La luz de primera hora de la mañana entraba sin filtro a través de los delicados visillos que Narcissa Malfoy había escogido para decorar la que sería su habitación en el apartamento que ahora compartía con él que era su marido, Scorpius Malfoy.
Rose frunció los ojos aún sin abrirlos, arrebujándose bajo el edredón. No había pasado muy buena noche; el colchón le había resultado demasiado blando para su gusto y no había conseguido dormirse hasta tarde. Rose sabía que en la calidad de su descanso también influía el hecho de encontrarse en un entorno desconocido, pero en eso tendría que trabajar, no iba a ser todo un camino de rosas.
La pelirroja bufó. Siempre le hacía gracia cuando su abuelo Arthur utilizaba esa expresión. Rose tenía muchas ganas de ir a verle para poder hablar cara a cara con él de todo lo que había ocurrido en su vida recientemente.
Abrió los ojos por fin, a regañadientes. Bostezó de una manera muy poco elegante pero qué más daba, estaba sola en la habitación y el cuarto de Scorpius estaba en la otra punta del pasillo de la segunda planta. Casi parecía que el rubio había querido ponerse lo más lejos posible de ella para dejarle su espacio.
Rose agradecía aquel gesto. Se tumbó boca arriba, sentándose sobre la cama. Miró a su alrededor. Aquel cuarto no podía ser más impersonal ni aunque lo hubieran intentado. Rose valoraba que Narcissa se hubiera esforzado tanto porque aquel apartamento pareciese un lienzo en blanco. No había nada que invitase a uno a sentirse como en casa. Al igual que el resto de la casa, en su habitación todo era blanco, sin profundidad.
No le gustaba quejarse, porque eso no solucionaba nada, pero una parte de sí misma se sentía mal por querer cambiar algunas de las cosas que Narcissa había escogido para la decoración a pesar de tener carta blanca para ello. Pero Rose sabía que si quería que ese año pasase más rápido, tendría que hacer algún que otro reajuste.
Se levantó de la cama. Miró a la mesilla de noche para darse cuenta de que aún no había desempaquetado su reloj despertador, no sabía qué hora era pero no podía ser demasiado tarde. Se acercó a las ventanas. Estaban a demasiada altura como para poder divisar con claridad a la gente que ya estaba por las calles. Parecían hormigas desde su posición.
Rose se apoyó contra la ventana. El frío cristal le provocó un escalofrío cuando tocó su espalda. Desde aquel ángulo, su cuarto parecía aún más grande. Probablemente el salón de la casa de sus abuelos maternos era más pequeño que esa habitación.
La cama ocupaba gran parte de la estancia. Rose estaba segura de que la cama que había compartido con Lucas, y donde él había decidido sentenciar de muerte su compromiso, era más pequeña que la que tenía ahora. Sonrió. Tenía ganas de invitar a Lily a venir a casa, sabía que su prima siempre había querido tener una cama queen size. Y se lo había repetido varias veces en aquellos idílicos días en Las Vegas antes de que tuviera lugar su apresurado matrimonio con el rubio. No obstante, Rose quería esperar a que al menos pareciera que ella vivía ahí.
Tenía bastante trabajo por delante pero también tenía mucho tiempo libre. Más aún ahora, que se había despedido. Se separó de la ventana, caminando por la habitación. Rose agradecía que el suelo del apartamento no estuviera cubierto por una moqueta, le gustaba la sensación de pisar sobre la madera tratada. Tenía un aire moderno, distinto a lo que acostumbraba.
Aquella habitación tenía un cuarto de baño integrado y un vestidor propio. Tendría que darle las gracias a Narcissa cuando volviera a verla por haber escogido para ella esa habitación. Dirigió sus pasos hacia el vestidor. No tenía puerta por lo que Rose tendría que asegurarse de mantener el orden para no volverse loca. Tampoco estaba segura si con toda su ropa llegaría a llenar todo el espacio, pero la idea de tener un vestidor para ella sola, sin tener que compartirlo con un novio desagradecido, le hacía mucha ilusión. En cualquier momento de su vida, esta habitación habría sido un sueño cumplido.
Acarició con las yemas de los dedos la clara madera que formaba parte del armario zapatero, también a la vista. En ese lugar de la casa era en el único sitio en el que el color blanco de las paredes no le había incomodado. Era hasta casi apropiado.
