6. A little respect
Soul, I hear you calling.
Harry estaba sentado en el único banco del que disponía la celda, colocado a todo lo largo de una de las paredes. Aparte de eso, el sitio no contaba con nada más. No había camastro, ni mantas, ni nada. Aquello más merecía llamarse calabozo que otra cosa: estaba helado, oscuro y un poco húmedo, seguramente no había recibido remodelaciones en todos sus años de existencia.
Ron suspiró otra vez, ahora con pena. Harry se veía realmente mal: más delgado que nunca, demacrado, agotado... sin ánimos de nada. Tenía un aspecto peor que cuando habían andado en descampada huyendo de Voldemort. ¿Por qué aquella maldición lo desgastaba así?
—Oh, Harry —gimió Hermione y se lanzó al moreno, quien se puso de pie y la recibió con asombro entre sus brazos.
—Dios, Hermione —dijo él mientras miraba a Ron por encima del hombro de la chica—, no es para tanto. Sólo es un castigo de unas pocas horas, pronto estaré fuera...
Hermione se separó y lo miró con reprobación.
—Sí, Harry, pero lo que me preocupa es el porqué. ¿Te das cuenta de cómo las cosas han ido empeorando en vez de mejorar? ¡Ahora ya percibes las emociones de Malfoy a pesar de estar a kilómetros de distancia! ¡Esto es cada vez más grave! Y no sólo eso... Te apuesto lo que quieras a que estuviste así de cerca de matar a ese asqueroso de Pucey... Y todo porque seguramente no te pudiste dominar, invadido por esos sentimientos insanos y falsos que crees tener por Malfoy. ¡Imagina si Pucey hubiera muerto!
El rostro de Harry se descompuso ante esas palabras.
—Hermione... —trató de intervenir Ron.
Su novia no se calló.
—¡No, Ron! ¡Ya es más que suficiente! Hemos investigado, hemos preguntado y no hemos encontrado nada. ¡Y Harry se pone cada vez más grave y aun así se niega a pedirle ayuda a Malfoy! Esto ha pasado de ser incómodo a ser peligroso. Supongo que trabajar cerca de Malfoy ha empeorado este padecimiento.
Harry endureció la expresión al escuchar eso último. Se alejó de Hermione sin ser capaz de disimular su desacuerdo.
—Padecimiento o no, me ha servido para salvar a Malfoy, ¿no fue así? —respondió Harry en voz baja—. Tal vez a estas horas el muerto sería él si no yo hubiera sentido... bueno, ya sabes. Lo que sentí. Gracias a eso pudimos regresar a tiempo y... ayudarlo. Creo que su vida y su integridad son más importantes que cualquier molestia que yo sufra a cambio.
Ron puso los ojos en blanco y, aunque no veía a Hermione a la cara, estaba convencido de que su novia también había hecho ese mismo gesto.
—Harry, entiende, tú no estás enamorado de Malfoy... Lo que sientes es...
—¡Sé muy bien eso, Hermione! —exclamó Harry de tan mal humor que su magia vibró por la habitación. Ron arqueó las cejas, azorado—. No estoy diciendo que yo y él... Lo que estoy diciendo que la vida de cualquier ser humano vale más que... —Negó con la cabeza, derrotado—. Saben qué, olvídenlo.
Hubo un incómodo silencio. Ron carraspeó y dijo:
—Pero no todo son malas noticias, compañero. Es posible que toda esta pesadilla termine pronto, ¿sabes? Hace un rato hablamos con Malfoy y, en contra de todo pronóstico, accedió a ayudarnos.
Aquello no mejoró el estado de ánimo de Harry en absoluto.
—¡¿QUÉ?! —jadeó y se puso pálido—. ¿Le han contado? ¿Todo? ¡Pero, chicos, yo... ustedes... quedamos que...!
Hermione lo fulminó con la mirada y Harry se silenció. Luego, se dejó caer de culo en el banco, desolado. Soltó una carcajada amarga.
—O sea que, encima de todo, Malfoy ya sabe lo que siento por él. Maravilloso.
Hermione negó con la cabeza.
