Polidrama - Capítulo 6

-La verdad no sé qué hacer. Yin me insiste que debo contarles a las chicas lo más pronto posible. ¡Y sé qué debo hacerlo! Pero hay algo que no sé, me congela, y me es mucho más fácil cambiar de tema y olvidarme del asunto. Y luego me viene ese pesar por no haberles dicho. Así voy a terminar diciéndoles el sábado en la mañana… ¿Y si Millie no puede ir? Es que de repente la llaman del trabajo y simplemente se va. Además, me pone muy nervioso imaginarme qué va a pasar el sábado. No lo sé, luego de conversar con el Maestro Yo en el hospital, estoy comenzando a pensar que todo esto es una mala idea.

Yang se encontraba acostado sobre su cama mientras conversaba con lo que parecía ser un hada. El ser mágico era una chica que aparentaba tener unos treinta y tantos, con una tez tan blanca como los cabellos de Lincoln. Era pequeña como un bebé de tres meses, y flotaba sobre una silla acolchada junto a la cama. Tenía el cabello oscuro brillante con un peinado de honguito. Usaba un vestido granate con una falda y un chaleco sin mangas color negro. Usaba un par de anteojos con un marco redondo, negro y grueso, dándole un aspecto de hípster. Se encontraba concentrada tomando apuntes mientras el conejo hablaba, o eso parecía. Al revisar sus anotaciones, en realidad se podía apreciar que estaba completando un crucigrama.

-Pero, ¿qué te dijo tu padre ese día? –le preguntó sin levantar la vista de su actividad.

-Este… -el conejo se logró reincorporar sentándose sobre la cama, mientras intentaba hacer memoria sobre aquella conversación.

El silencio llamó la atención del hada, quien alzó la vista para observar al conejo. Pudo verlo con la mirada perdida en el infinito, y su mente perdida entre sus recuerdos.

-¿Fue algo malo? –cortó el silencio.

-Es solo que –intentó forzarse en armar una propuesta que recogiera su pensar con total sinceridad-… temo decepcionarlo de alguna forma.

La hada dejó de lado su crucigrama y se concentró en el chico cruzando sus piernas.

-¿Qué es lo que espera tu padre de ti? –le preguntó.

-Bueno, que me tome esto en serio –respondió regresando a recostarse sobre la cama-, que no cause más problemas por culpa de mi decisión.

-¿Y te lo estás tomando en serio? –volvió a preguntar la chica.

-¡Por supuesto que sí! –alegó volviéndose a reincorporar-. Te juro que de verdad lo intento, pero…

El hada arqueó una ceja, atenta al remate.

-No alcanzaron a pasar veinticuatro horas cuando ya teníamos a un tipo en el hospital –sentenció.

-Yang –respondió la chica-, no puedes hacerte cargo de lo que hagan los demás. Solo debes preocuparte de ti y de tus chicas.

Yang se recostó de golpe sobre su cama, rebotando su cabeza sobre la almohada.

-Cuando ustedes decidieron el camino del poliamor, tú eras el más contento y decidido. Prácticamente terminaste dirigiendo la reunión en donde escribieron el acuerdo. Estoy totalmente segura de que si sigues con ese espíritu lo harás perfecto.

-¿Y si para él el poliamor no es algo correcto para mí? –preguntó el conejo con aprensión.

-¿Qué te hace pensar eso? –preguntó el hada con determinación.

-No lo sé, es solo una idea… -respondió el conejo volviendo a sentarse sobre la cama.

-Yang, no puedes dar por hecho simples ideas –le aconsejó la hada con suavidad-. ¡Convérsalo con tu padre! Conversando siempre se soluciona todo.

-¿Y si ellos tienen razón? –respondió afligido- ¿Y si en el fondo estoy eligiendo este camino porque simplemente no me puedo elegir entre Millie y Leni? ¿Y qué pasa si con todo esto termino haciéndoles mucho daño?...

-Tranquilo, tranquilo –lo interrumpió acercándose flotando a la altura de su cabeza-. No te ahogues en un vaso con agua. El tiempo responderá todo eso. Por ahora, debes enfrentar esto con la seguridad que sé que tienes en el fondo, allí adentro.

Yang la miró, y ella le regaló una sonrisa de confianza.

-Sé, que lo harás bien –le dijo tocando su hombro-. Yo confío en ti.

Ese instante de confianza apaciguó cualquier tempestad de duda. Al menos había alguien que confiaba en su decisión.

