Episodio 7: Impossible odds

- Pero q… ¡No me digas que esa cosa es Lorenzo!

Juan José se quedó paralizado, mirando a la gigantesca mole purpúrea que, portando en su única mano una sobredimensionada masa de metal con la forma de una cimitarra, amenazaba a su compañera.

- Antes de darme cuenta estaba empezando a cambiar – respondió ella – Y el cielo… ¡Mierda! ¿¡Qué está pasando!?

No les dio tiempo a intercambiar otra palabra, inmediatamente Lorenzo alzó el brazo con el que portaba su arma para después bajarlo, lanzando un espadazo con el que daba la impresión de podría partir no sólo a la luchadora, si no a la mismísima tierra en dos.

Adela reaccionó a esto con rapidez, adelantándose y recibiendo el ataque con el filo de su hacha de combate, sujeta con ambas manos, usando las rodillas para absorber y amortiguar el impacto todo lo posible y los hombros para mantener el empuje hacia arriba.

- ¡Vete de aquí! – indicó al hechicero - ¡Es demasiado para ti, y yo no puedo contenerlo! – dejó escapar un quejido, evidenciando su estado, antes de hacerse a un lado y desviar el envite con su arma - ¡Ve a por tu hermana! ¡BUSCA AYUDA!

La criatura – porque aquello difícilmente podía ser llamado hombre – soltó el arma para lanzar un enorme puñetazo contra Adela, echándola a volar y estrellándola contra uno de los tabiques cercanos a pesar de haberse protegido adecuadamente.

- ¡ADELA!

- ¡Sal de aquí! – respondió ella, levantándose con dificultad mientras se preparaba para recibir otro ataque - ¡Rápido!

Juan se sintió desesperar mientras veía cómo Lorenzo volteaba para dirigirse a ella.

Por su parte, Adela preparaba una pose de combate con el hacha caía hacia atrás, preparada para responder con un tajo ascendente a cualquier ataque. Al verlo tomar velocidad para embestirla apretó los dientes, dispuesta a contraatacar, pero repentinamente una figura se materializó frente a ella y obligó a la mole a retroceder, empujándola con un poderoso pulso energético.

Estaba tan centrada en ejecutar su próximo movimiento que le costó un poco reconocer la silueta: Juan José, que se había teletransportado usando el mismo conjuro de desplazamiento que empleó durante su duelo.

- ¿¡Juan!? ¡Pero…!

- ¿¡Cómo demonios voy a ser capaz de mirar a nadie a la cara si me largo y te dejo aquí con este mastodonte!? – volteó la cabeza para mirarla directamente - ¡Si uno solo de nosotros no puede con él, seguro que los dos SI!

- ¡Cuidado! ¡Vuelve a la carga!

Efectivamente, el empuje había sido efectivo, pero insuficiente, llegando como mucho a desequilibrar al vampiro, que ahora cargaba contra ellos otra vez.

Pero Juan José no había terminado.

Recogió su mano derecha y la lanzó de nuevo hacia delante, ejecutando un nuevo conjuro de rechazo, y después hizo lo propio con la izquierda, una y otra vez. Lorenzo no caía, pero cada nuevo ataque lo hacía retroceder unos pasos hasta que, al final, lo obligó a volver al boquete abierto en la fachada.

Cansado, el Belnades dejó caer ambos brazos, pero Adela continuó la ofensiva por él, embistiendo a la criatura mientras esta recuperaba el equilibrio. Lo alcanzó con un bramido, emitiendo su brazo un cegador fulgor lavanda.

- ¡KORNEPHOROS!

Frenando en seco y girando su cuerpo para poner toda la potencia en el ataque, la luchadora arreó a Lorenzo el mismo ataque con el que destrozó las defensas del hechicero durante su combate, empujándolo fuera de la construcción, de vuelta al patio del corral.

Se sonrieron por un momento. Juan José no sólo había pretendido protegerla, el muchacho era consciente de que enfrentarse a semejante engendro entre cuatro paredes era prácticamente un suicidio, sacarlo de la alquería era imperativo, y Adela había completado la estrategia a la perfección.

Aun así, apenas tuvieron unos segundos de relax, la luchadora tuvo que, inmediatamente, detener una brutal embestida, conteniendo al vampiro con todas sus fuerzas mientras el hechicero la alcanzaba y, entre los dos, ella con su fuerza y él con su magia, lo empujaban de vuelta al exterior.

