La mañana siguiente lo encontró acostado en el consultorio. Se despertó con los músculos adoloridos; se estiró para quitarse un poco del dolor y uno de sus hombros tronó fuerte. Bostezó mientras abría la puerta del consultorio y el olor del desayuno lo recibió.

No tenía hambre ni interés en la comida, al menos no recién se había despertado, pero Orihime lo vio a la distancia y se acercó dos pasos hacia él.

—Tenemos que hablar —dijo ella con tono formal.

Eso lo despertó y llevó a su cuerpo a una tensión inmediata.

Se acercó a la mesa hasta tomar asiento. Orihime puso una taza de café frente a él antes de sentarse frente a una segunda.

—Kazui está con tus hermanas —soltó Orihime—. Ellas se enojaron mucho cuando se enteraron de todo. Vienen para acá. Antes que lleguen, yo… quiero… dime, ¿qué vas a hacer?

—No lo sé —dijo con un suspiro, viendo el café en la taza y no a la mujer con la que hablaba.

—Ayer no te despedías de Urahara-san —dijo como un hecho, no como reclamo—. Él te está ayudando con esto, ¿cierto? Cuando lo consiga, ¿vas a irte de todos modos?; ¿vas a quedarte?

—No lo sé —dijo apretando la taza entre sus manos.

—Tendrías que saberlo —espetó ella, ahora sí con un ligero reclamo—. Tus decisiones afectan a nuestro hijo, Ichigo.

—¡Crees que no lo sé! —gritó frustrado—. YO le estoy haciendo daño. ¡En vez de protegerlo le estoy haciendo daño! ¡Por eso me tengo que ir y lo que menos quiero es que él viva el dolor de verme muerto!

—¿Y cuando Urahara-san te salve? —preguntó ella con los ojos cerrados, únicamente soportando los gritos—. ¿Vas a volver y decirle que todo fue un error?, ¿fingir que no pasó nada?

—¿Y si no lo logra? —retó arrojando la taza de café hacia la pared.

El sonido de la cerámica rompiéndose y cayendo al suelo lo sorprendieron a él tanto como a ella.

—¡Ichi-nii! —gritó la voz de Karin furiosamente indignada.

—Karin —sonó la voz de Yuzu tras la espalda de su gemela—, ¿qué pasó?

La mirada incriminatoria de Karin se clavó en él, pero sus labios se quedaron cerrados en un gesto terco mientras ignoraba la pregunta.

—Se cayó una taza, Yuzu —ofreció Orihime con su voz alegre mientras se levantaba hacia los destrozos.

—Yo lo limpio —dijo tensamente hacia su esposa. Su temperamento se estaba saliendo de control, y que los dioses le explicaran por qué; él no tenía idea. Además de la frustración que vivía…

Orihime se detuvo en seco y asintió antes de acercarse a sus cuñadas.

Mientras iba a limpiar el destrozo que había hecho, escuchó a Orihime saludar emocionada a Kazui antes de poder forzarse a dejar de escuchar el mundo a su alrededor.

Los cinco desayunaron en un ambiente tenso y, sólo después de la farsa, Orihime llevó a Kazui fuera de casa para dejarlo a solas con las gemelas.

—¿Qué te está pasando, Ichi-nii? —soltó Karin con reclamo en la voz—. Y ahórrate el sermón de hermanas pequeñas. Podemos ser menores que tú, pero ya no somos niñas.

Gruñó de inmediato al sentirse desarmado por las palabras. Karin solía recordarle a él mismo cuando se enfrentaba a otros para exigir respuestas.

—Mi poder espiritual es demasiado fuerte para que mi cuerpo lo soporte o lo contenga. Voy a morir pronto y alguien, o muchos, en Soul Society quieren apresurar el día. Urahara está tratando de encontrar la forma para evitarlo.

Las hermanas jadearon sorprendidas.

—¿Oni-san? —soltó Yuzu sorprendida y saltándole encima con un abrazo.

