Los primeros días en la tienda son solitarios. Solían ser contados los habitantes que los visitaban, pero no se sentían tristes o decepcionados, las sonrisas y suspiros de satisfacción demostraban la buena calidad del producto. Eso era suficiente.

En cambio, las siguientes semanas, más gente fue llegando, todo gracias a las recomendaciones de los primeros compradores. Desde entonces, abrían temprano en la mañana y cerraban entrado el anochecer. Mikasa atendía las mesas mientras que el capitán y Onyakonpon se encargaban de preparar la cálida bebida.

"Agradable"pensaba Mikasa al verse una vez más ocupada en algo. No tardó en darse cuenta de lo mucho que extrañaba el estar en movimiento, trabajando.

—Muchas gracias, Mikasa.

Ella asiente con una leve sonrisa, luego de dejar la taza de té sobre la mesa que se hallaba junto a la ventana. El señor Thompson era un doctor retirado, casado y cliente habitual de la tienda desde su apertura. Estatura mediana, regordete y castaño. Fue de los pocos que en un inicio no los juzgó por ser "traidores" o "descarados" como varios de la isla aún creían, por el contrario, los consideraba "héroes valientes" que sacrificaron muchas cosas, incluso su humanidad, para sobrevivir. Todos los días, a la misma hora, visitaba el lugar y cada que podía, revisaba la pierna del retirado capitán.

—Disfrútelo —fue lo que dijo, antes de acercarse a otra mesa y recoger las tazas vacías.

En lo que las colocaba sobre la bandeja, varios mechones de su largo cabello caen sobre su rostro, entorpeciendo su visión. Un bufido se escapa de sus labios por haber olvidado su lazo.

Recuerdos de su adolescencia y previa adultez cuando lo tenía recortado hasta su barbilla y posteriormente hasta su nuca vienen a su mente. Era bastante fácil de manejar en ese entonces.

Posterior a darle las tazas vacías a Onyakonpon para su respectiva limpieza, se acerca a una de las ventanas y admira por medio de su reflejo cómo su larga melena cubre completamente desde sus hombros hasta sus pechos. Muerde la parte interna de su mejilla.

"¿Debería cortarlo otra vez?"

Le gustaba largo pero...

—Mikasa —pronunció una voz tras sus espaldas. Era el capitán Levi—. Debes limpiar la mesa cuatro.

—¿Oh? —meneo su cabeza, saliendo de sus cavilaciones—. Sí, señor. Iré enseguida.

Él le da un rápido vistazo de arriba hacia abajo, antes de darse la vuelta en dirección a su puesto de trabajo.

—No te ves mal con el cabello así.

La joven enarca una de sus cejas y vuelve a ver su imagen en el espejo, sorprendida, en el instante en que el bajo hombre se alejó. ¿Había oído bien?

Posa su mano sobre la superficie de cristal. Con ojos llenos de determinación, analiza mejor su rostro. Sus rasgos lucían más maduros, sin opacar su tinte juvenil, sus mejillas tenían un mejor color, eliminando la palidez que las acobijo tantos meses desde que él se fue, el pelo en ese estilo... La hacía muy parecida a su madre.

Baja la mirada ante ese último detalle. En años anteriores, mantuvo su cabello corto por y para Eren, él le decía que era lo mejor al estar tan expuesta con el equipo de maniobras y ella lo llevaba a cabo sin dudas o quejas, porque al final de cuentas, sólo estaba en el ejercito por él y si su cabello era un obstáculo que impedía salvarlo, entonces lo mejor era eliminarlo.

Pero ya no estaba en el ejército, los equipos de maniobras fueron abandonados hace mucho rato y Eren no se encontraba a su lado.

No había árboles en que balancearse, ni a quien proteger.

Suelta un vaga risa mientras se reincorporaba. Usualmente, las chicas cortaban su cabello para cerrar un ciclo, ella realizaba lo puesto. Que ironía.

"Lo... dejaré así."

—¡Mikasa! ¡Mesa cuatro!

—¡S-Sí!


—Por favor, acéptelo. Insisto.

Mikasa observa nuevamente el sobre que Onyakonpon le extendía y con manos temblorosas, por culpa de la inseguridad, lo toma.

