Levi demostró estar en lo cierto. La primera mañana que Hanji salió para comenzar su negocio, un enjambre de masculinidad indefensa con ropa sucia batió una trayectoria hacia las tinas como si hubiesen sido evocados por el canto de una sirena. Cómo se supo tan rápido, Hanji no lo podía entender. Keith Shadis, su primer cliente, no podía ser el responsable de todo eso.

Ciertamente, cualquier mujer con una tina para lavar y jabón podría entrar en el negocio de la lavandería, y había varias que así lo habían hecho. Pero con treinta mil personas, en su mayoría hombres, en Dawson y alrededores, era más que suficiente trabajo para todas.

Incluso cuando Hanji había vivido en Portland con su padre y sus cuatro hermanos, nunca había visto tanto barro sucio apelmazado en la ropa, en su vida. El largo y sofocante día era un interminable ciclo que consistía en calentar agua, lavar, enjuagar, y colgar la ropa húmeda. La zona que rodeaba las escaleras de atrás se convirtió en un enjambre de cuerdas colgadas de todos los lugares posibles, con camisas limpias, pantalones y ropa interior que aleteaban en la brisa.

Para facilitarle un poco las cosas a Hanji, Levi había roto una de las cajas donde recibía sus provisiones, para hacer pisos con ella y que Hanji no tuviera que estar en el barro. Con otra caja había formado un pequeño rincón para Sasha, para mantener al bebé a la vista y fácil alcance. Esas eran pequeñas bendiciones cuando descubrió lo difícil que el trabajo podía llegar a ser.

Para reducir la monotonía, y porque a Sasha parecía gustarle tanto, Hanji cantaba durante la mayor parte del día. A pesar de que mantenía su voz baja, de vez en cuando los mineros rezagan en la calle lateral para encontrar el origen de esos cantos, al igual que había hecho Keith Shadis. Estaba en el medio de —Lorena,— cuando miró hacia arriba para ver a tres hombres de pie en un triángulo cerca del edificio al otro lado de la estrecha calle. Dos de ellos se limpiaron sus ojos húmedos con timidez. El tercero se sonó la nariz pregonando un bocinazo en un pañuelo grande rojo. Hanji cortó el triste lamento de Lorena, a mediados de verso, desconcertada. El hombre del pañuelo se adelantó. —Va a tener que disculparnos, señora. Esa canción podría hacer que hasta un soldado guerrero se sintiera como un viajero cansado y nostálgico. Me imagino que no somos tan diferentes.

Hanji se enderezó y se llevó las manos a su rígida espalda —Oh, cielos, lo siento. Realmente, estoy cantando para mi niña. Ella no sabe que la canción es triste.

—Pero apuesto a que ahora ya sabe lo que es oír a un ángel cantar,— dijo uno de los otros hombres, su voz ligeramente rota — Ante el extravagante cumplido, Hanji sintió que se ruborizaba y bajó la mirada hacia la tina. Cielos, qué alboroto hacían los mineros de Dawson sobre sus pequeñas canciones. Había vivido toda su vida tratando de ser lo más discreta posible y jamás le importó no ser el centro de atención. Poco después los hombres pasaron de largo, pero regresaron dos horas más tarde con sus coladas.

• • •

Curioso, y a pesar de su determinación de que el negocio de lavar ropa de Hanji no era de su incumbencia, Levi encontraba todo tipo de razones para acercarse a la ventana de la tienda. Tenía una docena de banderas de desfile americanas clavadas en palos que había comprado a tiempo para el Día de la Independencia —harían una buena exhibición en ese barril vacío cerca de la ventana. ¿Va a llover? Se preguntó a los pocos minutos, y se dirigió de nuevo al vidrio para mirar el cielo brillante y sin nubes. Poco después de comprobar el tiempo, Levi vio a Jorge Pikale pasar por allí y se dirigió a la ventana una vez más. Se decía que el hombre gastaba todo su dinero en ropa y que nunca usaba el mismo traje dos veces.

