Sinopsis: Los dragones, criaturas majestuosas, sólo aman una vez. Las vidas de los humanos son mucho más rápidas, más cortas. Katsuki es un humano. Eijiro un dragón.

Día 2: Fantasy AU (Dragon!Kirishima y Barbarian!Bakugo).


En esta vida y en la siguiente

Le monde a tellement de regrets
Tellement de choses qu'on promet.
Une seule pour laquelle je suis fait –
Je t'aimais, je t'aime et je t'aimerai...

Je t'aimais, je t'aime et je t'aimerai..., Francis Cabrel


No pueden volar por encima de ese bosque. Es demasiado frondoso y Eijiro no tendría ningún lugar en dónde aterrizar. Uraraka es dijo que tuvieran cuidado: la única forma de encontrar el hogar de la bruja mecánica era caminar. No había sabido decirles dónde estaba exactamente. «Sólo con caminar, es la única manera».

Llevan días caminando entre árboles que apenas si dejan pasar el sol y deteniéndose a cazar cada poco. Katsuki podría sobrevivir tan sólo con plantas y hongos, pero Eijiro insiste en cazar animales y no es muy listo para hacerlo en tierra, con su forma humana. Usualmente lo hace con las alas extendidas y el cuerpo de un dragón. Es Katsuki quien tiene que colocar las trampas o de disparar el arco. Consiguen palomas, sobre todo. Eijiro se queja de que es una comida demasiado común, pero Katsuki se encoge de hombros. «Es lo más fácil». También han asado un par de conejos, pero son una comida mucho más rara. Y Katsuki no matará nada más grande porque no tienen cómo transportarlo y sería un desperdicio de carne. Le molesta incluso desperdiciar la piel de los conejos. Entre los bárbaros todo producto de la caza se aprovecha: carne, pieles, huesos, pelaje. En las grandes estepas donde vivía no crecían los cultivos, así que tenían que vivir de la caza y esperar hasta que los mercados con conservas se acercaran. Podían conseguir muy pocas frutas: sólo aquellas que crecían en todos los tipos de cactus. Y las pieles los mantenían calientes durante las noches heladas, sobre todo en invierno. Caliente durante el día, helado durante la noche. Katsuki extrañaba la estepa. Allí todo tenía sentido. La vida, un día tras de otro. No estaba perdido en un bosque buscando el hogar de una bruja mítica que todos creían que era tan sólo una leyenda.

Uraraka lo había convencido de ir a verla. «Si alguien tiene solución a aquello que buscas, es ella, Bakugo».

Pero lo había mirado con los ojos que miran a un desahuciado y Katsuki apenas había soportado toda la lástima que se había acumulado en sus pupilas.

No tiene nadie con quien compartir lo que lo está aplastado. Eijiro sólo da por hecho que es otro viaje como los que han hecho hasta el momento. Desde que lo rescató y ayudó a que su ala sanara, el dragón no se le despega. Lo llevaba del campamento en la estepa hasta las aldeas más cercanas en la pradera, en donde Katsuki cambiaba pieles por mercancía de Uraraka: desde espejos comunes y corrientes hasta pócimas capaces de curar las peores dolencias. Lo acompañó en la primera búsqueda inútil, hasta el corazón de las montañas, allí donde se escondía la torre de hechicería y espero afuera de ella mientras Katsuki habló con los Altos Hechiceros.

«Es sólo una leyenda maldita, hijo», le había dicho uno de ellos, de cabello rubio desordenado; se había presentado como Toshinori Yagi. «Nadie debería buscar algo así…». Un suspiro cansado. «Sólo una leyenda maldita. Aquí no podemos ayudarte, va contra nuestras mismas leyes».

«Estoy desesperado». Katsuki había apretado los dientes y había contenido las puras lágrimas de desesperación.

El hechicero había suspirado. Cansado. Quizá recordó entonces lo que era ser joven y dispuesto a pagar cualquier precio por retrasar lo inevitable. Antes de responder, vio para todos lados. Katsuki recuerda el momento, porque desde entonces no ha sido capaz de descansar realmente.

«Quizá las brujas… Ellas tienen otro tipo de conexión con la naturaleza… Ellas, quizá…», dejó salir otro suspiro cansado. «Los hechiceros estamos demasiado obsesionados con los libros, con El Conocimiento en abstracto. Pero las brujas tienen otra conexión. Saben cosas que nosotros no. Sólo, por lo que más quieras, nunca te acerques a las hadas».

Por eso Katsuki había vuelto con Uraraka, pero ella jamás en su vida había escuchado de lo que él estaba buscando. Sólo conocía la vieja historia —casi una leyenda— de la bruja mecánica. Una bruja en una casa, en las profundidades del Bosque Oscuro. Un título que pasaba de madre a hija, de generación en generación. La bruja para los desesperados y las causas perdidas. Eijiro no sabe realmente por qué van a verla. Katsuki sólo le dijo que buscan algo muy escurridizo, difícil de encontrar y de poseer, a pensar que odia mentirle. Eijiro es su dragón y él es su humano. No deberían tener secretos.

