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VII

La fina linea del Instinto y el Raciocinio

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Kougyoku permaneció muy quieta mientras Judar se acercaba a ella. Estaban tan cerca que lograba percibir su propia respiración sobre la piel delicada de la joven. Aún seguía teniendo ese molesto olor a miel y limón que se le hacía tan propio de ella; siempre bebía ese tipo de infusiones después de comer porque había leído en algún lugar que era bueno para la piel. Bastante patético. A veces creía que ella sólo bebía aquello para irritarlo, porque sabía que ese olor que desprendía le despertaba el apetito por lo dulce, así como aquel tono frutal que se desprendía de su largo cabello. ¿Cuántas veces la había visto probar diferentes frutas sobre su piel, rostro y pelo para así verse más bonita? Muchas ocasiones él mismo había aprovechado de comer sus productos de belleza mientras ella no lo veía.

Tomando valor y creyendo que realmente era un idiota, se movió la distancia pertinente entre sus labios y la besó.

Esta vez no fue como la anterior en que simplemente la calló con fuerza y brusquedad, picado y provocado por sus palabras desafiantes. Esta vez estaba bastante consciente de lo que hacía, no por un impulso o un arrebato, sino porque quería hacerlo.

Tampoco la besó por malicia o con su usual ánimo de molestarla, de hecho, sintió nervios al acercarse a ella. Aquella sensación lo confundía bastante, porque era la primera vez en sus dieciocho años de vida que sentía el deseo de acercarse a alguien motivado por algo que no entendía. ¿Era porque ella había dicho que nadie podía amarlo y deseaba demostrarle lo contrario? ¿Por herirla en el proceso como ella lo había logrado herir? No lo sabía. Sólo tenía la seguridad que en esas simples palabras... "Nadie nunca podría enamorarse de ti"... había encontrado un profundo dolor que le punzaba el pecho.

¡Qué importaba esas cosas! Ni si quiera le importaba la verdad. Era una estupidez.

Kougyoku lo confundía y realmente le parecía indignante todo lo que había terminado por decirle. Confesar así sus pensamientos y lo que sentía... no era algo muy propio de él. ¡No era para nada digno de un grandioso Magi como él! Ella era la culpable de todo eso. ¡Se lo haría pagar de alguna forma! Quizás luego pondría algo muy picante en su comida o la convencería de que poner huevos podridos en su cabello era un gran secreto de belleza de alguna tribu de mujeres que no envejecían. Eso le enseñaría una lección.

¿Por qué estaba besando a Kougyoku de cualquier forma? ¿Es que quizás esa parte de él que deseaba esa cercanía con ella era el verdadero Judar? ¿Acaso también era capaz de acercarse a otros de forma tan vulnerable y sin vergüenza de lo que sentía? ¿Aún había algo de sí mismo que la Organización no le había quitado? Ya era un hombre, ¿Por qué importaría si besaba a una chica? Sobre todo cuando se trataba de ella, de Kougyoku, su Kougyoku.

Ella le había pertenecido desde el primer momento que la vio de cualquier forma. ¿Por qué tenía que justificar sus actos hacia ella? No necesitaba darle explicaciones a nadie de lo que hacía, ni si quiera a sí mismo. Lo hacía porque quería y ya. Lo hacía porque se sentía bien al hacerlo. ¡Qué importaba! Que molesto era sentirse así, confundido, pero al mismo tiempo esperanzado de que quizás podía sentir emoción por algo que no fuese destruir y combatir.

Al notar que ella no se movía el estómago se le contrajo creyendo que quizás... Kougyoku también desease estar así con él. Aquello lo hizo sentir tanta confusión que retiró con lentitud su rostro hacia atrás para mirarla y entender qué era lo que pasaba con ella para que le estuviese permitiendo besarla. ¿Por qué no lo rechazaba? ¿Es que acaso ya no amaba a ese idiota de Sinbad? Que frustrante era Kougyoku.

―Si escribes sobre esto te mataré, Vieja Bruja ―susurró Judar de forma ronca sobre sus labios.

―Prometiste que ya nunca más me llamarías así ―le respondió bajito Kougyoku―. No soy vieja.

―Lo sé, idiota.

Judar se sintió completamente ofuscado con la situación, por lo cual, alejó su rostro de ella un tanto avergonzado.

Sin saber qué hacer o decir, rascó su cuello y miró hacia un costado.

De pronto sintió algo cálido alrededor de su mano y cuando bajó la mirada, se encontró con la pequeña mano de Kougyoku aferrada a la suya. Tragó pesado, sintiendo ese usual pánico que experimentaba cada vez que ella se le acercaba demasiado, y retiró su mano tan rápido como pudo. El rukh parecía bailar entre ellos y aquello lo irritaba muchísimo.

―¡Que molesta eres! ―le reclamó.

Sin esperar una respuesta escapó de esa tibia sensación en su mano a rápidos pasos por el corredor, perdiéndose por los pasillos para salir a cubierta.

Ella no lo seguiría, la conocía demasiado bien. Judar sabía que se quedaría en su cuarto analizando cada palabra que se habían dicho, buscando un significado oculto o algo de lo cual aferrarse por mucho tiempo, convenciéndose a sí misma que había sido un asunto sin importancia porque estaba determinada en amar a Sinbad. ¡Sinbad de todas las personas! ¡Maldito rey idiota! ¿Cómo se atrevía a poner sus ambiciosos ojos sobre su Imperio? ¡Sobre Kougyoku! ¡SU Kougyoku! Y no suya porque la amara o algo tan estúpido como eso, sino porque él la había convertido en una de sus candidatas a Rey. ¿Ahora tenía que darla por perdida sólo porque Sinbad lo deseaba todo para sí mismo! Como lo crispaba. Quizás sólo la había elegido como esposa para irritarlo, para vengarse por lo ocurrido antes entre ellos en Parthevia y en el primer Reino de Sindria.

Mientras caminaba de un lado a otro sumergido en sus pensamiento, más de una mirada se posó sobre él con algo de preocupación. Todo el personal sabía de los desplantes de Judar y su increíble poder. Muchas veces habían sido víctimas de él cuando se le metía algún capricho en la cabeza. Quizás fue por eso que un muy sospechoso Hakuryuu se le acercó, aun con su lanza en la mano, pues al parecer estaba practicando.

Judar no entendía muy bien el motivo para que ese príncipe se la pasara todo el tiempo entrenando su cuerpo, sudando y apestoso de tanto esfuerzo por volverse más fuerte. Si lo que quería era fuerza habría estado encantado de ir con él a un Laberinto y conquistarlo. Hakuryuu era alguien que podría haber alzado a la posición de Rey si él lo hubiese aceptado.

Hakuryuu le agradaba bastante, había un cierto algo en él que lo hacía muy interesante de observar; una oscuridad en su mirada que indicaba que estaba dispuesto a ir a cualquier punto para obtener lo que deseaba. Y lo que Hakuryuu quería era algo oscuro; su fuerza era la indicada para conseguirlo, pues cuando se desea algo a base de odio no hay poder en el mundo capaz de interponerse en ello. Eso le decía el rukh que bailaba alrededor de ese sujeto. Quizás era el más indicado de toda la familia para ser su Rey.

Hubiese sido un gran Rey. Se podía imaginar todas las aventuras que podía llevara cabo junto a alguien como él. De hecho, lo emocionaba tanto, que pronto todo el asunto de la estúpida Kougyoku y su mano tibia sobre su piel fue relegado a un pensamiento insignificante.

―¿Sucede algo? ―le preguntó Hakuryuu cuándo lo notó reclinado contra la baranda de madera, brazos cruzados y mirándolo con una sonrisa bastante particular.

―¿A qué te refieres?

―A Kougyoku-san ―y así de rápido la sonrisa desapareció―. Te marchaste atrás de ella. Ka Koubun me comunicó que no se ha sentido bien de salud. Ella dijo que sólo está nerviosa, pero me dio la impresión que mentía ―Judar frunció aún más el ceño―. ¿Quizás te dijo algo distinto a ti?

―¿Y por qué yo debería saber lo que le pasa a esa vieja Bruja? ―preguntó irritado.

―Porque ustedes dos son muy cercanos, ¿No? ―Judar bufó fuerte para luego suspirar de manera ronca―. Su bienestar me fue confiado. Necesito que todo salga bien en estas negociaciones entre Kou y Sindria.

―¿Negociaciones? Pensé que íbamos a un matrimonio ―negó con el rostro ante lo descarado que era prostituir a Kougyoku para obtener lo que deseaban de Sinbad―. ¿Crees que vender a tu prima es la mejor forma de apaciguar al Rey Idiota? Eso es bastante estúpido. Kougyoku es una niña tonta y sin experiencia alguna. Se aburrirá de ella en menos de una semana ―dijo con gracia―. Hay formas más fáciles de conseguir poder, Hakuryuu. Kougyoku es una guerrera, sirve mucho más en el imperio si la ponen en el ejercito de subyugación, asistiendo directamente a Kouha en el asunto de Magnostadt. Se lo dije a tu madre y a Kouen, pero no me escucharon. Tú podrías capturar un Laberinto tal como lo hizo tu hermana. No necesitamos Sindria.

―El Emperador decidió que no desea involucrarse aún con Sindria. Y Kougyoku es la última de sus hijas que aún permanece soltera. Se firmó su compromiso, con la petición de Sindria que se limite el actuar de nuestros ejércitos en los territorios que están cerca de los países que forman parte de la Alianza de los Siete mares.

―¿Y si ya están tan de acuerdo con todo el asunto, a qué vas a negociar? ―preguntó irritado.

―Balbadd. Aún no se decide qué pasará con ese lugar. El emperador quiere instalar a Kouen allá como gobernador.

