Los largos dedos masculinos acariciaron la desnuda espalda blanca. Con las manos contra el muro ella ofreció su cadera. La curva línea de sus glúteos se le antojó excitante, abriéndolos con las yemas, con el miembro dispuesto y sin ninguna contemplación, la penetró. Ella exclamó con la invasión, desesperado él la embistió dejándose llevar, su ruboroso pecho subía y bajaba inflamado en deseo y ansiedad. Con respiraciones largas quiso prolongar el deleite. Agarrado a su cintura arremetió sin piedad mirando su miembro desaparecer dentro de la delgada figura, el delicioso sonido que emitía al deslizarse lo excitó aún más, escuchar sus pequeños gemidos y ver el barniz brillante de la humedad cubriendo su miembro le recordaron que no había nada mejor.
Sin poder soportarlo más, impaciente sujetó su cadera y se arrojó con ella a la cama, desesperado se estrelló una y otra vez contra sus glúteos. Excitada y al borde del abismo, ella alzó las caderas, cruzando las piernas lo aprisionó, agitado él se mordió el labio, aferrados a las sábanas los gemidos se escucharon más alto en la habitación, abandonado a sus instintos él la hizo suya hasta que con un golpe se vació dentro de ella. Sensibles a cualquier roce, uno sobre otro se dejaron arrastrar por el placer que se multiplicaba mientras ella exclamaba en éxtasis y él se sacudía dejando todo de él en ella. Por un momento los espasmos parecieron interminables.
Ella nunca lo admitiría, pero amaba tenerlo así, sentirlo así, tan dominante, tan fuerte, tan rígido, pero, sobre todo, amaba la sensación de que aún después de terminar, él seguía dentro de ella. Entonces, aspiró profundo y cerrando los ojos sintió cómo él se apartaba extrayendo su miembro y cómo el cálido fluido corría ligero entre sus piernas, una brisa fría la estremeció. Cerrando los ojos sintió su sexo palpitar y contraerse. Aún boca abajo respiró profundo cuando él se dejó caer al otro extremo, sin mirarlo podía escuchar su respiración alterada e imaginaba su pecho exhausto y brillante de sudor reclamando aire. Todavía sin volverse sonrió, lo había visto, sabía que así era.
—¿Está todo bien? —Preguntó Darien—. Te siento… distante.
—¿Distante? —Respondió Serena sin cambiar de posición—. Pero si estoy junto a ti.
Darien quiso decirle que podía estar más cerca si estuviera otra vez dentro de ella, pero prefirió callar como siempre lo hacía. Apenas había terminado y ya sentía que podía hacerlo otra vez. Pero no lo diría, era un caballero, y debía actuar como tal.
Darien se cubrió con la sábana y flexionó la pierna ocultando una nueva erección, la idea de volver a hacerle el amor no abandonaba su mente, mirándola ahí lo único que podía pensar era en eso, si había algo que amara más era ver su miembro perderse dentro de ella, dentro de su carne blanca y sus labios rosa, en realidad no le importaba en qué parte de su cuerpo, sólo quería estar… dentro. Con una mirada lasciva se paseó por su figura.
—Darien —Serena se volvió hacia él—. No engañas a nadie…
Serena se levantó, tiró de la sábana con la que se cubría y se sentó a horcajadas sobre su regazo, con ambas manos en los anchos hombros de Darien se acercó y con dulce voz murmuró a su oído:
—También te quiero dentro de mí… —Con una mano en su mejilla Serena depositó un suave beso en sus labios dejándose caer sobre su miembro erecto. Excitado, Darien la penetró, apretándola contra su pecho besó su cuello y sus pechos con imperiosa necesidad mientras Serena saltaba dejando su miembro internarse en ella. Él la amaba, la amaba demasiado y no importaba cuántas veces le hiciera el amor, jamás tenía suficiente, pero no, nunca lo diría.
Serena mordió el labio de Darien sintiendo la longitud de su miembro y cómo las paredes internas lo comprimían pidiendo más. Las inquietas manos de Darien acariciaron su espalda, su cintura y su cadera, luego viajaron a sus glúteos y hundiendo los dedos en su piel los amasó abriéndolos como si eso le ayudara a ir más profundo. Serena sonrió y por un segundo deseó que así fuera.
—Más… —dijo Serena envolviéndolo en sus brazos.
Y entonces, en medio del placer, Rei ocupó su mente, ¿será que ella estaba deseando lo mismo? Serena se apartó lo suficiente de Darien para mirar su rostro y mientras él le hacía ir y venir, acarició su mejilla, y abriendo su labio inferior, con un beso invadió su boca.
"Rei…"
. . .
El corazón de Darien golpeaba con violencia su pecho, abrazado a espaldas de Serena su cabello empapado en sudor escurría en sus patillas, era la tercera vez que le hacía el amor esa noche y aún dentro de ella se sentía con ánimos de seguir, jadeando en su oído besó su cuello, mordió su lóbulo y acarició sus senos, sus pezones se palpaban tan excitados como él, y hubiera seguido, de no ser porque ella había estado demasiado callada, algo inusual en ella.
