DULCES BESOS


5| MIO


20 de septiembre
10:02 a.m.

Hinata nunca había sentido tan agudamente sus cinco pies y veintitrés pulgadas en su vida, mientras se arrastraba detrás del Behemoth que no entendía el concepto de limitaciones físicas.

Mientras estiraba al máximo sus piernas, meciendo sus brazos para generar más impulso, completamente consciente qué tan inútil era el esfuerzo, porque el impulso era dependiente de la masa, y la masa de ese hombre era tres veces mayor que la de ella — ergo, él podía andar más que ella hasta el infinito— excepto cualquier complicación imprevista: su temperamento, por ejemplo, que sufría una crisis nerviosa.

—MacNamikaze, voy a matarte si no reduces la velocidad.

—Estoy intrigado por saber cómo tienes la intención de hacer eso, cuando no puedes siquiera mantener mi paso— bromeó él.

Ella no estaba con ánimos para bromear.

—¡Estoy cansada y tengo hambre!

—Comiste uno de esas barras de tu paquete hace apenas un cuarto de hora, cuando nos detuvimos para examinar tu mapa y planear el curso más rápido— le recordó él.

—Estoy hambrienta de comida real—. Y voy a necesitarla, pensó con una sensación de hundimiento, pues el mapa turístico en su mochila había indicado que el recorrido más rápido desde su posición presente hasta Ban Drochaid era de ochenta millas de carrera a campo traviesa.

—¿Cazo y despellejo un conejo para ti?

¿Un conejito? ¿Hablaba en serio?

—Eww. No. Deberías detenerte en el siguiente pueblo. No puedo creer que no me dejaste entrar en Fairhaven. Estábamos justo allí. Había café— ella agregó lastimeramente.

—Para alcanzar Ban Drochaid por la mañana, debemos viajar sin pausa.

—Bien, sigues insistiendo en recoger esas piedras estúpidas— ella se quejó.

—Entenderás el propósito de mis piedras estúpidas mañana— dijo él, palmeando su sporran, donde él había amontonado varias piedras del camino.

—Mañana. Tú me lo mostrarás mañana. Todo será explicado mañana. No estaré viva para mañana, y tú requieres un montón de fe, MacNamikaze— dijo ella, exasperada.

Él la miró por encima de su hombro.

—Sí, lo hago, Hinata Hyûga. Pero doy mucho a cambio a las personas que tienen fe en mí. Te podría cargar, si lo deseas.

—Creo que no. ¿Por qué no reduces simplemente la velocidad un poco?

Él se detuvo, evidenciando el primer indicio de impaciencia que le había visto.

—Muchacha, si ese mapa que tienes es correcto, tenemos hasta la víspera de mañana para hacer una distancia de casi ochenta millas. Eso son tres de tus millas por hora, sin parar para dormir. Aunque yo podría correr mucho del camino, sé que tú no puedes. Si puedes hacer cuatro millas por hora, entonces puedes descansar más tarde.

—Eso es imposible— Hinata se quedó sin aliento—. La "milla más rápida". Una vez corrí en un circuito de una milla en diez minutos y medio, casi morí. Y fue sólo una milla. Tuve que descansar por horas y comer chocolate para reanimarme. MacNamikaze, necesitamos alquilar un coche— ella hizo otro intento.

Más temprano, al averiguar el largo de la caminata que él tenía pensado que hicieran, había propuesto la alternativa, pero el hombre simplemente había tirado de ella y se la había llevado a la fuerza en un paso enérgico—. Podríamos hacer ochenta millas en una hora en coche.

Él la recorrió con la mirada y se estremeció.

—Confío en mis pies. No en los carromatos.

—Vamos— ella casi gimió—. No puedo mantener el mismo paso que tú. Sería un asunto simple. Podemos ir al siguiente pueblo, alquilar un coche, conducir hasta tus piedras, y me puedes mostrar cualquier cosa que sea esta misma tarde.

—No te puedo mostrar nada hasta mañana. No tendría ningún sentido llegar hoy.

—Dijiste que necesitabas detenerte en el castillo. Si recorremos el camino entero, entonces eso no va a dejarte nada de tiempo para visitar tu vieja tierra con tus enfurruñamientos— apuntó ella.

—Yo no me enfurruño, ni allí ni en ningún lado, mujer. Tú me haces enfurruñar—.Un músculo en su mandíbula saltó—. Debes caminar más rápidamente.

—Tendrás suerte si me muevo del todo. ¿No has tenido noticias de la Primer Ley de Newton del Movimiento? Es inercia, MacNamikaze. Un objeto que está en reposo quiere quedarse en reposo. No puedes esperar que venza las leyes de la naturaleza. Por eso es que hacer ejercicio es tan difícil para mí. Además, creo que tú tienes miedo.

Hinata se sintió un poco culpable para jugar rápida e imprecisamente con Newton, pero la mayoría de la gente no tenía idea qué hablaba cuando traía a colación las leyes del movimiento, y en vez de revelar su ignorancia y discutir con ella, usualmente cambiaban de tema. Un método sucio, pero impresionantemente efectivo. Se valdría de cualquier cosa que la pudiera salvar de andar ochenta espantosas millas.

Él clavaba los ojos en ella extrañamente, con una mezcla de sobresalto y confusión.

—No conozco nada de ese Newton, pero, claro, pasó por alto lograr una comprensión completa de los objetos y el movimiento. Y difícilmente tengo miedo a uno de tus carromatos tontos.

¿Él nunca había tenido noticias de Isaac Newton? ¿Dónde había estado viviendo ese hombre? ¿En una caverna?

—Maravilloso— ella saltó al ataque—. Si no tienes miedo, entonces regresemos a Fairhaven y alquilaré un coche. Incluso lo pagaré yo. Estaremos en tu castillo para la hora del almuerzo.

Él tragó saliva. Realmente tiene aversión a los coches, reflexionó ella. Exactamente el tipo de aversión que un hombre de hacía quinientos años podría evidenciar. O, pensó cínicamente, el tipo de aversión desplegado por un actor que había tenido en cuenta su actuación hasta los mínimos detalles.

