Encontrar y Perder
Era mediodía cuando un sonoro clamor acompañado del lento y estremecedor redoble de un tambor llegaba desde la plaza. Korra no lograba identificar el sonido, hasta que invadida por el pánico se incorporó de un salto desde la cama de la capitana, aterrada por lo tarde que debía ser sin que ella hubiese realizado sus deberes matutinos. Pero no alcanzó a realizar un movimiento cuando Bolin la calmó con un sutil ademán.
- La capitana ha dicho que durmieras hasta tarde - le explicó. Aunque tenía la escoba en la mano, estaba mirando por aquella ventana del segundo piso hacia afuera.
- ¿Qué sucede? - preguntó Korra. Sentía la reverberación del tambor en el pecho, el ritmo ininterrumpido la llenaba de expectación. Al comprobar que no había nadie más en la habitación se levantó y se acercó a Bolin.
- Tan solo se trata del príncipe fugitivo - explicó -, lo están paseando en carro por el pueblo.
Korra se acercó al cristal de la ventana. Abajo, entre la multitudinaria y disgregada muchedumbre de lugareños, vio una enorme carreta de dos ruedas, tirada por vasallos en vez de caballos, con sus embocaduras y arreos.
El rostro enrojecido del príncipe fugitivo, atado a la cruz con las piernas estiradas y su prominente sexo más endurecido que nunca, alzó la vista y casualmente se encontró con la mirada de Korra. Ella vio aquellos quejumbrosos y arrepentidos ojos, único órgano con qué podía expresar su pesar, ya que se encontraba amordazado y atado. Su piel roja evidenciaba las marcas de castigo que había recibido desde la noche anterior, y le habían prometido otra más, recordó.
Pero otra visión más inquietante captó su atención: uno de los seis príncipes enjaezados a la carreta que tiraba del fugitivo era Mako. En ese momento pasaban justo debajo de la posada y no cabía duda que se trataba de él, con su negro pelo rebelde y su cabeza estirada hacia atrás por la embocadura que llevaba entre los dientes, mientras marcaba el paso levantando las rodillas. De la hendidura de su trasero brotaba una cola de caballo negro, liso y brillante. No hacía falta que nadie le explicara cómo se mantenía en su sitio.
De la impresión de verlo, Korra se cubrió la boca con una mano.
- No te aflijas, Korra - dijo Bolin, malinterpretando la acción-. El príncipe fugitivo se lo merece. Además, el castigo no ha hecho más que empezar. La reina se ha negado a verlo y lo ha sentenciado a cuatro años en el pueblo.
- Tal vez eso es lo que desea el fugitivo - respondió ensimismada, no refiriéndose exactamente a lo que sucedía allí abajo.
- Normalmente los soldados abren y cierran la marcha - le explicó Bolin, no observando con la misma detención como lo había hecho Korra -. Me pregunto dónde estarán hoy.
Buscando invasores ocultos, pensó Korra. Observó una vez más la procesión y luego fue a sentarse a la cama. Sus piernas habían perdido su fuerza. Había estado viviendo el día a día sin cuestionarse muchas cosas, sin atreverse a mirar hacia atrás, ya que todo esto, de alguna u otra forma, ella se lo había buscado. Justo allí abajo estaba su otra culposa parte, aquel pilar del castillo que tanto consuelo, como perdición, le habían traído.
Korra observó como Bolin la miraba preocupado. Que estuviera preocupada por ella significaba que no había visto a su hermano. Eso era bueno, ya que no sabía qué es lo que este pudiera hacer si se enteraba. Ya le había quedado claro que había sido impulsivo en el pasado, y a pesar de que hubiera dicho que ahora había cambiado gracias a la instrucción recibida en aquel lugar, los lazos de sangre y la añoranza siempre solían ser más fuertes que el miedo o respeto adiestrado por los amos.
Primero tenía que pensar en la forma de reunirse con Mako. Quería saber cómo estaba, y contarle sobre su hermano. Después pensaría en todo lo demás.
Un movimiento de Bolin la hizo salir de su ensimismamiento, observando cómo este se acercaba y tendía su mano, tirando suavemente de Korra para que se levantara.
- Tienes que bajar al patio y descansar sobre la hierba - le dijo cuando se aseguró de que ella podía mantenerse sobre sus dos piernas.
- ¿Otra vez?
- La capitana no te hará trabajar hoy, y por la noche te alquilará Izumi, la cronista de la reina.
- ¿La cronista? No me es familiar.
- No me extrañaría, pero para mí sí. Ella es la madre de un buen amigo de nuestra familia, quien creo que debe encontrarse también en el castillo.
- ¿Ah si? ¿Y cómo se llama ese amigo?
- Iroh.
