Capítulo 6: Un guante raído.
Ginny caminaba cogida de la mano de Nate, en medio de la noche. Sabía que él le estaba hablando porque oía su voz de fondo. Pero no era capaz de escucharlo. Su mente bullía de actividad, nerviosa, mientras su otra mano estrujaba un guante raído con una bella historia que contar, de un tiempo pasado que ella añoraba con todo su ser.
—¿Te encuentras bien? —se vio obligada a escuchar, de pronto, al no poder continuar caminando.
Se dio cuenta de que Nate se había detenido y la estaba observando con insistencia.
—Sí —mintió—. Es sólo que la noche está más fría de lo que esperaba.
—Oh, regresemos, entonces. Podemos ir a tu casa, si quieres —le ofreció, con voz amable.
—No, a la tuya estará bien.
—Magnífico —le dedicó una amplia sonrisa de satisfacción.
En pocos minutos, ambos se hallaron tras los muros de una pequeña casa. Estaba amueblada de un modo bastante austero, aunque parecía acogedora. Insinuante, él le quitó el chal que había cubierto sus hombros. Y ella se dejó hacer.
—Una música relajante y, quizá, un whisky de fuego —él afirmó. Y sin esperar respuesta por su parte, se encaminó hacia una mesa donde había un extraño artefacto, que hizo sonar. Inmediatamente, una música suave, que incitaba a la intimidad, se adueñó de la estancia.
Sintiéndose profundamente inquieta e incómoda, Ginny observó cómo Nate llenaba dos copas con un líquido rojizo y oscuro. Con el guante raído aún bien oculto en una mano, con la otra cogió una de las copas que él le ofreció. Pero fue incapaz de beberla; aquel color le recordaba al de la sangre… al de aquella sangre que Harry había derramado hacía unos días… por ella.
—¿Pero qué estoy haciendo? —murmuró para sí.
Decidida, dejó la copa encima de la mesa y buscó la mirada de Nate.
—Lo siento. Pero tengo que marcharme —dijo con voz de disculpa, aunque firme.
—¿Marcharte? ¿De qué vas? ¿De qué va todo esto? —él preguntó, mirándola lleno de incredulidad.
—Yo no debería estar aquí. Esto no debería estar pasando —negó, con voz nerviosa.
Intentó ponerse el chal, de nuevo, pero él lo impidió.
—Iremos despacio, si es lo que quieres —le aseguró. Y besó su cuello, insinuante.
—No, Nate. He cometido un terrible error. Te lo repito: yo no debería estar aquí. Y esto no debería estar pasando —sentenció, dispuesta a marcharse inmediatamente.
—¿Pero tú de qué vas? Sabías que esto iba a pasar; y aún así, has venido —la acusó, airado.
—Sí. Y creía que quería que pasara. Pero…
—¿Pero qué? ¡Vamos, Ginny! ¡Estás en mi casa! ¡Tú misma has querido venir! ¡No me vengas ahora con reparos de niñata! —La cogió por la cintura e intentó besarla. Pero ella apartó su rostro, vehemente.
—¡No! —gritó, apartándolo de un fuerte empujón.
Él recompuso su orgullo herido como pudo. Se plantó frente a ella y la agarró por un brazo, con fuerza.
—Ah, no. Tú no me vas a dejar así. Has llegado demasiado lejos, gatita. Y en el fondo, lo estás deseando.
Se abalanzó sobre ella quien, asustada, le propinó un puñetazo brutal en la nariz. Nate profirió un grito de dolor y se llevó ambas manos a la zona maltratada. Inmediatamente, las retiró cubiertas de sangre, la miró con rabia e intentó abofetearla, sin conseguirlo.
—Pagarás por esto, zorra.
Ginny hizo caso omiso del inmenso dolor que taladraba su mano, lo esquivó ágilmente y salió corriendo de la casa con todas sus fuerzas y sin mirar atrás.
OO00oo hp oo00OO
Harry era incapaz de tranquilizarse. La advertencia que Hermione acababa de hacerle sobre Ginny, había logrado enloquecerlo, a pesar de que había negado a su mejor amiga cualquier indicio de preocupación, o de ayuda. Él le había pedido que regresase a casa, junto a Ron, y que no se preocupase, asegurándole que no podía suceder ninguna tragedia a Ginny estando protegida por Nate. Podría haberlo hecho tan sólo por orgullo… Y lo sabía. Sin embargo, no había sido así. ¿Pero qué esperaba Hermione que él hiciera?, se dijo con furia. Ginny había tomado su propia decisión. Y él no era nadie para cuestionarla. ¿Con qué excusa él podía presentarse en su casa, o donde quiera que estuviera? ¿Con qué argumento? Negó con la cabeza, frustrado.
Aún así, caminaba por el pasillo de su hogar, en Godric´s Hollow, como un león enjaulado.
De pronto, unos fuertes golpes en la puerta lo sacaron de aquel ritual de desesperación. Inicialmente sorprendido, sin embargo enarboló su varita y se acercó a observar por la mirilla, prudente. La última persona a quien esperaba hallar del otro lado era Ginny; pero fue a quien, sin embargo, halló. Parecía muy nerviosa y, sin duda, estaba llorando. Abrió la puerta rápidamente.
—Por Merlín… Pasa, pasa. —La cogió por los hombros y la obligó a entrar—. ¿Qué haces tú aquí? ¿Dónde está Nate? ¿Qué ha pasado con Nate? —le preguntó, vehemente, sintiendo cómo la furia se iba apoderando de todos sus sentidos con cada sollozo que ella emitía.
