Capítulo 7: Preparando todo.
Parte I.
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El fresco de la mañana, trajo consigo sorpresas que ninguna de las dos esperaba. Cosas que suceden al compartir la cama.
Rinko prácticamente no se había movido de su lugar en toda la noche, pero quizás con el frío de la mañana, busco un poco de calor para protegerse. Conforme fue siendo consciente, se dio cuenta de que el brazo de Sayo estaba descansando sobre su cintura. Para ser precisos, rodeando su cintura. Era una sensación agradable que no quería dejar ir, así que se mantuvo sin hacer nada más que disfrutar de esa pequeña cercanía.
Podía sentir esa sensación de estar siendo protegida por Sayo de una manera diferente a como lo había hecho en ocasiones anteriores. Eso la regocijaba, sin embargo, pronto quiso algo más. Intentó darse la vuelta, pero al hacerlo, sintió una ligera presión, algo extraño que hasta hace poco no estaba ahí y que ahora parecía empujar detrás de ella, justo en la parte baja, sobre su… No se atrevió a pensarlo o mencionarlo. Inicialmente creyó que era la pierna de Sayo empujando sobre ella, sólo que, era una sensación diferente.
Con su mano, de manera cuidadosa, intentó hacerla a un lado, porque empezaba a ser algo incómodo por así decirlo. Pero al tocarla, identificó de lo que se trataba y entró en pánico. Intentó deslizarse por debajo del brazo de Sayo, sólo que al moverse, la alfa la jaló contra su cuerpo, ajustando también sus piernas y presionando con mucho más fuerza sobre su cadera.
Rinko tuvo que morderse la mano para no dejar escapar algún sonido raro de su boca. La posición le dio una sensación extraña que nunca había sentido y su estómago, no, más bien la parte baja de su abdomen comenzaba a agitarse. Su intimidad se sentía casi tan caliente como su rostro, que en ese momento debía estar pintado en el color más rojo que se podía encontrar, porque se sentía hirviendo.
Su cuerpo le estaba haciendo cosas que nunca antes le había hecho, pues en lugar de querer alejar a Sayo de su lado, solo quería pegarse más, necesitaba más de ese contacto. Sin pensarlo, su cadera se movió hacia atrás, ganando un gemido adormilado por parte de Sayo por la fricción.
Su corazón se detuvo en el momento en que la escuchó, pensó que se había despertado, pero en lugar de eso, la mujer se acercó mucho más a ella, desapareciendo toda distancia que las separaba. El recato parecía haber escapado de la habitación.
—Shirokane-sama… —pronunció Sayo aún entre sueños enterrando sus dedos en la carne suave del abdomen de Rinko—, quédese conmigo…
Rinko no podía creer lo que escuchaba, el movimiento se estaba volviendo más feroz. La cabeza de Sayo se pegó contra su espalda hundiendo su rostro en el negro cabello y, la mano que sostenía su cadera, la apretaba con más fuerza y parecia comenzar a bajar un poco más al sur. Pudo sentir, por la cercanía, el bulto de Sayo restregándose frenéticamente contra su cuerpo. Sintió un cosquilleo que recorrió el largo de su espalda y la hizo soltar un gemido que escapó de su mano temblorosa, y de repente todo paró. El agarre que la estaba sosteniendo contra el cuerpo de la Alfa, se quitó de golpe, rompiendo el hechizo de la mañana.
—¡¿Pero qué…?! —Sayo se hizo a un lado de inmediato. Tenía la respiración agitada y la vergüenza por toda la cara.
Lo abrupto del movimiento hizo voltear a Rinko de inmediato, topándose con la imagen avergonzada de Sayo, la Alfa todavía parecía estar procesando lo que acababa de pasar, lo que estaba pasando. Ambas fijaron su mirada en el intruso que había provocado todo aquello.
—¿Está despierta? ¡Oh rayos! ¡Está despierta! —Sayo se incorporó de un jalón, al fin haciendo algo desde su pasmo, no se acordó siquiera del dolor de alguna de sus heridas. Ya de pie, trató por todos los medios de ocultar su erección, aunque eso era totalmente innecesario ya que Rinko estaba muy al tanto de ello.
—Sayo-san…
—Shirokane-sama… discúlpeme. Yo… esto… esto es muy vergonzoso… yo no quería ofenderla… ¡esto no volverá a pasar! —Sayo se colocó los pantalones del día anterior y con algo de dificultad, escondió su erecto falo en ellos. Parecía causarle mucho dolor, por los gestos que hacía.
