Capítulo sexto

Eran casi las diez de la noche cuando su teléfono móvil comenzó a sonar con fuerza en el bolsillo de su abrigo. Se encontraba con Daisuke empujando el carro en dirección al almacén donde le aguardaría al día siguiente para un nuevo día de trabajo y le resultaba difícil alcanzar el teléfono. Finalmente logró sacarlo del bolsillo y, tras una breve mirada a la pantalla, sonrió y descolgó. Se trataba de Mimi:

—Buenas noches, Takeru —contestó ella al otro lado del teléfono con un tono divertido en su voz—. Casi te cuelgo, ¿te pillo en un mal momento?

—Bueno, estamos cerrando el negocio de Daisuke y, en cuanto terminemos, nos iremos para su casa —le explicó mientras volvían a empujar el carro en la dirección que su amigo le indicaba.

—De acuerdo, no te molesto más. Sólo quería preguntarte si estarías libre mañana para dar una vuelta conmigo por la tarde. Me gustaría mostrarte algo que estoy convencida de que te va a encantar —contestó ella rápidamente como si así no le hiciera perder más tiempo del que necesitaba.

—¿Mañana por la tarde? —repitió él por inercia— Sí, sí que podría acompañarte, no creo que Daisuke me necesite.

—Takeru, recuerda que has venido a Nueva York a buscar inspiración, no a trabajar gratis —le regañó ella provocando que se riese—. Seguro que Dai-kun se las apañará sin ti.

—Vale, vale, tú ganas —se rindió Takeru sin dejar de sonreír—. Mañana me confirmas dónde nos vemos.

Ella se despidió y colgó al instante, dejándole una sensación de bienestar recorriendo su cuerpo de forma muy agradable, se moría de ganas de saber qué era lo que se proponía aquella chica:

—Mañana no quiero verte el pelo hasta la noche, por lo menos —intervino Daisuke sacándole de sus pensamientos—. Ni se te ocurra venir a verme siquiera. Ya estoy harto de que piensen que me estoy aprovechando de tu buena fe cuando no hay forma de librarme de ti.

Takeru se echó a reír, siendo seguido casi enseguida por su compañero mientras alcanzaban el almacén y guardaban el carro con todos sus enseres allí. Sabía que no hablaba en serio, pero se alegraba de que no le hubiera pedido que le ayudase al día siguiente porque tenía muchas ganas de quedar con Mimi.

Después de asegurarse de que todo estaba en orden, buscaron la boca de metro para volverse al Bronx. Daisuke cabeceaba en el asiento del vagón y Takeru le mantenía sujeto mientras veía cómo las estaciones iban sucediéndose, deseando poder llegar y refugiarse en la intimidad de su dormitorio para seguir trabajando en su relato.

Le había dado varias vueltas y cada vez se sentía más orgulloso del resultado. Podía ver en él retazos de su lado escritor anteriores a aquel bloqueo que había mellado su autoestima y sentía que, si seguía participando en más concursos como los que Mimi le había sugerido, seguramente recuperaría la capacidad de narrar y podría volver a entregar a su editor una novela inédita al nivel de las anteriores.

Pero aquello no era lo único que parecía recuperar, también era la felicidad que le provocaba encontrarse frente a una hoja en blanco, la ilusión de volver a planificar una historia y la sensación de que el tiempo pasaba volando perdido en sus ideas. Todos aquellos buenos sentimientos que encaminaron su futuro hacia su verdadera pasión y que tanto temió haber perdido.

De pronto, anunciaron la estación en la que debían apearse, sacándole de sus pensamientos. Zarandeó a Daisuke y ambos abandonaron el vagón en silencio hasta que alcanzaron la superficie. El día había sido realmente largo.

Al día siguiente, Takeru se dirigía hacia Manhattan una vez más, esta vez en dirección a Central Park. Mimi le había citado allí a las cinco y le había mandado una ubicación exacta en la que se encontraba para que no se perdiera.

Pronto la localizó y sonrió al verla. En ese momento se encontraba entretenida buscando con su móvil el mejor ángulo en el que pudiera salir más favorecida para un selfie que se hizo justo después.

—Sales bien, no la borres —le dijo por la espalda, sobresaltándola.

—¡No seas mentiroso, salgo horrorosa! —exclamó ella de forma dramática— No soy nada fotogénica.

Takeru se echó a reír al escucharla. Tanto Mimi como él sabían que eso era mentira, pero ella siempre decía cosas así para que los demás la desmintieran de inmediato. Le encantaba que le regalasen los oídos.

—Ahora vamos a hacernos una los dos —repuso ella tomándole de la camiseta y colocándole para la foto.

