Notas: Disculpen la gran tardanza. He estado en un examen de licenciatura que ha tomado todo mi tiempo.
Por otro lado, ¿que les ha parecido el final? Para mi ha sido satisfactorio y sumamente agridulce. Nos leemos!
Capítulo V: La Caída de María
Sus orbes grises observaron con cuidado los ágiles movimientos de Levi. Era tan rápido como la brisa en otoño. Sus pasos nunca se equivocaban, y sus ojos azules tampoco mostraban ningún tipo de sentimiento que no fuera tranquilidad y concentración. Mikasa imitó el movimiento de sus pies, esquivando con relativa sutileza el puñetazo que la habría enviado a volar como había pasado ya en otras ocasiones. —Derecha, izquierda, centro. Esquiva. Lanza golpe.— La voz suave de Levi era lo único que podía escucharse en la soledad de aquella abandonada calle en la ciudad Subterránea.
Isabel y Farlan los observaban sentados sobre un tejado. Ninguno de los dos decía o hacía algo más que mirarlos entrenar. Desde hacía más de tres semanas que habían iniciado un entrenamiento exhaustivo. Todo lo que había ocurrido con Creigthon Rush había hecho que Mikasa estuviera más que deseosa de entrenar con seriedad.
No sería secuestrada una tercera vez. No pondría en peligro a su familia una vez más.
Ella sería fuerte. Tan fuerte como su primo.
Levi Ackerman se había convertido en una leyenda en la ciudad subterránea. Había vencido a Creigthon por sí solo. Y eso le había conseguido un poco de paz a la pequeña, sin embargo, no por ello iba a quedarse sin aprender. "Siempre vendrán más hijos de puta como Rush" le había comentado Levi mientras le limpiaba la sangre de las mejillas.
No vio la patada de Levi y por ello recibió un fuerte golpe en su pecho. Cayó sobre su trasero con un quejido de dolor. La había tomado desprevenida. —Debes enfocar toda tú atención en tú oponente. Si piensas en otra cosa, morirás.— Levi le dio su mano y la ayudó a ponerse de pie. Con una amabilidad muy pocas veces vista en él, su primo le dio un par de palmadas sobre su cabeza, en forma de conforte. —Has mejorado mucho, Mikasa.—
Sus mejillas se ruborizaron levemente ante el cumplido de su primo. Rara veces Levi era tan amable. —Volvamos de nuevo, ¿si?— Él arqueó una de sus cejas. —Si no te desarmo no me enseñarás a "volar" con tú equipo.—
Levi lo consideró por unos instantes, antes de asentir lentamente. —Vuelve a tú posición.—
Los dos volvieron a su lucha, moviéndose con rapidez. Levi mantenía su cuchilla fuertemente sujetada por una de sus manos, mientras que con la otra esquivaba los golpes y patadas que le proporcionaba la pequeña. Para quien los viera desde lejos, solo podía verse dos siluetas moviéndose demasiado rápido como para descifrar quien era quien.
Mikasa mordió su labio con fuerza. Estaba cerca… demasiado cerca. No sabía si Levi había perdido el equilibrio por perder la concentración o si se debía a que ella había mejorado más, fuera cual fuera la justificación, Mikasa logró robar de los dedos de Levi su cuchilla. Y tan pronto sus delgados y delicados dedos se aferraron al frío metal, la pequeña sintió una alegría indescriptible recorrer su cuerpo.
—¡Lo hice! ¡Lo hice!— gritó, mostrándole a Isabel y a Farlan la cuchilla en sus manos.
Isabel fue la primera en correr hacia ella, revolcándole los cabellos negros. —¡Eres genial, Mikasa!—
—No es para tanto, mocosa,— comentó Levi, cruzándose de brazos, observándola con serenidad. Farlan se detuvo a un lado de él, y Mikasa pudo ver en sus ojos la pregunta silenciosa que ella también se había hecho. ¿Realmente había ganado o Levi la había dejado ganar? Ninguno de los dos tuvo una respuesta pues el Ackerman se dio la vuelta y comenzó la marcha de regreso a casa.
Esa noche practicó junto a Farlan su lectura. En aquellas tres semanas la pequeña había mejorado muchísimo en sus estudios. Sus letras eran mucho más pulcras y su lectura más rápida y sin tartamudeos. Gracias a Farlan había comenzado un libro de cuentos de hadas e iba por la mitad de este.
Mientras ella y Farlan se mantenían sentados en el suelo, escribiendo y leyendo, Isabel pintaba y Levi limpiaba la casa con aquella necesidad de pulcritud que le parecía tan graciosa a la pequeña.
A los dos días de haber desarmado a Levi, él la llevó de nuevo a aquella abandonada calle en la ciudad Subterránea. Llevaba consigo dos equipos de maniobras. Mikasa sintió su corazón dar un vuelco en su pecho al percatarse que solo estaban los dos, por lo que era obvio que aquel segundo equipo sería utilizado por ella. Al percatarse de su mirada ansiosa, Levi chasqueó la lengua. —Quiero que entiendas algo muy bien, Mikasa. Necesitas fuerza y concentración para manejar el equipo. Si no tienes alguna de las dos, caerás y morirás. ¿Entiendes?— Ella asintió. —Bien, ven.—
Mikasa se puso frente a él y lo observó colocarle en sus piernas y cintura unos cinturones que sujetaban el equipo de maniobras tridimensional que utilizaban los soldados de la humanidad. —¿Cómo adquirieron estos equipos?— preguntó mientras Levi mantenía su atención en sujetarla bien.