—No, Harry. No es lo que sientes, es lo que la magia de una deuda de vida te obliga a sentir. No son tus sentimientos reales, eso tienes que tenerlo en claro. Y Malfoy lo sabe y lo entiende. Asombrosamente y sin pedirnos nada a cambio, él está dispuesto a salvarte en alguna ocasión para terminar con esto de una buena vez y liberarte. ¡Imagina eso! ¡Después de tantos años de padecer estas horribles sensaciones y de estar preocupado por Malfoy noche y día, finalmente podrás dejarlo todo atrás! ¡Ser libre otra vez! ¡Ser capaz de enamorarte de alguien de verdad! ¡De alguien que tú elijas y que no sea un caradura malagradecido como Malfoy!
No obstante el entusiasmo de Hermione, Harry sólo arqueó las cejas y no dijo nada durante un largo rato. Se quedó mirando el suelo enfrente de él. Hermione y Ron se voltearon a ver, desconcertados.
—¿No... no te alegra? —preguntó Ron.
—Por supuesto —masculló Harry sarcásticamente—. ¿Cómo no voy a alegrarme de que Malfoy finalmente sepa que me muero por él, maldición o no, y que esté tan asqueado de saberlo que por eso accedió a ayudarme?
Hermione bufó con hartazgo.
—Harry, eso no fue lo...
—¿Qué fue lo que le contaron? —la interrumpió Harry, mirándolos a los dos con enojo, retándolos a mentirle.
—Sólo lo necesario —dijo Ron rápidamente—. Le contamos que te sientes eh, atraído —Harry arrugó el gesto—, y celoso, e inquieto, y preocupado, y... que no duermes bien ni comes como es debido, y...
—Oh dios. —Harry se golpeó la cabeza contra la pared.
Hermione volvió a bufar.
—Déjalo ya, Ronald. Mira, Harry, lo que le contamos a Malfoy fue que tú te sientes así desde el rescate en el Salón de los Menesteres, pero le dejamos muy en claro que no es que le tengas cariño o sientas atracción real hacia él, sino que todo parece indicar lo que hemos pensado siempre: que es la deuda de vida obligándote a preocuparte por él y a seguir cuidándolo, que es algo que te tiene encadenado en contra de tu voluntad expresa. Le explicamos que puedes percibir sus emociones aún desde la distancia, y que eso te está perjudicando.
Harry suspiró con resignación.
—Ya veo. Y él... ¿él les contó algo? ¿Les dijo lo que pasó en Glencoe entre... él y yo?
Ron y Hermione intercambiaron una mirada.
—¿A qué te refieres? —preguntó Ron—. ¿A que dejaste escapar a Campbell por salvarle la vida a él otra vez? Eso ya lo sabíamos.
Harry arqueó las cejas y no dijo nada.
—Por cierto, Harry... Malfoy te manda esto —dijo Hermione como si tal cosa al tiempo que le pasaba la pequeña caja que traía en el bolsillo de la chaqueta.
Harry, con gesto desconfiado, tomó la caja y la abrió. Miró al anillo durante unos segundos, boquiabierto.
—¿Malfoy me mandó... esto? ¿A mí? ¿Están seguros?
—Eh, sí. Nos dijo que era un regalo de agradecimiento por tu rescate. Al menos, por el más reciente, supongo. ¿Por qué... por qué lo dudas?
Harry negó con la cabeza sin dejar de observar el anillo. Lo tomó con cuidado y le dio vueltas entre sus dedos.
—Es que... Es un anillo de Claddagh. Sé lo que son. Una vez acompañé a Seamus a comprar uno para dárselo a su novia, iba a pedirle que se casara con él. Forman parte de una tradición irlandesa. Significa...
Ron arqueó las cejas y carraspeó para interrumpir a Harry.
—Estoy seguro de que el hurón es un idiota y no sabe nada de Irlanda, Harry. No te rompas la cabeza. Seguramente le pareció bonito y ya está. Quizá incluso mandó a un elfo a comprarlo, tal vez ni siquiera lo hizo él en persona.
—O tal vez sabe que el Claddagh es un símbolo de amistad y de ese modo está agradeciéndole a Harry e insinuando que le gustaría ser su amigo, Ron —sugirió Hermione mirando con enojo a su novio. Ron se encogió de hombros: él prefería no darle a Harry "falsas esperanzas" con Malfoy. Después de todo, Ron estaba seguro de que, en cuanto se difuminaran los efectos de aquella maldición, tanto Harry como Malfoy volverían a odiarse como siempre lo habían hecho.
Harry negó con la cabeza.