Dejó a un lado las ensoñaciones y fue hasta el baño. El espejo cubría todo el largo de la pared. Rose no pudo evitar pensar en lo mucho que le iba a costar mantener aquel espejo limpio en el día a día.
Se miró en el espejo y casi como acto reflejo, sus manos levantaron la camiseta de su pijama mostrando su cadera derecha. Acarició con miedo el tatuaje, aunque quisiera escapar del lío en el que se había metido encerrándose en esa habitación, esa marca seguiría en su cuerpo de recordatorio.
Volvió a mirarse en el espejo aunque sus ojos no podían evitar dirigirse al dichoso tatuaje. A Rose aún le costaba hacerse a la idea de que, primero de todo, ahora estaba casada. Lo segundo, estaba casada con alguien a quien no conocía.
Ella nunca lo había planeado así y a ella le gustaba tener todo medido. No sabía qué esperar en cuanto saliera de ahí pero en algún momento tendría que hacerlo.
Se lavó la cara con agua fría para despertar completamente. Tampoco había podido sacar su cepillo de dientes eléctrico. Lily había metido por error su neceser en una de las cajas. Si podía evitar tener que compartir -por el momento- el cuarto de baño con Scorpius, la situación mejoraba considerablemente. Aunque esa mañana su aliento no fuera el más aceptable, no le quedaba otra.
No le apetecía volver a ponerse los vaqueros. De todas maneras, aquella se suponía que también era su casa, no pasaba nada por ir en pijama.
Salió del cuarto dejando la puerta abierta. El suelo del pasillo era del mismo tipo de madera que los muebles solo que este estaba cubierto en la parte central por una alfombra pasillera. Rose pasó por delante del que era el cuarto que tendría que compartir en algún momento con Scorpius. Al pasar por delante del cuarto del chico se fijó en que la puerta estaba abierta y la cama perfectamente hecha sin ningún tipo de arruga. Casi parecía que el rubio no había dormido ahí.
Rose bajó las escaleras que daban a la parte principal. Fue en ese momento en el que se dio cuenta de que no se había puesto los calcetines. La escalera volada de cristal daba al salón una sensación de amplitud en la que no había reparado con tanto detalle el día anterior.
La visita guiada que había hecho Scorpius había sido bastante apresurara, casi como si el chico no quisiera estar allí. Bajó los últimos escalones dirigiéndose a la cocina americana que sería la envidia de su abuela Molly. Rose podía asegurar que en el espacio que ocupaba la cocina cabía más de la mitad del piso de Lily.
Las encimeras eran, al contrario que el resto de la casa, de mármol negro. Narcissa tenía buen gusto, sin duda alguna. Aunque una cocina tan vacía le daba algo de pena, parecía sacada de un catálogo.
Rose se avergonzó al darse cuenta del tiempo que había tardado en notar que Scorpius tampoco estaba en el salón. Rose no sabía donde se había metido el rubio, quizás había tenido que acudir a alguna reunión con Draco sobre algún tema relacionado con su unión.
Rose podía perfectamente volver a subir a su cuarto, darse una ducha y prepararse para el día que se avecinaba pero tenía bastante hambre. Aunque la comida al medio día había sido bastante copiosa, no había cenado nada y sentía un agujero en el estómago.
Se puso a rebuscar en los armarios de la cocina intentando encontrar un paquete de galletas o algo así para picar. Pero su búsqueda terminó pronto. En el único armario en el que había algo para tomar era en el mueble bar. Y lo único que había ahí que no fuera una bebida alcohólica era el zumo de melocotón por lo que prefería quedarse con hambre.
Se sentó en una de las banquetas, mirando hacia las ventanas. El reloj del horno, uno de los dos que había instalados, marcaba las 7:48 de la mañana.
Quizás al estar a más altura y sin edificios cerca alrededor, parecía que amanecía antes que para el resto de los mortales.
A Rose le pareció escuchar el ascensor que daba al pasillo que llevaba hasta la puerta del apartamento. Agudizó el oído pero no escuchó nada. Se encogió de hombros y volvió a mirar por la ventana.
Podía aprovechar aquel rato a solas para llamar a su madre, pero el móvil se había quedado sin batería a lo largo de la noche y estaba totalmente muerto.