Una vez consideró que Takeru estaba perfectamente posicionado, alzó el teléfono sobre sus cabezas y comenzó a buscar la mejor captura que les inmortalizaría en el aparato. Él sonrió en cuanto la vio pulsar el disparador y rodeó su cintura con su mano para atraerla más en su dirección.

—Perfecto, salimos genial —dijo ella después de examinarla de forma concienzuda para guardarla en su galería.

Takeru iba a decir algo, pero fue interrumpido por un sorpresivo beso en la mejilla que Mimi estampó sin mediar palabra alguna. Ella sonrió ante su mirada perpleja y dijo:

—No me había dado tiempo ni a saludarte. ¡Vamos! Tenemos que llegar antes de que se haga de noche.

Se dejó llevar por ella y su entusiasmo a través de las rutas trazadas por el gran parque natural de Central Park. Estaba muy animado a pesar del frío y se cruzaron con múltiples ciclistas, corredores y familias moviéndose a su alrededor por donde les correspondía. Pero ellos apenas les presaban atención y continuaban el camino trazado por Mimi hasta que una gran masa arbolada les sorprendió.

Un bosque de robles, nogales y fresnos desnudos de sus hojas les rodeó en cuestión de segundos y Takeru no fue indiferente al silencio que de repente les envolvió. Se quedó parado ante ese cambio y se limitó a escuchar para demostrarse que no se trataba de una ilusión. Efectivamente, el sonido de la ciudad había sido tragado por la naturaleza reinante en aquel pequeño oasis y, en su lugar, el cantar de los pájaros y del agua fluir invadía cada parte de aquel lugar:

—¿Dónde estamos? —preguntó.

—Estamos en uno de los bosques de Central Park, esta zona de llama Ravine —le explicó ella con una sonrisa— ¿A qué es un remanso de paz?

—No me creo que estemos en medio de una de las ciudades más bulliciosas del mundo —comentó Takeru observando su alrededor pasmado— ¿Dónde están los coches?

—¡No existen! —rio ella mientras daba vueltas sobre sí misma exagerando su entusiasmo y haciéndole reír— Pero aún no has visto lo mejor.

Le tomó de la mano y le arrastró siguiendo la senda recta que se abría ante ellos. La nieve aún teñía cada parte de aquel bosque, dando una estampa invernal que le provocaba frío a pesar de estar completamente abrigado. Podía notar el vaho salir de su boca mientras exhalaba por encima de la bufanda y trató de ocultar parte del rostro en ella para no enfriarse aún más.

No habían caminado muchos metros cuando el sonido del agua caer de forma continua empezó a oírse cada vez más cerca a medida que iban adentrándose más en aquel bosque helado. No tardó mucho en descubrir adonde se dirigían y se quedó completamente anonadado con lo que se encontraron frente a ellos.

Unas cascadas asomaron a sus ojos de forma sorpresiva y necesitó unos segundos para darse cuenta de que lo que tenía delante era de verdad. Rodeada de aquella naturaleza nevada, el agua caía a través de las rocas que la rodeaban golpeándolas y llenando el lugar de su sonido constante. El ruido que hacía el agua era fuerte y opacaba cualquier otro sonido que pudiera producirse cerca de ésta, pero provocó de inmediato en él una sensación de bienestar:

—¿Y esto? —le preguntó elevando el tono de voz para hacerse escuchar sobre el sonido ambiente.

—Las cascadas de Central Park —le explicó ella acercándose a su oreja para que la escuchase mejor—. Son artificiales, ¿a qué nunca lo hubieras imaginado?

Él negó con la cabeza y volvió la vista hacia el paisaje que les envolvía, buscando algo que le hiciera creer que realmente aquello había sido creado por la mano del hombre. El entorno, sin lugar a dudas, parecía natural.

—A mí me encanta venir aquí —contestó ella mientras se apoyaba en las barras de madera de la pasarela para observarla mejor—. Parece como si todos tus problemas desaparecieran por unos instantes una vez entras aquí.

Takeru la imitó y también colocó sus brazos en la barra de madera para dejarse embriagar por el hechizo natural que desprendía aquel rincón del mundo. Se preguntó en silencio qué problemas podría tener Mimi para desear espantarlos con tanta vehemencia en aquel lugar, pero no verbalizó aquellas dudas.

A pesar de que había notado que Mimi estaba cómoda a su lado y sus movimientos no parecían tan rígidos como en aquella primera cena donde se volvieron a encontrar, no dejaba de percibir en ella algo raro, algo que no casaba con ella y que no debía estar ahí, como una sombra que nublaba su sonrisa y que no lograba averiguar qué era, como una tristeza invisible para los demás, pero no para una persona tan observadora como era él.

—No suelen venir muchos turistas por aquí, no es muy conocido —intervino Mimi, sacándole de sus pensamientos—, por eso yo creo que es el lugar favorito de los neoyorquinos, como si fuera un sitio exclusivo para ellos.