—No lo sé, Hermione. Creo que es más probable lo que dice Ron. Como sea... —Meditabundo, se puso el anillo en el dedo anular de la mano derecha y se quedó un momento contemplándolo.
Aliviado, Ron resopló y dio una palmada.
—¡Genial! Bueno... Mientras otra cosa sucede, tengo una mala noticia que darte, compañero. Hace un rato llegaron informes frescos a la central. Resulta que hay nuevos reportes de muggles desaparecidos en Glencoe. —Harry se despabiló de inmediato y levantó la vista. Los ojos le brillaron peligrosamente mientras Ron continuaba diciéndole—: Shacklebolt no se ha enterado todavía, pues los mensajes llegaron muy tarde en la noche y él ya se había retirado a dormir. Quedó bastante desolado por lo que sucedió con Pucey, como podrás imaginarte. Supongo que no puede creer que le tuvo tanta confianza a semejante desgraciado. Yo le dije que si Voldemort confió en Snape, cuantimás cualquier otro mago puede equivocarse, pero luego él...
—¿Cuántas desapariciones, Ron? —lo interrumpió Harry, poniéndose de nuevo de pie. Su aura parecía palpitar con magia furiosa; tanto, que Hermione y Ron dieron un paso hacia atrás sin ser plenamente conscientes de ello.
—Fue un grupo completo de excursionistas muggles, creo que de cinco personas —respondió Ron un tanto intimidado—. Lamentablemente, un menor de edad iba con ellos. En la oficina de...
No terminó de hablar. Antes de que pudieran darse cuenta de qué era lo que estaba sucediendo, Harry se les había echado encima. Con una mano le sacó a Ron su varita de la vaina que llevaba sujeta debajo de la túnica de auror, empujando a Hermione con la otra mano para que no interviniera.
—¡Harry! —gritó Hermione—. ¿Qué haces?
—¡Lo siento! ¡No es personal! —respondió Harry antes de agitar la varita de Ron ante ellos y atarlos a ambos de pies a cabeza con cuerdas mágicas.
—¡Harry, no! ¡Sólo te resta un día y medio de castigo, no hagas esto! ¡Te despedirán! —exclamó Ron mientras forcejeaba con las cuerdas, tratando de librarse. Perdió el equilibrio y cayó como peso muerto hasta el suelo de la celda.
Harry no se quedó a escuchar razones. Dirigiéndoles a sus amigos una última mirada de disculpa, pasó entre ellos y salió por la puerta. Lo último que escucharon fueron sus palabras conjurando un encantamiento desilusionador, seguramente para poder escapar del Ministerio sin ser visto por nadie.
—¡Harry, Harry! ¡Vuelve, esta no es manera de arreglar nada! —gritó Hermione, pero el corredor ya estaba en completo silencio.
Y así, con esa sencillez, Harry huyó dejándolos a ellos dos atados en la celda.
Hermione, todavía de pie pero atada desde el cuello hasta los talones, miró a Ron. Éste estaba de igual modo pero tendido cuan largo era en el piso.
—¡Ron! ¡Tenías que decirle eso! ¡Cómo si no lo conocieras!
Ron arrugó el ceño, avergonzado. Su confianza en Harry lo había llevado a estar ahí ante él con la guardia totalmente baja. ¿Quién se hubiera imaginado que su propio amigo iba a robarle así la varita para escapar?
—Merlín, no me sorprendería si Shacklebolt nos despide a Harry, a Malfoy y a mí. Somos unos aurores terribles... —masculló y Hermione resopló. Se quedaron en silencio durante un momento y, entonces, Ron sonrió y dijo—: ¡Pero, bueno! Al menos no se tomó tan mal lo de Malfoy, ¿no crees? ¡Y lo mejor de todo es que sí se puso el anillo!
Hermione bramó y puso los ojos en blanco.
Draco despertó de pronto y, de cierto modo y aunque no había amanecido, se alegró por ello. Había estado soñando algo. No recordaba qué, pero había sido algo bastante triste, algo que lo había dejado desesperanzado. Y luego, un sentimiento de furia lo había invadido, tan intenso que lo había obligado a dejar el sueño.
¡Qué mal estaba durmiendo últimamente! Analizó la posibilidad de ir a ver un medimago al mismo tiempo que tomaba su varita para convocar la hora, cuando de pronto la chimenea de su habitación se incendió con las flamas verdes de una llamada vía red flú.
