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Kiyoharu Suirenji just shared a post
Harumi seguida dormida ya muy avanzada la mañana. Después de la terrible noche que pasaron juntas, lo menos que Yuzu podía hacer por su mejor amiga era dejarle descansar en calma hasta que su propio cuerpo recuperase las fuerzas necesarias para despertar. En completo silencio, dirigió una mirada fija y preocupada hacia la joven. Habían pasado por muchas emociones en poco tiempo, todo fue tan rápido que apenas le daba tiempo para asimilar la fatal realidad a su alrededor. La locura de ser una chica mágica se sentía como un suceso distante, como si hubiese pasado hace mucho tiempo; pero en verdad solo había pasado un mes desde entonces.
¿Cuántas veces estuvo su vida en peligro? Sin duda, solo el día anterior sumó más ocasiones de las que podía contar en todos los años que había vivido. Primero el ataque de la falsa Harumi, cuyo nombre real era Rina Shioi, una chica mágica enloquecida por el poder y los delirios de sobrevivir al fin de la humanidad. Luego vino el repentino ataque de la Administradora Nana, ese mismo ser espeluznante que le condenó a la nueva y miserable vida de las chicas mágicas. Por su fuera poco, estaba la constante amenaza de agotar su esperanza de vida si llegaba a descuidarse. Dejó escapar un suspiro y con gran cuidado le apartó unos cuantos cabellos a Harumi del rostro. Dormía tan tranquila que fue inevitable preguntarse cuando fue la última vez que pudo hacerlo de esa manera. Sin preocupaciones, sin la necesidad de permanecer alerta en caso de un ataque repentino. Si ella, cuyas experiencias mágicas apenas iniciaban, ya acumulaba varias noches intranquilas a causa de pesadillas con el rostro de Nana y el interminable miedo a ser atacada por otra chica o algún administrador del sitio, no quería imaginar cuantas cosas había sufrido su mejor amiga a solas y por tanto tiempo. Solo pensar en las misiones fallidas que Harumi le contó bastaba para provocarle un escalofrío que le recorría todo el cuerpo.
Con el mayor silencio posible, se dirigió a la puerta de su habitación y la abrió con delicadeza. No quería interrumpir el sueño de Harumi. Ella lo necesitaba más que nadie en ese momento. Asomó la cabeza por el pasillo antes de caminar hacia la cocina, debía cerciorarse de que ningún enemigo estuviera cerca. Una vez con el perímetro asegurado y su fiel varita a la mano, era momento de proseguir con su plan. Abrió la puerta del refrigerador para buscar los ingredientes necesarios para un gran desayuno. Dormir estaba bien, es necesario pare reponer energías y descansar la mente, unas horas para desconectarse del mundo por completo, sin chicas mágicas ni preocupaciones de ningún tipo; pero el complemento perfecto para un sueño reparador es un desayuno digno de reyes, o en su caso, de reinas.
Un cuchillo cortando las verduras sobre la tabla, el leve murmullo del refrigerador trabajando, el aceite friendo los huevos en el sartén; todos estos sonidos tan cotidianos que por lo usual se pasan por alto, en ese momento conformaron una sinfonía de paz para el atormentado espíritu de Yuzu. En ese pequeño instante, rodeada de la calma brindada por su hogar, Yuzu se sintió viva y dispuesta a disfrutar cada segundo que pudiera de su vida cotidiana. Cocinar nunca se sintió tan bien. Estaba segura en ese momento, lo mismo que Harumi. Los administradores, hasta donde le dijeron, no actuaban durante el día; preferían adueñarse de la noche cómo los entes macabros que eran, operar bajo el manto del cielo negro cuando su sola imagen bastaría para infundir un miedo atroz en sus víctimas. Pero ¿quién pudo haberles creado y para qué? ¿Realmente se acercaba un fin del mundo como tal? La sola idea ya era algo difícil de creer, aunque dadas las circunstancias actuales, ya no podía dudarlo. Ella misma era la prueba de que existen cosas más allá del entendimiento y la lógica humana.