Le devolvió el abrazo de inmediato, esperando poder calmarla y no dañarla como al resto.

—¿Por qué no nos dijiste antes? —reclamó Karin viéndose furiosa pero controlada. Si era por que les hubiera ocultado la información o por la mención de Soul Society, él no lo sabía.

—Porque son mis hermanas pequeñas, yo soy quien las protege. No al contrario.

Karin rodó los ojos en las cuencas.

—Podemos protegernos solas —rezongó con mal tono.

—Tendrán que hacerlo —terminó—. Quiero que la clínica se quede en sus manos, pero la casa… preferiría que la tuviera Orihime y mi hijo. Les dejé algo de dinero…

—Tienes cosas más importantes de que preocuparte, Ichi-nii. Deja que los vivos se preocupen por los vivos.

—¡Hey! —reclamó en buen talante—. Todavía no me muero.

—Qué bueno que lo recuerdas —espetó de nuevo su hermana de cabello oscuro.

Tronó la boca ante el comentario y el ambiente se relajó, entre los hermanos, a algo parecido a lo que había sido antes.

.

Frente a una puerta deslizable de madera se dio cuenta de algo que ya sabía, pero que nunca había notado tan agudamente: Era malo para esperar.

Golpeó la madera de la puerta para llamar a sus moradores y esperó sin respuesta. Con un pesado suspiro deslizó la puerta hacia un lado y llamó en un grito a alguno de ellos. Tampoco obtuvo respuesta. Estaba resignado a esperar fuera de aquella tienda de barrio hasta que Urahara, Tessai, Ururu o Jinta se decidieran a salir o a llegar, así que cerró de nuevo la puerta y se alejó tres pasos de la entrada para comenzar a pasear. Se detuvo y recorrió sus pasos de regreso para entrar sin más parsimonia. Después de todo, era malo para esperar.

Unos pasos después Urahara lo encontró en el pasillo de entrada.

—¿Ya pasaron dos días? —preguntó con un bostezo.

—¿No pude estar tanto tiempo separado de ti? —preguntó con una broma, pero más avergonzado que con intención sexual. Suspiró una vez más y torció una sonrisa de disculpa—. No podía sólo quedarme esperando viendo el techo de la clínica.

—No deberías apresurar el tiempo —amonestó ligeramente—. ¿Té? —ofreció dando media vuelta y adentrándose al interior.

Una explosión dentro de la casa hizo que la madera se cimbrara. Volteó a todos lados buscando la fuente de la explosión, por completo en tensión y listo para la batalla. Esta vez llevaba consigo aquella insignia de Shinigami sustituto que haría que su alma saltara fuera de su cuerpo, literalmente. Urahara se cubrió media cara con el abanico y soltó una carcajada que nada tenía de diversión.

—Nada de qué preocuparse, Kurosaki-kun. Nada de qué preocuparse.

Y algo le decía que no debía creer esas palabras del científico. Pero lo dejó estar.

—No quería interrumpirte —soltó incómodo por haberse aparecido así—. No tenía dónde más ir.

Urahara sirvió té para ambos mientras tomaba asiento en la mesa baja. Lo siguió de inmediato y jugó con la taza de té entre las manos.

—¿Sucedió algo más? —preguntó el científico preocupado.

Él negó con la cabeza. Se tomó unos segundos para cobrar valor y exhaló el aire de sus pulmones lentamente.

—Kazui prometió que iba a ser bueno y que iba a cuidar a su madre. Dijo que iba a ser fuerte, y no lloró cuando me fui.

Urahara cerró los ojos con pesar. Temió que el científico supiera todo lo que no le contaba. Sin más palabras, el científico se levantó de su lugar excusándose por un momento y volvió después con un frasco de vidrio. Cuando se lo dio, encontró en la etiqueta un par de calaveras como advertencia o adorno. Eso le llevó a recordar otras pastillas que habían servido hacía años y, sólo por la eficacia de los comprimidos, evitó el comentario al mal gusto de quien pegara esas calaveras en frascos de medicina.