Levi podría decirse a sí mismo que no estaba prestando ni una pizca de atención a Hanji, pero en sus viajes a la ventana si se apoyaba en el lado derecho del marco, podía verle trabajar desde allí. Y era algo que hacía a menudo. Estaba de espaldas a él mientras colgaba camisas en el tendedero, mostrando su delgada cintura y espalda. Su larga trenza oscilando como un péndulo hipnótico sobre sus caderas suavemente redondeadas. Imaginó sus manos en esas caderas, caliente bajo su toque mientras ella arqueaba la espalda contra su pecho. Ese pensamiento le produjo una rápida y caliente excitación, llevando su imaginación mucho más allá. Inhaló el dulce aroma de su pelo y le rozó el cuello con besos suaves y lentos que la hacían suspirar y darse cuenta de que no tenía porqué temerle—

—Levi, ¿Te has vuelto sordo o qué? — Dejando de soñar despierto, Levi se dio la vuelta para ver a Nile Dok de pie en su mostrador.

—No te oí entrar,— dijo, y se apartó de la ventana, esperando que su rostro no estuviese tan rojo como él lo sentía.

—He venido a por más clavos. ¿A cuánto son hoy?— Nile Dok había venido a Dawson con la primera oleada de gente el pasado otoño, llegando justo cuando el invierno estaba descendiendo sobre el norte, cerrando los ríos con hielo. Había abierto su restaurante en una tienda de campaña y le había ido tan bien que ahora se había mudado a un nuevo edificio en Front Street. Amable, con una sobremordida pronunciada, pelo rubio y una personalidad a la altura, se consideraba a sí misma un mujeriego, un concepto que le daba a Erwin Smith un sinfín de distracciones.

—Igual que la última vez, siete dólares por quinientos gramos,— dijo Levi en su camino a la bodega para buscar un barril de treinta kilos.

—Eso es lo que me gusta de ti, Levi,— dijo Nile. —Tú mantienes los precios a pesar de que otras personas eleven los suyos. Competencia, lo llaman. Yo lo llamo robo.

Levi transportó el barril de clavos a hombros y lo dejó junto a Nile. —Eso funcionará para ellos, supongo. Pero yo he pagado lo mismo por este barril que la última vez que te lo vendí, por lo que te lo estoy cobrando al mismo precio. Me va bastante bien con la tienda, sin necesidad de ser codicioso.

Nile apuntó hacia la ventana lateral. —Sí, pero, sin embargo, parece que has ampliado el negocio fuera de la tienda ¿Quién es esa chiquita trabajando en la lavandería?

Levi se puso detrás de la barra y puso los pesos en uno de las balanzas del peso para pesar el oro. —No es mi negocio, es de ella. Son trescientos cincuenta dólares por los clavos.

Nile se iluminó. —Así que, una mujer empresaria. Es una cosita preciosa, y canta bonito, también.— Le entregó a Levi su bolsa, el mismo tipo de bolsa de cuero que todos en Dawson utilizaban para llevar oro.

—Sí, supongo,— murmuró Levi, inseguro de que le estuviese agradando el brillo ansioso que vio en los ojos del hombre.

Nile enderezó su corbata, y luego se pasó un dedo por su enorme bigote para alisarlo. —No hay muchas mujeres aquí que se vean tan bellas. Y ella tiene que ser ambiciosa, también. Podría estar interesado en saber algo más sobre una mujer así.

—Ve a hablar con Nanaba. Ella es bastante ambiciosa.

Nile se estremeció. —No, Nanaba es demasiado habladora, abierta e inteligente; demasiado incluso, para su propio bien. Nunca atrapará a un marido, a ningún hombre le gusta sentir que su esposa sabe más que él.

Levi se echó a reír. A Nile podría costarle encontrar un hombre que no pensase así. —Supongo que dependerá de qué tan inteligente sea el hombre. Parece que quieres una mujer que trabaje duro, te dé todo el dinero que gane, y mantenga la boca cerrada.

Nile sonrió. —La idea tiene su encanto, ¿no crees? Ahora, ¿cómo dices que se llama esa preciosidad?

Levi se imaginó a Hanji allí, fregando ropa y hablando con todos los malditos mineros de Dawson. —Su nombre es la Señora Ackerman — Se dijo a sí mismo que él sólo la estaba protegiendo de plagas como Nile Dok, pero la realidad del caso es que una oleada de celos hervía en su interior, inexplicablemente. No le gustaba la sensación, pero ahí estaba. —Y te aconsejo que te olvides de saber algo más de ella —.

—¿Está casada?

—Sí—, Levi se inclinó sobre el mostrador. —Conmigo.

El hombre se echó a reír. —Qué bueno, Levi.

—No estoy bromeando.

Nile se quedó mirando con la boca abierta y exhibidos dientes de conejo. —N-no, ya lo veo. No quería faltarte al respeto, Levi,— murmuró él, con la cara roja como un tomate. —Caramba, nadie por aquí había oído que has tomado a una mujer por esposa.