Trasladada la batalla de vuelta al campo de batalla original, no perdieron tiempo, Adela se abalanzó inmediatamente contra la criatura, blandiendo su hacha en busca de propinar un golpe mortal lo antes posible, Juan José por su parte echaba mano a su zurrón con el objeto de lanzar una serie de conjuros de apoyo sobre la luchadora.

Aumento de fuerza física

Aumento de resistencia anaeróbica

Aumento de solidez muscular

Quemados los pergaminos, concentró y moldeó una importante cantidad de magia y centró toda su atención en el encuentro. Era consciente de la destructividad de sus conjuros, más aún después de haberse potenciado para enfrentarse a la mujer, y no quería herir accidentalmente a su compañera con un ataque mal lanzado ni que esta tuviera que poner parte de su atención en reaccionar a sus decisiones. Ante semejante adversario no podían permitirse deslices.

Entre tanto, Adela mantenía una ofensiva continua sobre el vampiro; sin levantar los pies del suelo ni un momento, la muchacha balanceaba su hacha con maestría a pesar de su estado, pero Lorenzo, a base de pura fuerza bruta, rechazaba cada embate con su único brazo.

- Joder… ¡ESTO NO SE ACABA NUNCA!

Después esquivar un ataque – que no podía ser llamado puñetazo o darle cualquier otro nombre, ya que la mole purpúrea se había limitado a trazar un amplio arco con su brazo – y colarse en su espacio, la luchadora empuñó su arma con ambas manos y lanzó un hachazo directo a su plexo solar, encontrando una musculatura demasiado sólida en la que sólo consiguió dejar una herida poco profunda, aunque el impacto fue lo bastante potente como para hacerlo retroceder y Juan, viendo espacio suficiente para intervenir sin poner en riesgo a su compañera, intervino.

- ¡GALE FORCE!

Tres cuchillas etéreas de color esmeralda alcanzaron la cabeza y pectorales de la mole acompañadas de un potente vendaval. Como el hacha de la Fernández, sólo dejaron unos cortes de poca profundidad que apenas sangraron, pero fue suficiente para que Adela pudiera enlazar con un puñetazo en todo el estómago de la criatura y, acto seguido, él se aproximó para azuzarle una poderosa llamarada.

Pero no fue suficiente. Los dos cazadores tuvieron que romper su improvisado dueto cuando el vampiro se abrió paso a través del fuego mágico proyectado por el Belnades y los atacó a ambos a la vez, obligándolos a esquivarlo en direcciones opuestas. Aquel corto pero intenso intercambio les sirvió para comprobar dos cosas:

La primera, que aquella criatura parecía no apercibirse de los ataques que recibía. Más allá del empuje provocado por los golpes de Adela y los conjuros de Juan José, nada parecía hacerlo inmutarse, ni los cortes, ni los potentísimos golpes de la luchadora, ni el abrasador fuego que acababa de envolverlo… Nada.

La segunda, que en aquel ser ya no quedaba nada de inteligencia humana, esto era algo que ella ya había comprobado según Lorenzo mutaba, pero para Juan era toda una sorpresa. Aquella aria oscura… ¿Qué hechizos y maldiciones contendría? ¿Qué objeto había detrás de resucitar a los protagonistas del crimen de Níjar y potenciar mediante magia específicamente a José Pérez Pino? Y ¿Existía la intención de privarlo de su raciocinio? ¿Había salido algo mal?

Demasiadas preguntas, sobre todo considerando que su objetivo allí estaba claro: El asesino del crimen de Níjar debía volver al infierno del que había sido rescatado.

Adela volvió a poner los pies en el suelo aun resbalando sobre la arena y, en el mismo movimiento, se impulsó de nuevo hacia la criatura, dando una patada tan fuerte contra el firme que lo hundió. Juan reconoció en esto el mismo tipo de desplazamiento que había usado en su duelo contra él, y decidió prestar atención mientras moldeaba su magia preparando otro asalto.

La muchacha embestía con zancadas rápidas y cortas, con el hacha atrasada, preparada para asestar un nuevo golpe, Lorenzo la recibió con un fuerte y amplio manotazo, pero ella saltó limpiamente sobe su brazo y, al tocar el suelo, le propinó un hachazo en arco corto antes de ponerse de nuevo en movimiento y, al volver a aproximarse a él, sacudirle una poderosa patada en la espalda para desaparecer de nuevo.