―¿Eso quiere el Emperador, eh? Odio a ese sujeto ―Judar hizo un gesto de asco. Realmente le desagradaba el Emperador.

―Por lo que entenderás, que Kougyoku-san es invaluable para afianzar nuestras relaciones con Sindria y la Alianza de los Siete Mares ―dijo Hakuryuu mirándolo de reojo―. Espero que estés a la altura de tu puesto como Oráculo de Kou. ¿O es que la organización tiene otros propósitos para mandarte a Sindria?

―Claro que los tiene ―rodó los ojos con gracia―. Pero no me importan. Haré lo que quiera desde ahora en adelante. Te lo dije antes de partir, pero no quisiste escucharme. ¿Por qué sigues entrenando tanto si lo más efectivo para obtener una fuerza que sea equiparable a la de tus primos es conmigo? Si quieres poder simplemente te lo daré.

―No quiero recurrir a esos métodos con alguien como tú que trabaja para esa mujer ―Judar seguía viendo que Hakuryuu sentía una marcada hostilidad hacia él. Y un profundo odio hacia su madre.

Aquello lo hizo sonreír.

Antes que se retirara, supo que si había una forma de olvidarse de todo ese estúpido asunto con la solterona y su "alianza" con Sindria, el puente hacia ello era Hakuryuu. Si podía convencerlo de alguna forma de que abandonaran el rumbo a Sindria y se desviaran para acercarse a las Tribus Torran, quizás podían conquistar el Laberinto que había en ese territorio.

―Bien, intentaré comportarme en Sindria ―dijo suspirando, evidentemente, mintiendo―. ¿Qué tal una copa para celebrar?

―¿Una copa? ―preguntó Hakuryuu extrañado.

―Somos hombres. Y los hombres beben a esta hora cuando están en medio del mar ―Hakuryuu lo miró extrañado.

―No creo que eso sea adecuado. Estamos en una misión para el Imperio. Un príncipe imperial no debería...

―¡Oh vamos! ―dijo Judar rodando los ojos―. ¡Faltan días para que si quiera nos acerquemos a Sindria! ¿Por qué no bebemos un poco de licor de melocotones? ¿No es eso lo que hacen los marineros?

―No me gustan los licores dulces.

―¡Entonces bebe algo más! ―Judar lo sujetó del brazo y casi lo arrastró por el barco.

Luego de saquear rápidamente la cocina, encontraron entre los barriles que estaban destinados a la boda bastantes cosas deliciosas para comer y licores que degustar. Judar sacó una botella del famoso licor dorado de Melocotones de Kou, mientras que Hakuryuu tan sólo abrió un barril de vino y se sirvió una copa.

El Magi no llevaba ni si quiera cinco sorbos desde la botella cuando notó que Hakuryuu estaba completamente ebrio.

¿Acaso le faltaba algo más para empeorar su día? Había querido acercarse a Hakuryuu con cualquier excusa como siempre hacía para así proponerle quizás dar vuelta el barco y dirigirse hacia un laberinto cercano. No estaban tan lejos de las Villas de los aldeanos de Torran en donde se encontraba el laberinto sesenta y uno. Creía de verdad que Hakuryuu sería idea para ir allí y hacerse con él. Además, a él le divertía en extremo meterse dentro de los laberintos y revelar sus secretos. Sin mencionar que estaba seguro que Kougyoku no se quejaría e incluso intentaría hacerse ella misma con dicho poder. Quizás hasta se olvidara de esa estupidez de casarse y volviese con él al palacio.

Lamentablemente su plan no iba por buen camino, ya que Hakuryuu estaba tan ebrio que pronto lo sostuvo por los hombros en un abrazo a medias.

―¿Qué haces? ―le preguntó moviéndose para que lo soltara.

―Me alegra que decidiéramos beber hoy ―dijo mientras le daba otro sorbito a su vaso. Ni si quiera llevaba uno completo.

―Nunca te lo habría pedido si hubiese sabido que no sabes beber―se quejó irritado―. Ni si quiera la Solterona es tan mala bebedora.

―¡Tienes tan poco tacto con ella! No entiendo el afecto que te profesa ―dijo Hakuryuu depositando su cabeza en su antebrazo mientras se reclinaba en la baranda de la borda. Al escuchar la palabra "afecto", Judar sintió que el estómago se le tensaba en una sensación helada y desagradable―. No creo que entiendas realmente bien cómo se debe tratar a una dama.

―¿Y tú me lo vas a enseñar? ―le preguntó con gracia.

―En primer lugar debes ser respetuoso con una doncella como ella. Debes cuidar tu lenguaje y la forma en que te expresas alrededor de una mujer. Ellas son delicadas, como una flor, y debemos proteger sus inocencias. Además, cuidar que nuestro aspecto sea higiénico, elegante e imponente en su presencia ―dijo Hakuryuu mirándolo de pie a cabeza―. ¿Cuándo fue la última vez que te cortaste las uñas o usaste ropajes que fuesen dignos de tu posición? Eres el Magi del Imperio después de todo y te vistes como un mercader del desierto.

―¿Eh? ¡Qué importa! ―dijo irritado mirando sus uñas. No las tenía tan largas. Y su ropa no estaba tan mal. Odiaba que lo criticaran―. ¿Desde cuándo sabes tanto de mujeres de cualquier forma? Lo único que haces es entrenar.

―Intento tratar a todas las damas de la misma manera en que trato a mi hermana.

―¿Por qué estamos hablando de esto? ―Judar bufó pensando que si bien sabía todo sobre lo que se hacía con las mujeres, nunca le habían enseñado cómo tratar con ellas―. Todo ese asunto con las mujeres es tan aburrido. Cada vez que mandan a una de ellas a mi habitación sólo quiero terminar rápido para que me deje en paz.

―Sé a lo que te refieres. Hay noches que realmente me agoto con ese asunto, pero es mi deber como príncipe Imperial ―Hakuryuu suspiró―. Pero estamos hablando de damas, no cortesanas.

―¿Hay una diferencia? ¿No son todas mujeres de cualquier forma? ―Judar bebió un poco más de su licor de melocotón desde la botellita.

―A las cortesanas no les importan tus modales o etiqueta, sólo te complacen y se retiran en silencio. En cambio las doncellas deben mantenerse puras e inocentes hasta que un hombre las despose. Y debemos proteger esa inocencia como hombres honestos que somos ―Hakuryuu golpeó la baranda haciendo que Judar saltara.

¿Acaso Hakuryuu sabría lo que sucedía entre Kouen y su hermana? Porque todo eso de proteger la inocencia de las damas fallaba bastante cuando Kouen ponía sus ojos sobre alguien en el palacio y estaba bastante seguro de que sus ojos estaban sobre Hakuei.

―Por eso debemos respetar y admirar a las doncellas que conocemos, no son cortesanas.

―Creo que exageras Hakuryuu. Una mujer es una mujer ―sonrió pensando en las veces que los había sorprendido juntos en la biblioteca, solos, a altas horas de la noche. Siempre se justificaban diciendo que estaban estudiando, pero Judar no era un idiota―. Son todas igualmente aburridas.

―¿Entonces por qué te pasas todo el tiempo molestando a Kougyoku-san? ―Judar lo miró perplejo, pero antes de poder defenderse Hakuryuu lo interrumpió―. Es como si fueses un niño pequeño buscando llamar su atención desesperadamente. Es bastante triste y patético ―volteó un poco el rostro riéndose con burla.

―Cierra la boca. No te soporto.

―No tiene nada de malo que te guste una chica ―dijo molestándolo, la verdad Hakuryuu dudaba mucho que a Judar le gustase de esa forma su prima, pero era divertido ver la ofensa en sus ojos―. Aunque, es bastante perturbador verte babear por ella sin que puedas hacer más que molestarla con bromas y juegos de niños. Con todo el poder que tienes pensé que tendrías un poco más de tacto con tus métodos de conquista.

―Por favor. ¿Con quién crees que estás hablando? ―lo sostuvo de la camisa zamarreándolo de un lado a otro mientras Hakuryuu seguía bebiendo―. ¿Cuándo vas a aprender a beber? ¡Voy a patearte el trasero para que te conviertas en un hombre! ¡Prefiero tirarte por la borda que llevarte a un laberinto!

―¿Sabes? Eres el único que me habla así ―Judar no respondió pero bufó muy cansando de Hakuryuu―. Cuando mi familia cayó en desgracia después del incendio...

Judar bajó el rostro. Esa noche había sido algo bastante terrible para todos los que vivían en el palacio excepto para él, que miraba todo desde la distancia mucho antes de que si quiera comenzaran las llamas, junto a los criados de la organización

―Fuiste la única persona que no cambió su actuar conmigo. Seguiste tratándome de la misma forma, sin lástima en tus ojos o deferencias por haber perdido la calidad de heredero cuando Koutuku asumió como emperador. Me hacías recordar quien era. Así que supongo que lo quiero decirte es... gracias.

―¿Por qué carajos estás hablando así? ¡Dios! Ni si quiera has bebido una copa. Que patético eres.

Cuando miró de nuevo, notó que Hakuryuu estaba tan borracho que se había quedado dormido junto a él.

Sólo rodó los ojos.

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Kougyoku se sentó sobre su cama cuando escuchó el ruido proveniente desde el corredor. Se había acostado hacía bastante, pero por más que lo intentó, no logró conciliar el sueño. Se dio vueltas de un lado a otro en su camisón de dormir, sintiendo que el cuerpo le picaba y que algo se removía en su estómago con el deseo de hacerla vomitar. Esas voces desde el corredor sólo provocaron que el nerviosismo se acrecentara en ella.

Alguien cantaba.

Se sentó sobre el colchón intentando percibir esa voz y notó que quien lo hacía era Hakuryuu. Pero había alguien más ahí, y estaba bastante segura que ese alguien era Judar sermoneándolo sobre despertar al resto y lo escandaloso que era.