En eso se abrió la puerta y apareció Leni. Se encontraba con su característica sonrisa amplia. Llevaba un sombrero de paja con una ala tan ancha que apenas la dejó atravesar el umbral de la puerta. Entre sus manos colgaban una docena de bolsas de cartón con distintos logos de grandes tiendas estampadas en cada una. Estaba cargada con compras del centro comercial.

-¡Yang! –lo saludó con ánimos-. ¡Te había escuchado por aquí y vine a buscarte!

Luego se percató de la presencia de la hada, y la saludó.

-¡Señorita Mushroom! ¡Qué sorpresa! Justo me estaba acordando de usted mientras compraba en el sombrerazo de la Galería de Billy y le compré uno especialmente para usted.

De inmediato, la chica dejó sus compras en el suelo, y con ahínco se dedicó a revisar cada una de las bolsas.

-¡Oh! ¡Aquí está! –respondió sacando un sombrero de mezclilla oscura con un ala de medio metro y una cinta granate que rodeaba su contorno.

-¡¿En serio?! ¿Es para mí? –preguntó la hada con emoción acercándose a la chica.

-¡Pero claro! –respondió Leni entregándoselo-. Cuando lo vi me dije a mi misma: Leni, este sombrero fue hecho para la señorita Mushroom. Y no puedo permitir que un sombrero no llegue al dueño que tiene predestinado –agregó con una extraña seriedad y determinación para las palabras escogidas.

-¡Está hermoso! ¡Muchas gracias! –le agradeció la señorita Mushroom mientras se probaba el sombrero-. ¡Me queda perfecto!

-Y para ti, Yang, traje un sombrero muy especial para ti –agregó Leni con una sonrisa mirando al conejo.

-Leni, no tenías por qué hacerlo –respondió con un dejo de vergüenza mientras se volvía a sentar sobre la cama-, tú sabes que no estoy acostumbrado a usar sombreros.

-¿Ni siquiera de esta clase? –la chica sacó de entre sus bolsas una cajita pequeña, que al acercarse al conejo, él pudo percatarse que contenía tres condones.

Leni sentó entre las piernas del conejo y le regaló un beso apasionado antes de que él pudiera replicar. Como respuesta, Yang la rodeó con sus brazos y respondió su beso con más pasión. Pronto, terminaron recostados sobre la cama, con ella encima del conejo. Los besos se multiplicaron y se esparcieron por el cuello mientras que ella comenzaba a subirle la camisa.

-¿Y si llega Millie? –Yang se detuvo repentinamente asustado.

-¿Qué no leíste los mensaje que dejó en el grupo de Whatsapp? –respondió la chica-. Tiene horas extra. Va a llegar tarde. Podemos aprovechar –agregó con una sonrisa pícara.

Yang no podía negarse a tamaña propuesta. Con un nuevo beso apasionado aceptó, entregándose al placer. Pronto, sus manos bajaron hasta las pantorrillas de la chica, comenzando a subir su falda entre beso y beso.

A un lado, y sin que los amantes se dieran cuenta, se encontraba la señorita Mushroom observando todo sin perderse el menor de los detalles. De improviso, se abrió un agujero de gusano a su lado, y apareció un patito de hule. Sin que la hada se percatara de lo que estaba sucediendo, el patito de hule la agarró del cuello de su vestido, y la arrastró hacia el agujero. Luego de esto, el agujero desapareció.

-¡Vaya! ¡No traes ropa interior! –se oyó la voz agitada y excitada de Yang.

A la mañana siguiente, Yang bajó a la cocina y encendió la cafetera. Desde ahí, pudo ver que en el sofá del living se encontraba Millie durmiendo. Dejó su tazón en la mesa de la cocina y se dirigió silenciosamente hacia el living. La chica dormía plácidamente, mientras que su bolso yacía a un costado del sofá. Al conejo le enterneció verla. Se veía como un angelito descansando en el paraíso. Lamentablemente, el reloj anunciando las siete de la mañana le obligaba a despertarla.

Él se acercó y se arrodilló junto a su cara. Se quedó un par de minutos perdido en su rostro angelical. Le acariciaba la mejilla con suavidad mientras una sonrisa afloraba de su boca. Solo pretendía abrazarla y dormirse junto con ella. Ni siquiera se dio cuenta cuando acercó sus labios y le regaló un beso enternecedor. Se sentía en la gloria, en un campo indestructible a prueba de problemas y aflicciones. Ella sacaba lo mejor de él. Era su vida, su felicidad. Pudo notar que le respondía el beso y que con su mano le acariciaba el mentón. Era completamente suya.

