hablar con Luna antes de cenar —les dijo al entrar en el Gran Comedor, dirigiéndose a la mesa de Ravenclaw.

—En serio, es imposible seguirle el ritmo, no te acomplejes por ello, Draco —le dijo Harry mientras llegaban a la mesa de su grupo y se sentaban.

Habían llegado temprano y había pocas personas en el Gran Comedor. En la mesa sólo estaban sentados ellos, pero las fuentes con comida aparecieron tan pronto como tocaron los cubiertos.

—Ahora entiendo sus notas todos estos años —murmuró Draco.

—Ella empezó a repasar en julio, cuando McGonagall nos hizo llegar la primera carta. Estudió cada hora del verano que Ron pasaba en la tienda de su hermano, así que no te compares con ella o acabarás en una depresión —le explicó Harry, intentando bromear y quitarle importancia al tema.

—Yo apenas he tenido tiempo de empezar a ponerme al corriente —confesó Draco, todavía alicaído—. He estudiado un par de horas de Aritmancia y pensaba que con hacer eso un par de horas al día durante la próxima semana sería suficiente para ponerme al corriente.

—Lo siento. Mañana intentaré no quitarte tiempo de estudio con las otras asignaturas. No quiero entorpecerte —se disculpó Harry.

—No lo haces. Entorpecerme, digo —susurró Draco, bajando el tono de voz cuando el resto de sus compañeros empezaron a llegar e interrumpieron su conversación.

Draco pasó el resto de la cena en silencio, ensimismado en sus propios pensamientos. Harry participó en la conversación del resto pensando que la forma de expresarse de Draco podía ser peculiar si no le conocías un poco. Poco a poco comenzaba a entender que algunas de las respuestas que podrían considerarse agresivas o bordes escondían la vulnerabilidad de Draco. Se preguntó cómo habrían sido los años anteriores si simplemente uno de los dos, o ambos, hubiesen estado dispuestos a escuchar al otro pensando que sus palabras no eran un ataque.

Draco se levantó al mismo tiempo que él y Hermione cuando terminaron de cenar y se encaminaron juntos a los dormitorios. Harry entró en el cuarto dispuesto a asearse y cambiarse el uniforme por ropa cómoda antes de ir a la sala común. Ese día no habían quedado, pero estaba seguro de que el resto estaría por allí y Harry prefería pasar en la sala el rato en lugar de en el dormitorio. Le ayudaría a cambiar de aires y no sentirse encerrado.

Mientras se cepillaba los dientes, Draco se colocó a su lado para hacer lo mismo. Harry rememoró el día anterior, cuando Draco se había enfadado con él y se había encerrado en el cuarto de baño para lavarse los dientes. En ese momento Harry había creído que había sido por llamarle Malfoy, pero tenía sus dudas. Era más probable que fuese un mecanismo de defensa y autoprotección que un pique por algo tan pueril. Sabía de primera mano lo que era sentirse vulnerable cuando te ayudaban y creías que estabas mostrando debilidad. Con curiosidad, Harry lo observó a través del reflejo del espejo.

Draco le devolvió la mirada, al contrario que un par de noches antes. Harry creyó entrever una sonrisa asomando en sus ojos y se la correspondió, contento. Cuando acabaron, salió a la habitación y buscó ropa más cómoda. La temperatura en esa parte del castillo era especialmente cálida gracias no sólo a las chimeneas: también los elfos hacían encantamientos calentadores constantemente en todas las habitaciones y aulas que no eran de paso, así que Harry decidió no abrigarse demasiado.

—¿Vas a la sala común? —preguntó Draco, saliendo del baño en ese momento.

—Sí. No han dicho nada en la cena de jugar esta noche, pero así no me dará la sensación de haber pasado el día entre las cuatro paredes del aula y del dormitorio. ¿Quieres venir?

Draco asintió, desabrochándose la camisa del uniforme para ponerse ropa cómoda. Para hacer tiempo, Harry se acercó al escritorio y cogió el fajo de pergaminos que Hermione le había entregado. Hojeándolos, se encogió de hombros, pensando que si una vez en la sala común no le apetecía seguir estudiando bien podía no hacerlo, pero que sería interesante ver qué había encontrado Hermione y qué quería que hiciesen con ello.