Y sin embargo.

Los humanos no tienen dragones, los dragones no tienen humanos.

Por eso está haciendo ese viaje.

Eijiro alza la nariz y olfatea algo.

—¡Una persona! ¡Huele a una persona! —Sonríe, emocionado, porque llevan días sin encontrarse con alguien más. Y Eijiro es muy sociable, incluso para ser un dragón. Le pide a todo el mundo oro o plata o «piedras brillantes» a cambio de algunas de las escamas que se le caen. Katsuki entonces lo mira y se pregunta si no es demasiado cruel mantenerlo allí, lejos de los grandes picos de los dragones, en donde están los suyos—. Vamos, Katsuki. ¡Por aquí!

Lo agarra del bazo y lo jala. Katsuki sonríe, a su pesar.

Sería cruel también obligarlo a volver. Eijiro le juró amor eterno. Katsuki tiene la marca de una mordida en su cuello que luego Eijiro lamió con su saliva como prueba de que lo querría para toda la vida.

«Toda la vida».

Qué largo y que corto.

Al final del camino, encuentran una pequeña casita que parece construida con parches de material. Ladrillo, por un lado, metal, adobe, piedra. Parece una casa hecha de otras casas más pequeñas, constantemente parchada. Coincide con la descripción de la historia de Uraraka.

—Espera aquí —le dice a Eijiro—. Vigila que no venga nadie.

Katsuki está casi seguro que nadie vendrá, pero aún así pide el favor. No quiere que Eijiro escuche qué es aquello que busca. Intentará detenerlo.

Eijiro asiente y Katsuki se aproxima hasta la puerta. Llama. Tres toquidos fuertes. Adentro se oye un estruendo.

—¡Visitas! —grita la voz de una mujer—. ¡Tenemos visitas! ¡¿Puedes creerlo?! Hace tiempo que no nos visita nadie… —La puerta se abre de un tirón y Katsuki ve de frente a la persona más excéntrica con la que se ha encontrado nunca—. ¡Oh, y es un chico apuesto!

Es una mujer con el cabello rosado, hasta los hombros, enredado en churros extraños que nunca le ha visto a nadie. Lleva unos lentes protectores muy curiosos que subió hasta el nacimiento de su cabello para ver mejor a Katsuki. Llevaba un vestido negro a la tradición de las brujas. No había duda: era ella.

—¿La bruja mecánica…? —pregunta, de todos modos.

—¡Esa soy yo! Mei Hatsume —extiende una mano y Katsuki la estrecha; termina sorprendido por la fuerza que la mujer imprime en el apretón—. ¡Pasa! —lo jala hacia adentro—. Hacía tiempo que nadie nos visitaba, ni a mí ni a la casa. Vamos, vamos… ¿Té?

—No es necesario.

—Es un requisito de hecho —dice Mei y se dirige hasta lo que Katsuki supone que es una cocina—. El jazmín es bueno, ¿sabes? Para saber quién eres, descubrirte a ti mismo y esas cosas.

Revuelve las alacenas llevas de frascos de hierbas mientras dos calderos humean en las hornillas. Saca una tetera y en ella prepara algo. Se mueve muy rápido y Katsuki apenas si puede seguir el paso de sus movimientos. En algún momento saca una vara y la agita frente a la tetera. Hace que una taza flote desde la alacena hasta donde está ella y sirve en ella un té listo.

—No se debería desperdiciar magia sólo porque sí —dice, para sí—, pero a veces es inevitable. No tengo realmente oportunidad —y esto lo dice ya mirando a Katsuki— de demostrar mis talentos si nadie viene a verme. A veces hay que lucirse aunque sea sólo para una misma. —Le pone el té enfrente—. Bebé. Te hará bien. Debes estar cansado tras días en el bosque. Igual tu acompañante. Creo que todavía tengo… guiso de conejo… Podría ofrecerle. Aunque no sé si a la casa le haga gracia la idea de que un dragón ponga sus pies encima. —Es imposible ocultar la identidad de Kirishima. Los cuernos le sobresalen en la frente y tiene vetas de escamas que aparecen en su piel—. Deja que se acostumbre un poco y quizá quiera invitarlo a cenar. —La bruja se sienta enfrente de él—. Bebe, bebe. Y dime quién eres y qué buscas.

Prueba el té. Sabe bien. Quizá un poco amargo.

—Soy Katsuki Bakugo —responde. Esas son las palabras sencillas, las que no tiene que pensar. Y luego, lo demás—: Busco el filtro de la vida eterna, una piedra filosofal.

