AVA

Por Cris Snape


Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.

Esta historia participa en el reto anual "El retorno del Long Story" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.


6

THE CHANGELING

"Percy Weasley es un tipo muy raro.

No puedo empezar esta carta de otra manera, William.

Cuando hablo con él siento que ha pasado toda su vida dentro de una cueva. No importa el tema de conversación que saques. No tiene ni idea de cine, de deportes, de literatura. No sabe nada de nada, aunque presuma de ser inteligente y observador. Utiliza esa ropa anticuada que te he mencionado en otras ocasiones y sigue haciendo cosas impropias de un hombre del siglo XXI. Por ejemplo, el otro día se le acabaron las pilas al mando a distancia y él anunció que lo tiraría a la basura porque se había estropeado. En serio, William. No entiendo nada.

Angela dice que a lo mejor se ha criado en una comunidad amish. Y Connor me sugirió que fuera a la policía para asegurarme de que no sea un pervertido secuestrador de niños. Tranquilo, no lo es. Todo parece estar en orden con él, aunque el agente Lewis estaba un poco raro cuando hablamos del tema. Hemos teorizado bastante respecto a su extraño comportamiento y no hemos sacado nada en claro. Y no, no creo que sea un extraterrestre, aunque se comporte como tal.

Porque, aparte de todo lo que ya te he contado, hay otras cosas que me extrañan mucho. Por ejemplo, no sé cómo entra y sale del pueblo. El otro día se lo tomó libre para ir a una reunión familiar, pero no tiene coche y ya sabes que el transporte público no llega hasta aquí. Quise ofrecerme para acompañarlo a la estación del tren, pero cuando fui a su habitación ya no estaba. Y luego, por la noche, apareció tan rápido como había desaparecido. Llegué a pensar que puede teletransportarse.

También he detectado que tiene una manía rara. Cada vez que algo le asusta o le pilla desprevenido, echa mano a la cintura de sus pantalones. El otro día, uno de los carneros intentó embestirle y Weasley se sacó de allí un palo y le apuntó con él. Fue extrañísimo, aunque no tardó nada en recuperar la compostura y en fingir que no estaba ocurriendo nada.

A lo mejor crees que exagero, pero sé que está pasando algo y pienso averiguarlo.

No puedo despedirme sin anunciarte que ya hemos superado la fase de llamarnos de usted. Hemos tardado, pero el otro día le convencí finalmente. Si la gente se piensa que es mi primo, lo más normal del mundo es que nos tuteemos. ¿No te parece?

Adiós, William.

Audrey."


Puesto que la feria agrícola terminó de forma exitosa para el negocio, Audrey ha podido retomar su habitual rutina matutina. Después de darse un baño y de hacer la cama, ha bajado a la cocina para preparar un desayuno en condiciones. Hace tostadas mientras piensa en su gloriosa manzana y en los beneficios que le repercutirá en el futuro. Tiene la radio puesta y canturrea la última canción de moda; se la sabe al dedillo pese a reconocer que es horrorosa. Incluso mueve el trasero durante unos segundos, hasta que es consciente de lo que está haciendo y se reprocha semejante comportamiento. No debería estar tan contenta mientras Ava sufre lejos de casa. Carraspea y echa un vistazo hacia la puerta cuando Weasley hace su entrada.

—Buenos días, Audrey.

Ella alza una mano y le sonríe brevemente. Él echa un vistazo a su alrededor y comienza a poner la mesa sin decir nada más. Cuando termina, se acerca a Audrey y se muestra solícito con ella. Siempre lo hace.

—¿Puedo ayudarte con algo?

Audrey se muerde el labio inferior y señala el frutero con la cabeza al tiempo que aparta el bacon de la sartén.

—Haz un poco de zumo de naranja, por favor. El exprimidor está en ese mueble de ahí.

Weasley asiente. Coge unas cuantas naranjas y abre la puerta del armario indicado. Audrey da por hecho que sabrá qué electrodoméstico coger, pero él se ha quedado quieto, con los brazos en jarra y el ceño fruncido.

—¿Qué pasa?

—Yo… —Weasley se rasca la nuca—. No veo el exprimidor.

Audrey tiene que poner los ojos en blanco. No es la primera vez que pasa algo parecido. Weasley no parece saber gran cosa sobre instrumentos de cocina y estuvo a punto de cargarse el microondas cuando metió dentro un plato con cubiertos incluidos. Tiene dos teorías para explicar su comportamiento: lo de la cueva que le explicó a William o que esté tan mimado que ni siquiera sepa coger un cuchillo.