Se sentó de golpe sobre la cama, sobresaltado. Vio la cabeza de Weasley en su chimenea y fue entonces que recordó que todos los aurores tenían la obligación de mantener conectada su chimenea personal a la red privada del departamento por si existían llamadas de emergencia cuando no estaban en servicio... Nunca, hasta ese momento, le había tocado que lo llamaran a media madrugada.
—¡Weasley! —exclamó al tiempo que se cubría el dorso desnudo con las mantas.
La Comadreja puso los ojos en blanco.
—Malfoy, por favor, no me vengas con pudores. Ni que no te hubiese visto en cueros en las duchas antes. ¡Despabila! Tenemos, eh... tenemos una situación acá en el cuartel.
Draco, quien sólo traía calzoncillos puestos, hizo de tripas corazón, suspiró y renunció a la noche tranquila que había creído que tendría. Se levantó lentamente y caminó hasta la chimenea para no tener que hablar a gritos con el pelirrojo.
—¿Qué pudo haber sucedido que no podía esperar hasta mañana, Weasley? —preguntó con voz peligrosa.
Weasley titubeó un poco.
—Ah. Verás. Harry escapó de la celda de castigo.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Um. Podría ser posible que se hubiese enterado que se reportó otra desaparición de muggles en Glencoe. Dicen que se puso como loco, que le robó una varita a alguien y simplemente salió del Ministerio. No hemos podido comunicarnos con él, no responde a los mensajes.
Draco sólo pudo menear la cabeza y poner los ojos en blanco. Típico de Potter. Seguramente estaba contando con que, si atrapaba a Campbell él solo, Shacklebolt se apiadiaría de él y en vez de castigarlo nuevamente, lo ascendería a jefe.
—¿Y la urgencia, es...? —cuestionó Draco, bostezando.
Weasley lo miró boquiabierto durante un momento.
—¿Cómo preguntas eso? ¡Pues será que, aparte de que nos hemos enterado de que Campbell ha vuelto a asesinar gente, Harry posiblemente esté en peligro!
Draco se frotó la barbilla.
—¿Potter disponía de alguna pista para seguirle el rastro a Campbell o sólo se largó como el imbécil que es a buscarlo por toda Escocia?
Weasley entrecerró los ojos y respondió, enojado:
—Sí tenía algo. Él y yo habíamos conseguido algunos nombres y direcciones de los familiares de Campbell que podrían estar ocultándolo, así que quizá fue a investigar en esas locaciones... Mira, Malfoy, en vez de estar perdiendo el tiempo aquí por la chimenea, se me ocurre que podrías mover tu perezoso trasero y aparecerte acá en el Ministerio. Y entonces, los dos juntos podríamos...
—¿Sabes qué, Weasley? —lo interrumpió Draco—. Me parece que este tipo de misión no tiene nada de urgente. Te veo en la oficina a las nueve en punto de la mañana, ¿de acuerdo?
—¡Malfoy, espera! Pero, ¿y Harry? ¡Recuerda que tú tienes modo de...!
Antes de que el auror pelirrojo pudiera decir más, Draco agitó su varita y apagó las llamas. No conforme con haber interrumpido la llamada, Draco volvió a agitar su varita y cerró de manera permanente la chimenea. Al diablo con el requisito de mantenerla abierta.
Weasley era un idiota. Nada de lo que le había dicho caía en la categoría de "emergencia", pensaba Draco con resentimiento mientras regresaba pesadamente a su cama y se volvía a acostar. Okay, de acuerdo, Shacklebolt les había dicho que si Campbell volvía a cometer otro crimen, los castigaría a ellos, pero... Pues el crimen ya estaba hecho. Madrugar a esas horas indecentes para viajar a Escocia a visitar a toda la parentela de Campbell no iba a revivir a aquellos muggles, así que daba igual si lo hacían en ese momento o algunas horas más tarde.
Se echó la manta encima de la cabeza, intentando dejar de pensar para poder volver a dormir.
Por otra parte, Potter y su escape...
—Mierda. Potter, eres un imbécil —murmuró Draco, su voz ahogada bajo las mantas. No podía creer que el muy estúpido hubiese escapado de la celda de seguridad de aquel modo, convirtiendo un castigo leve de cuarenta y ocho horas en quién sabe qué mas. Shacklebolt seguramente no iba a tener piedad de él. Al menos que tuviera éxito y consiguiera capturar a Campbell.
