Draco no esperaba compañía. Tampoco la deseaba, se decía a sí mismo continuamente.
Maldita Greengrass, desde que habían empezado las vacaciones, ella estaba en todas partes. Claro, había tenido que ser educado e invitarle a estudiar juntos. Pero había sido ella la que se había sentado frente a él a comer, cuando el solo quería la compañía de un libro. Y ahora la tenía a todas horas en la enfermería con él.
Cuando despertaba por la mañana, ahí estaba, con un libro en la mano. ¿Le vigilaba? ¿Daba reportes a la Directora y a Nott sobre su salud? No lo sabía, su mente no estaba clara después de tres días de cama y pociones. Bueno, y que casi le habían matado de una paliza. Otra vez.
Aún así, esperaba que siendo una cena especial, ella se quedara en el comedor. Pero no, era terca como una mula, le daban igual sus silencios hostiles o sus gruñidos, siempre volvía, y esta vez venía con una elfina.
Las observó a las dos con su silencio enfurruñado. Vio a Pompfrey insistir en que le avisara inmediatamente si ocurría algo. Y a la elfina preparar en una mesita auxiliar diversos platos protegidos con un encantamiento de calor. Finalmente, se quedaron solos.
— ¿Qué…?
— He pedido que te hagan una cena especial.
— Por Salazar, Greengrass, ¿no puedes dejarme en paz? —siseó, tumbándose de espaldas a ella.
— No —respondió con su contundencia habitual—. Vamos Malfoy, tienes que comer para reponerte. Y son tus platos favoritos, le pregunté a Nott.
Podía olerlo, el pollo asado con puré de patata. Sopa de cebolla. Y un intenso olor a canela y manzana.
Cerró un momento los ojos, dejando que los familiares olores lo llevaran a un pasado más feliz, a las vacaciones en Francia, a las tradiciones de Yule. Para él la Nochevieja olía a manzanas asadas con canela, como las que había encima de la mesa. Se le llenaron los ojos de lagrimas.
Resistió como pudo al sollozo que le subió traidor por la garganta. Dignidad, se decía a sí mismo, con la voz de su padre. Los sangrepura no muestran emociones. Las emociones son para los débiles. Entonces lo sintió, el toque tímido de Greengrass en su pelo, intentando consolarle sin palabras. Y se rompió.
Lloró, con sollozos tan fuertes que le inflamaban la garganta. Sintió como la chica se sentaba a su lado en la cama y le acariciaba el pelo y la espalda. Y no la rechazó, por primera vez en meses no rechazó el tacto de otra persona. Se dejó consolar por ella y sus murmullos que no entendía, pero que le acompañaban.
Al cabo de un rato, pareció que su reserva de lágrimas empezaba a bajar. Trató de recuperar la respiración, acompañado por los suaves masajes circulantes en su espalda, que le recordaron a su madre cuando le consolaba tras un berrinche.
— Te sentirás mejor si te lavas la cara —le oyó decir—. ¿Quieres ir al baño mientras pongo la mesa?
Asintió, levantándose con cuidado de la cama. Las piernas le flaquearon un poco, pero ahí estaba ella para ayudarle a mantener el equilibrio. Camino despacio hasta el lavabo. Se lavó la cara con agua fría, tratando de bajar la inflamación de sus ojos. La cara en el espejo era la de un fantasma, pálido, con los ojos hundidos y los pómulos marcados. Suspiró, intentó peinarse con los dedos y salió despacio del servicio.
— ¿Te sientes con ganas de sentarte a la mesa?
— Si, por favor —respondió suavemente, caminando hacia la mesa que Astoria había colocado cerca de la chimenea.
Comenzaron a cenar en silencio. Había zumo de grosella, su preferido. Incluso el pan era baguette, mucho mejor que el áspero pan inglés.
— No había probado nunca la sopa de cebolla —comentó ella, rompiendo el silencio.
— Nuestra cocinera en Francia me la hacía siempre en estas fechas.