Dejó a un lado los utensilios de cocina. Era bueno vivir, estaba agradecida por un día más en la Tierra, algo que ya le parecía un milagro después de la noche anterior. Sin embargo, preparar el desayuno no era suficiente para mantener su mente distraída y alejada del caos que significa ser una chica mágica. Funcionó por un momento, la vuelta a su rutina se sintió como un respiro de aire fresco, pero no tardó en superar sus límites. No pasó mucho tiempo antes de incomodarse ante el silencio. Se acercó al televisor y lo encendió. En la pantalla apareció un anuncio sobre frituras que era protagonizado por una amorosa familia, aunque la armoniosa escena no tardó en verse invadida por un nuevo personaje: un perro gigante cargando bolsas de papas fritas en sus patas delanteras. Sin darle la mayor importancia, Yuzu cambió el canal una y otra vez. No buscaba un programa en específico, solo algo tranquilo para ambientar la habitación. Necesitaba algún sonido que alejara la sensación de soledad.
El paseo por los distintos canales de televisión se detuvo en seco al aparecer en pantalla la imagen sonriente e infantil de una chica ataviada con un detallado vestido rosado y blanco. Unas largas coletas rubias llegaban hasta sus rodillas y en su mano derecha empuñaba un báculo colorido mientras un simpático gato blanco con alas le dirigía palabras de aliento. El hecho le pareció una pésima broma del destino, torció la boca en un gesto molesto, dejo escapar un suspiro cargado de frustración y estuvo a punto de arrojar el control remoto. Por suerte, se contuvo. La televisión que por un momento se volvió un posible descanso a la terrible situación que vivía, se encargó de regresarla a la realidad. Una chica mágica apareció en pantalla, pero no tenía nada que ver con sus últimas vivencias. En la ficción, la mayoría de las chicas mágicas eran niñas con una vida más sencilla y feliz; si bien tenían encima una gran labor como proteger a los habitantes de tal ciudad a la vez que luchaban contra monstruos y demonios, sus batallas se sentían distintas. Al final del día, ellas encontraban una manera de sonreír, de apartar los peligros para continuar con sus vidas sin mayor problema. Con el sitio pasaba lo contrario. La amenaza era latente al caer la noche, sin importar en donde estuvieran. Pero, sobre todo, la peor parte venia cuando trataba de identificar quienes eran la verdadera amenaza: los mismos administradores, esos seres tenebrosos que les entregaron sus varitas, quienes, en vez de alentarles o guiarles en su etapa como chicas mágicas, solo las usaban para recolectar energía negativa y deshacerse de ellas cuando se volvían una molestia; otro peligro era entrar en contacto con otras chicas mágicas. Aunque todas fueran víctimas de los desconocidos propósitos de los administradores, Shioi había dejado muy claro que eso no les volvía aliadas. Entre las mismas chicas mágicas existía un gran peligro, eran rivales a muerte si no se procedía con cuidado, si dejaban engañarse por las palabras de los administradores o si el poder de la varita llegaba a corromperlas.
Ni que decir de las varitas mágicas. Esos objetos tan preciados en la lucha contra aquellas amenazas constituían un peligro tan grande como sus enemigos. Encerraban un gran poder que cobraba un gran costo por su uso. Dejarse llevar por emoción del momento o por las posibilidades que ofrece una varita, resultaba muy sencillo y con ello ser presa fácil de las pasiones, de la ambición. El exceso en el uso de una varita atentaba contra la vida de su usuario, el agotar la esperanza de vida significa la muerte. Yuzu no pudo evitar pensar en cuantas chicas perecieron por desconocer ese detalle y simplemente vieron como la vida de les escapaba de las manos en forma de un sangrado repentino, pero leve. Miró la pantalla. La niña rubia seguía sonriente, deslumbrante y animada a pesar de la batalla que sostenía con un demonio más cómico que tenebroso. La envidiaba. Yuzu daría todo por ser una chica mágica como las de televisión, con un vestido pomposo en colores pastel y con un cariñoso animal mágico como compañero. Así, al menos, la situación no resultaría tan aterradora. Pero aquello era ficción, solo un programa para niños. Suspiró. Ahora envidiaba a una caricatura. Respiró con calma en busca de un poco de paz y recibió una señal de alarma en cambio. Un olor a humo inundó su nariz, provocándole un repentino sobresalto. Había olvidado por completo el desayuno.
—¡Rayos! —exclamó. Dejó el control remoto a un lado y volvió corriendo a la cocina.
