Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es completamente de la escritora Jennifer Niven, yo solo hago la adaptación. Advertencia: alrededor de esta historia se tocan algunos temas delicados como ansiedad, depresión, suicido, bullyng, etc. se recomienda estar consciente de ello a la hora de leer. Pueden encontrar el libro a la venta en línea (Amazon principalmente) o librerías. Todos mis medios de contacto (Facebook y antigua cuenta de Wattpad) se encuentran en mi perfil.
Bella
A 153 días de la graduación
Sábado por la noche. En casa de Rosalie Hale.
Voy hasta allí andando porque está solo a tres manzanas. Dice Rosalie que estaremos solo nosotras dos, Ashley Dunston y Shelby Padgett, porque Rosalie no se habla ahora con Lauren. Otra vez. Rosalie era una de mis amigas más íntimas, pero desde abril me he alejado de ella. Como he dejado lo de ser animadora, tenemos muy poco en común. Me pregunto si alguna vez lo tuvimos.
Cometo el error de mencionar a mis padres lo de dormir en casa de una amiga, y es por ello que tengo que ir.
—Rosalie está haciendo un esfuerzo y tú también deberías hacerlo, Bella. No puedes utilizar eternamente la muerte de tu hermana a modo de excusa. Tienes que volver a vivir.
Lo de «no estoy preparada» ya no funciona con mis padres.
Cuando cruzo el jardín de Wyatt y doblo la esquina, oigo los sonidos de la fiesta. La casa de Rosalie está iluminada como si fuese Navidad. La gente se asoma por las ventanas. Están en el césped. El padre de Rosalie es propietario de una cadena de licorerías, una de las razones por las que ella es tan popular. Eso, y el hecho de que se abre de piernas.
Espero en la calle, la bolsa colgada al hombro, la almohada bajo el brazo. Me siento como una alumna de primaria. Como una santurrona. Esme se reiría de mí y me empujaría para que siguiera andando. Ella ya estaría dentro. Me enfado con ella solo de imaginármelo.
Me obligo a entrar. Joe Wyatt me entrega un vaso de plástico de color rojo.
—La cerveza está en el sótano. —grita.
MikeMike se ha apoderado de la cocina junto con otros jugadores de béisbol y de fútbol.
—¿Has mojado? —le pregunta Mike a Troy Satterfield.
—No, tío.
—¿Ni siquiera un beso?
—No.
—¿Le has tocado el culo?
—Sí, pero creo que ha sido por error.
Ríen, incluso Troy. Hablan demasiado fuerte.
Bajo al sótano. Rosalie y Lauren Mallory, que vuelven a ser amigas íntimas, holgazanean en un sofá. No veo por ningún lado ni a Ashley ni a Shelby, pero sí a quince o veinte chicos, desparramados por el suelo jugando a algo relacionado con beber alcohol. Las chicas bailan a su alrededor, incluyendo las tres Brianas y Brenda Shank-Kravitz, que es amiga de Edward Cullen. Hay parejas pegándose el lote.
Rosalie me saluda levantando su vaso de cerveza.
—Dios mío, hay que hacerte urgentemente algo con ese pelo. —se refiere al flequillo que yo misma me he cortado—. ¿Y por qué sigues llevando estas gafas? Imagino que lo haces para recordar a tu hermana, pero ¿no tenía, por ejemplo, un jersey mono que pudieras ponerte, en vez de eso?
Dejo el vaso que me han dado. Sigo cargando con la almohada.
—Me duele el estómago. Creo que me voy a casa. —digo.
Lauren me mira con sus grandes ojos azules.
—¿Es verdad eso de que salvaste a Edward Cullen de lanzarse desde aquella cornisa?
Era «Laurent» hasta el primer curso de secundaria, y fue entonces cuando se quitó la «t». Ahora se pronuncia «Lauren». Ridículo.
—Sí. —digo, pensando al mismo tiempo «Dios mío, quiero que pase este día».