—Te van a ayudar a dormir —explicó sencillamente el tendero—. Luces terrible —terminó.

—Cuánto me van a hacer dormir, ¿por siempre? —se burló mostrando las calaveras en la etiqueta.

—No te preocupes por eso, Kurosaki-kun —dijo cubriéndose con el abanico y sonando tan deshonesto como sólo él podía sonar.

Dejó el frasco en la mesa y se dedicó a beber su té a sorbos.

—Soy un cocinero bastante mediocre —comenzó llanamente—, pero… si puedo ayudar en algo, y quieres, puedo preparar algo sencillo para que comas —ofreció ya que de alguna manera debía compensar el haber aparecido sin más.

Urahara bajó la vista a la mesa mientras se cubría la cara con el abanico.

—Kurosaki-kun, si no te conociera mejor, pensaría que llegaste a mi puerta deseando ser mi esposa —dijo con su tono cantarín.

—Si aceptas a una esposa que "luce terrible"… —respondió con sarcasmo.

El comentario claramente hizo estragos en Urahara porque el hombre se levantó molesto de su asiento y tomó el frasco de medicina de la mesa en un movimiento furioso. Se metió algunas pastillas de eso en la boca, se acercó a él y gateó el resto del camino hasta quedar a un palmo de su cara. Tomó la taza de té que había abandonado, dio un trago sin importar lo caliente que la bebida estuviera y lo besó tan rápido que no le dio tiempo a reaccionar.

Antes de entender lo que pasaba, tragó lo que Urahara había pasado a su boca durante el beso.

—Te dije que eres una distracción, Ichigo —dijo sonando severo.

Y lo que quisiera responderle se quedó en el fondo de su mente mientras sentía todo su cuerpo relajarse hasta la inconsciencia.

.

Cuando abrió los ojos se encontró mirando un techo desconocido por completo. Madera café con una lámpara cuadrada al centro. Cerró los ojos con fuerza para quitarse la pereza de los párpados mientras se esforzaba en recordar cómo había llegado hasta ese lugar. Miró a su alrededor para encontrarse con una habitación someramente familiar y, cuando pasó la mirada alrededor, recordó aquel lugar como la habitación de Urahara. ¿Cómo había llegado hasta allí?

Se frotó la cara con pereza sintiéndose mejor de lo que se había sentido en semanas y sólo entonces recordó que le había hecho tragar unas pastillas. Aunque no se quejaba de la manera, no le gustaba que lo hubieran forzado a dormir. ¿Por cuánto tiempo? Se preguntó de nuevo al sentirse repuesto en muchos aspectos.

Se incorporó del futón dándose cuenta que no llevaba la ropa con la que había llegado. Urahara, esperaba, lo había cambiado de ropa y lo había enfundado en su haori especial… y tenía que agradecerle que no lo hubiera hecho con el sombrero. Se dirigió al baño de la habitación y estuvo tentado a revisarlo justo como el de las sandalias había hecho en su casa, en cambio, él se abstuvo. Cuando se lavó la cara, el espejo le devolvió una imagen más jovial de la que había visto en los espejos de su casa.

Abandonó la habitación buscando al dueño entre los pasillos. Sonrió al escuchar su voz alejada y se dirigió hasta la fuente. Mientras más se acercaba más entendía las palabras que cobraban definición, a un paso de la puerta escuchaba frases completas. "Mayuri-sama no puede esperar más" sonó la voz de una mujer. "Aún no es tiempo" respondió la voz de Urahara y el cuarto quedó en completo silencio. La conversación murió como si el par hubieran notado su presencia. Inconscientemente comprobó que el haori de Urahara estuviera aún sobre sus hombros y se relajó.

Cuando la conversación no siguió dentro del cuarto, entró sin llamar.

Las miradas de Urahara y de la teniente del escuadrón 12 se clavaron en él. La de ella sin sentimientos, la de él sorprendida y… ¿arrepentida? No podría decir qué más había en el brillo de esos ojos grises, pero… entre los dos Shinigami estaba el frasco con la medicina para dormir. Mantuvo la mirada de Urahara buscando saber lo que había detrás de esos ojos grises.

