¡YAHOI! ¿Sabéis que, hasta el momento, este es el tercer OS más largo de la colección? El primero es el de ayer, y el segundo es el tercero. Aún queda el día de mañana, así que ya os diré cómo queda el ránking al final xD.

Disclaimer: Naruto y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Masashi Kishimoto.

¡Espero que os guste!


Día 6: Royalty

Para siempre


―¿Subimos un poco más la cintura?

―Creo que el corpiño podría ser un poco más escotado…

―¿Le dejo el lazo o mejor sin lazo?

―Su alteza, por favor, levante los brazos… ―Suspiró y obedeció el mandado de una de las costureras, que daban los últimos toques al vestido que llevaría la noche siguiente. La noche en que su futuro quedaría sellado para siempre.

La noche de su baile de compromiso.

Su padre llevaba tiempo buscando una alianza con el país vecino. Y finalmente los reyes de dicha tierra habían accedido a que un compromiso matrimonial se diese entre dos de sus respectivos hijos.

Al día siguiente, Hinata Hyūga quedaría comprometida con Toneri Ōtsutsuki.

Tendrían que casarse, tener muchos hijos y continuar con su linaje aristrocrático…

―¿Lo has oído?

―Sí… es horrible.

―No sé cómo es que los caballeros reales aún no han puesto fin a las escaramuzas. ¡Si solo son un puñado de salvajes!―Hinata se quedó repentinamente inmóvil, atenta al cotilleo que acababa de llegar a sus oídos.

―Dicen que es más guapo que el pecado.

―¿Quién? ¿El príncipe Toneri?―preguntó una de las costureras más jóvenes.

―No, boba: el jefe de las tribus del norte. Dicen que ha conseguido lo imposible: unirlas a todas bajo su mando. Y están atacando las aldeas que se encuentran en el límite entre ambas tierras.

―¿Y por qué el ejército real no conquista esas tierras?―volvió a preguntar la misma costurera de antes. Las dos mujeres más mayores resoplaron, como si la respuesta fuese más que obvia.

―¿Qué interés tendría nuestro amado rey en unos pedruscos sin sentido dónde además solo reinan la nieve y el frío? Allí no se puede cultivar apenas, el ganado no puede mantenerse y esas gentes viven como auténticos bárbaros.

―He oído que les sacan los corazones a sus víctimas con las manos desnudas… y que luego se los comen…

―¿Para qué querrían hacer algo tan repugnante? Dudo que un corazón humano sepa bien. ―Hinata tuvo que taparse la boca para no reír ante el descaro y la aplastante lógica de la chica.

La jefa de las costureras carraspeó en ese momento, cortando toda conversación. Hinata lamentó que ya no pudiese obtener más noticias sobre lo que acontecía en los confines del reino de su padre. Apenas la dejaban salir de casa. El rey la mantenía constantemente encerrada entre los muros de palacio, temeroso de que pudiera pasarle algo a su valiosa hija.

Valiosa hasta que la intercambiara a cambio de una ventajosa alianza política, mercantil y militar. Valiosa hasta que ya no fuera problema suyo y pasase a ser el de otro.

Suspiró, apartando aquellos pensamientos tan poco halagüeños de su mente. Unos golpes en la puerta la hicieron erguirse. Seguramente fuese su padre, que quería supervisar cómo iba todo.

―Adelante―dijo, con voz suave pero firme.

Para su alivio y sorpresa, no fue su padre quién entró en el cuarto dónde la estaban torturando a pinchazos, sino su hermanita pequeña, Hanabi; que, como siempre, entró haciendo alboroto.

―¡Hermana! ¿Ya has terminado la prueba del vestido? ¿Me dejas verlo? ¿Puedes venir a jugar ahora conmigo?―Hinata sonrió con ternura a la pequeña niña que se abalanzó sobre sus faldas, haciendo que las costureras tuvieran que apartarse, con miradas indignadas.

Ignorando aquel hecho, Hinata se agachó y envolvió a su hermanita en un apretado abrazo, estrechándola fuerte contra su pecho.

Sabía que si alguno de sus padres pasaran ahora mismo por el pasillo pondrían el grito en el cielo, diciéndoles a ambas que así no se comportaban las princesas. Pero a Hinata poco le importaba el protocolo en esos momentos. Lo único que quería era abrazar a Hanabi, darle todo ese amor que a ella le había faltado tanto de pequeña.