—¿Segura que estás bien? —Preguntó Darien besando la erizada piel de su hombro cuando sin preverlo, su miembro escapó de entre sus piernas y llevando la mano a su vientre la trajo a él retomando su lugar.
Serena gimió y se mordió el labio, tomando la mano en su vientre la llevó a su sexo y con una mirada traviesa él sonrió.
—No —respondió ella un poco después—. Hay algo que... me está distrayendo, aunque, no lo suficiente —dijo con una sonrisa tímida.
Darien quiso rodar los dedos en su punto más sensible, pero debió abstenerse y en vez de eso, preguntó:
—¿Quieres hablar de ello?
Por un instante Serena no supo qué decir, quería seguir haciendo el amor con él, pero un pensamiento persistía en su mente robándole parte de la intensidad de los orgasmos.
—Se trata… de Rei
Darien inhaló para calmarse, retiró la mano de entre sus piernas y la puso en su cadera dispuesto a escuchar.
Luego de un rato Serena le había contado con detalle lo ocurrido, por un lado sentía que no debería haber violado la privacidad de Rei, pero por otro, necesitaba de su apoyo y consejo, además sabía también que él sería discreto y que podía confiar a plenitud, de igual modo, él debía estar preparado en caso de ser necesario.
—Ya veo —dijo Darien cuando terminó—. Sobre eso… creo que hay algo que debes saber.
Serena se volvió hacia él, por su tono de voz, supo que era trascendente.
7
The guardian of fire
PART I
Las botas negras andaban con paso firme en el corredor del Palacio, la corta capa negra ondeaba a su espalda, apretando los guantes blancos en sus manos se sintió tenso, alisando su uniforme gris se detuvo y respiró profundo.
La enguantada mano llamó a la ostentosa puerta, su tamaño lo hizo sentir pequeño.
—Adelante —dijeron desde adentro.
Empujando la puerta se introdujo en el salón, nervioso y con el corazón en la garganta luchó por estar a la altura.
—Su majestad, mi Lord —dijo inclinándose ante ellos.
—Puedes levantarte.
Intimidado alzó los ojos a la Reina Serenity que le habló con voz maternal.
—Te hemos llamado a esta audiencia… —dijo el príncipe Endymion.
—No es una audiencia —interrumpió ella acercándose, sus gentiles ojos le proveyeron tranquilidad.
—Eh… no —confirmó Endymion—. Su majestad la Reina y yo hemos acordado darte un nuevo cargo. Es algo..., que deberás mantener tan secreto como sea posible.
"Un… ¿nuevo cargo?" Él tembló en su interior, era susceptible a los cambios y carecía de seguridad en sí mismo; siendo amedrentado constantemente por sus iguales se sentía incapaz de llevar a cabo cualquier tarea, más, si era un encargo especial para la Reina. "¿Por qué yo?" Se preguntó. Ni siquiera llevaba el sufijo "ite" en su nombre, entonces, ¿por qué?
—Mi Lord, permiso para hablar con libertad.
—Adelante —dijo Endymion.
—No creo ser el mejor elemento para llevar a cabo esta misión.
—No hemos dicho de qué trata —respondió él.
La Reina lo observó con detenimiento.
—Te he visto —intervino ella de súbito—, y sé de qué eres capaz.
Él retrocedió cohibido, sabía que estaba siendo vigilado, pero nunca imaginó que por la Reina misma, de todos los escenarios posibles, ese nunca lo consideró, concebirlo siquiera habría sido tonto e irracional, siendo el de menor rango, ¿por qué habría de interesarse en él?
—Mi señora…
—La Reina tiene plena confianza en ti para realizar esta tarea —dijo Endymion—, y es por eso que desde este momento te pongo a su disposición.
—¿Cómo dice?
—Seguirás siendo parte de nuestro contingente —explicó el príncipe—, pero desde ahora obedecerás directamente a la Reina y a quien ella te pida que sirvas.
—Pero señor… —Una gota de sudor corrió por su sien—. Señor no…, ¿se me permite objetar?
—No.
Él tragó con dureza, sintió que le faltaba el aire y respiró profundo con el corazón palpitando en sus oídos, entonces, resignado y con la cabeza gacha, dejó caer la mano a su costado y poniendo una rodilla en tierra apretó el puño llevándolo a su pecho como símbolo de respeto y sumisión.
—Así sea. Estoy a su servicio Majestad.
Delante de la puerta vaciló, tomó aire, tragó en seco y armándose de valor golpeó sin pensar, sólo hasta después se percató de la fuerza que había imprimido, y a pesar de haberla hecho vibrar, la puerta no se movió. El sudor corrió en su mejilla y tragando de nuevo, apretó los labios y volvió a llamar, de alguna forma la puerta cedió. Con fría actitud y tan compuesto como pudo ingresó a lo que era conocido como: "El salón rojo".
—Mi Lady.
Él reverenció sin siquiera mirar y continuó con lo pactado.
—Mi nombre es Nicholai, General de la Asia Terrestre, y por orden directa de la Reina, estoy aquí para servirle como su asistente y escolta personal.
Desde la silla principal, Lady Mars lo miró con superioridad.
. . .
En el templo, Nicholas soplaba la hoguera a través de una vara, al subir la mirada, la llama del fuego eterno avivó en sus pupilas.