—Esta bien… no tienes que… disculparte —le dijo Rinko en un intento por calmar a la alterada alfa y porque por alguna razón se sentía atraída a lo que fuera que pudiera suceder entre ellas.
Cuando se puso de pie, pudo notar también cierta humedad en su intimidad que era bastante molesta e incomoda. Sin embargo su Omega le pedía seguir adelante.
—No, si tengo y debo hacerlo. Soy una vergüenza, de nada ha servido tanto entrenamiento para que pasen estas cosas… ¡estupido, estupido Alfa! —bufó Sayo, enojada, mientras se colocaba un par de zapatos que le habían sido donados por Tomoe.
—Sayo-san… de verdad… —Rinko se lamió los labios—, no importa… Yo…
—¡Shirokane-sama, esto jamás volverá a pasar!
—No… Sayo, yo….
Rinko quería decirle que estaba bien. Que no le molestaba y que quería sentir más de eso. Pero la mujer no le dio oportunidad y salió de manera estrepitosa de la habitación, probablemente dirigiéndose fuera de la choza.
El repentino silencio de la habitación hizo que el corazón de la Omega se sintiera solitario y sólo pudo sentarse en el futón y abrazarse a sí misma encogiendo sus pies. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, dolida por la situación tan frustrante. Su cuerpo anhelaba a esa Alfa, pero su corazón, ¿que sentía por Sayo?
Pocas veces se había permitido pensar en lo que ella realmente deseaba. En parte porque se le hacía un ejercicio cruel, pensar en lo que quieres y que jamás podrás obtener, debido a la posición que ostentaba en el reino. Ella era la princesa, un adorno más en el castillo de su madre. Desde que tenía razón de ser, siempre se le dijo lo que debía y no debía pensar, sentir o hacer. Jamás había tenido un criterio propio, hasta que conoció a Sayo. De alguna manera ver a su protectora y saber de las cosas horribles que le hacían por estar a su lado, la hicieron sentirse en deuda con ella. Sayo ocupaba sus pensamientos casi todo el tiempo, en estos últimos meses, prácticamente en su totalidad, y solo había una cosa que quería más. Tenerla para ella misma. Tal vez ese era su lado Omega que le pedía tener a esa Alfa. ¿Cómo saberlo? ¿Cómo no confundirlo con culpa o gratitud? ¿Quizás con admiración y no sólo por simple deseo carnal? O sí, porque justo ahora lo que estaba sintiendo entre sus piernas era un simple deseo carnal que quería ser satisfecho.
No, debía haber algo más. Siempre admiró la determinación de Sayo, su fuerte carácter, su belleza incluso, pero había estas pequeñas cosas que la Alfa hacía por ella, que poco a poco se fueron ganando un lugar en su corazón. Que hacían que pensara en ella de forma cálida y tierna.
Cómo aquellas ocasiones en las que su madre la obligaba a tomar reglas de etiqueta o el cómo comportarse para agradar a su futura dueña, su Alfa. Ella lo llamaba las mil y un maneras en que una Omega debe complacer y someterse a su Alfa, y que sabía, Sayo odiaba. Rinko terminaba con una enorme frustración al acabar con las largas jornadas, pero apreciaba con todo su corazón volver a su habitación y encontrar aquellas bonitas bolsas de galletas caseras, que después se enteró, gracias a una indiscreción de alguien del personal de limpieza, eran horneadas por su protectora en la cocina real. Se dio cuenta de que entre más pesada fuera su carga, más abundantes resultaban las bolsas. Sayo la malcriaba un poco dándole esas galletas, y ella, bueno se las comía todas.
También estaban los momentos en los que Sayo detectaba su timidez frente a otras personas e intervenía para salvarla de esas pláticas difíciles siempre poniendo alguna excusa para distraer la atención hasta que recuperaba la compostura o se retiraba del lugar. Sayo sabía distinguir cuando necesitaba entre una pequeña cortina de humo o una graciosa huida.
Sayo había sido la niña, la joven, y ahora, la mujer que siempre estuvo al pendiente de sus necesidades. Rinko estaba consciente de que era su trabajo, pero con los acontecimientos recientes, comenzaba a plantearse la posibilidad de que sus sentimientos tal vez pudieran ser correspondidos, no era sólo amabilidad confundida. Ella podía sentir que había algo más. ¿Amor? Se sonrojó de pensar en ello, una parte se alegró demasiado y otra se hundió en lo profundo.
