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Capítulo 6.
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[Actualización especial en honor a la maravillosa Gabriela Cordón]
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—E-esto está mal —su cara desfigurada por el placer y las enloquecedoras embestidas que estaba dando parecían darle un aire diferente. La mujer, recostada en las puertas cerradas de la gran camioneta negra, se aferraba de algo para poder mantener el ritmo de su amante— s-si nos ven… —se abrazó a ella por la espalda y hundió la cara en la curvatura de su cuello.
Ella llevó su brazo hacia atrás para acariciarle el rostro mientras Bankotsu la tomaba fuertemente por ambos senos, haciendo que las estocadas fueran más placenteras con su peso sobre ella.
—Ah… ¿quieres… parar? —el inminente orgasmo estaba por darles una sacudida y ella se mordió los labios, cerrando los ojos y estirando su cabeza hacia atrás, perdida por el placer.
—No puedo… —soltó un gruñido ahogado, mientras su cuerpo estaba a punto de explotar.
—Vamos, vamos —las embestidas eran más rápidas, más locas, le quemaban la piel— córrete adentro, vamos.
Evitó hacer demasiado ruido. Adentro, los del gremio tenían una fiesta y, probablemente, no se habrían dado cuenta de la ausencia de los dos.
Para cuando ambos se liberaron, solo se escuchaban los jadeos y respiraciones, como si de haber corrido una maratón se tratarse. Bankotsu acomodó a Kagura para tenerla de frente y después de recuperar el aire en sus pulmones, le plantó un apasionado y húmedo beso que hizo a la muchacha rodearlo con una pierna que él aprovechó en recorrer a palma abierta. Los jadeos no pararon con aquella caricia y Kagura se perdió en aquel hermoso par de ojos azules y cejas negras, con aquella expresión tan masculina que le hacía temblar las piernas. Su corazón se estremecía y desde la primera vez supo que nunca más le pasaría algo como eso.
—Siempre lo hago —respondió a su último pedido. Le tomó una mejilla y pasó su pulgar con delicadeza por la piel nívea y perlada por el sudor del anterior ejercicio.
—¿Qué cosa? —Ella realmente no lo entendió, porque no podía concentrarse con esa vista y el contacto de sus calientes cuerpos aún desnudos.
—Correrme dentro —resbaló la otra mano hasta su seno y lo estrujó levemente— porque eres mía, Kagura —se acercó tanto a ella que sus narices chocaron y las hizo jugar sutilmente. La muchacha jadeó, enternecida y vibrando— siempre, incluso cuando no estamos juntos —le susurró. Sabía que aquello podía costarle la vida, pero esta no servía de nada si ella no estaba con él— sigues siendo mía.
Toriyama también sabía que les podía costar la vida a ambos, que era peligroso, pero no importaba. Nada importaba cuando estaba entre sus brazos. Asintió rápidamente, con el corazón acelerado como una tonta niña de quince años enamorada por primera vez.
—Sí —susurró, como perdida en él— lo soy.
El ambiente era elegantísimo y ella nunca había estado rodeada de tanto lujo, era todo realmente nuevo. No podía dejar de mirar alrededor, a todas esas mujeres bellísimas y elegantes, orgullosas, del brazo de todo tipo de narcotraficantes y asociados, gente de poder turbio que reía y se saboreaba los mejores vinos del mundo a costa de los demás. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y apretó los dedos alrededor del brazo de su acompañante… ya no quería estar ahí, ni siquiera había querido ir en un principio.
Recordó que ella había aceptado volver a ser suya y debía obedecerle en todo lo que él quería. Lo sintió posar levemente la mano sobre la suya y de forma disimulada la apretó, dándole a entender que había sentido su anterior gesto desesperado. Siguió riendo como si nada ante otro par de hombres que acababan de saludarlo.
—Ella es Kyoko —dijo Naraku, con una expresión muy relajada, a su reciente conocido. La muchacha evitó poner una expresión en su rostro y se limitó a mirar al apuesto hombre frente a ella.