Su padre había estado profundamente decepcionado conque su primer vástago fuese una niña en vez de un niño. No obstante, aquello no supuso un duro golpe, tampoco. Una niña, a fin de cuentas, siempre venía bien. Podían casarla bien y obtener algún beneficio para el reino o para la corona a cambio.

Hanabi había sido fruto de un segundo intento por tener al tan ansiado heredero. No obstante, el parto de su hermana había sido complicado. La reina casi había muerto tratando de alumbrarla y los médicos aconsejaron que no era prudente que volviera a quedar embarazada.

Así, se acabó la fabricación de herederos para el trono. Su madre le tenía demasiado apego a la vida como para querer cumplir con su deber a toda costa. Si los rumores eran ciertos, llevaba años negándose a mantener relaciones con su marido. Así que tanto como otro se habían buscado sendos amantes.

Hinata conocía la lista de los nombres de aquellas personas. Era imposible no saberlo cuando en la corte lo primero que se enseñaba era a golpear rápido y duro con las palabras, tratar de hacer el mayor daño posible para subir en el escalafón.

Estaba harta, cansada de tener que estar atada a una vida que ella no había pedido. Que no deseaba. Amaba a su pueblo, pero odiaba no poder hacer nada por ellos.

Al menos, le quedaba el consuelo de que su primo, Neji, sería el próximo soberano. Y de que, además, estuviera siendo instruido por su propio progenitor, el tío Hizashi, el hermano gemelo de su padre, un hombre bueno, amable y, sobre todo, justo y cabal. El reino quedaría en buenas manos, estaba segura de ello…

―¿Hermana?―Hinata salió de sus pensamientos y se sonrojó al darse cuenta de que se había quedado mirando a la nada, absorta.

―Perdona, Hanabi. ¿Qué decías?

―¡Que si puedes salir a jugar conmigo ahora! ¡Hace buen día y quiero ir a dar un paseo a caballo hasta el lago!

―Su alteza real―ambas hermanas giraron la cabeza a un tiempo hacia la voz, descubriendo a Natsu, la doncella personal de Hinata―su hermana está muy ocupada. Los preparativos para el baile de mañana aún no están completos. Todavía queda mucho por hacer. ―Hinata sintió la culpa invadirla al ver los orbes perlas de su hermana teñirse de decepción.

―Oh…

―P-por la noche podemos echar una partida de cartas, o leer juntas esa novela que tanta ilusión te hacía, o… o terminar de construir esa maqueta que te regaló el tío Hizashi. ―La sonrisa volvió a iluminar el rostro de Hanabi y Hinata sintió el alivio invadirla.

―¿Lo prometes?―Hinata sonrió, acariciándole la masa de rizos castaños en que habían convertido su bonita melena lacia del color de las hojas marrones del otoño.

―Lo prometo. ―Hanabi asintió. Se separó de su hermana e hizo una reverencia más que perfecta.

―La veré esta noche, su alteza. ―Hinata se tapó la boca para ahogar una risita. Hanabi se dio la vuelta y salió de la estancia, con la cabeza bien alta, regia como una reina.

―La consiente demasiado―dijo Natsu, haciendo un gesto a las costureras para que reanudaran su trabajo.

Hinata sonrió, con algo de tristeza y melancolía.

―Solo intento darle lo que a mí me faltó. ―Natsu suspiró pero no dijo nada.

No había más que decir, tampoco. Que los reyes eran poco cariñosos con sus hijas no era un secreto para nadie.


Aquella noche, Hinata cumplió su promesa para con Hanabi y acudió a su habitación cuando el castillo estaba silencioso y en calma. Tuvo que esquivar a un par de guardias y a algún lacayo que comprobaba que todo estuviera en orden en el ala dónde dormían las princesas, pero consiguió colarse en el cuarto de su hermana y jugar con ella tal y como le había prometido.

Ahora, ambas yacían tumbadas en la cama de la menor. Hinata tenía la cabeza de Hanabi acurrucada contra su pecho y le acariciaba la larga melena castaña una y otra vez, disfrutando de la sedosidad de las mechas y adorando que le hubiesen quitado aquellos horribles rizos que la hacían parecer más mayor de lo que era.

