Extra...
Story of Two Sisters.
Episodio 1.- En Algún Recuerdo Lejano.
A un poni profano, un plebeyo que no tuviese mayor labor que labrar la tierra, podía perdonársele que considerara al Bosque de Fafnir como uno más de los bosques que poblaban Equestria. El reino estaba poco explorado, existían pocas aldeas y urbes que pudieran considerarse ciudades, y eran precisamente los habitantes de los alrededores del bosque quienes mantenían viva su leyenda, y más valía al forastero oírla y aprenderla, a riesgo de recibir un golpe por despreciar sus tradiciones.
Se decía que Fafnir era el único Fénix de color Azul. Un ave de fuego con un plumaje bello y excepcional, pero a su vez, el único que nunca pudo recibir el regalo de la vida eterna. Durante siglos esta ave vagó sin rumbo por el mundo buscando un lugar donde poder descansar, y aquello le impidió disfrutar su única vida. Cuando su vuelo finalizó ante la estrella de la mañana, su fuego azul comenzó a incinerar su cuerpo y sus Cenizas se regaron en todo el bosque, cubriendo los árboles que se encontraban a su paso.
Y cuando Fafnir dio su último suspiro, entre las flores nacientes, ellas recibieron el regalo del fuego eterno.
Precisamente, en ese mismo bosque, caminaba una comitiva de yeguas guiando a dos potrancas, que apenas habían visto pasar catorce y nueve inviernos respectivamente. Aquellas a quienes los dioses le habían entregado esa tierra antes de desaparecer por completo de la existencia.
― Lady Ariandel... ¿Cuánto queda hasta llegar al punto de encuentro? ― Preguntó la mayor de las pequeñas potrancas, una yegua de pelaje blanco y melena rosada, caminando al lado de su hermana menor.
― Sí Lady Ariandel..., Ya estoy cansada de tanto caminar. ― Dijo la más joven, la potra de nueve años, de hermosa melena azul celeste y pelaje azul marino
― No os preocupéis mis princesas, el camino largo es, pero es el único lugar donde aprenderéis sobre la gran responsabilidad de sus presencias entre nosotros mortales. No hay que temer, descansaremos cuando lleguemos. ― La yegua que las guiaba también parecía cansada bajo la gran capucha que cubría su rostro, pero firme en seguir con el camino que las llevaría al futuro hogar de sus legítimas reinas.
― Lady Ariandel... No la juzgo por preocuparse por nuestra seguridad, pero en serio necesitamos descansar, los cascos ya nos duelen de tanto trotar. ― La mayor de las hermanas apoyaba a la idea de su hermana de tomar un descanso.
― Mis Princesas, El camino que Artorias os ha dado es específico, no hay que detenerse y mucho menos bajar la guardia, Criaturas salvajes rondan en las cercanías, Si vosotras se detienen ahora se arriesgaría a ser atacadas por las bestias salvajes de aquí. ― Respondió la yegua.
― Pero Lady Ariandel... El bosque de Fafnir es muy largo y Lord Artorias es un caballo viejo… ¿No podríamos por lo menos tomar un ligero descanso de tanto trote? que las pezuñas ya están empezando a dolerme. ― Dijo la pequeña princesa de la Luna. Quien de todas era la que más se veía más agotada.
― Entiendo su pena, pero vosotras sois la únicas que guiarán a nuestra civilización a una era de Luz y si por un descuido os perdemos, perderemos la esperanza mis señoritas. Anda que pronto llegaremos, ya hemos gastado mucho tiempo hablando. ― Respondió la Yegua que guiaba a sus reinas.
Las pequeñas potrancas ya no aguantaba el camino, aunque su guía era la que cargaba relativamente todo el equipaje necesario, ellas estaban incluso tropezando por el cansancio, Luna más que Celestia.
― Oye Lunita... Si quieres puedo ayudarte, súbete a mi lomo y yo te cargaré hasta que lleguemos.― La princesa del Sol le dijo sonriéndole levemente, a lo que Luna quería decir que sí, pero su orgullo iba primero..
― No Tia... La verdad siento que puedo sola, pero ya me duelen los cascos. ― Dijo la pequeña potranca bajando la cabeza apenada, pero queriendo mantenerse firme ante su decisión.