—Es todo un placer —se inclinó ante la joven y le ofreció la mano para que Kikyō, la recién nombrada «Kyoko», le extienda la suya y pueda besarla. Cuando Higurashi estiró su brazo y sintió los labios sobre su piel desnuda, un escalofrío la recorrió—. Tienes todo un diamante entre tus manos, Naraku.
El aludido no pudo evitar su expresión agria. Sintió como si veneno puro le recorriera el organismo y soltó a su acompañante de forma discreta. Ella se sintió desprotegida por unos instantes, pero, ante la mirada ya incómoda del rubio en frente de ellos, Tatewaki recorrió parte de su muslo, alzando el vestido negro en gamuza que traía puesto y llegó hasta su cintura para apresarla de forma muy posesiva. A Kikyō le faltó el aire con aquella acción en público y se ruborizó sin poderlo evitar.
—Bien lo has dicho, Jack —su tono fue socarrón— tengo a este diamante en mis manos.
Se creó un silencio incómodo que ninguno de los tres pudo evitar. La joven mujer agachó la vista, avergonzada, pero con el corazón latiendo desbocado, el cuerpo casi deshecho por las placenteras descargas de la cercanía su… de Naraku y la posesividad de su gesto. Lo conocía, sabía perfectamente que estaba celoso y, al parecer, Jack también lo notó.
—Nos vemos luego —dijo a modo de despedida, alzando las cejas sin muchas más ganas de seguir junto a ellos—. Con su permiso.
—Propio. —Le respondió Kikyō, viéndolo partir, complacida por el papel que había cumplido en esos momentos.
Naraku frunció la nariz y los labios, como si el veneno se siguiera extendiendo dentro de él, como si quisiera acabar con el ultimo ser sobre la tierra. La tomó por la muñeca al notar que ella aún observaba la dirección por la que aquel cretino se había largado, como si lo estuviera desafiando. Mucho tiempo le había dado ya, esperando poder hacer uso de ella como para que, en ese momento, se pusiera a coquetear con cualquiera.
—Oye —la zarandeó discretamente y Kikyō se giró para verlo, marcando una ligerísima sonrisa triunfal.
—¿Sí? —Su tono fue seductoramente inocente.
La soltó rápidamente y se acomodó el saco de su traje azul marino, alzando el mentón.
—Te veo fuera de la mansión en breve.
Ayame achicó los ojos, enfocando perfectamente la figura de InuYasha a lo lejos, justo frente a la playa. Se alzó un poco para divisarlo mejor sin tener que salir de la cabaña. Atrás, su familia conversaba alegremente mientras compartían los últimos pedazos de pizza y cantaban las canciones que sonaban en el estéreo.
—Sí, lo sé —rio Kagome, aún en la conversación de la familia de su amiga, acercándose distraídamente hacia ella—. ¿Quieres más pizza? —Regresó a verla—. ¿Ayame?
—Hace un buen par de minutos que salió a fumarse un cigarro y se ha quedado allá —comentó en voz baja, más para ella que para Kagome.
—¿Eh? —Kagome aún estaba un poco ebria por las risas y el buen rato, así que tardó en asimilar que estaba hablando de InuYasha.
—Kagome, ¿por qué no le llevas una gaseosa a mi primo? —ladeó un poco el rostro para dirigirse a ella, pero no dejó de ver a Taishō.
—Oh… —la chica tomó aire, procesando el pedido.
—De paso lo acompañas a tomarse una, ¿no? —Ahora sí que se concentró en Kagome, sonriéndole pícaramente, cosa que Higurashi no notó—. Así lo convences de que se integre a nosotros.
La joven puso los ojos en blanco por unos segundos.
—Está bien, está bien —repitió, enfurruñada—. Qué remedio. —Dio la vuelta y se dirigió a la pequeña nevera para escoger las bebidas—. Vuelvo en un segundo.
—Vuelven —corrigió Tanami, riendo.