—Mierda —repitió Draco, cada vez más frustrado porque no podía dejar de pensar en todo eso y le era imposible volver a dormir.
Entonces, de pronto se le ocurrió que quizá la emergencia, desde el punto de vista de Ron Weasley, podría haber sido el hecho de que el imbécil del Cuatro Ojos se había largado solo a Escocia, sin responder comunicaciones, sin ningún apoyo ni respaldo. Y Campbell ya había demostrado ser un hueso duro de roer. Si entre los tres no habían podido con él, ¿qué haría Potter él solo si llegaba a enfrentarlo?
—¡Mierda! —exclamó Draco por tercera vez, comenzando a sentir una curiosa inquietud en el pecho.
Se agitó bajo las mantas mientras gemía e intentaba dejar de sentir aquello. Era algo casi como un dolor físico, como un agujero real que parecía crecer a momentos conforme su mente imaginaba escenarios terribles donde Campbell le hacía daño al grandísimo tonto de Harry Potter.
"Pero... pero eso es bueno para ti, Draco", intentó convencerse a él mismo. "Si Potter muere, o falla y cae de modo definitivo de la gracia de Shacklebolt, el puesto de jefe será para ti sin duda alguna."
Llegando a esa conclusión, la cual no le proporcionaba tanta alegría como se habría imaginado, Draco cerró los ojos muy apretados y se empeñó en dormir. Tenía que descansar. Su piel y sus ojeras serían un desastre a la mañana siguiente si no...
Pero... ¿Por qué se sentía preocupado por Potter? No lo entendía, nunca antes le había pasado que saber que algún compañero auror estaba en riesgo, le quitara el sueño.
Volvió a agitarse y se acomodó boca arriba. Sintió el peso del colgante encima de su pecho y, después de resistirlo durante algunos momentos, llevó una mano por debajo de sus mantas y lo tomó. Fue entonces que recordó para qué se suponía que era.
—Ah, ya veo —susurró al caer en cuenta de que Weasley seguramente había tratado de pedirle que usara el traslador colocado en el dije para llegar a Potter. ¿Eso quería decir que Potter ya traía el anillo con él? Weasley no le había mencionado nada. "Bueno, casi no le diste tiempo de hablar", le reprochó su conciencia.
Draco meneó la cabeza, apretando el dije en su puño cerrado. Sentía un montón de emociones contradictorias al saber que tenía en sus manos un modo de llegar hasta Potter, quien andaba solo y probablemente en peligro. ¿Sería buena idea que...?
"No, no, no. Que se las arregle como pueda. Ya está grandecito y sabe lo que hace", intentó convencerse, soltando el dije y, según él, cerrando los ojos de nuevo para dormir.
Aunque, pensándolo bien... Quizá esa sería la única oportunidad en la que Draco podría presentarse ante Potter para salvarle la vida y terminar de una vez por todas con aquella maldición que los asolaba a ambos. Porque, la verdad fuera dicha, si Potter hubiese sido el único que sufría un tipo de lazo invisible hacia Draco, a éste no le importaría, no sería su problema y no se preocuparía por resolverlo. Pero, en cambio, sí era su problema el hecho de que él también estuviese comenzando a sentirse así por Potter. Y él no quería estar enfermo de esa manera. El pobre de Potter tenía años sintiéndose así. Él apenas tenía un día o dos y ya no lo soportaba.
Gimió con pesar. Aparentemente, no iba a quedarle más remedio que ir a "rescatar" a la damisela Potter.
En eso estaba, terminando de decidir si levantarse a ponerse ropa o no, cuando comenzó a experimentar una inquietud en su corazón que, lo supo de inmediato, no era suya sino del otro imbécil.
—Maldita sea, Potter, ¡me encargaré de cobrarte esto con creces! —exclamó furioso y asustado, pues aquella inquietud pronto se convirtió en miedo real. Se levantó de la cama tan rápido que casi se cae de bruces. Corrió a su vestidor en busca de algunas túnicas de trabajo para ponerse, pues se había quedado sin uniforme de auror.
En cuanto se puso algo encima y se calzó sus botas, se quedó parado en medio de su cuarto con el colgante en la mano, observándolo. Bajo la luz de la lámpara que tenía encendida junto a la cama, la esmeralda del corazón de su dije brillaba del mismo modo que los ojos del héroe.