Una parte pequeña y malvada dentro de ella deseaba aplastar el paquete extragrande de testosterona en un rudimentario y compacto coche, simplemente para saber hasta dónde él llevaría su interpretación.

—Déjame ayudarte, MacNamikaze— lo sedujo con la voz—. Tú pediste mi ayuda. Todo lo que trato de hacer es llevarte al castillo más rápido de lo que posiblemente podrías llegar allí por tus propios medios. Además, claramente no hay forma de que yo sea capaz de caminar por dos días. O conseguimos un coche, o simplemente puedes olvidarte de mí.

Él apagó un suspiro frustrado.

—Bien. Me transportaré en uno de tus carromatos. Tienes razón al pensar que necesito tiempo para prepararme, y es francamente obvio que no tienes la intención de hacer ningún esfuerzo para incrementar tu paso.

Hinata sonrió todo el camino de regreso a Fairhaven. Colocaría tiritas sobre las ampollas en sus talones, donde sus botas de excursionismo la habían irritado. Tomaría café y chocolate y bollos para el desayuno. A él le compraría ropa, alquilaría un coche, y lo regresaría a su familia, que seguramente sabría lo que estaba mal con él.

Empezaba a parecer un día sobradamente bueno después de todo, pensó, robando una mirada al hombre atractivo que la guiaba mucho más lento ahora... que, en realidad, estaba arrastrando los pies a su lado. Se veía miserable. Ella no se rió, porque sabía que debía haber llevado puesta una expresión idéntica cuando habían estado viajando en la dirección opuesta.

La mañana estaba mejorando positivamente. El parche de nicotina que se había puesto más temprano mientras se refrescaba en el bosque funcionaba bastante bien. La nicotina canturreaba a través de sus venas y ya no le preocupaba que pudiera, en un ataque de irritabilidad, herir a la siguiente persona que viera, o peor, sufrir una angustia oral, que la obligara a hace algo con, o para, alguna parte de Naruto MacNamikaze que después lamentaría. Iba a sobrevivir y tenía otra vez el control.

El control lo es todo. Su madre, Hanna, a menudo se lo había dicho con su británica voz seca y fría. Si controlas la causa, entonces posees el efecto. Si no lo haces, los acontecimientos evolucionarán como fichas de dominó que se vuelcan y no tendrás a nadie a quien culpar excepto tú misma.

Oh, cállate, madre, Hinata pensó testarudamente. Sus padres habían muerto, y todavía parecían querer controlar su vida. Aún así, Hanna había demostrado un punto válido. Sólo porque Hinata había estado distraída por el estado de sus emociones —una cosa que Hanna nunca hubiera permitido—, descuidadamente había dejado caer su mochila sin primero examinar sus alrededores.

Si hubiera prestado atención, entonces no habría colocado el bolso en una posición tan precaria. Sin embargo lo había hecho, y se había caído fuera de su alcance, y ella había ido a dar a una caverna. Ese único momento de descuido la había atascado en las Highlands con un hombre muy enfermo o muy desquiciado.

Era demasiado tarde para el arrepentimiento. Ahora sólo podía hacer el control de los daños. En ese momento ella era la que estaba estirando las piernas, urgiéndolo a que caminara más rápido. Él lo hizo en un silencio amenazante, así que la joven usó esos momentos tranquilos para afirmar su determinación de que él no era una desmontadora de cerezas potencial.

Lograron regresar a Fairhaven en menos de una hora, y la joven suspiró aliviada ante la visión de las posadas acogedoras, bicicletas y agencias de rentas de autos, las cafeterías y las tiendas. Ya no estaba sola con él, enfrentada por la constante tentación de separarse de su virginidad o empezar a fumar otra vez, o ambas cosas. Correrían a las tiendas y juntarían... ¡oh!

Ella se detuvo y lo observó con súbita desilusión.

—No puedes ir más allá, MacNamikaze. No hay forma de que puedas entrar andando en el pueblo viéndote de esta manera—. Pecadoramente guapo, un guerrero medio desnudo que no podría entremezclarse con los turistas viéndose como un terrorista medieval.

Él bajó la mirada y se recorrió a sí mismo, luego la dirigió a ella.

—Estoy más cubierto que tú— dijo con una indignada y completamente aristocrática exhalación por la nariz.

Suponiéndose que el hombre incluso exhalaría por la nariz como un miembro de la aristocracia.

—Tal vez. Pero tú estás cubierto incorrectamente. No sólo eres una fábrica ambulante de armas, sino que no llevas nada más que una manta envuelta alrededor de ti—. Cuando él frunció el entrecejo, ella se apresuró a consolarlo—. Es una manta muy bonita, pero ese no es el punto.

—Tú no me dejarás, Hinata Hyûga— dijo él quedamente—. No lo permitiré.

—Te di mi palabra de que te ayudaría a llegar a tus piedras— recordó ella.

—No tengo forma de calibrar la sinceridad de tu palabra.

—Mi palabra es buena. Además, no tienes otra elección.

—Pero la tengo. Caminaremos— él tomó su mano y comenzó a arrastrarla de regreso al camino por el que habían venido.

Hinata se aterrorizó. No había manera en que ella caminara por dos días. Ninguna forma en el maldito infierno.

—Bien— ella gritó—. Puedes venir. Pero tienes que librarte de esas armas. No puedes pasearte tranquilamente en Fairhaven con un hacha en tu espalda, una espada en tu cintura y cincuenta cuchillos.

Su mandíbula se puso tirante y ella podía ver que él preparaba una lista de protestas.

—No— dijo ella, levantando una mano para interrumpirlo incluso antes de que empezara a hablar—. Un cuchillo. Puedes conservar un cuchillo y eso es todo. El resto se queda aquí. Regresaremos por ellos una vez que tengamos un coche. Puedo explicar tu disfraz diciendo que estás trabajando en una de esas recreaciones de batallas, pero no podré explicar tantas armas.

Con un suspiro ventoso, él se quitó las armas. Después de depositarlas bajo un árbol, se movió a regañadientes hacia el pueblo.

—Uh, perdóname— dijo ella señalando hacia su espalda.