La sala comenzó a llenarse de humo proveniente de un sartén abandonado sobre la placa. La comida en su interior comenzó a quemarse a causa del descuido de la cocinera. Entre gritos y tropiezos, Yuzu llegó a la estufa y retiró del fuego todo traste humeante que encontró. El humo entró a sus ojos provocando una picazón que le hizo llorar y respirar era difícil, pues cada bocanada llevaba el mismo humo a sus pulmones, provocándole una tos insistente y molesta. Todo por perderse en sus pensamientos.
Ya fuera por el trasteo o los gritos ahogados mezclados con la tos, el incidente no pasó desapercibido por Harumi. Se levantó despacio de la cama, estiro las extremidades en un intento por desperezarse, pero fue inútil. En un instante volvió a tumbarse. El silencio del apartamento le indicó que todo estaba bien, por lo que no le urgió salir de la habitación. En un acto casi reflejo, tomó su celular en busca de algún mensaje nuevo. No había nada reciente. El último mensaje había llegado pocos minutos después de la masacre ocurrida la noche anterior. Era de Matsuri pidiéndole extremar precauciones, pues los administradores realizaron un violento ataque en contra de las chicas mágicas rebeldes. Desde entonces, había perdido todo contacto con ella y sus aliadas. Se revolvió en la cama. Antes de darse cuenta, ya estaba acostada sobre la almohada de Yuzu. Respiró profundo, llenándose con el aroma a su mejor amiga, la misma esencia que le acompañó durante toda la noche y le producía una gran sensación de calma.
Aun se estremecía por las imágenes que recibió directo en su cabeza. ¿Por qué tuvieron que avisarle de esa manera? Llevaba un buen tiempo intentando calmar a Yuzu y, de la nada, fue testigo de la masacre iniciada por los administradores. Aunque no estaba presente, pudo ver como una a una, las chicas mágicas rebeldes caían en una serie de cobardes ataques sorpresa. Algunas yacían dormidas en la seguridad de sus hogares, otras eran muchachas desafortunadas que no tenían a nadie cerca de ellas y algunas, las menos, estaban cumpliendo con su labor de investigación. Harumi las conocía a todas. Fueron compañeras de batalla y rescates; sin buscarlo, tuvo el rol de mentora de la mayoría, así como la primera en explicarles lo macabro que es el mundo de las chicas mágicas. Ella les dio la bienvenida, pero fue incapaz de salvarlas del cobarde ataque. Aquello no era culpa suya, ya había enfrentado a una administradora durante la noche, defendió a dos de sus amigas y juntas lograron salir con vida del enfrentamiento. Aun cuando aquello no era poca cosa, le sabia mal no haber hecho nada por las demás.
Apretó su puño con fuerza, retorciendo bajo este las sabanas. Lo peor del asunto fue su incapacidad de ocultar las expresiones de terror al enterarse de la matanza recién perpetrada. En ese momento no quería provocarle más preocupaciones a Yuzu, solo quería pasar una noche tranquila al lado de su mejor amiga, descansar un poco de los intentos de asesinato y alejarse de las desgracias. Pero el destino había preparado otra cosa para ella. Eso le pasaba por ganarse la confianza de todas las chicas mágicas rebeldes, de ser vista como una de las más fuertes y hábiles. Todo eso ya no importaba. En otro momento se encargaría de reprender a los administradores y a la responsable por poner aquellas imágenes en su cabeza. Por el momento, solo debía aclararle a Yuzu que fue lo que pasó apenas llegaron al apartamento. Intentar explicar las cosas no resulta sencillo cuando la mente es bombardeada por imágenes terribles y un grito espantoso de terror.
Estaba por levantarse de la cama cuando escuchó el grito de Yuzu seguido por un aroma a quemado. En el acto se puso de pie y tomó su varita sin pensar en la situación que podría encontrar al salir de la habitación. Tal vez estaban a salvo de los administradores, pero no de otra chica mágica y, tal como ocurrió con Shioi, nada garantizaba que no hubiera más chicas manipuladas por los siniestros administradores. Corrió tanto como sus piernas, aun perezosas, lo permitieron. Si algo había aprendido en sus días como chica mágica, fue a sospechar de cualquier situación. Cualquier cosa, un grito, unos pasos o un objeto cayendo al suelo, todo podía ser señal de un enemigo cercano. Lista para atacar, Harumi cruzó el pasillo hasta llegar a la sala y en el acto comenzó a buscar lo que provocaba el humo de la habitación y los gritos de Yuzu. Para su sorpresa, todo fue una agradable y graciosa falsa alarma. El ver que la rubia hacía malabares con un sartén humeante, una espátula y varios alimentos quemados la produjo una sensación de profunda tranquilidad como no había experimentado en días. No había peligro alguno, solo Yuzu realizando una de sus peripecias.