Se sorprendió a sí mismo, compartiendo información.
— No conozco Francia, a mis padres no les gusta mucho viajar.
Draco rompió un trozo de pan y lo untó en la sopa, una costumbre que su madre habría reprendido con fuerza. Cerró los ojos, disfrutando del sabor con un "mmmm". Al abrir los ojos se dio cuenta de que Astoria le observaba con una pequeña sonrisa.
— ¿Qué miras, Greengrass? —preguntó con aspereza.
— A ti, es un gusto verte disfrutar de la comida.
Se relajó. Entre sangrepura, una muestra emocional como la que le había dado en ese rato a Greengrass era un pasaporte directo a burlas y mortificaciones. Pero claro, ella no era una sangrepura común, era una rebelde, una renegada. Y puede que la admirara un poquito por ello.
Conversaron ligeramente, hablando de los diferentes platos y de los viajes que Draco había hecho. Solo guardó silencio mientras degustaba una de las manzanas asadas. La sensación de la manzana derritiéndose contra su paladar, con el regusto de la canela, le generaba un bienestar y indescriptible.
Dejó la servilleta sobre la mesa, tras limpiarse cuidadosamente los labios. Estaba lleno, pero no le pesaba la comida en el estómago como otras veces. Se sentía pleno, satisfecho.
— ¿Quieres volver a acostarte? —preguntó ella, solicita, levantándose para ayudarle.
— Creo que necesito caminar un poco antes de volver a la cama, para bajar la cena —respondió, m mirando hacia la puerta abierta de la enfermería.
— Podemos salir al pasillo.
— No es necesario que te quedes más rato, Greengrass —esta vez le hablo con muchísima más suavidad que un rato antes—. Ya has hecho bastante.
— Me comprometí a acompañarte. Y a mi también me gustaría estirar un poco las piernas.
Se colocó junto a él y le tendió la mano para ayudarle a levantarse. Él observó un segundo esa mano tendida, evocando otra mano tendida hace muchos años, pero borró rápidamente el pensamiento con un movimiento de cabeza. Tomó la mano, más pequeña y suave que la suya, y le dejó ayudarle.
Salieron al pasillo, charlando de nuevo, esta vez ella le contaba anécdotas de su infancia con Nott, que conseguían sacarle una sonrisa de cuando en cuando.
A lo lejos, oyeron sonar un reloj. Eran las doce menos cuarto.
—Quizá sea hora de volver. Estarás cansado.
Estuvo a punto de decirle que no, que siguieran un rato más, que apreciaba su compañía, todo lo que había hecho esa noche por él. Pero no lo hizo, se limitó a asentir y darse la vuelta para volver a la cama.
Hicieron el camino en silencio, cada uno en sus pensamientos. Al llegar a la enfermería, la mesa había sido despejada y en lugar de los platos había dos tazas que humeaban y olían a miel. Le acompañó hasta la cama y le ayudó a quitarse la bata. Acercó las dos tazas y le tendió una cuando estuvo metido entre las mantas.
— Salud, Malfoy —le dijo, golpeando las tazas.
Dio un pequeño sorbo. Ella le había hecho adicto a esa costumbre. Esperó a que se despidiera y se fuera, pero ella se sentó en su sillón habitual junto a la cama.
Le pilló por sorpresa el sonido del reloj de la enfermería dando las doce campanadas. Pero más todavía la repentina cercanía de Astoria, que le besó suavemente en los labios.
— Feliz año nuevo, Malfoy —le dijo poniéndose de pie—. Por fin se acabó este año de mierda.
Y salió de la enfermería con la taza caliente entre sus manos.
Me encanta esa costumbre de empezar el año besando a alguien, no sé exactamente de donde me la he sacado, pero tenía que usarla aquí. Ay Draco, que vas a caer sin remedio, por mucho orgullo que intentes usar de escudo.
El viernes vuelven las clases, ¿qué esperáis que pase? Os leo.
¡Abrazos!