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Iba junto a Suyin dentro de un pequeño carruaje tirado por un par de príncipes corceles pertenecientes a las cuadras públicas. A esa hora de la noche las calles desiertas no ofrecían nada que pudiera distraer la mente de Korra. ¿Por qué la iría a requerir la madre de Iroh? Este debía de estar en el castillo, se intentaba tranquilizar, por lo que simplemente se tratara de una gran casualidad. Pero un peso en su estómago no le permitía quitarse un horrible presentimiento.
El carruaje se detuvo, al igual que el corazón temeroso de Korra. Suyin la alentó a bajar, dándole instrucciones de qué es lo que se esperaba de ella y la hora en que pasaría a recogerla, pero nada de eso le llegaba con claridad.
Descendió del coche y se encaminó hacia la puerta. Una campana en el carruaje indicó que este se marchaba, dejándola sola frente a aquella gran casona. De inmediato la puerta se abrió siendo recibida por el mismo Iroh, quien se suponía que no debía estar allí.
Korra no se movió de su sitio, sin embargo, rápidamente bajó su mirada, en parte como le correspondía hacer y para ocultar su creciente turbación.
- Ha pasado un tiempo, princesa - la saludó irónicamente Iroh -. Ven, entra.
El silencio de aquel pasillo se evidenciaba por la reverberación del eco de los pasos de Iroh en el suelo de madera tras Korra, siguiéndola por aquel silencioso y frío pasillo. Era como si le faltase el aire, como si esperase a que en cualquier momento las grandes manos del hombre la agarraran por el cuello, pegándola a la pared. Pronto, a unos pasos se encontró una puerta. Korra se sobresaltó cuando observó una mano pasar junto a su cadera, yendo a afirmar el pómulo de la puerta. Sintió la risa divertida de Iroh sobre su oído, pero no prestó más atención ya que la puerta fue abierta, dando paso a una habitación con un ambiente totalmente diferente. Korra no pudo creer lo que veía cuando al alzar la vista descubrió a Mako ante ella. El príncipe sin esperar la alzó en sus brazos, levantándola del suelo, abrazándola en el aire.
Adentro todo era más cálido, el ambiente estaba temperado por un gran fuego junto a una chimenea. La habitación estaba llena de estantes con libros, y una suave alfombra aportaban a la calidez. Pero ella sabía que la presencia de Mako ahí era la que más calidez le traía.
- Es maravilloso verte de nuevo, Korra - le dijo Mako cuando la dejó en el suelo. Korra sonrió, iba a decirle algo cuando observó a Iroh colocarse junto a Mako.
- Calma, princesa - le dijo una voz tranquilizadora de Iroh -, puedes estar con mi vasallo cuanto quieras, y mientras permanezcan en los confines de esta habitación serán libres de hablar a sus anchas. Regresarás a tu servidumbre habitual cuando abandones esta casa.
- Ah, claro - atinó a responder, y observando como Iroh se retiraba de la habitación agregó -: Muchas gracias.
Cuando estuvieron solos el silencio volvió a instaurarse. El crepitar de la madera en la chimenea fue lo único que se escuchó. Hace mucho tiempo que Korra no sentía esa extraña calidez. Se volvió hacia Mako, quien la observaba con una sonrisa en su rostro, a la cual correspondió gustosamente.
- Me alegra que te encuentres bien Mako. ¡Tengo tantas cosas por contarte!
- Hm - asintió -, estoy ansioso por escucharlas.
- Pero antes - se interrumpió, precavida -, ¿está bien que estemos solos los dos? ¿Iroh no está molesto?
Mako meditó sus palabras antes de responder, la verdad es que en este tiempo había descubierto cosas nuevas y sorprendentes sobre su amigo, lo cual había cambiado casi completamente la perspectiva que solía tener de él.
- La verdad es que Iroh es un hombre lleno de misterios y secretos, de una extraña intensidad - respondió -. Hará exactamente lo que le plazca y ahora le apetece permitirme que te vea; mañana, probablemente, le apetecerá azotarme por todo el pueblo y posiblemente creerá que una cosa acrecentará el tormento de la otra.
El recuerdo de Mako enjaezado y con la cola de caballo volvió de inmediato a la mente de Korra.
- Te he visto en la procesión - comentó.
- ¿Tan terrible parecía? - le preguntó curioso.
- ¿A ti no te pareció terrible?
De lo profundo del pecho de Mako surgió una risa grave. Korra levantó una ceja y esperó a que el príncipe terminara de reír, mientras intentaba averiguar qué es lo que había sido tan gracioso.
- Sí, Korra - respondió después de reír -. ¡Fue deliciosamente terrible!
Con aquella respuesta, por unos segundos la princesa se quedó boquiabierta, para luego dibujar una resignada sonrisa en su rostro.
- Quiero saber ¿cómo podías...? digo, los arneses, la embocadura y la cola de caballo... ¿cómo has llegado a eso, a tal aceptación?