—¿Ahora qué?—. Él se detuvo y miró hacia atrás, significativamente exasperado. Ella contempló con mordacidad la espada, que él no se había quitado.

—Tú dijiste un cuchillo. No especificaste de qué tamaño debería ser.

Hubo un peligroso destello de luz en su mirada y, percatándose que lo había empujado hasta el límite de lo que estaba dispuesto a ceder, ella accedió. Simplemente diría que la espada era parte del disfraz. Ella recorrió el arma con la mirada, deseando que esas gemas brillantes en la empuñadura se viesen menos reales. Podrían terminar por ser asaltados por una tonta espada falsa.

En la agencia de alquiler, Hinata arrendó el último automóvil disponible, un coche pequeño y destartalado, y acordó recogerlo en una hora, lo cual les daría tiempo suficiente para comprar ropa, comida y café antes de salir para Alborath.

Guiándolo más allá de las miradas curiosas de los espectadores, y ocasionalmente tirando fuertemente de su brazo cuando él se detenía para quedarse con la mirada fija en algo, finalmente lo metió en Barrett's, una tienda de artículos deportivos que tenía una variedad de otros artículos obligatorios para los turistas.

Inmediatamente él estaría presentable. Las personas dejarían de mirarlo estúpidamente mientras él pasaba antes de desviar su escrutinio hacia ella, como si trataran de sacar en claro lo que una perfectamente normal, si bien un poco mugrienta, americana, estaba haciendo al pasearse junto a tal bárbaro.

Dejarían de atraer la atención hacia ellos —una cosa que Hinata aborrecía— y se dedicarían a un bonito paseo en coche hacia Alborath. Quizá almorzaría con la familia de Naruto mientras ella explicaba cómo lo había encontrado. Lo confiaría a su hogar familiar y luego alcanzaría a su grupo de excursión en el siguiente pueblo.

¿Quieres realmente dejarlo? ¿Regresar con los ancianos?

Después de la última noche, no estaba segura de poder dejarlo. Quizá se retrasaría por un tiempo cerca de su casa y vería cómo estaba antes de seguir adelante. No era como si hubiera algo en los Estados Unidos por lo que ella tuviera prisa por regresar. Ni su trabajo, ni la exquisita casa edificada en Canyon Road en Santa Fe —que evitaba desde la muerte de sus padres—. Demasiados recuerdos, todavía frescos y dolorosos.

Quizá se alojaría en un bed-and-breakfast cercano a la casa de Naruto durante algún tiempo; sería la cosa más caritativa que podía hacer.

—¿Dónde vas?— siseó Hinata cuando él pasó rápidamente más allá de ella, arrastrando su mano sobre una percha de equipos de gimnasia color púrpura. Pasó su mano sobre una sudadera de color lavanda, luego clavó los ojos en una badana lila, ignorándola.

Ella negó con la cabeza pero, después de vacilar un momento, decidió que él debería ser lo suficientemente inofensivo para vagar por la tienda mientras ella seleccionaba algo para que pudiera ponerse encima.

Hinata se concentró en escoger ropa para un hombre que tuviera el cuerpo excesivamente desarrollado de un atleta profesional. Aunque Barrett's tenía una variedad de vestimentas, pocos hombres tenían su altura y corpulencia. Remetió algunos pantalones vaqueros bajo un brazo, ojeó una camisa de tela de jean, y recorrió con la mirada sus hombros anchos.

Nunca se ajustaría. Una camisa playera de cuello en V podría hacerlo, en algodón elástico, pero definitivamente no color blanco. Haría contraste demasiado bien con su pelo oscuro sedoso y su piel profundamente dorada. La visión de una blanca T estirada a través de su pecho musculoso la podría persuadir de catapultar su cereza en él.

Lo sintió volverse hacia ella. El pelo al dorso de su cuello zumbó en el momento que él dio un paso a su lado, pero ella se rehusó a mirarlo. Al mismo tiempo, un ronroneo femenino del otro lado preguntó:

—¿Puedo ayudarte?

Hinata miró hacia arriba del montón de camisas playeras para encontrar una dependienta alta, patilarga y treintañera, con unas gafas de bibliotecario posadas sobre la nariz por encima de una exuberante boca fruncida, mirando más allá de ella, contemplando al MacNamikaze con fascinación.

—Traes puesta una vestimenta antigua, ¿verdad?— ella habló con un zumbido rítmico, ignorando a Hinata enteramente—. Un tejido tan precioso. No tengo visto el patrón antes.

Naruto dobló sus brazos a través de su pecho, su cuerpo ondeando bajo las bandas de cuero.

—Y no lo harás— dijo él—. Este Namikaze es único.

Allí volvió el lanzamiento leonino de su cabeza, lo cual en una mujer se habría visto como un gesto tímido, pero que en él era un irresistible ven-acá-si-piensas-que-puedes- controlarme. Hinata no esperó que la dependienta empezara a babear incontroladamente. O fuera más allá. Empujó una pila de pantalones vaqueros y camisas a los brazos de Naruto, obligándolo a desdoblar sus brazos y descartar la postura de macho.

—Permíteme mostrarte un cuarto de pruebas— ronroneó la dependienta—. Estoy completamente segura de que encontraremos algo para satisfacer tus... deseos... en Barrett's.

Oh, ahórrame las insinuaciones, pensó Hinata, sin compadecerse del interés en los ojos de la mujer. Él podría estar chiflado, pero era su chiflado. Ella lo había encontrado.

Bloqueando el pasillo para impedir que —buscó con la mirada el nombre de la mujer en la etiqueta— Tayuya lo mirara, dio un codazo a Naruto hacia el vestidor. Tayuya inhaló por la nariz y trató de rodearla, pero Hinata la interceptó en un irritado y pequeño baile en el estrecho pasillo hasta que oyó a Naruto cerrar la puerta del vestidor detrás. Dejando caer pesadamente sus puños en su cintura, Hinata miró bajo su nariz hacia arriba, a la patilarga Tayuya y dijo:

—Perdimos nuestro equipaje. Su disfraz era todo lo que tenía en el portátil. No necesitamos ninguna ayuda.