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando Ako, tocó a la puerta con inusitada urgencia. Creyó que nadie se había dado cuenta de toda la escena.
—¡Rinrin! ¿Ya estás despierta? Vi que Sayori salió hace rato, pero no te vi salir. ¿Está todo bien?
—A… Ako-chan, si… buenos días —la chica se levantó de la cama, secando sus lágrimas y apurándose a cambiar de ropa antes de que su hiperactiva amiga la encontrara hecha un desastre—. Ya… ya salgo.
—¡Anda Rinrin, mi hermana y yo te tenemos una sorpresa! Bueno, les tenemos una sorpresa a las dos. ¡Se las contaremos en el desayuno! —le gritó la chica desde el otro lado de la puerta.
—¡Iré en un momento! —respondió Rinko, un tanto preocupada de las ideas que se les podían ocurrir a las hermanas.
La incómoda humedad que se había formado en su intimidad, hizo que la Omega tuviera que asearse rápidamente con el agua que estaba en un cuenco en la habitación. Tenía la esperanza de que Sayo volviera, pero no hubo señales de ella de inmediato. Lo único que le quedó fue tratar de arreglar el futón.
Sayo había salido y se había alejado lo suficiente de la choza para no ser vista, pero tampoco para perderse. Se escondió detrás de un gran árbol y se sentó en el suelo, al pie. Su entrepierna dolía mucho, tanto que cualquier dolor debido a sus heridas parecía nada y sólo existía una forma de detener su Alfa.
Se maldijo otra vez.
La imagen de Rinko sonrojada y agitada por la excitación, junto con el delicioso olor de sus feromonas fue más que suficiente para terminar la tarea rápido. Fue sólo un trámite y no pensó mucho en ello. Ya se aborrecía lo suficiente teniendo que mancillar de esa manera a su princesa.
Sabía que el río estaba cerca y fue allí a limpiarse y tratar de lavar su culpa con el agua. No era suficiente, pero por ahora debía vivir con ello.
—¡¿No me digas que otra vez hiciste tu desastre?! —el regaño la tomó por sorpresa concentrada como estaba en asearse que no detectó la cercanía de la pequeña Omega.
—No… —dijo dándole la espalda.
—Tienes la cara roja y apestas a feromonas. ¡Es desagradable! —Ako se tapó la nariz con la manga de su ropa—. Tengo la mala fortuna de tener que ayudarte a solucionar tus problemas, Alfa estúpido.
—Sé que merezco el insulto, pero no tienes que repetirlo —gruñó por lo bajo—. Soy un caballero.
—¡¿Caballero?! ¡Mis polainas! —Ako busco dentro del canasto que llevaba, pues había salido a recolectar algunas hierbas y hongos para el desayuno—. Tienes suerte de que encontré esto —le aventó un trozo de resina que al contacto con el agua se puso resbalosa—. Usalo para quitarte el olor —volvió a meter la mano al canasto y ahora sacó un hongo pequeño—, y después cómete esto. Si no te mata, al menos va a calmar un poco tu… tu… esa cosa que tienes.
Los ojos de Sayo se agrandaron por la sorpresa y agradeció tal gesto. Lo necesitaba con desesperación. Hizo el intento de caminar hacia Ako, pero la chica se asustó y sólo dejó caer el hongo al suelo y ella salió corriendo de allí. Era peligroso estar cerca del Alfa en ese momento. Sayo se detuvo, apenada por su desesperación, y hasta que dejó de ver a la pequeña Omega, fue por el hongo. Lo sacudió un poco y se lo comió de un solo bocado.
El sabor era amargo, tanto, que tuvo que volver al río y limpiarse la lengua para borrar el sabor ocre que había quedado. Después, a los pocos segundos, el estómago comenzó a dolerle y tuvo que aguantarse las ganas de vomitar. Se convenció de que tenía que servir, que no debía devolverlo y hasta que las arcadas no cesaron, se calmó.
Se limpió la cara, se lavó con la resina jabonosa y cuando creyó que era adecuado, volvió a la choza para cambiarse la ropa húmeda.
Vio a Tomoe en el jardín a lo lejos y se apresuró para no toparsela, pero en el interior de la casa, estaba Ako preparando el desayuno.
—Ve por Rinrin, es hora de comer —le dijo mirándola con los ojos entrecerrados.
Sayo se debatió entre hablar o no, pero al menos debía ser agradecida por la ayuda que la chica le estaba dando.
—Gracias por…
—¡Shhhh! —la calló—. No me digas nada, ni menciones esto delante de mi hermana. Yo no hice nada y aquí nada pasó.