En ese momento, la bruja aprieta los labios. Katsuki sabe que le está pidiendo lo imposible. Ni siquiera la magia puede desafiar la vida y la muerte. Todas las criaturas están sujetas a las normas de la naturaleza en ese mundo. No hay forma de burlarla. Sólo aquellos que se internan en Faerie pueden alcanzar la vida eterna. Pero el precio es muy alto. Las reglas de aquel mundo son otras.

—La vida eterna… —dice la bruja—, eso no existe. Los filtros…, cualquier filtro, es sólo una manera de alargarla. Los humanos no podemos jugar a la inmortalidad. Lo sabes, ¿verdad, Katsuki Bakugo?

—Una manera de alargarla entonces.

—¿Entiendes el precio?

—Sí.

—¿De verdad? Todos a tu alrededor morirán. —La bruja cruza las piernas y se inclina hasta colocar sus codos en la mesa—. Una vida muy larga… Eso rompe demasiadas reglas, Katsuki Bakugo. Un precio muy alto. Nunca sabes lo que obtendrás a cambio. Después de todo, en la época en la que los dioses bajaban al mundo y hacían y deshacían con él, incluso entonces, el precio es demasiado alto.

»¿Conoces la historia de la oráculo? —pregunta Mei Hatsume. Katsuki niega con la cabeza. Nunca la he escuchado. Debe ser bastante antigua—. Olvidó pedir la juventud. Una vida larga, muy larga… ¿Sin eterna juventud? Piensa bien lo que quieres, Katsuki Bakugo. Y bebe, bebe el té. Vamos, tenemos tiempo. Puedo poner a calentar la cena en un rato. Y tú y tu acompañante pueden quedarse y compartirla conmigo. Me gusta tener visitas.

Katsuki se queda sin nada que decir y le da otro trago al té. No es una taza muy grande. La bruja se pone en pie y se dirige de nueva cuenta a su diminuta cocina, en la que echa hierbas de olor a una de sus pócimas. Sale un humo color rosado de una de ellas.

—A veces me gusta hacer filtros de amor. Por supuesto, nadie se los toma, porque nadie viene a buscarlos. Pero son buen material de historias. Como la del caballero que se enamoró perdidamente de la Reina a la que debía proteger —suelta. Katsuki tampoco conoce esa historia. Sólo puede recordar las historias de los bárbaros, que su madre le ha contado desde que tiene memoria—. Supongo que tú no quieres uno. La casa puede sentir tú vínculo. Dice que es raro, ¿sabes? Tener la mordida de un dragón… Ese tipo de mordida. ¿Sabías a qué te enfrentabas entonces?

Katsuki da una sacudida sincera con la cabeza. Entonces no se le ocurrió que los dragones sólo amaran una vez, sólo pudieran morder una vez al ser con el que deseaban pasar el resto de sus días. Creyó que después Kirishima podría morder a alguien más, entregarle su amor a alguien más. Se equivocó. Idiota.

Se queda viendo el fondo de la taza de té antes de darle otro trago. Desde afuera llega el rumor del bosque. Él no tiene ganas de hablar demasiado. Ya le dijo a la bruja a qué fue, sólo le queda esperar el veredicto. Intenta convencerse de que podría ser, de nueva cuenta, una decepción, pero no sabe si lo soportará de nuevo.

La bruja vuelve pasados unos momentos.

—¿Terminaste tu té? —pregunta, extendiendo la mano—. Dame.

Le arrebata la taza a Katsuki y vuelve a sentarse delante de él. La revisa un poco, antes de torcer la boca en una mueca.

—Interesante.

—¿Interesante?

—Lo que dice.

—¿Y eso es…?

—Curioso, muy curioso —sigue Mei Hatsume—. Hacía tiempo que no veía una lectura así. Las mías no suelen variar, por supuesto. ¡Y no es muy fiable leerse las hojas de té a una misma! —Frunce el ceño y luego le enseña su taza—. ¿Ves esa figura? —Katsuki sólo ve un montón de hierbas de té sin forma alguna—. Bueno, pues dice que intentarás conquistar lo imposible.

—¿Lo lograré?

Mei Hatsume se encoje de hombros.

—No lo dice. Las lecturas nunca son concretas y el destino siempre es cambiante. Conquistar lo imposible…, en todo caso… —Le da la vuelta a la taza y vuelve a concentrarse en ella—. Es algo curioso. Eres curioso, Katsuki Bakugo.

Ese no es un adjetivo que él mismo usaría para describirse. Valiente, osado, quizá. Invencible. Indomable. Pero no «curioso».