—¿Vas a llevártelos? —preguntó Draco con curiosidad

—Sí. Salvo que quisieras echarlos un vistazo tú. Al fin y al cabo, Hermione ha dicho que nos lo había preparado a ambos.

—No, yo no creo que lo intente, por mucho que haya dicho McGonagall —rechazó Draco, negando con la cabeza categóricamente.

—¿Por qué? Es una profesora estricta, pero cuando dice que estás capacitado para hacer algo, es que puedes hacerlo.

—No digas tonterías, Potter. —Draco se había arrodillado delante del baúl en calzoncillos, buscando algo de ropa—. Ya lo has visto, mis conocimientos de Transformaciones están muy por debajo de los tuyos. Tú perdiste séptimo, pero yo perdí también sexto. Sería una locura plantearse algo tan peligroso como la animagia como opción en estas circunstancias.

—Eres un mago poderoso, Draco —negó Harry, dándose cuenta que llevaban dos días compartiendo habitación y era la primera vez que le veía prácticamente desnudo. Perturbado, Harry apartó la vista, pensando en que, a diferencia de todas las veces que eso había ocurrido con otros chicos en el dormitorio de Gryffindor, el cuerpo de Draco le parecía bonito—. Y muy inteligente y observador. Sólo hay que ver lo rápido que sacaste el juego de la música a pesar de que el resto no fuimos capaces.

—No hace falta ser inteligente para acertar eso, Potter. Los árboles no te están dejando ver el bosque. Abstrae el pensamiento para ver detrás de lo obvio y encontrarás el truco.

—Sigo sin haber sido capaz de averiguarlo. Eres inteligente. Que nos ayudemos mutuamente con las asignaturas no nos incapacita para ser buenos magos. Pedir ayuda y que te la den no es algo malo ni menosprecia tus habilidades, Draco. —Le miró atentamente, agradeciendo que ya se hubiera puesto unos pantalones deportivos y estuviera embutiéndose en una camiseta de entrenamiento vieja. Observó su reacción a sus palabras pero, si la hubo, Harry no la percibió—. Creo que podrías ser animago con facilidad. Y lo sé porque creo que yo también podría hacerlo.

—¿Por qué quieres ser animago, Potter? —preguntó Draco, de pie junto al baúl con la ropa que se acababa de quitar en la mano, organizándola para que los elfos se la llevasen a la lavandería.

—No lo sé. —Harry se encogió de hombros. No se había planteado la razón por la que le apetecía hacerlo. Ni siquiera lo había pensado hasta que McGonagall lo había dicho en clase, pero cada vez que lo pensaba estaba más convencido de que podía intentarlo—. ¿Por qué no? Mi padre lo consiguió cuando tenía dieciséis años, yo tengo dieciocho.

—¿Tu padre era animago con dieciocho años? —Draco se mostró muy sorprendido al oírlo.

—Él y sus amigos lo hicieron por Lupin. Para poder estar con él en sus transformaciones de hombre lobo. —Harry perdió la fuerza en la voz, súbitamente triste al recordar a Remus. Su muerte aún estaba reciente y dolía.

—Tiene mucho mérito —admitió Draco, impresionado.

—Sí. Estaban como cabras, pero tenían mucho talento. Es curioso, ¿sabes? —Draco levantó una ceja, inquisitivo—. Que llegue un momento en el que tu yo sea más adulto y maduro de lo que pudieron llegar a ser tus padres. A veces pienso que dentro de un par de años seré mayor que ellos y viviré cosas que nunca vivieron.

Harry podría haber jurado que lo que vio en los ojos de Draco al oír eso era una mezcla de compasión con simpatía. Volvió a recordar todas las veces que este se había burlado de él por ser huérfano y se dio cuenta de que, como tantas otras cosas, el Draco que había dicho aquello ya no existía. Los cambios eran palpables. Para empezar porque estaban teniendo esa conversación, algo impensable tres o cuatro días atrás.

—Si ellos pudieron con esa edad, nosotros también deberíamos poder, desde luego —murmuró Draco, pensativo—. ¿En qué se transformaba tu padre?

—Era un ciervo.

—Como tu patronus.