—Pero…
—¡Shhhh!
—Necesito más de eso…
—No hay más, lo siento —Ako se encogió de hombros—. Fue lo único que encontré, y ni siquiera sé si funcione. En el mejor de los casos sólo morirás intoxicada, en el peor, podría acelerar el proceso de calor de un Alfa.
—¡¿Qué?!
—¡Son hierbas y cosas! No siempre funcionan de la manera que queremos —levantó las manos para correrla—. ¡Ve por Rinrin y vengan a desayunar! ¡Largo!
Sayo no dijo nada más, entendía la posición de la chica y prefirió no forzar la situación más.
Al regresar a la habitación, Sayo encontró a Rinko doblando las sábanas y el futón, para dejar todo en orden. La culpa apareció de nuevo con fuerza y se colocó su vieja máscara de guardia real.
Rinko escuchó cuando Sayo entró en la habitación y pudo ver que su semblante estaba ensombrecido. Tenía el ceño fruncido y sentía su aura con una textura diferente, áspera y dura, que no parecía dispuesta a recibirla con la misma facilidad de los días anteriores.
—Buenos días… Sayori-san —la saludó queriendo tener algo de normalidad y tratando de ignorar los acontecimientos de esa mañana, esperó que Sayo hiciera lo mismo.
—Buenos días —respondió Sayo, de una manera más fría de la que a Rinko le hubiera gustado.
—¿Cómo… te sientes?
—Mejor —respondió cortante.
Rinko quiso continuar con su labor pero Sayo la detuvo.
—Será mejor que vaya a desayunar, me parece que la están esperando —se mantuvo firme cuál guardia del palacio.
Para Rinko no pasó desapercibida la forma en la que Sayo se estaba refiriendo a ella y tuvo que contener el nudo en su garganta. No quería volver a eso.
—¿Quieres que… te traiga algo de desayunar? —cuestionó la Omega, antes de abandonar la habitación.
—No, iré en un momento… —iba a agregar el "su majestad", pero se contuvo.
—Esta bien… —los ojos de Rinko se humedecieron.
Rinko no entendía la vuelta a esa actitud cortante y distante en la alfa. El aura se había endurecido. Era como si hubiera puesto una barrera impenetrable entre ellas y no entendía el porqué. Pensó que después de los acontecimientos, podrían tener una plática abierta sobre su situación, pero era evidente que eso no iba a pasar, al menos no en ese momento.
Resignada, Rinko se fue a ayudar con el desayuno. Al entrar en la cocina vio a Tomoe que acababa de llegar y estaba colocando una canasta sobre la mesa que tenía diversas frutas y verduras, probablemente de su jardín huerta.
—¡Rinrin buenos días!—la saludó Tomoe, levantando una fruta de color naranja que corto por la mitad y le ofreció de buena gana—. ¿Cómo está Sayori?
—Oh… está mejor —Rinko quiso sonar animada, sin embargo, incluso ella podía notar lo apagada que sonaba.
—¿Mala noche? —Tomoe se cruzó de brazos, estudiando a la Omega, mientras arrancaba un gajo con los dientes para comer.
Rinko negó con la cabeza y se acomedió a colocar los platos en la mesa.
—Todo está bien —aseguró, aunque ninguna de las dos mujeres frente a ella le creyó.
—¿Sayori no se nos unirá para el desayuno? —cuestionó Tomoe, que parecía comenzar a enojarse.
—Aquí estoy —anunció la Alfa—. Buenos días —saludó al llegar hasta ellas.
—Vaya, parece que realmente te ves mucho mejor —le dijo Tomoe, esbozando una amplia sonrisa ocultando su enojo inicial—. Rinrin debió haber hecho magia contigo anoche —bromeó la Beta y se acercó a ella para darle un codazo en el hombro, cosa que Sayo ignoró por completo.
—¿Necesitan ayuda con el desayuno? —preguntó Sayo, tratando de alejarse de Tomoe, pero está la tomó de los hombros y con un movimiento brusco la sentó a la mesa.
—Para nada, ya lo tenemos cubierto —Tomoe le palmeó con fuerza la espalda y Sayo hizo un gesto de molestia.
—Hoy tenemos algunas actividades para ustedes —respondió Ako, colocando dos tazas de café frente a ellas.
—¿Actividades? —cuestionó Sayo, mirando la taza de café absorbiendo el delicado aroma y dándose cuenta de que las feromonas de Rinko no parecían afectarla.