Ese era ya el segundo cigarro. No lo había notado, la verdad es que nunca supo cuándo pasó el proceso de encender el siguiente automáticamente después de acabarse el primero. Cada vez que tenía el humo en su boca, lo soltaba solo después de que una nueva ráfaga de aire salado le moviera los cabellos. Suspiró, dejando reposar los brazos sobre sus rodillas flexionadas. Ese sería el último de la noche antes de volver con su familia y disfrutar de su compañía.
No podía evitar sentirse tan miserable en esos momentos, tan solo y abandonado como cuando sus padres se habían ido. La marcha de Kikyō había sido similar: tan de repente y tan dolorosa. Todavía recordaba lo fría que había sido, los detalles de ese momento que, aunque no pareciera, sí que los había notado. Las dudas, el constante pensar por qué había sido desechado de esa forma, en preguntarse qué había hecho mal y por qué no parecía ser suficiente para ella le carcomían el cerebro. Bien, en general, se sentía muy estúpido y utilizado. Volvió a fumar, intentado rememorar momentos felices. No había llorado ni una lágrima acerca de su ruptura, pero estaba terriblemente frustrado e irritable, cuestionándose y despreciando su soledad.
Estaba tan concentrado en sus pensamientos que no escuchó el crujir de las hojas tostadas sobre la arena, de esas que trae la marea cuando sube. Fueron pasos sencillos y livianos. Pocos segundos después, se alertó cuando alguien se sentó de súbito a su lado. La vio rápidamente, con la parte superior de su traje de baño azul y unos shorts jeans, bastante cómoda y playera.
InuYasha parpadeó un par de veces… no la esperaba ahí, en el instante en el que estaba meditando sobre tantas cosas que le hacían sentir una mierda, justo en ese momento llegaba ella, como la vez en el matrimonio de Sango.
Como una compañía idónea que él no pidió y de la que ni siquiera era consciente sobre su importancia.
—¿Por qué no te integras? —Suspiró Kagome, aún con las heladas botellas de vidrio en las manos—. Ayame me mandó por ti.
El aludido volvió a mirar el chocar de las olas en silencio, con aquella maravillosa brisa marina inundando sus sentidos. Kagome había sido su opción principal para averiguar los motivos de Kikyō, pensó en acercarse a ella para pedirle ayuda luego, pero no sabía cómo manejarlo, no entendía siquiera que eso era cruel y egoísta, él solo quería una respuesta que, obviamente, no llegaría por boca de su ex.
Quizás ese era el momento.
—¿Qué traes ahí? —Se aventuró a preguntar, tratando de iniciar una conversación.
—Ah, Ayame me pidió que te trajera una gaseosa y de paso para mí también —sonrió, extendiéndole la botella.
InuYasha la recibió y sonrió apenas, un poco incrédulo.
—¿Cómo le ha atinado? Ella siempre confunde las marcas —observó la etiqueta pintada en el envase y después de unos segundos, le dio un buen trago. Le hacía falta.
—Oh, las escogí yo —comentó relajadamente, mientras se llevaba un trago de la suya. InuYasha se quedó con la boca medio abierta, pestañeando de forma pesada—. Aún tomas de esas, ¿no? —Supuso, viéndolo directamente.
InuYasha asintió, como sorprendido.
—¿Cómo lo supiste? —Soltó. El cigarrillo se quemaba solo en el ambiente, soltando su humo sin prisas—. ¿Soy tan evidente?
Kagome soltó una risa jovial, como si la respuesta fuera lo más obvio del mundo.
—Por Dios, InuYasha —por primera vez en el día se atrevió a dirigirse a él de forma personal—, salíamos hasta dos veces por semana a WcDonald's, pedías esta gaseosa todas las ocasiones —volvió a beber, recordando aquellos momentos de risas—. Cualquiera que te ponga tres minutos de atención se daría cuenta. —Se quedó en silencio un segundo—. No creo que seas evidente, solo eres descomplicado y no escondes tus gustos —se encogió de hombros, tan relajada, como ajena a todos los pensamientos de InuYasha—. En fin, no hablemos más de tonterías.