No hacía falta que él le dijera que estaba resignado; era evidente, se notaba, lo había visto durante la procesión. Pero lo recordaba en la carreta cuando bajaban del castillo y Korra intuyó el miedo que él sentía entonces y que su orgullo impedía revelar con libertad.
- He encontrado a mi amo, el me que hace estar en armonía con todos los castigos - explicó Mako-. Pero, por si te interesa, es y siempre será la mortificación más absoluta.
Sin explicar más, Mako se movió hacia una mesa próxima, sirvió una copa de vino y lo acercó a los labios de Korra. Esta, perpleja, lo cogió y bebió como hubiera hecho una dama, admirada por aquella curiosa sensación.
- Y dime, Korra ¿cómo te ha ido en el pueblo? ¿has sido rebelde? cuéntame.
¿Rebelde? No lo creo.
- He caído en manos de una broma del destino - respondió irónicamente, observando desinteresada el vino mecerse entre el cristal.
- ¿Cómo es eso?
Korra se dispuso a contarle de su ama directa, Suyin, quien, casualmente era madre de quien era su secretaria antiguamente, quién nuevamente estaba fugitiva. Mencionó a Kuvira, describiéndola físicamente y de personalidad, lo cual ayudaba a completar la información que Mako tenía sobre ella, y sobre la relación que tenía con Asami. Esto último él lo sabía por el tiempo que había estado en el castillo, por las historia de pasillo que aun se contaban, hasta que volvió Asami con Korra. Que Korra mencionara a Kuvira y no hiciera una clase de conexión con Asami significaba que ésta aún estaba pasando por un bloqueo. Algo en ella le impedía querer develar todo lo ocurrido hasta ahora.
- ¿Qué es lo que buscas sentir, Korra? - preguntó Mako cuando todo su relato hubo acabado. Necesitaba saber cuál era el estado actual de su amiga, qué es lo que esperaba del pueblo, y si existía un futuro en el cual hubiera pensado.
Korra tardó un momento en responder. ¿Qué es lo que quería? Ella ya había tenido y perdido una ama, y sabía que había sido la definitiva. Lo había echado a perder y ahora no tenía nada más que el continuar el día a día sin pensar en nada más. Ni siquiera pensaba en el plazo cumplido para volver a casa. Después de esto todo lo anterior le parecía banal.
- Quiero sentirme abatida - murmuró -, perdida entre los castigos - respondió, con una sonrisa resignada.
Mako entendió que ella buscaba imponerse un castigo, y sabía muy bien su causa. Quizá necesitaba una fuerte experiencia que remeciera su interior, como un balde de agua fría que le mostrara el camino.
- ¿Has estado en la plataforma pública? - preguntó Mako, intentando saber si ya había experimentado la sensación más fuerte del pueblo, pero Korra negó, por lo que comenzó a contar su experiencia -: Hoy al mediodía ha sido mi segunda vez, me he sentido extasiado. No he dejado de sentir miedo en ningún momento. Mientras subía por los escalones, ha sido peor que la primera vez, porque ya sabía lo que iba a suceder. Pero he visto todo el lugar de castigo público con más claridad a la intensa luz del sol que a la de las antorchas, y no me refiero a ver con más precisión las cosas. He comprendido el gran esquema del que formaba parte y, mientras sufría el contundente castigo, mi alma cedió y se abrió por completo. Ahora, toda mi existencia, sea en la plataforma giratoria, en el arnés o en brazos de mi amo, es una súplica por ser utilizado como se usa el calor del fuego, por disolverme en la voluntad de los demás. La voluntad de mi amo es mi guía y, a través de él, me entrego a todos los que son testigos de mi presencia o me desean.
Korra permaneció observándolo en silencio, repitiendo las frases claves en su mente.
- Entonces... haz entregado tu alma - le dijo con una sonrisa -. Se la haz entregado a tu amo. Yo no he hecho eso, Mako. Mi alma sigue perteneciéndome. Es lo único que puede poseer una vasalla, y no me siento dispuesta a entregarla. Entrego todo mi cuerpo a la capitana, a los soldados y a Suyin. Pero en el fondo de mi alma, sigo pensando que no puedo pertenecerle a nadie.
- ¿Y no sientes ningún interés por alguno de tus amos actuales?
- Creo que me interesan tanto como yo a ellos. Pero, tal vez, yo cambie con el tiempo. Solo eso me falta, tiempo.
- ¿Para entregar tu alma? - preguntó Mako, pero no la dejó responder -. Pero Korra, hablas de que no entregarás tu alma porque es lo único que tienes... ¿de verdad crees eso?
- ¿A qué te refieres? - preguntó en guardia, tensando entre su mano la copa de vino vacía.
- Lo sabes muy bien. Quizá nunca tuviste un alma contigo...