Rosalie mira a Laurent.
—Ya te dije que era verdad. —me mira entonces con cara de exasperación—. Siempre hace cosas de este estilo. Lo conozco desde la guardería, creo, y cada vez es más raro.
Lauren coge una bebida.
—Yo lo conozco aún mejor. —su voz se vuelve morbosa. Rosalie le da un cachete en el brazo y Lauren se lo devuelve. Cuando han terminado con el jueguecito, Lauren continúa—: Nos liamos en segundo. Tal vez sea raro, pero debo decir a su favor que es un chico que sabe lo que se hace. —su tono se vuelve más morboso si cabe—. A diferencia de la mayoría de imbéciles aburridos que ronda por aquí.
Uno de los imbéciles aburridos grita desde el suelo:
—¿Por qué no vienes y pruebas esto para comprobarlo, zorra?
Rosalie vuelve a darle un cachete a Rosalie. Y allí van otra vez.
Cambio la posición de la bolsa que llevo al hombro.
—Me alegro de haber estado allí.
Para ser más precisos, me alegro de que él estuviera allí antes de lanzarme desde la cornisa y matarme delante de todo el mundo. Ni siquiera me atrevo a pensar en mis padres, obligados a afrontar la muerte de la única hija que les queda con vida. Y, además, no habría sido una muerte accidental, sino intencionada. Es uno de los motivos por los que esta noche he venido aquí sin protestar. Me siento avergonzada de lo que he estado a punto de hacerles pasar.
—¿Te alegras de haber estado dónde?
Mike, que llega cargado con un cubo lleno de latas de cerveza, tropieza y derrama su contenido, el hielo esparciéndose por todas partes. Lauren lo mira con ojos de gata.
—En el campanario.
Lauren le mira el pecho. Y a continuación se obliga a sí mismo a mirarme.
—¿Y qué hacías tú allá arriba, de todos modos?
—Iba a clase de sociales y lo vi cruzar la puerta del final del pasillo, la que sube a la torre.
—¿Sociales? —pregunta Rosalie—. Creía que eso era a segunda hora.
—Así es, pero tenía que comentar un tema con el señor Wysong.
—Esa puerta está cerrada a cal y canto —apunta Mike—. Es más difícil entrar allí que en tus bragas, por lo que me han dicho. —ríe a carcajadas.
—Debió de coger la llave.
O tal vez fui yo la que lo hice. Una de las cosas buenas que tiene parecer inocente es que consigues cosas. La gente casi nunca sospecha de ti.
Mike abre una lata de cerveza y bebe.
—Es un cabrón. Deberías haberlo dejado saltar. El año pasado casi me arranca la cabeza.
Se refiere al incidente con la pizarra.
—¿Crees que le gustas? —me pregunta Rosalie, esbozando una mueca.
—Claro que no.
—Espero que no. Yo, de ser tú, iría con mucho cuidado.
Diez meses atrás me habría sentado con ellos, habría bebido cerveza, me habría integrado en el grupo y habría redactado mentalmente un comentario ingenioso:
«Eso lo ha dicho a propósito, como el abogado que intenta influir en el jurado. "Protesto, señorita Monk." "Lo siento. Que no conste en acta." Pero ya es demasiado tarde porque el jurado ha oído la frase y se ha quedado con ella: si a él le gusta, a ella también debe de gustarle...».
Pero me quedo inmóvil, desinteresada por completo, fuera de lugar y preguntándome cómo he podido ser amiga de Rosalie. El ambiente está demasiado cargado. La música demasiado alta. El olor a cerveza lo impregna todo. Tengo la sensación de que voy a vomitar. Entonces veo que viene directa hacia mí Leticia López, la reportera del periódico del instituto.
—Tengo que irme, Rosalie. Nos vemos mañana.
Y antes de que alguien pueda decir alguna cosa, corro escaleras arriba y salgo de la casa.