—Algunos de esos idiotas de la Policía Militar venden sus equipos por unas cuantas monedas,— comentó él sin mirarla.
—¿Por qué?—
Levi suspiró. —¿Me preguntas por qué venden sus equipos a nosotros o por qué son corruptos? No tengo la respuesta a ninguna de las dos interrogantes, pero supongo que son una mierda de personas. Como todos los ricos y nobles. Todos corruptos y llenos de mierda.—
Mikasa asintió. Se había percatado que los nobles eran personas avaras y corruptas. También lo eran aquellos que estaban bajo su mando.
—Empezaremos con algo sencillo. Debes concentrarte en mantener el balance de todo tu cuerpo.—
xXx
Año 845, Ciudad Subterránea, Muralla Sina
Se movió con rapidez por entre los tejados. En un año había adquirido destreza para moverse con una agilidad parecida a la de Levi. Isabel le había comentado que parecía ser que los dos Ackerman poseían una agilidad nata para mantenerse en los equipos de maniobras tridimensionales. Lo que le había costado meses en aprender a Farlan e Isabel, para Mikasa fue algo natural. Moverse, saltar, esquivar… todo lo hacía con sutileza.
Seguía a su primo por entre los callejones de la ciudad. Isabel y Farlan iban más atrás, pero no por mucho. Se movían por entre la ciudad realizado algunos "trabajos" de vigilancia por algunas cuantas monedas. Mikasa había aprendido que en la ciudad Subterránea no había ley ni orden como lo conocían en la superficie. Su primo se había ganado su reputación de intocable dado al escarmiento que le había dado a Rush y a sus hombres. La pequeña Ackerman sabía que, si hubiera sido en Shingashina, él habría sido apresado y ejecutado. Sin embargo, a pesar de no haber un orden como lo había en las ciudades superiores, la muchedumbre en aquellos barrios bajos requería protección.
Y para ello estaban ellos.
Pasadas unas horas de vigilancia, los cuatro jóvenes tomaron un descanso, aproximándose a uno de los negocios de las concurridas calles. Fue allí donde, en medio de la hora del té —como le llamaba Levi— entró un individuo agitado, con su rostro pálido y cubierto de sudor. —¡LOS TITANES HAN INVADIDO LA MURALLA MARIA!—
Ante el grito del hombre, todas las personas a su alrededor se callaron. Mikasa pudo jurar que, si alguien hubiera dejado caer un alfiler, todos habrían sido capaces de percibirlo. Miró a sus acompañantes y observó como los ojos claros de Isabel brillaban con terror. El rostro de Farlan lucía desencajado y Levi había dejado de tomar su té.
—¿T-Titanes?— tartamudeó el propietario del negocio. Fue el único que logró hablar entre todo el silencio.
El hombre que había anunciado las noticias estalló en un llanto histérico. —Se han comido a cientos. ¡A cientos! ¡Es el fin! ¡ES EL FIN! Los titanes llegarán hasta aquí y nos matarán a todos. Nos comerán a todos. ¡Cada uno de nosotros será comida de titanes!— Ante su histeria, el resto de las personas comenzó a reaccionar como él.
Alrededor de Mikasa comenzaron los gritos, maldiciones, miedo, terror… —Titanes…— murmuró en voz baja, incapaz de creer que la zona que una vez fue su hogar fuera ahora invadida por aquellos monstruos que habían empujado a la humanidad al borde de la extinción.
Salieron del negocio y Mikasa se sorprendió por como todas las calles parecían estar envueltas en caos y desesperación. Las personas gritaban los nombres María, Sina y Rose, por protección. Algunos decían que ese era el fin. Que los titanes destruirían la muralla Rose y entrarían a la Muralla Sina.
—¿Vendrán hasta aquí?— le preguntó a Levi mientras caminaban de regreso a casa. El Ackerman había logrado mantener la calma y compostura para guiarlos fuera de todo el bullicio.
—Quizás,— respondió con tranquilidad. —Quizás no. No hay forma de saber el futuro.— El corazón le dio un vuelco en el pecho. Debía admitir que estaba asustada. Si los titanes realmente ingresaban a la muralla Sina y llegaban hasta la ciudad Subterránea… Levi la tomó de la mano y la hizo mirarle a los ojos. —De nada vale inducirte a miedo y desesperación. Los titanes aún no están aquí. Cuando lleguen decidiremos que hacer. Mientras tanto, mantén la calma.— Asintió lentamente.
Esa noche tuvo pesadillas. Soñó que Levi, Isabel y Farlan eran comidos por gigantes anómalas, cuyos dientes eran tan grandes como grotescos. Isabel y Farlan gritaban y lloraban de dolor, mientras que Levi intentaba con todas sus fuerzas liberarse del agarre. En su sueño ella era incapaz de moverse. Una vez más veía como su familia moría frente a ella sin poder hacer nada más que sollozar en silencio.
Se levantó entre sollozos, y fue Isabel quien la consoló con un cálido abrazo. La mantuvo en su regazo susurrándole palabras de conforte, y cuando Farlan y Levi asomaron sus cabezas para ver que pasaba, la joven les indicó que no pasaba nada. Que todo estaría bien.
"Todo estará bien, todo estará bien. No perderé a mi familia de nuevo," se repitió como si fuera un mantra. Y entre los cálidos y suaves brazos de Isabel, se durmió.