Draco se daba cuenta de que el miedo que había sentido ya no estaba. Había desaparecido. ¿Sería posible que...?
De pronto se le ocurrió que podría haberle pasado algo a Potter y el pensamiento no le gustó como él había creído que lo haría. Maldiciendo una y otra vez, sostuvo fuerte el dije y murmuró, casi con pesar:
—Llévame a él.
Y aquella sensación de trasladarse a través de magia lo devoró y desapareció de su cuarto.
El cielo en Glencoe estaba cayéndose a pedazos: llovía a cántaros y hacía mucho viento. Un relámpago iluminó el valle y Harry tuvo una buena vista de aquel lugar. La choza de Campbell no era más que un cuartucho pequeño hecho de piedras y cubierto con paja: a Harry le recordaba bastante a la cabaña de Hagrid allá en Hogwarts pero en versión pequeña y horrible. Sonriendo ante ese pensamiento, caminó con sigilo entre piedras y maleza para acercarse más al sitio. La choza ya estaba al descubierto y lucía abandonada; aparentemente Campbell no había regresado a ella ni para habitarla ni para aplicarle de nuevo el hechizo que la hacía invisible al ojo de los forasteros.
Harry suspiró. Ya llevaba un par de horas buscando en diferentes lugares de Escocia y no había tenido suerte. Con un golpe de inspiración, decidió regresar a la casa original del asesino serial, pues era bien sabido que ese tipo de gente amaba volver a donde había cometido sus crímenes.
Pero, aparentemente, Campbell no. Todo estaba vacío y tal como lo habían dejado los aurores el día que pelearon contra él. De todas formas, Harry decidió echar un vistazo al interior de la choza por si había alguna novedad.
Antes de escapar del Ministerio, se había echado encima un encantamiento desilusionador para pasar desapercibido, pero éste se había difuminado con el pasar de las horas y Harry no había sido capaz de activarlo de nuevo. La varita de Ron era bastante temperamental y, como si estuviese enojada con él, se estaba resistiendo a obedecer sus conjuros. Así que Harry, ya sin ningún disfraz, se encaminó lentamente y sin alejarse del costado de un cerro donde podía ocultarse detrás de alguna piedra si es que le era necesario.
Y era por esa misma razón que, a pesar del clima espantoso y la lluvia abundante, no había podido aplicarse ningún hechizo impermeabilizante. Así que ahí iba, aguantando el agua que caía sobre él y lo tenía ya mojado hasta los calzones.
De pronto, con un tremendo estrépito e iluminando todo el campo, un rayo cayó a unos cuantos metros de donde se encontraba él, justo encima de un arbusto. A pesar de estar empapado, el pequeño árbol se incendió de inmediato, sacándole un buen susto al auror. Harry maldijo entre dientes y se pegó de espalda contra la pared de piedra que estaba detrás de él, determinado a no salir al descubierto para que no le cayera un rayo encima. Miró hacia la choza, la cual estaba ya bastante cerca. ¿Podría llegar hasta ella para ponerse a salvo de la tormenta?
Suspiró y se armó de valor para comenzar a correr, cuando otro rayo cayó arriba del cerro en el que se ocultaba, golpeando las rocas. Con un estruendo, una lluvia de piedras y agua comenzó a deslizarse hacia donde él estaba. Harry levantó la varita para protegerse, la agitó, pero ésta no le respondió. Con horror, Harry vio venir la avalancha hacia él y, sabiendo que no tenía escapatoria, se agazapó y se cubrió la cabeza con los brazos en espera de los golpes.
Pero estos no llegaron. En vez de eso, Harry, en medio del ruido de la lluvia y las piedras cayendo, escuchó que alguien exclamaba "¡Protego!"
El encantamiento de protección lo cubrió justo a tiempo para salvarlo. Cuando las piedras cesaron de caer a su alrededor, Harry se incorporó y se giró con rapidez hacia donde había provenido la voz de su rescatador.
Un mago alto y vestido con túnicas oscuras estaba ahí de pie a unos cuantos metros de Harry, justo delante del arbusto incendiándose: la luz del fuego detrás de él hacía que su figura esbelta resaltara imponentemente. Aquel mago llevaba su varita en la mano y miraba hacia Harry con expresión burlesca. Su cabello platinado resplandecía casi como con luz propia en medio de toda aquella oscuridad y fue gracias a eso que Harry lo reconoció.