Audrey aparta la sartén del fuego y se desliza por delante de Weasley para coger el exprimidor. Se rozan durante un instante y él carraspea y da un paso atrás, como si considerara ese hecho algo intolerable. Es un tipo esquivo, no le cabe la menor duda. Suele ponerse frenético ante gestos tan insignificantes como aquel y Audrey se contiene para no poner los ojos en blanco. No es que a ella le apetezca demasiado tocarle, pero lo de esa mañana no ha sido para tanto.

—Aquí tienes.

Planta el exprimidor eléctrico frente a sus ojos. Weasley parte por la mitad un par de naranjas y parece dudar otra vez. Audrey suspira.

—¿Y ahora?

—Yo… —Weasley vuelve a rascarse en el cuello—. Nunca he usado una cosa de éstas.

Audrey anota mentalmente esa nueva rareza de su compañero de casa y señala la sartén.

—¿Puedes ocuparte del bacon?

No parece muy seguro, aunque al final asiente con la cabeza.

—Pues vigílalo, anda. Y deberías prestar atención. Ya tienes edad para dejar la casa de tus padres.

Weasley da un respingo y se hace el ofendido. Es agradable porque parece haber bajado la guardia. No es nada habitual verle actuar con naturalidad y Audrey sonríe cuando sus mejillas se ponen un poco rojas.

—¡Ey! Hace años que soy independiente.

Audrey chasquea la lengua.

—¿Y cómo te alimentas?

—No soy muy dado a usar chismes eléctricos. Sólo eso.

—También tengo un exprimidor manual, aunque no sé dónde lo metí —Audrey se da unos golpecitos en el labio inferior—. Si quieres puedo buscarlo.

—No hace falta. Ya hemos acordado que yo me encargo del bacon.

Weasley coloca la sartén en su lugar y se concentra en su nueva labor. Audrey sonríe y agita la cabeza antes de comenzar a exprimir las naranjas. Nota como él la mira de reojo y otra vez parece fascinado por algo perfectamente normal y anodino.

—Lo que te voy a preguntar va muy en serio, Percy —dice mientras llena dos vasos de zumo y los deja sobre la mesa—. ¿Has crecido en una comunidad amish?

Él la mira con tanto desconcierto que no necesita responder a su pregunta.

—¿Qué?

—Nada, déjalo. Vamos a desayunar, que esta mañana tengo mucho trabajo.

Weasley saca el bacon de la sartén y finalmente se sienta frente a ella. En la mesa hay café, zumo de naranja, tostadas, mermelada y miel, huevos fritos, bacon y unas cuantas piezas de fruta. Por lo general, el hombre siempre come muchísimo más que ella. Audrey a veces se pregunta cómo consigue estar tan delgado si come como una lima y no hace nada de ejercicio. A menos que se teletransporte para ir al gimnasio, claro está.

—¿Qué son los amish?

Audrey se interrumpe antes de beber café. Ve a Weasley colocándose las gafas sobre la nariz y se dice que tendría que haberse olvidado del asunto. Las palabras que pronuncia a continuación le salen del alma. Y son inadecuadas.

—Eres un tío muy raro, Percy. ¿Cómo es posible que no sepas eso? —Él se encoge de hombros—. Voy a tener que buscar alguna peli sobre ellos. ¿Has visto Único testigo? —Weasley hace un movimiento poco comprometido—. Sale Harrison Ford. ¿Sabes quién es? —Él niega con la cabeza y Audrey se siente casi exasperada—. Tienes que decírmelo, ¿dónde te has criado?

Percy carraspea y endereza la espalda todo lo que puede.

—No entiendo qué te extraña tanto. Siempre he estado muy centrado en las cosas importantes. Las pelis no me preocupaban demasiado.

—Puedo entenderlo, pero es que no pillas ninguna referencia. ¡Ni siquiera sabes quién es Hitler!

Llegados a ese punto, Percy Weasley tiene la cara muy roja. Se quita las gafas y se limpia el sudor de la frente con una servilleta mientras Audrey continúa mirándolo con pasmo absoluto. No está exagerando nada. Da igual lo que digan los demás. Sabe que algo raro pasa con ese tipo y necesita averiguarlo. No sólo para saciar su curiosidad, sino porque quiere asegurarse de que se ha llevado a Ava a un lugar seguro. No quiere plantearse la posibilidad de que la haya arrastrado hasta alguna especie de secta para obligarla a vivir aislada del resto de la sociedad.

