Capitulo 6
"La montaña"
Al otro día Atenea, Mel y Akira siguieron el camino a la montaña, ya cada vez faltaba menos, ella no comento nada desde que llegó anoche, solo dijo que estaba cansada y se durmió. Tampoco había señal del pelirrojo, ni que había pasado ese día que perdió el control, ya he pasado horas que salido, llegaron a una aldea. Los tres guerreros eran vistos por las personas galopar, al parecer los visitantes llamaban mucho la atención, sus vestimentas no eran iguales y algunos les temían ya que iban armados.
—Pero que lugar mas extraño ... –susurro Akira mirando sus hogares como chozas de pajas, sus vestimentas eran tunicas blancas.
—Creo que somos los primeros turistas que hayan venidos. –Hablo Mel.
—Tienen miedo de nosotros ... –dedujo Atenea y vio a un chico, le pregunto. —Oye ¿Dónde estamos?
—Es la villa Amaterasu. –Le respondió cortésmente el chico.
- ¿Amaterasu ?. –Volvio a repetir Atenea.
- Es la diosa del sol. - respondió le Mel. - Estás personas deben ser devotos.
—Pues, si necesitan ver al sacerdote esta en el templo sagrado al pie de la montaña ¿quiere que los acompañe? -hablo el niño.
- Atenea. - hablo Akira apuntando hacia arriba donde no tan lejos se veía la montaña, era el final de su destino.
El joven niño guío a los guerreros hacia el templo donde vio salir de ahí a un sacerdote, Atenea junto con los demás se acercaron con respeto ya que se trataba de un lugar sagrado y detrás del sacerdote estaba el pelirrojo, tenía por encima de su ropa una capa negra medieval de color negro.
- Bienvenidos sean. - dijo el sacerdote vestido de blanco, indicándoles que pasen adentro del templo.
Les ofreció a cada uno una tasa de te, dejo una bandeja con ricas delicias sobre la mesa.
—Espero que les gusten las delicias de este lugar. –Sonrió el sacerdote de edad al ver como el pequeño comenzaba a comer.
- ¡Claro que si! –Exclamo el pequeño niño comenzando a comer exageradamente.
—¿Por qué hay una aldea en medio de la nada? —Preguntó Akira.
- Cuando la peste se propagó en el pueblo murieron muchas personas. —El sacerdote miró al Kusanagi para ver si se acordaba de aquella época. El asintió y el sacerdote tomó aliento—. Cuando acabó la peste, decidimos que sería prudente para la vida de los seguidores de la diosa que nos expandiéramos un poco. Que tuviéramos unas cuantas tribus separadas en lugar de una sola.
- Iori .. -murmuro la guerrera a lo que el la miro fijamente. - pensé que no volvería a verte.
Mel miro la cara de Atenea, se notaba feliz de verlo, al fin comprendía.. la princesa se enamoró del demonio. Iori solo la miro inexpresivo. ¿Acaso no veía el amor en los ojos de la guerrera?
— También pasaron por este lugar el señor Yasakani y sus hombres con la doncella Kushinada. - les dijo el sacerdote y los tres voltearon a verlo.
— Saku. - murmuró Akira preocupado.
— Le pidieron a la diosa fuerza y le rindieron tributo, Amatarasu es su diosa ancestral. - les informo el sacerdote.
— Eso ya lo sé. Tengo que ir por Sakura. - hablo rápidamente Akira levantándose para salir cuando fue detenido por el brazo del pelirrojo.
— ¿Que piensas hacer? Ir a luchar contra todos sus hombres, contra Zuko y recatar a la doncella. - lo empujó hacia atrás con fuerza. — ¿En verdad crees que es tan fácil?
— ¡Van a sacrificarla! - exclamó aturdido el joven. Iori no tenía idea de lo impotente que se sentía Kusanagi en ese momento.
— Akira, si vamos a recatar a Sakura pero necesitamos un plan. - le indico Mel tratando de consolarlo.
— El sacrificio se hara el día de mañana durante la noche de luna llena. - hablo el sacerdote obteniendo la atención de los demas. — deben ingresar al corazón de la montaña. Solo el poder de los herederos de la diosa pueden derrotar el mal. Akira y Mel se vieron entre sí como si supiera que debían hacer.
En el jardín del templo se encontraba Akira, entrenaba dando de patadas, piñas en el aire, golpes certeros y sus poderes presentes para cada defensa, ya llevaban como casi dos horas asiendo esos movimientos.
— Akira sabes que eres un guerrero único. - escucho decir a Mel quien estaba cerca.
—No pensé que tenía admiradores. - contesto el bebiendo de su botella un poco de agua a lo que Mel sonrió.
— Sabes que Tu, Zuko y yo descendemos de la diosa del sol, nuestros líderes...