Aquella era, definitivamente, la estrategia que había empleado contra el hechicero. La criatura parecía incapaz de seguir semejante velocidad y, cuando lanzaba su único brazo para contraatacar cada envite, Adela ya llevaba un par de segundos fuera de su alcance.

Por su parte, Juan sólo podía esperar. Su magia era lenta y abarcaba áreas amplias, por lo que un conjuro mal lanzado podía poner a su compañera en aprietos ¡Incluso recurrir a su telequinesis parecía mala idea!

Vio a la muchacha aparecer de nuevo en el punto ciego del vampiro para asestarle una patada en el cuello que habría roto la espina dorsal hasta el más fornido de los hombres, pero Lorenzo no reaccionó en absoluto, y ella aprovechó la situación para impulsarse de nuevo lejos de él y volver al ataque.

Para Juan José, esto resultó extraño, aquella mole era casi inamovible, pero los brazos y piernas de Adela conseguían, al menos, empujarlo, y en esta ocasión había tenido el mismo efecto que una mosca posándose sobre su piel.

Y ¿No estaba el cielo oscureciéndose aún más?

Estuvo a punto de alzar la voz para advertirla cuando la vio detenerse de nuevo frente a la criatura, esta vez blandiendo su hacha con ambas manos, lanzando un poderoso tajo horizontal en el que puso toda la potencia que su joven y entrenado cuerpo era capaz de desarrollar.

Tragó saliva. Aquello tenía que herirlo.

Se escuchó el impacto, un golpe tan fuerte que hizo temblar el suelo bajo sus pies, un crujido y, casi al mismo tiempo, a Adela, ahogando un grito.

No podía ser.

- Mierda… ¡ADELA!

La voz del hechicero llegó lejana a los oídos de la chiquilla. Estaba atónita, el filo de su hacha no sólo se había mellado, si no resquebrajado, y algunos pedazos se habían desprendido y caído al suelo. El punto donde había intentado cercenarlo con su arma estaba intacto.

Se quedó paralizada por unos instantes antes de reaccionar. Consciente de que no podría esquivar el golpe que ahora preparaba Lorenzo, cerró su guardia todo lo que pudo, apretando los dientes y preparándose para el impacto.

Entonces, sintió un empujón que la pilló desprevenida, apartándola de la línea de fuego de su enemigo. Giró la cabeza a tiempo para ver al Belnades, que se había aparecido a su lado y levantado una barrera aún más poderosa que las que había usado para protegerse de sus golpes.

El puñetazo alcanzó la protección, haciéndola añicos y prosiguiendo su camino hasta golpearlo de lleno, mandándolo a volar una distancia considerable hasta caer violentamente al suelo, rodando al tocar el firme y quedando allí, tirado, como un muñeco roto.

Adela se quedó lívida ¿Qué había pasado? ¿Por qué había aparecido Juan José Belnades a su lado? ¿Por qué había recibido el impacto en su lugar? ¿No se había quedado apartado, esperando a ofrecer apoyo?

No ¡No! ¡Es un hechicero! ¡No puede resistir un impacto como ese! ¡Un golpe así podía matarlo perfectamente!

Ignorando por completo a la mole que tenía delante, volteó para interesarse por su estado. Eso fue un error.

- JU-

Ni siquiera llegó a terminar de pronunciar su nombre cuando recibió un golpe en el costado, más fuerte que todos los que la criatura le había asestado hasta la fecha, tanto, que tuvo la impresión de ser atropellada por un camión. Como el Belnades, ella también voló y cayó al firme arenoso de mala manera.

Mierda… ¿No se podía hacer nada? Su fuerza y su velocidad eran inútiles, sus técnicas no tenían efecto, el hacha que había seleccionado cuidadosamente ahora era más inofensiva que un juguete, y su compañero yacía en la otra punta del patio de corrales, quién sabe si aún con vida.

Puto niño pijo… ¿¡Por qué había hecho semejante locura!? ¿¡Qué ganaba con protegerla!? Aquello iba mucho más allá de lo que se esperaba de un hechicero ¡Su deber era quedarse atrás y usar sus conjuros para complementarse con los luchadores, maldita sea!