—Como todos aquí nos hemos dado cuenta, porque… bueno, eso no se puede ocultar, el celo de Rinrin está cerca —explicó Tomoe, de forma ceremoniosa sentándose al lado de ella en la mesa.
Sayo se atragantó con el café que estaba bebiendo y casi escupió sobre la mesa.
—¡Oh, vamos! —Tomoe dio una palmada sobre su espalda con la misma fuerza que la anterior—. Comienzo a pensar que en Ewigkeit tienen un tabú con el sexo.
—No es tabú, pero tampoco es algo que andemos exhibiendo —explicó Sayo, retomando la compostura.
—¿Qué piensas Rinrin? ¿Es un tabú? ¿Les da pena hablar de ello? —preguntó Ako, aunque por la reacción de su amiga, la respuesta estaba en el aire.
El rostro de Rinko estaba completamente rojo escarlata y se había quedado parada en medio de colocar el último plato sobre la mesa.
—Creo que Rinrin ha dejado de funcionar —Ako se acercó y le picó los cachetes, pero no obtuvo respuesta.
—Bueno, a lo que íbamos —Tomoe desvió la atención otra vez a Sayo y su hermana hizo lo mismo—. Como es lógico que no podrán viajar antes del celo de Rinrin, hemos decidido acondicionar la cámara de Ako para que puedan pasar el celo sin preocupación alguna.
Tanto Rinko como Sayo se quedaron mudas ante la "sorpresa" de las hermanas.
"¿Encerradas? En una habitación, ellas dos, durante 4 días." El corazón de Sayo comenzó a latir a una velocidad inusitada, era cómo si su temor más grande se estuviera revelando ante ella. Si ya se le estaba haciendo difícil contenerse ante la Omega en condiciones normales, estaba más que segura que no iba a durar ni una hora encerrada en esa cámara sin ir sobre ella.
—¿No les gustó la sorpresa? —preguntó Ako, decepcionada por la nula respuesta de la pareja.
—Por supuesto que sí, Ako —Tomoe acarició la cabeza de su hermana—. Es sólo que son algo… pudorosas con el tema.
—Mu… muchas gracias —finalmente Rinko logró articular palabras—. Sayori-san y yo estamos muy contentas con la sorpresa.
Sayo volteó a verla, iba a increpar negándose, pero al cruzar sus miradas, Rinko le suplicó que no lo hiciera.
—Son muy amables con todo esto, así que no quiero abusar más de su hospitalidad. Lo mejor sería que…
—Que comenzaramos ya mismo a arreglar todo. ¡Nosotras nos haremos cargo! —Rinko se apresuró a interrumpir a Sayo para evitar que dijera su negativa a la idea.
—¡Excelente! —aplaudió Tomoe y, desde su lugar, Ako también—. ¡Oh, Sayori! Sé que no tienes mucha ropa y eso, pero que no se te olvide darle a Rinko una prenda para ayudarla a hacer el nido —explicó, con alegría, mientras su hermana menor colocaba la olla con el guiso en medio de la mesa—. El día de hoy tengo que hacer algunas cosas en el taller. ¿Te importaría acompañarme? —dirigió la pregunta a la Alfa, sirviendo a cada plato de los comensales su porción
Sayo prefirió no hacer comentario sobre la prenda de ropa o cualquier otra cosa. Con Rinko ahí no podría mostrar plenamente su negativa y terminarían discutiendo delante de las hermanas, lo cual no era deseable, tendría que esperar.
—Si, por supuesto iré contigo.
Allí estaba la oportunidad para discutir el tema de sus supresores con la sanadora. Haría hasta lo imposible para obtenerlos, el desastre debía ser evitado.
Cuando terminaron de desayunar, Rinko buscó una excusa para hablar con Sayo de todos los sucesos de la mañana y sobre lo que las hermanas habían dicho. Estaba en medio de un ataque de pánico y no sabía si eso era bueno o malo.
Ella no quería pasar su celo sola, después de la experiencia encerrada en la cámara de calor del castillo, retorciéndose de dolor, aun con el efecto de los supresores, y la seguridad real a su alrededor protegiéndola de cualquier Alfa que pudiera acercarse a ella durante 4 días seguidos. Era demasiado para volver a pasar por eso. Sólo que, estar encerrada durante su celo, precisamente con la única Alfa por la que su corazón latía estrepitosamente, le provocaba una ola de sentimientos nuevos e irracionales. De pensar en ello sentía un calor llenarla en el interior. No es que tuviera pensamientos lascivos, pero después de ver a Sayo, de sentirla, ella quería más, y eso la asustaba un poco.