Tayuya recorrió con la mirada la casilla de prueba, donde las pantorrillas musculosas de Naruto eran visibles bajo la corta puerta blanca, luego desdeñosamente examinó a Hinata, desde sus cejas no muy recientemente depiladas hasta los dedos de los pies de sus enlodadas botas de excursionismo.

—Encontraste un escocés, ¿verdad, pequeña nyaff? Ustedes los americanos son dados a saltar sobre nuestros hombres con la misma sed que demuestran por nuestro whisky, y no creo que puedan maniobrar con nuestro whisky tampoco.

—Con toda seguridad puedo maniobrar a mi marido para sacarlo de aquí— espetó Hinata, más fuerte de lo que a ella le habría gustado.

Tayuya dirigió una mirada apuntando a su mano sin anillo y arqueó una ceja meticulosamente moldeada que hizo que Hinata sintiera que tenía arbustos pequeños y revoltosos creciendo por encima de sus ojos, pero se negó a sentirse humillada y devolvió la mirada en un silencio helado.

Cuando no hizo esfuerzos para explicar por qué no lucía un anillo de matrimonio y no demostró ninguna inclinación a abandonar su bloqueo del pasillo, Tayuya se puso en camino para mullir y poner en orden los suéteres que Hinata había desparramado en la mesa de despliegue.

Tragándose un gruñido gatuno, Hinata se movió a su posición de guardia fuera del cuarto de pruebas, golpeando ligeramente su pie con impaciencia. Un sonido de swoosh de tela la alertó de que él estaba quitándose su plaid, y Hinata puso empeño para no pensar en él parado detrás de la frágil puerta, desnudo. Fue más duro que probar no pensar en un cigarrillo, y sus pensamientos desobedientes lo manejaron aún peor: mientras más trataba de no pensar en la idea, más lo hacía.

—¿Hinata?

Arrastrándose de una fantasía en la cual ella chorreaba jarabe de chocolate en él, dijo:

—¿Um?

—Estos trews... ¡och! ¡Por Amergin!

Hinata bufó. El MacNamikaze fingía descubrir las cremalleras, y si llevaba puesto un verdadero plaid del siglo dieciséis (según lo que su guía de excursión les había dicho), no tenía ropa interior encima. Oyó unas pocas maldiciones masculladas más, luego un zzzzzp. También otra maldición. Él sonaba tan convincente...

—Sal y déjame verte— dijo ella, luchando para mantenerse seria. Su voz sonó estrangulada cuando él contestó:

—Tú tendrás que entrar.

Robando una mirada furtiva a Tayuya, convenientemente acosada por un adolescente lleno de espinillas, Hinata entró en el vestidor. Él se observaba a sí mismo en el espejo y le daba la espalda, y, Cielos, ella habría estado mucho mejor si nunca hubiera visto su musculoso trasero apretado en un par de ajustados pantalones vaqueros descoloridos. Su pelo rubio y largo ondeaba sobre sus hombros y su espalda, invitándola a pasar rápidamente sus dedos entre ellos y continuar hacia abajo por las cordilleras espléndidas de músculo.

—Date la vuelta— dijo ella, su boca repentinamente seca. Él hizo eso, con una expresión ceñuda.

Ella contempló su pecho desnudo y, con esfuerzo, se obligó a recordarse que supuestamente debía tener la vista en los pantalones vaqueros. Su mirada pasó rozando hacia abajo sobre su abdomen ondeado y sus caderas delgadas y...

—¿Con qué has rellenado tus pantalones, MacNamikaze?— demandó.

—Con nada que no me fue dado por Dios— él contestó rígidamente. Hinata se quedó con la mirada fija.

—No hay manera de que sea parte de ti. Has debido haber atascado un calcetín o... algo. Oh, caramba—. Ella levantó su mirada de su ingle. Un músculo latía en su mandíbula, y él estaba adorablemente incómodo.

—No creo que tuvieras la intención de torturarme, vi a otros hombres en la calle con esta ropa, así que no tomaré represalias. Sin embargo, pienso que el problema es casi el mismo que el de mis pies— le informó.

—¿Tus pies?— ella repitió casi en silencio, su mirada descendiendo. Eran grandes.

—Sí—. Él gesticuló hacia los de ella—. En tu tiempo metes tus pies en botas constrictivas, mientras que nosotros llevamos puestos cueros suaves y flexibles.

—¿Tu punto?— se las ingenió para decir Hinata.

—Si no los constriñes, tienen más capacidad para crecer— dijo él, como si ella fuera ingenua.

Hinata se sonrojó. De todas las cosas para hacerle una broma... ¡rellenando con calcetines sus pantalones, ciertamente!

—MacNamikaze, no creo ni por un minuto que... que...— gesticuló hacia la protuberancia en sus pantalones vaqueros— eso es tuyo. Puedo creer cualquier cosa, pero sé cuál es la apariencia de un hombre, y esa no es la apariencia de un hombre.

Él la aplastó contra la puerta del vestidor, y su boca sensual, demasiado cercana para su seguridad, se curvó en una sonrisa demasiado confiada.

—Entonces simplemente tendrás que verlo por ti misma. Tócame, muchacha. Toca mi... calcetín—. Su mirada azulada relucía con desafío, mientras él bajaba su cremallera.

—Uh-uh— ella meneó su cabeza para añadir más énfasis.

—Entonces encuéntrame un par de pantalones que no amenacen cortar mi hombría.

—Ajá— ella estuvo de acuerdo, haciendo un intento para no pensar en que había abierto la cremallera.

—No dejes que esto te asuste, muchacha. Nos adaptaremos muy bien juntos cuando haga el amor contigo— él ronroneó.

Su acento precioso, acoplado con su calcetín, era toda la persuasión que ella necesitaba para quitarle los pantalones vaqueros con los dientes. Hinata cerró los ojos.

—Retrocede... o te ayudaré a encajar en ese pantalón— lo amenazó—. Con tu espada, si es necesario.

—Mírame, Hina— dijo él suavemente.

—Hinata— masculló ella.

—Hinata— él accedió. Justo antes de besarla.

