«No debo ninguna fidelidad a Granger, no debo ninguna fidelidad a Granger, no debo…»

Draco no dejaba de repetirse esas palabras en la cabeza en un intento vano por tranquilizarse antes de ir a ver cómo se encontraba. Se había dado prisa en subirse los pantalones y en echar a aquella chica de su despacho, pero después no salió corriendo, como había sido su primer impulso.

Era cierto, no debía ninguna fidelidad a Hermione, pero no podía evitar el malestar, la vergüenza.

«No te has acostado con ella».

«No has prometido nada a nadie».

«No has dicho nada que se pudiera malinterpretar».

Era Granger, Merlín, ese debería haber sido el mejor motivo. ¡Él no estaba enamorado de Granger! ¡Y menos aún no estaba ella de él! El lugar de ambos en el mundo estaba ya muy bien definido, ella no querría mezclarse con él. Y él…

Volvía a desviarse del tema, a vagar por pensamientos que no llevaban a ninguna parte.

¡No debía ninguna fidelidad a Granger!

Tenía que ir a su habitación, llamar a su puerta, preguntar qué pasaba como si nada hubiera ocurrido. Como si fuera algo habitual, lo más normal del mundo.

«¿Qué querías cuando tan impetuosamente entraste en mi habitación mientras estaba con…?»

Si quería no sonar como un absoluto capullo más valía que por lo menos se acordara del nombre de aquella chica, pero era incapaz, es posible que no lo hubiera sabido en ningún momento. Ni si quiera estaba seguro de si trabajaba allí o si era una paciente.

Terminó de recomponerse la ropa y salió con gesto seguro hacia la habitación de Hermione. Era mejor así, sin pensarlo mucho más.

Dio un par de golpes a la puerta. No hubo respuesta.

—¿Hermione?

Silencio.

—Por favor, Hermione, me gustaría saber qué querías.

Más silencio.

Esperó unos segundos más a escuchar algún sonido al otro lado de la puerta pero finalmente perdió la paciencia y abrió la puerta. Podía haber pasado algo.

Cuando entró no vio más que un bulto en la cama. Ya había anochecido y en la habitación solo entraba la luz del pasillo. Pero podía imaginar quién era el bulto, quién era aquella bolita, encogida sobre sí misma, con una maraña de pelo asomando sobre el edredón y respirando con demasiada fuerza.

—Hermione, tu respiración me dice que no estás dormida. Así que, por favor, dime, ¿qué querías?

Notó cómo se sentaba, pero ella persistía en su silencio.

—Está bien, descansa hoy, pero mañana espero que me lo cuentes.

Estaba cerrando poco a poco la puerta cuando la escuchó:

—Malfoy…

—Dime —respondió rápidamente antes de perder la oportunidad.

—Yo también tengo algo que proponerte —Draco hizo un sonido de asentimiento para que supiera que la estaba escuchando. —Voy a dejar que intentes curarme de todas las formas que quieras. ¿De acuerdo? Pero a cambio no quiero que me acompañes cuando te rindas.

Aquello dolió.

—Cuando me rinda no. SI me rindo.

—Si te rindes no quiero que me acompañes. Ni tú ni nadie. ¿Sabes lo que es la eutanasia? —Draco se quedó paralizado, frío. No pensaba que se pudiera sentir tanto frío en el pecho y eso que había estado en presencia de Voldemort innumerables veces. —Entiendo que sí. Ninguno de tus innumerables defectos es ser tonto. Bien. Cuando no lo logres quiero que me proporciones un medio sencillo. Eres medimago, seguro que tienes acceso a ello. ¿Trato hecho?

—¿Esto es lo que querías decirme antes? —Intentó ganar tiempo, aunque sabía que no tenía muchas más opciones. Confiaba en sus capacidades, pero aquello era demasiado.

—Sí —una sola palabra y supo que estaba mintiendo y que no tenía ningún sentido intentar que le dijera la verdad. Se sintió culpable, porque él no la debía ninguna fidelidad pero sabía que por su propia culpa había perdido la poca confianza que había conseguido ganarse aquel día.

Con un gesto de varita iluminó la habitación para verla mejor y, sobre todo, para que ella lo viera.

—Si no consigo curarte, yo mismo te ayudaré. Si quieres, yo mismo te acompañaré cuando lo hagas —aquello había sido tal vez de excesivo, pero si perdía esa partida tenía que estar allí, era su deber.

—Gracias. Ya puedes irte si quieres —se dio la vuelta de nuevo en la cama y le dio la espalda.

—No pienso perder, Hermione. Acabas de poner un precio demasiado alto a que pierda, no va a ser tan fácil. Y en algún momento vas a tener que contarme algo más, algo que me deje entender qué duele tanto para que me estés haciendo… pidiendo esto.

Silencio.

Apagó las luces, salió de la habitación, cerró la puerta despacio y, ya en el pasillo, el mundo se le cayó encima. Quería romper algo, llorar tal vez, encerrarse en su despacho y gritar. En lugar de eso fue derecho al cuarto de enfermeras buscando encontrar a… como quiera que se llamase.