—Yo no lo conocía, ciertamente —contestó él dando otro vistazo a su alrededor—. Muchas gracias por traerme, Mimi.

—Cuando me hablaste sobre tu bloqueo de escritor, busqué mucho sobre el tema para poder ayudarte —contestó ella sin dejar de mirar la cascada—. Pensé que quizá necesitarías un lugar alejado del ruido de la ciudad para reconectar con tu lado creativo e inmediatamente recordé este lugar, un lugar que te transmitiese tanta paz como a mí.

Takeru la miraba sonriendo mientras hablaba y, acto seguido, se volvió hacia la cascada. Pensó en lo que ella estaba diciendo y cerró los ojos por un momento.

Pronto sintió como el resto de sus sentidos se agudizaban ante la pérdida momentánea de su vista. Notaba con más intensidad la madera lisa bajo sus dedos, el sonido del agua cayendo en cascada, aquel olor a frío tan identificable en invierno… Aquella sensación de conectar con su interior, con aquella parte de sí mismo capaz de expresarse a través de historias. Aquello que tanto había buscado antes de llegar a aquella ciudad:

—Lo sientes, ¿verdad? —la voz de Mimi irrumpió en sus pensamientos— La paz de este lugar cala hasta los huesos.

En efecto así se sentía. El silencio y la paz que irradiaba aquel lugar se había instalado en su interior y provocaba aquel deseo tan espontáneo y a la vez tan irrefrenable de escribir hasta el agotamiento. Pero no sólo era aquel paraíso natural.

Se volvió hacia Mimi y ella le imitó al instante, quedándose en silencio mirándose con una sonrisa en los labios. De pronto, el sonido de la cascada o el olor a frío perdieron interés para él para centrarse única y exclusivamente en la mujer que tenía frente a él.

Estiró su brazo en su dirección y ella le correspondió, permitiendo que sus manos se entrelazasen y notando cómo la frialdad de aquella mano colisionaba con fuerza con el calor de la suya, estremeciéndole ligeramente.

Sus miradas se encontraron y pudo ver cómo Mimi sonreía ante dicho acto con aquella mueca en los labios que nunca llegaba a sonrisa a la que se había acostumbrado, a pesar de su resistencia. Pero aquel gesto había encendido su pecho de una forma que hacía mucho tiempo no sentía, haciendo que su corazón se acelerase de inmediato.

Ninguno de los dos decía nada, parecía como si el tiempo se hubiera detenido y Takeru se animó a llevar su otra mano al rostro de la chica, quien no se opuso en ningún momento. Su mirada bajó de forma inconsciente a sus labios y suspiró al ver cómo éstos se abrían ligeramente cuando ella se percató de su escrutinio. ¿Debería dar el paso?

Sin embargo, cuando su cuerpo parecía haber tomado la decisión por él, el teléfono de Mimi comenzó a sonar atronador en su bolso, sacándole de la ensoñación en la que parecía haberse sumido y alejándose unos pasos de ella.

Mimi también se sobresaltó y se apresuró a tomar el móvil y descolgarlo, alejándose un poco de él para poder empezar a hablar. Él, por su parte, se apoyó contra barandilla de madera sintiendo el corazón golpeando su pecho con violencia y la sensación de profunda vergüenza escalando por su cuerpo hasta notar el calor en sus mejillas.

Se recreó en lo que acababa de pasar o, más bien, en lo que había estado a punto de pasar. ¿Acaso había estado a punto de besar a Mimi?

—Era Taichi —le informó ella sacándole de sus pensamientos—. Había olvidado por completo que teníamos un asunto que atender.

—¿Algo importante? —preguntó sintiendo que tenía la voz ronca y carraspeó ligeramente segundos después.

—Me temo que sí, no puedo hacerle esperar —se excusó ella, quien parecía rehuirle la mirada—. Quedamos otro día, ¿vale? Te llamaré.

—Te acompaño hasta la salida —se ofreció rápidamente, intentado escapar de aquella sensación de incomodidad que parecía haberse instalado entre ellos.

—No es necesario, de verdad —contestó Mimi con una ligera sonrisa en los labios—. Quédate aquí y disfruta de este lugar. Seguro que te vendrán a la cabeza miles de ideas.

Él asintió resignado y Mimi se estiró ligeramente hasta alcanzar su rostro y depositar un leve beso en su mejilla antes de marcharse de allí, dejándole solo en cuestión de minutos.

Sin embargo, él no se movió del lugar y se quedó apoyado contra aquella barandilla frente a la cascada sin mirarla realmente, completamente perdido en sus pensamientos. Un sentimiento de tristeza le sobrevino y sintió el impulsó de ponerse a llorar, como si hubiera perdido algo muy importante que no lograba identificar y que provocaba en él una profunda desolación.