- ¿Soy una desalmada acaso-? - se exasperó, interrumpiéndolo, y en aquel pequeño descontrol rompió el cristal entre sus manos, salpicando pequeños vidrios que se fueron a impactar contra uno de sus pies, hiriéndola.
- ...porque la dejaste en el castillo, con alguien - continuó en voz baja, observando perplejo lo que acababa de ocurrir.
Enseguida, sin decir nada, condujo a Korra con cuidado hacia el asiento más cercano, evitando pisar los vidrios. Una vez sentada, procedió a examinar el pie que sangraba. Habían dos cortes, uno por el dorso, por el impacto directo del vidrio que fue a caer; y otro en la planta del pie, un vidrio que Korra, sin cuidado, había pisado.
Mako se levantó y desapareció del campo visual de la ensimismada princesa. No se enteró de los cuidados que le brindó Mako, hasta que una presión la hizo mirar hacia abajo, donde el príncipe con cuidado se encontraba vendando su pie. Esperaba un regaño por su imprudencia, pero entendió que él le estaba dando un espacio para pensar, sin juzgar sus acciones. Korra agradecida aceptó ese espacio, y cerrando los ojos dejó que su mente vahara en recuerdos.
Ah... el castillo.
En el silencio Korra sintió una fría brisa bajar por su espalda. Pensó que ese era el mismo estremecimiento cuando caminaba entre los pasillos de fría piedra del castillo, emocionada por la incertidumbre de lo que vendría a continuación. Pensó en los amos que había tenido. En Azula, quien la asustaba y molestaba. Suyin le gustaba en secreto, por el terror que le inspiraba. Kuvira últimamente la emocionaba, agotaba y sorprendía, especialmente desde que había descubierto el secreto placer de querer hacerle perder esa actitud tan talante que demostraba con ella. Y luego estaba Asami...
- Somos dos vasallos diferentes - dijo ella, alargando su brazo para coger el vino sobre la mesa cercana, y dio largos tragos.
Mako la observó unos momentos, y luego se incorporó sonriendo con resignación.
- Ah, me gustaría entender qué estás pensando, Korra - comentó -. ¿No anhelas ser amada y que el dolor se mezcle con la ternura?
- Puede que lo desee, pero aun no me siento nuevamente merecedora de ello - comentó -. Eso ya lo tuve, Mako. Y fui una idiota. Pero eso no importa - dijo apresuradamente, sin dar una apertura a aquel tema -. Tengo una cosa más que decirte: he encontrado a tu hermano.
Mako, que justo estaba bebiendo de su copa de vino, casi expulsa su contenido por aquella revelación.
- ¿A Bolin? ¡dónde está?!
- Conmigo, en la Posada del Clan Metal - respondió orgullosa, como si hubiera sido su misión buscarlo, sin tratarse todo de una gran casualidad.
- El mundo es realmente pequeño - sonrió Mako -, ¿y cómo está?
- Bien. No te he mencionado, más que nada por miedo a cómo él pueda reaccionar.
- Has hecho bien. Mi hermano es más de actuar y después pensar.
- Lo he notado.
Mako sonrió, pero de pronto su mirada se empañó, como si algún pensamiento lo distrajera. Se quedó en silencio y se aproximó a la ventana más cercana, intentando escuchar.
- ¿Qué sucede? - preguntó Korra, inquietándose en el sillón debido al cambio de actitud.
- No hay nadie en la calle - respondió -. El silencio es absoluto. A estas horas siempre pasan carros por esta calzada.
- Debido a la hora, todas las puertas están cerradas - explicó Korra, como la cosa más normal del mundo -, y los soldados se han ido.
- Pero ¿por qué?
- Corren muchos rumores sobre rastreos de la costa en busca de Igualitarios.
El semblante de Mako se tensó, y casi enseguida la puerta se abrió, dejando ingresar a Iroh, quien directamente se acercó a Korra.
- Repite lo que has dicho, todo cuando has oído sobre los soldados y aquellos Igualitarios.
La entrada apresurada de Iroh, su tono de voz empleado, así como la diferencia de altura existente entre él, erguido, y Korra, sentada, disminuyeron las defensas de la princesa, dejando espacio para el temor.
- Lo escuché de la capitana - respondió, temerosa por haber rebelado aquella información -. ...¿no debería... haber dicho esto? - preguntó vacilante.
Iroh permaneció quieto durante un momento, pensando. Entonces se percató de los vidrios en el suelo y en la venda en el pie de Korra.
- ¿Puedes caminar? - le preguntó, y ante la respuesta afirmativa le ordenó que lo siguiera, conduciendo a Korra hacia la salida -. Hiciste bien, princesa - dijo respondiendo la duda de Korra -, pero debo llevarte inmediatamente de regreso a la posada.
- ¿Puedo ir yo, por favor, amo? - preguntó Mako.
Pero Iroh parecía distraído. No pareció oír la pregunta.