Su madre se había empeñado en que usara ese peinado. Hanabi aún no había tenido su presentación formal en la corte, cosa que no sucedería hasta dentro de dos años más como mínimo. Pero la reina ya estaba convencida de que pronto los jóvenes príncipes casaderos empezarían a fijarse en su hija más pequeña.

Hinata suspiró, estrechando con fuerza a su hermanita contra sí. Esperaba de corazón que su hermana no tuviese que pasar por lo mismo que ella.

―¿Hermana?―Hinata detuvo los movimientos de sus dedos y bajó la vista hacia el rostro de Hanabi, donde los ojos perlas de esta la observaban, brillantes a la luz de la luna que entraba en la habitación.

―Creí que estabas dormida. ―Hanabi se acurrucó contra ella y Hinata subió un poco más las mantas. Hacía algo de fresco esa noche.

―¿De verdad tienes que casarte?―Hinata sintió que se le encogía el corazón ante el tono de angustia de su hermanita―. Es decir… no es cómo si no fueras guapa, no creo que tengas que casarte tan pronto…

―Padre dice que necesita la alianza con el reino vecino. Ha habido algunas escaramuzas en el último año en la frontera con Tsuki, y padre no quiere que derive en un conflicto mayor. El matrimonio es la mejor solución.

―Pero tú no lo amas, al príncipe Toneri. ―Hinata cerró los ojos, queriendo echarse a llorar. Se aguantó las ganas por Hanabi.

―Entre la realeza pocas veces se suceden los matrimonios por amor, Hanabi. Mira a padre y a madre…

―Pero ellos son viejos, era distinto en su época. Nosotros somos la nueva generación. ―Hinata miró para Hanabi con una ceja arqueada.

―¿De dónde sacas tú ideas tan modernas? Si padre o madre te oyen…

―Lo dice en el periódico. ―Hinata alzó la otra ceja.

―¿Lees el periódico?

―Mi doncella me lo trae cuando padre termina con él. A escondidas, claro.

―Claro. ―El servicio, al menos, estaba de su parte; era muy poco lo que podían hacer, pero siempre se desvivían en la medida de lo posible por hacerles las cosas más fáciles.

Muchos se preguntaban cómo era posible que de padres tan fríos hubieran salido dos criaturas tan cálidas.

Hinata sacudió la cabeza. No era horas de pensar en tonterías. Debía descansar.

―Duérmete, Hanabi. ―La chica asintió y se acurrucó nuevamente contra Hinata, cerrando los ojos.

―Buenas noches, hermana.

―Buenas noches, Hanabi. ―Hinata también cerró los ojos, buscando el sueño y el descanso.

Mañana sería un día muy importante. Debía estar fresca y descansada para lo que se avecinaba.


El salón estaba hirviendo de actividad. Sus padres no habían reparado en gastos a la hora de organizar aquel baile, aquella fiesta dónde se anunciaría su futuro, cómo iba a pasar el resto de su vida.

Deseó poder poner fin a todo aquella pantomima en ese mismo instante. Pero sabía que no podía hacerlo. Tenía que pensar en las consecuencias que tendría, en Hanabi, en su pueblo…

―¿Hinata?―Parpadeó y levantó la vista, encontrándose con la celeste mirada de su prometido. Se sonrojo y se llevó una mano al corazón.

―M-me asustaste, Toneri. ―Él sonrió cálidamente e hizo una reverencia.

―Mis disculpas, su alteza real. Es solo que… parecía en las nubes. ―Hinata sintió que el rostro se le acaloraba nuevamente.

―N-no hace falta que seas tan formal. Y soy yo la que debería pedirte perdón… ―Él negó con la cabeza mientras volvía a incorporarse.

―No es necesario. Entiendo que una mujer esté un poco abrumada uno de―se aclaró la garganta y bajó la cabeza un poco, así como el tono de su voz, para que solo ella lo escuchase―los días más importantes de su vida. ―Hinata sintió la culpa invadirla al ver la ilusión que se adivinaba en esos ojos azules.