—Yo no tengo ninguna piedra filosofal —dice Mei, finalmente, dejando la taza de nueva cuenta sobre la mesa. Lo dice sin piedad alguna y Katsuki cree que ha recorrido todo ese bosque para nada, hasta que ella sigue hablando—. Hay habladurías, sin embargo. La casa escucha cosas. Si se internan mucho más en el bosque y llegan a las montañas, encontrarás un paso y en el paso, la guarida de los Shie Hassaikai. No son hechiceros, Katsuki Bakugo. Hace tiempo que les quitaron sus varas y sus capas y los arrojaron desde las torres de hechicería. Dice la gente que son nigromantes. Pero hay un rumor… corre entre los árboles. Dice que tienen una piedra filosofal y que planean hacer uso de ella para destrozar el mundo tal y cómo lo conocemos. Quizá quieras darte una vuelta por allí. —Me Hatsume hace una pausa—. Supongo que una piedra filosofal estaría mejor en tus manos que en las suyas.

—¿Tú no…?

—Oh, no, las brujas no nos metemos en peleas absurdas de magia —declara ella—. Antes todos estábamos en paz. Brujas y hechiceros. Pero luego ellos inventaron que eran más poderosos, más sabios. ¡Más ridículos, quizá! Los hechiceros nunca han resuelto una cuestión importante, encerrados en sus torres, con sus grimorios, sus libros, sus hojas. ¿Has acudido a ellos? —Katsuki asiente—. ¿Te ayudaron?

—Me dijeron que acudiera a las brujas.

Mei Hatsume se ríe. Sus carcajadas resuenan.

—Ah, eso es bueno. Muy muy bueno. Qué divertido. Los estirados y pedantes hechiceros te mandaron con las brujas. Reconocen su inferioridad. Ah, ellos se encierran en que todo lo que esté fuera de las leyes que le impusieron a la magia está prohibido. ¡Es porque no saben escuchar a la naturaleza! ¡Porque no entienden los precios a pagar! Aprenden los nombres de la magia y aprenden a temerla, porque no saben cooperar con ella. —Mei sonríe—. Los hechiceros quieren domarla. Las brujas entendemos que debemos doblegarnos a ella. Pagar el precio.

Saca su vara y la agita frente a Katsuki, pero no hace ningún hechizo.

—¡Por eso debes recordar que el precio es muy alto si buscas esa piedra!

—¿No vas a disuadirme?

—¿Serviría de algo? —pregunta Mei.

—No.

—Exacto. Tendrás que verlo por ti mismo y decidir si quieres pagarlo.

Se pone en pie y se dirige a la cocina. Saca una olla y varios ingredientes de la alacena. Lo va aventando todo con un orden desconcertante.

—Bueno, iré preparando la cena. Y la casa dice que tú compañero ya puede pasar. Siempre y cuando se mantenga en su forma humana. Ve por él, anda.

Katsuki asiente y se dirige hasta la puerta. Se siente extraño de por fin tener algo parecido a una respuesta. Todavía está lejos, pero quizá ahora ya es una posibilidad. Abre la puerta. Kirishima espera afuera.

—Ey, pasa. Dice la bruja que ya le gustas a su casa, o algo así…

El dragón se pone en pie y se acerca a la puerta.

—¡¿Es sintiente?! —Aquello parece encantarle—. Oh, Katsuki, nunca había visto un edificio sintiente real. Quedan muy pocos…

—Es sólo una casa —repone Katsuki; de todos modos Eijiro parece encantado al acercarse.

—¿Encontraste lo que buscabas? —pregunta. Katsuki niega con la cabeza y Eijiro parece desilusionarse en ese momento. Ni siquiera sabe lo que está buscando y si lo supiera, seguramente no lo aprobaría—. Oh, lo siento…

—Tengo una pista. La bruja me dio una… pista.

Sonríe y Eijiro sonríe con él. Sus dientes puntiagudos de dragón relucen. El gesto es precioso, podría iluminar el mundo si el sol desapareciera alguna vez. Esa es una de las razones por las que Katsuki se enamoró de él.

—¡Oh, encontrarás lo que buscas, Katsuki!

Lo abraza allí, en el recibidor. La bruja, desde la cocina, los mira y aprieta los labios. Katsuki se queda mirándolo. Ella no dice nada que pueda delatarlo.


Tras la cena se disponen a partir. Pueden caminar todavía un rato antes de montar un campamento. Sin embargo, Mei Hatsume los detiene antes de que puedan poner un pie afuera de la casa. Agarra un brazo de Katsuki.

—Espera, te acercaré a tu camino. Queda lejos y con la casa es más rápido.

—¿Con la casa? —Katsuki está confundido.

Mei Hatsume saca su vara y la agita.

—La magia a veces lo hace todo más fácil. Si sabes qué ofrecerle. Procuren no caerse.

