Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y a la Saga Crepúsculo.
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¡HOOOOOOLA DE NUEVO!
Parece que voy cumpliendo los días de actualización y hoy os traigo un nuevo capítulo. Espero que os guste.
Antes de dejaros con Edward, quiero daros las gracias de nuevo. Sé que lo digo siempre, pero es que es la verdad, me tenéis alucinada con vuestra respuesta a la historia. Os lo he comentado a varias, he pasado muchas fases con esta historia, algunas no de demasiado amor… así que me alegra y emociona mucho más que os esté gustando porque ha habido momentos en los que no he confiado demasiado en ella.
Ahora sí, os dejo con vuestro querido Edward ;)
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ESTOY EN CASA
EPOV
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-¡Joder Aro! Si no lo operas tú, le arrancaré la otra pierna y el trabajo será el doble. – gruñí enfadado con el paciente que tenía hoy en quirófano.
Estaba intentando que mi colega, el doctor Voturi, se hiciera cargo de él.
El susodicho era un imbécil integral que se creía que el mundo giraba a su alrededor solo porque tenía una cuenta bancaria con más ceros que la mayoría de habitantes de esta ciudad. Quería darle un puñetazo en su cara de niño pijo cada vez que se quejaba de lo destrozada que había quedado su moto solo porque era un incompetente con más dinero que prudencia.
Desde el accidente de Isabella estaba mucho más sensible a este tipo de personas. No se podían imaginar lo poco que tardaban en destrozar la vida de la gente que tenía la desgracia de toparse con ellos.
-Llevas unos días crispado. ¿Estás bien? – preguntó Aro omitiendo mi petición, pero cogiendo el historial. Se haría cargo. Respiré tranquilo.
Tenía razón llevaba unos días nervioso.
La impulsiva interrupción de Tanya en mi casa había roto el frágil equilibrio que Isabella y yo habíamos construido.
Isabella se había vuelto a esconder y ahora las cenas eran mucho más silenciosas e incomodas. No ayudaba que se estuviera obsesionando con la rehabilitación y cuando llegaba a casa, cada vez más tarde debido a la maldita investigación que estaba en un momento crítico, siempre estuviera dormida. Al menos tenía la suerte de las noches que se quedaba dormida en el sofá y podía cargarla hasta su cama. En eso había quedado nuestra ya de por sí extraña relación.
Y la echaba de menos.
Echaba de menos llegar a casa y encontrar el característico desorden que demostraba que alguien vivía allí. O a ella cantando mientras se preparaba un té. O todas las conversaciones inagotables que parecían impedirnos irnos a descansar.
Jacob iba cada mañana. Acostumbraba a enviarme un mensaje para contarme los ejercicios que Isabella tenía que hacer o cómo la había encontrado. Eso había sido la información más cercana que había tenido de ella en casi una semana.
Estaba de mal humor y para rematar tenía guardia de fin de semana lo que hacía que todo fuera peor.
-Hemos encontrado un problema con las variables del estudio y nos está costando solucionarlo. – expliqué intentando mantener mi vida privada y profesional separadas. Era lo que debía hacer si no quería que todo se volviera del revés y comenzara a perder el control.
Mi colega resopló antes de hablar.
Llevábamos años en el mismo departamento, así que sabía perfectamente que iba a pasar a continuación. Me tocaría soportar algún que otro sermón. Si quería que él llevara la operación no me quedaba otra que aguantar estoicamente.
-Edward, un consejo de amigo… Sal de este hospital. –Aguanté las ganas de dejarlo hablando solo. - Necesitas una vida o acabarás teniendo un infarto de corazón, arrepintiéndote por desperdiciar tus mejores años. – Aro había quedado poseído por el maestro Yedi y hablaba como si no tuviera la misma edad que yo.
Me caía bien pero era de esas personas que creía que porque tenía una familia y un buen trabajo había alcanzado la cima de la vida y los demás seguíamos un escalón por debajo. Se llevaría bien con mi madre.
-Me voy. Tú te encargas del imbécil. – sentencié ignorando todo lo que había dicho.