Miró a la criatura, debía sentir miedo después de haber sido superada por semejante monstruo, pero lo que la invadía ahora era frustración y odio, quería levantarse, recoger su hacha e invertir hasta la última gota de su aura en intentar destruirla, pero… no podía moverse, ni mucho menos respirar correctamente.

Lo vio devolverle la mirada, parecía debatirse entre a cuál de los dos rematar, y justo empezaba a girarse hacia ella cuando un sonido llamó la atención de ambos: Un quejido.

Ambas cabezas se giraron hacia el bulto que era Juan José que, dificultosamente, se movía, dándose la vuelta para, aparentemente, quedar hacia abajo y poder levantarse.

El joven hechicero estaba abrumado por el dolor, había despertado con la cabeza mirando al cielo, y lo encontró aún más oscuro que antes, llenando su cabeza de preguntas ¿Por qué los ataques de Adela ahora eran inefectivos? ¿Por qué su magia no había tenido ningún efecto? ¿Por qué, sobre sus cabezas, el cielo se volvía cada vez más y más negro, ofuscando por completo la luz del sol de medio día?

¿Eran esos los efectos del aria maldita recitada incesantemente por La mujer? Si es así ¿Por qué seguía avanzando? ¿No la había destruido?

Y Adela, esa luchadora… ¿Estaba bien?

Sabiéndose boca arriba, empezó a moverse para colocarse boca abajo y levantarse, al hacerlo no sólo fue azotado por un dolor inenarrable, si no que también tuvo la sensación de que pequeños trozos de sí mismo se movían sin control dentro de su torso, como un pedacito de plástico que ha quedado dentro de un juguete después de un fuerte golpe. Mientras se recolocaba, percibió dos cosas.

Primero, un lento y repetitivo TROMP que crecía en intensidad al tiempo que unos inmensos y deformes pies de color purpúreo y uñas negras se dirigían hacia él.

Segundo, a lo lejos, a Adela Fernández, caída boca abajo, apoyada sobre sus codos, aparentemente incapaz de alzarse.

¿También la había alcanzado a ella?

Por su parte, la muchacha veía con desesperación cómo la criatura había decidido ignorarla para ir a por su compañero. Con un nudo que se había formado en su garganta por pura impotencia lo llamó, incapaz de hacer otra cosa.

- ¡HAZ ALGO! LEVÁNTATE, TRANSPÓRTATE, ¡LO QUE SEA, PERO HUYE! ¡TE VA A MATAR!

Aquellas palabras le impactaron más de lo que deberían, y la voz quebrada de la luchadora había tenido mucho que ver. Aquella chica orgullosa de mirada fiera, reducida a aquello… No sabía por qué, pero no podía soportarlo.

Inmediatamente empezó a pensar ¿Qué podía hacer? Huir no era una opción, pero estaba demasiado dolorido para levantarse a luchar, aquella cosa lo habría alcanzado en unos pocos pasos, y eso supondría su fin. En estas, se dio cuenta de que aún tenía magia de sobra para usar y, de entre todos los conjuros posibles, sólo uno le vino a la mente.

Miró al vampiro, miró a Adela y concentró toda la magia restante en su puño, jugándoselo todo a una carta.

- BUENA SUERTE – gritó, levantando el puño con dificultad, para golpear después el suelo con la mano completamente abierta – ADELA FERNÁNDEZ

En el momento que hizo esto, una onda de energía blanca se expandió a partir desde su mano, alcanzando tanto a Lorenzo como a Adela, el primero no pareció resultar afectado en absoluto, pero ella no contuvo la sorpresa al sentir cómo su respiración se normalizaba y el dolor que la acuciaba remitía lo suficiente para permitirle volver a moverse, incluso sintió recuperar parcialmente sus fuerzas.

- Imposible…

Se levantó en un solo movimiento, y al verse de pie y sentirse estable se quedó todavía más anonadada.

No podía ser, ese loco… ¿¡Había usado magia curativa EN ELLA!?

Lo miró directamente, y vio cómo dibujaba una amplia sonrisa de satisfacción antes de que el vampiro alargara su único brazo para agarrarlo, alzándolo.

Aquello la puso en marcha de inmediato ¡Debía contraatacar!

Por su parte, Juan José mantuvo la sonrisa mientras la criatura lo alzaba, visto de cerca era todavía más feo y grande de lo que parecía. Quizá en otra situación se habría quedado paralizado por el miedo, pero se compañera estaba de nuevo en pie, así que no podía contener la sonrisa.