En ese instante, Rose escuchó las llaves en la puerta. Se levantó de la silla rápidamente, colocándose lo más alejada posible de la entrada pero pudiendo ver quien entraba.
Scorpius era quien entraba por la puerta. En una mano llevaba dos bolsas de papel marrón clarito y en la otra un portavasos de cartón con cuatro bebidas que Rose supuso que sería café o té. La llave se le había quedado enganchada en la cerradura y al no tener ninguna mano libre, Scorpius estaba intentando hacer malabares para entrar en casa sin que se le cayera encima el café.
Rose se acercó hacia él, cogiendo el posavasos. El chico le dedicó una sonrisa un poco estrangulada mientras cerraba la puerta tras él.
—Qué madrugadora. Buenos días, Rose. No contaba con encontrarte despierta, me has estropeado un poco la sorpresa. Si me dejas pasar, esto pesa un poco.
Scorpius la apartó de su camino suavemente con un leve movimiento de la mano sobre su cintura. Rose le siguió los pasos, colocando el portavasos en la encimera. Scorpius volvió a hablar.
—Esta noche no he podido dormir muy bien con todo esto de la mudanza y pensando en todo lo que tendríamos que hacer hoy cuando me di cuenta de que no teníamos nada para desayunar.
Scorpius comenzó a sacar varias bandejas de aluminio de las bolsas de papel. Al estar tapadas, no se podía ver muy bien que contenían. Rose alargó el cuello, curiosa.
—Primer dato curioso sobre mí, Rose. - Scorpius levantó el dedo índice antes de continuar hablando- Necesito desayunar. Si no desayuno, me pongo de mal humor. Peor que un crío pequeño al que le dicen que es hora de irse del parque. El resto de las comidas del día no les doy tanta importancia pero el desayuno, es casi sagrado para mí.
Rose se rió.
—Te resulta gracioso porque aún no me has tenido que aguantar en uno de esos días, pero el que avisa no es traidor. Ahora -Rose estaba asombrada con la rapidez con la que Scorpius estaba colocando delante de ella lo que parecía un buffet continental de hotel- necesito saber un par de cosas sobre ti, esposa mía.
Scorpius la miró sonriendo y Rose no pudo evitar poner los ojos en blanco.
—¿Y qué quiere saber mi marido de mí?
Scorpius entrecerró los ojos aunque sin dejar de sonreír.
—Lo primero de todo. ¿Té o café?
—Café, siempre.
Scorpius meneó la cabeza, divertido.
—Perfecto, eres de las mías. Así que podemos retirar esto de aquí.
Scorpius apartó uno de los vasos, Rose suponía que ese sería el que contenía té.
—Bien, segundo dato que necesito. ¿Solo o con leche?
Rose pestañeó un par de veces. Esta podría estar siendo una de las conversaciones más raras que había tenido en su vida.
—Para desayunar, con un poco de leche. A lo largo del día, según me apetezca. Sin azúcar, eso sí.
Scorpius chascó los dedos mientras se giraba para alcanzar un par de platos de la alacena.
—Eso es una información extra que te agradezco que me hayas dado porque no había reparado en que hay gente que toma café con azúcar.
Rose puso cara de asco. Entre esas personas sin duda alguna estaba su primo Albus, que tomaba más azúcar que café.
—Bien, ya está todo colocado. ¿Te apetece que desayunemos? Siendote sincero, tengo algo de hambre. La cocina de vanguardia aunque bonita, no llena mucho el estómago.
Scorpius se sentó en una de las banquetas, invitando a la chica a hacer lo mismo. El rubio tomó uno de los vasos que tenía café, acercándole el otro a la chica. No había podido permitirse dormir en aquel cuarto. Aunque su madre había cambiado por completo la disposición de aquel apartamento, Scorpius no podía evitar sentirse acorralado por la presencia invisible de Violet Parkinson.
Había acabado en el sofá, donde había podido dormir un rato hasta que sintió como le rugían las tripas. Por suerte para él, una de las pocas cafeterías que recordaba de cuando vivía en aquel distrito aún seguía en funcionamiento. Algo se le había removido por dentro cuando la señora, ahora con el pelo un poco más canoso que la última vez que la vió, le había preguntado por la chica que ya no estaba en su vida.