—¡Malfoy! —exclamó con asombro. La sonrisa del susodicho se ensanchó.
Malfoy, quien había aparecido de la nada y lo había protegido de una lluvia de piedras, quizá incluso salvándole la vida, comenzó a caminar hacia él con toda aquella seguridad en sí mismo que siempre lo había caracterizado.
Harry se quedó boquiabierto. En cuanto su cerebro comprendió que Malfoy estaba ahí acompañándolo, todo su ser se vio invadido por aquella urgencia que experimentaba siempre que estaba cerca del otro mago: una necesidad casi implacable de acercarse lo más posible, lo más, lo más... Y luego, tomarlo entre sus brazos, y desnudarlo, y descubrir lo maravilloso que seguramente era la sensación de piel contra piel y...
Harry se estremeció.
Apretó los puños y aspiró profundamente para controlarse. Tenía años de experiencia en ese rubro: había sobrevivido mucho tiempo sobrellevando esa urgencia y, a excepción del beso de la otra noche, hasta ese momento le había resultado bien. Después de unos segundos de ejercicios de respiración, aquella necesidad menguó hasta convertirse en sólo un deseo punzante que resultaba mucho más sencillo de aguantar.
Malfoy, quien no iba vestido con su uniforme de auror, estaba, a diferencia de Harry, completamente seco, protegido bajo un encantamiento paraguas. Exclamó en voz alta para hacerse oír entre el ruido de la lluvia, el viento y los truenos:
—¡Tu ineptitud no conoce límites, Potter! ¿Qué demonios está mal con tu varita?
Harry abrió mucho los ojos y miró el instrumento mágico que tenía en la mano. Negó con la cabeza.
—No es la mía. Se la... tomé prestada a Ron. Supongo que... no le caigo muy bien porque se resiste a obedecerme. La mía debe estar asegurada en el Ministerio. Ahora no sé si podré recuperarla algún día.
A pesar de la oscuridad de la madrugada, claramente pudo ver que Malfoy ponía los ojos en blanco.
—¿Así o más melodramático? Por favor, Potter, todos sabemos que eres el consentido de Shacklebolt. Te la regresará en cuanto se le pase el mal humor que seguramente le causó saber que Pucey no era lo que él creía. —Malfoy lo miró de arriba abajo y frunció el ceño; seguramente desaprobaba el aspecto empapado de Harry, quien además todavía iba sucio y despeinado—. Estás hecho una sopa. Hay que refugiarnos en la cabaña de Campbell en lo que pasa la tormenta. Ya revisé con magia y no hay nadie adentro. Si nos quedamos acá, va a caernos un rayo.
Harry asintió y siguió a Malfoy, pero no muy de cerca. No podía arriesgarse a sucumbir a la tentación de abrazarlo por la espalda y sumergir la nariz en su cabello para descubrir su aroma y su tacto, un deseo que venía sintiendo desde hacía años y que a veces no lo dejaba ni dormir.
Meneó la cabeza. Estaba tan, pero tan jodido.
Los dos aurores entraron en la diminuta choza y, tal como Malfoy había afirmado, estaba sola y tal cual como la habían dejado ellos el otro día que intentaron capturar a su dueño. Malfoy suspiró mientras apuntaba con su varita al hogar que estaba justo al centro y encendía un fuego que fue como bálsamo para Harry, quien estaba helado hasta los huesos y azorado de que Malfoy lo hubiera encontrado ahí.
—¿Cómo supiste dónde hallarme? —le preguntó mientras se guardaba la inútil varita de Ron dentro de la vaina bajo su túnica.
Vio a Malfoy evitar su mirada y pasarse una mano por encima del pecho. Harry alcanzó a vislumbrar que Malfoy tomaba algo que traía colgando del cuello y lo ocultaba debajo de su ropa. Se giró hacia Harry y le sonrió burlesco.
—¿Realmente crees que fue difícil suponer que regresarías a la escena original de los crímenes de Campbell? Ni que tu cerebro fuera tan complejo. Y, hablando de eso... ¡Potter, eres un imbécil! ¿Por qué escapaste así? ¿En qué estabas pensando, si es que piensas algo?