-¿Qué hora es? –le preguntó reincorporándose y restregándose los ojos debajo de sus lentes.

-Son apenas las siete –respondió Yang poniéndose de pie-. Tengo la cafetera funcionando.

-Creo que lo necesitaré –respondió la chica estirándose-, junto con un baño.

-¿A qué hora llegaste anoche? –le preguntó el conejo.

-No lo sé, entre la una y las dos –respondió Millie con naturalidad.

-¡¿Qué?! ¿No crees que es muy tarde para horas extras? –exclamó el conejo.

La chica no pudo más que suspirar. Tenía toda la razón en sorprenderse. Poco podía hacer. El trabajo era escaso, especialmente si no pretendía abandonar aquel pueblo.

-Millie, ¿no has pensado en, no sé, cambiar de empleo? –Yang se sentó a su lado.

-Llevo meses tirando currículum por todos lados –respondió la chica-, pero nadie ha respondido. En esta ciudad todo el mundo piensa que mantener los sistemas informáticos es tan fácil que los jefes lo hacen por su propia cuenta. Contratar a alguien que se encargue exclusivamente para eso es una pérdida de dinero según ellos.

-¿Y qué crees que pase con ellos?

-Pues el día en que sus hojas de Excel colapsen, perderán todos sus datos y se irán a quiebra –respondió Millie con una sonrisa de satisfacción-. Mientras tanto, tendré que conformarme con lo que tengo.

-Bueno, ellos se lo pierden –Yang la rodeó con su brazo por la espalda y se acercó peligrosamente a sus labios.

La chica le sonrió ante tal hazaña, y le respondió con un largo beso en los labios. El conejo aprovechó para rodearla por la cintura e intensificar su beso. Ella respondió rodeándolo con sus brazos y apegando sus cuerpos.

-¡Buenos días, chicos! –Leni se apareció en la habitación, cortando el momento de golpe.

De inmediato, ambos chicos se separaron, instalándose en cada extremo del sofá. Ambos intercambiaban sus miradas avergonzadas entre ellos y Leni. Se peinaban constantemente con sus manos en su afán por borrar cualquier evidencia de lo ocurrido. Leni los observaba divertida ante la reacción.

-¡Tranquilos chicos! A mí no me molesta –les respondió.

Ante el silencio, agregó:

-Sé que nuestro acuerdo incluye que no debemos hacer nada delante del otro, ¡pero ustedes no hicieron nada! ¡Yo me aparecí de repente! Así que no cuenta, ¿no?

El incómodo silencio se seguía extendiendo.

-¡Parece que el café ya está listo! ¡Iré a traerlo! –se ofreció Leni.

-No es necesario –Yang se puso de pie-, nosotros iremos a la cocina.

-Y yo iré a darme un baño –agregó Millie poniéndose de pie-, creo que con eso despertaré un poco más.

Más tarde, durante el desayuno, Yang se decidió por informarles a sus novias sobre la invitación de su padre. Leni, como siempre, se sintió feliz y encantada por la invitación. Millie no tuvo problemas, e incluso les contó que era poco menos que imposible tener horas extras aquel sábado. Es así como la visita quedó zanjada para aquel fin de semana.

Con un problema menos, Yang emprendió su viaje rumbo a su trabajo. Era bueno para caminar, así que las largas distancias le eran la nada misma. Un nuevo impulso lo llevaba a dar un paso delante de otro. Tenía un problema menos encima. Sus pesares y aflicciones habían sido borrados por el poder del amor. Amaba a Leni. Amaba a Millie. No podía decidir, y eso no era malo. La formalización del poliamor lo sustentaba. Aquella formalización demostraba que se estaba tomando esto en serio. Aquella formalización, con acuerdo y todo, eran prueba fidedigna de que iba a tratar con cuidado el corazón de ambas, y que no lo dañaría ni por casualidad. Mientras pusiera todo de su parte, todo saldría bien.

Se encontraba casi volando, sin darse cuenta del camino, cuando de improviso chocó con alguien al llegar a una esquina.

-¡Oye! ¡Fíjate por donde vas! –le alegó.

-Disculpe, fue mi culpa –Yang se puso de pie de un salto, y se percató con quien había chocado.

Era una joven rubia de ojos verdes azulinos y tez muy clara. Vestía un traje ejecutivo color morado sobre una blusa color marfil con encajes. Su bolso de cuero oscuro derrapó por el suelo, desparramando unos cuantos papeles. La chica se encontraba tirada en el piso.

