6

Un ángel

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Lo primero que recordaba era ver a una pequeña criatura.

Su pelaje café rojizo mezclándose con la oscuridad del cielo.

Se lanzó desde la orilla del puente, justo después que ella. En sus ojos reflejadas la angustia y la desesperación, sus patitas, de alguna forma, tratando de alcanzarla.

Astrid sintió su pecho comprimirse, cuando de pronto, una nube de humo blanquecino y destellos de luz emergieron de su cuerpo, dándole paso a la siguiente visión más increíble que Astrid en su vida hubiera podido imaginar, apareció frente a ella en fracciones de segundo.

Un par de enormes alas blancas brotaron de la luz y el viento las golpeó con fuerza hacia el cielo. El portador de éstas, el chico con la mirada esmeralda más brillante que jamás hubiera visto, el chico que recién había conocido, el que vestía de blanco y decía ser un ángel. A quien justo ese día más temprano abandonó a su suerte.

Las lágrimas brotaron de sus ojos como mares.

Él estaba aquí.

Vino a buscarla.

A… ¿salvarla?

Quizá este no era el final, después de todo...

Lo último que podía recordar, era la misma mirada angustiada, ahora en el brillante rostro humano de él.

Recordaba el fuerte sonido que hicieron sus alas cuando rompieron el aire y él se impulsó para alcanzarla.

Y el rugido del mar, taladrando sus oídos, cada vez más cerca.

Y luego, nada.


Abrió los ojos.

Pasaron varios segundos antes de que pudiera mover un músculo.

Astrid no sabía si era por el shock, o si estaba inconsciente aún en realidad... no estaba segura siquiera de seguir viva.

¿Qué era lo que acababa de pasar?

Podía aún rememorar las imágenes en su mente, vívidas, inexplicables. Ella cayendo, el aire, el ruido, el frío, el pequeño felino, el chico castaño...

El ángel.

Cuando su conciencia se fue aclarando, comenzó a poner atención a lo que la rodeaba en ese momento.

Estaba acostada boca arriba. Sobre ella se extendía la oscuridad del cielo, salpicado de estrellas brillantes, nubes difusas. Habían luces artificiales también en alguna parte, luces de ciudad, las luces del puente...

De pronto olía y sentía la hierba debajo de ella, en sus manos, detrás de su cuello. Podía escuchar el mar, y el zumbido de algo más a lo lejos. Las olas golpeaban la costa en alguna parte. Sentía la brisa cubriendo su cuerpo por completo, el aire helado entrando a sus pulmones con calma.

Tenía frío...

Estaba viva.

Cuando por fin se sintió capaz de volver a moverse, volteó a ambos lados con la cabeza, temblando.

¿En dónde estaba... él?

No tardó nada en responder su pregunta, pues a su derecha, algunos pasos más lejos de su propia posición, yacía inconsciente una criatura de apariencia familiar.

Estaba inmóvil. Inconsciente.

Y ahora lo recordaba...

[...]

Recordaba estar en el aire, y de pronto sentir aquellos brazos rodeándola.

Recordaba sus propios brazos, inconscientemente, alcanzándolo y aferrándose a él.

Recordaba una fuerte sensación explotando en su pecho, ¿el alivio? ¿el... miedo?

Recordó su aroma, y el sonido y el brillo de sus alas; su respiración, el calor de su cuerpo contra el de ella...

Recordó, por fin, haber llegado a la orilla en sus brazos, al extenso parque que se encontraba cerca del puente y del mar. No habían alcanzado a tocar el agua ni siquiera, todo pasó tan rápido...

Y ahí en tierra firme, él la abrazó, quién sabe por cuánto tiempo, de rodillas en la hierba. Para entonces ella ya no era capaz de moverse, sentía que estaba siendo consumida por todo lo que estaba sucediendo.

Y entonces él la dejó recostada en el pasto, justo donde estaba ahora. Ella vio sus alas desvanecerse, como si de pronto todas sus plumas y su brillo se los llevara el viento. Él no se inmutó. respiraba pesadamente, agitado, preocupado. Lo vio echarse hacia atrás después de unos segundos, sentándose también en la hierba. Se arrastró un poco lejos de ella, como si de pronto moverse fuera difícil también para él, hasta que finalmente se desplomó por completo en el suelo.

Desapareciendo también en una nube de humo blanco.

[...]

Ahora entendía que él no había desaparecido.

Había vuelto a la forma del gato, y para ser honesta, no sabía explicarse por qué. Ahora tenía tantas preguntas...

Sentía que habían estado inconscientes por horas.