Ginny se abrazó a él con todas sus fuerzas.
—No he podido hacerlo, Harry; no he podido —confesó, llorosa. Buscó su mirada, llena de súplica.
—¿Hacer, qué? Por lo que más quieras, Ginny, ¿qué demonios es lo que ha pasado? —quiso saber, alarmado.
—No he podido acostarme con Nate —por fin confesó, mirándolo entre el llanto, suplicante—. Yo sólo puedo pensar en ti. Sólo en ti —declaró vehemente.
Inesperadamente, Harry clavó en ella una dura mirada y, con movimientos suaves pero firmes, la separó de su lado. Se acarició la barbilla, pensativo. Y la miró de nuevo, como si lo que ella acababa de confesarle no fuera con él.
—¿Y qué quieres que yo haga al respecto? —le preguntó, con voz gélida.
—Harry, te quiero, sólo puedo quererte a ti. ¡Siempre te he querido! —gritó, suplicante y desesperada.
—¡Ah! ¡Siempre me has querido! —respondió con sarcasmo—. ¡Pero nunca he sido lo suficientemente bueno para ti! ¿No es así? —la acusó, en un estallido de ira—. ¡Siempre has elegido a otro, antes que a mí! ¡A cualquier otro! ¡Menos a mí! ¿Qué cojones quieres que haga yo, ahora?
—Harry, por favor… Te lo suplico… —Ella era consciente de que él tenía toda la razón. Aún así, estaba en su casa, suplicando su cariño, suplicándole perdón. ¿Es que él no podía entenderlo? ¿Es que acaso no podía perdonarla?
—¡Estoy hasta las narices, Ginny! ¡Cansado! ¡Agotado! ¡No puedo más! —dejó claro, dando rienda suelta, por fin, a todo el dolor, la frustración y la ira que lo habían embargado durante años.
—Tú… ¿también me quieres?
—¿Tú qué crees? —bufó, indignado—. ¡Siempre te he querido! ¡Pero eso, a ti nunca te ha importado lo más mínimo!
—¿Y por qué me dejaste, cuando la Segunda Guerra terminó?
—¿Que yo te dejé? —La traspasó con una mirada de incrédulo desprecio. Le dio la espalda, furioso y, cuando la encaró de nuevo, su rostro había adquirido la inexpresión y la dureza de una roca—. Hazte un favor a ti misma y márchate.
—¡No! ¿Acaso no me estás escuchando? ¡Te quiero, Harry!
—Pues si tanto me quieres, hazme el favor y déjame vivir en paz. Te acompañaré a casa.
—¡No! ¡Nunca más voy a esconderme de lo que siento por ti! ¡Voy a luchar por ti! —intentó hacerle entender, desesperada.
—Un poco tarde, ¿no crees? —afirmó, con mirada de desdén—. Después de haber engatusado a Nate ante mis propias narices para que beba los vientos por ti. Si tú no has querido acostarte con él, es cosa tuya.
Ella le lanzó una mirada dolida y profundamente e indignada.
—¡No puedo creer lo que estoy oyendo! ¡Eres un condenado cínico! ¡Fuiste tú, quien lo puso en mi camino deliberadamente! —le echó en cara, con rabia.
—Intenté respetarte, Ginny; respetar tus deseos. Siempre he intentado respetar tus deseos, ponértelo fácil para que puedas vivir la vida que siempre has querido vivir —argumentó, con voz desapasionada—. No voy a sentirme culpable por eso. No debería hacerlo, pero te acompañaré a casa. No quiero que te marches sola.
—¡Y una mierda!
Ginny lo miró cabreada, derrotada, hundida y decepcionada. Llevada por el dolor, salió de nuevo a la calle, aún retorciendo entre sus manos el insignificante guante raído, tiró de la puerta tras de sí y la cerró de un fuerte portazo. Casi no era capaz de ver entre las lágrimas que brotaban de sus ojos, incontroladas. Aún así, se aferró a aquel guante que ahora tanto dolor le causaba mirar y pronunció el destino para el cual el traslador que habitaba en él había sido creado.
Harry, sintiéndose miserable, quedó estático mirando a la puerta que acababa de cerrarse, embobado. Dándose cuenta de que se había comportado como el hombre más lerdo y cruel del universo, corrió a abrirla para impedir que Ginny se marchase. Pero antes de poder lograrlo, escuchó gritos provenientes del exterior.
—¡Ah! —escuchó la voz de Ginny. Fue un grito seco, lleno de estupor y de miedo.
Él corrió como alma que lleva el diablo, pero ya no halló a nadie fuera. Sabía que algo malo había sucedido a Ginny, su corazón se lo gritaba, desesperado.
—¡Ginny! ¡Ginny! —gritó con todas sus fuerzas, aún sabiendo que no iba a recibir respuesta.
COMENTARIOS DE LA AUTORA
Antes que nada, por favor, que nadie quiera matarme. Cuando Harry ha dicho que no debería acompañarla a casa, pero que lo hará porque no quiere que vaya sola, no lo ha dicho por ira, ni por despecho. Existe otro motivo muy importante, que se desvelará en próximos capítulos. Él no es tan imbécil, aunque en este capítulo se haya comportado como un auténtico capullo.
Dedico el capítulo a carlos29 y a patriciamartin151197, quienes me han dejado dos comentarios de ánimo con respecto al capítulo anterior.
Y cómo no, también lo dedico a Arkhamjoker, quien ha añadido este fic a sus favoritos.
Nos leemos en el próximo capítulo.
Con cariño.
Rose.
