Capítulo 6. Las palabras que no puedo decir
Rin dormía en el pecho del demonio aunque ya había amanecido. El Moko Moko servía de almohada para Sesshomaru, al tiempo que cubría la espalda de ella. Él la observaba tranquilamente, notando su respiración acompasada. De pronto, Rin comenzó a moverse bruscamente, haciendo ademanes de incomodidad. No tardó mucho tiempo en despertar, y al hacerlo, lo primero que vio fueron los ojos ambarinos de su Amo que la seguía observando ahora con cierta preocupación.
- ¿Tenías una pesadilla?
- Hmm... Creo que sí, pero ahora que me he despertado a su lado ya no recuerdo de qué trataba.
- Casi no dormiste nada, te llevaré a descansar.
- Señor Sesshomaru - le dijo apresurándose - Deme un beso.
- ¿Es una orden? - le preguntó divertido.
- ¡No!, no es una orden, pero si no me lo da, entonces yo se lo daré.
Se aproximó a su señor y lo besó muy tiernamente, pero después de lo ocurrido el día anterior, donde la inocencia de la joven se había esfumado, el beso se volvió más apasionado y húmedo.
- Señor Sesshomaru... - gimió.
- Eres muy atrevida - le susurró mirándola a los ojos.
El demonio la cargó en sus brazos con intención de dejarla en la habitación.
- ¡Señor Sesshomaru! - gritó Jaken a lo lejos. - Se-señor Se...
Jaken no creía lo que veían sus ojos. Su amo cargaba a la joven Rin, quien traía su kimono desordenado, al igual que su cabello. El demonio verde intuyó que no le había pasado nada malo, sino que ambos habían compartido un momento íntimo la noche anterior.
- Señor Sesshomaru, usted y Rin han...
- Jaken, no digas nada - le interrumpió su señor.
- Sí señor - se apresuró a decir.
El demonio la dejó en su futón, luego se despidieron muy tiernamente:
- ¿A dónde se dirige? - le preguntó ella frotándose los ojos.
- Hay algo sobre lo que debo cerciorarme. Por ahora, duérmete, aún es muy temprano.
El demonio se alejó del sitio, ignorando a un Jaken que intentaba acompañarlo. Levitó y olfateó el olor de Tokyoji. Al llegar al lugar, divisó un rastro de sangre perteneciente a aquel infame.
- Sabía que no había muerto - pronunció.
Tokyoji era hijo de un demonio murciélago llamado Komaru; él había servido a Inu no Taisho durante varios años y juntos habían librado grandes batallas, por lo que se respetaban. Komaru tenía dos hijos: Tokyoji y Komurin, pero este último nació con una maldición. Komaru le había pedido a Inu no Taisho que le ayudara a buscar una forma de acabar con dicho mal, pero el Daiyokai tuvo algunos percances con otros demonios, con lo cual, ignoró su petición.
La maldición había convertido a su pequeño Komurin en un frágil capullo que no podía valerse por sí mismo. Tanto así era su delicadeza, que si el sol le daba directamente, su piel sufría graves quemaduras. El pequeño no vivió mucho tiempo, y su padre nunca pudo perdonar al Gran Perro Demonio.
No obstante, en el fondo sabía que la culpa no la tenía su compañero, pero era tanto su afán de ver sano a su hijo, que al no hallar el apoyo esperado del Daiyokai, no pudo soportarlo, debía echarle la culpa a alguien por lo sucedido.
Tokyoji en cambio, guardaba un rencor verdadero hacia Toga. Sentía un profundo deseo de matarlo, tanto por haber ignorado a su padre, como por todo lo que poseía, incluidas las tierras del Oeste.
Cuando Tokyoji conoció a Sesshomaru, ambos eran preadolescentes, pero el nivel de poder era completamente distinto. Al inicio, pensó que Sesshomaru era una mujer, pues aunque ya le habían comentado lo contrario, al mirarlo a lo lejos, quedó embelesado de su rostro femenino.