Se dio media vuelta, y con un gesto les ordenó que lo siguieran. Ambos vasallos caminaron a toda prisa por el pasillo y salieron por la puerta posterior de la casa. Iroh les indicó que esperaran mientras él se encaminaba hacia las almenas.
Desde la muralla, miró durante un largo momento de un extremo a otro del gran muro. El silencio empezó a inquietar a Korra.
- Esto es una locura - susurró cuando regresó junto a su madre -. Parece que han dejado el pueblo sin defensa alguna.
- La capitana cree que primero atacarán las granjas y las casas solariegas, fuera de las murallas - dijo Korra, tranquilizándolos -, y seguro hay alguna guardia apostada por ahí.
Izumi sacudió la cabeza en gesto de negación, algo raro sucedía y no era bueno.
- Primero lleva a la princesa devuelta a la posada. Debes apurarte, Iroh.
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Iroh encabezaba la marcha a buen paso a través del laberinto de callejuelas, permitiendo que Korra y Mako caminaran juntos tras él. De pronto, cuando ya llegaban a la plaza de las posadas, se oyó muy a lo lejos un terrible alboroto, agudos chillidos y el estruendo provocado por el choque de madera contra madera, el sonido inconfundible de un gigantesco ariete intentando demoler la gran puerta del pueblo. Inmediatamente comenzaron a sonar campanas de todas las torres del pueblo y las puertas de todas las casas se abrieron.
- ¡Corran! ¡Deprisa! - ordenó Iroh volviéndose para tenderles la mano.
Por todas partes aparecía gente alborotada dando gritos. Portazos y alaridos asustados sonaban mientras los amos corrían a buscar a sus vasallos maniatados. A través de la puerta débilmente iluminada de la posada del establecimiento de castigo, príncipes y princesas desnudos salían corriendo, disparados como flechas.
Korra y Mako corrían a toda prisa en dirección a la plaza cuando oyeron el sonido del gran ariete que despedazaba la puerta de la muralla.
El tiempo pareció detenerse para Korra. Más allá de la plaza observó en cámara lenta el amplio cielo nocturno justo cuando las puertas del pueblo cedían, mientras el aire se llenaba de ruidosos gritos y aullidos pronunciados en dos lenguas distintas. Era esa sensación de surrealismo, de no entender o no comprender lo que estaba pasando, como si fuera un sueño o una broma de mal gusto. Dirigió su mirada hacia el suelo, sintiendo el retumbar en sus pies, en su pie con la venda sucia y ensangrentada. Solo el dolor en su pie herido era lo único que le parecía real, lo que la trajo de regreso a la realidad.
- ¡Batida de vasallos! - el grito se oyó desde todas las direcciones.
Mako cogió a Korra en brazos y siguió corriendo sobre los adoquines en dirección a la posada junto con Iroh. Una gran turba de jinetes encapuchados entraron con gran estruendo en la plaza.
Korra escuchó un grito de Suyin, observando hacia la Posada del Clan Metal, quien junto a Bolin corrían a encontrarse con ellos. Pero ya era tarde.
Por encima de ella vio a un jinete, avanzando rápida y amenazadoramente sobre ella. Mako intentó esquivar el caballo, pero un brazo poderoso agarró a Korra y lo arrojó al suelo, cayendo bajo los cascos del caballo encabritado. Jinete y caballo dieron media vuelta, llevándose a Korra sobre la silla.
La princesa gritó y forcejeó sin parar. Se retorció bajo la poderosa mano que la sujetaba, y levantaba la cabeza para ver a Mako herido, a Bolin y los demás, que corrían tras de ella. Pero otro jinete había aparecido como un rayo, y luego otro. Tras una veloz secuencia en la que solo se percibían extremidades agitándose, Korra observó a Bolin sostenido entre dos jinetes y a Iroh arrojado por el suelo, rodando para apartarse de los peligrosos cascos de los caballos, cubriéndose la cabeza con los brazos para protegerse. Luego Bolin fue lanzado inerte sobre el caballo de uno de los jinetes con la ayuda del otro.
Clamorosos gritos llenaban el aire, chillidos penetrantes y estremecedores como Korra nunca había oído antes. El secuestrador detuvo el caballo para rodear los hombros de la muchacha con un lazo que apretó y aseguró a la silla sin que ella, entre sollozos y gritos dejara de patear furiosa e inútilmente. El caballo continuó galopando para salir de la plaza y alcanzar las puertas del pueblo.
Los jinetes ocupaban todo el pueblo. Pasaban precipitadamente con sus prendas flotando al viento y los traseros de vasallos desnudos agitándose desamparadamente en el aire.
En cuestión de segundos estaban cabalgando por un camino llano desde el que el sonar de las campanas del pueblo se hacía cada vez más distante.