Se puso de pie de puntitas y pegó su oreja a la puerta que daba al corredor. Podía percibir que su primo se quejaba por alguna cosa mientras que Judar seguía gruñendo que dejara de hacerlo. No pudo evitar recordar lo que había sucedido entre ella y el Magi hacía sólo un par de horas antes, y pensó, que quizás la mejor estrategia para ella en ese momento era quedarse justo donde estaba, escondida dentro de su recamara hasta que llegaran a Sindria. Ya no quería volver a tener un encuentro así con Judar. La aterraba que eso que él se había propuesto sobre enamorarla realmente pudiese tornarse en una realidad. Después de todo Judar era un Magi, quizás estaba manipulando de alguna manera para que se sintiera así.

El recuerdo la atormentaba y la hacía creer que de verdad era una mala persona.

De pronto, el ruido cesó.

Ella suspiró aliviada.

―Puedo ver tu sombra a través de la puerta, Solterona ―dijo Judar con gracia.

―¡M-me despertaron! ―se justificó rápidamente―. ¡Ya dejen de hacer escándalo! ―y aunque sólo las recamaras más importantes de todas estaban en ese nivel, sentía miedo de que hicieran tanto ruido que despertaran al servicio.

―Ven a ayudarme con Hakuryuu.

Kougyoku abrió la puerta mirando por la hendidura, con cuidado, y notó que su primo estaba completamente inconsciente en el suelo, murmurando alguna cosa mientras babeaba. Sus ojos subieron en horror mientras se lanzaba a sus pies sin si quiera importarte su inapropiada vestimenta.

―¿Qué le sucede al pobre Hakuryuu-chan? ―le preguntó al borde de llorar―. ¿Nos han atacado? ¿Por qué está...? ―de pronto, su olfato se activó―. ¿Alcohol? ¿Está borracho?

―Sí. Bastante ―sólo entonces Kougyoku miró hacia arriba y notó ese estúpido rubor en Judar también―. No sabe beber, aparentemente. Desearía haberlo sabido antes.

―¡También tú lo estás! ―lo acusó Kougyoku frunciendo el ceño―. No entiendo por qué siempre tienes que estar metiendo a todos en problemas, Judar-chan.

―Yo no estoy borracho. Sólo bebí un poco. No exageres ―rodó los ojos mientras se agachaba y le picaba la mejilla a Hakuryuu para ver si reaccionaba―. Que patético. ¿Por qué no le sacamos la ropa y lo dejamos amarro al mástil? ―rió pensando en el rostro de Hakuryuu si se encontraba a sí mismo en esa posición al despertar.

―No. Esa es una indignidad que no merece ―dijo ella sintiendo un tanto de lástima. Muchas veces Hakuryuu actuaba de forma muy infantil e incluso lloraba si nadie lo veía . Parecía estar sufriendo profundamente por la muerte de su padre y sus hermanos mayores. Quizás por eso había bebido esa noche―. ¿Deberíamos darle agua, no? Tal vez así se sienta mejor ―preguntó preocupada mientras ambos lo ayudaban a ponerse de pie y lo cargaban hasta su recamara, que estaba junto a la de Kougyoku.

―Quizás sea una buena idea que lo hagas ―dijo Judar, indicando que él no estaba dispuesto a ayudarla con eso.

―¡Sujétalo bien! Se va a caer ―gruñó Kougyoku mientras le tomaba el torso para que no volviese al suelo. Sentía que estaba haciendo todo el trabajo―. No puedo creer que seas tan débil.

―¿De verdad vas a hablar de mi fuerza física? ―le preguntó molesto―. Puedo hacer lo que quiera con el rukh.

―¿Puedes hacer que flote? ―le preguntó Kougyoku a lo cual él la miró irritado.

―¡Podría hacerlo si quisiera! Pero el Séptimo tipo de magia es bastante engañosa. No es fácil hacer que las cosas leviten. Podría mandarlo muy lejos o hundirlo... cambiar su peso. Muchas cosas pueden resultar mal.

―Vaya y yo que pensé que eras tan talentoso ―se burló ella.

―Claro que lo soy. ¿Quieres comprobarlo?

―¡Sólo quiero que me ayudes! No lo puedo cargar por mi cuenta.

Mientras discutían, ambos arrastraron de la mejor forma que pudieron a Hakuryuu dentro de la habitación. Con algo de esfuerzo lo pusieron sobre su cama, intentando que su rostro quedara en una posición cómoda y que no se fuera ahogar. Era un barco del imperio, por lo cual no escatimaban en los lujos que llevaban consigo para atender a los príncipes y al Oráculo, no obstante, Kougyoku no creía que fuese adecuado despertar a la servidumbre para que fuesen a atenderlo. Por ello, una vez que quedó tendido sobre la cama tanto Judar como Kougyoku se miraron sin saber qué más hacer.

―¿Deberíamos acostarlo? ―preguntó un tanto avergonzada―. ¿Puedes quitarle la ropa?

―¿Eh? ¡No voy a desvestir a otro hombre! ―dijo riendo ante esa idea―. ¿Por qué no llamas a una criada para que lo haga? ―Kougyoku frunció el ceño ante su sugerencia.

―Porque Hakuryuu es muy digno en su actuar. Se avergonzaría si recordara al día siguiente que los criados tuvieron que meterlo en la cama. Se sentiría humillado.

―Creo que se avergonzaría mucho más de saber que su inocente prima lo vio desnudo.

―Sí, tienes razón ―dijo con una sonrisa mientras le arreglaba cuidadosamente el cabello a Hakuryuu en un cariñoso gesto, poniéndolo atrás de su oreja en una suave caricia. Judar la observó sin saber por qué hacía algo así con Hakuryuu―. Al menos le sacaré los zapatos.

Le retiró las botas a su primo para luego taparlo. Dejó un vaso y el jarro de agua en la mesita de noche de la recamara, le secó la frente de su sudor con uno de sus pañuelos y se quedó un rato observando que él estuviese bien mientras le frotaba la espalda cuando él se quejaba.

Judar la miraba desde la puerta, estudiando la manera en que cuidaba de Hakuryuu. ¿Alguien alguna vez lo había cuidado así también, con afecto y preocupación? Le hubiese gustado tener una hermana o una madre que también lo pusieran en la cama cuando bebía de más. Pero no lo tenía. La verdad, lo único que había en su vida era esa disfuncional familia de primos y hermanos que lideraban el Imperio de Kou. Eso era todo. Y ahora, ver a Kougyoku le recordaba que a pesar de haber estado siempre solos en sus miserias, se habían tenido uno al otro al crecer en ese palacio frío. Ella era parte de la familia que le había tocado y notar el cuidado que ponía en Hakuryuu lo hizo sonreír. Quizás si estuviese un poco ebrio después de todo.

―Eres bastante linda cuando quieres serlo, eh ―Kougyoku subió la mirada hacia Judar sonrojando profundamente, porque no era común en el Magi halagarla.

―Veo que estás ebrio ―dijo, poniéndose de pie con clara incomodidad. Su largo cabello rojo le llegaba casi al suelo, pues lo llevaba suelto.

―Y por supuesto abres la boca y lo arruinas ―Judar suspiró.

―Debo irme a dormir ―dijo la joven saliendo de la habitación de Hakuryuu.

―¿Tan pronto? ―le preguntó Judar siguiéndola por el pasillo una vez cerraron la puerta con cuidado―. ¿Por qué no seguimos bebiendo tú y yo? Tengo de ese licor que te gusta. Lo trajeron especialmente a Sindria para...

―¿El de melocotones? ―preguntó suspirando emocionada. Seguramente era parte de las comidas y bebestibles que Ka Koubun había preparado para tener en Sindria una vez se instalaran en el palacio de Sinbad―. Me gustaría, pero no es apropiado que nosotros bebamos juntos a esta hora. Mira como estoy vestido. Si Ka Koubun o cualquiera nos viera juntos así, tendría una impresión equivocada.

―Que aburrida eres―dijo suspirando, ignorando lo obvio de sus palabras y mirandola de pie a cabeza. Sí, estaba con un camisón de hilo blanco que le llegaba a los talones. ¿Qué importaba?―. ¿Tanto escándalo por ese atuendo de vieja? Te he visto desnuda decenas de veces.

―¿Decenas? ―exclamó horrorizada.

―Eres muy mala cerrando las cortinas en la noche.

―¿Y me espías porque no lo hago? ¿Dejar las cortinas abiertas para que entre el fresco de la noche es una invitación para que me estés mirando mientras me cambio?

―Por supuesto que no. Tengo cosas mucho mejores que hacer que estar mirándote. Sabes perfectamente que el mejor árbol de melocotones es el que está en el patio junto a tu ventana. Siempre me encuentras ahí cuando quieres hablarme, ¿no? ―ella no pudo negar su lógica. Además, entre ellos no había demasiado pudor. Ella también lo había visto desnudo en varias ocasiones. Aunque... eran niños cuando aquello había sucedido. La desnudez no parecía algo muy importante en ese entonces―. Aunque no te ves nada de mal sin ropa, Kougyoku. Deberías aprovechar de lucir más tus senos antes que se te comiencen a caer. Ya estás entrando en esa edad, ¿sabes? ―se burló como siempre hacía con ella y su complejo por envejecer.

―Buenas noches, Judar-chan ―le ofuscada y sonrojada, abriendo la puerta de su cuarto.

―Oye Kougyoku.

―¿Qué? ―gruñó sobre su hombro.

―¿Crees que mis uñas estén mal? ―le preguntó estirando su mano hacia ella, recordando lo que Hakuryuu había dicho sobre su presentación.

―¿Aun a esta edad te muerdes las uñas? ―la joven rodó los ojos―. Pensé que habías acabado con ese horrible hábito. ¿Es que nadie en tu servicio te las limpia? ―le preguntó sorprendida.