Toneri estaba perdidamente enamorado de ella, desde hacía años. Hinata nunca le había dado pie a que esos sentimientos pudieran ser correspondidos, pero el príncipe era insistente y no había parado hasta conseguir lo que quería: a ella. Toneri estaba seguro de que, una vez casados, podría hacer que se enamorara de él.

Y eso podría haber sido cierto. Si ella fuera una mujer distinta. Si fueran otro tiempo, otro lugar y otras circunstancias. Si no-

―¡Pero qué- ―Su línea de pensamiento se cortó ante el exabrupto de Toneri.

Hinata pestañeó, viendo que el príncipe se sacudía con irritación la manga de su impecable traje de gala al tiempo que uno de los lacayos se deshacía en disculpas hacia él.

―N-no lo había visto, su alteza, discúlpeme, de verdad, yo no pretendía… fue un accidente…

―¡¿Tienes idea de lo que cuesta esta chaqueta?!―Hinata supo que tenía que intervenir, antes de que la atención del resto de los invitados se volviera hacia ellos.

―Está bien, no pasa nada. ―El lacayo la miró a los ojos. Hinata ladeó la cabeza. Ese no era uno de los criados regulares de palacio. Seguramente sería alguien del personal extra que se habían visto obligados a contratar dada la cantidad de trabajo que había habido preparando la fiesta de su compromiso―. Vuelve a tu puesto, por favor…

―John. ―Hinata le sonrió brillantemente.

―John. Estoy segura de que su alteza real también opina que ha sido un tropiezo sin importancia, ¿no es así, su alteza?―Toneri miró de hito en hito del sirviente a su prometida. Finalmente, debió de pensar que no valía la pena hacer una escena el día de en que se celebraba su compromiso con la mujer de sus sueños, así que hizo un gesto despectivo con la mano para despedir al lacayo, que se marchó casi a la carrera.

Hinata suspiró, visiblemente aliviada de haber podido evitar lo que sin duda hubiera sido no solo una escena desagradable, sino lo que su madre calificaría sin duda como una crisis en toda regla.

―Los consientes demasiado. ―Hinata pestañeó.

―¿Perdón?

―Al personal del servicio. Eres demasiado blanda con ellos. Pero no importa. Estoy seguro de que podré enseñarte algunas cosas cuando seas mi esposa. ―Hinata tuvo que contenerse de rechinar los dientes.

Una princesa no se enfadaba. Nunca. Siempre debía tener una sonrisa de absoluta felicidad en el rostro.

―Me imagino que sí―masculló más para sí que para Toneri.

―En fin, ya está solucionado. Mi ayuda de cámara podrá quitar luego la mancha. Agradezco que apenas se nota. ―Se volvió y tendió una mano hacia ella―. ¿Bailamos?―Sabiendo que no podía negarse, Hinata aceptó su invitación y dejó que la guiara al centro del salón, dónde en ese momento sonaba un vals.

Bailó con él más por compromiso que otra cosa. Cada vez tenía más ganas de levantarse las faldas, echar a correr, salir pitando de allí y no volver la vista atrás.

Cuando la música terminó, se saludaron como correspondía y luego Toneri la acompañó al lado de las damas. Esa noche no debía estar junto a sus padres, sino alternar con la nobleza y los miembros de la corte real.

No llevaba ni dos minutos sentada, sin prestar atención ninguna la conversación de una anciana condesa, cuando su doncella se le acercó y le susurró dos palabras al oído, dos palabras que la hicieron contener la respiración.

―Está hecho, su alteza. ―Hinata expulsó el aire lentamente y tragó saliva. La condesa debió de percatarse de su cambio de ánimo porque ladeó el rostro y abrió su abanico con un elegante golpe de muñeca.

―¿Se encuentra bien, su alteza? No tiene buen aspecto. ―Hinata sonrió.

―Lo cierto es que acaba de darme un sofoco. Creo que hay demasiada gente, demasiado calor…

―¡Ay, eso son los nervios, querida! ¡Es comprensible que una joven se sienta abrumada ante el paso más importante de su vida! ¿Por qué no va un momento a refrescarse y a tomar el aire?―Hinata quiso abrazar a la dama y comérsela a besos porque la sugerencia no podía haber llegado en mejor momento.