Y entonces el piso comienza a moverse. Katsuki trastabilla y acaba en los brazos de Eijiro, que es rápido para evitar que se caiga y también para encontrar estabilidad. Ninguno de los dos sabe lo que está pasando, pero no lo cuestionan. La magia siempre ha sido algo ajeno completamente a Katsuki. Los bárbaros no solían dar a luz a brujas o hechiceros y, de todos modos, pocos bárbaros soportaban las exigencias de las torres de hechicería. Preferían cultivar su arte en libertad.

La casa sigue moviéndose un rato. Mei no les hace demasiado caso. Está en el centro de la estancia y agita la vara cada tanto. ¿Cuál es el precio por aquel hechizo? ¿Cuál es el precio por levitar una taza? ¿Cuál es el precio por desear vivir tanto tiempo como un dragón? Katsuki lo pagará, sea lo que sea.

Poco después, la casa deja de moverse.

—¡Listo! No puedo ir más allá, pero está cerca, Katsuki Bakugo. Ten cuidado. —Mei Hatsume sonríe—. En cuando a ti, dragón… —se acerca a Eijiro—, tus escamas te protegerán, no hay duda. La casa está segura. Y créeme, a la casa los dragones no le gustan mucho.

Eijiro sonríe.

—Ahora, ¡márchense! Están a tiempo de armar un campamento y descansar. Y yo podré volver a mis pócimas y descubrimientos mágicos hasta que llegue el próximo visitante. —Se pone una mano en la barbilla, pensativa—. Siempre se toman su tiempo.

—Gracias, Mei Hatsume —replica Katsuki.

Eijiro le dedica un asentimiento.

Esperan a que la casa se asiente para dejarlos salir. Una vez fuera, ven como de ella brotan unas patas mezcla de metal y tronco, seguramente puestas allí por la bruja y se va corriendo. Así que eso era el movimiento.

Eijiro le pasa la mano por la espalda.

—¿Ahora me contarás?

—Cuando sea el momento —dice Katsuki.

Es el único secreto que le ha guardado en su vida y apenas si puede soportarlo. Cuando se unieron, pronunciaron un juramento. Katsuki lo recuerda muy bien, siempre juntos, en la salud en la enfermedad, siempre los protectores del otro, siempre con amor y ternura, siempre con valentía. Confianza eterna, para que el amor florezca. Aquello es lo que se le clava en el corazón. Pero es un secreto necesario. De momento, es un secreto necesario, se repite, pero no deja de hacerle daño.

—¿Pronto?

—Pronto —promete Katsuki.

Pronto.


El resto del camino por el bosque lo cubren en apenas tres días. Allí llegan a las montañas. Eijiro por fin puede levantar el vuelo y estirar las alas, en lo que buscan el paso en donde está la guarida de los Shie Hassaikai. Vuelan bajo, en una altura cercana a lo alto de los árboles, pero de todos modos Katsuki se siente tan libre como la primera vez que voló acomodado en la cabeza de Eijiro, aferrado a los cuernos del dragón. Ni siquiera estaban enamorados, entonces y Eijiro hablaba muy mal la lengua franca de los humanos y la lengua de los bárbaros de la estepa. Se las había arreglado para que Katsuki entendiera que le estaba ofreciendo un vuelo en agradecimiento a todos los cuidados con los que había tratado su herida.

Apenas si podían entenderse.

Pero Katsuki sintió el viento en su cara, producto de la vertiginosa velocidad de Eijiro y supo que no existía ningún sentimiento como aquel. Quizá fue ese el momento en el que decidió que su destino y el de Eijiro estarían entrelazados para siempre.

Se había entregado a la unión sin pensarlo mucho.

Mitsuki había preguntado: «¿Estás seguro, Katsuki?». Y él asintió entonces con fiereza y ella sólo lo abrazó. «Sé que amas tanto como yo, Katsuki, sé que lo haces con la misma fuerza». Masaru le había regalado la capa roja que ahora portaba sobre sus hombros. «Es tradición, Katsuki, siempre le regalamos algo a quienes pasan por la ceremonia».

Fue diferente a una típica ceremonia de unión bárbara. Mucho más privada. Katsuki y Eijirio pronunciaron sus juramentos frente al fuego sagrado. Hubo un festejo y la gente brindó por ellos. La mordida no fue hasta después cuando estaban solos y Eijiro murmuró en su oído: «hay algo que sólo hacen los dragones».

«¿Qué?»

«Para marcar nuestro amor, dejamos una marca en el otro, una cicatriz… una mordida».

«Yo no puedo hacerlo». Katsuki recuerda su puchero, tan insignificante ahora que quiere encontrar desesperadamente la manera de no abandonar a Eijiro.