Los ojos de Urahara se cerraron con resignación mientras el científico sacaba de su manga una jeringa llena.

—No debiste hacer esto —dijo llanamente.

En ese momento sintió que algo dentro de él se rompía. Sus ojos se abrieron desmesuradamente cuando recordó las "muestras" que había tomado de él; cuando miró de nuevo el frasco de las calaveras y cuando unió los puntos como si de un juego de niños se tratara. Y él había sido el juguete de Urahara… y, con esa mujer ahí, la rata de laboratorio del enfermo capitán del doceavo escuadrón de Soul Society.

La teniente del 13 se lanzó hacia él. Al ver la mano de esa mujer ir por él, esquivó hacia atrás para ganar espacio y llevó la propia hacia dónde había guardado su insignia de Shinigami sustituto. Cuando no la encontró, sino la ropa en la que lo habían cambiado, lo último en su interior se destruyó. Saltó sobre la teniente que se le acercaba de nuevo y vio a Urahara moverse hacia ellos.

Sintió las manos de Urahara sobre él, sintió un pinchazo en la piel y perdió el sentido de nuevo maldiciendo al traidor.

.

Cuando abrió los ojos no reconoció de inmediato el lugar al que había llegado.

Se frotó los ojos sintiendo su mirada borrosa, pero no ayudó. El cielo se veía gris por nubes raras que tapaban el sol y el cielo. Era una capa grisácea que parecía una nata de contaminación en vez de nubes. El piso estaba cubierto por escombros de madera y tablaroca que le recordaban a la destrucción en el falso Karakura, en la batalla contra Aizen. Vidrios rotos. Destrucción. Desolación.

El aire sopló, levantando una nube de polvo como si quisiera demostrar que tan seco era el ambiente.

Tragó fuerte cuando reconoció el lugar: Estaba en su mundo interior.

Y un desierto le parecía, ahora, una mejor opción que el lugar al que había llegado. En un desierto no habría nada, o habría pocas cosas; en este paisaje, lleno, sabía sus esperanzas rotas, sus sueños perdidos y sus anhelos teñidos de sarcasmo. Era un escenario deprimente y, por primera vez, dejó de mentirse a sí mismo: estaba deprimido. Había pasado la última cuarta parte de su vida deprimido.

—¡Hey, rey! —sonó una voz casi metálica a su espalda—. Todo está muy aburrido por aquí; me tenías muy olvidado.

Saltó por el susto sin saber cómo había podido olvidar a ese morador de su mundo.

Cuando volteó al hollow que ostentaba su cara, lo hizo listo para comenzar una nueva batalla con él. Llamó a Zangetsu a su mano y el peso del arma se sintió correcto.

Había extrañado aquello.

Enfrentó al Hollow pero éste pasó la mirada de él hasta el cielo y suspiró, casi pareciendo aburrido.

—¿Vamos a pelear, eh, rey?, ¿eso es lo que quieres? —se burló apagadamente y sin dejar de mirar el cielo—. Va a ser un "no" por mi parte —siguió ignorándolo.

Él bajó el filo de Zangetsu y la punta tocó ese suelo lleno de escombros.

—¿Tú?, ¿no quieres pelear? —fue su turno de burlarse, él sí gritaba—. ¡¿Qué intentas hacer ahora?!

—¿Qué intento? —se burló mirándolo de reojo—. ¡Estoy encerrado en tu jodido mundo de mierda!

—¿No estás tratando de tomar posesión de mi cuerpo? —preguntó, olvidándose de gritar por la confusión que sentía.

El Hollow se burló con sarcasmo.

—Ninguno puede salir, rey —respondió con ese tono de completa derrota en su voz metálica.

—¿Por qué? —preguntó dejando a Zangetsu de lado.

El Hollow se encogió de hombros.