― Vamos yo te cargo. A menos que hayas estado comiendo muchos pays de manzana y ya no pueda hacerlo Je jeh. ― Celestia le dijo amablemente y haciendo reír a Luna en el camino.
― Oye... Dilo por ti, que te encanta comer pasteles. ― Luna respondió, sonriendo por la broma de su hermana mayor.
― Anda Lulu. Como los viejos tiempos. ― Celestia se detuvo para inclinarse, incitando a que su hermana se subirá sobre su Lomo..
Luna se sentía muy avergonzada, pero finalmente aceptó la propuesta de Celestia y trepó con cuidado al lomo de su hermana.
― Está bien, pero si nos reclaman, tú tuviste la idea ― Dijo equilibrandose en el lomo de su hermana.
― ¿Cómoda, Lulu?― Dijo la mayor, sonriéndole a su hermana.
― Sí, Tia.― Dijo ella feliz, estar sobre el lomo de su hermana era algo que siempre la animaba, le traía recuerdos de sus primeros días. ― ¡Arre caballito!
Ariandel miró a sus espaldas, y sonrió discretamente al presenciar el amor fraternal, dos seres divinos que se querían como familia. Puede que fueran diosas, pero seguían siendo niñas y pensaba en las oportunidades, en el futuro y en sus reinas.
Oyó el graznido de un ave y eso le recordó que debía estar alerta y continuar. Lord Artorias le había dicho que Fafnir era un bosque peligroso, bastaba una simple distracción y el camino se perdería para siempre.
Después de otra media hora de caminata, Ariandel vió las legendarias Flores de Fuego, y al lado de ellas una pequeña fortificación de rocas, algo improvisada, que parecía una reliquia de tiempos aún más antiguos. Lord Artorias había dicho que ese era el lugar donde sus Reinas crecerían y aprenderían.
― Aquí es..., aquí es donde mi hermano Artorias nos dijo que debíamos llegar.― Anunció la yegua, dirigiéndose a la pequeña edificación.
Las potrancas miraron el lugar pero lo primero que les llamó la atención no fue el pequeño edificio sin terminar, sino las inusuales flores de fuego.
― Mira Tia... Esas flores son hermosas. ― Dijo impresionada Luna, mientras señalaba a las florecillas, que con el viento elevaban ascuas.
― Oh... Es cierto. ― Dijo Celestia, que ya estaba agotada, pero sonreía por haber llegado al punto de encuentro. Sentía en realidad que sus propios cascos estaban en llamas.
― Vamos a Verlas Tía. ― La pequeña diosa de la luna incitaba esperando a que su hermana se acercará, pero ella ya estaba muy agotada como para caminar un tramo más.
― Me gustaría Lulu... Pero me duelen los cascos de tanto haber caminado. ― Dijo la diosa del Sol, acercándose a la edificación en ruinas.
― Venid mis princesas, venid aquí que es hora de que conozcáis su nuevo hogar. ― Ariandel las llamaba desde la entrada, ella se quitó la larga capucha que dejaba ver que era un pony de tierra, su melena de color café oscuro y pelaje amarillo beige, que se cubría con las marcas del estandarte reminiscentes a la dualidad del día y la noche, y la disparidad de la luz y la oscuridad, tatuajes grabados en toda su piel, como un símbolo de iniciación a una orden forjada por un estandarte de caballeros al servicio del Sol y la Luna.
― Espérenos por favor Lady Ariandel, El cansancio me está matando literalmente. ― Pidió la mayor de las diosas hermanas. Mientras Luna se bajaba del lomo de su hermana que luna solo podía dirigir su mirada a las flores que seguían ardiendo eternamente.
― Lady Ariandel… ¿Qué son esas flores que brillan como si fueran velas?― La pequeña que aún seguía en el lomo de su hermana, señalaba a las flores de fuego que elevaban sus ascuas al soplar del viento.
― Esas mis queridas señoritas, son las flores de fuego, tened mucho cuidado pues su belleza al igual que su bendición es letal, brillan pues arden en llamas, para usted señorita Celestia no creo que haga algún daño, pero para vuestra hermana le sugiero tened cuidado con la mordida de esas flores ígneas. ― Ariandel respondía a la pregunta de la pequeña diosa Luna con una advertencia.