—Mi trabajo no consiste en pillar referencias —Percy pronuncia esas palabras con cierto retintín—. El futuro de Ava no depende de ese Hitler ni de Harrison Ford, si no de mis conclusiones sobre ti.

Weasley siempre hace lo mismo. Cuando se siente acorralado, cuando se queda sin respuestas, utiliza ese tono de voz un tanto amenazante para acallar sus dudas. No hace falta que se lo diga directamente. Audrey sabe que, si inquiere más en el asunto o le presiona de alguna manera, perderá a Ava para siempre.

—De acuerdo, como quieras. No insisto más. —Audrey cree conveniente introducir un cambio de tema—. ¿Hoy también vendrás conmigo?

—Por supuesto.

—Deberías dejar de llevar esa ropa. —Se muerde la lengua antes de preguntarle cómo se limpia los trajes—. No es lo más adecuado para ir al campo y siempre terminas hecho un asco.

Percy le echa un vistazo a su atuendo y se encoge de hombros.

—Me temo que sólo he traído trajes.

—¿No tienes ropa cómoda?

—No he venido aquí para estar cómodo.

Es absolutamente desquiciante. Un hombre medio robotizado, incauto y más raro que un perro verde. Audrey suspira y no se piensa demasiado lo que dice a continuación. De haberlo hecho, jamás se lo hubiera propuesto.

—William estaba un poco más fuerte que tú, pero apuesto a que usáis la misma talla de pantalón.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que a lo mejor puedes ponerte alguno de sus vaqueros viejos. Como es evidente, él ya no los necesita.

A Audrey se le rompe algo por dentro en cuanto pronuncia esas palabras. Sabe que su ofrecimiento es de lo más sensato y ha pasado tanto tiempo que no debería afectarle. ¡Demonios! Ni siquiera debería conservar la ropa de su difunto marido. Angela le ha sugerido más de una vez que la venda por Internet o, mejor aún, que la done para que puedan utilizarla los más necesitados, pero ella se ha visto incapaz de deshacerse de sus cosas. Siente que sería como perderlo por segunda vez. Mira a Percy, quien parece estudiar muy seriamente su propuesta, y desea que rechace su ofrecimiento. Por la pinta que tiene, está convencida de que jamás ha usado unos vaqueros.

—No pierdo nada por probar.

Mierda.

Audrey se muerde el labio inferior y se dice que, ya que ha metido la pata, debe hacerlo hasta el fondo.

—También te prestaré alguna camiseta. Y una sudadera. —Le mira los pies con curiosidad—. ¿Qué número calzas?

Percy observa sus zapatos y no sabe qué responder. Es absolutamente alucinante. Ni siquiera puede decirle algo tan simple como eso. Audrey pone los ojos en blanco y realiza un rápido análisis de la situación.

—Creo que William tenía los pies más o menos como tú. Tengo por ahí unas botas que no llegó a estrenar. A ver qué tal.

Dicho eso, Audrey apura el zumo de naranja y da por concluido su desayuno. Mientras Weasley sigue dando buena cuenta de la comida, sube al piso superior y va hasta su dormitorio. Se detiene justo frente a la puerta izquierda del armario, la de William. Intenta recordar cuándo fue la última vez que la abrió y es consciente de que hace mucho tiempo. Demasiado. Está a punto de echarse atrás, pero Weasley la está esperando abajo y ella tiene una razón de peso para hacerlo. Así pues, se arma de valor, coloca las manos en la puerta y hace que se deslice sobre sus raíles. Está tan suave como siempre y, cuando se abre, deja salir ese olor.

Audrey tiene que cerrar los ojos. Es la colonia de William. Casi puede sentirlo junto a ella, abrazándola por la espalda y mordisqueándole la oreja. Por un instante incluso deja de respirar. Un torrente de buenos recuerdos inunda su mente y tiene que contar hasta diez para no sucumbir ante el dolor. Lo echa muchísimo de menos. Da igual las veces que se repita a sí misma lo mucho que lo odia porque es mentira. Quiere a William y siempre lo querrá. Inhala aire muy profundamente y abre los ojos. Ahí está la ropa de su marido. Sus pantalones vaqueros, sus camisas de cuadros, sus elegantes trajes que ya no se ponía casi nunca, sus zapatos, la ropa que usaba para salir a correr por las mañanas. Todo está tal y como lo dejó. Audrey acaricia esa camisa de color salmón que tanto le gustaba y que le sentaba genial. Estaba muy guapo con ella. En realidad, William estaba guapo con cualquier cosa que se pusiera. Fue un hombre coqueto. Le encantaba salir de compras y siempre elegía todas sus prendas con cuidado. Y ahora ella va a compartirlas con Weasley, que se ha llevado a su hija y es hermético y raro. Sobre todo, raro.

