7. Celos.

No existe comunicación con él desde hace ya un mes y Duo siente ligeras arritmias al pensar en la posibilidad de contactarlo.

Tal vez se pasó de la raya al invitarlo al cumpleaños. Heero se debió sentir abrumado e irritado, y se fue cautelosamente para no hacerle sentir mal. Pero así está. Siente que un aguijón le pincha la garganta cada vez que quiere llamarlo para saber de él.

Aprieta en celular entre las manos enguantadas mientras vigila con ojo crítico los alrededores de Central Park pues, como acostumbra, lleva a su hija a jugar ahí después de retirarla del jardín infantil.

Sabe que no tiene por qué hacerlo, pero busca inconscientemente a que Heero aparezca como lo hizo algunas veces para charlar con él, ahí, en esa misma banca, para ponerse al día con sus vidas. Sin preguntas profundas del pasado o del presente.

Pero sus esperanzas son en vano. No siente la comezón en la nuca ni la ansiedad cosquillearle la piel cuando sabe que está cerca… Aquellas sensaciones que últimamente ha relacionado a Heero y que le transportan a la época en que los dos se perdían entre las sábanas, que olían a sueños idílicos y a paz.

Por ese entonces, Duo no pecaba de ingenuo. La cruda realidad le abofeteaba el rostro cada jodido día, pero se permitía —en esos breves espacios de tiempo que se encontraba con Heero— sentirse cautivado por su fuerza irreverente y sus silencios, por su pasión desbordante, por su testarudez y torpeza a la hora de amar.

Tal vez llamarle amor era incauto. Ninguno de los dos recibió amor suficiente en la infancia para reconocer ese sentimiento en el otro, pero una cosa era segura: los dos se terminaron confiando la vida, se ayudaron y se concedieron perdón mudo para poder salir adelante.

Duo aún piensa que, de no haber conocido a Heero, su existencia no sería la misma ahora.

Chasquea la lengua y llama a Innis para volver a casa. Tiene la mente revuelta y el corazón latiendo a tumbos atolondrados. Ser consciente de que la aparición de Heero está remeciendo sus cimientos con demasiada rapidez le molesta, pero no puede evitarlo. Siempre ha querido a ese miserable, incluso cuando ambos decidieron sin palabras que aquello acabaría apenas derrotaran a Oz.

Suspira y acomoda el peso de Innis sobre su cadera, ella rodea su cuello con los bracitos y tararea una canción mientras salen del parque, feliz de ser cargada. Sigue haciendo frío, así que protege a la niña con su bufanda mientras camina hasta que, al detenerse en un semáforo, lo ve.

Es Heero.

Lo reconoce en el interior de un auto lujoso, sentado en la parte trasera. A su lado, Relena Peacecraft.

Refuerza el agarre alrededor de Innis y cruza la calle apenas da el verde, sin mirar atrás. El pulso acelerado, la cabeza caliente. Es irracional, es idiota. No puede sentir celos cuando sabe perfectamente que Heero tiene a alguien más.