—¿Necesitas ayuda con eso? —le dijo entre risas. Reírse de su amiga no era lo mejor, pero aquello no significaba una burla. Era una risa sincera, pura y hasta necesaria. Significaba un alivio en su interior.
Una vez superada la crisis en la cocina, para la cual hizo falta abrir las ventanas por completo y deshacerse de la comida quemada, las dos amigas pudieron sentarse en calma a desayunar sin ningún tipo de inconveniente. Mientras Yuzu terminaba de cocinar, Harumi se dedicó a cambiar los canales del televisor en busca de un programa tranquilo, o eso le dijo a Yuzu. Su interés en la programación local se centró en las noticias, en especial lo ocurrido durante la noche. El resultado fue negativo, tal como lo esperaba. Las desapariciones no llamaban tanto la atención y las muertes, por extrañas que fueran, no recibían más que uno o dos minutos en cámara. Pero cuando los administradores o las mismas chicas mágicas se excedían, las mismas autoridades se encargaban de silenciar los rumores y reducir los incidentes a casi una leyenda urbana. Una serie de asesinatos como la ocurrida la noche anterior debía ser tratada con cautela. La policía no podía permitir que el pánico se apoderarse de la población, menos cuando no había explicación alguna para los violentos y sangrientos homicidios. En parte, era un alivio. Mientras menos personas supieran del sitio, menos victimas habría. Lo que menos necesitaban era a un grupo de periodistas entrometidos o a un policía con ideas heroicas en su camino. Era mejor para ellas operar desde las sombras.
Ninguna se atrevía a romper el silencio. Sabían que era necesario hablar de lo ocurrido, no podían dejarlo pasar como si nada hubiese ocurrido, pero no sabían cómo iniciar la conversación. Yuzu tenía muchas preguntas, más de las que ya había hecho hasta el momento; Harumi, en cambio, tenía muy claro su deber de aclararlo todo. Sin embargo, las palabras no salían de ninguna. Tras un largo rato durante el cual solo se escuchaba el sonido de los cubiertos y el leve susurro de la televisión, a Harumi le llegó la idea correcta para acabar con el incomodo momento. La mejor manera de iniciar la conversación en ese instante era alabar el desayuno de Yuzu y dejar que todo fluyera de manera natural. Hablaron de la comida, de las peripecias que pasó la rubia durante la preparación y hasta se tomaron el tiempo para reírse de aquello, algo que no duró mucho, pero era necesario para amenizar el ambiente y sus mismos ánimos.
—Yuzuchi —Harumi cambió su tono de voz, mostrándose más seria—. Anoche... discúlpame por comenzar a gritar de la nada. Fue todo tan repentino.
La rubia no dijo nada, solo se encogió en su asiento y recordó el momento al que Harumi hacía alusión en su disculpa. Se alistaban para dormir mientras hablaban de los terrores del sitio, cuando de la nada, Harumi cayó de rodillas hecha un mar de llanto y gritos ahogados. Yuzu nunca olvidaría esa expresión de terror mezclado con odio. Era la primera vez que miraba algo semejante. Tampoco entendía del todo que ocurría con su mejor amiga, solo era testigo de cómo se retorcía en el suelo, con las manos sobre la cara para cubrir el dolor por el cual estaba pasando. Por sus palabras, se enteró de lo ocurrido, pero le resultaba un misterio cómo pudo saberlo. Al cabo de unos minutos, el sufrimiento terminó, pero seguía muy afectada. Las lágrimas aun brotaban de sus ojos y su respiración se notaba dolorosa. Yuzu, sin saber que ocurría ni que podía hacer, solo pudo abrazar a su mejor amiga hasta que el sueño logró vencerlas.