―Claro que lo hacen. Sólo que no traje mi servicio en este estúpido viaje. No pensé que fuese para tanto ―Judar miró hacia un costado rascándose la nuca―. ¿Me las arreglarías antes de dormir?

―¿Ahora? ―preguntó extrañada.

―Sí.

―¿No crees que es un poco tarde?

―¿Qué importa? Nunca tenemos horarios en el Palacio. Pasas todo el día con tus tratamientos tontos de belleza ―se quejó Judar, creyendo que ella estaba dando excusas.

―No creo que sea apropiado que entres a mi habitación para algo así. Soy una mujer comprometida.

―¿Tienes miedo de estar a solas conmigo, Solterona?

―¿Miedo? ―preguntó Kougyoku inflando las mejillas.

―Sí. Miedo.

―¿Por qué debería tener miedo de algo como eso?

―Porque si sigues pasando tanto tiempo a solas conmigo, terminarás enamorándote de mí ―su sonrisa se volvió infantil y ella frunció las cejas en molestia.

―Pasa. Te arreglaré las uñas.

Kougyoku se repetía una y otra vez en la mente que no sentía nada por Judar y que estaba siendo un idiota. No obstante, tan pronto puso entre ambos la cajita de madera en que guardaba todos los implementos para cuidar sus uñas y se sentaron en el suelo sobre la alfombra, su corazón empezó a golpear nervioso. La mirada de Judar sobre ella la inquietaba. Podía percibir por el rabillo de sus ojos que él estaba mirándola, estudiando sus movimientos mientras limaba sus uñas y las limpiaba. ¿Qué estaba tramando?

―¿Me pondrás esa cosa con olor a cacao? ―dijo Judar mirándola fijamente a los ojos.

―¿Cómo sabes que tengo una crema de mantequilla de cacao para las manos?

―Una vez cuando tenía ocho años revisé esa caja pensando que tendrías algo para comer dentro. Olía a chocolate ―confesó riendo despreocupado y un tanto alegre―. No imaginé que tenías toda una colección de aparatos para la tortura. Me asusté bastante intentando descifrar para qué usarías todas esas pinzas, tijeras y limas. Creí que intentarías embrujarme o algo peor. Por eso te llamaba Bruja cuando éramos niños.

―Y luego me llamaste "Vieja" Bruja cuando crecimos. Como me irrita cuando me llamas así. Aunque no descartaría del todo esa idea de embrujarte si sigues siendo cruel conmigo. Quizás te convierta en un sapo o algo igual de desagradable ―dijo a modo de broma, para luego subir su mirada y encontrarse con sus ojos rojizos que lucían más tranquilos de lo normal. Quizás sí estaba un poco bebido, y aquello le daba un extraña oportunidad para que fuese honesto con ella―. ¿De verdad querías arreglar tus uñas o usaste eso como excusa para estar a solas conmigo? ―le preguntó tomando su mano y poniendo un poco de pasta de bicarbonato sobre sus uñas.

―¿Quién sabe? ―dijo subiendo los hombros.

―Quizás estás celoso porque me voy a casar con el hombre que siempre has admirado ―se miraron en silencio un momento y luego él bufó―. ¿Lo estás? ¿Estás celoso porque siempre quisiste ir en una gran aventura con Sinbad?

―¿De qué hablas? Nunca podría sentir celos de alguien como tú. Además ya fui en aventuras con él ―rió haciendo que Kougyoku bajara el rostro un tanto apenada por la forma en que descartaba aquello―. Sólo estoy aburrido. Me irritan los viajes en barco. Habríamos llegado más rápido en una alfombra.

―Intenta no moverte por favor ―le dijo mientras cepillaba con cuidado las uñas de Judar junto con la pasta.

El Magi la observó en silencio mientras ella trabajaba con cuidado sobre sus manos. Bastantes veces al crecer fue víctima de las tendencias de moda de Kougyoku, pero nunca antes le había arreglado las uñas. No supo muy bien por qué no se lo permitió hasta ese instante, cuando sí le había permitido que le aplicase aceite de argan en su cabello para cuidar las puntas, así como una vez también la dejó que le pusiera una mascarilla de crema de melocotones en el rostro. Recordaba haber pasado toda la tarde pegoteado y seguido por abejas. Sonrió con esa memoria, sintiendo una extraña melancolía al saber que todo eso se había acabado.

Ella no volvería a Kou. No estaría más ahí cada vez que estuviese aburrido, ni lo despertaría en medio de la noche para ir por bocadillos al centro de la ciudad, disfrazados de campesinos.

―Mete tus manos aquí ―le dijo Kougyoku pasándole una pequeña fuentecita y virtiendo agua desde el jarrón de su mesa de noche―. ¿No se ven mejor tus uñas ahora? ―le preguntó poniendo una suave toalla sobre sus manos.

―Las veo igual ―respondió, pensando que quizás era la última vez que ella probaba sus estúpidos métodos de belleza sobre él―. ¿Si quiera sirve esa crema?

―¡Claro que sí! ―exclamó Kougyoku contenta mientras le miraba las manos―. ¿No lo ves? Están limpias y brillantes. Siempre deberías cuidar tus uñas. Las manos son lo primero que los hombres estrechan al saludarse. Eso dice mucho del carácter de alguien.

―Nada mal ―dijo acercando su rostro a sus manos―. Se ven como las tuyas. ¿No me quita esto puntos de masculinidad?

―Claro que no, Judar-chan.

El joven se puso de pie y le estiró la mano para ayudarla a pararse. Ella se apoyó en el gesto para poder levantarse del suelo. Se miraron un momento en un incómodo silencio en que Kougyoku percibió que algo le molestaba. Había una cierta introversión en él que no solía ser muy típica, como si quisiera decir algo pero se lo estuviera guardando en un lugar muy profundo dentro de sí mismo.

―¿Te sucede algo? ―le preguntó intentando no pensar en lo obvio. Habían vuelto a besarse y al igual que la vez anterior, parecía que iban a decidir ignorarlo y pretender que nada había ocurrido―. ¿Quieres que te cepille el cabello?

―¿Cepillarme el cabello? Por favor, mi cabello es incluso más bonito que el tuyo ―Kougyoku infló las mejillas un tanto avergonzada y se escondió detrás de sus amplias mangas blancas para que él no viese que le irritaba que criticara su cabello―. Deberías estarme pidiendo consejos a mí para arreglar tus risos secos. Luce como el cabello de un espantapájaros.

Kougyoku bajó la mirada sintiendo una extraña melancolía en ese usual intercambio de insultos. Se sentía tan familiar esa interacción entre ellos.

Judar suspiró cuando nadie dijo una sola palabra más.

Por mucho que estuviesen fingiendo que todo estaba bien, que nada fuera de lo común sucedía entre ambos, cada uno tenía un pensamiento distinto rondando en su cabeza. Kougyoku quería saber por qué se seguían besando de esa forma cada vez que discutían y él pensaba que había perdido a uno de sus candidatos a Rey, a alguien que había escogido en su labor como Magi.

―¿Debería irme, no? ―dijo finalmente Judar encogiéndose sólo un poco entre sus hombros como si se quisiera estirar―. Si Ka Koubun se despierta y me ve acá, no puedes lanzarme por una ventana o algo para esconderme.

―Sí ―dijo ella y Judar asintió, dándole la espalda y comenzando a caminar hacia la puerta. Pero Kougyoku no podía permanecer más tiempo callada―. Espera. ¿Por qué tú...?

―Me preguntarás por qué te besé, ¿No? ―Judar se detuvo dándole la espalda―. Que aburrido. No quiero hablar de algo así.

―Ya lo sé ―dijo ella con un hilo de voz mientras la garganta se le apretaba―. Pero, ¿no podrías hacer un esfuerzo y decirme qué sucede entre nosotros? Es... es muy raro.

―¿Un esfuerzo, eh? ―suspiró y se volteó. Él parado en la puerta, ella bastante lejos, junto a su cama―. Está bien, Solterona. Te lo diré. Simplemente, no quiero que nada cambie entre nosotros. ¿Es tan difícil de entender? ―Kougyoku bajó la mirada, confundida―. ¿Por qué no podemos permanecer tal como estamos ahora? ¿Por qué tienes que arruinarlo todo casándote y quedándote en Sindra? Incluso Hakuryuu estará allí una temporada. ¡Y no soporto eso! ―bufó cansado, como si admitir algo de ese tipo lo dejara exhausto―. Incluso tu estúpido rukh está actuando raro.

―¿Qué hace de raro? ―ella sabía que Judar podía ver el rukh, le hablaba.

―Actúa extraño. Se mueve lento y torpe cuando estamos juntos... y hace que el rukh a mi alrededor haga lo mismo tornándose de un horrendo color dorado rojizo.

―¿Y qué quiere decir eso? ―preguntó entusiasmada, a lo cual los ojos de Judar se volvieron oscuros.

―No lo sé. ¡Nada! Que tu destino está en Sindria ―se dio la vuelta y abrió la puerta, pero Kougyoku vio en esa mirada que algo realmente lo molestaba, a diferencia de las otras tonterías que hacían. Parecía algo serio.

―Espera ―le pidió caminando con pasos rápidos hacia él, sujetando su brazo en el corredor.

―¿Qué?

―Tú no quieres eso. ¿Verdad? No quieres que esté en Sindria y me case con Sinbad-sama. ¿Eso es lo que te tiene así, Judar-chan?

―No te llevé a laberintos y te hice fuerte para que le dieras todo a Sinbad. Era para mí ―Kougyoku sintió que su estómago se apretaba cuando él dijo eso―. Todos ustedes son míos ―dijo apretando el puño―. No te cases con ese hombre Kougyoku. Vámonos lejos en una aventura nueva. Vámonos ahora y conquistemos otro laberinto. No porque nos lo ordenen sino porque es lo que queremos hacer. ¡Volvernos cada vez más fuertes! Estamos cerca de...