― Pero venid por favor, conoced vuestro nuevo hogar.― La guardiana se apartó de la entrada haciendo una respetuosa reverencia a las princesas de Equestria. Celestia y Luna entraron.
La Princesa Luna bajó de la espalda de su hermana, y caminó entre los muros de piedra dura, apenas pulida. En el exterior, algunas formaciones de musgo intentaban escalar las rocas, y en el interior algunas enredaderas intentaban hallar el camino para abrirse paso. La pequeña diosa de la luna caminó a través del fuerte improvisado, intentando conocer todos sus rincones, sus cuartos, y ver qué tan grande era.
— ¡Tia, mira, tenemos mucho espacio para jugar a las escondidas! — Dijo ella animada. Su hermana, en realidad, prefería recorrer y conocer el fuerte junto a Lady Ariandel.
— ¿Que es este lugar, Lady Ariandel? — Preguntó Celestia, mientras miraba una pequeña cama improvisada, hecha con pieles y mantas.
— Es un vestigio de lo que deberá ser. — Respondió ella. — Mi hermano Artorias trató de construirlo, pero no logró terminar su visión. A causa de la guerra, no podía construir un castillo de hermosas formas y colores..., Por lo que la responsabilidad de terminarlo me la dejó a mí — La guía miró hacia uno de los pedestales del pequeño e improvisado templo.
— Mi padre Astora estaría orgulloso de mi y de mi hermano.
— Estoy segura de que lo está. — Celestia Dijo, y le sonrió a su guía.
Lo hizo para intentar subirle el ánimo, por su voz parecía estar cerca de la tristeza al pensar en su padre y su hermano. Luna se acercó a ambas, al ver que Celestia no la seguía en su exploración. Entonces vio el mismo pedestal.
— Lady Ariandel… ¿Que ocurrió con Lord Astora de Raknul? — Preguntó Luna, con inocencia, pues no era su intención lastimar a su guía. La yegua meditó la respuesta, porque no quería que su tristeza se traspasara a sus palabras.
— El destino de Lord Astora…, Es incierto aún para mí, mi querida princesa. — Dijo apartando la mirada. — Pero estoy segura de que, donde quiera que esté mi padre, está bien y descansando en paz.
Contempló con melancolía el pedestal dedicado a su padre. Celestia se sintió mal, durante esos conflictos todos habían perdido a alguien. Luna..., ella no lo entendió.
— Eso espero Lady Ariendel — Dijo la princesa del sol asintiendo con la cabeza. Al abrir los ojos, se sorprendió al ver a su hermana mirándola con emoción.
— Tia… Ya es hora de que la noche llegue. — Dijo emocionada Luna.
A través de una ventana, contemplaron el sol. Ambas estaban agotadas, pero tenían una misión que cumplir, y Celestia caminó seguida de su hermana. Ambas miraron al sol, centelleando en lo más alto del cielo. Su cuerno resplandeció con un aura dorada y Luna hizo lo mismo con su cuerno que resplandecía con un aura azulada.
El sol dejó ver sus últimos rayos y la luna salió, a darle la bienvenida a la noche. La yegua que servía como guía de las potrancas había quedado fascinada por aquella muestra de poder de ambas princesas.
― En todos mis años presenciando el tiempo… Nunca creí poder tener el honor de ver cómo mis reinas movían el mundo…― Ariandel comentó anonadada, estaba fascinada por el avanzar del mismo tiempo. Al igual que la llegada de la Luz y la Oscuridad. el balance que mantenía al universo.
― En una noche hermosa Luna. ― Dijo la hermana mayor contemplando el infinito vacío con las estrellas pintando el firmamento.
― Bueno… Tú día también fue lindo. ― Luna espondió tranquila, mientras miraba complacida por el trabajo de ambas esa noche.
― Gracias. ― Celestia respondió cubriendo a su hermana con una de sus alas.
― Mis princesas… Os pido por favor que os toméis un descanso de este día, ahí hay pieles y mantas para abrigarse en la noche. Sé que no es el lugar donde la realeza debería dormir, pero hasta que vuestros tronos sean construidos, no me queda más que pedirles recostarse en la humildad. Yo esperaré a la llegada de mi hermano Artorias, permitidme retirarme por favor. ― Pidió la protectora de las princesas, haciendo una reverencia humilde ante sus diosas.