La última fiesta a la que asistí fue el 12 de abril, la noche en que murió Esme. La música, las luces y los gritos lo reviven todo. Justo a tiempo, me retiro el pelo castaño de la cara, me agacho y vomito en la acera. Mañana pensarán que es el resultado de la borrachera de algún chico. Busco el teléfono y le envió un mensaje a Rosalie:
«Lo siento mucho. No me encuentro bien. xx B».
Doy media vuelta para regresar a casa y me topo de frente con Ryan Cross. Está sudado y despeinado y viste sudadera y pantalón corto. Tiene el cuerpo fibroso y esbelto de un nadador: hombros anchos, cintura estrecha, vientre plano, piernas bronceadas con las pantorrillas cubiertas de vello dorado. Tiene los ojos grandes y bonitos, oscuros e inyectados en sangre. Como todos los tíos buenos, esboza una sonrisa ladeada. Cuando sonríe empleando ambas comisuras de la boca, aparecen hoyuelos. Es perfecto. Lo tengo memorizado.
Yo no soy perfecta. Tengo secretos. Vivo en el caos. Y no solo mi habitación es un caos, sino también yo. A nadie le gusta el caos. A la gente le gusta la Bella que sonríe. Me pregunto qué haría Ryan de saber que Edward ha sido el que me ha convencido para que no me tirara, y no al revés. Me pregunto qué haría cualquiera de ellos.
Ryan me coge en volandas y me hace dar vueltas, almohada, bolsa y todo. Intenta besarme y yo aparto la cabeza.
La primera vez que me besó fue en la nieve. Nieve en abril. Bienvenidos a Washington. Esme iba vestida de blanco, yo de negro, como en la película Ponte en mi lugar, los papeles de hermana buena y hermana mala cambiados, como hacíamos a veces. El hermano mayor de Ryan, Eli, celebraba una fiesta. Mientras Esme estaba arriba con Eli, yo bailaba. Estábamos Rosalie, Lauren, Shelby, Ashley y yo. Ryan estaba junto a la ventana. Fue él quien dijo «¡Está nevando!».
Me acerqué a él bailando, abriéndome paso entre la gente, y él me miró. «Vamos.»
Así de simple.
Me cogió de la mano y salimos. Los copos pesaban como las gotas de lluvia, eran grandes, blancos y brillantes. Intentamos capturarlos con la lengua, y entonces la lengua de Ryan se introdujo en mi boca, y yo cerré los ojos y los copos siguieron cayéndome sobre las mejillas.
En el interior seguían oyéndose los gritos, el ruido de alguna cosa rompiéndose.
Sonidos de fiesta. Las manos de Ryan se deslizaron por debajo de mi camiseta. Recuerdo que estaban calientes, y que mientras lo besaba, pensaba: «Estoy besando a Ryan Cross». Esas cosas no me pasaban antes de venir a Forks. Deslicé entonces las manos por debajo de su sudadera; tenía la piel caliente pero suave. Era justo como me había imaginado que sería.
Más gritos, más cosas rotas. Ryan se apartó y lo miré, fijé la vista en la mancha de pintalabios que le había quedado en la boca. Y no pude hacer otra cosa que quedarme paralizada y pensar: «Ryan Cross con la boca manchada con mi pintalabios». Oh. Dios. Mío.
Ojalá tuviera una fotografía de mi cara en aquel preciso instante para acordarme de cómo era yo. Aquel instante fue el último buen momento antes de que todo fuera a mal y cambiase para siempre.
Ryan me abraza y sigo sin tocar con los pies en el suelo.
—Ibas en dirección equivocada, B.
Tira de mí hacia la casa.
—Ya he estado allí. Necesito volver a mi casa. Me encuentro mal. Déjame en el suelo.
Lo aporreo con los puños y me deposita en el suelo, porque Ryan es un buen chico que hace lo que se le dice.
—¿Qué te pasa?
—Me encuentro mal. Acabo de vomitar. Tengo que irme.