Hora de comprobar si el éxito de su idea había sido completo.

Antes de ser asido por el vampiro había, dificultosamente, movido la pierna hasta alcanzar su daga ceremonial y la había empuñado, desenfundándola y asegurándose de, al sentirse atrapado por aquellos fríos y gigantescos dedos, no permitir que su brazo armado quedara entre ellos.

Cruzó sus ojos marrones con los ojos blancos, inertes y asalvajados de Lorenzo y, antes de permitirle hacer cualquier otro movimiento, alzó la daga ceremonial y la dejó caer con toda la fuerza de la que era capaz. Cuando la punta alcanzó la mano del chupasangre, hendió en ella como un cuchillo caliente en una barra de mantequilla, y la sonrisa del hechicero creció aún más.

Había funcionado.

Cuando tomó la decisión de usar magia blanca, su intención no era solamente curar a Adela Fernández, si no que, además, por alguna razón, recordó una de las numerosas partidas a Dragones y Mazmorras que echaba con sus hermanos mayores en las que Luisa, usualmente la máster, modificaba las reglas para dar a los conjuros las mismas propiedades que tenían en la realidad, de hecho, así había aprendido muchas cosas que su maestra, Dorothea Aulin, había pasado por alto.

Una de ellas era que la magia blanca afectaba en cierta medida a los no muertos, debilitándolos, pero ¿Era verdad o no? Aquella era una de las pocas lecciones ocultas en sus partidas de rol que no había podido verificar.

Hasta ahora.

Adela, que había concentrado toda la energía posible en su puño, detuvo su embestida al sentir a la criatura bramar de dolor, un bramido agudo, gutural, casi cacofónico. No entendía lo que había ocurrido, sólo lo veía agitar con furia su único brazo, con el que sujetaba a Juan José, y por casualidad distinguió un destello dorado en la muñeca de aquel monstruo y que logró identificar enseguida.

¡La daga ceremonial! De algún modo, el hechicero había conseguido anular sus defensas.

Echó a correr de nuevo, debía alcanzarlo, debía golpearlo antes de que desatara su ira contra el Belnades.

Con un bramido, moldeó la energía de color lavanda hasta preparar su técnica y alargó sus zancadas. Era ahora o nunca.

Se abalanzó contra Lorenzo con la intención de aplastarle el cuello, preparada a saltar para alcanzarlo apenas estuviera a tiro, sin embargo, antes de que pudiera llevar a cabo su estrategia, la mole lanzó al ya maltrecho hechicero contra los muros de la alquería, derribando la pared y, por tanto, metiéndolo de nuevo en la construcción.

Aquello la cegó. Desechando su estrategia inicial, cambió de rumbo y se colocó frente a la criatura, con su puño emitiendo un brillo cegador.

- ¡KORNEPHOROS!

El titánico puñetazo fue a parar directamente al abdomen de la criatura, perforando sus músculos y hundiéndose en sus entrañas hasta el codo. Dispuesta a alejarlo del lugar para evitar que tratara de rematar a Juan José – si es que aún seguía vivo – sacó el brazo y saltó para patearlo en cara, empujándolo hacia atrás.

Juan José Belnades se había puesto en peligro mortal para darle aquella oportunidad, y no pensaba desaprovecharla.

Lo vio contraatacar con un gigantesco manotazo, lo esquivó – el impacto hizo temblar el suelo bajo sus pies – y aprovechó para agarrar su brazo y extraer la daga del hechicero, acto seguido se deslizó debajo de sus piernas y, de un salto, se encaramó a su cuello, cuchillo en mano.

Iba a seccionar la carótida de ese maldito monstruo.

Cuando Juan José abrió los ojos, habría podido jurar que le dolía hasta el alma de sus antepasados, cubierto de polvo y rodeado de escombros, estaba completamente a oscuras; sin luz alguna que le llegara del exterior, sólo podía palpar en busca del camino de vuelta al patio.

De todas formas ¿Cómo iba a volver? Se sentía exhausto, el dolor era tan intenso que apenas le dejaba pensar, y en una primera tentativa pudo comprobar que sus piernas no se movían o, al menos, no respondían en condiciones.

Tenía que hacer algo, el combate aún no había terminado, Adela Fernández seguía luchando.