Tomoe dijo que había que hacer la curación matutina, antes de que fueran a trabajar al taller, y como Sayo ya estaba mejor, Rinko podía hacerse cargo sola. Así que sin excusas, pudo llevarse a Sayo a la habitación para estar únicamente las dos. A la Alfa no le quedó más remedio que seguirla, aunque se sentía un poco más confiada, lo que la pequeña Omega le había dado estaba funcionando bastante bien, por ahora.
—¿Qué… qué vamos a hacer? —preguntó Rinko en un susurro, después de asegurarse que la puerta estuviera cerrada.
—¿Qué vamos a hacer sobre qué? —respondió Sayo, sin perder la compostura.
—Sobre mi celo… la cámara de calor en la que… nos encerraran —explicó Rinko, sin entender cómo es que Sayo seguía comportándose así.
—No tiene de qué preocuparse, yo lo arreglaré —aseguró, tranquilamente.
—¿Cómo… cómo harás eso?
—No soy un Alfa completo, ¿recuerda? No tiene nada que temer —mintió Sayo.
—Pero… eso no…
Sayo se dio la vuelta, buscando la ropa que había usado durante la noche y la cual encontró doblada en una esquina del cuarto.
—Vamos a seguirles la corriente, hasta ahora no sospechan nada. Lleve esto consigo, con eso podrá hacer el nido y por lo menos nos mantendremos sin llamar la atención.
—Pero… Sayo…
—Su majestad por favor —susurro—, no es lo ideal, pero puede serle de utilidad a pesar de que no sea un Alfa completo. Yo haré todo en mi mano para conseguir los supresores para usted… y para mí, por si acaso. Así que tómelo.
Rinko no tuvo más remedio que aceptar la prenda, conteniendo sus ganas de olerla. Aún a esa distancia podía sentir el olor de Sayo rodeándola por mucho que esta dijera que no era un Alfa en su totalidad. Las feromonas de ese pedazo de tela eran demasiado intensas.
Un recuerdo llegó a su mente. En su primer celo, sin que nadie se diera cuenta, Hina, la hermana gemela de Sayo, le había dado una prenda de su guardiana.
"Tomé, esto le será útil en la cámara de calor." Había dicho. "Será nuestro secreto." Le guiño un ojo mientras mantenía un dedo sobre su boca y después cerraba la puerta de la cámara por 4 agónicos días.
En retrospectiva, esa fue tal vez, la única cosa que le hizo llevadero el dolor en los peores días de su vida, y ahora, teniendo tan cerca a Sayo, quería expresarle sus sentimientos y deseos, pero el miedo a ser rechazada era mucho más grande, razón por la que prefirió quedarse callada.
"Debe tener paciencia, ya llegará el momento." Hina dijo después de poner el seguro y los candados a su celda.
Mientras Sayo fue con Tomoe a su taller, Rinko y Ako se dispusieron a hacer la limpieza de la cámara de calor. La pequeña Omega le enseñó el lugar y la ayudaría con la tarea.
El lugar estaba en un sitio separado del resto de la cabaña. Estaba hacia el lado contrario de dónde estaba el baño y el taller, a muchos metros y además, oculto de la mirada. Tenía paredes gruesas de piedra. Rinko se preguntó cómo habían construido ese lugar tan elaborado, pero la respuesta se la dió su amiga sin siquiera preguntar.
—Mi hermana encontró este lugar escondido en el bosque —explicó la chica mientras quitaba los pesados seguros de la puerta—. Nosotras anteriormente vivíamos en Wahl, pero cuando nuestros padres murieron durante las revueltas del Marzo Rojo, tuvimos que escapar y así fue como llegamos a este lugar hace un par de años.
—Lo… lo siento mucho, Ako-chan —Rinko acarició la espalda de su amiga, en señal de apoyo.
Ella no sabía mucho sobre aquel suceso. Había sucedido muchos años antes y estando recluida en el palacio, lo único que había tenido eran rumores. Yukina lo había mencionado alguna vez, pero siempre mostraba disgusto sobre ello.
—¡Ah, no te preocupes por eso! No es tu culpa —Ako forcejeó con una cerradura oxidada—. Llegamos aquí con Himari, de hecho la cámara de calor la utilizo ella mucho antes que yo —con trabajo, la pequeña chica abrió la puerta por fin, dejando que Rinko fuera la primera en pasar.