―No puedo ―dijo ella con un hilo de voz, bajando el rostro con tristeza. ¿Por qué de pronto la idea de casarse se le hacía tan dolorosa―. Siempre quise casarme con un hombre como Sinbad-sama. ¿Por qué no estás feliz por mí? ¿Es que el rukh no te dice que seré feliz con él? ¿Es eso?

―¿Quieres saber lo que me dice tu rukh? Te lo diré ―exclamó Judar tomándola de los brazos, respirando agitado. Le costaba confesar aquello, algo que él siempre había notado y que juró nunca decirle porque era una estupidez. Era mucho más fácil sólo empujarla lejos cuando su rukh comenzaba a bailar a su alrededor―. Voy a cambiar tu destino si sigues cerca de mí.

―¿Y eso es malo?

―El destino te guía a Sindria. Y yo puedo cambiar el flujo de ese destino si tú lo aceptas ―Judar posó una de sus manos en la mejilla de Kougyoku y le sonrió con gracia, como si todo fuese una gran broma―. Y si soy egoísta, e impido que te unas a ese hombre... si cambio tu destino y te hago caer por seguirme... te voy a destruir.

―Quizás mi destino esté... ―dijo bajito.

―¿Conmigo? No lo creo ―respondió Judar confundido mientras veía el rukh que bailaba alrededor de ambos. Era brillante, y se mezclaba con aquel rukh negro que emanaba de él―. Creo que tu destino te lleva a Sindria por algún motivo.

―Judar-chan... ¿Y si mi destino no es ese? ¿Qué tal si no soy lo suficientemente buena para él? ¿Y si no me ama también...? Yo no sé por qué estoy tan nerviosa ante la idea de llegar a ese lugar. A veces me siento a mirar mi vestido de novia y lloro creyendo que no soy digna de él y que se dará cuenta cuando me vea.

―¿Quieres escapar de ese destino que te lleva a Sindria, Kougyoku?

Los labios de la joven temblaron sin una respuesta, bajando el rostro. Le era imposible seguir viendo a Judar a los ojos. Percibió cómo su corazón se desbordaba con esa caricia en su mejilla y esa pregunta que flotaba alrededor de ambos.

Judar supo que no le importaba lo que ella respondiera. No iba a permitir que Sinbad se llevase a una de sus elegidas. Era suya. Y ella ni si quiera estaba tan convencida de desear abandonar todo en Kou para vivir en esa isla apestosa. ¡Definitivamente no iba a permitir que Sinbad se la arrebatara! Antes prefería matar a Kougyoku que darle el placer a Sinbad de ganarle en algo tan importante como su labor de Magi.

Sin palabras de por medio, Judar la besó y sus labios quemaron en ansiedad los suyos. Curiosamente, Kougyoku volvió a percibir ese sabor frutal y dulce en él. Quizás se debía a que había estado bebiendo licor de melocotones.

Las manos Judar se posaron con cuidado alrededor de la cintura de la joven, abrazándola, acortando delicadamente la distancia entre ellos. Sin poder resistirse a esa cercanía, Kougyoku se sostuvo del cuello del Magi mientras inclinaba su rostro hacia arriba para alcanzarlo. Aunque la pasaba por unos diez centímetros, no pareció importarle mientras se agachaba para estrecharla contra él.

Aquel beso suave, lento, titubeante y nervioso, hizo emerger lentamente el angustiante deseo de tenerse cerca. Kougyoku no supo precisamente en qué momento la desesperación por él la embargó, pero de pronto hubo entre ellos un festín de gemidos y jadeos vergonzosos en el cual el decoro lentamente comenzó a abandonarla.

Que masculino sonaban los quejidos roncos de Judar que vibraban sobre sus labios. Nunca pensó que el Magi tuviese algo particularmente varonil en su persona ―excepto su evidente cuerpo que mostraba con el mismo orgullo con que lucía su larga cabellera― pero al tenerlo tan cerca, no pudo evitar sentir un extraño calor al estar entre sus brazos que parecían saber muy bien lo que hacían. A pesar de que ella era más fuerte y rápida que Judar, se vio a sí misma incapaz de frenar su avance. No deseaba frenarlo.

Los pensamientos se apagaron lentamente. Las voces de su consciencia, que le indicaban que eso estaba mal, que era inapropiado, escandaloso y pecaminoso, fueron relegadas al olvido. Sólo dejó que su corazón dictaminara lo que realmente deseaba en ese momento. ¿Por qué se sentía tan normal y familiar estar así? Parecía como si todo ese tiempo hubiesen bailado un vals intentado llegar justo a ese instante en que nada los separaba, ni su título de princesa, ni la oscuridad de Judar, el destino, el rukh o la soledad en que ambos vivían. Parecía que ambos escribían su propia historia y comprendió lo que Judar decía sobre hacerla caer con él. ¿Era ese el destino que la unía a Judar? Esa parte de Kougyoku que estaba desesperada por ser amada se derritió como miel entre los brazos del Magi y le permitió quebrar esa angustiante soledad que rodeaba a ambos, aunque eso comenzara lentamente a teñir su rukh de oscuridad. No le importaba. No le importaba caer con él si podía seguirlo.

El deseo de Judar de no compartirla lo convirtió por un momento en alguien bastante territorial que quería dejar su marca en cada centímetro de ella para que nunca nadie le quitara su candidata a Rey. Su cuerpo vibró en emoción al sentir como el rukh de su Princesa era manchado por el negro, al rechazar su propio destino.

Kougyoku era suya, él la había encontrado entre los desperdicios del Palacio, desechada y descartada como una pieza inservible. Pero él vio su fuerza. Él vio esa mirada desolada y desesperada que le indicaba que había una cierta oscuridad creciendo allí que la haría vencer cualquier cosa para obtener lo necesario que la hiciera resaltar entre sus hermanos. ¿Por qué entonces tenía que compartirla con alguien? Él la había alzado sobre el común de los hombres, la había elegido como su candidata a liderar ese mundo junto a él, crear caos, guerras y cambiar el destino. ¿Por qué iba a dejar que todo ese potencial se perdiera para que ella se pusiera a parir los hijos de Sinbad? No estaba dispuesto a desaprovechar a ningún miembro de esa familia, la verdad. Eran todos suyos. Pero Kougyoku lo eran aún más.

Y entre esos pensamientos contradictorios, Kougyoku percibió cómo todo el cuerpo de Judar se tensaba contra el de ella, apegándose uno al otro con una desesperación desconocida. ¿Sería porque era algo que ambos habían deseado hacer hacía bastante o por el contrario, porque ninguno de los dos sabía realmente por qué estaba sucediendo? ¿Cómo era posible que sus juegos de niños, en que él le gastaba una broma y ella refunfuñaba, se hubiesen tornado en ese aberrante intercambio de saliva? Kougyoku no lo sabía. Pero le parecía bastante agradable esa sensación que cosquilleaba en todo su cuerpo deseando que ese momento no tuviese que acabar.

Para su sorpresa, volvió a sus sentidos cuando Judar la empujó dentro de la habitación, cerrando la puerta tras él con su pie.

Se separó de golpe del cuerpo del joven cuando se percató que sus manos se dirigían ansiosas hacia su espalda para buscar el nudo con que su camisola de dormir permanecía amarrada.

―Es-espera Judar-chan ―dijo intentando recobrar la cordura y el ritmo normal de su respiración―. Yo... yo no... ¿Qué estamos haciendo? ―Judar la miró irritado, rodando los ojos mientras volvía a acortar la distancia entre ellos para besarla.

―No lo arruines hablando ―dijo tapando la boca de Kougyoku con sus labios, empezando a desatar los listones en su espalda.

―N-no podemos hacer esto ―ella se retiró hacia atrás―. Me voy a casar en quince días ―dijo horrorizada.

―De verdad no te entiendo. ¿Qué es lo que quieres? ¿Qué permita que eso suceda? ―Judar sonó extrañamente serio mientras le tomaba el rostro con ambas manos y la observaba fijamente a los ojos―. Sólo estamos tú y yo aquí. Sólo nosotros. Sólo nosotros importamos de cualquier forma.

Judar acercó con lentitud su boca a la de ella y la besó nuevamente, un tanto más lento, pero de una forma tan íntima y profunda que le hizo temblar las rodillas a la joven. ¿Por qué no podía ser como él que vivía el momento y se olvidaba de todo tipo de consecuencia? Ella en cambio sentía que su cabeza iba a explotar con todas las repercusiones que tendría estar así con él.

De pronto las manos de Judar se movieron para desabrochar los lindos botones de su camisola a la altura de su pecho, revelando más piel de la que era apropiado mostrar. No obstante, no reaccionó de inmediato a ello, como si entre ambos se estuviese revelando un nuevo secreto.

―¿Qué haces? ―gimoteó completamente avergonzada cuando los labios de Judar empezaron a bajar por su torso y sus manos le sujetaron los senos apretándoselos levemente. Kougyoku llevó sus manos al borde de los encajes de hilo y se cubrió, retirándose hacia atrás. Sólo entonces pareció darse cuenta de lo que había estado haciendo y se horrorizó consigo misma.

―¿No es obvio? ―preguntó Judar levantando su rostro hacia ella un tanto extrañado.

―Debes irte ahora ―dijo nerviosa, retrocediendo con pasos temerosos, alejándose de él como si fuese una enfermedad que la iba a llevar a lo más bajo de la existencia.

Judar sintió como si le hubiesen golpeando en el estómago al ver esa expresión en ella.