—Pues ahora ya lo sabes.

En ese momento Levi pensó que tal vez los demás debían saberlo también. Hanji podría tener la señal de la que había hablado, después de todo. Pondría un final rápido a esos ignorantes condenados como Nile Dok.

LAVANDERÍA DE LA SEÑORA ACKERMAN

• • •

—Buenas tardes, señora Ackerman — Hanji levantó la vista de la camisa azul de trabajo en su tabla de restregar para encontrar a Erwin Smith allí de pie.

—El señor Smith, me alegro de verle.— Ella sentía un cariño especial por el abogado, sobre todo desde que la había liberado de Zeke. Además, disfrutaba de sus modales elegantes y correcta forma de expresarse. Eran muy diferentes a los modales a los que ella estaba acostumbrada. Zeke habría hecho algún comentario despectivo sobre sus "palabras de diez dólares" dada la oportunidad de expresar su opinión.

—Debo admitir que estoy un poco sorprendido de que haya emprendido esta aventura.

—No estoy segura de que lo deba estar,— respondió ella, tomando la camisa de nuevo. —Las mujeres han trabajado siempre. Yo he trabajado siempre. Esta vez me gustaría que me pagasen por ello.

Erwin se sentó en un cajón de embalaje volteado que servía de silla de invitados, moviéndose como si cada una de sus articulaciones le doliesen. Entonces la consideró por un momento, asintió con la cabeza y se echó a reír. —Supongo que tienes razón. Debes perdonarme soy de una parte del mundo donde las mujeres, de hecho, sí que trabajan duro, a veces desde la mañana hasta mucho tiempo después de la puesta del sol. Pero la costumbre les impide que lo puedan mostrar. De hecho, serían consideradas poco femeninas si lo hicieran. Más bien, deben ser vistas como flores delicadas que se cansan fácilmente, débiles con una sutil provocación, que deben ser protegidas del mundo. Se retiran a porches cerrados y a salas de estar en el calor del día, para hacer labores de aguja fina o tomar el té.— Se echó a reír de nuevo. —Me sorprendí al descubrir cuánta fortaleza pueda haber en este hermoso género.

Hanji no estaba sorprendida antes su velada objeción al negocio de lavandería. Ella había sentido su desaprobación el día anterior. Hundiendo la camisa dentro del enjuague con agua limpia, se rió. —Señor Smith, si las mujeres se sentasen siempre en sus salones, realizando tareas de costura fina y bebiendo té, no harían mucho más. No habría ropa lavada o comidas cocinadas o niños criados. — Exprimiendo la camisa, la arrojó sobre la cuerda y buscó en su bolsillo las pinzas para la ropa.

Erwin hizo un gesto a la multitud en movimiento en ambas direcciones en Front Street. —Pero en un pueblo minero fronterizo, tener una empresa en un lugar público podría crearle un problema.

Ella tomó una pinza de la ropa que estaba sujetando con su boca. —Señor Smith, espero que sepa lo mucho que aprecio todo lo que usted y Levi han hecho por Sasha y por mí. No sé qué hubiera sido de nosotras de no haber sido por los dos. Pero no quiero tener que depender de nadie excepto de mí misma. — Vaciló un momento, odiando la congoja que podía oír en su voz. —Levi tiene planes para su futuro que no tienen nada que ver con nosotras. Me ha dicho que él va a salir de aquí cuando tenga suficiente para ello. ¿Dónde nos deja eso a nosotras si no hago algo ahora? Estar sola en el mundo con una hija a la que cuidar, y no tener manera de hacerlo...— No pudo terminar la frase.

Erwin miró a Sasha, durmiendo en su pequeño rincón, luego se levantó con rigidez de su asiento. —Ciertamente veo lo que quiere decir, querida.— Él le acarició el brazo y se volvió para irse. —Lo entiendo.

• • •

Al final del día, la parte delantera del vestido de Hanji estaba mojada desde la cintura hasta las rodillas, la espalda le dolía como si fuera a romperse, y sus manos estaban agrietadas. Excepto por las rápidas escapadas que había hecho para atender al bebé y almorzar, había trabajado doce horas.