Cuando se dio cuenta de que él no despertaría pronto, Astrid se dedicó a ver el cielo durante un rato, pensando en todo lo que estaba pasando, y lo que hubiera pasado.

Las preguntas no dejaban de llegar y agolparse en su cabeza una tras otra, sentía que quería llorar, pero no podía por alguna razón. Algo en su pecho pesaba horrores. La sensación de estar cayendo al vacío aún fresca en su mente.

Y entonces Hiccup despertó.

La trajo de vuelta de sus pensamientos, anunciando que estaba consciente de nuevo con con débil maullido. Ella volteó para mirarlo.

Todavía era de noche.

Hiccup caminó hacia ella con cuidado luego de un momento, tratando de asegurarse de que estuviera bien. Ella no se movió, sólo lo observó acercarse. No reaccionó ni siquiera cuando él puso una de sus patitas en su hombro, tratando de reconfortarla.

De cualquier forma, no tenía manera de hablarle, y no iba a forzarla a transformarlo para hacerlo.

Astrid tomó un profundo respiro luego de un momento—. Quiero ir a casa… —su voz queda y entrecortada lo tomó por sorpresa, pero le tranquilizó saber que ella quisiera regresar a la seguridad de su hogar.

Era una buena señal.


Hiccup caminó a su lado todo el tiempo.

La miraba de reojo de momento, pero Astrid sólo se limitó a avanzar sin prisa. Ninguna expresión en su rostro. Estaba curioso por saber qué estaría pasando por su mente, quería hablarle. Quería saber si tendría alguna pregunta para él, o si ahora, habiendo presenciado algo que genuinamente comprobaba que él era un ángel, lo dejaría quedarse cerca.

O si aún querría deshacerse de él.

Pero al parecer tendría que esperar hasta que ella misma lo decidiera.

Y llevaban más de medio camino de vuelta a casa, por una calle cuesta arriba en medio de un vecindario cercano al de los Hofferson, cuando ella de pronto se detuvo. Hiccup lo hizo también cuando se dio cuenta y la miró con curiosidad desde el suelo, esperando por cualquiera que fuera el motivo para que ella dejara de caminar.

Se topó con su mirada, parecía estar contemplando alguna idea seriamente. Entonces volteó a su izquierda, al barandal que estaba al lado de ambos, puso una mano en el ancho poste que hacía parte en la estructura que separaba los dos caminos.

—Sube —le indicó, haciendo también un ligero movimiento con la cabeza.

Hiccup tenía una sospecha de cuál era su propósito, y no la cuestionó. Caminó hacia el barandal y se inclinó hacia adelante, calculando qué tanto esfuerzo poner, para treparse en él de un salto.

Lo hizo sin problema, y una vez arriba, se giró hacia ella y se sentó.

Aún subido ahí, Astrid tenía que agachar la mirada para verlo.

Ella tardó unos segundos en hacer un siguiente movimiento, Hiccup se preguntó si quizá estaba tardando en terminar de decidir si quería convertirlo en humano o no. Pero al final, de todos modos, acercó los labios al pelaje de su cabeza. Él agachó las orejas ligeramente para recibir el beso.

Astrid retrocedió unos pasos cuando el gato café desapareció en la nubecilla de humo blanco, dando paso a su forma humana, (o parecida, hasta donde Astrid alcanzaba a comprender).

Ahora Hiccup, el chico de ojos verdes que vestía de blanco, la observaba aún sentado cómodamente en el barandal.

—¿Estás bien? —fue lo primero que le escuchó decir, y ella asintió levemente con la cabeza. Aún no estaba acostumbrada a todo esto de la transformación.

Otra vez, Astrid se quedó en silencio por un momento, como si ahora lo que sea que tuviera en mente antes se hubiera distorsionado y tuviera problemas para salir de su boca.

Hiccup esperó pacientemente, la vio negar con la cabeza, abrazándose a sí misma, luego ella lo miró a los ojos—. No lo entiendo…

Ambos esperaron un momento. Hiccup aún expectante, Astrid esforzándose por organizar sus pensamientos.

—Puedes… preguntar lo que quieras —le aseguró él, tratando de hacérselo más fácil.

Le tomó más de lo que esperaba formular su primera pregunta.

—¿Por qué? —dijo a penas, como si no estuviera segura de que fuera (o pudiera) a recibir una respuesta—. ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué… me salvaste?

Hiccup se tomó unos segundos para contestar—. Te lo dije antes… estoy aquí para cumplir con una misión, y tú eres parte de ella.

Astrid lo estudió con la mirada. Sí, eso se lo había dicho antes, pero quería una respuesta más clara—. Tu misión entonces es… ¿Evitar… que me suicide?