Taishō volvió la vista a su botella y recordó la última vez que vio a Kikyō, cuando le pidió aquella bebida que a él no le gustaba y le fue imposible no comparar esa situación con la actual. Kagome y Kikyō eran hermanas y se parecían mucho en algunos aspectos, pero en general, parecían personas prácticamente opuestas. Negó lentamente: no, no eran tonterías, era un detalle que le tomó por sorpresa.
—Entonces me ponías atención —comentó después de un rato, ignorando lo último que la chica había dicho—. Dime, ¿cómo me gustan las hamburguesas?
—Ah, esa es muy fácil —observó claramente cómo su rostro se iluminaba antes de empezar a hablar de cosas que se trataban de él mismo. No lo pudo creer—, doble carne y doble queso, sin cebollas, con mucho tomate, más salsa de mayonesa con especias que salsa de tomate y que la salsa picante no pique demasiado —pareció acordarse de algo gracioso—, una vez hiciste un berrinche porque la salsa estaba muy picante y no pudiste comer tu hamburguesa, así que Kōga se la comió por ti justo cuando Miroku la iba a atacar.
—Ah, ¿sí? —Sonrió nostálgico, remembrando un par de cosas de esas épocas en donde parecía ser algo más feliz que en esos momentos.
—Sí, literalmente hablaste con la lengua fuera de tu boca —soltó una sutil carcajada que InuYasha sintió muy contagiosa— diciendo: «esta comida hace que me arda la lengua».
InuYasha le volvió a poner atención a su cigarrillo y también a la playa.
—Ya veo… —susurró después. Kagome había intentado animarlo, pero él aún parecía herido y era normal—, recuerdas todo eso.
—Éramos amigos —ella también se sintió nostálgica con aquello último—, los amigos recordamos esas cosas.
Amigos.
InuYasha la vio de nuevo, examinándola esta vez, intentando contar las puntas rebeldes de su fleco azabache, observando su perfil perfecto y dándose cuenta por primera vez en muchísimo tiempo, de que Kagome había crecido: sus facciones se miraban más maduras, incluso, ligeramente más grandes de lo que recordaba, aunque sus ojos seguían brillando como los de la chiquilla de diecinueve años que él había conocido a los veintiuno. Parecía mentira que hubieran pasado casi cuatro años. El tiempo simplemente volaba.
—¿Crees que deberíamos volver a serlo? —Le inquirió de pronto, muy sinceramente y sin segundas intenciones.
—¿El qué? ¿Amigos? —Respondió rápidamente, riendo por la broma—. Es un buen chiste. —Volvió a beber gaseosa.
InuYasha pestañeó un par de veces, sin entender por qué parecía no haberle tomado la seriedad que él había inyectado en su proposición anterior.
—No es un chiste. —Alzó el mentón, al no obtener su atención—. ¿Crees que podríamos volver a ser amigos? —Sabía perfectamente lo que había detrás de su anterior relación, pero esta vez, quería que fuera distinto. Las cosas eran distintas.
Kagome entreabrió la boca, muy sorprendida por la reciente pregunta y el tono serio que InuYasha había utilizado. Se quedó callada, sin saber qué decir. «Volver» a ser amigos parecía ser una idea muy forzada, las amistades eran genuinas. No era una relación tóxica en la que rompes y vuelves cada vez que se te da la gana. Podrían intentar llevarse bien, tal vez. Lo de antes no, definitivamente no.
—En primera, ni siquiera sé por qué empezamos a llevarnos tan mal —rio nerviosa, evadiendo la reciente incógnita y bebiendo más gaseosa para dispersar la atención de su tutor. Claro que sabía por qué, suponía que ambos lo sabían, pero no lo iban a mencionar—. ¿Fueron las clases de matemáticas?
—Seh. —InuYasha respondió automáticamente, como si decir eso cambiara el hecho de que su relación con Kikyō había sido una de las principales causas. Y no quería recordar los otros porqués que aún le jodían un poco, aunque no quisiera.