Recuerda el beso de Eijiro, gentil, igual que todos sus besos. «Katsuki, puedes hacerlo con un cuchillo. Aquí…», murmuró entonces, «sobre mi hombro. Sólo un poco. Tienes que hacer un corte y luego… bueno, los dragones lo lamemos para curarnos más rápido, pero si tan solo lo besas… Estará bien». Katsuki lo hizo. La mirada de adoración de Eijiro lo valía todo y, en ese momento, hubiera dado todo por mantenerla viva. Después el dragón había mordido su hombro y le había curado la herida. «Ya está, Katsuki», dijo entonces. «Estaremos juntos por siempre, siempre, siempre».

Siempre, siempre, siempre.

Katsuki tiene que hacerlo realidad.

No tardan demasiado en encontrar el paso y, allí, Eijiro vuelve a transformarse cuando aterrizan en la cima. Resuelven caminar en la cima, cuando Katsuki le dice que es probable que se encuentren con enemigos. Duda que los nigromantes del Shie Hassaikai sean gente amable. Mei Hatsume no se los pintó en una luz positiva. Así que caminan. La primera noche tienen que contentarse con dormir en una cueva que encuentran en el camino y que Eijiro insiste en inspeccionar antes de dejar que Katsuki entre. No es muy espaciosa y Eijiro no puede convertirse dentro de ella para que Katsuki se acurruque protegido entre sus alas, pero se las arreglan para dormir.

Siguen caminando la mañana siguiente, siempre atentos a lo que se ve abajo, en el paso. Se detienen al escuchar voces. Hay un campamento abajo.

Una niña llora.

—¡Tráela de vuelta! ¡Es la parte más importante del ritual de Kai!

Una niña de cabello blanco corre, buscando huir de sus perseguidores. Al final, choca con alguien más. Katsuki se tensa. Algo le dice que debería saltar a rescatarla en ese preciso momento. Pero espera. Quiere saber a qué se enfrenta primero.

El hombre lleva una capa color verde con pieles teñidas de morado en los hombros. Parece llamar la atención a propósito, puesto que cubre su rostro con el pico de un pájaro al que le han pintado patrones en amarillo y un rojo oscuro que parece sangre. Parece joven.

—Eri, no hay ningún lugar a donde ir —espeta.

—¡Déjame!

—¡Puedes gritar lo que quieras, no puedes marcharte! —espeta—. Y tras esta noche, cuando el ritual esté completo, ni siquiera existirás. Tus padres cometieron un error en esconder la magia que poseían dentro de ti. ¿Creyeron que no los mataría? ¿Qué tendría piedad de una niña…? —Sus dedos se marcan en el brazo de la niña y Katsuki está a punto de mandar su escondite por la borda y lanzarse sobre él, pero Eijiro lo impide—. Aun si una piedra filosofal es un ser humano… No tendré piedad.

—¿Una piedra filosofal? —pregunta Eijiro en un murmullo.

Katsuki no puede responder. Su rostro pierde todo el color y Eijiro comprende, lentamente.

—¿Eso estabas buscando? —pregunta el dragón. Hay un rastro triste en su voz. Porque entiende. Se hace el silencio y aunque abajo se oyen los gritos y el mundo es confuso, a Katsuki le cuesta respirar porque la piedra filosofal es una niña. Todo tiene un precio, dijo Mei Hatsume. Puede vivir con ver morir a todos los que ama si tiene a Eijiro a su lado. Puede vivir con el peso de una vida larga. Pero no puede pagar el precio que significa obtener el elíxir. Allí, en ese momento, las esperanzas de Katsuki se desmoronan enteras—. Katsuki… —insiste Eijiro, agarrando su brazo—. ¿Era eso, Katsuki?

Pero no puede responer. Abajo, el hechicero toma de un brazo a la niña y la arrastra a la cueva. Katsuki ve rojo.

Se lanza hacia el piso.

—¡Déjala! —grita.

Desenvaina la espada y corre hasta la niña. Eijiro, ya convertido en un dragón, ruge detrás de él. Katsuki no recordará muy bien los siguientes momentos. Sabe que hiere a alguien, que lo hieren a él. Sabe que agarra a la niña y monta en la cabeza de Eijiro mientras el dragón suelta su fuego sobre los nigromantes del Shie Hassaikai. La niña se abraza a él y él la aprieta contra sí, aunque sea su sueño hecho pedazos y la oye murmurar, mientras se alejan. «Gracias, gracias, iban a matarme».

Apenas si puede respirar.

«¿Eso era lo que estabas buscando, Katsuki?».

Pero Eijiro ya no dice nada en mucho tiempo.

Vuela, en vez de eso. No se detiene por un día y una noche, sobrevolando el bosque a toda velocidad. No hay ningún claro donde pueda aterrizar y quizá sólo pretende poner la mayor distancia posible entre los hechiceros y la niña. Quizá sólo está asustado. La niña duerme acurrucada a un lado de Katsuki y él intenta hacer lo mismo. «¿Era eso lo que estabas buscando?». Un sacrificio siempre es necesario para hacer uso de una piedra filosofal y conseguir el filtro de la vida. Debe sacrificarse a la misma piedra. Katsuki ve dormir a la niña y sabe que no puede hacer eso.