Pero Kougyoku parecía demasiado enfocada en sí misma y el rostro de su madre que vino a su mente mientras sudaba frío, incrédula de lo que acababa de permitirse. Quería alejarse de Judar, que él dejara de mirarla así. Estaba tan avergonzada y asustada. ¿Cómo era posible que hubiese permitido que un joven le hiciera algo así? Y no cualquier joven, sino Judar. ¡Judar de todas las personas! ¿Acaso podía caer más bajo que eso? Ellos eran como hermanos. Habían crecido juntos. Definitivamente no era digna del título de princesa. ¿Qué tipo de princesa engañaba así a su prometido días antes de su matrimonio?

Judar la observó primero incrédulo, luego herido y finalmente enojado. Si Kougyoku no hubiese estado tan desconcertada se habría percatado que acababa de rechazarlo en el momento más vulnerable que había tenido en su vida, en el que por primera vez había admitido a su modo que ella era distinta para él, aunque ni si quiera se diese por enterado de sus propios sentimientos o lo que había confesado. Dar ese paso había sido monumental para él entre sus deduas de ser quien Al-Thamen había creado y la persona que residía debajo de toda esa soledad y odio. Ver que su intento por encontrarse a sí mismo había sido en vano, le agrió el humor.

El entusiasmo que había mostrado en un comienzo desapareció. Bajó las manos soltándola en el proceso, sin intenciones de volver a insistir en que continuaran con esa cercanía que lo mantenía entre la fina línea del instinto y el raciocinio. Su respiración estaba tan agitada que su pecho bajaba y subía con furia. Su mirada se volvió lejana mientras intentaba mantenerse ahí, observándola, intentando comprender por qué le dolía tanto en su orgullo esa reacción en ella.

De pronto bufó y caminó por la habitación hasta sentarse sobre la cama de Kougyoku para reclinar su cuerpo hacia atrás, apoyado por sus manos.

Su mirada se volvió bastante sombría.

―¿Entonces? ―suspiró pesado―. ¿Vamos a coger o no?

Los párpados de Kougyoku subieron en sorpresa; la palabra coger la hizo sentir como si fuese una cualquiera que estaba ahí para complacerlo.

―¿Eso es lo que quieres? ¿Sólo alguien con quien coger? ―le reclamó odiando el sonrojo en sus mejillas y ese tonto momento de debilidad.

―Claro, estoy bastante aburrido en este viaje de mierda y es todo por tu culpa. Al menos deberías hacer algo para divertirme.

―¿Cómo fui tan estúpida para caer en otro de tus juegos? ―una fría sensación le recorrió la espalda―. No sé en qué estaba pensando. Yo nunca te he importado sólo querías...

―¿Cogerte? ―bufó con gracia mirándola con una amarga sonrisa―. ¿Cómo debería decirlo entonces para que suene como si me importaras y así te calles de una vez? ¿Vamos a co... digo, Haremos el amor? ―se largó a reír aún más fuerte después de ello.

La risa de Judar resonó a su alrededor mientras el pecho se le apretaba.

Lo venía escuchando reírse de ella desde que eran niños. Día tras día se mofaba de sus inseguridades, de su aspecto, mérito y talento, como si verla avergonzada y en miseria le causara algún placer enfermizo. En cierta ocasión había pensado que quizás torturarla era su forma favorita de matar el tiempo muerto en el Palacio, pero nunca comprendió por qué ella de todos sus hermanos.

―¿Coger... hacer el amor... sexo...? ―continuó burlándose―. ¿Qué más da cómo se dice? Decídete pronto porque todo este patético desplante tuyo hace bastante difícil que se levante.

―Ya cállate. Nunca lo has hecho tampoco ―le dijo con resentimiento. Su vanidad se sentía complacida de poder tener esa pequeña venganza, ese minúsculo momento en que sabía a la perfección que Judar no tenía idea de lo que hablaba. Era cruel al decirlo, pero quería herirlo tanto como él la había herido con su risa y Judar subió los parpados al ver el rukh alrededor de ella tornarse de ese tono oscuro―. Sabes tan poco de eso como yo.

―No mentí con lo de tus sirvientas. Sabes que nunca miento con asuntos importantes ―Judar subió los hombros algo incómodo de tener que repetirlo―. Todos lo hacen en el palacio, excepto tú y tus hermanas. A ustedes sólo les permiten la compañía de eunucos, ¿no? ―Judar rió pensando en ello nuevamente.

―No me refería a eso ―Kougyoku dijo con seriedad, para luego sonreír triunfante, mirándolo hacia abajo―. Nunca has hecho el amor.

―Ya te dije que...

―Sólo coges.

―¿Acaso hay una diferencia?

―Claro que la hay. ¿No te lo enseñaron tus tutores mientras crecías? Te crees tan listo, pero la verdad, es que no sabes nada. Supongo que nunca lo entenderías ―la mirada en ella se volvió oscura y aquello atrajo a Judar como una polilla al fuego. La admiraba cuando tomaba esa fuerza sus ojos rojizos―. Nunca sabrás lo que es que una persona se entregue a ti porque realmente te desea. Por eso te aburre encamarte con sirvientas, ¿no? Hasta tú lo notas. Sólo "coges" con el servicio, porque nadie nunca sería capaz de entregarse a ti libremente. Sólo lo hacían porque se les pagaba por ello.

La risa de Judar cesó, su rostro se volvió serio, sus labios se fruncieron. Hasta el rukh a su alrededor se sintió pesado.

―Porque ―una mueca divertida se asomó en su rostro mientras su rukh oscuro se mezclaba con el de Kougyoku―. ¿Nunca nadie sería capaz de amarme, verdad? ―preguntó lentamente mientras se borraba su sonrisa y todo a su alrededor parecía oscurecer.

El ambiente entre ellos se volvió tan tenso que Kougyoku pensó que esta vez quizás si iban a pelear y sinceramente no le importaba si hundían el barco en el proceso. El joven se puso de pie y caminó lentamente hacia ella con el semblante rígido, sin mover sus intensos ojos rojos de los de ella. Finalmente, cuando estuvieron tan cerca que podrían haberse vuelto a besar, Judar sonrió de forma perversa.

Ella conocía a la perfección ese gesto en él y su estómago se contrajo de miedo; supo que fuese lo que fuese que abandonara su boca cuando comenzara a hablar iba a doler tanto como una bofetada.

Quizás más.

―¿Qué podría saber la hija de una puta sobre el amor? ―Judar alcanzó a sostener la mano de Kougyoku antes de que ella intentase golpearlo.

―¡Te dije que nunca hablaras sobre mi madre!

―¿Qué importa la puta esa? ¡Te abandonó! Deberías odiarla, no defenderla.

Kougyoku sintió que sus mejillas ardían de vergüenza y humillación, pero él tenía un punto. Su madre la había entregado sin resistencia. Nunca había vuelto a saber de ella. A veces creía que estaba muerta, pero no se permitía pensar en aquella mujer. Era sólo una prostituta de los barrios de placer de la ciudad Imperial. Ella había salido de ahí, de las cloacas, cuando su cabello rojo la evidenció como hija del nuevo emperador. Había vivido en completo abandono en sus dependencias del Palacio hasta que Ka Koubun fue asignado en su servicio.

―Nunca nadie te ha amado tampoco, Kougyoku. Ni a ti, ni a mí ―el gesto en él se volvió algo parecido a la fascinación mientras la contemplaba. ¿Cómo había ignorado todo ese tiempo que ella estaba tan cerca de caer? Sólo necesitaba un pequeño empujón―. Esa es la mirada que me gusta en ti, Kougyoku. La intensa oscuridad que emana de ti cuando recuerdas que estás sola, como yo. Me hace recordar por qué te elegí para ir por Vinea.

―¡Pero yo quiero que me amen! Tú sólo alejas a todos de ti porque eres demasiado cobarde como para sentir afecto ―exclamó con desdén.

―¿No se te ha ocurrido, que quizás, ni si quiera sepa cómo sentir algo así? ―el joven sonrió con gracia―. La organización y esa Bruja Puta me dieron todo lo que quería, hasta el deseo más insignificante ―soltó la mano de Kougyku mirando hacia un costado, recordando un momento lejano en sus memorias―. Sólo necesitaba apuntar mi dedo hacia algo y era mío. Pero nunca tuve una madre que me abrazara o un padre que me llevara consigo para cosechar los cultivos. Nunca vi el lugar donde nací o los hermanos que pude haber tenido hasta que el Magi enano me los mostró. ¿Es realmente mi culpa no saber cómo reaccionar con tus estúpidos sentimientos? ¿Acaso crees que eres la única que desea que la amen? ―sus labios temblaron y Kougyoku pudo jurar que los ojos se le llenaban de amargas lágrimas.

―Judar-chan... ―ella frunció las cejas en un gesto de tristeza―. Yo... lo sient...

―No me mires así ―de pronto, como si nada, comenzó a reír―. Que tonta eres.

―¿Por qué siempre haces eso? ―exclamó frustrada, sabiendo que su desplante había sido sólo una broma para hacerla sentir culpable.

―¿Qué? No me pongas en tu nivel. ¿Crees que igual que tú me voy a poner a lloriquear por todo lo que me quitaron? Que patético ―ambos se quedaron quietos y finalmente Judar le soltó la mano, poniendo sus dedos sobre los labios de la joven acariciándolos con sus yemas―. Tienes un lado muy perverso Kougyoku, yo lo he visto. Me causa gracia que intentes esconderlo con tanta fuerza. Quizás por eso te besé en el pasillo ese día. Y ahora. Y lo seguiré haciendo hasta que dejes de esconder quién eres. Siempre he pensado que me acerco a ti porque eres tan desdichada como yo. Porque puedes entender lo que es vivir sin que a nadie le importes. Eso es lo que te hace fuerte.

