ANGEL CAÍDO


5| ¿Le Perteneces?


«...dicho esto, quizá los cazadores de dotes deberían tener motivos para preocuparse, ya que el encanto y la gracia de lady H. amenaza con obligar a la sociedad a olvidar su pasado y en su lugar prometerle un brillante futuro...».

«... nos han llegado noticias de que cierto barón P. está durmiendo la mona y lamentando lo ocurrido anoche en cierto club. Recomendamos echar una mirada a su ojo derecho, quizá su brillo amenace con cegar a los incautos... ».

En las páginas de chismes de El semanal de Britannia,
22 de abril de 1833

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Hinata odió el alivio que acompañó a aquellas palabras, a la seguridad que transmitían. Miró por encima del hombro de su captor y se topó con la furiosa mirada azul de Naruto Uzumaki y el alivio disminuyó un poco. ¿Es que era el único hombre de la creación?

Justo detrás de ese pensamiento, llegó otro. Él estaba viéndole los tobillos. Francamente, podía vérselos el resto de la cristiandad, pero que se los viera él sí le importaba.

«¿A quién demonios le importa?».

O, más bien, ¿por qué le preocupaba?

Uzumaki interrumpió sus pensamientos.

—No quiero repetirlo, Pottle. Suelta a la dama.

El ebrio barón suspiró.

—No eres nada divertido, Uzumaki —repuso arrastrando las palabras—. Y además, Lady no es una dama, ¿verdad? Así que dime, venga, ¿qué tiene de malo?

Uzumaki apartó la mirada un instante.

—Por sorprendente que pueda resultar, estaba dispuesto a dejarte ir. — Se giró, sus ojos brillaban furiosos y concentrados en su objetivo.

Hinata era lo suficientemente inteligente como para apartarse de su camino antes de que el golpe aterrizara con un fuerte crujido, rápido y más potente de lo que esperaba. Pottle cayó al suelo con un aullido mientras se cubría la nariz con las manos.

—¡Jesús, Uzumaki! ¿Qué demonios te pasa?

Naruto se inclinó sobre su oponente y le agarró por la corbata, levantándole hasta que sus ojos quedaron a la misma altura.

—¿Acaso te ha dicho la dama —hizo una pausa para darle énfasis a la palabra— que la toques?

—¿No has visto cómo va vestida? —chilló Pottle mientras la sangre le resbalaba por la nariz—. Está pidiendo que la toquen y mucho más.

—Respuesta incorrecta. —El siguiente golpe fue tan feroz como el primero, y lanzó hacia atrás la cabeza de Pottle—. Vuelve a intentarlo.

—Uzumaki. —Uno de los colegas de Pottle habló desde la barra, disculpándolo—. Se obcecó. Nunca lo habría hecho si no estuviera borracho.

Una excusa estúpida. Hinata se resistió al impulso de poner los ojos en blanco.

Uzumaki ni la miró. Levantó al hombre tirado en el suelo mientras respondía.

—Entonces, no debería beber. Vuelve a intentarlo —ordenó de nuevo, con voz fría e inquietante incluso para ella.

Pottle hizo una mueca.

—Ella no lo pidió.

—¿Entonces?

—¿Entonces qué? —repuso Pottle confundido.

Uzumaki volvió a levantar el puño.

—¡No! —exclamó Pottle, alzando las manos para protegerse el rostro—. ¡No lo hagas!

—Continúa —le instó Uzumaki. Su voz era ronca, oscura y amenazadora, todo lo contrario a su calma habitual.

—No debería haberla tocado.

—Ni besado —añadió Uzumaki al tiempo que la miraba a ella.

En sus ojos había algo más que ira, pero desapareció antes de que ella pudiera identificarlo. Uzumaki había visto que Pottle la besaba. Hinata notó que comenzaban a arderle las mejillas y agradeció los polvos pálidos que ocultaban aquella oleada de calor.

—Ni besado.