Verla es incluso una tortura. Saber que estaba tan seguro de que lo lograría.

Aterrizan, finalmente, en los lindes del bosque, allí donde se puede montar un campamento. Eijiro no dice nada. Simplemente busca leña y le indica a la niña donde sentarse o cómo cargar algunas ramas. Katsuki entiende que necesita cazar algo y se aleja un poco hasta que vuelve con un par de palomas a las que despluma, listas para poner en las brasas. Eijiro sigue sin decir nada y Katsuki está asustado. En sus ojos parece haber un vacío que se lo traga todo; es la primera vez que lo ve. Da escalofríos. Es más tarde, cuando la niña duerme, cobijada con la capa de Katsuki, que Eijiro suspira y, ante la fogata, dice las primeras palabras dirigidas a él.

—No me contestaste entonces. —Su voz parece cansada—. ¿Era eso lo que buscabas, una piedra filosofal?

Katsuki siente que aquella mirada como vacío lo perfora entero.

—Eijiro…

—Responde —pide—. «Confianza para que el amor florezca», ¿recuerdas? —Las palabras de Eijiro son duras, pero en sus gestos Katsuki reconoce una desesperada súplica. Quiere entender. No puede negarle una explicación. Cuando se unieron el uno al otro, le prometió toda la sinceridad del mundo.

—Sí, eso buscaba.

Y después, otra vez, terrible el silencio. Eijiro se queda viendo la fogata que crepita frente a ellos. Katsuki apenas si entiende lo que está pasando. Ve sus sueños deshacerse y, sobre todo, se ve envejeciendo mientras Eijiro sigue siendo el mismo joven dragón. Ve a Eijiro ante su pira y se siente infinitamente triste de saber que estará sólo después de eso. Lo ve todo. Lo aterra.

—¿Por qué? —pregunta el dragón, finalmente.

—Sabes por qué.

—A la mejor no, Katsuki —replica Eijiro, voz dura y helada; quiere obligarlo a decirlo—. ¿Por qué?

—Eijiro…

—¡Dime por qué!

—¡Estarás solo porque me uniste a ti! —espeta Katsuki—. ¡Estarás solo y nunca amarás de nuevo, Eijiro! ¡Y yo… yo…!

Sombras cruzan el rostro de Eijiro. A la mejor es furia, confusión. A la mejor es sólo dolor.

—¿La usarás? —pregunta y es duro en su voz—. ¿A la niña?

—Cómo puedes pensar que…

—Porque si lo haces, Katsuki —interrumpe Eijiro—, entonces sí, quizá me arrepienta de amarte, aunque nunca pueda dejar de hacerlo. Quizá me arrepienta de haberme unido a ti si eres capaz de pagar un precio tan alto por…

—¡Cómo puedes pensar que seré capaz!

—¡Porque claramente no entendías en precio cuando empezaste a buscarla! —espeta Eijiro y parece furioso, devastado—. Las piedras filosofales demandan un corazón puro. No pueden… Siempre… Demandan… —bufa, más frustrado que realmente rabioso—. Los dragones sabemos eso, Katsuki. Sabemos que un sacrificio debe hacerse y que este… es… Por qué, Katsuki. Es… es ancestral. ¿Por qué no preguntaste antes?

Katsuki respira con pesadez, le cuesta trabajo. Inhala, exhala. Aprieta los puños y cierra los puños con furia. No ha llorado ni una vez desde que comprendió lo que era —quién era— la niña. Se niega. No es tan débil para aceptar que no hay solución a la imposibilidad que busca. Hay leyes que no pueden romperse. Quizá hasta allí lleguen sus intentos por conseguir lo imposible.

—¿Katsuki? —insiste Eijiro.

—Sabía que dirías que no —dice Katsuki. Mira al piso y con fría furia, agrega—: Nunca me dijiste que el vínculo…, que esto… —pasa sus dedos por la cicatriz de la mordida en su hombro desnudo— sólo podía hacerse una vez. Y ahora tengo que vivir sabiendo que sólo serás capaz de hacerlo conmigo y de que eres joven y que yo… ¡Nunca me preguntaste si quería este peso!