Antes que la chica respondiera, el conejo recogió con agilidad todos los papeles y los guardó en el bolso antes que cualquiera de los peatones los pisaran. De un salto se acercó a la chica y le extendió una mano para ayudarla a ponerse de pie.

-Muchas gracias –le respondió la chica aceptando la ayuda del conejo.

-¿Está bien? ¿No se hizo daño? –preguntó el conejo con preocupación luego de ver los tacones de sus pies. Para él era un desafío para las mujeres andar con esos zapatos. Temía que se hubiera roto un tobillo con la caída.

-No, estoy bien, gracias –respondió la chica limpiándose el polvo de su traje.

-Tenga –le dijo el conejo acercándole el bolso.

-Gracias, muy amable –le respondió la chica con cortesía.

Se quedaron unos cuantos segundos mirándose mutuamente sin saber cómo continuar. A la chica le atrajo aquella mirada violeta del conejo. A él le llamó la atención su delicada sonrisa. Parecía una hazaña del destino aquel encuentro, y nadie se atrevía a dar el primer paso.

-Bueno, tengo que irme –la chica fue la primera en hablar-. Cualquier cosa puedes llamarme –agregó sacando una tarjeta del bolsillo de su chaqueta y entregándosela al conejo.

-Muchas gracias, eh… Fiona Manson –respondió Yang revisando la tarjeta. Esta contenía su nombre y un número de teléfono junto al logo de la famosa cadena televisiva de la ciudad, ATTV-. ¿Trabajas en televisión? –consultó al ver las cuatro letras blancas sobre un rectángulo negro.

-Bueno, podemos conversar eso y mucho más con un café –respondió la chica con una sonrisa enigmática.

-Bueno, tal vez te llame –respondió el conejo siguiéndole el juego mientras guardaba la tarjeta en su bolsillo.

-Solo quisiera saber el nombre de mi héroe –prosiguió Fiona.

-¡Ah sí! Soy Yang Chad. Enseño Woo Foo junto a mi hermana en un local del centro comercial.

-Suena interesante –respondió la chica-. Creo que tenemos mucho de qué hablar esta tarde.

-¿Esta tarde? –preguntó el conejo confundido.

-Nos veremos en la mesa de Lynn hoy a las cinco –prosiguió la chica dándose la media vuelta.

-¿Qué? –volvió a preguntar el conejo, pero la chicha ya había emprendido la marcha.

Mientras tanto, Leni arribaba en la boutique que atendía junto con sus amigos.

-¡Leni! ¡Te nos desapareciste anoche! –Miguel fue el primero en interceptarla.

-¿Qué? –preguntó la chica confundida.

-Quedamos en reunirnos en la discoteca ayer a las ocho –secundó su amiga Fiona-. Nos dijiste que irías a tu casa a cambiarte, y nunca más regresaste.

-¿Acaso no viste los mensajes y las llamadas perdidas en tu celular? –agregó Max.

-Mi celular… -musitó la chica pensante, intentando recordar cuándo fue la última vez que lo había visto.

-¡Vamos chica! –Fiona rompió la meditación de Leni-. ¿En qué anduviste anoche?

-A pie –respondió la chica con sencillez-. Llegué a mi casa y me encontré a solas con Yang. Así que aprovechamos de hacer el amor.

Sus amigos quedaron de una pieza ante tan directa confesión. Leni los observaba con una sonrisa, ignorante del peso de lo que acababa de decir.

-¡Vayas! ¡No pierdes el tiempo! –comentó Miguel intentando romper el silencio.

-La vida es una sola –respondió Leni caminando hacia la caja-. Hay que aprovechar las oportunidades, ¿no?

-¡Eso es cierto! –exclamó Max-, como por ejemplo el Festival de Anasatero. ¡Es la oportunidad perfecta para aumentar nuestras ventas!

-¡Sí! –agregó Fiona-. Las fiestas populares siempre son ventas seguras, especialmente si nos ponemos a tono con la festividad.

Leni los observó con confusión, para luego preguntar:

-¿Y qué se celebra?

-¡Vamos! ¿No lo sabes? –preguntó Miguel sorprendido.

-Esto se enseña en todas las escuelas de la ciudad –agregó Fiona-. ¡Desde la primaria!

-¡Oh vamos! –respondió Leni con ligereza-. Ustedes saben que no era muy buena para la Historia, ni para las matemáticas, ni para ciencias, ni para…

-Sí, sí, ya te entendemos –intervino Max-. Mejor que te lo explique la televisión.