—Podríamos intentar llevarnos mejor, sí —Kagome pensó que se veía muy mal que justamente después de aquella ruptura, ellos «intentaran volver a ser amigos». Se sonrojó levemente y se sintió muy mal por su hermana, como si la estuviera traicionado—. ¿Qué dices tú?
—Está bien para empezar —le dio algo de tranquilidad saber que ella había aceptado llevarse mejor con él y dejando atrás aquellos antiguos pensamientos incómodos—, y creo que, con un buen comienzo, pues respondo tus mensajes con dudas sobre matemáticas en mi número personal —le dijo burlón.
—Empezaré a enviarte memes, si quieres. Tengo unos buenísimos sobre gatos.
—Nunca caen mal los memes de gatos. —Alzó su botella y le invitó a brindar—. Me agrada la idea. —Chocaron los cristales y rieron. InuYasha llevó la mano a su bolsillo y extrajo su cajetilla medio vacía y un encendedor—. Esta vez traje más para que no me quites —le extendió ambas cosas—, ¿quieres uno?
Kagome agachó la cabeza, apenada pero divertida, recordando lo que había pasado en la boda de Miroku, por sus nervios y por todo, que le había quitado el cigarro de la boca a InuYasha.
—Lo siento, ¿sí? —Tomó uno, lo llevó a su boca y se acercó hasta la llama que InuYasha le estaba ofreciendo. Con ambos dedos lo sostuvo unos segundos hasta darle la primera fumada—. Cae muy bien con esta noche tan fresca. —Susurró—. Por cierto, ¿esta nueva amistad significa que me dejarás menos tarea? —Le preguntó esperanzada.
—Estás loca solo con pensarlo —rio incrédulo.
—¿Esta amistad admite golpes por frustración? —Puso los ojos en blanco y negó. Bien, convencerlo de ser más condescendiente con respecto a sus clases era un caso perdido.
—No lo creo.
—Qué porquería de amistad.
InuYasha, esta vez, sí soltó una carcajada.
Las exhalaciones de ambos eran lo único que se escuchaba. Los gemidos ahogados en la garganta de Kikyō eran el combustible de las salvajes embestidas de Naraku, que, apoyándola contra aquella pared blanca y fría, se deleitaba de las curvas femeninas que no había tocado en poco más de dos años. Deliciosa como la recordaba y tan suya como siempre.
La fricción de sus cuerpos era simplemente enloquecedora y la adrenalina de tomarla en un lugar con gente tan cerca le llenaba de tanta excitación, que parecía imposible poder disiparla incluso estando dentro de ella. Le presionó las manos contra la pared y frenó la rapidez de sus embestidas, haciéndola más tortuosa. Kikyō sintió aquel típico dolor placentero en sus caderas, con el centro palpitante y ansioso por seguir con aquel ritmo desenfrenado que estaba a punto de llevarla de nuevo a un placentero infierno de la mano de Naraku.
—¿Po-por qué paras…? —Logró articular, con el corazón en la garganta.
—Di que eres mía, Kikyō —le susurró al oído con la voz ronquísima. La aludida se deshizo, ella juraba que se estaba deshaciendo. Él le apretó los senos, aún cubiertos por la ropa—. ¿Eres mía o de aquel cretino gringo que besó tu mano esta noche?
Nuevamente, Higurashi no pudo evitar su sonrisa de satisfacción. Otra embestida suave que le quitó el aliento. No podía hacer eso justo cuando el orgasmo estaba tan próximo. Desde su ángulo, volvió a permitir que se deslice dentro y lo aprisionó con sus paredes tibias y ansiosas, arrancándole un gruñido.
»—Juega limpio, dulzura —la tomó por el cabello y lo apartó para lamerle el cuello, volviendo a embestirla con rapidez. Su cuerpo no soportaba ese tipo de cosas. La maldita sabía que eso lo volvía loco.
—¿Estás… celoso…? —Soltó unos gemidos pasionales, sin poder evitar el placer que se acumulaba pronto en su vientre.