A las siete de la tarde, bajo un sol tan brillante como el que solía haber a media tarde en su ciudad natal, Hanji subía hacia la habitación con ropa de Levi y un manojo de plancha en un brazo, y Sasha en el otro. Se sentía casi tan cansada como lo había hecho el día en que había cruzado Chilkoot Pass en el viaje hasta aquí. Los músculos de sus hombros y brazos le dolían por el lavado y escurrido, y las manos le temblaban un poco de la tensión acumulada.

Pero incluso en su agotamiento, sonrió para sus adentros. En el interior del bolsillo de su delantal había una pequeña bolsa de cuero que contenía cerca de cuarenta dólares en oro en polvo. Y eso era algo que no había conseguido por cruzar el paso. ¡Cuarenta dólares! En su casa, los trabajadores recibían alrededor de un dólar y cuarto al día. En toda su vida Hanji nunca había tenido más de un dólar que pudiese llamar suyo. Este polvo de oro se lo había ganado ella, y nadie lo iba a transformar en bebida. Nadie se lo iba a arrebatar.

A no ser, por supuesto, que Levi Ackerman tuviese ánimo de hacer eso, precisamente. Al pensar en ello, Hanji se echó una mano protectora sobre el bulto de su bolsillo, sabiendo incluso mientras lo hacía que no diría nada en contra si él quisiera quitarle el dinero. O cualquier otra cosa, llegado el caso. Era un hombre grande, fornido cada centímetro de su musculoso cuerpo se endurecía cada vez que hacía algún esfuerzo. Hacía bien recordar que él era quien tenía la sartén por el mango, y que podía cambiar las reglas en su conveniencia, en cualquier momento que quisiera.

No era un pensamiento agradable. Y, aún así, Hanji no pudo evitar recordar lo amable que había sido con ella hasta el momento. Hasta que el destino la había arrojado al camino de Levi, ella había creído que los años de miseria absoluta habían sofocado casi toda la esperanza en ella, y que su matrimonio con Zeke había terminado de hundirle. Pero ahora sentía un resquicio de esperanza agitándose de nuevo, volviendo a la vida después de años de silencio. Tal vez hoy era sólo el comienzo de algo un poco mejor.

—Vamos a estar bien, pequeña Sasha,— le susurró al bebé dormido, luego la besó en su sedosa mejilla. —Creo que vamos a estar bien.

Al parecer, toda la actividad y las nuevas vistas habían agotado a la niña, porque dormía el sueño profundo y sin problemas, propio de la infancia. Hanji no pudo evitar sonreír. La boca del bebé hacía unos tiernos movimientos lactantes, pero por lo demás estaba muy lejos, en un paisaje de ensueño.

Una vez dentro de la pequeña habitación, Hanji dejó la pila de ropa lavada y seca sobre la cama y puso a Sasha en su caja. Levi no había subido todavía, y ella estaba aliviada de que así fuese. Con todos los nuevos acontecimientos, no había pensado todavía en la cena. Cielos, ni siquiera había echado el carbón en la estufa.

Mirando la silla de la cocina con ansia, decidió sentarse por un momento, sólo para aliviar el dolor de espalda. Pero ella no tenía tiempo para holgazanear—si las comidas de Levi no estaban listas cuando él las quería, o si ella no hacía las otras tareas que él esperaba, podría poner fin a su negocio. Y era un riesgo que no podía correr.

Después de un breve descanso, Hanji corrió hacia la cama para clasificar y doblar la ropa de Levi. Sosteniendo una de sus camisas, se detuvo a estudiarla. Dejó que su mano se deslizarse sobre la tela, la anchura de sus hombros, y la longitud de su torso. Dejando a un lado la camisa para ser planchada, cogió un par de sus pantalones vaqueros, de talle delgado y piernas largas.

Sabía tan poco sobre el hombre que llevaba esa ropa. Exteriormente, era guapo, delgado pero con músculo y pequeño de estatura. Sus rasgos estaban muy bien proporcionados. Pero de qué tipo de vida venía y por qué estaba allí, era un misterio para ella. Había estado en Dawson desde antes de que la fiebre del oro comenzase, por lo que la fiebre del Klondike no había sido lo que le trajo al norte.

Era por turnos, suave y salvaje. Se había responsabilizado de ella cuando no tenía que hacerlo, y al hacerlo había permitido que Zeke, un perezoso sin valor, se escabullese de una gran deuda que Levi no esperaba que la solventara. Sin embargo, cuando un hombre en su tienda había atacado a su integridad, su reacción había sido rápida, violenta y aterradora.