Le doy unos golpecitos en el brazo como si fuese un perro. Me alejo de él y cruzo corriendo el césped, y sigo calle abajo hasta doblar la esquina. Oigo que me llama, pero no vuelvo la cabeza.
—Llegas pronto.
Mi madre está en el sofá, la nariz sumergida en un libro. Mi padre está estirado en el otro extremo, los ojos cerrados, prestando atención a sus auriculares.
—No lo suficiente. —me detengo al llegar al pie de la escalera—. Para que lo sepáis, ha sido una mala idea. Sabía que era una mala idea, pero he ido igualmente para que veáis que estoy intentándolo. Pero no era para quedarse tranquilamente a dormir allí. Era una fiesta. Una fiesta orgiástica y de barra libre.
Se lo digo a ellos, como si fuera su culpa.
Mi madre zarandea a mi padre, que se quita los auriculares. Se sientan. Entonces mi madre dice:
—¿Quieres hablar de alguna cosa? Sé que debe de haber sido duro, y sorprendente. ¿Por qué no te quedas un rato aquí con nosotros?
Mis padres son perfectos, como Ryan. Son fuertes, valientes y me quieren, y aunque sé que deben de llorar, enfadarse y tal vez incluso tirarse cosas a la cabeza cuando están solos, rara vez me lo demuestran. Me animan a salir de casa, a volver a subir al coche y a circular por la carretera, por decirlo de algún modo. Escuchan, preguntan y se preocupan, y están siempre ahí para ayudarme. Si acaso, están quizá demasiado ahí para ayudarme. Necesitan saber adónde voy, qué hago, con quién me veo y cuándo volveré. «Mándanos un mensaje cuando vayas para allá. Mándanos un mensaje cuando estés ya de vuelta en casa.».
Casi me siento con ellos, simplemente para darles algo, después de todo lo que han pasado... después de todo lo que estuve a punto de hacerles pasar ayer. Pero no puedo.
—Estoy cansada. Creo que voy a irme a la cama.
Las diez y media de la noche. Estoy en mi habitación. Llevo las zapatillas con la caricatura de Freud y el pijama comprado en Target, el del estampado con monos de color rosa. Es mi equivalente en ropa a lo que podría entenderse como el espacio de la felicidad. Tacho el día con una X negra en el calendario que tengo colgado en la puerta del armario y me acurruco en la cama, me acomodo entre los cojines y el montón de libros que tengo esparcidos sobre la colcha. Desde que dejé de escribir, leo más que nunca. Palabras de otras personas, no mis palabras: mis palabras se han volatilizado. Ahora estoy con la obra de las hermanas Brontë.
Me encanta el universo de mi habitación. Estoy más a gusto aquí que fuera porque aquí puedo ser lo que me apetezca. Soy una escritora brillante. Soy capaz de escribir cincuenta folios al día y jamás me quedo sin palabras. Soy una estudiante matriculada en el programa de escritura creativa de la NYU. Soy la creadora de una popular revista online, no la que hacía con Esme, sino una nueva.
No le tengo miedo a nada. Soy libre. Estoy a salvo.
No acabo de decidir qué hermana Brontë me gusta más. Charlotte no, porque me recuerda a mi profesora de quinto. Emily es apasionada y temeraria y Anne es la que pasa desapercibida. Apuesto por Anne. Leo y luego me paso un buen rato tendida sobre la colcha y mirando el techo. Desde abril, tengo la sensación de que estoy esperando alguna cosa. Pero no sé qué.
Me levanto. Hace poco más de dos horas, a las 19.58, Edward Cullen ha colgado un vídeo en su muro de Facebook. Es de él con la guitarra y está sentado en lo que imagino que debe de ser su habitación. Tiene buena voz, aunque algo ronca, como si fumara demasiado. Está inclinado sobre la guitarra, el pelo cobrizo le cae sobre los ojos. La imagen es algo borrosa, como si lo hubiera grabado con el teléfono. La letra de la canción habla sobre un chico que se tira desde el tejado del edificio de su escuela.