—Sí —asintió Harry. Sin saber muy bien por qué, añadió—: El de mi madre era una cierva. Creo que los patronus y la animagia están relacionados, por eso me ha dado esto Hermione.

—¿Están relacionados? —El rostro de Draco se ensombreció.

—Supongo que el hecho de que ambas cosas consistan en invocar animales tendrá algo que ver. Pensaba ojearlo en la sala común así que si quieres, podemos hacerlo juntos. Toda información es bienvenida y Hermione no nos lo habría dado si no lo considerase útil.

—No he dicho todavía que vaya a intentarlo —espetó Draco hoscamente.

Harry no sabía exactamente qué había ocurrido, pero Draco había vuelto a ponerse a la defensiva. Harry hubiera apostado que a Draco le había atraído la idea de revisar los apuntes de Hermione sin rechazar de plano el intentarlo y un minuto después había pasado a mostrarse negativo. Respiró profundamente para relajarse.

—¿Nos vamos? —propuso Harry, intentando cambiar de tema hasta saber qué había ocurrido exactamente.

Draco asintió secamente. Los dos salieron de la habitación y entraron en la sala común. Como habían llegado temprano a cenar y habían terminado rápido, ninguno de sus compañeros estaba todavía allí.

—Hermione se habrá entretenido en la habitación —supuso Harry, tomando asiento en uno de los sofás.

Draco se sentó a su lado y se descalzó, subiendo los pies al sofá. Apoyándose en el respaldo lateral, se quedó levemente girado hacia él. Harry colocó los pergaminos en sus piernas, sin saber exactamente cómo hacer. Le había dicho que lo mirarían juntos, pero había sido más un ofrecimiento a la ligera. Pensó que si iban a trabajar juntos, quizá habría sido mejor una de las mesas, pero Draco no parecía incómodo en el sofá.

Fijándose en que Draco le observaba con cara seria, Harry empezó a pensar cómo podían hacerlo, un poco nervioso por la atención que este le estaba prestando y deseando realmente que se implicara en el tema y así tener algo más en común con él. Apesadumbrado, se arrepintió de no planificar las cosas un poco antes de ofrecerlas.

—Si quieres puedo empezar a leer en voz alta y…

—Espera un momento, Potter —le interrumpió Draco sin dejar de mirarle—. Antes de nada… has dicho que no habías averiguado todavía lo de la cajita de música ¿no?

—¿Eh? —Harry parpadeó desconcertado por el cambio de tema—. Sí, es cierto. Tampoco lo he pensado mucho, he de admitirlo.

—Vale. No es difícil. Escucha, sólo tienes que… ¿Te das cuenta que hay veces que estás mirando tan fijamente algo que lo que está a tu alrededor se desenfoca? —Harry asintió, intrigado por la premisa—. Bien. Esto es algo similar. Tienes que dejar de pensar en las palabras en sí y —Draco hizo énfasis en la palabra— desenfocarlo. En la cajita de música entran muchas cosas. ¿De qué es la caja?

—De música.

—¿Qué entrará en ella, entonces?

—Cosas relacionadas con música, pero eso ya…

—Correcto. Todas las cosas que entran están relacionadas con lo que es la música. Lo que es la música, Potter, no lo que produce música, ni lo que conocemos como música. ¿Qué es la música y cómo podría entrar un sofá o una silla en una caja de música si no están relacionados con la música?

Harry frunció el ceño, mirándole fijamente. Un destello de picardía brilló en los ojos de Draco. Percatándose de que aquello estaba divirtiéndole, Harry sonrió, contento. Al margen de lo que le hubiese enfadado en el dormitorio mientras hablaban de animagia, Draco estaba bien y seguía comportándose con él con aquella nueva normalidad que se había instaurado entre ellos. Harry hizo un esfuerzo por pensar en lo que le estaba diciendo. En la actividad de un par de noches antes se había limitado a dar respuestas al azar, intentando establecer un patrón que no era capaz de ver.

—La música entra. El sofá y la silla también. Un remo, la lana o los domingos entran. ¿Qué tienen en común que sea música, Potter? —repitió Draco, remarcando las palabras.