Me encerré en mi despacho el resto del día. Tenía unas cuantas visitas de seguimiento, pero dediqué la mayoría mi jornada a mi investigación. Algo que llevaba haciendo bastante y tampoco mejoraba mi humor.
Salí del trabajo tremendamente estresado e intempestivamente tarde. Eran casi las doce de la noche cuando abría, finalmente, la puerta de mi casa. Todo estaba a oscuras y en calma. Bella estaría durmiendo desde hacía horas.
Fui a la cocina sin molestarme en abrir la luz. Conocía mi casa tanto que podría recorrerla con los ojos cerrados y, además, me iba bien la oscuridad. Mi cuerpo estaba pagando las consecuencias de mí ritmo de trabajo y mi cabeza pulsaba fuerte así que la falta de estimulación era siempre bien recibida.
Me serví un vaso de agua bien fría y me senté en la isla. No quería pensar en nada. Tan solo quería un descanso del mundo.
En días así me preguntaba cómo hubiera sido si hubiera roto con la tradición familiar y hubiera escogido un trabajo con menos responsabilidades. Después, imaginaba en lo pesado que se habría puesto papá y se me quitaban hasta las ganas de pensar en ese mundo paralelo. Seguramente ese supuesto trabajo no me daría tantos disgustos, o si más no, tendría un horario decente, pero los reproches de mi padre harían de mi vida un infierno. Definitivamente.
Cerré los ojos apoyando la cabeza sobre mis manos y respiré hondo como nos habían enseñado en el workshop sobre Mindfulness que impartieron para los trabajadores del hospital hace unos meses. Era de asistencia obligatoria pero en ningún sitio indicaba que tenías que practicarlo en el día a día.
Quizás era un buen momento para empezar.
Unos pasos me distrajeron de los beneficios de esta técnica milenaria.
Teniendo en cuenta la particular forma de caminar no era un ladrón.
Me quedé quieto en mi taburete esperando a que mi cabezota compañera apareciera. La notaba más lenta de lo habitual y a juzgar por la falta de sonido metálico sobre el suelo había optado por no usar muleta. Esperaba que los ejercicios de Jacob estuvieran teniendo efecto sobre su maltrecha pierna o acabaría en el suelo.
Noté como entró en la cocina.
Podía intuir su pequeña figura entre las sombras. Tampoco encendió las luces y me pregunté si lo hacía por el mismo motivo que yo. Algo extraño se formó dentro de mí al pensar que pudiera conocer tan bien esta casa en tan poco tiempo pero lo aparté. No necesitaba más dolores de cabeza.
Estaba buscando entre los cajones.
La observé en silenció hasta que intentó abrir los armarios superiores. Intuía su cuerpo estirándose.
¿¡Cuantas veces tenía que decirle que no hiciera esfuerzos?!
Me situé a sus espaldas mientras se alzaba sobre su pierna buena para coger una caja del estante superior.
Isabella olía a lavanda, era tranquilizador sentirla. No sé si era por la falta de costumbre o porque su olor era intenso pero tenía la sensación que inundaba hasta el último rincón de esta planta. Cada vez que subía las escaleras y perdía su esencia me sentía como si ya no estuviera en el mismo lugar.
-¿Te ayudo? – susurré desde detrás mientras con una mano en su cintura la apartaba de su cometido.
Bella era pequeña. Aunque había cogido peso desde que estaba en casa seguía estando demasiado delegada. Era irónico que, a pesar de estar recuperándose de un accidente, estuviera más saludable que antes de él. Lo que dejaba entrever lo que había sido su vida.
-¡AHHHHHHHHHHHH! – el grito de Bella fue digno de la mejor película de terror.
Me habría reído, pero estaba sufriendo por la más que probable pérdida auditiva.
- ¡Joder, Edward! – dijo cuando estiré mi mano para encender la luz de la cocina para vernos las caras. Al menos no era un ladrón.
-Buenas noches. – contesté calmadamente sin poder disimular una pequeña sonrisa por su reacción.
-¿¡Buenas noches!? ¡Casi me matas de un susto! – me recriminó enfadada aun sin separar la mano de su corazón.
