Arya miró al niño que la miraba con la misma seriedad. Murtagh se parecía mucho a Morzan, era casi una copia en miniatura de él, salvo por los ojos. Los ojos eran los de su madre Selena.
-¿Eres Arya?
La elfa parpadeó.
-Sí.
Murtagh sonrió brillantemente, mostrando los dientes de leche.
-¡Tío Veran me ha hablado de ti!-cogió su mano-. Ven, tienes que conocer a mi hermanito.
Los elfos con los que se cruzaron se inclinaron en su camino al salón Tialdarí, donde Selena había sido invitada por Evandar a descansar del largo viaje desde Carvahall. Había dos motivos para esa decisión. El primero era el pequeño bebé de apenas un mes, el hijo de Brom, amigo de los elfos. Y el segundo era que había llegado acompañada por el otro amigo de los elfos, Veran.
Murtagh era un tema espinoso. Era un niño, por lo tanto en muy alta estima dentro de la sociedad élfica, pero también era el hijo de Morzan. Todo se resolvió cuando el propio Veran se declaró su guardián. Nadie quería ir en contra del mayor de los Jinetes.
-¡Madre!
Selena estaba sentada bajo un sauce en los jardines, con su adorable bebé en brazos y hablando con Islanzadí. Las dos se habían hecho buenas amigas gracias al pequeño Eragon.
Murtagh se soltó de Arya corrió hacia su madre. Selena sonrió y le pidió silencio, mirando a su otro hijo dormido.
-Cuidado, hijo. Tu hermano está durmiendo.
El bebé se removió y bostezó, agitando un pequeño puño fuera de las mantas. Islanzadí acarició ese puño con un dedo, que fue atrapado con mucha fuerza. La princesa elfa sonrió. Arya nunca había visto a su madre sonreír así.
Ella, como embajador de los elfos en los Vardenos, vivía con muchos más niños de los que los elfos habían visto nunca. Y aun así se sentía incómoda con ellos.
Murtagh subió al banco para mirar a su hermano y abrazar a su madre.
-Ahí estás, Murtagh-Veran apareció desde la sala del trono-. Me prometiste que estudiarías un poco después de mi reunión.
El niño hizo un puchero adorable.
-Pero, tío...
-Nada de peros, después podemos dar un paseo con Eragon, así damos un descanso a tu madre.
Murtagh miró a Selena, quien asintió conforme con esas palabras. El niño bajó de un salto del banco.
-Vale... ¿Puede venir Arya?
Veran se agachó frente a su alumno.
-Eso debe decidirlo ella, ¿no crees?
Murtagh miró a Arya.
-¿Quieres venir a estudiar?
Arya miró hacia Veran. Él sonrió suavemente en su dirección.
-Está aprendiendo a leer el Idioma Antiguo. Aunque le cuesta aceptar el hecho de que no se puede mentir. Quizás tengas más suerte que yo al explicárselo.
-Lo intentaré.
Murtagh pareció feliz con esa respuesta y sujetó la mano de Veran para tirar de él en dirección a las habitaciones que compartía con su madre y hermano. Arya se despidió de las dos mujeres cuando se alejó tras ellos.
– O –
Veran se había envuelto en una extraña tela elástica de color azul marino, manteniendo sujeto a Eragon contra su pecho. Arya había visto a Selena rodearle con la tela, asegurándose de que su hijo estuviera cómodo y cálido. Era extraño ver al ser más antiguo de todo Du Weldenvarden asustándose cada vez que el más joven se movía.
Los elfos gravitaban en torno al bebé y al niño, queriendo estar cerca de esa nueva vida tan extraña dentro de Ellesméra. Eragon despertó y lloriqueó un poco al no sentir a su madre cerca, lo que hizo que muchos elfos retrocedieran asustados y Veran mirara alrededor indeciso. Murtagh se aferró a su pantalón.
-Mamá siempre le acaricia la espalda.
Veran le miró.
-Eres muy listo, chico.
Eragon se tranquilizó bajo las suaves manos de Veran y se quedó dormido de nuevo cuando el Jinete empezó a tararear una canción de cuna.
Arya le guió en silencio hacia el árbol Menoa. Se sentaron en una de las raíces más externa, con Murtagh haciendo equilibrios alrededor.
-No sabía que cantaras.
-Apenas lo hago, pero era algo que me gustaba y compartía con mi familia.
Sabía que Arya quería preguntar más, pero que su educación élfica no se lo permitía sin ser grosera, así que invocó un fairth, uno de los pocos que había hecho de su pasado. Se lo entregó a la elfa a su lado.
En la placa de pizarra se veía a una mujer joven de largo cabello dorado como el sol en una gruesa trenza con perlas y flores entrelazadas. El vestido de lino blanco con una sobretúnica abierta de un terciopelo violeta profundo no ocultaba su avanzado embarazo. Al cuello llevaba una cinta del mismo terciopelo con un colgante circular en el que se veía una estrella de cinco puntas engarzada de amatistas y diamantes. Sus ojos azules brillaban con alegría mientras apoyaba una mano en su vientre. Era hermosa.
-¿Quién es?
-Mi esposa, Emèraude. En ese momento estaba embarazada de nuestro primer hijo-sonrió ante la mirada de Arya-. Puedo tener mil años, pero en el fondo soy el mismo chico humano que se cruzó con un destino más grande que él-miró el fairth-. Hace siglos que falleció, pero la sigo amando como el primer día. Era una mujer con carácter, cuando nos conocimos estaba lanzando un jarrón a unos embajadores que la habían subestimado solo por ser mujer. Nunca había un día aburrido a su lado. Tenía mucho talento con la magia sónica, pero era incapaz de cantar. Se tomaba eso con humor. Tú y yo nos complementamos, cariño, tú cantas y yo bailo. Y bailaba de maravilla.
Siguió hablando y Arya escuchando. Parecía que necesitaba hablar de ella a cualquiera dispuesto a escuchar. Muy pocas veces se abría sobre su pasado.
Mientras escuchaba, Arya se dio cuenta de que estaba muy solo. Podía rodearse de todas las personas que quisiera, a las que quería a su modo, pero su familia, los más cercanos a él, habían muerto muchos años antes. Y él seguía vagando por el mundo, completamente separado de todo y todos.