Despertó con la sensación de que una taladradora estuviera perforándole la cabeza. Era, sin embargo, uno de los mejores despertares de las últimas semanas: durante unos segundos no sabía dónde estaba ni quién era quien le estaba dando calor en la espalda y no tenía ninguna preocupación en mente.

No duró demasiado. Al darse la vuelta vio un cabello demasiado rubio, que enmarcaba una cara demasiado perfecta. Ella dormía plácidamente y podía imaginar que se habían acostado, toda la habitación olía a sexo. Rebuscó en su cabeza pero lo último que recordaba era haber ido a buscarla después de… ¡Mierda! Después de aceptar matar a Hermione. Todo volvió de golpe y supo que ya no podría evitar darle vueltas, sin parar, todo el maldito día.

Se levantó sigilosamente, no quería despertarla y tener que dar explicaciones. Se vistió con cuidado y se lavó a duras penas en el baño. Después escribió una nota en el primer papel que encontró. Una cosa era actuar como un imbécil y otra muy distinta ser un desconsiderado. Su madre no le había educado de aquella manera.

Salió deprisa, antes de que cualquier ruido la despertara y se fue hacia su casa para cambiarse, desayunar y tomar algo que curara aquella espantosa resaca antes de ir al hospital. Aún era temprano, así que no había necesidad de aparecerse y a su estómago le sentaría mucho mejor un paseo al aire fresco que el movimiento violento de la aparición.

Levantó la vista al cielo. Hacía un espléndido día de casi invierno. Nunca le había gustado el verano, ni siquiera la primavera. Probablemente ninguna de esas dos estaciones casasen demasiado con su temperamento. Siempre había sido frío, colérico a ratos, como una tormenta, pero fundamentalmente frío. En días como aquel, fríos pero soleados, con un cielo azul limpio y brillante, podía sentir un poco de esperanza por sí mismo. Podía creerse que había algo de luz en él. Y de belleza. No de la física, sabía que esa la tenía. Podía creer que alguien querría salir a aquel frío inmenso que era él mismo. Que alguien querría aventurarse, más allá de las capas y capas necesarias para no congelarse ante él, buscando la luz.

Se estaba poniendo intenso y no le gustaba, pero desde que había vuelto Granger no podía evitarlo. No sabía si era la vuelta a los recuerdos de Hogwarts, si era la intensidad con la que había aparecido ella misma, si era por volver a sentirse un adolescente que no sabía cómo hacer las cosas bien. Ese era otro motivo para querer curarla, que ella entendiera que, hasta cierto punto, podía comprenderla. Quería enseñarle lo herido que estuvo él, cuánto le costó no morir ahogado por ello. Pero no, no estaba siendo justo, no era justo intentar comparar miserias sin conocer la suya.

Eso le dio una idea. No una buena idea. Ni siquiera una idea legal. Pero si ella muriera por no hacerlo no podría perdonárselo. No sabía cómo no se le había ocurrido antes, probablemente porque aún le quedaba algún temor por Azkaban, algún rastro de cordura. Hacía siglos que no lo hacía, pero eso no sería un problema, le había entrenado el mejor.

—¿Qué tal estamos de buena mañana? —Sí, definitivamente se había pasado de entusiasmo, parecía idiota. Tan idiota que logró provocar una reacción en ella, no una demasiado buena, pero una reacción al fin y al cabo.

—Estaba bien. Aunque ahora estoy temiendo que te esté dando algo en la cabeza —insultos, eso era una gran señal.

Había decidido que la mejor estrategia era seguir como si nada hubiera pasado, ignorar que tuvieron aquella conversación y pretender que el día anterior no había existido. Por eso había triplicado la energía y el entusiasmo de su voz. Si no se lo contagiaba, al menos le daría algo de lo que reírse.

—¿Qué te parece si hoy nos quedamos aquí hablando tranquilamente?

—¿Tengo otra opción?

—En realidad no, así que prepárate para aguantarme toda una mañana. ¿Puedo? —Preguntó señalando el borde de la cama. Cuando ella asintió se retiró un poco la bata y se sentó con una pierna arriba y la otra colgando hacia el suelo, en una postura desenfadada. —Más te vale tener conversación, puedo ser una pesadilla si me pongo a hablar sin parar.

—En realidad no tengo demasiadas ganas de hablar.

—Está bien. Empezaré yo. ¿Qué tal el desayuno? ¿Mejor o peor que el que te preparé yo?

—Tú no habías preparado aquel desayuno.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —Preguntó el divertido por la deriva que estaba tomando aquello.

—Estaba comestible.

Draco se rio y se preparó para dar un volantazo peligroso.

—Eso me ha dolido, Hermione. Vas a tener que compensarme ese insulto. Así que cuéntame, ¿qué era lo que querías contarme el otro día cuando me interrumpiste tirándome a aquella enfermera?