Disimulé mi carcajada cogiendo la caja azul que se había olvidado que buscaba. Guardaba dulces y chocolate. Solía cuidar mi dieta, herencia de la obsesión de mi madre por la vida sana, pero siempre había momentos para el dulce.
-¿Buscabas esto? – le ofrecí la caja como si fuera mi salvavidas, afortunadamente el efecto fue inmediato.
-Sí. – refunfuñó cogiendo la dulce ofrenda de paz para irse a sentar a un taburete. Eran altos y ya había hecho demasiados excesos así que me adelanté alzándola.
Bella cerró los ojos cuando sintió mis manos alrededor suyo de nuevo, pero no se apartó de mí. Nunca lo hacía lo que me hacía sentir bien.
-No estás cuidando de mi rodilla. – le recriminé. Rodó los ojos como cada vez que me refería de esa manera a su lesionada articulación.
-No podía dormir y siempre me va bien un poco de chocolate… pero en esta casa es difícil de conseguir. – argumentó como defensa.
-¿Un té? – sin esperar respuesta puse a calentar la tetera. Daba igual la temperatura que hiciera, Bella siempre bebía té ardiendo. Con ella no existía el punto medio.
-Por favor. – respondió. -¿Acabas de llegar? – preguntó mirándome de arriba abajo. Levanté mis cejas divertido por su gesto. – Tu ropa. – aclaró con la cara roja por mi insinuación.
-Acabó de llegar. Seguimos atascados en lo mismo. – expliqué mientras preparaba su bebida. El poco tiempo que coincidimos esta semana después de la visita de Tanya, Isabella solo había querido hablar de trabajo así que estaba al tanto de mis problemas con la investigación.
-Gracias. – me dijo en cuanto le entregué su taza. Siempre usaba la misma. Una horrible que me había regalado Rose de un viaje a Florida. Era de Disney y nunca la había usado hasta que ella llegó aquí. Prefería no explicarle su historia. – Estás preocupado. ¿Tendrás problemas? – preguntó volviendo de nuevo al terreno profesional.
-Se alargará. Sinceramente prefiero no pensarlo. – concluí dando un sorbo de mi bebida que ya no estaba tan helada como al principio.
-Tengo una buena noticia… En verdad dos… creo. – anunció restregando sus manos por sus pantalones de pijama. Por su nerviosismo nadie diría que eran buenas noticias.
-Es lo único que he deseado escuchar durante todo el día. –exclamé sincero. Necesitaba alegría en mi vida.
-Jasper me ha llamado. – dijo con voz soñadora.
Sabía que ese tal Jasper, al que sospechaba idolatraba, era su jefe. Tenía que contar hasta diez cada vez que lo elogiaba. No creía que fuera tan buena persona cuando tuvo que recurrir a mi ayuda en vez de a la suya cuando estuvo en el hospital.
– Me ha dicho que están creando un proyecto en el museo. – me obligué a escucharla. Parecía entusiasmada. – Es para acercar a los niños y jóvenes al arte y me ha propuesto para que sea yo la que imparta los talleres. –
-¡Eso es genial! – la felicité realmente emocionado por ella.
Isabella se merecía que valoraran su talento y conocimiento. En esa tienda de souvenirs caros nunca lo iban a hacer.
-¿Verdad? – preguntó insegura.
-¿Qué te preocupa? – inquirí al notar las dudas en su voz. Si no la conociera como comenzaba a hacerlo me hubiera pasado desapercibido.
-Comenzaran a crearlo todo a partir del mes que viene… y no sé si estaré recuperada… Hoy lo he hablado con Jake y no me ha dicho nada pero su cara no era muy esperanzadora… ¿Tú qué crees? – preguntó estrujando sus dedos.
Así que por eso era su nerviosismo. Quería que fuera el poli bueno que le dijera que seguro estaría completamente recuperada para esas fechas, aunque en mi cabeza no paraba de sonar una palabra.
Jake.
¿Desde cuándo tenía tanta confianza con su fisioterapeuta?
Conocía a Black desde hacía años y nunca había escuchado a un paciente llamarlo así.