―Sí, creo que eso haré. Gracias. Natsu.

―Detrás de usted, su alteza. ―Hinata anduvo a pasitos cortos y medidos hasta la salida del salón. Sabía que en ese momento nadie le estaba prestando atención, ni siquiera el que iba a ser supuestamente su futuro marido.

Vio a su primo haciendo amago de acercarse a ella, sin duda para saludarla, pero Hinata apuró el paso.

Ahora no podía demorarse. Tenía poco tiempo, y debía aprovecharlo.

Fingió que iba a subir las escaleras, pero en realidad se dirigió hacia la puerta oculta que había a un lado de las mismas, por la que los criados iban y venían de las cocinas o la lavandería.

Se coló por el estrecho hueco y bajó casi corriendo las largas escaleras, con las faldas subidas hasta la cintura. Natsu la seguía, jadeando.

Los sirvientes que había por allí no se sorprendieron al verla, sino que le sonrieron, algunos con los ojos húmedos de emoción. Hinata se acercó a la vieja cocinera, que sostenía un petate contra su generoso y redondeado torso.

―Su alteza, ¿está segura… ―Hinata sonrió cálidamente y cogió las manos de la buena señora.

―Estoy segura, señora Yoshizumi. Esta es mi única oportunidad.

«La única oportunidad de ser feliz».

La cocinera estalló en un llanto silencioso, conteniendo los hipidos y las convulsiones de su gran figura. Varias de sus ayudantes se acercaron y le dieron palmaditas, mientras Hinata cogía el petate y lo apretaba contra su pecho. Alguien carraspeó y ella se dio la vuelta.

El ama de llaves del palacio y el mayordomo habían bajado, también, y ahora estaban al frente de los criados.

―Señor Noritaka, señora Yamamoto…

―Su alteza―los sirvientes hicieron una pronunciada reverencia de despedida. Luego, el ama de llaves se adelantó y sacó una bolsita de cuero del interior del bolsillo de su falda; se la tendió a Hinata, que la miró, confusa―. Para usted.

―Todos hemos puesto algo, su alteza.

―Lo necesitará para su viaje. ―Hinata se sintió conmovida hasta lo más hondo. Tuvo que parpadear para no echarse a llorar.

―N-no puedo aceptarlo.

―¡Sí que puede!

―¡Debe hacerlo!―Hinata negó con la cabeza y miró con decisión para aquellas personas que tanto la habían cuidado y amado durante sus dieciocho años de vida, mucho más que sus propios padres.

―No puedo, no lo haré. Si os sabe mal quedaros con él… donadlo al orfanato en mi nombre. Estoy segura de que los niños lo necesitarán mucho más que yo. Esta la última orden que os daré. ―Aunque reticentes, los sirvientes asintieron al unísono. No desobedecerían una orden directa de su princesa. La última que oirían de sus labios.

―Su alteza―le dijo Natsu, en tono apremiante. Hinata asintió. Respiró hondo y miró por última vez los rostros familiares.

―Ya me voy. Gracias por… p-por todo. ―Los criados asintieron y ella se dio la vuelta, echando a correr hacia la salida de las cocinas.

Le dio el petate a Natsu para poder ponerse la capa de abrigo que su doncella había tenido la sensatez de recoger antes de llevar a cabo aquel loco plan de escape.

El plan que la llevaría directa a la libertad y a la felicidad que tanto había anhelado durante toda su vida.

En los establos, el caballerizo mayor ya los esperaba con dos caballos preparados y bien descansados. Hinata dejó que la ayudara a montar en su yegua por última vez.

―Su alteza, que tenga suerte. Y si por algún motivo siente que tiene que regresar… ―Ella sonrió al hombre.

―Lo sé, señor Kanata. Lo sé―susurró. Él asintió y solo entonces soltó las riendas, permitiendo que ambos animales partieran al galope, al abrigo de las sombras de la noche.

Para cuando en el palacio descubrieran la ausencia de una de las invitadas de honor, ya sería demasiado tarde.


―Su alteza, ¿está segura…

―Las señales estaban claras, Natsu. No nos hemos desviado del camino.

―Pero llevamos horas cabalgando. Ya deberíamos haber encontrado alguna señal de… ―Hinata le lanzó una mirada de advertencia―… ellos―terminó Natsu, suspirando.