La voz del joven Sesshomaru era algo fina, sus ojos eran enormes y con pestañas largas y su cabello lacio, tupido y corto, le llegaba apenas a los hombros, conservando dos mechones de cabello mucho más largos al lado de sus alargadas orejas. Esos mechones eran de un color rojizo. Aunado a eso, caminaba con gracia y llevaba un kimono celeste con detalles plateados, que hacían resaltar los detalles magenta de sus mejillas y su luna púrpura.
- ¿Cuánto tiempo piensas observarme a lo lejos? - Le preguntó Sesshomaru.
- No estaba escondiéndome, es solo que nunca había visto una belleza como la tuya.
Sesshomaru no añadió respuesta.
- Aunque seas una chica, mi deber es asesinarte, así que no tendré piedad, te lo advierto. - le dijo apuntándole con sus garras, que desprendían una luz rosa.
- Ho... ¿Así que vas a matarme? - dijo divertido. - Muy bien, atácame - y le mostró una gran sonrisa, dejando ver unos finos colmillos.
- ¡Maldita! - espetó mientras intentaba alcanzar a Sesshomaru con sus garras.
Sin embargo, cuando intentó dar el primer golpe, sintió en la cabeza una presión. Era el pie de Sesshomaru, quien había brincado a ese lugar, con los brazos cruzados y la expresión tranquila.
- Muy lento - susurró.
El demonio intentó sujetarlo de los tobillos, pero Sesshomaru, apoyando sus manos en los hombros del demonio, se abalanzó hacia el rostro de su víctima, quedando así cara a cara.
- Así nunca podrás vencerme - le dijo sonriendo.
Tokyoji no había asimilado el movimiento de su contrincante, cuando Sesshomaru le lanzó una patada al vientre. Mientras squel iba en el aire próximo a estamparse contra un árbol, Sesshomaru lo tomó del cuello, quemándolo con su veneno y lanzándolo después contra el suelo. Casi inconsciente, miraba hacia arriba con la vista borrosa. Reconocía el rostro de Sesshomaru mirándolo, y tras él, las copas de los árboles, que brillaban por la luz del sol. Luego, se desmayó.
. . .
Más tarde, Rin, Jaken y un adormilado Ah-Un se encontraban bajo la sombra de un árbol. Ella cocinaba una sopa, la cual estaba a punto de estar. Jaken la miraba con recelo. Estaba asqueado de la melodía proveniente de la caja de música, que la humana ponía una y otra vez.
- Ay, ¡Ya deja de abrir y cerrar esa maldita caja! ¡La has repetido mil veces! - gritó encolerizado.
- Perdóneme, Señor Jaken. ¿Qué le parece si almorzamos? Ya está lista la sopa - dijo al remover el cucharón dentro del caldero y comprobar que las verduras tenían buen color.
Ambos estaban degustando la comida que ella había servido en unos pequeños cuencos de fina porcelana, cuando el demonio verde interrumpió con una pregunta:
- Rin ¿tú sabes que es un Hanyo?
- Hanyo, hmm... ¿El señor InuYasha es un Hanyo? Entonces... Es un mitad demonio, ¿no es así?
- ¡Exacto! Ese Hanyo le trajo muchas calamidades al amo Sesshomaru... Y, bien, ¿tú sabes cómo surge un Hanyo?
- Pues... Ay Señor Jaken, está haciendo muchas preguntas.
- ¡Tonta! Sé muy bien lo que hacías anoche con el Amo. ¡Si acaso llegaras a embarazar te el bebé también sería un Hanyo!
- ¿Nos escuchó anoche? - Dijo alarmada abriendo mucho los ojos y llevándose las manos a las mejillas.
Jaken se atragantó con el trozo de verdura que intentaba tragar.
- ¿¡ASÍ QUE SÍ ESTABAN JUNTOS ANOCHE!?
El demonio se dejó caer hacia un lado con los ojos apesadumbrados.
- Lo lamento. Me siento muy avergonzada.