-No sé cómo estará tu rodilla el mes que viene. – mi tono sonó más seco de lo que deseé así que me obligué a rectificar. No quería fastidiar su alegría. – Mi consejo es que seas sincera con los del museo. Explícales tu situación sin mentiras y demuéstrales todas tus ideas. Seguro que eso será lo que decante la balanza. – la animé seguro de mis palabras.
Una sonrisa iluminó su cara y supe en ese momento que toda esta locura merecía la pena.
-¿Y cuál es la segunda noticia? – pregunté curioso.
-Jake me ha invitado a cenar este fin de semana porque hay una inauguración de la exposición de Rogers. Al parecer es amigo suyo. ¿¡Te lo puedes creer!? – dijo tan emocionada que me sentí como una mierda por la rabia que estaba sintiendo al escucharla.
-¿Rogers? – fue lo único que atiné a decir. Pretendía seguir obviando la cercanía que parecía haberse creado entre ella y su maldito fisioterapeuta al que yo mismo había contratado.
-Un artista urbano. Pinta grafitis reivindicativos. – explicó dejándome perplejo. Mejor no hacía ningún comentario o acabaría ganándome otra semana de la ley del silencio. No tenía ningún interés en despertar la furia de Isabella.
-¿Con ese nombre? – sinceramente, dudaba que alguien con un nombre tan snob pudiera reivindicar nada.
Isabella solo río.
-Suena como un gran plan. – dije de nuevo. No podía ocultar lo poco que me interesaba ese tipo de arte. Prefería operar al imbécil de esta mañana que entender los grafitis como arte.
-Hombre de ciencias. – murmuró divertida partiendo otro trozo de chocolate.
Estos momentos eran a los que Isabella me estaba acostumbrado. Nunca los había necesitado y estos días en los que me los había negado podría haberle arrancado la cabeza a cualquiera que se cruzara en mi camino.
-Debería volver a dormir… - propuso, de repente, nerviosa.
Me levanté para ayudarla a bajar a pesar de lo poco que me apetecía que se fuera.
La observé dar unos pasos.
Había mejorado mucho desde el día que la encontré estirada en la cama del hospital y eso me aterraba. Odiaba pensar que en cuanto estuviera recuperada y pudiera volver a subir los malditos escalones hasta su apartamento, con sus imbéciles compañeros de pisos, volvería allí y este lugar volvería a ser mi tranquilo hogar de siempre.
-Creo que la última vez que me acompañaron a la cama tenía unos diez años… - se burló sin darse la vuelta en cuanto cruzó el umbral de la puerta de su habitación.
Me apoyé en el marco. Éste sería mi límite.
-Hay gente que diría que no debemos dejar morir a nuestro niño interior. – camuflé mi extraño comportamiento.
Aunque Bella hacía tiempo había perdido la alegría y la inocencia que la había caracterizado.
-Estás muy raro esta noche. – dijo sentándose con destreza en su cama. Su rodilla seguía magullada y su rehabilitación no estaba cerca de acabar pero me sorprendía lo bien que iba.
El tirante de su camiseta resbaló por su hombro. Seguí el recorrido atraído como una polilla a la luz. Los finos dedos de Isabella lo atraparon y volvieron a colocar en su lugar.
Subí mi mirada que se quedó atrapada en esos ojos marrones que me habían cazado en mi particular recorrido.
-Buenas noches. – me despedí. Tenía que abandonar esta habitación antes de cagarla más aún.
Isabella comenzaba a provocarme demasiadas cosas y, a pesar de nuestra diferencia de edad, ese no era nuestro mayor inconveniente. Había otras cien mil cosas entre nosotros que haría que todo esto fuera una pésima idea.
Entre ellas nuestro mayor tabú.
El hecho que ambos ignorábamos su pasado en Forks y su inexistente relación con mi familia.
-Bu…Bue…nas noches Edward. – contestó tartamudeando.
Me marché.
Tenía que dormir aunque algo me decía que sería una larga noche.
…
Estaba agotado.