Cuando termina, le dice a la cámara: «Bella Swan, si estás viendo esto es que estás viva. Confírmamelo, por favor».
Apago el vídeo como si pudiera verme. Quiero que el día de ayer, Edward Cullen y el campanario desaparezcan. Por lo que a mí se refiere, ha sido una pesadilla. La peor pesadilla. La peor pesadilla de mi VIDA.
Le escribo un mensaje privado: «Por favor, borra eso de tu muro o edita lo que dices al final para que nadie más lo vea o lo oiga».
Me responde de inmediato: «¡Felicidades! ¡Deduzco por tu mensaje que estás viva! Solucionado este tema, estaba pensando que deberíamos hablar sobre lo sucedido, sobre todo ahora que somos pareja de trabajo. (Nadie verá el vídeo excepto nosotros)».
Yo: «Estoy bien. Me gustaría ignorarlo y olvidar que todo eso ha sucedido. (¿Cómo lo sabes?)».
Edward: «(Porque he creado esa página como excusa para poder hablar contigo. Además, ahora que ya lo has visto, el vídeo se autodestruirá en cinco segundos. Cinco, cuatro, tres, dos...)».
Edward: «Actualiza la página, por favor».
El vídeo ha desaparecido.
Edward: «Si no quieres hablar por Facebook, puedo venir».
Yo: «¿Ahora?».
Edward: «Bueno, técnicamente sería en cinco o diez minutos. Primero tendría que vestirme, a menos que me prefieras desnudo, y además habría que sumarle el tiempo de recorrido en coche».
Yo: «Es tarde».
Edward: «Eso depende de a quién se lo preguntes. Mira, yo no creo que sea tarde. Creo que es temprano. Temprano en nuestra vida. Temprano para esta noche. Temprano para lo que llevamos de año. Si lo cuentas, verás que lo temprano supera a lo tarde. Es solo para hablar. Nada más. No tengo intención de montármelo contigo».
Edward: «A menos que quieras que lo haga. Lo de montármelo contigo, quiero decir».
Yo: «No».
Edward: «¿"No" quieres que venga? ¿O "no" quieres que me lo monte contigo?».
Yo: «Las dos cosas. Ninguna. Nada de eso».
Edward: «De acuerdo. Podemos hablar en el instituto. Tal vez durante la clase de geografía, o podemos quedar para comer. ¿Comes con Rosalie y MikeMike, no?».
Oh, Dios mío. Haz que pare. Haz que se calle.
Yo: «Si vienes esta noche, ¿me prometes olvidar eso de una vez por todas?».
Edward: «Palabra de scout».
Yo: «Solo para hablar. Nada más. Y no te quedes mucho rato».
En cuanto escribo eso, quiero borrarlo. Rosalie y su fiesta están justo aquí, en la esquina. Podría pasar cualquiera y verlo conmigo.
Yo: «¿Sigues ahí?».
No responde.
Yo: «¿Edward?».
Chico rápido y listo, me gusta que no sea tímido respecto a que la quiere ver y estar cerca de ella. Justo en este momento, ambos se necesitan, aunque todavía no lo sepan. Y con respecto a los padres de Bella… no los juzgo, pues posiblemente quieren lo mejor para su hija, pero es un poco insensible obligarla a ir con personas que ella no quiere, sobre todo si son personas que además de ya no sentirlas como sus amigos, son completamente insensibles e irrespetuosos con su dolor. Sobre todo Rosalie al criticar sus gafas, entiendo tanto esa parte. Soy de ese tipo. Cuando pierdo a alguien o me alejo de esa persona, tiendo a cargar con cosas físicas (materiales) que me recuerden a ella.
Las leo en los reviews siempre y recuerden que: #DejarUnReviewNoCuestaNada.
—Ariam. R.
Link a mi Facebook: www . facebook ariam . roberts . 1
Link al grupo de Facebook: www . facebook groups / 801822144011109 /