Era su pago por trabajar arduamente todos los días en la tienda de té. Aunque era lo justo, ella nunca pidió nada a cambio, sólo quería ayudar y no estar quieta. Rechazó innumerables veces, intentando explicarle al alto hombre que no era necesario, sin embargo, él era alguien perseverante y no desistió en seguir empeñándose para que al fin lo aceptara.

—Se lo merece —puntualizó.

Ella realiza un intento de sonrisa en agradecimiento y guarda el sobre en el bolso que llevaba consigo.

—¡Capitán Levi! Lamento no poder llevarlo a su casa hoy.

El recién nombrado, quien acababa de asegurar la puerta del recinto, encoge sus hombros sin darle mucha importancia a las disculpas de su actual compañero de trabajo —y niñero—.

—No es nada. Haz tus recados.

Mikasa ve como desaparece cada vez más en rumbo contrario al que ella y Onyakonpon se encaminaban. ¿En que clase de lugar viviría el ex capitán? ¿Estaría muy lejos? ¿Podría llegar con su pierna lesionada a pie?

Ptss, Mikasa —ella frunce su ceño ante el tono extremadamente bajo en que la llamó Onyakonpon—. Tal vez esto sea demasiado, pero, ¿podrías acompañar al capitán?

—¿Eh?

—Debido a su pierna, no puede caminar tanto tiempo. Me preocupa que sufra dolor a mitad de camino y dejó la silla de ruedas. Recorrer una larga distancia a pie podría afectarle.

No había mucho que hacer al llegar a casa, el sol aún no se ocultaba por completo y la tienda estaba cerrada por poco fluido de clientela en horas de la tarde, sumando que, el capitán Levi la había ayudado varias veces en sus tiempos de soldado e incluso ahora al darle la dirección de su tienda.

Tal vez...

—Supongo que no hay problema —murmuró.

Onyakonpon agradece y le aproxima velozmente la silla de ruedas que permanecía a unos metros, olvidada. Apenas el objeto toca sus manos, Mikasa se apresura en alcanzar a su ex capitán.

Para su suerte el no ha avanzado mucho, por ende, logra seguirle el paso a una distancia prudente. En el fondo, sí le parecía peligroso que todavía sabiendo la situación de su pierna, Levi no le tomara importancia y se fuera a caminando como si nada. Tal vez, se sentía frustrado de depender de un aparato con ruedas y quería así sea un momento, el ser al cual le funcionaban ambas extremidades inferiores. Creía que no había notado su presencia hasta que comienza a hablar.

—No es necesario.

—Mera precaución.

Él no dice más nada, ella tampoco.

Sus labios se mantienen sellados al reparar como él se detiene abruptamente metros más adelante y toma asiento en la silla.


Los ojos de Mikasa se ensanchan al apreciar la casa de su superior. Era una cabaña ubicada en las faldas de una montaña, se mostraba pequeña, pero emanaba comodidad para una sola persona. Contaba con un pequeño jardín en el frente donde varias mariposas y colibríes danzaban y saltaban de flor en flor con los indicios del atardecer en el fondo. Era bonito, muy bonito.

Que envidia.

Que envidia tan grande sentía.

—Hasta aquí está bien —la voz del ex-capitán llega a sus oídos pero no comenta nada. A él le pareció extraño, tanto así, que giró su torso para verla— Mikasa...

Una vida en las montañas, lejos de todo bullicio y llena de paz.

Sólo rodeada de Flora y fauna.

Esa podría ser su realidad, pero desistió. Desistió y se dejó consumir por la oscuridad de tristes recuerdos por días, días que se convirtieron en meses y meses que se convirtieron en años.

—... ¿Por qué estás llorando?

Ella se exalta ante su interrogante y por instinto, limpia sus mejillas con el dorso de su mano. Vaya sorpresa, tenía razón.

—Es un... Hermoso lugar, señor.

Él la estudia con las cejas un poco elevadas, suavizando su expresión.

—¿Quieres tomar una taza de té para tranquilizarte?

Todavía eliminando la humedad de su rostro, asiente.

Tal vez, estar ahí un rato más, no sería mala idea.

Sólo... Tal vez.