Pero la verdadera cosa que Hanji encontraba más preocupante era su atracción creciente hacia Levi. Se decía a sí misma que sólo era un capricho tonto e infantil, porque él había sido amable con ella y Sasha. Que era casi tan temible como lo había sido el primer día que lo conoció. Y los argumentos casi funcionaban. Casi, pero no del todo. Algo en ella le hacía perder el aliento cuando Levi estaba cerca. Y no era cosa de una niña caprichosa en absoluto.

Impaciente, Hanji sacudió sus pensamientos y rápidamente dobló las camisas y los pantalones vaqueros. Su tarea más importante era mantener su mente en su propio negocio y su futuro. Un hombre alto y rubio no era parte de nada de esto. Tampoco ella y Sasha eran parte de sus planes. Se lo había dejado claro desde el principio, y después de todo, ella estaba legalmente unida a Zeke, todavía.

Llevó la ropa de Levi al baúl grande en el extremo de la cama, donde él guardaba sus pertenencias. Levantó la tapa. Los aromas tan masculinos de piel de ante y jabón de afeitar que encontró, eran fascinantes. Era como oler el café recién molido, o el olor de tabaco de pipa. En el interior, descubrió el contenido que generalmente permanecía ordenado, en una mezcolanza enmarañada de calcetines, pantalones, camisetas y calzoncillos largos. Se acordó de cómo rebuscó a través del baúl esa mañana temprano. Se había vestido a toda prisa para reunirse con un capitán de barco en la línea de costa.

Tuvo la tentación de dejar ese lío tal como lo había encontrado. Había trabajado muy duro todo el día, y esto era una tarea extra que ella no quería. Pero no podía poner la ropa tan bien ordenada en la parte superior de la confusión y simplemente cerrar la tapa. Suspirando, se arrodilló delante del baúl y comenzó a sacar y volver a meter todo por orden. Al tirar de un par de pantalones de ante, algo metálico se deslizó de entre sus pliegues y cayó al suelo.

Mirando hacia abajo, vio un pequeño marco de fotos ovalado, tumbado en el tablón. Contenía una fotografía de una hermosa joven mujer rubia. Lentamente, Hanji lo recogió para estudiarlo. La mujer llevaba el pelo recogido, pero el estilo no podía disimular su belleza tan particular. El escote de su vestido revelaba un largo y delgado cuello adornado con un collar de perlas. Las mismas gotas de perlas colgaban de sus pequeños lóbulos, y en su rostro, capturado para siempre por el fotógrafo, Hanji vio una suprema confianza en sí misma. Parecía una mujer que nunca había pedido permiso a un hombre en su vida, y que estaba acostumbrada a salirse con la suya.

Hanji se puso de cuclillas. ¿Una querida? Se preguntó. ¿Una esposa? Ese era un pensamiento inquietante, pero, por supuesto, posible. Muchos de los hombres que habían llegado hasta allí, habían dejado esposas y familias. El marco de la imagen en sí era de plata, labrada con detalles intrincados, a juego con la importancia de la fotografía. Pero mientras Hanji consideraba la imagen de la mujer, pensó que algo en ella parecía un poco fuera de lo normal.

Hermosa aunque ella era, no la veía como si fuera el tipo de mujer que atraería a Levi Ackerman. No sabía por qué, si bien antes había pensado que sabía muy poco acerca de Levi, ahora se sentía aún más ignorante.

Hanji limpió el vidrio con el borde de su delantal y examinó la imagen de nuevo. ¿Le habría tendido la mano a esa mujer? ¿Habría acariciado la curva de su mejilla con un toque suave? Casi inconscientemente, Hanji extendió su mano para rozar sus dedos sobre el moretón casi sanado en su propia mejilla.

¿La habría tenido en sus brazos y la habría besado? De repente, la puerta se abrió y Hanji, todavía de rodillas ante el baúl con la fotografía aferrada en la mano, levantó la mirada para encontrar a Levi elevándose sobre ella. Había estado tan absorta en sus propios pensamientos que no lo había oído subir por las escaleras. Inundada por la culpa y congelada por el terror espontáneo, sintió la sangre caliente de vergüenza llenar sus mejillas.

Levi hacia ella un hombre salvaje, frunciendo el ceño con un torso largo puesto sobre unas piernas aún más largas. —¿Encontraste lo que estabas buscando, Hanji?

Echó un vistazo a la pila de ropa, y luego a la fotografía como si la viera por primera vez. Se dio cuenta de lo que debía parecer—como si ella estuviera espiando a través de sus pertenencias, y, oh, Dios, tal vez incluso robando algo. A toda prisa, dejó caer el marco con la fotografía en el baúl como si fuera una brasa ardiente.