Un relámpago caliente, pensó Hinata. Su contacto era electrizante. La atracción crepitó entre los dos, y ella supo que él lo sentía también, porque se echó para atrás y la miró de una manera extraña. Entonces, aproximándose a sus labios y apartándolos con su pulgar, le abrió la boca y rozó sus labios firmes de nuevo sobre los de ella, creando una fricción ligera e irresistible.

Sí, ella pensó. Esto es lo que necesitaba. Me siento... ¡ooh! Él inclinó su cabeza en un ángulo perfecto, precisamente como Lancelot había hecho con Ginebra en ese único beso entre ellos en la película First Knight y selló su boca sobre la de ella. Ella tembló cuando su lengua descendió rápidamente entre sus labios... un hombre ardiente y terso y salvaje.

Toma eso, Tayuya.

Mareada por una acometida de deseo, su cabeza hizo plaf débilmente hacia atrás contra la puerta de vestidor. Ella deslizó sus manos sobre los músculos que ondeaban en sus brazos, sobre sus hombros, luego las cerró firmemente detrás de su cuello. No había ido a Escocia, caído en un hueco, y encontrado a un loco: había muerto e ido al cielo, y él era su recompensa por tratar de complacer a sus padres por tantos años.

El hombre cerró sus manos en su cintura, luego las deslizó íntimamente hacia arriba mientras hacía más hondo el beso, demorándose sobre cada curva. Cuando aplastó sus palmas apenas sobre sus pechos, sus muslos se abrieron de pronto con un pequeño sonido explosivo tan lisamente que ella se preguntó si no llevaba un letrero a través de ellos que decía APRIETA AQUÍ PARA el SEXO.

Arqueó su espalda, frotando sus pezones duros contra sus palmas callosas. El calcetín que lo había acusado de tener, era el calcetín más duro que ella alguna vez había sentido y peligrosamente cerca de apretarse entre sus muslos.

Y ella lo quería allí, por Dios.

Quería sentirlo sedoso y ardiente dentro de ella, desnudo, sin nada entre ellos.

Él rozó sus pezones con sus pulgares mientras su lengua se deslizaba más profundo, hábil y hambrienta, tan profundo que conquistó los pequeños ruidos suaves de ronroneo de su garganta. Con un movimiento sutil de sus cuerpos, él desvió su erección hacia la V de sus muslos y empujó sus caderas con el mismo ritmo cruel, insistente como con el que metía la lengua en su boca.

Cuando él ahuecó las manos sobre su trasero y la elevó contra sí, ella se impulsó dichosamente encima de él, acomodó sus piernas alrededor de su cintura, y lo besó frenéticamente.

La muchacha se arqueó contra el hombre, tratando de estar lo más cerca posible, con tanta ropa irritante y restrictiva entre ellos. Ensartó los dedos en el sedoso cabello de Naruto, sorbió su lengua, desesperada por obtener más de él. Naruto hizo una suerte de risa, un sonido masculino de satisfacción desde lo profundo en su garganta, sujetó la cabeza de Hinata entre sus manos, y la besó tan despiadadamente que le quitó la respiración.

Su lengua se deslizó en su boca, se retiró y regresó. Ella tocó su piel, serpenteando con energía cinética donde él la tocaba; estaba empapándose y haciéndose cada vez más ardiente en el centro de sus sensaciones. Ese hombre conocía su frecuencia natural y la hacía resonar hasta alcanzar el tono perfecto. Y como el cristal fino, que al vibrar continuamente en su frecuencia natural se hace pedazos, atravesada por simples caricias ella se acercaba a una explosión similar.

—¿Te puedo encontrar un estilo o tamaño diferente?— pio Tayuya más allá de la puerta del vestidor, inspirando el único sentimiento benévolo que Hinata alguna vez tendría para ella, por rescatarla antes de que entregara su virginidad en el piso de un cuarto de pruebas con un loco. Con una puerta que acababa un pie por encima del piso.

Naruto gimió, luego hizo más hondo el beso.

¡Qué vergonzoso! La cordura de Hinata regresó en escalas. El hombre me besa y yo simplemente monto de un salto sobre él, como si fuera el nuevo paseo más caliente en Disneyland. ¿He perdido el juicio? Ella clavó las uñas en sus hombros y le mordió la lengua.

—Ay. No creo que eso hiciera falta— murmuró él, la pasión resplandeciendo en sus ojos, junto con la irritación porque alguien se había atrevido a interrumpirlos. No era claramente un hombre al que le gustase detener cualquier cosa que hubiera empezado. Se veía categórica y peligrosamente excitado.

—¿Señora?— dijo Tayuya en un tono quisquilloso.

Hinata estaba avergonzada al darse cuenta de que hacía ruidos suaves de jadeo. Hizo una respiración profunda, se obligó a sí misma a desenvolver sus piernas y se deslizó de su cuerpo. Las manos de Naruto se cerraron herméticamente sobre sus caderas, hasta que ella amenazó sus hombros con sus uñas otra vez. A regañadientes, él la bajó hasta el piso, entonces ágilmente trató de besarla otra vez.

—Alto ahí— ella murmuró furiosamente.

Después de tomar otra respiración temblorosa, llamó a Tayuya.

—Sí. Las ropas... hum... bien. Qué tal acerca de... uh... un par de esos caquis. Una marca de talla floja en treinta y dos... espera un minuto—. Ella negó con la cabeza, haciendo un intento para verlo objetivamente. Para acomodar sus muslos fornidos, tendrían que andarle sueltos en la cintura—. Trae un treinta y cuatro, treinta y seis, y con una cintura de treinta y ocho pulgadas—corrigió—. Y un cinturón— cerró sus ojos y tomó varias respiraciones profundas más. Su corazón tronaba como un ariete contra la pared de su pecho.

—¿Señora?— Tayuya arrulló tan dulcemente que sólo otra mujer habría oído la malicia.

—¿Sí?

—Me percato de que los americanos son diferentes... y quizá sus pies no estaban en el piso porque subió a la silla para admirar las cámaras de vídeo de avanzada tecnología que recientemente instalamos, pero hay niños en la tienda, y en Escocia se toma su educación seriamente. Estos vestidores no son mixtos.