—Eres el único que sabe qué estabas haciendo antes de venir a visitarme.

Eso lo obligó a recordar. Había despertado en la habitación de Urahara, lo había buscado y él… lo había traicionado.

—Maldito —dijo con la decepción formando un nudo doloroso en su garganta—. Me traicionó —susurró sintiendo un agujero negro en las entrañas y apretando las quijadas para no dejar salir la rabia en forma de más gritos.

El Hollow lanzó una carcajada que le insufló un poco de la vida que antes había tenido.

—¿Por qué te sientes traicionado, rey? —se burló como antaño—. No es que tú hubieras confiado en el bastardo de sombrero y sandalias, ¿o sí?

—¡¿Y qué si lo hice?! —espetó, de inmediato confrontando al Hollow.

El ser lanzó una carcajada que pareció alcanzar el cielo y que dejó rastros de lágrimas en sus ojos; el muy bastardo se reía ese tanto de él. Apretó los puños sintiendo su cara enrojecer unos tres tonos de rojo.

—Me había aburrido demasiado mientras tú jugabas a la casita feliz con esa mujer sin chispa ni filo —soltó el Hollow aún entre su risa.

—¡Eso era lo que necesitaba para olvidar los horrores de la guerra! —se defendió, furioso porque lo condenara con esa voz que juzgaba sin humanidad; que se burlaba de cada herida profunda.

—¿Qué horrores? —soltó el ser blanco con sarcasmo—. Sólo mataste a Ywhach. Tú familia siempre estuvo segura. Tú siempre estuviste seguro mientras el resto era el que perdía la vida… y ni siquiera te quedaste a enterarte quiénes se marcharon para siempre. Eres más bien hipócrita, exagerado o insensible; no sé cuál de todas… Tal vez todas —le dijo apareciendo a un palmo de su cara con esa sonrisa psicópata—. Sólo piensas en ti y en lo que tú quieres, rey. Batallas coloreadas con la palabra protección, egoísmo cubierto por la mentira de proteger a otros, muertes con la palabra exorcismo y su promesa vacía de renacimiento. Nadie renace, rey; sólo desaparecen en una mezcla de reishi para convertirse en… cualquier otra cosa. Y, al final, las mentiras que te dices no importan; porque sólo es lo que te dices para evitar darte cuenta que nada importa, porque no tienes nada.

—Tú nunca sabrás lo que es perderlo todo: la felicidad, el amor de otros, el amor a otra persona, el tener un hijo y el tener una vida que llamar propia —vio su rostro en el Hollow abriendo los ojos con sorpresa, tragando con fuerza y a ese brillo acuoso en el negro de sus ojos moverse con algo nuevo, con algo doloroso. Tal vez hasta con vulnerabilidad… No le importaba—. Es a ti a quien nada le importa, ¡porque eres tú el que no tienes nada! —lanzó a voz en cuello, apenas consciente que se gritaba eso a sí mismo, a una parte de él mismo en todo caso.

La cara blanca frente a él se desfiguró con esa rabia que le conocía tan bien.

Cuando el primer puñetazo del Hollow se estrelló en su pómulo, sintió como si las piezas del rompecabezas se estuvieran acomodando en el lugar de siempre.

El grito del Hollow le llegó con el segundo puñetazo. Lanzó su puño hacia la parte de él que era, al menos, uno de sus reflejos; pero fue detenido por esa mano blanca. Ésta apretó el puño con tanta fuerza que pensó el apretón le rompería los huesos; el enemigo blanco comenzó a torcer su mano hasta que lo obligó a abrir su defensa y entonces lo golpeó de nuevo.

—¡Nunca pude conocerlo! —gritó el Hollow con el tercer puñetazo—. ¡Jamás lo conoceré por tu culpa! —gritó de nuevo azotándole la cabeza contra algo duro.

El mareo del golpe le nubló la vista y causó que sus brazos perdieran la fuerza, dejándolo a merced de la peor parte de su alma.