Tomó un sorbo de su café, solo, sin azúcar. Sintió una falsa sensación de energía. Scorpius se fijó en Rose que estaba comiendo un croissant destrozándolo por completo.
—Pero qué manera es esa de comer un croissant, salvaje.
La chica le miró con esos ojos azul cielo muy abiertos. Scorpius se fijó en que para ser pelirroja, tenía las pestañas muy oscuras. El trozo de croissant que Rose tenía en la mano cayó al café para no volver a ser visto. Rose tragó el trozo que ya tenía dentro de la boca.
—No sabía yo que había un protocolo para comer croissants, primera noticia que tengo.
—Desconozco si existe uno pero desde luego, despedazandolo así desde luego que no.
Scorpius señaló al bollo que estaba partido en cada uno de los distintos anillos. La pelirroja había comido la mitad de la parte central pero partiéndolo a la mitad en el sentido contrario. Rose puso las manos en la encimera.
—Pues si tanto sabes, a ver, sorpréndeme. ¿Cómo comes tú un croissant?
—Pues como una persona normal, así.
Scorpius tomó uno de los croissants que estaban en la bandeja y lo metió en su vaso de café. Sin embargo, del ímpetu, el líquido desbordó manchando toda la encimera. El chico se apartó para evitar mancharse mientras Rose contenía las ganas de reírse de él.
—Ya veo ya, un método muy eficiente. Aunque creo que por el momento voy a continuar comiendo los croissants como una salvaje, como dices tú.
Scorpius estaba buscando algo con lo que limpiar el estropicio que había ocasionado. Se había pasado de listo y había quedado en ridículo pero al menos había hecho reír a la pelirroja. En el fondo de una de las bolsas encontró un montón de servilletas de papel que utilizó para arreglar malamente la que había organizado.
—Reconozco que esta no ha sido mi mejor demostración.
—Desde luego que no.
Rose comió otro trozo del pastelito. Aún sentía ganas de continuar riéndose pero no quería conseguir que el chico se sintiera mal. Un error de cálculo lo podía tener cualquiera. Ellos eran el claro ejemplo de ello.
Continuaron desayunando en silencio aunque ninguno de los dos parecía sentirse incómodo. Scorpius comenzó a leer las noticias en el móvil. Por suerte para ellos, la prensa rosa parecía haber perdido parte del interés en ellos aunque aún salían en portada.
Scorpius tomó el último sorbo de su café cuando volvió a mirar a la chica, que también había acabado.
—¿Qué te apetece hacer hoy? ¿Quieres empezar a vaciar cajas o prefieres que vayamos a hacer la compra como dijiste ayer?
Rose lo pensó un momento. Necesitaban llenar la despensa pero había algo que le apetecía hacer mucho más. Tenía que aprovechar la coyuntura de que el piso estaba prácticamente vacío.
—La verdad, de las cajas voy a sacar lo necesario para estos días. Aún me quedan cosas por traer de mi apartamento. Prefiero hacerlo todo el mismo día en vez de estar liada dos días con lo mismo. Aunque...hay algo que sí me apetece mucho hacer.
—¿El qué?
Scorpius apartó la mirada del móvil, fijándose en ella.
—¿Podría pintar las paredes de mi cuarto?
Scorpius se quedó helado durante un segundo. No podía creerse que la chica le estuviera preguntando eso con tanto miedo. Soltó una carcajada.
—Mi madre se ha pasado con el blanco, sí. Claro que puedes pintar tu habitación, además…¡del color que tú quieras! ¿Te lo puedes creer?
—Menudo idiota. Pregunto porque al fin y al cabo, esta no es mi casa.
A Scorpius le sentó ligeramente mal que la chica dijera eso. No era su casa, eso estaba claro. Pero él no quería que durante el tiempo que les quedaba juntos en aquel apartamento ella se sintiera ajena al mismo.
—Bueno, técnicamente sí. Nos casamos sin acuerdo prematrimonial así que todo lo mío, es tuyo. Al menos mientras nuestro matrimonio dure.
Scorpius abrió mucho los brazos, queriendo abarcar todo el espacio.
—Y este apartamento es de las pocas propiedades de los Malfoy que está a mi nombre, así que, por ende, también es tuyo. ¿De qué color habías pensado pintar? ¿Quieres hacerlo tú misma o prefieres que llamemos a un pintor que lo haga?