Su cara llameó.

—Quítate de mí, bruto— ella siseó, empujando su pecho. Él le dispensó una mirada que prometía continuar donde lo habían dejado, plenamente y pronto, antes de dar un paso atrás.

—Como gustes. Esposa— él ronroneó, luego abrió la puerta con un floreo y una reverencia cortés.

Hinata se sonrojó. Era demasiado esperar que él no la hubiera oído contestar bruscamente a Tayuya ms temprano. Salió al instante, y allí estaba parada la infernal Tayuya, clavando la mirada más allá de ella, en Naruto MacNamikaze vestido en unos estrechos pantalones vaqueros con la cremallera abierta y sin camisa.

—Oh, caramba— Tayuya se remojó los labios—. Le alcanzaré esos caquis.

Pero Tayuya no se movió una pulgada, y Hinata quiso patearla. Mejor aún, devolver de un golpe sus globos oculares de vuelta a su cabeza.

—Ibas a alcanzar esos pantalones— Hinata le recordó rígidamente.

—Oh, sí— dijo Tayuya, aturdida—. Si los caquis no cubren la... er, si no le calzan bien... quizá podría probar los pantalones de jogging. Son muy... espaciosos— ella irradió una sonrisa brillante a Naruto, su mirada pasando velozmente desde la protuberancia escasamente tapada en su ingle hacia su mano sin anillo.

—Muy bien. Trae algunos de esos también—. Hinata miró encolerizadamente a Naruto, luego jaló la puerta estrecha para cerrarla. Se apoyó contra ella y suspiró, tratando de recomponerse.

—Quiero el pantalón púrpura— Naruto llamó la puerta.

—No— dijo ella irritada.

—Y una camisa púrpura.

Claro que no, pensó ella. Su pelo rubio y su piel oscura tendrían un contraste increíble con un color tan vibrante. Tal vez el negro lo haría verse soso. Uno siempre podría tener esperanza. Cuando, después de unos pocos minutos y varias maldiciones ininteligibles, ella oyó los pantalones vaqueros caer al piso, lo imaginó desnudo y se preguntó si alguien podría haberle deslizado un afrodisíaco en las pasadas veinticuatro horas.

Encuentra un hombre con quien quieres hablar en las horas pequeñitas, un hombre con el que puedas discutir en el momento que sea necesario, un hombre que te haga chisporrotear cuando te toca, había dicho Biwako. Bien, el chisporroteo estaba allí, y ciertamente podían discutir.

Negó con la cabeza, rehusándose a solazarse con la idea de que un loco podría ser su potencial alma gemela.

Él podía tener un buen punto acerca de sus pies. ¿Aumentarían de tamaño las cosas verdaderamente si se las dejaba libres? Ciertamente no se había sentido como un calcetín... más bien como esa lata de pelotas de tenis en el estante detrás de la caja registradora. Ella bajó la mirada hacia sus pechos. ¿Debería dejar de traer puesto un sostén y empezar a traer puestas bragas más ceñidas?

¿Cómo ella iba a mirarle ahora?

Los pantalones de jogging eran tolerables, decidió Naruto, aliviado. El estrecho pantalón azul había sido un dispositivo de tortura y habría constreñido la simiente de un hombre. Tal vez los hombres estaban modelados de manera diferente en el tiempo de ella.

Él no había visto otra protuberancia fuera, en la calle; tal vez todos ellos tuvieran zanahorias diminutas en sus pantalones; tal vez existían centenares de mujeres insatisfechas en ese siglo. Aunque por el momento, sólo la satisfacción de una sola mujer era de interés supremo para él, y rápidamente se estaba obsesionando con ello.

Hinata Hyûga le hacía algo increíble. Le hacía sentir las rodillas débiles, y poderoso al mismo tiempo. Lo hacía sentir la potencia y la virilidad de su sangre druida martillar en sus venas. Cuando la tocaba, todo en el mundo cobraba sentido perfecto, como si estuviera construido de elegantes ecuaciones matemáticas. Debería temerla porque, al sujetarla, había olvidado todo lo debería estar preocupándolo.

Los druidas sostenían que mientras mayor fuera un objeto, mientras más impacto el objeto tuviera en el espacio en el cual existía, mayor era la influencia que ejercía en otros objetos. Naruto siempre se había considerado prueba andante de tal postulación; pero Hinata, la diminuta Hinata, tenía muy poca masa, pero un impacto monumental en su mundo. Ella desafiaba las leyes de la naturaleza.

Suspirando, echó a la fuerza de sus pensamientos su cuerpo pequeño y firme y se estudió a sí mismo en el espejo. El pantalón de jogging (llamado Adidas) era ajustado pero flojo, con cosas notables y elásticas en la cintura y los tobillos. Eran por lejos la selección más adecuada. Admiró la tela negra, densamente tejida; sospechó que podría repeler el agua. El púrpura habría sido mejor, pero el negro era aceptable. No un color de la realeza, pero tampoco de un siervo.

El pantalón azul había sido doloroso, y un trabajo de coloración terrible de la tela, como si el color no se hubiera asentado. Ningún tejedor en su clan habría confesado un arte tan terrible. Y ese pantalón blando —caqui—, aunque con un ajuste razonable, lo habría distinguido como un agricultor, lo que el Namikaze no era.

Su plaid de púrpura imperial y negro, entrelazado con costosos hilos de plata, estaba enrollado pulcramente con tres de sus bandas de cuero y acolchado bajo su brazo. La gente de ese siglo claramente no se apegaba a la ley del brehon. Había habido estantes con atuendos púrpura, para que simplemente cualquiera pudiera comprarlos, formados en orden a todo lo largo de la tienda.

Los Namikaze, en siglos pasados y con mucha pompa y ceremonia, habían sido dotados del uso completo de los siete colores por un rey gaélico. Los lairds MacNamikaze tenían derecho a llevar puesto el púrpura siempre que un Namikaze vivía.