Como pudo, empezó a moverse, arrastrándose con la esperanza de vislumbrar la salida, cuando de repente su mano dio con algo, algo frío, duro y carnoso a la vez, con lo que parecía ser… ¿Cabello?

Curioso, conjuró una pequeña llama en uno de sus dedos – ah, sí, podía hacer eso, no tenía que buscar frenéticamente la salida - y lo que vio a la luz de esta le heló la sangre:

Carmen Cañadas Morales, La mujer… o su cabeza, al menos, pero eso no fue lo que lo atemorizó, si no el hecho de que, pese a no tener cuerpo, seguía moviendo la boca frenéticamente, con los ojos abiertos de par en par, sin emitir ningún sonido.

Bastó leerle los labios durante un par de segundos para entender que seguía recitando aquel conjuro maldito.

¡Por eso la fuerza y resistencia de Lorenzo no paraban de aumentar! ¡Por eso el cielo se oscurecía cada vez más!

Maldita sea… ¡Su combate contra ella no había servido de nada! ¡Tendría que haber sido más meticuloso, mierda!

Sintió una súbita oleada de ira. En su debilidad, usó su magia para potenciar al máximo la pequeña llamita, incinerando con ello aquella cabeza horriblemente animada. Al terminar, se quedó unos segundos a observar el bloque de carbonilla resultante, jadeando de dolor y cansancio y esperando no haber dado tiempo a que el asesino recuperara una parte demasiado importante del poder que le había hecho perder.

Por su parte, Adela se movía en círculos alrededor del vampiro, tratando por todos los medios de no ser alcanzada por sus ataques mientras formulaba nuevas estrategias. Los esfuerzos del hechicero no parecían haber servido de mucho, ya que al poco de retomar el combate su adversario empezó a recuperar su férrea resistencia, cosa que comprobó de primera mano cuando fue incapaz de clavar el puñal en su cuello más allá de la punta.

Y ahora las tornas se había invertido de nuevo, con Lorenzo exhibiendo una nueva habilidad: Sus uñas se alargaban a placer, actuando como una suerte de cuchillas o estoques, de hecho, la luchadora ya lucía unos cuantos cortes y, en un par de descuidos, había visto su antebrazo y una de sus pantorrillas perforadas, dificultando enormemente su libertad de movimiento.

Aun así, la muchacha no se rendía, buscando huecos por los que colarse y golpearlo hábilmente, aunque la forma en la que usaba sus uñas extensibles – con inusitada maestría para ser un poder recién adquirido – dificultaban mucho ejecutar cualquier movimiento que no fueran simples puñetazos y patadas.

No obstante, algo estaba consiguiendo, podía provocar pequeñas laceraciones en la carne del vampiro con la daga de Juan José y sus golpes tenían un claro efecto sobre él. En un momento determinado, dispuesta a provocar un daño importante, esquivó sus uñas con soltura y saltó por encima de la cabeza de la criatura, asestando con todas sus fuerzas una patada en su esternocleidomastoideo, aparentemente rompiéndole el cuello, aunque no parecía haber limitado su capacidad de combate.

No obstante, ya era más de lo que había conseguido hasta ahora. Satisfecha, cayó detrás de la mole y empezó a preparar el próximo ataque cuando, de reojo, se dio cuenta de algo: Juan José, arrastrándose como buenamente podía, salía al patio a través del boquete que había hecho en la fachada al ser lanzado contra ella.

Y Lorenzo lo había visto.

El estómago le dio un vuelco ¡Tenía que hacer algo! ¡Juan no sabía que Lorenzo ya no necesitaba alcanzarlo para atacar!

Viéndose de nuevo en la salida al patio, el hechicero respiró de alivio y apagó la llama que había usado para iluminarse por el camino. No podía levantar mucho la cabeza, débil como estaba, así que no sabía exactamente qué tenía delante, pero podía sentir el aura de Adela Fernández vibrando con fuerza. Aquello le infundió algo de valor, DEBÍA hacer algo para ayudarla.

- ¡No! ¡CUIDADO!

Aquello lo alertó, era sin duda la voz de Adela, y había escuchado su característica forma de patear el suelo para impulsarse en carrera, seguida de un quejido ahogado. Cuando quiso levantar la cabeza para ver qué había pasado vio caer al suelo, a centímetros de su rostro, una solitaria gota de sangre.