—Yo — empezó a decir, pero su voz era apenas un graznido seco. Sentía como si su garganta se estuviese cerrando. Agarró una de sus camisas que había lavado antes y la tendió. —Estaba doblando tus cosas. Esta-estaban todas muy... ¡No estaba rebuscando entre tus cosas! De verdad que no lo estaba haciendo. La fotografía estaba enredada en tu ropa y se cayó.— Para su horror, sintió que sus ojos comenzaban a picar con lágrimas que iban en aumento. Estaba tan cansada, que no tenía mucha fuerza para poder controlarlas por completo, así que volvió la cabeza y rápidamente las secó.

Él le quitó la camisa y la metió en el baúl junto con todo lo demás, y luego dejó caer la tapa. —A partir de ahora, deja mi ropa fuera. Yo me encargaré de guardarla,— dijo, con voz tranquila.

Ella miró su conjunto, la expresión de su cara era determinante, pero no podía ver nada allí, ni acusación, ni clemencia. Era como si sus pensamientos estuviesen muy lejos. Sintiéndose miserable, ella asintió con la cabeza y se levantó de sus rodillas para preparar la cena. Levi se dejó caer en la cama y suspiró, su estómago se anudó. Evidentemente, todavía le tenía miedo, pero él no había querido asustarle.

Ella no estaba siendo curiosa, suponía él, pero no le gustaba que hurgasen en sus cosas. Tal vez no le hubiera importado tanto si no hubiese desenterrado esa fotografía.

No había visto la fotografía de Yelena desde la noche en que la lanzó en su ropa, hacía casi tres años, y deseaba no haberla visto en ese un momento. Aún recordaba esa noche, nítidamente Kenny Ackerman le ordenó que saliese de su propiedad, los jornaleros correteando por el barracón de cara a la final, y más dura, explosiva batalla familiar. Después de recoger sus pertenencias en un ataque de furia al rojo vivo, Levi montó a caballo y galopó a través de la luz de la luna hasta el muelle de la ciudad para esperar el barco de vapor que le llevaría río abajo, lejos de The Dalles. Antes de marcharse, pagó a un niño para que llevase a su caballo de regreso a la casa, no quería nada que Kenny Ackerman pensase que era de su propiedad.

Levi había logrado enterrar la mayor parte de esos recuerdos, pero no el de la hermosa e intrigante Yelena. Era tonto, supuso, por aferrarse a esa fotografía. Sólo le recordaba lo estúpido que había sido dejándose caer en la manipulación de esa mujer. Pero ella había sido buena en su mentira, tan astuta, que nunca sospechó que en realidad, no se preocupaba por él. ¿Nile Dok no quería una mujer más inteligente que él? Tenía noticias para Nile había cosas mucho peores en las que una mujer podía superar a un hombre, nadie lo sabía mejor que Levi.

Miró a Hanji como pelaba patatas. —¿Cómo fue tu primer día?— Le preguntó, rompiendo el silencio.

Manteniendo la espalda hacia él, bombeaba agua en una olla que contenía las patatas partidas en cuartos. Sus movimientos eran cautelosos, como si sus brazos estuviesen rígidos. Se preguntó si podría estar dolorida por estar desacostumbrada a tanto trabajo.

—Lavé mucha ropa.

Levi ya sabía eso. Trató de imaginar a Yelena de pie sobre una tina durante horas, lavando la ropa de los exigentes mineros, pero la imagen ni siquiera podía formarse en su mente. Se levantó de la cama y se acercó al cajón de Sasha. Estaba despertando de su siesta y todavía tenía un pulgar firmemente fijado en su boca. Él no sabía nada de los niños, pero tenía que admitir que ésta le cautivaba. A veces era casi lo suficientemente curioso como para querer levantarla y sostenerla en su hombro. Pero ¿y si él la dejaba caer? Incluso si no lo hacía, era tan pequeña que podría hacerle daño de alguna manera.

Así que se conformó con acariciar su mejilla de terciopelo con el dorso de su dedo. En comparación con su cabeza, su mano parecía enorme. Cuando ella lo vio, no se inmutó por el miedo. Agitó los brazos y las piernas, y le regaló una gran sonrisa, mostrando sus encías desdentadas. Levi no pudo evitar sonreír a su vez. —Hola, pequeña Sasha,— susurró. A continuación, más fuerte, preguntó: —¿Y el bebé? ¿Cómo lo lleva?