Y por Dios, él estaba vivo, claro que sí. Tal vez ningún otro de su clan lo estaba, pero él estaba vivo, y una vez que llegara a sus piedras, encontraría lo que fuera que se había desviado del camino correcto. Estaba receloso acerca de ese mundo en el que ella vivía, ese carromato, pero para llegar a Castillo Namikaze ese mismo día, él habría montado un dragón que respirara fuego.

Rezó que por algún milagro Minato pudiera haber vivido y engendrado niños a su edad avanzada, lo que no era imposible, y que encontraría descendientes vivitos y coleando. Rezó que en caso de que no, al menos encontraría su castillo intacto por el tiempo, con las tablillas en lugar seguro, y que por la medianoche de la mañana siguiente estuviera parado sin ningún daño en su siglo otra vez. Ninguno de los ruidos ásperos, ninguno de los olores horribles, ningún ritmo antinatural de Gaea misma...

Apartando de una patada los duros zapatos blancos con cuerdas que ella había empujado bajo la puerta hacía unos momentos, se puso de nuevo sus propias botas. Apretó sus puños dentro de la camisa playera, sin tener idea de por qué se llamaba playera a distinción de una camisa o una camiseta, y estiró la tela para que no fuera tan apretada alrededor de su cuello y su pecho.

Abriendo la puerta, hizo una pausa un momento y acarició con la mirada el pequeño y bien proporcionado cuerpo de ella. Encajaban, aunque sospechaba que ella no lo creería hasta que él se lo demostrara, y esperaba demostrárselo muchas veces.

A él le gustaba Hinata Hyûga, espinosa, terca, un poco dominante y mandona por añadidura, hasta que sentía dolor por arrancarle de un tirón sus ropas y derribarla sobre el brezo dulce. Extender sus piernas y provocarla hasta que ella implorase por él. Enterrar su cara entre sus pechos y saborear su piel. El beso que habían compartido sólo había aguzado su apetito por ella, y él gimió, recordando qué tan difícil había sido desprenderse ese estrecho pantalón azul sobre su miembro hinchado.

Se mantuvo de pie en la entrada, acomodó su sporran en torno a sus caderas, sujetó una de sus bandas del cuero encima, y empujó la espada a través de ella. Él se movió silenciosamente detrás de la joven y apoyó sus manos en el tramo delgado de su cintura. Sonriendo abiertamente, deslizó sus manos más bajo.

Ella tenía un trasero delicioso, suave y femenino y con la forma de un corazón definitivamente cabeza abajo, y aprovecharía cada oportunidad para tocarlo. Estaba a punto de presionar un dedo íntimamente entre sus globos gemelos cuando ella se tensó y salió disparada de su sujeción.

Él arqueó una ceja a la dependienta.

—Mi esposa todavía no se acostumbra a mí. No hemos estado casados mucho tiempo.

Esposa... Hmm, realmente le gustaba la forma en que sonaba, pensó, observando a Hinata.

—Bonita espada— ronroneó la dependienta, mirando casi un pie a la izquierda del arma.

Hinata giró sobre sus talones.

—Vamos— dijo a Naruto—. Esposo—. La mirada que él le dirigió crujía de pasión, y ella comenzaba a preguntarse simplemente cuánto tiempo iba a ser capaz de mantenerlo bajo control. Si es que alguna vez realmente lo había tenido bajo control, para empezar.

—Me gustaría acostumbrarme a ti— murmuró Tayuya, mientras observaba al hombre imponente guiar a su esposa fuera con una palma posesiva posada en la parte pequeña de su espalda.

Él le lanzó una sonrisa provocativa por sobre su hombro.

El estado de ánimo de Hinata se elevó a unas pocas manzanas de la cafetería, animado por el aroma tentador de granos de café recién molidos flotando en el aire sobre una brisa suave. En cuestión de instantes estaría encargando cappuccino y pan de chocolate. Bollos de naranja agria y arándanos. Hinata soltó un sincero suspiro de placer mientras entraban en el café.

—Muchacha, allí hay tantas personas— dijo Naruto ansiosamente—. ¿La totalidad de este pueblo pertenece a un solo laird?

Hinata lo recorrió con la mirada y decidió que debería haber ido con la playera blanca, porque Naruto MacNamikaze, vestido de pies a cabeza de negro, era, como su mejor amiga Biwako diría, categóricamente follable.

Todavía experimentaba escalofríos por su beso, que no iban a detenerse a menos que dejara de mirarlo, así que paseó la mirada precipitadamente alrededor de la tienda. Familias con niños, ancianos y parejas jóvenes, en su mayor parte turistas, estaban sentados en docenas de mesas pequeñas.

—No, deben de ser todos de familias diferentes.

—¿Y son pacíficos? ¿Todos estos clanes diferentes comen conjuntamente y están contentos de eso?— exclamó él, con el suficiente volumen para que varias personas empezaran a mirarlos.

—Shh... estás llamando la atención sobre nosotros.

—Siempre llamo la atención. Aún más esta vez. Son personas pequeñas... pequeñitas, aparte de ti.

Ella lo miró furiosamente.

—Simplemente guarda silencio, compórtate bien, y déjame hacer el pedido.

—Estoy comportando— él masculló, luego se alejó para mirar estúpidamente las máquinas de plata brillantes moliendo y alzando café y lanzando humo.

¿Estoy comportando? Su control del lenguaje la desconcertó. Pero entonces pensó en ello un momento: Ser bueno = siendo bueno; estar quieto = estando quieto; compórtate = comportando. Había una consistencia inquietante en su locura. ¿Qué era lo que Newton había dicho? Puedo calcular el movimiento de los cuerpos celestes pero no la locura de las personas.

Mientras Hinata hacía el pedido, Naruto rodeó el interior de la cafetería, sin perderse nada. Pareció fascinado por todo, recogiendo jarras de acero inoxidable, dándoles vueltas de un lado a otro y cabeza abajo, inhalando las bolsas de granos de café, escarbando en las pajillas y las servilletas. Luego encontró las especias. Ella lo atrapó en el quiosco de condimentos precisamente mientras él se deslizaba los tarros pequeños de canela y chocolate en el bolsillo de sus pantalones de jogging.