Cuando alcanzó a alzar la vista no pudo creer lo que se alzaba ante sus ojos.

A meros milímetros de su entrecejo encontró lo que parecía una uña extremadamente alargada y de bordes afilados, por su ángulo, se había detenido antes de perforar su coronilla, y la gota de sangre que había caído frente a él había resbalado a lo largo de esta, pero… ¿A quién pertenecía?

Y ¿Qué era ese bulto que parecía cruzarse con la trayectoria de la uña?

Su mente no podía procesarlo, o tal vez no quería, por alguna razón era completamente ilógico para él.

- A… ¿Adela?

- Pu… puedes hablar… - Sí, era ella, se había interpuesto entre Lorenzo y él y contenido su uña extensible usando tanto su aura como sus manos. Respiraba con dificultad, y sus hombros subían y bajaban exageradamente - ¿Te ha… alcanzado?

- Adela, pero… ¿Qué…?

La vio voltear la cabeza, mirarlo y sonreír, su nariz sangraba, y un hilo del líquido vital caía por la comisura de sus labios.

- Bien… no te ha… alcanzado… - Desde su posición, la vio hacer fuerza con ambos brazos, y de repente sus manos se lanzaron en direcciones opuestas. La uña que apuntaba a su cabeza se agitó con fuerza, y la muchacha dejó escapar otro quejido.

No podía creerlo ¿Acababa de partir aquella uña con sus propias manos?

¿Qué demonios estaba pasando? ¿Por qué estaba Adela Fernández en tan mal estado?

Trató de levantarse otra vez, fue inútil, su cuerpo estaba destrozado.

Pero… ella seguía en pie.

- Juan… ¿Crees que… puedes detenerlo… unos segundos…?

- ¿Qué…?

Él no podía saberlo ya que no lo veía bien, pero romper el cuello del vampiro había tenido un efecto mayor del esperado. Al hacerlo, lo había paralizado por completo, y la luchadora se había dado cuenta de ello. Planeaba terminar esa batalla en aquel mismo instante, pero necesitaba apoyo, tenía que eliminar cualquier posible riesgo.

- Telequinesia… Magia… lo que… sea… - respondió, con su voz volviéndose débil y ronca por momentos – Puedo acabar… con él… Necesito… tu ayuda…

El Belnades invirtió unos segundos en autoevaluarse ¿Telequinesia? No, la telequinesia requería un esfuerzo físico y mental tremendos, tratar de paralizar aquella mole seguramente lo mataría. ¿Magia? Magia, magia, magia…

Sí, tenía un conjuro para ello, un sello.

Lo aprendió de su padre, lo había visto usarlo, y odiaba ambos por ello.

La magia no es para usarla en nuestro provecho, hermanito.

Su aura se disparó, exteriorizándose sobre su maltrecho cuerpo, aquel sello era de bajo nivel, pero igualmente necesitaba demasiado poder mágico para su ejecución. Debía prepararse.

- Adela… - la llamó. Igual que a ella, le costaba hablar, estaba demasiado débil – Tengo algo… Ve preparando… lo que vayas a hacer…

La magia de los Belnades no es un instrumento de combate, si no un escudo que protege a la humanidad de las fuerzas de la oscuridad, no es el único, pero sí uno de los más poderosos.

Empezó a moldear su poder mágico mientras veía cómo el aura de Adela se disparaba también, la luchadora había empujado los restos de la uña elongada fuera de sí y ahora lucía un agujero que la atravesaba de pecho a espalda, debajo del corazón, perforando el pulmón. No duraría mucho, no sin asistencia.

La muchacha empezó a modular su aura, debía tomar dos componentes, energía vital y energía espiritual, y modelarlos con fineza. Era difícil en su actual estado, pero no imposible, y el aura del hechicero crepitando a su espalda, por alguna razón, la motivaba.

Alzó ambos brazos, concentrando su aura en ellos, mientras la voz de Juan José Belnades, firme, se alzaba detrás suya.

- ¡SEGUNDO SELLO! ¡CADENAS… DE LA ETERNA… CONDENA!

Inmediatamente, cuatro vórtices se abrieron alrededor del vampiro, emergiendo de ellos cuatro cadenas aceradas con garras articuladas en sus extremos que se abalanzaron sobre él, agarrando su brazo, piernas y cuello. Una vez estuvo sujeto se vio envuelto por un fulgor blanquecino.