—¡Tú nunca has preguntado si estoy de acuerdo con un sacrificio que yo elegí, entonces! —Eijiro parece furioso. Katsuki voltea a ver a la niña, temiendo despertarla. Pero no se mueve, tiene el sueño pesado—. ¡¿Crees que no sabía, cuando lo hice, lo que significaba?! ¡¿Crees que no sabía a lo que estaba renunciando?! ¡¿Crees que no lo consideré días y noches hasta que decidí que mi amor era mucho más grande que cualquier otra posibilidad, otro «quizás»?! —Eijiro se lanza contra él y Katsuki termina en la tierra y el pasto, debajo de él—. ¿Crees, Katsuki, que me hace feliz pensar que quieres desperdiciar nuestro tiempo juntos buscando algo que no conseguirás? No hay manera de engañar al mundo. Sólo puedes conseguir más años si le entregas una vida a la tierra. Siempre debes entregarle una vida equivalente. No sé puede crear más vida de la nada, tiene que salir de alguna parte… ¿Por qué no lo preguntaste? —La furia parece desaparecer y queda sólo la tristeza y las lágrimas de Eijiro, que resbalan por sus mejillas y caen sobre su cuello—. ¿Por qué no confiaste en mí? Oh, Katsuki…, esto debe de haber estado comiéndote por dentro.

—No lo sabía —dice Katsuki y se atraganta entre su propia vergüenza y el miedo y la desesperación de saber condenado todo—. No lo sabía —murmura—. No quiero morir y dejarte sólo, Eijiro. No quiero…

Una mano acaricia su mejilla.

—No importa, Katsuki, porque tomé la decisión de amarte. Con todo lo que eso significa. Me merezco eso, Katsuki, el poder elegir y haberte elegido a ti…

El dorso de la mano de Eijiro contra su piel es suave y es ese momento en el que Katsuki no puede contener más las lágrimas.

—Lo siento —murmura, aunque no sabe exactamente por qué se disculpa. La niña duerme, apaciblemente y quizá tiene mejores sueños de los que él y Eijiro terminarán evocando más tarde. Katsuki está seguro de que ninguno de los dos va a soltarla nunca, menos cuando saben lo que significa su existencia; está dispuesto a pagar la penitencia del crimen que no cometerá nunca y cuidar que nadie le haga daño—. Lo siento. —Pedir perdón nunca es sencillo y a Katsuki se le atragantan en la boca—. Eijiro…

—Te lo daré todo, Katsuki, todo lo que pueda darte. Juré entonces y juro ahora que serás el hombre más feliz del mundo a mi lado —dice Eijiro en su oído—. No temas el paso del tiempo. —Una mano acaricia su mejilla—. El destino no está escrito y tenemos mucho tiempo para ser felices.

—Moriré, Eijiro. Moriré antes que…

—Sh. —Un dedo se posa en sus labios—. Lo sé, Katsuki. Lo sé. ¿Quieres que te cuente un secreto? —habla apenas en un murmullo y a Katsuki le recuerda a la noche de su ceremonia de unión—. Me asusta, por supuesto, y me da miedo, también. Es lógico. La muerte es algo inevitable. Pero también estoy tranquilo. Porque sé que, tarde o temprano, volveremos a encontrarnos y volveremos a enamorarnos. En este mundo o cualquier otro. Siempre que haya un Eijiro Kirishima, estará enamorado de un Katsuki Bakugo. Siempre, Katsuki.

»No te pierdas en una búsqueda que sólo te hará miserable —suplica—. Deja que te haga feliz. Katsuki Bakugo, te prometo que serás el hombre más feliz del mundo a mi lado.

Katsuki apenas es consciente del mapa que dejan sus lágrimas en sus mejillas. Estrecha a Eijiro contra sí. Siente demasiado. Respira hondo.

—Eijiro…

—En este mundo o cualquier otro, Katsuki.

Es una promesa. La tierra y los cielos quedan como testigos.


Notas de este oneshot:

1) La idea de un dragón enamorado de un mortal que vivirá mucho menos que él es algo que ya había explorado e incluso había agregado el elemento de que los dragones sólo aman una vez. Lo hice en un fic llamado Ojos verdes, ojos rojos, que en realidad es Katsudeku, pero la situación del fic le pasa a Kirishima y a Kaminari. No tuve tiempo de ponerle los reflectores y ahora pude explorarla diferente y con otro ship.

2) La idea de que la magia siempre requiere un pago es algo presente en la tradición irlandesa, en la celta, en cualquiera que se les ocurra. Respecto a tradiciones, mencionamos el mundo de las hadas. Y las brujas vs hechiceros es un tropo muy común en algunas obras de lit. fantástica. Quería arrastrar un poco a los hechiceros.

3) Pueden interpretar el final como quieran. Sí, se menciona el título de la recopilación. Es un título inspirado por la serie de fics de olivieblake llamada This World or Any Other. Es una serie de Harry Potter donde Draco Malfoy y Hermione Granger están destinados a enamorarse en cualquier mundo alterno o línea de tiempo alternativa. Eso me parece bonito.

4) La mujer que olvido pedir la inmortalidad es la Sibila. Mitología clásica. La casa de Mei Hatsume está inspirada lejanamente por la historia de la Baba Yaga.

Andrea Poulain