El chico encendió un pequeño y viejo televisor cuadrado que estaba sobre el mesón de la caja, desde donde aparecieron las primeras imágenes.

-Nos encontramos a las afueras del ayuntamiento a las espera del alcalde, el señor Patricio Torres, quien nos aclarará durante las horas de esta mañana los detalles del centésimo séptimo quinto aniversario de nuestra ciudad Anasatero. El Festival de Anasatero, recordemos, es una festividad que se extiende por siete días, que incluye diversas actividades, entre la que destaca el Gran Carnaval del Pato, evento que atrae muchos turistas para la ciudad.

Quien presentaba las noticias era una perrita de pelaje celeste y peinado lila. Traía un traje formal color azul marino y en sus manos se podía ver un micrófono con el logo del canal de televisión de la ciudad. Se encontraba a la intemperie, cubierta con un sol brillante, y con un edificio blanco con muchos escalones en su entrada de fondo.

-¡Esperen! –exclamó de pronto mirando hacia un costado-. El alcalde acaba de salir. ¡Vamos a entrevistarlo!

Desde las gruesas puertas de roble, salió un pato de hule de por lo menos un metro de altura y metro y medio de largo. Era de un brillante y vivo color amarillo. Traía una corbata a rayas blancas con beige, amarrada bajo un cuello blanco. Detrás de él aparecí yo. Venía con las manos en la espalda, que me obligue a sacar para tapar un poco el brillo del sol proveniente del exterior.

-Tenemos aquí al alcalde, el señor Patricio Torres –anunció la periodista mirando hacia la cámara. Luego se coló por entre los demás periodistas y se logró acercar al pato-. Cuéntenos, señor Torres, ¿qué novedades nos espera del Festival de Anasatero este año?

-Es Pato Torres y la boca te queda ahí mismo –alegó el pato. Luego, se aclaró la garganta y prosiguió con solemnidad-. En la celebración del aniversario número ciento setenta y cinco de nuestra ciudad Anasatero, pretendemos recordar los valores que nuestro fundador, el Caballero Desconocido, nos legó el día en que fundó nuestra ciudad. Él tenía un sueño, pretendía que todas las comunidades vivieran en paz y armonía, sin ninguna clase de racismo ni discriminación por especie. Mi deseo es conseguir, a través de una celebración espectacular y sana, desenterrar los valores de paz, armonía y unidad, que nuestra ciudad por bastante tiempo ha dejado olvidado. Es la oportunidad de sellar las heridas del pasado, y construir un brillante futuro para Anasatero. Muchas gracias. Ahora, si me disculpan, debo ir al Centro Comercial para reunirme con los comerciantes para ajustar algunos detalles de la celebración.

La muchedumbre de periodistas intentó seguirlo, pero él fue más rápido, además que yo ayudé bastante a retener a los intrépidos periodistas. El bombardeo de preguntas quedaron flotando en el aire.

-Parecen pirañas –comenté una vez que pude alcanzar al pato. Juntos atravesábamos el parque frente al ayuntamiento.

-Supongo que eso es bueno –comentó el pato dando saltos para caminar.

-Por cierto, excelente discurso –comenté.

-Como siempre –respondió con una sonrisa.

El alcalde Torres lleva alrededor de veinticinco años como alcalde de Anasatero, elegido cada cuatro años por una amplia mayoría. A pesar de ser un tanto mañoso, el legado que le dejó a la ciudad es casi tan valioso como el del mismo Fundador. Esto le ha permitido ganar sin problemas cada elección, junto con el cariño de la gente.

-Buenos días, señor alcalde –lo saludó un viejo perro color azul marino.

-Buenos días, señor alcalde –una mujer pasó por nuestro lado corriendo con un ajustado traje de gimnasia.

-Buenos días señor alcalde –saludaron un par de parvularios junto con su veintena de niños que traían en hilera.

A cada saludo, el patito le respondía agitando su cabeza y un ala.

-Estas fueron las palabras de nuestro alcalde, el señor Torres. Desde el ayuntamiento, fue el trabajo de Lina Swart y Lorn Carnage desde la cámara. Adelante estudio.

El chico le avisó a tiempo cuando salieron del aire. De inmediato, Lina se alejó del cuadro de la cámara para bajar las escaleras rumbo a la camioneta del canal. Con pesar, el chico debió cargar el equipamiento de su cámara dirigiéndose a su siga.