Él no dijo una palabra, no podía dejar de exhalar duro, al ritmo de sus entradas y salidas que parecían ser más rápidas, como presintiendo el clímax. Era tan intenso y tan vivo… Kikyō no se había sentido así en años, no podía comparar aquel placer. Lo tomó por la nuca desde su ángulo, echando atrás la cabeza, rindiendo su cuerpo a él.
Siempre a él.
—¡Vamos, dímelo! —Jadeó, con las sienes a punto de explotarle y el orgasmo en las puertas de su miembro.
—¡Ah… sí…! —Roja, sudada, con la boca tratando de alcanzar aire para sus pulmones, se aferró de los cabellos negros rizados y se dejó ir, como hacía tiempo no se dejaba—. Sí, sí... —su pecho subía y bajaba, como si hubiera corrido 10 km—. Tuya… —susurró agotada, cerrando los ojos.
Cuando quiso pasar los estragos de su placer en el pecho de su amante, él la soltó y salió de ella con brusquedad. Se alarmó, aún con los sentidos descolocados por el bucle de sensaciones.
—Mierda… —masculló, sacando rápidamente un pañuelo para evitar extender la mancha de sus fluidos en el pantalón tan pulcro. Kikyō lo observó perturbada, sin entender por qué estaba tan irritado.
—¿Qué pasa?
—Arréglate ya, que nos vamos. Tengo que cambiarle, maldita sea.
El tipo ni siquiera la miró de vuelta para comprobar si estaba bien o no, se puso los pantalones, miró su aspecto, masculló otra palabrota y empezó a caminar hacia la entrada de la mansión. Kikyō se quedó ahí, helada por aquella frialdad y cinismo, sintiéndose una tonta, sintiéndose un objeto… intentó no desplomarse porque, al fin y al cabo, ella había querido eso, había querido volver a ser suya, sin recordar que ella jamás había dejado de ser lo que él le había dicho que era: un objeto.
Un-maldito-objeto.
Continuará…
Empezamos con lemon y terminamos con él, como debe ser. En medio, la pareja que más tiempo se va a tomar en llegar a esto: mi InuKag. No se preocupen, no pienso hacer de este fic un contenido «smut», intento regular mucho las escenas eróticas cuando me parecen necesarias.
¡He visto que han estado muy impacientes por el InuKag y me aterra, porque está lejos! Lo siento tanto, sé que quieren InuKag ya y aún no les puedo dar. No se desesperen, yo los amo mucho qwq
Prometo que cuando se desate la locura, ustedes serán bien recompensados. Lo que pasa es que esto de la ruptura tiene a InuYasha muy confundido, ha pasado poco. Pero les tengo pronto una bonita escena de ellos, estoy ansiosa porque la lean. Ya es para el siguiente capítulo, obviamente.
Por cierto, no se preocupen si por ahora ven mucho NaraKyo por aquí, hacia los capítulos 9-13, se trata mucho InuKag para mantener el balance de ambas parejas que son igual de importantes.
Oh, la nueva pareja presentada sí tiene su papel clave, por eso mostré una pequeña escena y de las pocas que tendrá.
Y por demás, recordarle a Gabriela lo maravillosa que es y lo mucho que la amamos algunas personas. Gracias por ser quien eres y por dar todo tu amor incondicional, te mereces el cielo.
Gracias a todos quienes han leído: angieejp, GabyO13, Nena Taisho, Dubbhe, Lis-Sama, Bilanci, Iseul, Marlenis Samudio y Lhya199. Nuevamente también a las chicas que me dejan un comentario en mis publicaciones de la página y que siguen este fic [se ha ganado sus lectores y me hace sentir muy bien eso, ya que tengo algo de inseguridad siempre, así que lo agradezco demasiado]. ¡Son todas mis diosas hermosas! Gracias por cada comentario.
Oh, y un saludo especial a mi beta bruxi por empezar a leer esta rara historia, por interesarse en lo que hago, por su apoyo y recuerda que eres fuente de mi aprendizaje y tienes todo mi cariño y admiración. Gracias por enseñarme tanto a través de tu arte.