—Repetiría cualquier cosa que le diga en este momento —intervino ella con más valentía de la que sentía—. Pídale que recite una poesía infantil.

Uzumaki la ignoró a ella y a las risas que provocó en el círculo de hombres que los rodeaban.

—¿Estás ya más sobrio? —preguntó a su enemigo.

Pottle se llevó los dedos a la sien y presionó como si no fuera capaz de recordar dónde estaba.

—Lo estoy —juró con firmeza.

—Pídele disculpas a la dama.

—Lo siento —musitó el barón.

—Repítelo mirándola a los ojos. —Las palabras de Uzumaki resonaron como un trueno, amenazadoras e inevitables—. Y dilo en serio.

Pottle la miró suplicante.

—Lady, lo siento. No era mi intención ofenderte.

Le tocaba a ella hablar y, por un momento, se olvidó de su papel cautivada también por el acto que se desarrollaba ante ella. Por último, brindó al barón su mejor sonrisa.

—Oliver, tome menos whisky la próxima vez —dijo ella, usando deliberadamente el nombre de pila del barón—. Quizá entonces tenga alguna oportunidad —miró a Uzumaki, que seguía bastante iracundo—, tanto conmigo como con el señor Uzumaki.

El periodista soltó a Pottle, que cayó desmadejado en el suelo del casino. —Largo. Y no vuelvas hasta que hayas recuperado tus facultades.

Pottle se escabulló, retrocediendo como un cangrejo escapando de la marea y, por fin, se apoyó en manos y rodillas y se puso en pie para desaparecer de la escena que había provocado.

Uzumaki se concentró entonces en ella. Estaba acostumbrada a que los hombres la miraran. Lo había experimentado cientos de veces. Miles. Sabía sacar partido de ello. E incluso así, ese hombre y su pausada valoración la inquietaron. Contuvo el impulso de moverse nerviosa y se limitó a poner las manos en las caderas, todavía temblorosas.

—Mi héroe —dijo con bastante honestidad a pesar de disfrazar las palabras con fingido sarcasmo.

Él arqueó una ceja rubia.

—Lady...

Y en ese sonido, en ese simple nombre —el diminutivo que había elegido para dotar a esa versión falsa de un poco de sí misma— notó algo que no había percibido antes en él.

Deseo.

Se quedó helada. Y luego de pronto, sintió mucho calor.

«Él lo sabe».

Lo sabía. Habían hablado un centenar de veces. Ella actuaba de emisaria de Chase, había llevado mensajes entre Uzumaki y el fundador de El Ángel Caído durante años. Y nunca la había mirado con nada más que vago interés. Nunca había mostrado deseo. Él lo sabía. Notó que Uzumaki volvía a mostrar su frialdad habitual y se preguntó si no estaría volviéndose loca. Quizá él no lo supiera.

«Quizá solo deseas que lo sepa». Tonterías. Estaba malinterpretando la situación. Él había luchado por ella y los hombres que defendían el honor de las damas a menudo sentían una extrema necesidad de atención. Era así de simple, se dijo. A fin de cuentas, la violencia y el sexo eran las dos caras de la misma moneda, ¿verdad?

—Imagino que deseas alguna muestra de agradecimiento.

Él entrecerró los ojos.

—Detente.

La palabra la atravesó, poniéndola todavía más nerviosa que cuando se encontró entre los brazos del barón Pottle. No sabía qué decir. ¿Cómo debía responder?

Alzó la mano y tomó el control del momento. Como había hecho desde que apareció unos minutos antes. Miró el brazo extendido durante un instante eterno, apoyó los dedos en la cadera y se mordisqueó el labio rojo en beneficio de la audiencia.

