Disclaimer: Los derechos de autor de la presente obra, le pertenecen a Lora Leigh. Yo solo adapto a los personajes de Crepúsculo de Stephanie Meyer, con fines exclusivamente lúdicos o de entretenimiento.
Capítulo 6
La mañana siguiente amaneció fría, todavía caía una llovizna lánguida y helada en los cristales de la ventana. Cada cortina de la casa —cortinas pesadas, gruesas y forradas de hule— estaba cerrada fuertemente, y la atmósfera entre Bella y Edward era decididamente tensa.
El desayuno consistió en un café rico y fuerte y en el montón de bizcochos con salchicha que Edward había carbonizado en el microondas. Ella había logrado tragar dos. Dios, ¿cómo soportaba él esas cosas? Luego se sentó, terminó su café y observó cómo él se terminaba el resto.
Él estaba demasiado callado. Meditabundo. Su expresión salvajemente implacable mientras el silencio llegó a ser tan espeso que se podía cortar con un cuchillo. Casi podía verlo deformar el aire alrededor de ellos.
—Tengo que irme a casa —anunció ella mientras se ponía en pie y llevaba su taza al fregadero—. La empresa de seguridad debería llegar pronto...
—Cancelé la llamada. —Su respuesta hizo que ella se volviera hacia él lentamente—. Mi gente estará aquí en unas pocas horas para reemplazar completamente el sistema.
Ella se quedó mirándole fija y silenciosamente durante un largo momento. Este no era el hombre perezoso y a menudo cauteloso que había llegado a conocer. Estaba inmóvil, preparado, su cuerpo tenso.
Aún sexy como el demonio, pero la precaución había sido reemplazada por una peligrosa sensación de expectación.
—¿En serio? —respondió ella finalmente, cruzando los brazos sobre el pecho—. Y te di permiso, ¿cuándo?
Cuando él alzó los ojos hacia ella, ella tembló; un temblor le recorrió toda la espina dorsal ante la lujuria intensa, el hambre pura e impulsora que vio en esos ojos.
Podía sentir llorar a su vagina. Los jugos estaban goteando claramente de su carne oculta. Y él podía olerlo. Le observó inhalar lentamente, como si saboreara el olor de ella.
—Pervertido —espetó ella, y frunció el ceño cuando la sensualidad marcó completamente su expresión—. Vale, me pones cachonda. Puedes olerlo. Ahora es el momento de que me vaya a casa. Gracias por salvar la noche y todo eso.
Se volvió hacia la puerta.
—Toca ese picaporte y lo lamentarás.
La mano de ella estaba a un centímetro de agarrarlo cuando retrocedió lentamente ante el sonido de su voz. Se giró, tragando con fuerza por la expresión salvaje de su cara mientras alzaba su taza y terminaba su café lentamente.
—Edward, vas a cabrearme —le advirtió, cautelosa de repente—. Esa mierda de He-man no sirve conmigo.
Él se reclinó en su silla y la observó con un interés predador. Ella había visto atisbos de este lado suyo, pero nunca había esta do enteramente concentrado en ella. Hacía que su cuerpo se tensara, recorrido por la adrenalina y la excitación.
Estaba enferma. Eso era todo lo que pasaba. Él se rascó el pecho lentamente.
—Es una cosa asombrosa la genética —declaró finalmente él, con una calma forzada que la hizo pensar en un huracán. Eso no iba a ser bueno.
—¿En serio? —Ella alzó una ceja, y permaneció cerca de la puerta mientras la arqueaba de manera burlona.
—En serio. —Él asintió con la cabeza—. Toda clase de pequeñas cosas comienzan a surgir, sorprendiéndote a morir, recordándote que el Destino siempre se parte de risa el último con todos nosotros.
Oh, esto no iba a ser nada bueno.
Ella se movió más cerca. Las sombras desoladas y angustiadas de sus ojos hicieron que su pecho se contrajera por el miedo.
—¿Qué pasa?
Él le devolvió la mirada silenciosamente durante unos largos y tensos momentos.
—Estoy debatiendo algo —gruñó él finalmente, con una voz que se hacía más profunda y áspera mientras su mirada se clavaba en ella.
¿Por qué tenía ella ese mal presentimiento de que estaba debatiendo algo con lo que ella no iba a estar realmente contenta?
—¿Sí? —Ella introdujo una curiosidad mesurada en su tono, aunque cada hueso y músculo de su cuerpo estaba centrado en lo que venía a continuación.