Korra no era capaz de decir cuán numeroso era el grupo que parecía prolongarse sin fin por detrás de su jinete. Aquellos gritos moderados, pronunciados en una lengua extranjera, llenaban sus oídos, junto con los sollozos y gemidos de los príncipes y princesas capturados.
Después de un tiempo, Korra detectó el olor a mar, y al levantar su cabeza descubrió ante sí el débil resplandor uniforme del agua a la luz de la luna, y la sombra de un gran buque anclado en una ensenada, sin una sola luz que indicara su siniestra presencia.
Entre frenéticos jadeos, mientras los caballos descendían hacia la orilla y atravesaban las profundas olas, Korra se desvaneció.
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Cuando Korra despertó estaba tumbada y sumida en un fuerte sopor. Permaneció quieta, casi incapaz de abrir los ojos, y entonces percibió el pesado balanceo del barco, una sensación que había conocido cuando acompañaba a su padre en expediciones de sondeo y vigilancia en las llanos témpanos del polo sur.
Aterrorizada, intentó incorporarse y, de repente, la silueta de un rostro apareció sobre ella.
La observaban un par de ojos tan azules como los suyos, enmarcados en un moreno rostro femenino de forma conocida. Sin embargo, había algo exótico en ella. Su pelo era de un color particular. Si bien en su expresión y en su piel mostraba la elasticidad propia de la juventud, su pelo era de un asombroso color blanco. Pero no alcanzó a analizar nada más cuando aquella mujer con un dedo le hacía el gesto de mantener el más absoluto silencio. Enseguida, la cogió por las manos ayudándola a sentarse, y al ver que obedecía, sonrío, asintiendo vigorosamente con la cabeza. A continuación le acarició el cabello y gesticuló efusivamente para comunicarle que la encontraba hermosa.
Korra abrió la boca para hablar, pero la encantadora muchacha le colocó inmediatamente el dedo sobre los labios. Su rostro reflejó un gran temor y sus cejas se fruncieron mientras meneaba la cabeza. Korra guardó silencio.
La joven metió la mano entre sus prendas y de un bolsillo sacó un peine alargado con el que ordenó el cabello de la princesa. Korra bajó la vista, aún amodorrada, y descubrió que se encontraba desnuda, la habían lavado y perfumado. Sentía cierta embriaguez. Habían untado todo su cuerpo con algún aroma dulzón que no le era desconocido. Su piel resplandecía. La habían embadurnado con un pigmento dorado y fragante. ¡La fragancia era canela! Que agradable, pensó Korra, notando el dulce sabor en sus labios. Pero tenía tanto sueño... casi no podía mantener los ojos abiertos. Por todos lados, a su alrededor, varios príncipes y princesas dormían en ese mismo pequeño cuarto, débilmente iluminado. ¡Y allí estaba Bolin! Y a su lado reconoció a Opal. Así que la habían capturado. Con una perezosa oleada de excitación intentó acercarse a ellos, pero la mujer exótica se lo impidió con una gracia felina. Sus gestos urgentes y las expresiones de su rostro hicieron saber a Korra que debía permanecer muy quieta y ser buena. Con un mohín exagerado y moviendo el dedo, la regañó.
Todos los vasallos estaban perfumados y embadurnados con perfume. Parecían esculturas doradas sobre sus lechos de satén.
La muchacha peinó la melena de Korra con tal cuidado que la princesa no sintió el menor tirón ni enredo. Le cogió el rostro entre las manos y lo acunó como si se tratara de un objeto precioso, a continuación, pegó el pulgar a sus labios como si quisiera decirle "se buena, pequeña".
De pronto, aparecieron más personas. Media docena de esbeltos jóvenes de piel aceitunada y con las mismas sonrisas corteses se acercaron a Korra, alzándola y llevándosela a otra habitación. La instalaron sobre un almohadón de satén grande y mullido. Korra hizo un mínimo de ruido que provocó el pánico en sus angelicales capturadores, quienes una vez más se llevaron sus dedos a los labios mientras sacudían la cabeza como señal de advertencia ominosa.
Entonces se retiraron y Korra descubrió ante sí un círculo de rostros con las caras encapuchadas con máscaras y bufandas de seda de brillantes colores y las manos enjoyadas. Todos ellos gesticulaban mientras hablaban entre sí, al parecer discutían y regateaban.
Alguien le levantó la cabeza, la cogió del pelo y la examinó con dedos cuidadosos, pellizcándoles suavemente los pechos antes de palmotearlos. Otras manos le separaron las piernas y, con idéntico esmero y unos modales casi delicados la examinaron a profundidad. Korra intentaba mantenerse quieta, alternando su mirada entre los rostros de quienes hablaban en aquel extraño idioma y las manos que las examinaban como si se tratara de un objeto sumamente valioso y muy frágil. Después de lo que pareció una eternidad vio los gestos de beneplácito.