Rose meditó un segundo mientras miraba al techo.
—¿Nuestro dormitorio también está pintado de blanco verdad?
—Me temo que sí.
—Pues entonces, ¿qué mejor manera de hacer nuestro hogar que si lo pintamos nosotros mismos?
Rose le miró de tal manera que Scorpius tuvo que controlar todo su ser para evitar darle un beso en ese mismo momento. La chica con el pelo sin arreglar, en pijama y poniéndole ojitos, le resultaba jodidamente irresistible. Scorpius se recompuso aunque algo le decía que la chica no había notado nada.
—No me parece mal la idea. Estoy seguro que a la desequilibrada señorita Lovelace le encantaría vernos trabajando en equipo.
Rose le sonrió con ironía. Si de momento había algo que les unía a parte de un tatuaje de cuestionable gusto, ese era el odio mutuo que le tenía a la señorita Lovelace que probablemente ahora estuviera durmiendo en Arizona.
—No me cabe la menor duda. ¿Te parece bien si mientras tú recoges esto yo subo a ducharme? Como tú ya estás vestido, nada más esté lista podemos buscar la tienda de bricolaje que tengas más a mano.
—Está bien. Llamaré a un chófer para que nos lleve. Te espero aquí.
Rose se quedó sin palabras. Un chófer para ir a comprar pintura. El mundo en el que vivía Scorpius Malfoy estaba muy alejado de aquel al que ella estaba acostumbrada.
Rose estaba casi segura de que alguien tenía que estar gastándole una broma. Llevaba un rato buscando la cámara que estuviera grabando porque aquello no podía ser cierto.
Habían estado casi tres horas en la tienda de bricolaje. Le había sorprendido para bien lo mucho que Scorpius sabía de colores, tonos y subtonos. A ella le gustaba el arte pero como una mera espectadora. Scorpius conocía también las texturas y los acabados como si hubiera trabajado toda su vida allí. Quizás había aprendido todo aquello de Narcissa. Rose nunca se había planteado que pudiera llegar a pasárselo tan bien comprando pintura pero así había sido. También habían comprado un set de herramientas ya que Scorpius no sabía si en el piso había, una alfombra que le había gustado para su cuarto además de todo lo necesario para pintar sin estropear el suelo o los muebles.
Rose se había decantado por un tono malva claro para su cuarto. La muestra de color le había parecido que en su cuarto podría dar un ambiente más acogedor. Para escoger el color de la habitación matrimonial, habían tenido más problemas.
Scorpius se había empeñado en un color salmón que Rose estaba segura de que aparecería en sus sueños. Era un tono salmón demasiado rojizo y la chica se había negado en rotundo. Ella se había decantado por un color pistacho pastel, muy primaveral.
Sin embargo, desechó rápidamente la idea. Aquel color había conseguido que Scorpius se quedase aún más pálido de lo que ya era porque, según el rubio, aquel era color de hospital y se negaba a dormir en una habitación pintada con ese color tan horroroso.
Finalmente, se habían decantado por un beige claro. Aburrido como él solo, sí, pero también neutro. Justo lo que necesitaban para el espacio que irremediablemente tendrían que compartir juntos.
Scorpius había decidido que él prefería dejar las paredes de su cuarto tal y como estaban, el blanco a él le gustaba.
Lo peor había llegado al final. El chico no le había permitido pagar con su tarjeta, lo que la había molestado un poco. Sin embargo, ahora la pelirroja tenía la misión de pagar esa primera compra que parecía hecha por un niño que había tomado demasiado azúcar.
Scorpius se pasaba casi veinte minutos en cada uno de los pasillos del supermercado. Parecía que el chico no había estado en un supermercado así en su vida. Cada vez que un empaque le llamaba la atención, se detenía a leer la etiqueta.
Rose temía que si le dejaba solo para ir haciendo ella la compra por su cuenta, el rubio acabaría perdido. Y no estaba dispuesta a ir a buscarle al punto de información, sabía que sentiría demasiada vergüenza.
George, el chófer que les había acompañado a lo largo del día de hoy, le había resultado un hombre muy amable. El hombre iba a su lado y parecía que comprendía por lo que estaba pasando la chica.