Suspirando, Audrey rebusca entre los vaqueros y escoge dos pares bastante desgastados. William los había usado sobre todo para trabajar. Después, agarra una camiseta blanca y la sudadera del Arsenal que su marido tanto había odiado. Audrey se la regaló sólo para molestarle, consciente de lo importante que era el estúpido fútbol para él. Las botas aún están dentro de su caja y apestan a cuero. Audrey cierra el armario y suspira nuevamente antes de regresar a la cocina, donde Weasley la espera con expresión inescrutable. Ya ha recogido la mesa y está apoyado en la encimera con los brazos cruzados.

—Pruébate todo esto. —Le tiende toda la ropa sin mirarlo demasiado—. Te espero en las cuadras.

Se marcha, siendo consciente de que ha cometido un error. Otro más que añadir a una lista que ya es demasiado larga.


A Weasley los vaqueros le quedan un poco largos y la sudadera bastante ancha, aunque no tiene mal aspecto. Audrey lo observó con ojo clínico cuando se reunió con ella en las cuadras y pensó que parecía una persona normal y corriente. Lo que no ha hecho ha sido renunciar al pelo engominado, lo cual es una lástima porque está bastante convencida de un peinado más informal le sentaría de maravilla.

—Eso está mucho mejor. —Le dijo con una sonrisa en la boca—. Ahora puedes ayudarme a quitar las piedras del campo.

Aquella fue la primera vez que Weasley pareció captar una de sus bromas.

—Ni hablar. Estoy demasiado mimado para encargarme de esos trabajos tan pesados.

Audrey se había reído y el resto del día se les pasó volando, ocupándose de las tareas de la granja y conversando sobre cosas sin importancia. Durante unas horas incluso se olvidó de Ava y de lo que Weasley realmente estaba haciendo en su casa. Tal vez por eso, a esas alturas de la noche se siente un poco culpable. Observa a su acompañante mientras da buena cuenta de la cena y decide que es necesario romper tanta armonía.

—Quiero ver a Ava.

Weasley la mira con sorpresa y no es para menos. Ha planteado el tema porque necesita que la vieja amargura vuelva a invadir su interior. No es momento de estar relajada y casi feliz. No puede permitirse semejante cosa. Y, por supuesto, no está nada bien eso de compartir risitas con ese hombre. Es mejor volver a la normalidad.

—Me temo que eso no será posible.

—¿Por qué no? Llevas viviendo en esta casa casi dos meses. Ya puedes hacerte una idea de la clase de persona que soy.

Weasley deja los cubiertos sobre su plato y se cruza de brazos. A Audrey le alegra que ya no parezca relajado y recupere su característica altanería.

—Soy yo quien debe tomar esa decisión.

—¿A qué estás esperando?

—A que encajen todas las piezas del puzle.

Audrey alza las cejas y no sabe qué decir. Libera una risita cargada de ironía y apoya las manos en la mesa. Sus uñas se clavan en el tablero sin que se dé cuenta.

—¿Qué puzle?

Weasley no responde. Se limita a mirarla con la nariz levantada, el muy cretino.

—He dicho que qué puzle.

El hombre descruza los brazos y se inclina hacia delante, apoyando los codos en la mesa. Sus cabezas están muy cerca y la mira a los ojos cuando vuelve a hablarle.

—Ya te dije que debo saberlo todo sobre ti, pero hasta ahora no me has dejado ver demasiado.

Audrey bufa sin dar crédito a lo que oye.

—¿Qué? ¡He respondido a todas tus preguntas!

—Con vaguedades casi siempre.

—¡Eso no es así!

Ha alzado el tono de voz y a Weasley parece disgustarle enormemente ese detalle. Aun así, no parece afectarle en absoluto el hecho de estar sacándola de sus casillas. El hombre robot ha vuelto.

—Hasta ahora nunca me has hablado de tu familia.

—¿Qué importa mi familia?

—Quieras o no forman parte de la vida de Ava. Necesito conocer sus antecedentes y saber si alguno de ellos podría ponerla en peligro.