Harry no estaba con ánimos de pelear con Malfoy, así que no mordió el anzuelo y no le respondió. Se quedaron el uno frente al otro ahí en la fúnebre y helada cabaña, iluminados tan sólo por las llamas del fuego central. Harry carraspeó, muy incómodo al recordar que prácticamente él andaba en fuga y Malfoy tenía todo el derecho de someterlo y regresarlo al cuartel.
—¿Viniste a detenerme y capturarme? —susurró con amargura—. Seguro creerás que Shacklebolt te adorará si lo haces, ¿no?
Malfoy desvió la mirada.
—Esa no era mi intención original. Pero piensa lo que quieras.
Entonces, Harry ató cabos y fue que lo comprendió. Se acordó de que Ron y Hermione ya le habían contado todo a Malfoy.
—Ah, ya veo entonces por qué... por qué tú... —dijo, y se dejó caer encima de un tosco banco de madera que estaba cerca del fuego—. Supongo que Ron te avisó de mi escape y decidiste buscarme para acabar con esto de una vez, ¿no?
Malfoy no dijo nada. Harry lo vio apretar los labios y supo que tenía razón. Por algún motivo que Harry no alcanzaba a comprender, se sentía deprimido y muy humillado. Continuó diciendo, con la mirada clavada en el sucio suelo de tierra compactada:
—Yo no habría querido decirte nada. Soy plenamente consciente de que tú no tienes ninguna responsabilidad ni culpa en esto que me sucede, Malfoy, y lo último que deseaba era molestarte y que te enteraras de que yo... Bueno. El punto es que lamento mucho haberte involucrado. Yo... también lamento haberte besado la otra noche. Normalmente... normalmente puedo resistir bien esto que me sucede, pero esa vez... No sé qué me pasó. Lo siento mucho, de veras.
Se silenció y cerró los ojos, hundiéndose en su asiento, más derrotado que de costumbre. Durante todos aquellos años en los que se había sentido así por Malfoy, se había habituado tanto a guardarlo en secreto que ahora no sabía cómo manejar el hecho de que éste estuviese enterado.
Escuchó que Malfoy soltaba un resoplido de risa. Harry levantó la mirada hacia él.
—¿En serio lamentas haberme besado? Yo te noté bastante entusiasmado y feliz, Potter.
Harry sabía que estaba sonrojándose.
—Guárdate tus burlas, Malfoy. En serio, no estoy de humor.
Malfoy negó con la cabeza y se llevó una mano al pecho como si lo hubiese ofendido.
—¿Burlas? ¡Qué poco me conoces, Chico-que-vivió-para-salvar-a-su-rival! La verdad es que me muero de curiosidad de saber más acerca de esta "maldición" que nos... digo, que te asola. Necesito saberlo, Potter. ¿Disfrutaste el beso que me diste, sí o no? ¿Te gustó o te sentiste... asqueado?
Harry miró a Malfoy con incredulidad porque se daba cuenta de que la curiosidad de éste era auténtica. Se preguntó por qué Malfoy necesitaría saber aquello y por qué insistía en sacar a la luz ese tema tan incómodo... Apretó los labios, se armó de valor y respondió en voz baja, incapaz de mentir:
—Por supuesto que no me sentí asqueado. Eres... Mira, Malfoy, maldición o no, tú eres un hombre muy... eh, atractivo. Nadie se sentiría mal por tener que besarte, creo.
Había dicho todo eso sin dejar de ver a Malfoy a la cara y se sorprendió de ver que su compañero auror suavizaba el gesto conforme Harry le confesaba la verdad.
Malfoy liberó un pequeño suspiro.
—Bueno, Potter. Si te hace sentir mejor, creo que es mi deber confesarte que el sentimiento es recíproco —dijo Malfoy lentamente.
Harry se quedó mudo, sin saber qué decir. Malfoy y él sólo se veían a los ojos, la incomodidad desapareciendo poco a poco, dando paso a un singular momento de comprensión y respeto mutuos.
Afuera, la tormenta continuaba y, durante unos segundos, el agua y los rayos fueron el único ruido que se escuchó dentro de aquella cabaña.
nota:
de hoy en adelante las actualizaciones serán sólo los viernes o sábados. Así que, nos leemos el siguiente fin de semana (que por cierto es mi cumpleaños!) así que no se lo pierdan, aquí estaremos para celebrar con un buen capítulo! Hasta pronto!