―Yo quiero importarle a alguien ―murmuró acongojada―. Quizás... quizás a Sinbad-sama le pueda importar cuando nos casemos ―dijo con un hilo de voz. Sólo escuchar el nombre del Rey de Sindria hizo que Judar frunciera los labios en desagrado y bajara su mano―. Quizás él pueda amarme.

―¿Sinbad? ―hubo un claro rencor en su voz cuando lo preguntó―. No veo mucha diferencia entre lo que hacía tu madre vendiéndose por monedas, a lo que harás tú ahora. Sinbad también te compró.

―¡Cállate, Judar! ¡Maldito idiota! ―exclamó frunciendo los labios temblorosamente―. Yo... yo no soy... como ella.

―Oh, ya entiendo ―la realización pareció provocarle placer. Era el mismo rostro que lucía cuando una de sus bromas salía bien y ella terminaba persiguiéndolo por el jardín―. Temes ser igual a esa prostituta, ¿no? ―Kougyoku sentía tanta vergüenza como si hubiese estado desnuda frente a él―. Quizás lo seas ―Judar se acercó a ella tomándola sorpresivamente por la cintura y tirándola hacia él―. Y piensas... ―los ojos de Judar se posaron sobre ella como si estuviese leyendo su rukh―... que no puedes rechazarme cada vez que te he besado porque te pareces a ella.

―No soy como mi madre... ―susurró dejando caer su rostro, forcejeando por soltarse, sintiéndose tan infinitamente pequeña.

―Entonces, la única otra alternativa para que me besaras así, es... ―Judar acortó la distancia entre sus rostros y la miró con seriedad. Ella dejó de moverse paralizada de lo que él estaba por decir―... que sientas algo por mí.

―¿Quieres que lo sienta? ―Judar no respondió y Kougyoku se sintió tan ofendida por su silencio que su orgullo se apoderó de ella―. Por favor, ¿De todas las personas por las cuales podría sentir algo, crees que precisamente sentiría algo por ti? ―bufó como si la idea le pareciera tan ridícula.

―Yo leí lo que decía el diario, Kougyoku. Y ahora, tú...

―¡Sólo fue un momento de locura temporal que ya saqué de mi sistema! Quería saber qué se sentía. A quién realmente deseo besar es a Sinbad-sama. ¡Lo voy a besar el resto de mi vida! ¿Acaso no leíste eso en mi diario también? Claro que lo hiciste. Sabes que yo lo am...

Judar movió inesperadamente su rostro hacia el de ella e interrumpió sus palabras con un beso. Kougyoku retrocedió rápidamente y lo bofeteó con tanta fuerza que sus manos dolieron.

Judar miró la mano de Kougyoku confundido, preguntándose cómo era posible que ella hubiese logrado darle un golpe así de fuerte que ahora ardía como mil demonios en su rostro. ¿Acaso el rukh no lo había protegido de algo así? ¿Sería porque la tenía entre sus brazos? No lo sabía. Tampoco le importó cuando volvió a besarla, atrapando sus labios rojos entre los suyos y penetrando la boca de la joven con su lengua. Cuando ella lo intentó morder se retiró hacia atrás evitando que lo hiciera.

―¿Qué sientes ahora? ―le preguntó con seriedad―. ¿Aun amas a tu Sinbad?

―¡Siento asco! ―exclamó Kougyoku, confundida, pero sobre todo enojada, tambaleándose―. ¡Suéltame!

El joven volvió a besarla, sujetando su rostro con ambas manos mientras daba un paso adelante, apegando su cuerpo al de ella. Kougyoku perdió levemente el equilibrio por la brusquedad del movimiento, pero alcanzó a poner sus manos sobre el pecho de Judar, empujándolo de nuevo hacia atrás con bastante fuerza.

―¿Y ahora? ―preguntó el Magi cuando ella logró separarse― ¿Qué sientes por mí, Kougyoku?

―¡Deja de jugar conmigo como si...!

Sus palabras fueron interrumpidas cuando él la tomó por la cintura y la apegó a su cuerpo volviendo a besarla. Mientras forcejeaban entre ellos, Kougyoku terminó por pisarse el camisón cayendo sobre la alfombra.

Se arrastró hacia su cama sosteniendo lo primero que encontró, la caja de madera en la que guardaba los utensilios para arreglar sus uñas y se lo arrojó al rostro. Judar esquivó la caja, pero no así el libro que la siguió que se titulaba "Las Aventuras del Conquistador de los Siete Mares". Curiosamente, su borg se activó evitando que el pesado libro lo golpeara, como si el ruhk de verdad lo intensase proteger esta vez de la locura en que ambos habían caído.

Ambos terminaron saltando sobre la cama, ella replegando sus fuerzas para darle una paliza mientras buscaba su contenedor de metal entre las almohadas, él saltando encima de la cama para impedir que lo alcanzara. Cuando logró sujetarle las manos, Kougyoku lo lazó sobre el colchón sujetando sus piernas, haciéndolo caer. Mientras ambos rodaban entre las sábanas, golpeándose con las almohadas, comenzaron a gritarse uno al otro cuanto se odiaban.

Habían peleado así muchas veces siendo sólo niños, pero hacerlo ahora cuando ambos eran adultos parecía bastante más intenso.

La pelea pareció terminar cuando él logró impedir que pudiese seguir moviéndose sujetandole ambos brazos, sentándose encima de su vientre y atrapándola contra el colchón. En ese momento mientras ambos se miraban en la confusión de plumas flotando, con sus alientos descontrolados, volvieron a besarse.

Kougyoku frunció el ceño mientras sentía el calor del cuerpo de Judar cubrirle la piel semi desnuda de sus hombros y pecho. La manera en que la sujetaba contra él la hizo estremecerse. Judar posó sus manos en la espalda baja de la joven, impidiendo que se separara de él, no con brusquedad, sino con firmeza. La seguridad en sus actos la apabulló, sin entender por qué en el fondo de su corazón, deseaba que estuviesen así, por mucho que todo lo que decía la hería, aunque constantemente la alejara... ella sí sentía algo por Judar y saberlo le dolía en medio de su pecho desde que eran pequeños niños.

Su relación siempre había sido tan extraña. Parecía como un cortejo nupcial entre dos animales inadaptados.

―¿Y ahora?... ―susurró suavemente Judar cuando se separó de los labios de Kougyoku, respirando pesadamente, labios temblorosos, mirándola con un gesto que lucía tan confundido como el que mostraba ella.

―¿Por qué me torturas así? ―le preguntó Kougyoku con lágrimas en los ojos―. Odio tus juegos.

―¿Realmente crees que es un juego? ―y admitirlo parecía ofuscarlo―. Cuando jugamos me río de ti. ¿Me ves riendo ahora? No creas que a mí me hace demasiada gracia todo esto, Bruja.

Volvió a acercar sus labios a los de ella y la besó de forma lenta, pero tan intensa que Kougyoku sintió que temblaba. Esta vez a diferencia de las demás en que la sorprendió, no logró moverse o quiso seguir intentando buscar una forma de rechazarlo, hundiéndose entre las almohadas con él sobre ella.

Para su sorpresa, en medio del caos de plumas que flotaban entre ellos por los golpes que se habían dado con los cojines, se encontró a sí misma respondiendo su beso.

¿Qué tal si todo eso no era un juego más? ¿Qué tal si lo que había entre ellos era de verdad? Se sentía bastante real, como los cuentos que solía leer de doncellas y valientes guerreros que las rescataban de innumerables peligros. Eran novelitas que una princesa no debió haber leído, pero lo hacía, llenando su corazón de romances imposibles.

Si bien se sentía completamente enamorada de Sinbad, lo que estaba experimentando era distinto. Su corazón latía con furia y experimentaba un antojo por Judar que creyó imposible. Algo había cambiado entre ellos, pero no sabía desde qué momento había sucedido. ¿Podía si quiera confiar en él? Probablemente no. La aterraba todo aquello, pero no podía evitarlo.

―¿Y ahora? ―preguntó Judar, separando sus labios pero apoyando su frente en la de ella, respirando de forma temblorosa―. ¿Aun quieres que te suelte?

―No... ―susurró Kougyoku con los ojos cerrados, poniendo sus manos en los hombros de Judar.

―¿Estás segura de eso? ―ella asintió a su pregunta sin poder articular palabras debido a que le faltaba el aire.

Permanecieron inmóviles ahí, uno sobre el otro, ojos cerrados y respiración descompuesta. Judar estaba rígido, como si todo eso también lo pusiera incómodo, pero permitió su cercanía.

―Nunca mientes con algo importante, ¿verdad? ―preguntó Kougyoku abriendo los ojos. Él suspiró y también los abrió, apoyándose con las palmas en los costados de la joven para poder elevarse un poco y así poder verla.

―Ve al punto.

―¿Desde cuándo...? ―Judar suspiró pesado, irritado, su cuerpo se tensó incluso más si era posible. Kougyoku creyó que él estaba a punto de volver a huir como siempre hacía cada vez que ella quería saber algo importante. Tuvo que sostenerle los brazos para que él no se levantara del colchón―. Espera, por favor. Sólo dime la verdad. ¿Desde cuándo sientes...? ¿Desde cuando quieres que tú y yo?...

―¿Por qué no puedes entender que no me gusta hablar de cosas así? ―respondió irritado, forzando la forma de poder alejarse de ella. Terminó sentado sobre la cama con las piernas una sobre la otra, dándole la espalda―. Es tan aburrido y cursi. Me agotas. ¡Todo contigo es definir esto o aquello! ¿Por qué no puedes simplemente aceptar lo que...?

―¿Lo que estás dispuesto a dar? ―lo interrumpió ella, también sentándose atrás de él, luciendo una desgarradora tristeza al comprender que ni si quiera Judar entendía lo que pasaba dentro de él.