Audrey bufa y cierra los ojos un instante, procurando no pensar en esa parte tan lamentable de su vida. No comprende cómo la situación ha podido írsele de las manos tan deprisa. Porque una cosa es pretender acabar con la armonía y otra muy distinta es servir su propia cabeza en bandeja de plata. No le apetece nada confesar, pero lo hace de todas maneras. Escupe las palabras con ira.

—No tengo, ¿vale? —Se recuesta en la silla con un movimiento violento—. Mi madre murió cuando yo tenía veinte años. Y antes de que preguntes, tenía cáncer. ¿Te sirve?

Weasley aprieta los labios casi imperceptiblemente y asiente.

—¿Y tu padre?

—¡Oh, ese! —Audrey vuelve a reírse con ironía—. Era un mago.

Es extraño que Weasley de ese respingo tan exagerado y se ponga rojo. Casi está a punto de tartamudear.

—¿Cómo dices?

Audrey chasquea la lengua y agita una mano.

—Déjalo. Sólo es un chiste malo.

Weasley se acerca aún más a ella y tiene los ojos entornados detrás de esas horribles gafas que utiliza.

—Quiero saber a qué te refieres.

Suspira. No le extraña nada comprobar que ese idiota es incapaz de pillar un chiste. Ya puede anotarlo en la lista de cosas normales y corrientes que ignora.

—Era algo que solía decir a los niños del cole cuando me preguntaban, que mi padre era un mago porque echó unos polvos y desapareció.

Tal y como se imaginaba, su acompañante pone cara de no enterarse de nada. Gime con frustración infinita y procura hablarle con más claridad. Y también con más aspereza de la necesaria.

—A ver, Weasley. —Vuelve al apellido sin darse cuenta—. Que mi padre se folló a mi madre un par de veces y luego se largó. ¿Lo entiendes ahora o tengo que hacerte un croquis?

Ahora sí, Percy se pone rojo como la grana y aparta la mirada. Parece un poco avergonzado y su voz es más suave cuando habla después de uno de esos carraspeos tan molestos.

—¿Tienes hermanos?

Audrey pone los ojos en blanco y vuelve a cruzar los brazos.

—No. Por algún extraño motivo, mi madre comenzó a aborrecer a los hombres después de aquello y no tuvo más hijos. Y sí, mi madre fue hija única. Y no, mis abuelos no viven.

Ahí está su triste y brevísima historia familiar. Weasley la mira durante unos segundos y después se quita las gafas y las limpia con un pañuelo que se saca del bolsillo de los vaqueros. Aún no se los ha quitado y Audrey se muere de ganas por recuperarlos. Considera que esa noche ya ha surgido suficiente tensión entre ellos y se siente satisfecha porque ya no lo encuentra ni siquiera un poco simpático, pero Percy no mantiene la boca cerrada. Se pone las gafas con parsimonia y formula una pregunta de lo más inadecuado. Audrey considera que podría haber esperado a un momento menos tenso, aunque no le extraña que sea tan imprudente. A ese hombre no se le dan demasiado bien las relaciones personales.

—¿Por qué se suicidó William?

Audrey rechina los dientes. Quiere levantarse y salir a dar un paseo alrededor de la casa, pero no lo hace.

—Quedamos en que eso no es asunto tuyo.

—Quiero saber cuál era el estado mental de William cuando decidió cederte la custodia de Ava.

—¿En serio? —Audrey vuelve a reírse pese a que la situación no tiene ni puñetera gracia—. Se quitó la vida, Percy. No es difícil suponer que estaba bien jodido.

—¿Por qué?

Se siente acorralada, aunque en más de una ocasión ha llegado a la conclusión de que tarde o temprano tendrá que exponer la realidad ante Weasley. El problema es que no tiene fuerzas suficientes para hacerlo precisamente ese día, no después de abrir el armario de su marido, de entregarle a Percy la ropa que ahora lleva puesta y de hablar sobre su familia. Su cabeza le grita que se levante y lo deje con la palabra en la boca, pero su culo permanece pegado al asiento de la silla y las palabras brotan de sus labios sin que pueda hacer nada por contenerlas.

—Tenía Alzheimer precoz. ¿Sabes al menos qué enfermedad es esa?

No puede evitar lanzar esa pulla. Percy la mira con expresión insondable y, pese a estar bastante segura de que no tiene ni idea (otra vez), opta por no darle ninguna explicación en esa ocasión. Sigue hablando.