―Vendrán, Natsu.

«Él vendrá, me lo prometió».

Un gruñido proveniente de las sombras del bosque hizo que detuvieran sus monturas. Los animales piafaron y horadaron la tierra con sus cascos, nerviosos.

―Tranquila, bonita, tranquila… ―Hinata acarició el cuello de su yegua, tratando de calmarla. El gruñido se escuchó nuevamente, seguido de susurros entre las hojas.

―Su alteza…

―No es nada, Natsu. El viento… ―De pronto, un enorme animal salió de entre las sombras, asustando a los caballos, que relincharon y se encabritaron. A duras penas Hinata logró contener el equilibrio. La criatura que las amenazaba estaba de pie ante ellas, gruñendo. Hinata no veía bien en la oscuridad, pero por el tamaño y la forma parecía alguna especie de lobo de los bosques.

Tragando saliva, hizo retroceder a su caballo. El animal echó el cuello hacia atrás y levantó el hocico, como si fuera a aullar o algo parecido.

Pero antes de que pudiera emitir sonido alguno, una flecha le atravesó el cuello limpiamente. El animal cayó muerto en el acto. Natsu se llevó las manos a la boca mientras que Hinata contuvo el aliento.

De entre las sombras, surgió una figura desconocida por segunda vez en la noche. Natsu retrocedió, asustada. Pero Hinata no se amilanó, sino que se quedó quieta, envuelta en su capa, controlando a su nerviosa yegua.

Las nubes se despejaron en ese momento y la luz de la luna iluminó la alta y fibrosa forma de un hombre sobre un caballo, un hermoso e imponente animal, más regio que ningún otro que Hinata hubiese visto nunca.

El desconocido portaba un arco en una mano y con la otra sujetaba las riendas de su montura. La capucha de una capa le cubría el rostro, mientras que el resto de su torso estaba al descubierto. Tan solo unos pantalones de tela y unas sencillas sandalias de cuero le cubrían las piernas y los pies.

Sin mediar palabra, el desconocido guardó el arco en su espalda y se acercó más hacia ellas. Hinata respiró hondo, sintiendo su corazón palpitar con fuerza dentro de su pecho. Con toda la calma del mundo, soltó las riendas de su montura y se bajó de la misma. Le tendió las tiras de cuero a Natsu y la aterrada doncella las tomó.

―Su alteza…

―Estaré bien, Natsu. ―Se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla a su doncella, a la que quería como una hermana, la hermana mayor que nunca había tenido. Luego se giró hacia la figura―. Natsu no puede volver sola. ―El hombre siguió sin decir nada, pero sin embargo emitió un silbido. Obtuvo una respuesta casi inmediata y eso fue suficiente para ella. Sabía que Natsu estaría a salvo en su camino de vuelta. Era lo suficientemente lista como para inventarse una buena excusa por su ausencia.

Sin decir nada más, el desconocido se acercó a ella, soltó las riendas para inclinarse, tomarla de la cintura con ambas manos y subirla frente a él en el caballo, acomodándola de forma que se sintiera lo más cómoda posible.

Luego hizo girar a su caballo y, haciendo chasquear las riendas, el animal salió a galope tendido. Hinata jadeó y se aferró a las ropas del hombre, sorprendida por la velocidad a la que iban pero confiada en que él no la dejaría caer.

Prácticamente volaban por el bosque. En algún punto de su viaje debió de quedarse dormida, porque cuando despertó era cargada en brazos por el jinete. Parpadeó para disipar los últimos rastros del sueño, percatándose de que estaban en un claro, iluminado por diversas antorchas.

Había toscas tiendas de campaña diseminadas por el mismo. Una hoguera ardía en el centro, y varios hombres vestidos de la misma manera que el jinete estaban dispersos por el lugar, algunos durmiendo y otros entreteniéndose.

―¡Eh, el jefe ha vuelto!

―¡Y con un regalito! ¿Crees que nos dejará- ―Uno de los hombres le dio un coscorrón al que acababa de hablar.

―Vigila tus palabras.

―Sí, o el jefe te arrancará las tripas y se las dará de comer a los cerdos. ―Hinata contuvo una risita cuando sintió los brazos que la rodeaban tensarse.