―No soy como tú. ¿No puedes entenderlo? ―Kougyoku veía la frustración en él al intentar explicarse. Se volteó sobre el hombro y la observó con molestia y tristeza―. Yo no podría escribir en un Diario todo lo que pienso y siento, como tú. No sé cómo. ¿Está bien? No podría poner en palabras nada de lo que hay dentro de mí. Así que deja de pedirme que lo haga. Lo detesto. Me haces recordar que no puedo ser igual a ustedes.

―¿Por qué querrías ser igual a alguien más? Judar-chan es Judar-chan.

―Porque toda esta conversación y tus preguntas me hacen cuestionarme cómo sería ahora si la organización no hubiese manipulado toda mi vida ―Judar se volvió a voltear, huyendo de sus ojos―. Quizás, sería libre de haber sido alguien más. Alguien como Aladdin o Yunan. Quizás tu rukh no se mancharía por desear seguirme. ¿Por qué tuve que ser yo y no cualquiera de los demás?

―¿Por eso te enojaste tanto cuando leíste mi diario? ―preguntó Kougyoku, haciendo que él frunciera el ceño en molestia y bufara―. Porque... ¿no podías entender mis sentimientos?

―¡Porque no puedo tener esos sentimientos tan intensos! ¡No siento las cosas como tú! ¿Está bien? Lo único que me apasiona es la idea de una buena batalla, de usar todo este poder que tengo... ―la joven abrió los ojos en sorpresa―. Leer tu diario fue un recordatorio de que no sé lo que es amar a un hermano, o tener miedo de estar solo, o desear algo tan patético como un primer beso perfecto con tanta intensidad como lo haces tú ―se puso de pie y la observó, sentada y empequeñecida entre las almohadas―. Porque sólo con ver a Sinbad lo amaste. Porque tu madre era una puta pero la evocabas con tanta efusión y dulzura en tu diario que me encontré envidiándote. ¡Yo! ¡Un Grandioso Magi! ¡Un amado por el rukh! ¡Yo deseando una madre puta! ―Judar hizo el intento por alejarse, pero ella le tomó el brazo con fuerza―. ¡Suéltame!

―Tener sentimientos por los demás no te hace alguien patético ni débil ―él la observó con desdén―. Si tan sólo te lo permitieras, tú...

―¿Sentimientos por ti? ¿Eso es lo que quieres? ¿Para que Judar y Kougyoku se casen, se tomen de la mano y caminan por todo Rakushou mostrando su amor? ¿Para que te lleve flores y te corteje? Eso nunca va a ocurrir. Sácate esa tonta idea de la cabeza. Me muero del aburrimiento pensando en un futuro así. Lo más probable es que te termine destruyendo, como todo lo que me rodea, como todo lo que me importa... lo único que hago bien es destruir ―exclamó, provocando que los ojos de Kougyoku se llenaran de lágrimas al entender un poco más los miedos de Judar y lo distintos que ambos eran―. Nunca te voy a dar lo que escribiste en el diario. Lo sabes. ¡Suéltame!

―¿Desde cuándo deseabas besarme? ―Judar la observó aún más irritado si era posible.

―¿Es que no escuchaste nada de lo que te acabo de decir?

―No me mires así. Tú leíste mi diario. Sabes lo que siento por ti. No es justo que yo no lo sepa también. ¡A mí también me avergonzó que tú lo supieses!

―No lo sé ―respondió mirando hacia un costado, ofuscado―. Nunca realmente cruzó mi cabeza. ¿Por qué no me dejas en paz?

―Estás mintiendo ―Kougyoku se puso de pie y sostuvo los brazos de Judar.

―Qué importa, Solterona ―dijo en un susurro―. Todo este asunto es una estupidez. Quizás es mejor que no nos veamos más. ¿Por qué alguien como yo necesitaría en su vida a alguien como tú, no? Eres tan aburrida y...

―Por una vez, sólo esta vez ―Judar movió lentamente sus ojos hacia ella, con algo parecido a temor en su mirar. Soltando sus brazos Kougyoku le sostuvo el rostro con las manos―. ¿Podrías decirme lo que de verdad estás pensando? Por favor. Sólo somos tú y yo aquí.

Judar permaneció callado, sus ojos rojizos puestos sobre ella. Se veía tan molesto con toda la situación, con ella, con las palabras que intercambiaban en esa súplica por honestidad. Pero entre más tiempo pasaba ahí sin moverse, sin decir palabra alguna, sin poder si quiera articular una oración, más suave se volvían sus facciones. Kougyoku veía su dolor. No estaba mintiendo al decir que no sabía cómo debía sentirse con todo eso o la manera en que debía actuar.

Y lo peor es que ella sabía que no era su culpa. Lo habían criado así, para que no sintiese afecto por nada ni nadie, para que maldijera su destino, para que guiara en la oscuridad. Pero desde su combate con Aladdin algo había cambiado en él, como si quisiera librarse de su tragedia que le impedía ser lo que pudo haber sido.

―Quería besarte desde que conquistamos el laberinto cuarenta y cinco ―respondió finalmente, haciendo que ella frunciera el ceño en sorpresa―. Fuiste realmente... ―Judar bajó la mirada, como si le avergonzara seguir viéndola―. Había algo en tus ojos que me hizo desearte para mí. No como tú lo piensas, de esa forma cursi de los tontos cuentos de damitas que crees que nadie sabe que lees. Sino... como... mi Rey. Me vi a mi mismo alzándote sobre los demás porque eras...fuerte. Sólo alguien que ha vivido en la misma soledad que nosotros puede serlo ―sonrió nervioso, como si decirlo lo avergonzara―. Tú y yo estábamos tan solos, pero... de alguna forma, nos encontramos en esa soledad. Y desde entonces, ya dejé de sentirme así. Siempre te tuve ahí, como un gran fastidio, como la mugre debajo de las uñas, pero te tuve ahí. Y ahora te irás... ―bufó con gracia y melancolía―. ¿Sabes? Siempre me ordenaron levantar laberintos para Kouen, pero ese... el cuarenta y cinco ―sonrió con gracia―. Lo levanté sólo para ti. Era para ti. Lo supe cuando el rukh me habló y me mostró el mar.

―¿De verdad? ―Kougyoku sintió que la nariz le cosquilleaba y se les escaparon un par de lágrimas.

―La magia de hielo es mi favorita. Es lo que mejor puedo hacer... y Vinea controla el agua así que pensé que...

La joven lo calló con sus labios. Era la primera vez que ella besaba a alguien así, pero se sentía tan conmovida que la idea de no hacerlo le resultó demasiado que soportar. Por mucho tiempo había deseado esa cercanía con Judar, no romántica, sino... simplemente tenerlo ahí cerca de ella, que fueran amigos, compañeros. Que pudiese mirarlo al rostro sin temer que en cualquier momento la alejaría por alguna tontería.

Separó sus labios y ambos se miraron con tanta confusión, que bordeaba en el miedo. Él, evidentemente porque no sabía cómo actuar y ella porque Judar era la última de las personas con la que debió haber estado así, sobre todo considerando que se casaría en dos semanas.

―Nos conocemos desde niños y nunca fuiste tan honesto conmigo.

―También es una sorpresa para mí. No me agrada nada esto. Ni un poco. ¿Por qué todo tiene que cambiar por tu patético compromiso? ¿Por qué no podemos permanecer iguales?

―¿En el palacio, tú flotando a mi alrededor, llenando mi cama de bichos, convenciéndome de hacer tonterías? ―sonrió para luego bufar.

―No suena tan mal ―dijo para luego reírse de ella―. Eso suena bastante bien, de hecho. Y podemos seguir haciendo esto también ―le dio un beso en los labios y luego sopló sobre su piel para molestarla―. Nada tiene que cambiar si no queremos que cambie.

―Nosotros hemos cambiados, Judar-chan ―dijo ella con algo de melancolía―. Porque ya no somos niños. Esto que sucede entre nosotros es porque ya no somos niños. Y como adulta, tengo un compromiso que cumplir con Sinbad-sama.

―No quiero pensar en eso ahora.

Kougyoku vaciló un momento en lo que deseaba hacer, pero ya que estaban siendo honestos, sólo sostuvo a Judar entre sus brazos mientras él dejaba que el peso de su vida y todas las circunstancias que lo rodeaba su refugiaran en su calidez. Sabía que cuando él se separara de ella tenían que dejar todo lo que acababa de ocurrir como un pequeño desahogo antes de que tuviese que llevar a cabo su deber con Sindria.

Y no era sólo eso. Ella estaba muy enamorada de Sinbad. Todo ese asunto con Judar no tenía mucho sentido en su cabeza, sólo sabía que había anhelado tanto tiempo esa cercanía con él que ahora que la había encontrado, le dolía pensar en perderla. No era sólo porque deseara besarlo o abrazarlo, era simplemente el hecho de saber qué sentía, pensaba y quería sin que él recurriera a refugiarse en su crueldad o soledad. Sentía que le permitía esa cercanía que había añorado desesperadamente desde que eran niños.

―Lamento haber dicho que nadie puede amarte ―dijo de pronto en un murmuro.

―¿Ya te enamoraste de mí? ―le preguntó él con gracia, en una clara broma―. ¿Tan rápido? Juro que si dices que me amas te ahogaré con una almohada, bruja.

―Claro que no diría algo como eso ―dijo ella frunciendo los labios y inflando las mejillas―. Pero... ¿Puedes quedarte conmigo esta noche, Judar-chan? ―le preguntó quietamente―. ¿Y dormir juntos como cuando eramos niños?

―¿Dormir? ―preguntó con gracia―. Hay formas más sutiles de pedirme que...

―Sólo dormir. Idiota.

―Que aburrida eres ―se quejó, poniendo una de sus manos sobre la cabeza de Kougyoku en un gesto de afecto―. Descuida. No planeaba irme, Kougyoku.