He pasado algún tipo de examen, pensó. Pero estaba más desconcertada que asustada. Se sentía sedada, casi incapaz de recordar sus propios pensamientos. Era una sensación más pesada y sorda que la que sentía con Kuvira, ya que el placer reverberaba zumbando en su cabeza como el eco de una cuerda al ser pulsada.
La habitación a la que la llevaron después era diferente.
¡Qué cosa tan extraña y maravillosa! La ocupaban seis largas jaulas de oro. En el extremo de cada una había un gancho del que colgaba una pala dorada. El colchón que había en el interior de cada jaula estaba forrado de satén azul. Mientras la introducían en uno de esos recintos se percató de que el lecho estaba cubierto de pétalos de rosa, que desprendían un penetrante perfume. La jaula era lo suficientemente alta como para sentarse, si es que era capaz de recuperar la fuerza.
Sería mejor dormir, como le indicaban aquellas personas.
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Mako:
Cuando desperté una horrible punzada en la cabeza me hizo lanzar un alarido de dolor, trayéndome brutalmente de vuelta a la realidad. Estaba en una especie de enfermería. El ajetreo era grande, por todos lados pasaban enfermeras y médicos apurados atendiendo a gente. El murmullo era como el zumbido de un panal, no dejándome entender nada.
Observé a mi alrededor en búsqueda de algún rostro conocido y, al verme solo, esperé un momento para llenarme de valor y erguirme sobre la cama. El cambio de posición casi me hizo vomitar, y ahí pude observar el estado de mi cuerpo. Una venda comprensiva sobre mi torso me dificultaba respirar, por lo que debía tener algunas costillas fracturadas. Mismo destino debía de haber sufrido mi cabeza, ya que una abultada y molesta venta rodeaba mi frente. Si estaba despierto significaba que no era grave, por suerte, solo debía haberse tratado de una contusión que no pasó a mayores. Tuve suerte debajo de ese caballo.
Entonces lo recordé. El caballo y Korra siendo despojada de mis brazos. ¿Qué había sido todo ese campo de guerra? ¿Quiénes habían sido esas personas?
Evaluando mis capacidades, llegué a la conclusión de que sí podía intentar levantarme. Necesitaba salir de ahí para buscar respuestas.
Nadie me detuvo cuando me abrí paso entre aquel abarrotado edificio buscando la salida. Cuando lo hice, afuera el frío ambiente matutino del cielo anaranjado me recibió, pero el ambiente no era distinto al de adentro, ya que varias personas se movían de un lado a otro, murmurando, hablando o gritando cosas. Una de las voces que gritaba a la vuelta la reconocí ¿cómo no hacerlo? Se trataba de mi amo.
- ¡¿Qué es lo que estabas pensando?! ¡Te pudo haber pasado algo! ¡¿Qué habría pasado si la heredera de la corona hubiera sido capturada?! - le escuchaba histérico.
¿La heredera de la corona? alcancé a pensar, y justo cuando doblé en la esquina observé un próximo campamento médico provisorio, en el cual se encontraba mi amo gritándole a nada más que a la Princesa Asami, quien, sentada en una camilla portátil, con una mano en su cabeza, escuchaba molesta el sermón que Iroh le estaba dando quizá desde cuando.
Me acerqué con cuidado, observando con cada lastimoso paso el estado magullado de la Princesa. Se veía muy maltratada, con sus finas ropas sucias y rotas a ratos. Varios moretones cubrían sus antebrazos y un gran parche cubría su pómulo izquierdo, debía tratarse de un feo corte. Pero lo más preocupante era la venda ensangrentada arriba de su ojo derecho, justo en su frente, la que sostenía contra su mano, lo que le impedía que ella mirara libremente a Iroh al tener esa extremidad apoyada en su muslo, por la fatigosa tarea que debía ser el siempre tener que presionar esa herida.
- ¡¿Qué más podía hacer?! ¡Tenía que defender mi territorio! - gritó Asami exasperada después de un momento.
- ¡Para eso está la milicia!
- ¡Y mira que buen trabajo han hecho! ¿Dónde estaban cuando el pueblo fue atacado? - contraatacó, levantándose para enfrentar a Iroh.
- Asami, tranquilízate, todos hemos sido afectados - dijo Suyin, acercándose para calmar lo que podía transformarse en una pelea -. Agradecemos el que hayas intentado detener a los Igualitarios, pero ellos eran más, y por esa imprudencia casi te perdemos a ti también.
- ¿Imprudencia? - repitió, mirándola irritada.
- ¡Fuiste sola contra ellos! - puntualizó Iroh.
- ¡Ya te lo dije! ¡Tenía que hacer algo! ¡Es mi deber como la Princesa de la Corona!
- ¡Deja de mentir, Asami! - gritó más fuerte mi amo.