—Creo que le gusta el cambio de escenario y toda la actividad.— Hanji trató de llevar la pesada olla de hierro hacia la estufa, pero obviamente sus músculos trabajados en exceso no cooperaron, y se le resbaló de nuevo en el fregadero de acero.

Mirándola forcejear con el recipiente mientras él no hacía nada, se empezó a sentir un poco canalla. Sabía que ella había trabajado aún más duro que él. Cruzó la habitación. —Espera,— dijo, poniéndose a su lado y alargando el brazo para agarrar el mango de madera. —Déjame que te ayude.

—No, puedo hacerlo sola.— Hanji retrocedió, pero mantuvo sus manos sujetas en el asa. Vio el miedo en sus desnudos ojos marrones. Supuso que no podía esperar que superarse instantáneamente lo que podría haber sido años de intimidación, si bien, cada vez que la había mirado por la ventana, esa tarde, parecía no tener ningún problema para relacionarse con sus clientes.

Dejó caer sus manos. —¿Por qué estás tan condenadamente nerviosa? ¿Y por qué crees que tienes que hacerlo todo tú misma?— No podía mantener la impaciencia en su voz.

—Yo no creo eso,— dijo. —Es sólo que...

—¿Sólo que qué?

Ella lo miró a través de un velo de oscuras pestañas. —Tengo miedo de que creas que no voy a darlo todo de mí mientras trabajo para ti y me hagas renunciar a mi negocio de lavandería.

—¿Por qué? Ya te dije que no me importaba cómo pasaras tu tiempo libre.

—También dijiste que tenía la obligación de mantener mi parte de nuestro acuerdo. Eso es lo que estoy haciendo.— Lo miró directamente a la cara. Su voz baja revelaba tanta angustia como determinación. —Tengo que ganar dinero para Sasha y para mí, dinero que nadie me pueda quitar. No quiero que ella tenga el tipo de vida que yo he tenido. No quiero que sea vendida por un marido borracho a un extraño en un bar. Ella es una vida nueva... una vida que tiene la oportunidad de algo mejor, y yo tengo la oportunidad de encargarme de que así sea. Estoy determinada a hacer lo que haga falta para ello.— Su respiración era trabajosa, y sus ojos brillaban con lágrimas no derramadas. Era el discurso más largo que jamás la había oído hacer de un tirón, y Levi sintió como todo su rostro se ruborizaba desde el cuello hasta las raíces de su cabello.

Cambió su peso de un pie al otro. Durante todo ese tiempo había supuesto que Hanji estaría contenta de haberse librado de Jaeger. Nunca había pensado en lo humillante que ese día debió ser para ella.

—Mira, si quieres trabajar, adelante. No hay mucho que hacer aquí arriba de todos modos.

Parecía aliviada, y luego advirtió: —Voy a trabajar duro para tener la cena lista a tiempo, pero a veces puede que se haga tarde.

Él se encogió de hombros. —Bueno, supongo que esa es la manera que va a tener que ser. Te diré algo,— dijo, —ponte con las galletas y yo terminaré esto.— Miró a su alrededor a lo que Hanji había puesto sobre la mesa, un trozo de carne en conserva hervida y algunas verduras frescas. —Estofado, ¿verdad?

—¿Quieres ayudar?— Ella lo miró boquiabierta como si le hubiera dicho que se iba a poner uno de los pañales de Sasha e iba a salir bailando con él por todo Front Street. Al parecer, nunca había recibido una oferta similar. —Pero yo puedo hacerlo, de verdad—

—Estás tan tiesa como un viejo saco de yute abandonado en la lluvia. Te echaré una mano. Pero sólo hasta que te sientas más ágil.

—Está bien,— admitió ella, y él cogió el mango de la olla de nuevo.

Esta vez, su mano rozó la de ella, y sus ojos se encontraron. Ella lo miró, no tan asustada, pensó él, pero más intrigada. De pie tan cerca a ella, podía oler el jabón y el almidón que había estado utilizando todo el día. El olor no era perfume, pero de una manera le pegaba, limpio y sin adornos, y no se le subía a la cabeza como la más cara de las fragancias.