—Uh, no. No exactamente… —él se llevó una mano a la nuca, desviando la mirada por un segundo—. Pero… parte de mi misión sí incluye cuidarte, al menos, sólo si tú lo decides así.

—¿A qué te refieres?

—Hace un rato, allá en el puente, te salvé porque tú querías que te salvara. Yo no hubiera podido llegar a ti ni habría podido transformarme si tú no hubieras deseado que así sucediera —le explicó—. Para ser honesto, no estaba seguro de lo que pasaría cuando salté... pero si pude tomar mi verdadera forma, fue porque te arrepentiste luego de saltar. Estabas asustada, querías vivir… eso permitió que te salvara.

Astrid tenía los ojos bien abiertos. Ya poco podía recordar todas las emociones que tuvo cuando saltó del puente horas atrás, pero seguía sin entender cómo había funcionado aquello.

—O sea que… ¿Qué hubiera pasado... si no hubiera deseado seguir viviendo? —preguntó despacio—. ¿Y si no me hubiera arrepentido?

Hiccup la miró a los ojos por un momento.

—Bueno… en ese caso yo no me hubiera podido transformar. Habrías caído al agua, quedando inconsciente por el golpe y... supongo que te habrías ahogado —bajó la mirada por pasos, hasta el asfalto—. Yo habría desaparecido, y la misión terminaría.

Ella frunció el ceño—. ¿Y eso qué significa exactamente? Dices que pudiste porque yo lo decidí así, ¿Cuál es el sentido de la "misión" de la que hablas si de cualquier forma puedo alejarte de mí, o morir cuando yo lo decida?

—No lo entiendes —Hiccup sonrió, negando levemente con la cabeza—. Estoy aquí, Astrid, porque tu destino y el mío están conectados. Mi misión es estar aquí para ti temporalmente, pero lo que ocurra conmigo está ligado a ti y a tus decisiones.

Astrid lo miró fijamente, procesando cada una de las palabras del castaño. Aún con esa explicación, esto seguía sin tener mucho sentido para ella. Todo el embrollo de una misión divina era demasiado que procesar de todas maneras, especialmente ahora. Había tenido un día demasiado largo y horrible.

Suspiró—. Ugh, tal vez deberíamos dejar las preguntas difíciles para después.

Hiccup dio un respingo en su lugar—. ¿Después? ¿Significa que puedo quedarme contigo?

—¿Tienes otra opción?

—La verdad es que no —él sonrió tiernamente.

—No cantes victoria —Astrid miró hacia otra parte—. Aún estoy pensando si realmente debería.

La sonrisa de Hiccup se cayó al suelo.

—¡¿Por qué?! —se apartó del barandal, tratando de buscar su mirada—. Antes tenías curiosidad de si de verdad era un ángel, ¡Ahora ciertamente no te hacen falta pruebas!

—De todas maneras, ángel o no, ¿Crees que es fácil aceptar a un extraño en mi casa así nada más?

—Ay por favor, en tu casa les caigo bien —insistió él—. Y en forma de gato soy una excelente mascota. Soy un ángel, así que no necesito comer, no voy al baño, y de hecho no puedo enfermarme tampoco.

Astrid frunció el ceño—. Espera… es por eso que no te comías lo que Ruffnut compraba para ti. ¿Todo este tiempo no necesitabas comer?

Hiccup sonrió—. Me alimento de afecto —dijo sugestivamente.

—No es gracioso, hiciste que gastara dinero sin razón, estaba muy decepcionada, ¿Al menos podías haber hecho el intento?

—No.

—¿No?

—No voy a comer pienso para gato —respondió con asco, ¿Qué clase de pregunta era esa?—. No era mi intención hacerle gastar dinero, de cualquier forma toda esa comida acabó en buenas manos, lo que sirven en el lugar al que me llevaste huele todavía peor. Que la disfruten los animales de ahí es mejor a que si yo me la hubiera comido a la fuerza.

Astrid se quedó sin palabras.

—¿Ah, verdad?

Ella se cruzó de brazos, no iba a dar su brazo a torcer tan fácil—. No sé si tengo la energía para aceptar esto, de todos modos. Además, eres un fisgón, y un mentiroso —lo acusó—. Debería mandarte a dormir a un parque o regresarte a la perrera.

Hiccup se llevó una mano al pecho, ofendido—. ¡¿Disculpa?!

—Ya me oíste.

—¡¿Por qué soy mentiroso según tú?! —exigió saber—. Da igual, para empezar, por si no sabías, los ángeles son seres puros, Astrid, ni siquiera puedo mentir a voluntad.

—Dijiste que yo no podía ver tus alas, y que necesitabas que te diera un beso para transformarte, ¡Pero en el puente lo hiciste sin que yo te tocara siquiera!