—Sí. —Él asintió lentamente, y su mirada recorrió el cuerpo de ella con intención lujuriosa—. Me has vuelto loco durante meses. Que me condenen si no me he mantenido alejado, divertido y curioso, dejándote tomarme el pelo en cada ocasión que tenía.
Sí, eso también era una cosa que la había molestado.
Él nunca se enojaba. ¿Seguramente no iba a enojarse ahora?
—¿Qué, quieres una disculpa? —le preguntó incrédula— Un poco tarde, Edward.
—No podía entender por qué. —Él sacudió la cabeza lentamente—. Entonces ocurrió la cosa más extraña. Cuando más olía la suave excitación que fluía de tu coño, cuanto más me negaba a mí mismo el probarlo, más comenzaba a notar unos pocos cambios.
Ella enrojeció acaloradamente ante el explícito lenguaje, reprendiéndose furiosamente por su reacción sin aliento a ello.
Él se alzó de la silla mientras ella lo miraba cautelosamente.
—¿Cambios? —Ella tragó con fuerza cuando vislumbró el bulto más que saludable entre sus muslos.
—Esas pequeñas glándulas hinchándose a lo largo de mi lengua. El gusto a especia que llena mi boca. El hambre por ti que crece diariamente hasta que casi puedo saborear tu beso. Y quiero besarte con locura, Bella. Tanto que está matándome. Quiero introducir mi lengua en tu boca y hacer que tú también lo saborees. Volverte tan loca por mí como yo lo estoy por ti.
Él se acercó.
Bella respiraba dificultosamente, sus manos estaban aferra das a la parte delantera de su vestido mientras le miraba avanzar.
—¿Estás enfermo o algo así? —Tuvo que obligar a las palabras a salir de su boca.
Una sonrisa amarga y burlona retorció sus labios.
—O algo —estuvo de acuerdo él, mientras la dominaba con su estatura y luego caminaba lentamente detrás de ella.
Ella no iba a huir de él, sin importar lo extraño que actuara.
—¿Te gustaría saber qué me pasa, Bella? —Él se inclinó más cerca, y su aliento susurró sobre el oído de ella mientras hablaba. Un temblor recorrió su espina dorsal mientras sus pezones se endurecían más, raspando contra su vestido, casi haciéndola gemir ante el placer de la acción.
—No. —Tenía la sensación de estar segura de no querer saberlo.
—Hay una pequeña hormona que llena mi boca. —El gruñido era ahora más profundo, más animal—. Es un afrodisíaco, Bella. Generada solo cuando un macho de las Castas Felinas tiene hambre de su compañera. ¿Sabes lo que va a suceder si te beso?
Las rodillas de ella se aflojaron. ¿Un afrodisíaco hormonal? ¿Algo para ponerla más caliente? Ella no lo creía.
—¿Qué? —Ella no pudo reprimir el susurro jadeante.
—Si te beso, vas a entrar en el Celo de Acoplamiento. Completo abandono sexual hasta que hayas terminado la ovulación. ¿Sabes que estás preparándote para ovular? ¿Que mi cuerpo está reaccionando a ello? ¿Que mi polla está tan condenadamente dura, mis bolas tan tensas por la necesidad de follarte, que es como una herida abierta en mis tripas? Todo porque estás ovulando. Mi compañera. Mi mujer.
Sus ojos se dilataron por el horror antes las palabras que él susurró en su oído.
—Estás loco. —Ella se apartó violentamente, volviéndose furiosa hacia él—. Eso no es posible.
La curva de sus labios era triste.
—Eso pensarías, ¿verdad? —Él se movió hacía el mostrador y cogió un pequeño disco oval que colocó de golpe sobre la isla de la cocina— Esto detendrá la concepción. Nada puede parar el celo. Ahora veamos, mi problema es que estoy listo para quitarte el vestido a zarpazos y arrojarte al maldito suelo, donde pueda follarte hasta que ambos gritemos. Hasta que tú estés tan salvaje por mí, tan loca por mí, como yo lo estoy por ti. O puedes salir deprisa por esa puerta inmediatamente, correr tan rápido como puedas y encontrar algún lugar, cualquiera, donde esconderte hasta que yo pueda reunir el suficiente control para no cazarte y tomarte como el animal que soy. Haz tu elección ahora, nena, y hazla rápido. Porque este gatito se está quedando sin paciencia.