-¿Por qué tiene que haber tanto sol en esta zona del país? –se quejó el chico mientras acomodaba cada elemento al interior de la camioneta.

-Al menos este sol no es caluroso –contestó Lina ayudándolo con el equipamiento.

-Eso hasta el mediodía –se quejó el chico.

En eso, el teléfono de Lorn soltó una tonada de Blink 182. Al observar la pantalla, se percató que se trataba de su medio hermano Harley.

-¿Qué ocurre Harley? –le contestó dejando a Lina sola cargando el aparataje.

-Adivina quién acaba de llegar –fue la respuesta del chico.

-No, ¿quién? –contestó con interés.

-Fiona Manson –respondió Harley. El chico se encontraba tras bambalinas de uno de los estudios del canal de televisión.

-¡¿Qué?! –exclamó el chico-. ¡¿Ya volvió de chile?!

-Tal parece que la guerra civil acabó, o algo así –le informó su hermano-. La vi entrar en la oficina del jefe hace un rato.

-¿Qué está pasando? –preguntó Lina por detrás.

-Fiona Manson regresó –le informó Lorn alejando su teléfono para que Harley no lo escuchara.

-¿Regresó de chile? –preguntó con curiosidad.

-Parece –respondió el camarógrafo antes de regresar a la llamada.

-Cuando Coop se entere de esto… -oyó a Harley apenas regresó el fono a su oído.

-Escucha Harley –le interrumpió su hermano-, te prohíbo terminantemente que le digas a Coop. Por tu culpa ya no podemos siquiera pasar cerca de Millie. No quiero más problemas, ¿oíste?

-Está bien –respondió Harley-. Prometo no decirle nada a Coop.

Tras cortar la llamada, Harley se sonrió a sí mismo.

-Bueno, puedo decirle a cualquiera mientras no sea Coop –concluyó con una sonrisa cargada de pura maldad.

El segundo grupo de estudiantes se estaba despidiendo de Yang a la salida del local cuando Yin estaba llegando.

-A la horita –se quejó el conejo mirando su smartwatch. El reloj marcaba las once de la mañana.

-Tú sabes que tenía reunión del sindicato de trabajadores del centro comercial con el alcalde –respondió dirigiéndose hacia el fondo haciendo caso omiso a los comentarios de su hermano.

-¿Reunión con el pato? –preguntó Yang.

-Es por el Festival de Anasatero –contestó Yin.

-Se vienen días muy movidos –respondió su hermano cruzándose de brazos.

-Por cierto –Yin se volteó-, espero que les hayas dicho que…

-Sí, sí, ya les dije todo –la interrumpió el conejo-. Estaremos todos ahí el sábado.

-Este… bien, espero que esta vez sea en serio –improvisó Yin sin esperarse una respuesta afirmativa.

-¿Sabes Yin? –Yang se le acercó con propiedad-. Espero que llegue el día en que tengas la sensatez de admitir que mi decisión va en serio. ¿Quieres hechos? Pues los vas a tener pronto. ¿Quieres usar mi pasado para seguir aferrada a tu prejuicio? Es cosa tuya. Lo único que hoy a mí me preocupa es la felicidad de mis chicas, no la opinión de terceros.

Yin respondió en el mismo tono:

-Aunque tengas las mejores intenciones para ti y tus chicas, y suponiendo además que de verdad son capaces de ser felices en esta relación poliamorosa, jamás olvides que vives en medio de una sociedad. Los tres tienen familias y amigos, y no todos van a estar contentos con esta decisión. La pelea que tuve con Coop la otra vez es una clarísima prueba de lo que estoy diciendo. Y no, tu afán y determinación no van a borrar los prejuicios y malas intenciones de los demás. Debes tomarte esto en serio y tomar en serio todas y cada una de las consecuencias de tus decisiones de una buena vez. Te conozco, hermano. Te estás echando un peso más grande del que puedes aguantar. Apuesto que en menos de un mes vas a querer lanzar todo por la borda.

-¡Cuanta fe me tienes, hermanita! –exclamó Yang con sarcasmo.

-Estoy siendo realista –respondió con seriedad.

-Pues bien, voy a demostrarte a ti y al Maestro Yo que te equivocas –el tono de Yang era una mezcla de determinación con rabia-. Ambos van a saber que el Yang que conocían también puede hacer grandes cosas en pos de su felicidad.

Yin prefirió no insistir en el tema. Simplemente se dio la media vuelta y se dirigió rumbo a los vestidores. Ese acto molestó aún más al conejo.