—Me asusté mucho al verte así. Aunque lo peor fue no saber que te estaba pasando en verdad, solo decías que los administradores... atacaron.
—Sí, todo fue tan rápido y sorpresivo. Aun me cuesta creer lo que pasó.
—Y... ¿cómo supiste de la masacre?
—Eso es justo lo que quería decirte. Yo pude verla... es... es un poco complicado de explicar, pero fue cómo si yo estuviera ahí.
—¿Mirando a las demás chicas?
—No. Más bien... cómo si yo fuera esas chicas. Una tras una, pude ver sus últimos momentos de vida antes de ser atacadas.
—¿Qué? ¿Es... es posible? —Yuzu sintió un dolor frio en el pecho tan solo de imaginar las escenas que bombardearon a su amiga la noche anterior—. Tú... viste todo eso.
—Una de nosotras tiene una varita con la habilidad de entrar en la mente de las personas. Lo sé, suena terrible, pero es muy útil —se apresuró a decir en cuanto notó la expresión de Yuzu. Justo cuando pensó que no habría varitas con poderes más peligrosos que el martillo de Shioi o el celular de Matsuri, aparecía algo tan asombroso como aterrador—. Es curioso si lo pensamos. Los mismos administradores nos dan varitas que pueden ser usadas en su contra.
—Quizá no pensaron que algo así pasaría —le respondió Yuzu. Aquello fue lo primero que le vino a la cabeza.
—Es posible. Claro, derribarlos no es cosa sencilla, pero eso no les hace inmunes a los efectos de las varitas. Je, tienes razón, creo que nunca imaginaron que las chicas mágicas nos organizaríamos para vencerlos. Por eso tuvieron que atacarnos de esa manera tan cobarde...
—¿Y Matsuri? ¿Ella está bien? —preguntó Yuzu de inmediato. No lo había pensado hasta ese momento y cayó en cuenta de que no había recibido señales de vida de la pelirosada—. ¿Kosame también... fue atacada?
—Tranquila, tranquila. Ambas están bien o eso creo. No se han comunicado conmigo, pero no estaban en mis visiones. Además, ellas no estaban solas. Es difícil para una chica luchar contra un administrador, pero cuando estamos juntas les damos buena pelea —intentó animarle. No podía asegurarle nada, pero tampoco quería darle más preocupaciones a una ya atormentada Yuzu. A pesar de las palabras optimistas y su gesto esperanzador, la rubia seguía visiblemente decaída—. Yuzu...
—Ese sitio tiene que acabar... —murmuró la rubia apretando sus manos con tanta fuerza que comenzaron a temblar—. Ya no quiero que nadie sufra como nos ha pasado, cómo les pasó a esas chicas.
—¡Así se habla, Yuzuchi! Y contigo sé que podremos lograr darles su merecido a esos administradores.
No pasó mucho tiempo después del desayuno cuando Harumi recibió un mensaje en su celular. En pantalla apareció el nombre del remitente: Kiyo-chan y su mensaje de texto era sencillo y directo. Se les pidió ir al karaoke que frecuentaban con Matsuri para tener una reunión de vital importancia con el resto de las sobrevivientes a la noche anterior. La cita había sido pactada para dentro de un par de horas. No había nada más, ni emojis o símbolos especiales, solo el mensaje con la hora del encuentro y el numero de la sala rentada para la ocasión.
A la hora indicada, Yuzu y Harumi llegaron al lugar indicado. Entraron al negocio y anunciaron su llegada al recepcionista que, en cumplimiento de su trabajo, las llevó hasta la sala reservada. Al abrir la puerta se encontraron con un ambiente distinto al que esperaban ver. La iluminación estaba al mínimo y solo las luces de colores brillaban con todo su esplendor al ritmo de la música que sonaba en toda la sala. Frente a la pantalla y micrófono en mano, Rina Shioi cantaba y bailaba con gran emoción y una energía nada propia de una persona que hace apenas un día estaba grave en el hospital. Matsuri permanecía sentada, pero eso no le impidió contagiarse del entusiasmo demostrado por su compañera de habitación, seguía el ritmo de la canción agitando un pandero pequeño.
—¡Hermana, por fin llegaste! —le dijo Shioi a Harumi en cuanto la vio.