El final de la pregunta la enmudeció. Lo miraba con los ojos abiertos como platos. Había sido todo intencionado, Draco sabía que ella no se esperaba esa grosería que a esas alturas ya habría supuesto que no tratarían el tema. Aprovechó el instante en el que Hermione bajaba la guardia para meterse en su cabeza. Fue tan fácil como saltar a una piscina en calma. Suave.

—Yo… ya te lo dije. Quería hablar de aquello.

—No te creo —respondió él. Sus pensamientos no estaban aún sintonizados con lo que él necesitaba. Interrogar a prisioneros o a compañeros era más fácil, podías forzarlo un poco, pero no quería hacerle ningún daño. Por eso necesitaba insistir. —Es como si yo te digo que la enfermera solo estaba comprobando mi temperatura corporal. No tel o crees, ¿verdad? Porque no tiene sentido.

Aquello consiguió crear suficiente confusión como para que abriera su mente un poco más. Vio un rostro borroso y pálido bailar por sus pensamientos y escuchó un grito que recordaba de sus propias pesadillas.

—¿Puedes dejar de decir esas cosas? —Estaba muy confundida y se había puesto completamente roja.

–¿Qué cosas? ¿Que no te creo o que me pillaste casi a punto de…?

—¡Calla! —Exclamó y se tapó los oídos. Fue la turbación justa para que se abriera por completo. Se había dado la vuelta, mirando a la pared enfadada. Draco lo agradeció porque la legeremancia había funcionado a la perfección y ya no era capaz de disimular la mueca de horror.

Todos excepto... excepto la sangre sucia —fue lo primero que escuchó. Era la voz de Bellatrix, la conocía bien, había sido su entrenadora personal. Aquellas notas crueles eran inconfundibles, planeaba algo.

La niebla se empezó a disipar, dejándole ver un salón exageradamente grande coronado por una ostentosa lámpara de araña. En las paredes colgaban retratos: de su abuelo, de su bisabuelo… De todos los Malfoy que hubieran existido. Un perro sarnoso gruñó.

¿Creéis que me dará un trozo de la chica cuando acabe con ella?

Draco sintió la bilis subiendo por su garganta. Recordaba aquel día con total nitidez. Era uno de aquellos momentos que volvían una y otra vez a sus pesadillas. Después se había ganado una paliza, pero si los hubiera delatado abiertamente no habría sido capaz de vivir con ello. Y aún así… Aún así siempre había sabido que no era suficiente y allí tenía la prueba.

Se vio a sí mismo mirando hacia la chimenea encendida, demasiado temeroso como para volver la cabeza y ver qué estaba haciendo su tía. Pero lo había escuchado, había escuchado sin poder evitarlo los gritos retumbando por las paredes de piedra de la mansión.

Y ahora podía verlo.

El cuerpo de una Hermione mucho más joven se retorcía bajo el agarre implacable de Bellatrix que la interrogaba entre crucios y heridas. Sus gritos se entremezclaban con los jadeos ansiosos de Greyback y la voz de Weasley que llegaba desde los calabozos. Hermione agonizaba y nadie hacía nada por evitarlo. Pudo leer en ella la desesperación y el momento justo en el que se quebró y todo su mundo se dio la vuelta, aunque ella no sería consciente de ello hasta mucho después.

Después de aquella Pascua no volvió nunca más a la mansión.

Los pensamientos de Hermione saltaron de pronto a otro momento. Un montón de cuerpos repartidos por el Gran Comedor. Allí estaban el profesor Lupin y su prima. Hermione se agarraba a sí misma con un brazo intentando juntar los pedazos, con el otro brazo consolaba a Weasley que parecía aún más catatónico que de costumbre.

Otro salto y Draco empezó a sospechar que ya no era él quien controlaba aquello. Weasley intentaba abrazar a Hermione desde su espalda, reclamando atención, y ella se la proporcionaba a costa de sí misma. Él la besaba el cuello y ella cerraba los ojos mortificada.

Otro salto y Potter y la Weasley pequeña sonreían con las manos entrelazadas. Era una casa bastante hortera, así que probablemente ellos vivían allí. En un momento dado, Hermione se levantó con precipitación, fue hacia el baño, lo silenció y rompió a llorar con desesperación.

Una fuerza lo expulsó de su cabeza.

—¿Ya has terminado? —Lo miraba fijamente. No parecía enfadada aunque Draco estaba seguro de que ella sabía lo que acababa de hacer.

Quería llorar o pegarle una patada a algo, así que se limitó a asentir con la cabeza.

—Bien. ¿Puedo descansar ahora? —Su voz sonaba tirante. Intentaba que pareciera que no le importaba demasiado aquello, pero era imposible. Había puesto tantas y tantas capas por encima que se había hecho a la idea de que era indiferente a lo que le había ocurrido. Pero no sentir las cosas malas estaba matando todo lo bueno que le había ocurrido después.

—Sí, Hermione. Muchas gracias por dejarme estar ahí. Mañana daremos un paseo, ¿de acuerdo? —Draco salió deprisa de la habitación en cuanto la vio asentir. Fue a su despacho y se desplomó en su silla, la cabeza entre las manos, agotado.