—En la casa de los Malfoy siempre se ha encargado el servicio de realizar la compra. Siempre en compañía y bajo la supervisión de la señora Malfoy pero estoy seguro de que es la primera vez que el señorito Malfoy tiene la libertad de pasear por un supermercado como una persona normal.
Rose le sonrió sin saber qué decir.
—Menos mal que aún quedan muchas horas hasta que esto cierre. ¿Lleva mucho tiempo trabajando para los Malfoy, George?
—Prácticamente toda mi vida, señorita Weasley. Aunque no siempre he sido el chófer.
Rose agradecía que Nigel hubiera aceptado tratarla por su apellido de soltera. Al menos en los momentos en los que estuvieran más a solas.
—Mi madre ya era cocinera en la casa cuando el abuelo de Scorpius fundó Malfoy Inc.
George no parecía tan mayor, quizás estaba cerca de jubilarse pero tenía una figura atlética y solo se le marcaban las arrugas de los ojos cuando el sol le deslumbraba mientras conducía.
—Yo soy un poco más joven que el señor Malfoy abuelo. Creo que aún no ha tenido el placer de conocerle, ¿verdad?
—Así es. De momento solo he estado con Narcissa. ¿Cómo es él?
George sonrió.
—Ya lo descubrirá en su momento, señorita. El servicio no debe hablar de los señores, ni para bien ni para mal.
George le guiñó un ojo y Rose sintió una punzada de miedo.
—Yo era un bala perdida. No había querido estudiar. No había querido formarme en ningún oficio. Y el señor Lucius Malfoy fue lo suficientemente amable como para ofrecerme un trabajo de chico del correo en la empresa. Sé que la comida de mi madre fue lo que sirvió para convencerle de darme una oportunidad, pero no me arrepiento.
Rose se quedó en silencio. Caminaron un rato más mientras ella empujaba el carrito. No le había permitido a George que lo hiciera, bastante tenía ella con asimilar que ahora podía tener chófer. Aquello la aliviaba bastante pero ya hablaría de ello con Scorpius en otro momento.
—George, una pregunta.
Rose tenía una duda que llevaba rondándole la mente durante los últimos días.
—¿Sí, señorita Weasley?
—¿Por qué todos los hombres Malfoy tienen nombres tan...extravagantes?
Rose había tardado en encontrar una palabra que no le resultase insultante.
—Estrellas, señorita Weasley. Todos tienen nombre de estrella.
Scorpius llegó en ese momento emocionado por una bandeja de sushi deluxe de la que podían comer una familia de seis personas.
—Sé que esto no cuenta como que yo prepare la cena pero tiene muy buena pinta. ¿Te gusta el sushi, Rose?
Aquella bandeja tenía una pinta increíble. A pesar de que había desayunado bastante y la comida la había dejado satisfecha, aquella bandeja estaba pidiendo que no dejase ni las tiras de césped falso que la adornaban.
—Me pido el nigiri de atún rojo.
—Trato hecho.
Scorpius volvió a alejarse por el pasillo en dirección a la frutería.
—Hacía mucho que no veía al señorito Malfoy tan emocionado con la vida.
Rose miró a George confundida. El hombre la miró de un modo que le recordó a su propio abuelo. Rose supo que él ya no le diría nada más, que el resto del camino tendría que hacerlo ella por su cuenta.
Habían llegado al apartamento cerca de las ocho de la tarde. Les había parecido demasiado tarde como para ponerse a pintar por lo que habían optado por organizar la despensa y todo lo que habían comprado.
Rose tenía que añadir a la lista de cosas que quería en su futuro una cosa más, un frigorífico de doble puerta. Aquello era algo totalmente innecesario cuando se vive sola pero no podía quedar mejor en la cocina. Quizás podía decirle a Lily que podían volver a vivir juntas para justificar esa compra.
Tanto Scorpius como ella se dieron cuenta de que les faltaba bastante menaje del hogar. Especialmente en el departamento de cubertería. Scorpius le había parecido demasiado infantil cuando casi había montado un berrinche por no tener palillos para comer sushi. Rose optó por hacer oídos sordos y recalentar lo que había sobrado del desayuno a pesar de las quejas del rubio.
Cenaron en los mismos asientos donde habían tomado el desayuno aunque apenas hablaron.
Scorpius había decidido encargarse de volver a recoger la cocina por lo que Rose se despidió de él antes de ir a su cuarto.