El hombre la llevó hasta una de las tiendas, depositándola en su interior con todo el cuidado del mundo. Luego se giró para cerrar la tela de la entrada y encender algunas velas que dieran algo de luz a la penumbra.

Solo entonces, él se volvió de nuevo hacia ella, que aguardaba, expectante. Hinata alargó una mano y le bajó al fin la capucha, revelando el rostro más hermoso y perfecto que había poblado sus sueños durante demasiado tiempo. Sueños que, por fin, ahora podrían hacerse realidad.

Dos orbes azules como el cielo la observaban, cautelosos. Hinata sonrió cálidamente y llevó las manos al cabello rubio como el sol que adornaba su cabeza. Delineó con la punta de los dedos las tres marcas que había en cada de las mejillas masculinas.

―Naruto-kun―suspiró su nombre, con anhelo y alegría, con ilusión y regocijo.

Solo entonces él sonrió ampliamente, permitiendo así que sus rasgos se suavizaran. Levantó las manos y acarició el rostro femenino con la misma reverencia con que ella había acariciado el suyo.

―Hinata… ―Su voz gutural, ronca, hizo que un estremecimiento de placer la recorriera. Él lo notó y gruñó, apoderándose al fin de su boca sin poder aguantar un minuto más.

Hinata respondió al beso con idéntico entusiasmo, con idéntica pasión.

El calor empezó a agobiarlos y él se separó de ella, jadeante, encerrando el rostro femenino entre sus manos, ásperas y cálidas, llenas de callos. Manos que conocían el trabajo duro, el sufrimiento, lo que era vivir. Vivir de verdad.

―Creí que no vendrías'ttebayo. ―Hinata sintió que las lágrimas se le acumulaban en los ojos.

―Lo siento. Pe-pero tenía que despedirme… ―Él suspiró, cerrando los ojos y pegando su frente contra la femenina.

―Pero ahora estás aquí. ―Ella respiró hondo, sus alientos mezclándose en el cálido interior de la tienda.

―Estoy aquí. ―Le acarició la nuca, con mimo―. Para siempre. ―Él sonrió ante sus palabras, clavando sus ojos azules en los de ella.

―Lo sé'ttebayo. ―Porque él ya no la dejaría ir.

Nunca.

.

.

.

¿Qui-quién eres tú?

¡Soy Naruto, el próximo jefe de mi tribu! ¿Y tú?

S-soy Hi-Hinata Hyūga, primera princesa del Reino.

.

.

.

Hinata, ¿querrías ser mi princesa algún día?

Bu-bueno… so-solo si me prometes llevarme lejos de aquí.

¡Lo juro'ttebayo! ¡Cuando me haga mayor y más fuerte vendré por ti! ¡Y entonces estaremos juntos, siempre!

E-es una promesa, Naruto-kun.

¡Lo es, Hinata!

.

.

.

Te amo, Naruto-kun.

Y yo a ti, Hinata.

Fin Para siempre


Inicialmente, no tenía ni la más remota idea de lo que escribir para el prompt de hoy. Es decir, lo de matrimonio arreglado y tal ya lo había utilizado ayer, lo de princesa-caballero/sirviente como que no me apetecía mucho...

Hasta que se me ocurrió esto. No sé qué tal quedaría al final. Mientras lo escribía me iba emocionando más y más, y de verdad que querría hacerlos más largos, pero es que no me da la vida. ¡No me da! Así que id apuntando todo lo que os debo. Algún día saldaré mis deudas.

Algún día...

¿Me dejáis un review? Porque, ya sabéis:

Un review equivale a una sonrisa.

¡Muchísimas por los suyos a: Flor (que me dejaste un bonito comentario en el OS del día 4, perdona por no agradecértelo como es debido) y a Teisu! ¡Muchísimas gracias por leerme y dejarme preciosos reviews que hacen que quiera levantarme con más ganas por las mañanas! ¡Gracias mil! ¡Os amodoro!

*A favor de la campaña con voz y voto. Porque dar a favoritos y follow y no dejar review es como manosearme una teta y salir corriendo.

Lectores sí.

Acosadores no.

Gracias.

¡Nos leemos!

Ja ne.

bruxi.