Impactado, Levi la miró más detenidamente, recordando la primera vez que la había visto. Le pareció una chica común, por ese entonces; el fantasma pálido de una mujer con una mirada triste e inexpresiva. Había sentido rencor, y tal vez incluso un poco de desagrado, cuando había sido impuesta sobre él. ¿Cuándo habían empezado a cambiar sus sentimientos? ¿En qué momento había dejado de ser poco atractiva? Levi no lo sabía. Sólo sabía que ya no le parecía una indigente. Todo lo contrario. Aunque su cabello era de un café como de la madera oscura, sus pestañas eran más oscuras, se dio cuenta, enmarcando sus ojos como clavos gruesos y sedosos. Y las cejas de chocolate eran tan finas y delicadas como antenas de mariposa. Su mirada cayó sobre su boca, de color rosa y tierna apariencia. ¿Estaría tan suave cómo parecía si la besase? ¿Sería cierto? En ese momento, el bebé soltó un sonoro quejido, el tipo de ruido que los bebés hacen cuando ejercitan sus pulmones, y el hechizo se rompió.

—Oh,— dijo Hanji, como si ella también hubiese sido hechizada, y luego se apartó.

Levi siguió su ejemplo, ampliando el espacio entre ellos. Jesús, ¿en qué estaba pensando? Tomó la olla y la puso en la estufa. —Bueno, vamos a sacar esto adelante,— murmuró.

—Sí, por supuesto,— dijo ella, remangándose. Se acercó a la mesa para amasar el preparado de las galletas.

Se sentía tan torpe como un colegial. ¿Por qué? No lo podía adivinar. Había conocido a muchas mujeres y se había acostado con más de unas pocas. Besar a una no sería el fin del mundo.

Ella no era cualquier mujer, sin embargo todas las personas en Dawson creían que era su esposa. Esas circunstancias no eran normales tampoco, y por Dios, no quería hacerlas nada más complicadas de lo que ya eran. ¿Ella tenía una meta? Bueno, él también y tenía que poner su mente en ella. Decidió que iba a dejar de darse cuenta de lo agradable que Hanji le estaba empezando a parecer, y lo bien que olía. Juró que no se preguntaría de nuevo qué se sentiría al besarle, ni se imaginaría sus dedos entrelazados en su cabello oscuro. Pero mientras la miraba trabajando en la mesa, esbelta y femenina por completo, supo que hacer caso omiso de ella sería una hazaña tan difícil como hacerse rico excavando los yacimientos de oro con una cucharilla.

• • •

Más tarde esa noche, Levi estaba en su lado de la cama, atrapado entre el sueño y la vigilia, cuando el bebé empezó a inquietarse. Vio a Hanji levantarse para atenderle. Su fino camisón parecía un rayo de luna pálido mientras cruzaba la habitación en la penumbra de la noche de verano de Yukon. Llevó a la niña a la cama, murmurando las más cariñosas palabras.

—¿Qué te pasa, pequeña?— Susurró con esa voz que las madres guardan para sus hijos. —¿Tienes hambre? ¿Eso es lo que le pasa a mi pequeña? Bueno, podemos arreglar eso, ¿verdad?

Levi sintió el hundimiento del colchón cuando ella se acostó de nuevo. Su voz, suave y arrulladora, le había hecho casi sentir somnoliento cuando cometió el error de mirarla. El corpiño de su vestido estaba abierto, y Sasha yacía contra su pecho, succionando con satisfacción. Ahogando un gemido, Levi tragó saliva y se volvió de espaldas a ella. La vio darle de mamar al bebé. Nunca había esperado ver algo tan íntimo. Su corazón comenzó a bombear con fuerza en el pecho. Mientras yacía allí, tratando de ignorar a la mujer al otro lado de la bolsa de arroz y rezando por quedarse dormido, casi deseó estar cavando en busca de oro con una cucharilla. Eso sería un infierno mucho más fácil de sobrellevar.

Jorge Pikali es un personaje que aparece en la precuela NO OFICIAL — en otras palabras no son canon por lo tanto el personaje tampoco lo es — de "Ataque a los Titanes: antes de la caída ilustrado" por Satoshi Shiki, basada en las novelas ligeras por Ryou Suzukaze según este spin-off el fue comandante de la legión de reconocimiento 70 años antes de la caída del muro María.

Esta vez no pude encontrar la canción que Hanji le está cantando a Sasha :(

Me alegra mucho ver como la historia está teniendo mucho apoyo últimamente se los agradezco mucho les dare esta maceta de flores como agradecimiento.

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ღϠ₡ღ ... Flores ... ღϠ₡ღ