Aquel grave grito dio por finalizado la serie de gritos. Pareció que todo el ambiente había sido silenciado por él. Pasaron unos minutos de tenso silencio hasta que se escuchó una voz provenir de una de las tantas camillas provisorias que había en el campamento.
- Iroh tiene razón - dijo Kuvira, recostada a unas camillas de distancia.
- ¿Qué?
Kuvira se tomó su tiempo, irguiéndose con lentitud, sin demostrar una pizca de dolor en su compungido rostro, aunque todos sabíamos que debía de sentirlo. Con delicadeza apoyó ambas piernas en el suelo, apoyando su cuerpo en su posición en sedente.
- Iroh tiene razón. No lo hiciste únicamente porque era tu deber. Ese es mí deber, siempre lo ha sido, en todos estos años en que hemos resistido la oleada de los Igualitarios. Fuiste imprudente, y eso casi nos cuesta más de lo que hemos perdido.
- Si no hubiera ido, no contaríamos con la información que logré recopilar - respondió, eludiendo la mirada.
- Eso es cierto, sin embargo ¿a qué precio? - respondió Kuvira, levantándose y acercándose con ayuda de Suyin, quien se había acercado a ofrecerle asistencia.
- Nada me sucedió.
Entonces observé como a Kuvira llegaba una ola de fortaleza que la hizo separarse de Suyin y avanzar algunos pasos, para enseguida tomar a Asami por un hombro, y con su mano libre le quitó rápidamente la venta que se estaba presionando sobre su frente, lanzándola al piso. Enseguida un brillante hilo de sangre descendió por su ojo y rostro, dejando una imperfecta línea conforme avanzaba hasta saltar desde su mandíbula hacia su sucia blusa, tiñéndola de vivo color.
Todos observamos esa acción sin decir nada, abrumados por la velocidad el violento gesto de Kuvira. Asami solo observaba enmudecida con un solo ojo, ya que el otro lo había cerrado en el momento en que sintió la sangre descender por su cabeza.
Suyin rápidamente se acercó a la heredera, presionando en su frente una nueva comprensa estéril que al paso cogió de uno de los tantos carros con instrumentos e insumos que habían esparcidos por el campamento.
Asami mecánicamente se llevó una mano a la frente, para presionar la venda, ajena al fuerte reproche que Suyin daba a Kuvira, pero esta no alcanzó a retarla demasiado cuando pronto tuvo que socorrerla, obligándola a sentarse en la camilla que previamente usaba Asami.
La acción realizada por Kuvira fue suficiente por sí misma. Todos habíamos comprendido que perfectamente hubiéramos perdido a Asami, ya sea por una captura o por una herida más grave. Que su cabeza no dejara de sangrar era un indicio de que ese corte necesitaba al menos puntos, si es que no había que revisarle con exámenes su cabeza. Pero ésta se encontraba visiblemente en shock, y en la respuesta no dicha todos sabíamos el por qué.
Una serie de sucesos que no esperábamos habían acontecido en cascada desde la entrada de los Igualitarios al pueblo. Pensaba que lo más impactante había sido aquella brusca acción contra la heredera de la Corona, cosa que solo Kuvira se atrevía a hacer, por lo que no estábamos preparados cuando un sonido quejumbroso rompió el ambiente de sopor en el que nos encontrábamos inmersos.
Asombrado descubrimos que el llanto provenía de Asami, algo que jamás habíamos visto. En el estupor de la acción yo lentamente me había acercado al bullicioso grupo de amos, mientras éstos observaban atónitos las lágrimas de Asami mezclarse con la sangre de su rostro mientras descendían ensuciando más su bello y descompuesto rostro. Ninguno de ellos sabía qué hacer, era patético verlos, por lo que, aun en mi estado, me atreví a intervenir.
Con cuidado tomé una de las manos de Asami y la conduje a la camilla más cercana, en la cual se sentó sin poner resistencia. Una vez sentada apoyó ambos codos sobre sus piernas, tomando su cabeza entre ambas manos y se largó a llorar a viva voz.
Arrodillado a sus pies, coloqué en señal de apoyo una de mis manos sobre sus rodillas, mientras observaba la reacción del resto. Iroh cambió su expresión, dedicándome una entre agradecido y avergonzado. Observé como Kuvira con los ojos cerrados intentaba reprimir sus lágrimas de frustración. Y Suyin se unió con silenciosas lágrimas al lamento de Asami.
Nadie dijo nada, nadie preguntó el por qué de las lágrimas de Asami, pero todos sabíamos el por qué de ellas. Ella no lloraba por haber fallado en su misión, o por el dolor de sus heridas. Ella lloraba por Korra, por haberla perdido nuevamente.
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N. de la A.:
Gracias a todos los que continúan esta historia. No la abandonaré, lo prometo. Lo más probable es que suba cada 2 semanas como máximo.
Esta es la última parte de la historia. Ya vamos por el final! (tercer libro).