—Yuzu-chan, senpai, las estábamos esperando —les dijo Matsuri al verlas entrar. Dejó el pandero a un lado y se dirigió al empleado—. Pediremos otra hora.
—Entendido señorita —respondió este antes de cerrar la puerta.
—¿Dónde está Kiyo-chan? —preguntó Harumi con una seriedad que contrastaba con el ambiente festivo de la sala—. ¿Y tú por qué sigues usando la copia de mi cuerpo?
—¿Por qué? ¡Porque tienes un cuerpo increíble! Yo siempre quise verme de esta manera —respondió casi a gritos. No solo seguía suplantando la identidad de Harumi, también se las arregló para conseguir ropa que permitía relucir sus atributos robados—. Apuesto que eres muy popular con los chicos, ¿eh? ¿eh? Además, ustedes se llevaron mi cámara, no puedo cambiar de aspecto sin ella.
—Entonces ¿copiarías a otra persona si te la devolvemos?
—¡Por supuesto que no! Me encanta verme así —Shioi contestó entre risas que solo aumentaron el disgusto de Harumi.
—Parece que lograste llevarte bien con ella —comentó Yuzu después de sentarse a un lado de Matsuri—. ¿No fue difícil?
—Yo no diría que fue difícil tratar con ella —le respondió Matsuri llevando sus manos a la nuca. Miraba con diversión la discusión entre las dos Harumis—. Está loca, pero no es tonta. Se sabía desarmada así que no puso mucha resistencia y sabía que contra mí no podría ganar. Además, se siente enojada con la administradora que le prometió sobrevivir a la Tempestad.
—Solo hace lo necesario para sobrevivir.
—Sí. No es fácil lidiar con ella, pero tiene el espíritu de batalla que necesitamos y que se vea como Taniguchi-senpai me facilita las cosas —terminó de hablar con una amplia sonrisa.
—Espera… ¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Yuzu, aunque se quedó sin respuesta alguna a la interrogante.
En ese mismo momento, la puerta se abrió de nuevo. A pesar de la iluminación tan escasa, distinguieron al empleado de la recepción en el umbral. Se hizo a un lado para permitir el paso a cuatro chicas quienes entraron en silencio y cerró en cuanto la última cruzó la puerta. Una de ellas era conocida por Yuzu. Su rostro inexpresivo y el parche en el ojo eran los distintivos de Kosame, esa chica mágica poseedora de una varita sanadora. Detrás suyo estaba una chica delgada y más alta, con el cabello rubio y corto adornado por un largo moño rosado. Yuzu no estaba segura, pero creía haber visto su cara en otro lugar antes. De las cuatro, ella era quien más animada lucia; su sonrisa contrastaba con los rostros serios de sus compañeras. Le seguía otra chica de cabello largo hasta media espalda, de un castaño claro y sin adorno alguno como portaban las otras dos. De su boca sobresalía el palito blanco de una paleta, pero lo más destacado era su collar, una curiosa pieza de joyería con un diseño sencillo: solo era una "H" roja con unas alas a cada costado. Yuzu de inmediato dedujo que aquella era su varita y sintió una envidia irracional. ¿Por qué no le pudieron entregar una varita menos llamativa? Cargar a todas partes con una pistola de juguete ya era un problema que podría solucionarse si le hubiesen entregado algo más discreto como ese collar o el celular de Matsuri. La última en entrar fue una joven vestida toda de negro, tanto su falda, zapatos y chaqueta eran del mismo color, eso sin mencionar un cabello tan oscuro como sus ojos, lacio y tan largo que le cubría por completo la espalda. Su expresión era la más dura de todas, resaltando por sus ojos afilados. Pero si su aspecto no fuera lo suficiente llamativo, cargaba con una katana cuya empuñadura simulaba las alas de un murciélago.
—Perdonen la demora —se disculpó la chica rubia del moño rosado—. Teníamos que esconder la varita de Sayuki y... ¡¿Ah?! ¡¿Por qué hay dos Harumins?!
—Porque a una loca le dio por copiar mi cuerpo —contestó Harumi de inmediato con un notorio fastidio en su voz.
—Oye, esa no es la manera correcta para hablar de tu hermana —le dijo Shioi a modo de regaño, pero en su voz iba cargada de un tono bromista que buscaba irritar a la verdadera Harumi.