― Ariandel. Ya has hecho mucho por nosotras, no tienes por qué pedirlo. Puedes irte en paz. ― Celestia le respondió, mientras le ofrecía uno de sus cascos para que se levantará.
― Gracias mi princesa, yo me retiro. Pasen una hermosa noche, de mi princesa Luna. ― Ariendel se levantó, se colocó de nuevo su extensa capucha y se dirigió a la salida del templo. Las dos nuevamente se quedaron solas. Y así querían estar, así les gustaba estar, solo ellas dos.
Ambas se acomodaron entre las pieles y mantas… Pero Luna no podía apartar la mirada del cielo. Solo para recordar el cómo sus padres las habían dejado para cumplir con el destino que se les había encomendado, la melancolía por el recuerdo de los dioses antiguos era algo que aún le dolía. El cómo sus padres las habían dejado…
― Piensas en ellos… ¿Verdad? ― Celestia preguntó viendo con pena a su hermana, refiriéndose a la triste partida de sus padres.
― No puedo evitarlo Tia… Cada día y cada noche los extraño más… Los extraño muchísimo. ― Incluso sus palabras sonaban con el mismo tono melancólico.
― Lu…― Celestia rodeó a su hermana con sus cascos y sus alas, para abrazar fuertemente a su hermana.
― Yo sé que los extrañas, yo también lo hago… Y no hay día o noche que no los tenga presentes en mis recuerdos… Pero sabíamos que debía de ser así… Sabíamos que ocurriría así tarde o temprano.
― ¿Pero por qué se tuvieron que ir Tia?― La pequeña princesa seguía sin apartar la mirada del cielo y las estrellas. ― ¿Por qué nos abandonaron?
― No nos abandonaron. ― Celestia respondió mirando junto a su hermana el cielo infinito.
― Ellos siguen ahí… Entre las estrellas y las nebulosas, nos siguen cuidando aún si no están junto a nosotras. ― Luna miró a Celestia a los ojos.
― ¿Los volveremos a ver algún día? ― Preguntó la pequeña potranca esperando la respuesta, con sus ojos llenos de impaciencia por saber la respuesta.
― No estoy completamente segura… Pero si regresan te aseguro que seguirán queriéndonos como la primera vez. ― Respondió sonriéndole a su hermana entre sus cascos delanteros.
― Pero si te sirve de consuelo. Yo estaré junto a ti siempre, ellos se fueron, pero yo estaré aquí para ti y para todo.
― Tia… Prométeme una cosa. ― Luna pidió, acurrucando su cabeza debajo del mentón de Celestia.
― ¿Qué quieres que te prometa Lulu? ― Celestia le preguntó acomodando a su hermana más cerca de su corazón.
― Prométeme… Que estaremos juntas para toda la vida. ― Luna pidió, sonriendo levemente al terminar esa oración.
― Lo prometo. ― Celestia respondió sonriendo tranquilamente
― ¿Pase lo que pase? ― Preguntó de nuevo la pequeña diosa de la Luna, dejando su cuerpo reposar poco a poco.
― Pase lo que pase. ― Respondió finalmente, Celestia comenzando a soñar, con un mundo bello, repleto de luz. ― Te lo prometo… Por mi corazón.
La guía de ambas calentaba sus cascos con las flores de fuego que estaba ahí, a espera del Pegaso Artorias de Gungnir. No debía tardar pues él sabía el camino al templo improvisado que él había hecho. Una sombra se vio sobrevolando y Ariandel alzó la cabeza, sabía que Artorias había llegado…
Aunque no como lo esperaba pues su herido cuerpo se desplomó en el suelo agonizante, el pegaso tenía su cuerpo manchado y cubierto de sangre, pintando su azulado pelaje una de sus alas destrozadas y con su crin blancuzca cubierta de carmesí. Ariandel preocupada se acercó a ver a su hermano. El cual poco a poco abandonaba la vida de su cuerpo.
El Pegaso tosió, cada movimiento le causaba un dolor intenso. Respirar le resultaba difícil, y la sangre aún goteaba de su armadura, aun después de haber recibido el golpe del viento durante su regreso. Ella se arrodilló junto a él y lo sostuvo.