— Ya conozco la historia Mel, a cada uno nos obsequio un poder especial. - presumió el llendo hacia su caballo y tomo una envoltura que empezó a desatar, tomo la espada con una mano mientras que con la otra se desasía del forro negro que la cubría dejando ver el filo y su el sonido del filo era único, Mel admirada cada detalle y el trabajo que habrá costado hacerla y el valor significativo, tenia grabado un poco mas arriba de la empañadura el escudo de armas del Clan del sol, que tenia el dibujo de un eclipse solar. — Nuestro deber, es con el pueblo. Con esta espada venceremos a Orochi.
Ella sonrió complacida, asintió.
— Esa batalla va a ser legendaria.
Atenea se encontraba practicando también pero un poco más alejado, en el bosque haciendo fantásticos malabares en el aire con su espada mientras escuchaba el ruido de la naturaleza, de pronto sintió una presencia por detrás de ella y de golpe lo apunta con su espada.
— ¿Iori Yagami? –cuestiono bajando su arma, lo miro con ironía. — ¿Vienes a decirme algo mas? O ¿ Vas a transformarte en ese monstruo y volver atacarme?
— Se llama Riot blood. Es parte de la maldición de Orochi. - le informo a lo que ella lo miro con sorpresa. — Estoy tratando de poder controlarlo.
— No sabía eso..
— Hay cosas que aún no sabes de mi, Princesa. - Iori le sonrió, su irresistible encanto que mostró hizo sonrojar a la guerrera.
— Sabes, a pesar que mi padre quería fuera una doncella noble dedicada al palacio, tomar té con amigas y salir de paseo en carruajes, tal vez aceptar que me corteje aún u otro pretendiente quien más adelante sería mi esposo, esa no sería yo.. - ella levantó la comisura de sus labios con una sonrisa — Yo soy una guerrera, soy la clase de mujer que le gusta luchar en las batallas, que defiende al pueblo, que no le importa lo que dicen los demás de ver a una Princesa llevar armaduras.
— Es la clase de mujer que creí que jamás encontraría. - murmuró él pelirrojo, los ojos sombríos de Iori repentinamente se iluminaron, ella levantó su mano y la poso sobre la mejilla de Iori.
— Quédate.. - susurró ella suplicante a lo que el la miro un poco confuso. — Si tuvieras la oportunidad de irte ¿Lo harías?
— Atenea. - dijo el y poco a poco la acerco junto a el con un abrazo.— No me iría sin ti.
Ella sonrió ampliamente, sorprendida y feliz a la vez por esas palabras, en lo mas profundo estar con el para siempre. Se separó un poco.
— Iori .. eres extraño, vienes me dices que no soy la única, que busque a Kusanagi haciéndome sentir horrible. - recordó a lo que el bajo su mirada.
— yo...yo... - hizo una pausa haciendo una honda respiración, continuó — No soy la persona que mereces simplemente porque no soy bueno, pero aún así me estoy enamorando de ti.. no sabes cuánto te deseo…- finalizó.
Ya está, lo había dicho, enrojeció por confesarle aquello que sólo guardaba para él, ¿Desde cuándo tartamudeaba?
Atenea revivió en su mente aquel momento cuando lo vio bañándose al en el rio, desnudo.. mojado, agrandó los ojos sorprendida para después bajar la mirada avergonzada.
— También siento lo mismo Yagami, no puedes enamorar a una guerrera con cuentos de Princesas.. - los ojos de Atenea brillaron. — No importa lo que pase mañana en esa montaña solo prométeme que al final estarás a mi lado.
— Lo prometo. - aún así juro, a pesar de que no imaginaba lo que iba a suceder.
En un movimiento y sin darle tiempo a reaccionar, Iori capturó sus labios en un audaz beso que ella no vio venir, pero que al contacto sintió derretirse por la calidez de su boca, succionando sus labios de forma posesiva y delicada a la vez.
Atenea se sentía más que amada, dándole la confianza y seguridad para corresponder a ese beso con la misma intensidad, así que ella no quiso quedarse atrás, también necesitaba demostrarle lo mucho que lo amaba, y por supuesto, que también lo deseaba, así lo hizo. Pronto, las manos del pelirrojo recorrieron sus costados por aquella tela fina y suave, dibujó con sus manos, delineó su silueta ceñida por el corsé, hasta llegar a su estrecha cintura. Ejerció presión mientras intensificaba el beso, Atenea, por su parte, se colgó de su cuello como pretendiendo hacer eterno aquel momento, disfrutando de su cercanía. Pronto comenzó a faltarles aire, fue cuando se obligaron a terminar el beso. Iori se separó de golpe y respiró agitado, al encontrar los ojos de su guerrera, la tomo en sus fuertes brazos y lentamente la fue acostando sobre el césped, era algo que nunca imaginaria ni experimentar, para el el sexo era algo común para el pero con ella deseaba que fuera eterno, tomándose todo el tiempo del mundo.
Continuará ...