—¡Ya te dije por qué! Era una situación crítica y tú deseaste no haber saltado, eso hizo que pudiera transformarme para salvarte, ¡Lo hiciste tú!

—¿Cómo voy a creerte que no puedes decir mentiras?

—¿Teniendo en cuenta que de verdad soy un ángel? No lo sé, ¿Quizá?

—¿Qué hay de la vez que entraste a mi habitación para verme cambiándome de ropa? ¿Ah? ¿No puedes mentir pero puedes ser un pervertido?

—¡No lo hice con esa intención! —se defendió él—. Para que sepas, tampoco hay espacio para el morbo en este cuerpo.

—Hmm… —seguía sin querer creerle del todo, aún tenía muchas dudas en mente, pero la verdad, estaba demasiado exhausta como para seguir discutiendo—. Más te vale… como sea, hay que irnos —ella se giró para empezar a caminar otra vez—. Quiero dormir.

Hiccup la siguió, de nuevo sonriente. Al parecer Astrid al fin se había rendido a sus encantos, pensó.

Caminaron un rato más, ahora más rápido que antes, hasta que al fin estuvieron a un par de casas de la de Astrid y ella se detuvo para mirarlo. Hiccup sabía qué significaba, obvio, especialmente por lo que había sucedido más temprano, era impensable que Astrid metiera a un chico a casa.

Él se agachó un poco frente a ella para permitirle hacer lo que le correspondía si quería hacerle cambiar de forma.

—¿De verdad no puedes transformarte por ti mismo? —preguntó Astrid otra vez, sólo para estar segura.

Él asintió—. Lo juro. —respondió, y decía la verdad.

Astrid aún no tenía claro una cosa más—. ¿O sea que aún así saltaste del puente, sin saber si te transformarías?

Hiccup volvió a asentir y ella se cruzó de brazos, mirándolo con recelo.

—¿Qué? Ni que lo dijera para presumir —se quejó él—. De cualquier forma no es como que fuera a morir o algo, solo desaparecería de aquí, volvería al lugar de donde vine.

—¿Y de dónde vienes? —ella alzó una ceja.

—Del lugar de los ángeles —quiso bromear, pero Astrid entrecerró los ojos—. Es confidencial, mi lady.

Ella bufó, tomándolo sin previo aviso por la camisa para acercarlo, pero se detuvo unos centímetros antes.

—Que sepas que voy a creerte sólo porque… cada vez que te transformas, creo que... de alguna manera… puedo sentirlo yo también —explicó despacio, evitando verlo a los ojos—. No podría describir la sensación… pero… tampoco puedo ignorar eso —se dio cuenta de que Hiccup estaba sonriendo ante la confesión y ella apretó los dientes—. De cualquier forma no tendrás permitido transformarte en humano, ¿Oíste? sé que lo hiciste sin mi consentimiento la primera vez.

Y eso fue suficiente para borrarle la sonrisa al castaño—. Prometo que no hice nada raro.

Astrid lo ignoró, acercándolo con cuidado para darle un beso en la mejilla.

Otra nube de humo blanco, y entonces Hiccup era un gato de nuevo.

Y ahí estaba, esa sensación que Astrid no sabía cómo explicar. Comenzaba en su pecho y acababa con un cosquilleo en su boca. No se parecía a nada que hubiera experimentado antes. Pero claro, no era como que ver a un humano transformarse en un felino fuera algo que hubiera pasado como casual.

Después de eso, ambos caminaron otro poco hasta llegar a la casa de Astrid, y a Hiccup le pareció un poco extraño que ella decidiera que debían entrar por la ventana de su habitación directamente, pero no la cuestionó de todas formas.

La habitación y la casa en general parecían estar en completa tranquilidad, aunque aún se podía percibir el rastro de las asfixiantes emociones experimentadas horas atrás. La puerta aún tenía puesto el seguro, por lo que Ruffnut seguro había ido a dormir en otra habitación en lugar de forzar la entrada.

Astrid no pudo evitar preguntarse qué tanto les hubiera llevado a Ruff y a su madre darse cuenta si ella hubiera muerto.

Un sentimiento extraño la inundó y le revolvió el estómago.

Pero un leve maullido la sacó de sus pensamientos.

—Hey, una cosa más —dijo sin mirarlo—. No dejes que te vean.

No quería dar explicaciones.

No quería hablar con nadie más, de hecho.

Ahora sólo quería quedarse en su habitación, sin escuchar a nadie más, sin tener que lidiar con nadie más.

Quería dormir, de ser posible, por lo que quedaba del día y de los días siguientes.

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