El sello había sido completado.

Ahora era turno de Adela, cuya energía tomó forma en sus manos, materializándose en la forma de una gigantesca hacha de batalla de empuñadura alargada. Todos sus músculos se tensaron, y la intensidad de su aura, ahora crepitante, aumentó.

- MINOTAUR… ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAXE!

Se lanzó contra el paralizado vampiro a la carrera con un imponente bramido, y balanceó la gigantesca hacha etérea en un poderoso impacto descendente. El arma golpeó directamente el cuello de Lorenzo, hendiendo en su torso y atravesándolo hasta casi partirlo en dos, no lográndolo del todo debido a que la muchacha, herida y exhausta, finalmente perdió las pocas fuerzas que le quedaban.

Y no fue la única. A su espalda, Juan José se desmayó, desvaneciéndose las cadenas y liberando lo que quedaba del vampiro.

Antes de desmayarse, cayendo sobre sus rodillas, Adela creyó ver cómo, a pesar de todo, la criatura se movía de nuevo, adelantando un pie, y antes de realizar cualquier otro movimiento fue tragado por una especie de columna de luz que cayó del cielo, disipando a su vez la capa de oscuridad que había cubierto la alquería.

Mientras caía sobre la arena, bañada de nuevo por el ardiente sol de la sobremesa veraniega almeriense, pudo escuchar una enérgica voz femenina en su oído, cercana y, a la vez, terriblemente lejana.

- No sabía que tendríais que enfrentaros a esto… Dios mío… Descansad… ya ha pasado todo… estáis a salvo.

Cuando Adela abrió los ojos se encontró a sí misma débil, agotada y dolorida. Le costaba respirar, pero ya no le faltaba el aire.

Sentía unas delicadas manos sobre sus costillas, e identificó en ellas la misma magia curativa que utilizó Juan José: Cálida y serena, aunque… distinta.

- Do… Dónde…

- Shhhhh… No hables, vuelve a dormir, todavía te estoy curando.

Reconoció aquella voz, femenina y enérgica, idéntica a la que alcanzó sus oídos antes de desvanecerse.

- ¿Luisa… Belnades?

- Bingo

- El… vampiro…

- Aniquilado – respondió la mujer al instante – hicisteis un gran trabajo… Francamente, no sé cómo…

- Juan… ¿Cómo está?

- ¿Eh?

Estaba boca arriba sobre lo que parecía ser uno de los sofás de la hacienda que actuaba como punto de encuentro en la misión, y no podía moverse, por lo tanto, no podía ver la cara de Luisa, pero, en su agotamiento, percibió una clara extrañeza en aquella pregunta.

- Juan… - insistió - ¿Cómo…?

- Está aquí – la interrumpió de inmediato – os practiqué los primeros auxilios y os traje en el Jeep. Cuando termine contigo me pondré con él.

- Pero…

- ¿Hm?

- Juan estaba… está… destrozado… Esa cosa… lo vapuleó… Encárgate de él… está mucho peor… que yo…

- Chica… - la Belnades dejó escapar una risita entre divertida y sarcástica – Tienes un pulmón perforado, hematomas, cortes y más de un hueso roto. Déjame hacer, anda.

- No… - insistió. Su voz se apagaba, sentía su consciencia desvanecerse, pero tenía que decirlo – Él… me protegió… prefirió curarme a… salvarse… Encárgate… de… él…

Luisa no pudo evitar esbozar una tierna sonrisa, desvió una de sus manos para acomodar la cabeza de la joven e inmediatamente miró a su hermano en el sofá de al lado. Lo único que los iluminaba era una serie de luceros que ella misma había convocado.

Llevaba toda la tarde curando alternativamente a ambos adolescentes, luchando por impedir que cayeran en un estado de extrema gravedad que lo complicara todo. La petición de Adela le recordó irremediablemente a la que Juan José formuló horas atrás, cuando lo estaba acomodando en el sofá después de sacarlo del vehículo.

- Adela Fernández… encárgate de ella primero… Tiene un pulmón… perforado… me protegió… de no ser por ella… estaría muerto…

- Por el amor de… - murmuró, mirándolos alternativamente, sonriendo con ternura - ¿Primera misión y ya andáis así? ¡Esto promete!