—Tuviste una madre —le golpeó el estómago—. Un padre —lo pateó en las costillas—. Hermanas —lo pateó en la columna arqueada—. Esposa —un puñetazo en la quijada—. Un hijo —le estrelló de nuevo la cabeza en ese algo duro que no era piso—. Amigos —un pisotón en el estómago—. ¡Una vida! —rabió mientras le apretaba el cuello—. ¡Un hermano! —susurró mientras lo soltaba.

Tosió gravemente mientras intentaba recuperar la respiración. A medias esperando ser golpeado de nuevo a medias esperando que la paliza unilateral se hubiera detenido, quedó prendado de la última palabra que le había escupido en su rabia. Cuando no hubo más golpes, intentó incorporarse usando una mano; vio al Hollow frente a él. Sus hombros caídos, el gesto desencajado, lágrimas cayendo pesadamente de ese par de ojos ámbar y negro. Aunque él hubiera recibido la paliza; el Hollow era quien se veía derrotado en verdad.

—¿De qué hablas? —escupió su pregunta—. No tengo ningún hermano.

—¿Alguna vez te has preguntado realmente por mí? —dijo con esa voz metálica quebrada hasta hacerla más grave—. Ni siquiera tú me conoces —se burló con un bufido.

—Claro que sí —espetó de inmediato, carraspeando lo último de su asfixia—. Eres una parte de mí; el Hollow que llevo dentro. Eres los poderes de Hollow que heredé de mi madre.

El ser rió triste; viéndose más derrotado que cuando lloraba.

—"El rey" siempre es convenientemente inocente o idiota; siempre ciego a los demás. Zangetsu es tu alma, esa alma que mezcla todo tu coctel genético; aún así, luce diferente a ti. Entonces, ¿por qué yo tengo tu misma cara de estúpido?

—Porque eres una parte de mí —le respondió harto de tener que repetirse.

El Hollow se tiró de espaldas sobre los escombros. Miró el cielo y entrecerró los ojos antes de cerrarlos por completo.

—Sí —aceptó—. Soy una parte de ti, pero no de la forma tan conveniente en que quieres creerlo. Soy la parte que nunca nació, que nunca tuvo madre o padre, o un nombre… viví sólo para morir. Si es que un puñado de células puede ser considerado vida —terminó viéndolo directo a los ojos a pesar de la distancia que los separaba.

Nunca antes en su vida había sentido la fuerza de una mirada que lo hiciera pensar no había distancia entre un oponente. Las palabras seguían en su mente, repitiéndose como si debiera encontrar un significado oculto, uno profundo. El hollow sonrió de esa forma sarcástica y derrotada.

—Ahí estás de nuevo, tan encerrado en ti mismo que no ves nada ni a nadie más. "El rey" únicamente pensando en él.

—Me he sacrificado por todos —soltó en su defensa.

—No has hecho nada más que lo que has querido hacer. No has sacrificado nada, no has perdido a nadie… no te has perdido a ti mismo —el Hollow volvió la mirada al cielo, haciéndole pensar que había acabado de decir toda la mierda que pasaba por su blanca cabeza. Se había equivocado—. Nadie te pidió salvar a la Shinigami; nadie te pidió rescatar a la princesa esa. Nadie te pidió pelear contra Aizen o contra Ywhach. Todas esas batallas que pesan sobre tu alma y tus recuerdos, son decisiones que tomaste tú solo.

—Mi padre, Urahara; ellos planearon todo para…

—Ellos jamás pidieron algo de ti —terminó.

No pudo refutar.

Cerró los ojos con fuerza. Quería desquitarse con el Hollow por sus palabras. Y eso le decía, con mayor fervor que cualquier paliza, que el ser blanco frente a él tenía razón al menos en esas palabras. Aunque le hubieran agradecido, aunque se hubieran disculpado, aunque se hubieran comportado como si nada… No le habían pedido que luchara. Nadie le había dicho "Ichigo, necesitamos que pelees".

Abrió los ojos aún sin saber qué responder al Hollow y una luz blanca lastimó sus ojos.