— A… Ariendel… Hermana mía…— El caballero agonizante llamaba a su compañera de estandarte. La yegua parecía sentir el mismo dolor que su hermano, podía sentir sobre ella las heridas que el Pegaso traía sobre su cuerpo. Los caballeros de la orden de los Ahamkara los habían descubierto. Quién sabe qué más sabían.
— Artorias… Por los dioses. ¿Qué os ha ocurrido?— Dijo ella limpiando un poco la sangre que salpicaba el rostro de su hermano.
— Tranquila. — Susurró él. — La mayor parte de esta sangre no es mía... Las princesas… ¿Están a salvo Ariendel...? ¿Están bien? — Hablar le suponía un gran esfuerzo, y la desesperación estaba patente en su voz.
— Sí Hermano… Nuestras legítimas guías están a salvo.— Dijo Ariandel mientras intentaba levantar a su hermano, quien ahogó un quejido de dolor.
— Bien… Eso me tranquiliza. — Suspiró de alivio antes de que otra poderosa punzada de dolor le quitará el aliento. — Cumpliste con tu promesa hermana mía… Os agradezco que lo hayáis hecho…— Decía quejándose de dolor.
— Yo lo prometí mi amado hermano… Pero decidme… ¿Quién os ha causado estas heridas?— Preguntó únicamente para evitar que perdiera el conocimiento, pues sabía quiénes fueron los atacantes.
— Los Ahamkara… Ellos trataron de seguirme y los contuve… Eliminé a todos y al General Lautrec. — Su voz cada vez iba perdiendo más fuerza, y las lágrimas comenzaban a salir de los ojos de Ariandel.
— No podía dejarlos llegar aquí… Ellos las hubieran corrompido… no podía permitírmelo… Pero conmigo el clan de los Caballeros del Eclipse llegará a su fin…
― Artorias… No digáis eso… Tú no morirás… No esta noche…― Ariandel bajo su capucha lloraba por su agonizante hermano.
― Solo debemos esperar a la llegada de Ciaran y Eefrideth, podremos salvarte… yo lo sé, pero por favor, no desfallezcas… no aquí no ahora...
― Decidme mentiras de una hermosa manera, Ariandel… Pero ambos sabemos que el final me ha llegado… Al menos sé… Que a última luz que veo es la luz de la Luna blanca… Y mi sueño eterno ya está a punto de comenzar…― Dijo mirando por última vez a su hermana. ― Me siento tranquilo… Saber que al menos mi sacrificio… No fue en vano...
― ¿Que voy a hacer sin tu presencia a mi lado Artorias?... ¿Qué vamos a hacer sin tí hermano mío? ― Ariandel preguntaba dejando caer lágrimas desde sus mejillas. ― Ya he perdido a muchos hermanos y hermanas… No puedo perderte a tí y también… no así… no de esta forma...
― Lo siento Ariandel… De verdad… Me gustaría seguir a tu lado eternamente… Pero ya no puedo seguir… Ya he perdido mucha sangre… Ya no tengo fuerzas… Yo ya hice mi parte… Y el clan morirá conmigo esta noche… Pero mientras aún haya luz en la oscuridad… Y oscuridad en la luz, siempre habrá esperanza… Mientras… ellas sigan vivas… nuestro Clan… podrá sobrevivir…― Artorias dijo quitándole la capucha a Ariandel para verla a los ojos.
― Bajo esta luz de plata… Eres más hermosa de lo que pude imaginar alguna vez…-
― ¿Artorias? ― La yegua no podía apartar la mirada de los ojos de su hermano.
― ¿Cuánto tiempo perdimos peleando contra el destino? ¿Cuántos años sufrimos por nuestras decisiones y las decisiones de nuestras familias? Y al final… Nunca pude disfrutar de mi vida… Siempre luchando, siempre luchando contra el destino… Siempre tratando de escapar de esto… Pero jamás pude escapar de él…― Artorias decía acariciando el rostro de Ariandel.
― Cuídalas… Cuida a nuestras princesas… solo te pido eso… Y que vivas no por mí… Vive… Por… El… Futur…― Artorias dejó salir su último aliento, cerró sus ojos y nunca más los volvió a abrir. Bajo la Luna una yegua solitaria le lloraba a un cadáver que había dejado el dolor de la vida y se entregó a la suave mano de la muerte esa noche triste.