—Voy a irme ya a mi cuarto. No creo que me vaya a acostar de momento pero si necesitas decirme algo, no dudes en entrar.
—¿Prefieres que toque a la puerta antes de entrar?
Rose meditó la idea. Ella siempre había sido bastante recelosa de su intimidad pero no sabía porque no se había dado cuenta de ese detalle. Le había gustado el gesto del chico.
—Sí, mucho mejor. Voy a buscar en un par de cajas mi neceser y mi portátil. Te prometo que antes del martes te dejo el salón libre.
—Tranquila, Rose. No pasa nada, recuerda que también es tu casa. - Scorpius tiró a la basura dos de las bandejas que habían quedado vacías - Lo que pasa es que no me acuerdo de la contraseña de la wifi. No sé ni siquiera dónde diablos ha colocado mi madre el router con tanta reforma.
—Vaya...bueno, no pasa nada.
Scorpius hizo una mueca que le confirmaba a Rose que no había sonado muy convencida. Rose se dirigió al salón donde estaban todas las cajas que contenían lo que era su vida antes de Scorpius, antes de ser una mujer casada.
Rose puso los ojos en blanco ante su propia idea. Tendría que empezar a trabajar en la idea de que aquello era temporal, no iba a ser la mujer de Scorpius Malfoy el resto de los días de su vida.
Rose encontró en la tercera caja que abrió una de las dos cosas que buscaba. Apoyó el portátil en el respaldo del sofá. Abrió una cuarta caja y ahí estaba su neceser entre varios de los libros que se había traído. No entendía cómo a Lily le había parecido buena idea meter su neceser entre todos sus libros. Con su suerte, a Rose le había extrañado que ninguno de sus frascos de perfume o de sus cremas se hubiera abierto en el viaje, estropeándolo todo en el proceso.
—De verdad, esta chica a veces tiene cada cosa…
Habló para ella misma. Se había olvidado de que el rubio seguía compartiendo el mismo espacio con ella.
—¿Decías algo, Rose?
Rose se giró. Scorpius se había arremangado las mangas de la camisa azul marino que se había puesto aquel día para fregar sin causar un estropicio. Rose desconocía hasta la fecha que un antebrazo pudiera resultar tan atractivo. La luz de la cocina le permitía ver el fino vello que cubría los brazos del chico.
Pensó en que ella había estado entre aquellos brazos aunque no recordaba nada de la noche que habían compartido. Sintió una especie de calor en su estómago mezclado con la vergüenza por pensar en lo que había pasado entre los dos que hizo que sus mejillas enrojecieran.
—¿Te encuentras bien, Rose? ¿Tienes fiebre? Estás muy colorada.
—Eh...no. Ha sido de andar deshaciendo cajas y agacharme. No estoy en muy buena forma física.
—Bueno, vete a descansar. Mañana nos espera un día intenso.
—Hasta mañana, Scorpius.
—Buenas noches, Rose.
Rose subió las escaleras con lentitud, no quería que Scorpius la notase rara. Una vez que se vio en el pasillo lejos de la mirada del rubio, corrió hasta su cuarto.
Cerró la puerta tras de sí. Se acercó a la cama dejando sobre el colchón el portátil. Después fue al baño a colocar todo el contenido del neceser.
Una vez que todo estuvo a su gusto, decidió darse una ducha antes de volver a ponerse el pijama. La ducha del baño era enorme, casi cabían tres personas respetando el espacio personal de cada una.
Dejó los vaqueros y la camiseta que había llevado los dos últimos días en el suelo del cuarto de baño. Tendría que comprar un cesto para la ropa sucia.
Cuando salió lista para meterse en la cama, vio que tenía más de veinte llamadas perdidas. Su madre. Aún no era demasiado tarde así que decidió llamarla, sabía que tenía que tranquilizar a Hermione Weasley antes de que fuera demasiado tarde.
El tono de llamada no llegó a sonar una segunda vez cuando su madre cogió la llamada.
—Hola mamá. Sí, mamá. Sigo viva.
Al otro lado de la llamada, Rose pudo escuchar como una alterada Hermione le confirmaba a Ron Weasley que estaba bien. Rose suspiró. Sabía que hasta que ellos no conocieran a Scorpius, no la dejarían tranquila.