—¿Qué estás haciendo?— murmuró ella, quitando las cubiertas de los vasos de café. Se puso en el ángulo adecuado para que los dueños del establecimiento no pudieran ver que él infringía la ley—. ¡Saca eso de tu bolsillo!

Él se burló.

—Éstas son especias valiosas.

—¿Cometerías un robo?

—No, no soy ladrón. Pero ésta es canela y cacao. Nada de eso es fácil de conseguir por ahí, estamos demasiado lejos, y Minato lo adora.

—Pero no es tuyo— dijo ella, tratando de tener paciencia.

—Soy el MacNamikaze— dijo él amablemente, tratando de tener paciencia—. Todo es mío.

—Devuélvelos.

Su risa burlona era puro desafío masculino.

—Devuélvelos tú.

—No meteré las manos en tus bolsillos.

—Entonces se quedan donde están.

—Eres tan terco.

—¿Lo soy? ¿Yo? ¿Lo dice la mujer que insiste en que todo sea a su manera?—. Él cerró las manos en su cintura, e intercambiado su voz en una octava superior, la imitó—: Debes traer puestos zapatos blancos. Debes quitarte tus armas. Debes transportarte en un coche. No debes besarme aunque envuelva mis piernas alrededor de ti cuando lo haces—. Encogiéndose irritado, volvió a su acento profundo—. Debes. Debes. Debes. Estoy hastiado de esa palabra.

Las mejillas de Hinata flamearon al escuchar la pulla acerca de sus piernas ingobernables. Metió la mano en el bolsillo de él y cerró sus dedos alrededor de las pequeñas botellas de vidrio.

—Minato estará descontento— dijo él, dando un paso más cerca con una sonrisa lobuna.

—Minato murió cinco siglos atrás, según tú—. En el momento que dijo las palabras, lo lamentó. Un destello de dolor cruzó la cara del hombre, y ella se pudo haber pateado sí misma por ser tan insensible. Si él estaba enfermo, entonces realmente podía creer en todo lo que le decía, y si era así, la muerte de su padre, real o imaginado, lo lastimaría.

—Lo siento— dijo ella rápidamente. Roció canela en sus cappuccinos espumosos. Luego, para enmendarse por sus palabras crueles, resbaló la botella de regreso en su bolsillo, tratando de ignorar dos hechos perturbadores: que estaba ayudando e instigando un acto criminal y que estaba muy cerca de su calcetín, que rimaba con gallo, y oh, hubiera deseado una vista completa dentro de esos pantalones vaqueros.

Coléricamente, él zambulló su mano en su bolsillo, arrancó ambas botellas, y las dejó caer pesadamente en el pequeño quiosco de condimentos. Sin chistar, le dio la espalda y salió con paso impetuoso por la puerta.

Hinata se apresuró a salir después de él, y mientras pasaba por una mesa donde un hombre de apariencia distinguida estaba sentado con su esposa y su hijo, oyó el punto de vista del niño:

—¿Puedes creer que iban a robar la canela y el chocolate? No se veían pobres. ¿Viste su espada? ¡Cáspita! ¡Estaba mejor que la de Highlander!

Hinata, avergonzada, remetió el paquete de confites bajo su brazo, balanceó en el aire ambas tazas de café, y luchó contra la puerta.

—Naruto, espera. Naruto, lo siento— lo llamó viendo su espalda ancha y terca.

Él detuvo a mitad de un paso, y cuando se dio la vuelta, sonreía. ¿Tan breve era la duración de su cólera? Ella aguantó la respiración y la sostuvo. Era simplemente el hombre más hermoso que alguna vez hubiera visto, y cuando él sonrió...

—A ti te gusto yo.

—No es cierto— mintió ella —. Pero no tuve la intención de herir tus sentimientos. Él permaneció impávido.

—Sí, a ti te gusto, muchacha. Puedo decirlo. Me llamaste por mi nombre de pila y frunces el ceño, con los ojos húmedos. Te perdono por ser cruel e irreflexiva.

Ella cambió de tema precipitadamente y se ocupó de algo que la había estado molestando desde que habían dejado Barrett's y a esa Tayuya esnob.

—¿Naruto, qué significa nyaff? Él pareció alarmado, luego se rió.

—¿Quién se atrevió a llamarte pequeña nyaff?

—Esa mujer babosa en Barrett's. Y deja de reírte de mí.

—Och, muchacha—. Más risa.

—¿Bien, qué quiere decir?

—¿Deseas la explicación entera, o un simple resumen? No puedo pensar en uno por el momento— agregó—. Es una palabra excepcionalmente escocesa.

—La explicación entera— ella murmuró.

Los ojos centelleando, una ceja traviesamente arqueada, él dijo:

—Como gustes. Quiere decir algo que irrita, como un mosquito, cuya aptitud para molestar e inspirar desprecio no depende de su tamaño diminuto sino del engreimiento que lo acompaña.

Hinata bullía cuando él terminó. Dio la vuelta y emprendió el regreso hacia Barrett's para contar a la estirada Tayuya precisamente lo que pensaba de ella.

—Detente, muchacha— dijo él, alcanzándola y cerrando su mano en la parte superior de su brazo—. Es fácil distinguir que sencillamente estaba celosa de ti... por tener a un hombre tan espléndido como yo a tu lado, especialmente después de que me contempló en ese pantalón estrecho— le dijo apaciguadoramente.

Hinata dejó caer pesadamente sus puños en su cintura.

—Oh, ¿no puedes estar más contento contigo mismo?

—Tú no eres nyaff, muchacha— dijo él, remetiendo amablemente una hebra de pelo detrás de su oreja—. Ella estaba mucho más envidiosa de la mirada en mi cara cuando te contemplo.

Bien. Sus velas se desinflaron. Hinata se sintió repentinamente mucho más benigna hacia Tayuya, y debía notársele en su cara porque él sonrió arrogantemente.

—Ahora te gusto aún más.

—No es verdad— dijo ella rígidamente, jalando su brazo para soltarse—. Vamos a conseguir ese auto de alquiler y salir de aquí.

Que Dios la perdonara, comenzaba a sentir más que eso por él. Se sentía territorial, protectora y categóricamente lujuriosa.


Continuará...