Hubo un silencio, pero él, en medio de su dramatismo, añadió:
- Escúchame Rin, no voy a interponerme entre ustedes, además de que el Amo me mataría, pero debes saber la verdad. Un Hanyo es lo que ustedes tendrían ¿crees que eso haría feliz al amo Sesshomaru?
Rin se le quedó mirando seriamente. Entendía lo que él le intentaba decir, pero simplemente no sabía qué responder. Así que solo continuó comiendo cabizbaja, mientras Jaken seguía acostado en la misma posición, suspirando.
. . .
Sesshomaru había vuelto a casa, el rastro de su presa se había esfumado. Sabía que en algún momento se volverían a encontrar, por lo que desistió de su búsqueda. Al regresar la encontró tarareando una canción, sentada en la pasarela de madera que rodea la casa, (también denominada como Engawa), mientras veía los pájaros volar de rama en rama. La contraluz que se formaba entre los últimos rayos del atardecer y los negros árboles le generaban una satisfacción enigmática.
Sesshomaru la llamó:
- Rin ¿cómo has estado?
- Señor Sesshomaru ¿Adónde había estado todo este tiempo?
- Debía resolver una situación.
- ¿Se trata del mismo tipo con el que luchó ayer? - preguntó preocupada levantándose del lugar y acercándose a él.
- Sí, anoche lo herí de gravedad, pero tal parece que sobrevivió. Lo mejor será que no te deje sola.
- Pero esta casa está situada dentro de un campo de energía ¿no?
- Y aún así fue capaz de dar con mi ubicación.
- Es un demonio fuerte... - pronunció ella por lo bajo.
- Sobre lo pasó anoche - continuó el Daiyokai - quiero que sepas que no fue un arrebato.
La miró muy seriamente.
- Señor Sesshomaru...
La atrajo hacia sí tomando sus muñecas.
- Lo que pasó anoche no fue un arrebato, sino un acto irresponsable.
- Pero, yo me sentí muy feliz, aún puedo sentir sus caricias en mi piel, yo...
Rin no dijo nada más, recordó la conversación que había tenido con Jaken sobre los Hanyo.
Si el amo Sesshomaru y yo seguimos encontrándonos, podría tener un hijo suyo, y sería un Hanyo.
- ¿Qué ibas a decir?
- Nada, es solo que ayer estaba tan feliz. Nunca había hecho algo así antes - confesó avergonzada.
- Yo tampoco.
- ¿En serio? - preguntó sorprendida.
Pero él solo se quedó mirándola como respuesta.
- Amo Sesshomaru... - prosiguió.
- Dime.
- Quiero que duerma a mi lado esta noche.
Él le mantuvo la mirada en medio del crujir de las ramas de aquellos árboles inmensos, fantasmales, pero luego entró a la casa con dirección a la habitación de Rin. Ella lo siguió.
En el suelo del aposento había un futón, por lo que ella se apresuró a poner otro al lado.
- No es necesario. Yo velaré tu sueño.
No obstante, Rin dejó el futón extendido al lado del de ella.
- Buenas noches, Señor Sesshomaru. - dijo esperando que su amo hiciera algún movimiento.
- Duérmete.
. . .
A primeras horas de la mañana, los rayos del sol ya se colaban por la ventana. Rin despertó al sentir la luz en sus ojos. Al momento, sintió una mano grande que le cobijaba la suya, y al abrir sus ojos, divisó a su Amo acostado en el futón, con los ojos cerrados. Parecía estar durmiendo plácidamente, lo que le enterneció de sobremanera.
La humana seguía contemplándolo, anhelaba que ese momento no se acabara nunca, pero de pronto, algo malo presintió, pues el señor Sesshomaru, en todos esos años que llevaba de conocerlo, nunca había dormido así. Recordó entonces la herida que no sanaba en su pecho y abdomen.
Fue tanto su desasosiego, que decidió despertarlo, pero él no abrió sus ojos. Más asustada aún, movió su cuerpo con fuerza esperando que despertara, pero este permanecía inmóvil.
Rin sintió que el alma se le iba del cuerpo.