Draco le estaba hablando con una voz suave, casi hipnotizadora. Harry no apartó la vista de sus ojos, fijándose una vez más en las pequeñas motas azules que nadaban en el mar de plata fundida de su iris. Eran ojos amables, un poco tristes y muy profundos. Las pupilas de Draco se dilataron y el gris casi desapareció en el borde de su iris. Harry pensó que podía perderse en ellos como en un pozo. Sin parpadear, preguntó:

—¿La plata entra?

—No te lo he puesto de ejemplo porque ahí la música está camuflada al pronunciarla, pero si imaginas la palabra escrita la verás. Sí, entra —le confirmó Draco con otra sonrisa sincera similar a la de esa tarde. El corazón de Harry latió más fuerte al verla.

—Son notas musicales, ¿verdad? —Draco asintió, ampliando la sonrisa y mostrándose orgulloso de él. Harry se sintió feliz de haberle conseguido hacerle sonreír dos veces en un día para él—. Entran dentro las palabras que tienen notas musicales entre sus letras.

—Muy bien, Potter —le felicitó Draco—. ¿Ves? Sólo había que pensar diferente.

Harry le sonrió también, sintiéndose estúpidamente feliz por haber encontrado la solución al juego con la ayuda de Draco. En cierto modo, compensaba el tropezón de un par de noches atrás intentando hablar del tema y ponía de manifiesto cuánto había evolucionado su relación. Al intentar no pensar en por qué le parecía importante aquello, Harry se dio cuenta que llevaba un rato mirando a Draco como un idiota. Carraspeó y bajó la cabeza, recordando qué eran los pergaminos que tenía sobre las rodillas.

—Bueno, creo que podemos empezar con…

—Mi padre no puede invocar un patronus. El de mi madre es un cisne. El mío es un dragón —murmuró Draco, interrumpiéndole y poniéndose serio.

—¿Tú padre no sabe hacerlo?

—No puede. Si se concentra mucho, puede realizar un escudo plateado, pero tiene que ser en una situación calmada y tranquila y no siempre le sale a la primera. El de mi madre es un cisne. Uno muy bonito. Es muy hábil con los encantamientos —dijo Draco con voz nostálgica y un deje de cariño en la voz.

—¿Lo has… lo has intentado? —Harry se preguntó por qué le estaba contando aquello Draco.

—Severus quiso enseñarme para ayudarme a protegerme de los dementores de ese loco. Hubo unas semanas que pulularon por la mansión, así que era importante que aprendiese hacerlo —contestó Draco con voz lúgubre—. A pesar de que lo intenté muchas veces, fue imposible.

Harry parpadeó, sorprendido. Una punzada de dolor y compasión le atravesó el pecho al darse cuenta de las implicaciones de lo que Draco estaba diciendo. Snape podría haber sido un capullo con él, pero si había intentado enseñar a Draco a hacer un patronus y este no lo había conseguido, tenía que haber algo más que simple falta de conocimiento. Se estremeció, pensando que no podía ser posible que Draco no tuviese recuerdos felices.

—¿Por qué crees que es? —preguntó Harry, sosteniéndole la mirada y apretando los labios.

Draco se encogió de hombros, como si no quisiera saber la respuesta. Harry no dijo nada, ni tampoco insistió. Había aprendido que si tenía paciencia, Draco acababa contestando a sus preguntas, antes o después. Incluso aunque tardase días, como había ocurrido con el juego de la caja de música.

—Supongo que es consecuencia de la magia oscura. No por practicarla, afortunadamente apenas lo hice —dijo Draco en voz baja al cabo de unos minutos—. Severus creía que todos mis recuerdos felices de la infancia estaban contaminados por lo que ocurrió en la guerra, impidiéndome recordarlos como algo feliz. La mansión, Hogwarts, mi familia… todo está manchado de magia abominable que se pega a la piel y a los recuerdos como aceite. Mi varita ni siquiera reacciona cuando lo intento, por muy bien que seleccione el recuerdo.

—Es posible que si practicas más…

—Da igual, Potter —rechazó Draco con un gesto pragmático—. Si es cierto que la animagia y el encantamiento patronus están relacionados, yo no podré ser animago.

—Hagamos una cosa. Revisemos lo que viene aquí. Si tenemos dudas, mañana podemos preguntar a McGonagall —propuso Harry.