—A su padre se lo diagnosticaron cuando tenía cincuenta y cinco años y no llegó a cumplir los sesenta. La enfermedad avanzó rápido y te puedes imaginar cómo terminó. —Weasley parpadea y no dice nada—. William y yo le cuidamos en sus últimos días porque mi suegra se murió de un infarto cuando Ava era una bebé. Fue terrible para él ver a su padre tan enfermo y le costó mucho superar su muerte. Con el tiempo consiguió dejar atrás los malos momentos para centrarse en los buenos, hasta que un día comenzó a despistarse y lo supo. Incluso antes de que fuésemos al médico.

Audrey se interrumpe. Se le ha hecho un nudo en la garganta y tiene que tragar saliva. Cierra los ojos y procura no mirar a Weasley y su cara de pasmarote. Se centra en esos recuerdos tan dolorosos y suspira antes de volver a hablar.

—Sabía lo que le esperaba y no quería terminar como su padre. Un día me dijo que lo peor del Alzheimer es que te mata antes de que estés muerto porque te roba todos tus recuerdos, tu vida. Mata a la persona que eres y te convierte en algo que no tiene nada que ver contigo. William puso fin a todo eso cuando quiso y como quiso.

"Y ya no puedo culparle por ello"

Audrey bebe agua. No está dispuesta a añadir nada más. Weasley la mira durante un par de minutos y se pone en pie de pronto, dispuesto a abandonar la cocina. Ella le habla antes de que lo haga.

—William decidió que Ava se quedaría conmigo mucho antes de saber que estaba enfermo. Puedes comprobarlo si quieres.

Espera que Percy haga o diga algo que dé a entender que la ha escuchado, pero lo que hace es largarse sin más. Audrey suspira y se lamenta porque, demonios, ha cumplido su objetivo.


Después de eso, Weasley abandona la casa. Audrey no sabe cómo, pero piensa averiguarlo. Decide quedarse en el sofá montando guardia y someterle a un interrogatorio cuando regrese. Ella también tiene derecho a hacerle las preguntas que considere oportunas. Ve la tele durante un rato, pero ha sido un día agotador en todos los sentidos y pronto comienza a dar cabezadas. En algún momento se apoya en el respaldo del sofá y se queda dormida. Sueña con que Ava vuela en una escoba y lleva un sombrero picudo que casi le tapa los ojos. Cuando se despierta es más de media noche y teme que Percy se le haya escapado esa vez. Suspirando, se pone en pie y comienza a subir la escalera con paso firme. Allí, justo al final, está la puerta del dormitorio de Weasley. Se detiene frente a ella y una gran duda existencial se le plantea.

Pasar o no pasar, esa es la cuestión.

Opta por pasar, qué demonios. Weasley no está. Audrey no ha entrado en esa habitación desde que Percy está en casa y descubre que todo está limpio y ordenado. No es de extrañar, habida cuenta de lo maniático que parece cuando se trata del cuidado de su imagen personal. Siempre lleva la ropa limpia y sin arrugas, la barba bien cortada y el pelo perfectamente peinado. Audrey se fija en la colcha de la cama, que está bien estirada, y en los cojines perfectamente organizados por colores. Le echa un vistazo al escritorio y lo descubre vacío y se plantea la posibilidad de abrir los cajones o el armario. Deshecha la idea porque eso supondría una invasión de su intimidad, aunque, por otro lado, a él no parece importarle en absoluto abrir en canal su corazón para escarbar en sus peores recuerdos. Su mirada se llena de malicia y ya tiene una mano sobre el pomo de uno de los cajones cuando escucha un ruido a su espalda. Da un respingo, se gira y ve a Weasley allí plantado, con la ropa de William y su cara de tonto.

—¿Qué…? ¿Te has teletransportado?


Hola, holita.

Llegados al final de este capítulo, hay dos cosas que quiero puntualizar.

El título "The Changeling". La película se tradujo en España como "Al final de la escalera" y me pareció muy adecuado para este capítulo. Ciertamente en inglés pierde todo el sentido, pero no he podido renunciar a utilizarlo.

Respecto al Alzheimer precoz, desgraciadamente lo he sufrido muy de cerca y sé que esa enfermedad te mata en poco tiempo. En mi caso, sólo necesitó cuatro años para llevarse a una amiga de la familia. Es además hereditario, así que nada de lo que he incluido en este capítulo es inventado.

Espero que estéis disfrutando de la historia. Besetes y hasta el próximo capítulo.