Rinko notó las marcas de uñas sobre la puerta y la piedra del suelo. Tanto dentro como fuera. Un escalofrío recorrió su espalda al imaginar lo que pudo haber sucedido ahí.
—Himari… —susurró pasando la yema de los dedos por las marcas en la puerta.
Ako se dio cuenta.
—He querido quitarlas, pero mi hermana no quiere —mencionó abrazándose a sí misma—. Ella dice que así no voy a olvidar lo salvajes y malos que pueden llegar a ser los Alfas. ¡Oh, Rinrin! ¡Me tienes que decir la verdad sobre esa Alfa tuya! ¿Realmente no es mala?
—¡Ako-chan! —el repentino exabrupto de la chica tomó por sorpresa a Rinko—. Sayo… Sayori-san es buena, al menos lo ha sido conmigo.
—¿Ella no te va a hacer daño? —dijo con angustia.
—No… —Rinko quería decirle que si alguien había hecho daño era ella a Sayo, todo lo malo en su vida había sido por su culpa—. Ella nunca…
—¿Estás segura? —Ako dijo poco convencida y Rinko asintió—. Al menos debes admitir que esa Alfa tuya es un poco idiota.
—Tal vez un poco densa, terca y testaruda, pero es buena y sé que me protegería con su vida, siempre… —exclamó con una media sonrisa amarga—. Creo que soy yo la que es mala para ella.
—¿Cómo podría Rinrin ser mala para esa Alfa?
—Yo… la he obligado a todo esto… mi madre la obligó…
—¿Rinrin no la ama?
—Con todo mi corazón… creo…
—¿Cómo es eso? —Ako la miró extrañada.
—Yo… le tengo cariño, ha estado conmigo a mi lado desde hace mucho tiempo. Me ha cuidado, me ha protegido de las cosas malas —Yukina, su madre, los que la intentaron asesinar en más de una ocasión, aunque eso no lo dijo—, pero yo no he podido… Ella se ha lastimado una y otra vez por mi culpa y yo no sé si mi amor es suficiente o si mi celo me hace creer que puedo terminar de adueñarme de su vida aun en contra de su voluntad.
—¿Rinrin? —la pequeña omega se quedó en silencio, no entendía y Rinko se percató de que había hablado de más.
—No me hagas caso —trató de componerse—. Son los nervios por todo esto —se rió nerviosa—. Será mejor que comencemos.
Rinko entró por el pasillo estrecho seguida de Ako y un par de antorchas, ambas bajaron por unas escaleras que parecían interminables hasta que al fin, llegaron a la cámara. El lugar estaba bajo tierra.
A pesar de que la cámara era una habitación antigua tallada en la piedra de una cueva, se sentía confortable. Se notaba que Ako había trabajado mucho en ella para hacerla menos escabrosa de lo que ya era la entrada.
Tenía en el centro el espacio para hacer el nido, que ahora mismo estaba cubierto con algunas sábanas que guardaban el aroma de Ako fuertemente impregnadas en ellas. Además, a un costado, había una mesa en donde podrían colocar los alimentos para la larga jornada, en el fondo había un corto pasillo que llevaba a una piscina o poza natural con aguas cristalinas y una luz extraña que venía de algún lado, sólo que Rinko no pudo precisar de donde. Dicha luz daba un aspecto hermoso al lugar. A pesar de que el sitio estaba cerrado, tenía buena ventilación para ser una cueva.
—Y bien, ¿qué te parece Rinrin? —preguntó Ako, al ver que su amiga no decía nada.
—Esta… muy bien Ako-chan… este lugar es maravilloso…
—¿Verdad? Si si, antes de mi primer celo, nunca había estado aquí, pero fue un buen lugar para pasarlo —explicó la chica—. Si ves allí —señaló a un punto en el fondo de la piscina natural—. Hay una estatua sumergida de un dios. Dice mi hermana que este sitio era parte de un viejo templo y aquí era donde las doncellas pasaban sus días de calor para no ser mancilladas por los Alfas codiciosos que se atrevieran a profanar el templo.
—¿En serio? —Rinko trato de mirar con detenimiento, pero la roca no tenía una forma que pudiera reconocer—. No conozco a ese Dios.
—Es un Dios antiguo, los seguidores de Michelle-sama son devotos de él. Tal vez por eso se haya tratado de eliminar su culto.
—Hay muchas cosas que desconozco —exhaló apesadumbrada, el mundo era demasiado grande y ella en su castillo no había conocido nada de él—. Bueno, será mejor que empecemos.
—¡Si!