—No voy a hablar con McGonagall sobre mis habilidades mágicas o de si puedo o no hacer un patronus, Potter —negó Draco con tono de obviedad.

—Me refería a si es necesario saber hacerlo. Si no, yo puedo intentar ayudarte a aprender.

—¿No has oído lo que te he dicho? Ni siquiera Severus pudo…

—En ese momento… ¿Voldemort vivía en tu casa? —Draco se estremeció al oír el nombre, pero asintió—. Ahora no está aquí. Quizá sea posible rescatar alguno de esos recuerdos. Además, poco a poco irás generando recuerdos nuevos que no estarán empañados por la guerra. La situación ha cambiado, no puedes rendirte sin haberlo intentado.

—No puedes solucionar los problemas de todo el mundo, Potter —negó Draco con tristeza. Harry se dio cuenta de que su voz parecía más pesimista que derrotada y de que no había rastro del habitual desdén que solía utilizar en esos casos.

—Ayudé a todo el Ejército de Dumbledore. Incluso Neville consiguió hacer uno.

—Longbottom es toda una caja de sorpresas —dijo jocosamente Draco. Harry resopló de risa en contra de su voluntad.

—No seas idiota —le reprendió Harry en broma—. Ya te estoy ayudando con Transformaciones, ¿no? Lupin me enseñó a hacer el patronus en tercero. En quinto enseñé a gente a hacerlo. Por lo menos intentémoslo, Draco.

—Eres increíblemente cabezota, Potter —gruñó Draco, pero Harry se dio cuenta de que ya no parecía tan cerrado a la idea como al principio.

—Piensa que a mí también me vendrá bien practicar. En el fondo, será lo mismo que estudiar juntos. Estaremos aprovechando nuestros recursos comunes para mejorar ambos. —Draco le miró fijamente algunos segundos antes de forzar una mueca a modo de sonrisa y asentir.

—Está bien. Revisemos los apuntes de Granger.

Acercándose, Draco se pegó a él y cogió los pergaminos, situándolos entre su pierna y la de Harry. Este se dio cuenta de que era la primera vez que estaban tan cerca, más incluso que cuando habían caminado juntos hacia la biblioteca o habían estudiado juntos. Sentía el brazo izquierdo de Draco pegado al suyo, y su pierna resultaba cálida en contacto con la suya. Todo su cuerpo estaba en contacto con él y Harry se puso nervioso, pero se olvidó de ello cuando comenzaron a estudiar el fajo de pergaminos.

Cuando Ernie y Justin entraron en la sala común seguidos por algunos de sus compañeros más, Draco y Harry les devolvieron el saludo sin levantar la cabeza, concentrados en el contenido de los apuntes. Draco había hecho aparecer pergamino, una pluma y un tintero de la habitación y había comenzado a anotar algunas de las cosas, comentándolas con Harry en voz baja.


NdA. Tengo notas. La primera es obvia: aquí tenéis la cajita de música. Mis disculpas a las personas que, como yo, os obsesionáis con un tema y habéis tenido que esperar a sacarlo. ¿Alguien entre quienes les mandé más palabras por privado lo consiguió por su cuenta?

La segunda. A la porra el canon de Rowling. Lucius puede ser un mago incompetente, me lo puedo creer si me quieren explicar que no puede hacer un patronus por eso. Pero debe de tener algún recuerdo feliz. Y lo siento, pero no le veo en la misma escala de "mortifaguismo" que Bellatrix, Crouch o Dolohov. Como que se le queda un poco grande. Así que... a efectos de esta historia puede hacer un patronus, aunque sea en esas condiciones tan paupérrimas (y técnicamente inservibles). Lo cual no es óbice de que en otras ocasiones me dé por decir que no es capaz porque es malvadísimo. Sí, puedo convivir con ambos headcanon en la cabeza xD.

Sobre el patronus de Narcissa, se lo leí a alguien hace muchos años y... bueno, me gustó la idea de que fuese un cisne. Territoriales, se emparejan de por vida, y son muy elegantes. Pueden ser de varios colores, pero el cisne clásico de color blanco puro con ciertas partes oscuras le pega muchísimo.