Extenuado era más preciso. Era más dramático y eso siempre ayudaba después de una larga guardia.
No había sido fácil.
Historias de vida complicadas con lesiones aún más difíciles que habían drenado mis energías.
Y mi cabeza lo había hecho todo peor.
No podía dejar de pensar en Bella.
¿Cómo habría pasado su fin de semana acompañada de Black?
La única tranquilidad que me aportaba esta cita era que él no dejaría que le pasara nada. Isabella era muy cabezota y podría forzar su pierna incluso sin darse cuenta que lo estaba haciendo.
Bella había hecho crecer en mí un sentimiento de pertenencia que aún estaba asimilando. Que Black estuviera compartiendo horas con ella, cenando con ella, disfrutando de su risa embriagadora y su facilidad para hacer de cualquier cosa una atractiva discusión no me gustaba demasiado.
Abrí la puerta de casa intentando dejar mi mal humor fuera. Quizás solo era el agotamiento que hacía que no dejara de pensar en gilipolleces.
Debería comenzar a hacer algo para sacarme a mi compañera de piso de la cabeza. Lo más prudente sería comenzar explicándole a mi hermano que Isabella llevaba casi dos meses viviendo en mi casa. Quizás con eso me daba un baño de realidad.
Las llaves de Isabella estaban encima de la mesa de la entrada.
Después del primer mes había dejado de molestarme el pompom de colores que usaba de llavero. Era fácil de identificarlo y me permitía saber con un rápido vistazo que ella estaba en casa.
Me obligué a subir las escaleras y no seguir el camino que realmente quería recorrer. Ir hasta su habitación, comprobar que estaba bien, que dormía plácidamente con su pequeña boca ligeramente abierta haciendo pequeños suspiros.
Era un imbécil que estaba a un paso de convertirme en un maldito acosador. Debía dejar de pensar en ella de esa manera.
Necesitaba salir a ligar o me volvería loco del todo.
Noté algo diferente al llegar a la planta superior.
Olía lavanda.
Olía a ella.
Inconscientemente, la busqué.
Esta planta se concentraba alrededor del amplio pasillo. Todas las puertas de las estancias daban a él.
Descarté mi habitación. Bella jamás entraría sin mi permiso. Estaba tan seguro como que mi nombre era Edward Cullen.
Recorrí el lugar para ver la puerta de la habitación del final del pasillo abierta.
Era una estancia que estaba vacía. No la necesitaba así que nunca me molesté en decorarla. Solo entraba, Sue, la mujer que venía dos veces por semana a limpiar la casa. Mantenía las grandes ventanas acristaladas sin ninguna mancha. Tenía una pequeña terraza desde donde podías ver la ciudad.
Fue allí donde la encontré.
Estaba sentada en el suelo. Apoyada en la repisa de cristal, con solo su muleta a su lado.
¿Cómo había subido hasta aquí sola?
Sentí mi estómago revolverse a pesar que sabía que la estructura era absolutamente segura. Caminé hasta quedar enfrente de ella intentando decidir qué hacer.
Dormía.
Su labio hizo un puchero antes de soltar un delicado suspiro arrancándome una sonrisa.
Podría cogerla en brazos y bajarla hasta su habitación para que estuviera más cómoda.
Podría despertarla para que lo hiciera ella misma pero no soportaba la idea de que bajara las escalaras y, además, eso pondría una planta de distancia entre nosotros.
En cambio, me senté a su lado. Nuestros hombros se tocaban. No necesitaba más.
Estaba en casa.
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NA:
Bueno, bueno, bueno… No me podéis decir que el Edward malhumorado es realmente tierno jajaja Comienza a ser consciente de sus flaquezas ¿o soy yo que lo estoy imaginando? Por no decir que sigue demorando mucho esa llamada a su familia. ¿Cuánto más podrán estirar esta situación?
LA PRÓXIMA ACTUALIZACIÓN SERÁ EL MIERCÓLES.
Sabéis que os leo e intento dar respuesta a vuestras preguntas, siempre libres de spoilers jaja
¡Espero que paséis un gran fin de semana!
Nos leemos en el próximo ;)