—¿Esta es la sorpresa que nos dijiste? —preguntó la chica de cabello negro a Matsuri. A sus espaldas comenzó una discusión entre las Harumis a la cual nadie prestaba atención.
—Podría decirse. Les prometí nuevas aliadas y son ellas. La Harumi más gritona en verdad se llama Rina Shioi, también conocida como la cazadora mágica.
—Hola, hola —canturreó al escuchar su nombre y saludó a las recién llegadas con una amplia sonrisa.
—Lograste convencer a la cazadora mágica de unirse a nosotras —comentó la chica de cabello castaño. Su mirada estaba fija en la lista de canciones disponibles—. A veces me das miedo.
—Nada mal, ¿verdad? Kosame-chan se quedó con todas sus varitas, así que por ahora no es un peligro. Y ella es mi amiga de la infancia, Yuzu.
—Yuzu Aihara. Un gusto conocerlas.
—Aihara... Aihara... ese nombre me suena —comentó para sí misma la chica del listón rosado. Kosame, sentada a su lado, solo le miraba en silencio.
—Tu familia es dueña de una academia, ¿cierto? —le dijo la chica de la katana.
—Sí, mi abuelo es el director.
—Sé cuál es. Estuve a punto de asistir ahí, hasta que ocurrió un incidente —dijo en un suspiro cargado de melancolía—. Sayuki Ringa, un gusto.
—Yo soy Asahi Takiguchi —se presentó la chica castaña. Dejó a un lado el control del televisor y se sacó la paleta de la boca para hablar con mayor facilidad—. Pensé que en esa academia eran muy estrictos con sus alumnas.
—Bueno, siempre debe existir alguien que rompe la reglas, ¿no? —respondió Yuzu con una risilla apenada—. De alguna manera me las he arreglado.
—¡Oh! ¡Eres una gal! Igual que Harumin —exclamó la rubia. Sus ojos azules despedían un brillo intenso. Dio un salto desde su asiento y se recargó sobre la mesa para mirar a Yuzu de cerca—. ¿Podrías darme consejos de maquillaje algún día? Ya le había pedido ayuda a Harumin, pero su estilo es maduro y creo que el tuyo me sentaría mejor al ser más juvenil.
—¡Oye! —reclamó Harumi, algo que provocó una risa traviesa en Matsuri.
—Seguro. Podría darte un par de consejos... em...
—Oh, lo siento, no me he presentado. Me llamo Kiyoharu Suirenji, pero puedes llamarme Kiyo-chan.
—Kiyo-chan... um, ¡ah! Ya recuerdo donde te he visto antes —exclamó Yuzu—. Tienes un blog, ¿no? He visto fotografías tuyas en internet.
—¡Sí! Pero no es la gran cosa, solo publico algunas fotografías y mis reniegos con la vida —admitió entre risas.
—Y bien, Kiyo-chan —interrumpió Matsuri con seriedad.
Al instante, el ambiente cambió por completo. Los ánimos que apenas se comenzaron a levantar por las entusiastas palabras de Kiyoharu desaparecieron de tajo y la habitación se llenó de un aire abrumador que calaba en el pecho de tocas las presentes. La poca iluminación y las lucecitas de colores dejaron de sentirse festivas para tornarse tenebrosas hasta la incomodidad. Era la antesala de la tormenta. Se acabaron las discusiones sin sentido, las sonrisas necesarias y los gestos de admiración. En silencio, cada una tomó su asiento; las miradas se centraron en Kiyoharu, quien había pedido la reunión con urgencia. Sus ojos perdieron ese brillo alegre que Yuzu notó apenas cruzaron miradas. Pudo ser el momento, el ambiente tan serio que alteró su percepción de las cosas o solo la iluminación que deformaba su rostro, pero para sus ojos, las facciones de Kiyo-chan se tornaron más duras.
—¿Cuántas sobrevivieron al asalto de anoche? —Matsuri volvió a tomar la palabra con el fin de romper el silencio. Si nadie quería comenzar con el tema de la reunión, ella se encargaría de tomar la batuta.
—Solo nosotras —respondió Kiyoharu con una voz grave que sorprendió a Yuzu. Era casi como la de un chico—. Ustedes se enfrentaron a Nana, ¿cierto? Después de eso debió alertar a los demás administradores y comenzaron el ataque.