Volvieron a la habitación principal y Ako comenzó a sacudir y levantar las sábanas que había utilizado para su nido, mientras, Rinko acomodaba las que había llevado, incluyendo la ropa que Sayo le había entregado. En poco tiempo habían hecho una buena parte del trabajo de limpieza, al menos en esa área. Estaban de lleno en la tarea, pero Rinko se sentía inquieta y finalmente no pudo más.
—Ako-chan… ¿Qué pasa si… bueno, ella no quiere… ya sabes? —su rostro estaba rojo de la vergüenza al hacer esa pregunta, pero necesitaba hablar con alguien sobre eso, aún si no podía decir toda la verdad sobre ella.
—¿Sayori? —la chica frunció el ceño, al ver la preocupación de su amiga y comenzó a reírse—. ¿Por qué ella no querría? Esa Alfa muere por Rinrin, se siente su aura pesada sobre ti todo el tiempo, además de que ya se está preparando todo —señaló el nido delante de ellas.
—No… pero, ella no…
—¡Oh, vamos! Aunque no me agrade decir esto, también puedo sentir esas cosas Rinrin —Ako suspiró debido a los desafortunados encuentros que había tenido con Sayo—. Pero bueno, suponiendo que se niega, que dudo mucho que se niegue —agregó rápidamente—, tienes todo a tu favor Rinrin, sólo tienes que dejar a tu Omega ser y seguro caerá a tus pies.
—Pero es que… yo no sé cómo… cómo hacer eso —confesó Rinko—. La conozco desde siempre pero, nosotras no… no íbamos a tener esa clase de relación.
—Ummm, pero, se honesta Rinrin, ¿Te gusta ella?
Nuevamente el sonrojo se hizo evidente en sus mejillas.
—Yo creo que… si, ella me gusta mucho —Rinko escondió su rostro entre sus manos—. Ten… tengo miedo de que… me rechace.
—Ella no lo hará, créeme, le gustas también —Ako continuó sacudiendo la mesa después de haber quitado las telarañas del techo—. Pero en el supuesto caso de que se resistiera, necesitas seducirla Rinrin, así no habrá forma de que te rechace.
—¿Seducirla? Eso… ¡¿Eso cómo se hace?! —exclamó escandalizada.
De alguna forma esa palabra la hizo recordar a la concubina de Yukina, aquella mujer castaña llamada Lisa, de la casa Imai, a quien parecía encantarle mostrar sus encantos de Omega. Eso le provocó incomodidad, no sólo por eso, sino también por el hecho de que ellos habían querido matarla.
Ako dejó de lado sus quehaceres y miró a Rinko ensimismada exhalando un suspiro.
—Yo no sé nada sobre seducción, quizás Himari hubiera sido la más indicada para hablar de esto, pero siempre podemos preguntarle a mi hermana qué es lo que hacía Himari para atraer su atención y que estuviera tan embobada con ella.
—No… no… no, por favor, no le digas nada —suplicó Rinko avergonzada y arrepentida de haber hecho la pregunta—. Yo sólo… bueno, no quiero hacerlo más grande… por favor…
—Está bien —la pequeña dejó de lado el paño que estaba usando y se acercó a Rinko sujetando sus manos—. Mira, lo importante es que uses las feromonas a tu favor. Aunque bueno, si lo haces o no, no importa. Lo que sea que hagas, Sayori no podrá negarse. Puedo asegurarlo.
—Ako-chan, gracias —expresó sinceramente, porque al final aunque no resolvía su problema, al menos le ayudaba el hablarlo para tratar de calmar su gran angustia.
—No sufras Rinrin, seguro lo resuelven pronto. Además la fuerza de su conexión es especial —Ako rascó su nuca no entendiendo las cosas del todo—. Cuando te conocí, hubiera jurado que ya estabas marcada por Sayori, tenías su olor en todos lados.
—Bueno… es porque… viajábamos juntas —trató de explicar Rinko—, y nos conocemos desde hace mucho.
Ako negó con la cabeza, dudando de las palabras de su amiga.
—No, era algo más —se encogió de hombros—, no sé cómo explicarlo, pero es algo diferente. Incluso mi hermana lo sintió. Creo que es especial.
—Yo… bueno, trataré de… esforzarme —concluyó Rinko un poco más animada al escuchar que Ako las consideraba especiales.
Dejaron la plática seria de lado y ambas mujeres continuaron su labor hasta dejar la cámara de calor en perfectas condiciones para ser utilizada en los próximos días.
