OJOS BIEN GATADOS

VI

—Cuando un Gobierno tiene sospechas de un individuo pero no tiene nada concreto para autorizar investigarlo, simplemente le pide a una agencia extranjera que lo haga por ellos. Así técnicamente no es ilegal —Explicaba Viper a Cammy—. Creo que conoces a John Price ¿Verdad?

C. Viper colocó unas fotos sobre la mesa donde se veía al hombre con bigote mostacho y sombrero campirano paseando por el campo, en la ciudad y posando con uniforme militar, solo o con otros soldados.

—El General Retirado John Price lleva una vida placentera en su casa de playa. Sin embargo, creemos que una célula terrorista internacional puede haber entrado en contacto con él con el propósito de intentar reclutarlo. No vayas a pensar mal, Price es un militar chapado a la antigua, un furibundo crítico del sistema de PMC y un servidor de la Corona Británica como pocos quedan. Siempre ha sido considerado una voz disonante pero se le ha requerido por su talento estratégico y su capacidad de liderazgo. Pasó al retiro tras discrepancias con el Mando Militar y el Gobierno de Sutler. Alguien que debía recibir todos los honores se despidió sin bombo ni platillo. Digamos que lo hicieron salir por la puerta chica, y en todo este tiempo, puede que se haya radicalizado. Queremos que vaya a hacerle una visita, Agente White, que lo observe un rato y nos informe de cualquier amistad sospechosa.

Cammy se mantuvo firme, sin su clásico asentimiento. La Agente Víper suspiró.

—Supongo que entendió, Agente White. Esta es su misión.

Cammy White llegó al Green Cave en un par de horas. Y sin montar operativo alguno, revisar la zona o disponer rutas de exfiltración, fue directo a tocar la puerta del General Price. Le recibió con una gracia mortuoria. No habían pasado más de 5 años, pero John Price lucía mucho más avejentado, desmejorado, casi enfermizo. Le invitó a sentarse en la sala. Cammy White, toda recta como una niña bien portada, observaba las condecoraciones militares, los revólveres dorados conmemorativos y el sable de honor que le regalase la corona, todo dispuesto en un mural que era el homenaje a una carrera llena de logros que terminó demasiado pronto.

—No nos hagamos los tontos, Cammy —Price dejó una taza de té sobre la mesa—, yo sé quién te ha enviado y por qué. Te han pedido que me espíes ¿verdad? —Cammy se acomodó en su asiento.

—Solo debe demostrarles que se equivocan.

—¿Y cómo demuestro lo que es falso? —Y entonces Cammy White entendió que todo era real— Investigarás lo que tengas que investigar y corroborarás tus dudas. Luego de eso, te ordenarán matarme.

Cammy no mostró perturbación en su rostro. Solo había dos hombres en la vida de Cammy White: el Coronel Keith Wolfman y el General John Price. Hombres a los que podía considerar padres. Pero, ¿qué podía hacer si uno de ellos le ordenaba asesinar al otro?

—La razón por la que han solicitado que seas tú es obvia. Conocen nuestra relación previa pero no todos los detalles, así que pensaron que te revelaría mis opiniones sin problema y naturalmente no se cuestionan tu lealtad. No te consideran más que una muñeca a la que pueden ordenar. —Cammy White sintió un inusual retortijón en el vientre— Pero ellos no te conocen como yo. Tú no eres una muñeca, Cammy. ¿O sí?

Cammy White recordó las palabras de la mujer que la atacó en su habitación hace dos días y consideró en hablar al general Price de sus sueños y sus nuevos pensamientos.

—Escúchame bien, Cammy —habló de nuevo Price—, todas esas medallas que ves, no me las gané siguiendo órdenes. No, yo no seguía órdenes, yo luchaba por lo que creía, y lo seguí haciendo cuando todo empezó a ir mal, y lo seguiré haciendo aunque estemos así de jodidos. ¿Sabes por qué me las dieron? Seguro no fue para embellecer mi casa, no. Me las dieron porque el Ejército es como una prostituta, gorda y vanidosa, a la que todos le acaban encima por una libra pero que insiste en preocuparse por su imagen pública. Para mí no significan nada, ninguna... Excepto una. Aquella... ¿Sabes por qué es? Me la dieron por salvar a mi mejor amigo: el ahora Coronel Keith Wolfman.

Cammy, con la tripa torcida, pudo fortalecer sus palabras.

—General, solo eso necesito sabe: dónde está su lealtad.

—Lealtad... ¿Tienes idea de lo que es la lealtad? La lealtad no es una costumbre o un favor. La lealtad se gana, y se construye con años de dedicación. ¿Crees que matar por lealtad es una cosa sencilla que se puede ordenar sin ninguna autoridad? Cualquier hijo del vecino puede ir por ahí con un arma pretendiendo ser un matón, ¿pero cuántos están dispuestos a matar a su familia, a su pareja o a sí mismo por lealtad? ¿Cuántos cumplen órdenes y cuántos solo esperan una excusa para jalar del gatillo? Aquellos que disfrutan de matar no son más que asesinos, y aquellos que lo disfrutan y encima son atrapados son unos asesinos buenos para nada, unos hijos pródigos con uniforme de soldado. ¿Qué eres tú, Cammy White, una soldado o una tipa cualquiera con un arma cara?