Cuando quiso llevar su mano a la cara para cubrir el resplandor, fue incapaz de hacerlo. Intentó una vez más sólo para darse cuenta que estaba sujeto. Peleó débilmente contra las ataduras dándose cuenta que lo sujetaban por tobillos y muñecas. Sentía, además, el cuerpo pesado y la cabeza ligera.

—Está despertando, Mayuri-sama —sonó la voz de aquella mujer.

Volteó a derecha e izquierda buscando a la mujer. La luz blanca sobre sus ojos era tan intensa que no logró distinguir nada a su alrededor.

La cara de la teniente apareció sobre él tapando algo de esa luz que le provocaba dolor de cabeza, y por eso tendría que agradecerle a la mujer.

—Perra —soltó tan fuerte como la sensación de debilidad… de sopor, le permitía.

—Ya está despierto, Mayuri-sama —dijo retirándose y dejando que la luz le cayera de lleno en los ojos.

—Maravilloso —sonó la voz feliz del demente ese. Y, en seguida, fue su cara la que estuvo sobre él cubriendo la fuerte luz blanca—. ¿Cómo te sientes? —preguntó como si le importara.

—Hecho mierda —respondió.

—No me importa cómo te sientes, muchacho bobo. Quiero saber cómo te sientes. ¿Cómo se sintió ser inyectado con anestesia especial para tus cuatro partes? ¿Sientes calambres o pánico? ¿Tal vez algo de agonizante dolor?

Las palabras penetraron duro aún en su cabeza anestesiada; una anestesia para sus cuatro partes. Y el único que había conseguido muestras de eso era Urahara.

—¿Dónde está el bastardo ese? —gruñó.

—Vas a tener que ser un poco más específico que eso —respondió el loco, aburrido.

—El bastardo de Urahara —quiso gritar con rabia.

—Oh, ese bastardo —dijo como si nada—. Pudriéndose en Muken —sonó con indiferencia.

—¿Por qué? —espetó de inmediato. Realmente tenía poco de pregunta y más de amargura. Esperaba que, al menos, fuera por haber nacido.

—Yo qué sé —comenzó alejándose y haciendo sonar cosas metálicas.

—¿Tú no sabes algo? —se burló como si tuviera el control de la situación a pesar de estar atado—. Al menos ese traidor siempre supo qué sucedía.

El loco tronó la boca con desprecio y sonrió de nueva cuenta sobre su cara.

—Deberías dejar de preocuparte por eso. Pero bueno, estoy de buen humor porque me dejaron jugar un poco contigo antes de llevarte a donde te quieren —dijo, de hecho, sonando feliz y entretenido—. ¿Qué me preguntaste? Ah, sí. Qué pasó con ese hombre desagradable. Está pudriéndose en Muken.

—Te estás repitiendo, Kurotsuchi —dijo para fastidiarlo—. La pregunta era por qué.

Kurotsuchi gruñó su desapruebo a las palabras, pero no respondió de inmediato mientras más sonidos de metal contra metal, de vidrio contra metal y de algo viscoso cayendo se escucharon.

—Traicionó de nuevo a Soul Society escondiéndote cuando se le acabó el tiempo de gracia y me obligó a buscarte —terminó como si se fastidiara por el recuerdo de tener que hacerlo.

—¿De qué hablas? —preguntó tragando duro.

—Suficiente —elevó el tono—. Ya te mostré mayor cortesía que al resto de mis especímenes. Ahora me toca a mí.

El sonido de ese metal arrastrándose sobre metal se escuchó como una espada siendo desenfundada y, antes que pudiera saber qué pasaba, un agudo dolor atravesó la anestesia.

Gritó con toda la fuerza de sus pulmones. Peleó de nuevo contra las ataduras sólo para encontrar su torso libre en la parte derecha. Cuando volteó a tal lado, vio al fenómeno ese cargando su brazo derecho, cercenado desde el hombro.

Entonces gritó hasta desmayarse.