—Todas estaban solas, excepto nosotras —agregó Sayuki de pronto—. Mandaron a Juugo por mí, pero no contaban con que tenía compañía. Las cosas se complicaron un poco, pero pudimos derrotarla.
—Al menos ya hemos eliminado a dos administradores —suspiró Harumi sin ningún entusiasmo en sus palabras. Quizá había una amenaza menos en su camino, pero el precio pagado por eso fue demasiado alto.
—Yo no cantaría victoria. En cualquier momento consiguen a su remplazo —señaló Matsuri.
—Es justo por eso que debemos reorganizarnos y planear un contrataque inmediato. Perdimos a muchas aliadas, pero ganamos a unas nuevas —irrumpió Kiyoharu levantándose de su asiento. Alzó la mano y señaló a Yuzu con el dedo—. Matsuri ya me contó sobre la habilidad de tu varita y quien te la entregó. Nos será de mucha utilidad para lo que tengo planeado.
—¿Y qué hay de mí? ¡Yuzuchi no es la única que aceptó ayudarles! —reclamó de inmediato Shioi al sentirse ignorada por el resto de las chicas mágicas.
—Contigo debemos ser más precavidas debido a tus antecedentes, pero también serás importante en la batalla —concluyó Sayuki, cortando con el reclamo.
—Sí, sí. Con Shioi para hacer frente a los administradores y el poder de Yuzu, será más fácil recuperar la varita de Nijimin. Estoy segura de que así podremos detener toda esta locura —la determinación volvió Kiyoharu, tanto su voz como sus ojos habían recuperado el ánimo con el que llegó a la reunión.
Para Yuzu era claro que esa varita, la que alguna vez perteneció a la difunta idol, era de suma importancia y seguramente un gran poder. No era la primera vez que escuchaba sobre esta, pero no sabía cuál era su habilidad que le volvía un objeto tan valioso que tanto Matsuri como Kiyo-chan se proponían a recuperar. A pesar de estas dudas, estaba segura de apoyar con todo lo que pudiera a fin de terminar con la pesadilla del sitio. Estaba decidida a darlo todo por el bien común de las demás chicas que podían ser víctimas de los administradores, aceptaría cualquier plan con tal de detenerlos y acabar con el sufrimiento. Mei tendría que esperar un poco.
—Por desgracia, las cosas no serán nada sencillas, ¿verdad? —dijo Harumi sin emoción en su voz. Cruzó los brazos y en ese momento una de las luces rojas de la sala le dio en la cara, provocando que su rostro luciera tan espeluznante como las caras de los administradores.
—No. Depende mucho del azar —admitió Kiyoharu—. Por más que nos esforcemos, necesitamos muy buena suerte para recuperar la varita. Aunque es un buen inicio que las chicas bajo la jurisdicción de Nana sean tan problemáticas para los administradores.
—Solo dinos que debemos hacer, ya hemos esperado demasiado —ordenó Shioi.
—Sí… ¿dónde está esa varita que hace tan difícil conseguirla? —preguntó Yuzu. Su curiosidad solo había aumentado en los últimos minutos.
—Cuando Nijimin murió, el lugar era un desastre y todas estábamos heridas y aturdidas. Para nuestra buena suerte, los administradores tienen un área determinada para actuar y quien entrega la varita se encarga de recuperarla. Por eso, nuestro objetivo es capturar a la administradora Nana y obligarla a que nos entregue esto —dijo con un tono triunfal en su voz. Dejó su teléfono frente a Yuzu para que pudiera ver la forma de tan preciada arma.
En una coincidencia cruel del destino, Yuzu descubrió que la poseedora actual de su objetivo era la misma administradora que le condenó a la vida de chica mágica, la misma que intentó eliminarla la noche anterior. Nana, la temida niña de las coletas y la sonrisa petrificada. Los papeles se invirtieron en un instante, ahora correspondía a Yuzu perseguirla. Sin embargo, lo que vio en la pantalla del celular le sorprendió y avergonzó a la vez. Justo cuando pensaba que su mundo no podía ser más extraño, este se encargó de torcerse una vez más para demostrarle que estaba en un error. No solo debía dar caza a la administradora del sitio, también comenzaba la búsqueda de una varita con forma de ropa interior, específicamente, de bragas.