Pero a Naruto Uzumaki no le importaba un bledo la gente. La cogió de la mano y la arrastró a una de las estancias anexas que tenía las cortinas corridas, buscando una oscuridad llena de promesas. En el interior, él la volvió para mirarla bajo la luz de la única vela encendida en la pared y luego la soltó. Aquella iluminación estaba pensada para que el espacio resultara oscuro y seductor. Para obligar a cualquier pareja que estuviera en el interior a acercarse mucho y mirarse de cerca.

En ese momento, Hinata odió esa vela. Le parecía tan brillante como el sol, amenazaba con dejarla al descubierto.

«¿Y si él es consciente de la verdad?».

Se resistió a la idea. Había vivido como Hinata, hermana de un duque e hija de otro, y, aunque exiliada de la ciudad, la había visitado de manera periódica durante años. Había frecuentado las tiendas de Bond Street, caminado por Hyde Park, visitado el Museo de Londres y nadie se había dado cuenta nunca de que era la misma mujer que reinaba en El Ángel Caído.

La aristocracia veía lo que quería ver.

«Todo el mundo lo hace».

Y fuera el periodista más inteligente del país o no, Naruto Uzumaki no era diferente.

Le dedicó su sonrisa más provocativa.

—Ahora que me tienes aquí, ¿qué vas a hacer conmigo?

Él sacudió la cabeza, negándose a jugar con ella.

—No deberías haber estado ahí sola.

Ella frunció el ceño.

—Estoy ahí sola todas las noches.

—Pues no deberías estarlo —repitió él—. Y que Chase te lo permita, no habla bien de él.

No le importaba notar el tono airado de su voz. La censura. La emoción. Algo había cambiado y ella no sabía qué era. Lo miró a los ojos.

—Si no me hubieras solicitado, no habría tenido ninguna razón para pisar el salón de juego.

Ahora la ira brilló también en los ojos de Uzumaki.

—¿Estás diciendo que fue culpa mía?

Ella eludió el tema.

—¿Para qué quieres verme?

Él hizo una pausa y, por un largo momento, pensó que no respondería.

—Tengo que hacerle una petición a Chase —repuso finalmente.

Hinata odió la decepción que la inundó al escuchar sus palabras. No era como si hubiera esperado que solicitara la presencia de Lady por alguna otra razón, pero después de haber hablado con él el día anterior, eso era precisamente lo que deseaba.

Deseó que estuviera allí para hacerle una petición a ella. Lo que era ridículo, en parte porque ella era Chase, y por tanto, técnicamente, estaba allí para hacerle una petición. Pero por otra parte más pequeña, porque no tenía habilidad alguna para responder a las peticiones de los hombres.

Por desgracia.

Y tampoco le gustaba que Uzumaki hubiera mencionado a Chase. Era un hombre demasiado sagaz, veía demasiado.

—Por supuesto —respondió, fingiendo agrado—. ¿De qué se trata?

—Akatsuki —repuso él.

—¿Qué quieres de él?

—Quiero sus secretos.

Hinata frunció el ceño ante aquella extraña petición.

—Akatsuki no es miembro del club. Ya lo sabes.

El conde Akatsuki no era tonto. Jamás pondría un pie en El Ángel Caído, daba igual lo tentadoras que fueran las mesas. Sabía que el precio a pagar era demasiado alto.

Los fundadores del Ángel habían trabajado durante años para conseguir que la invitación para unirse al club fuera la oferta más codiciada del País, incluso de Europa. A diferencia de otros clubes para caballeros, no había cuotas de afiliación y no se entraba por recomendación de amigos o cohortes; los miembros rara vez sabían por qué estaban invitados al club y se les animaba a no hablar de su pertenencia. Pocos lo hacían, en parte debido al alto precio de la entrada a la sala de juego.

No estaban dispuestos a arriesgarse a que sus secretos se hicieran públicos.

Durante años, Toneri, Kabuto, Sasuke y Hinata oculta tras las personalidades de Lady y Chase habían amasado secretos sobre los hombres y mujeres más poderosos de País. Cada pieza de esa información clandestina privilegiada era entregada libremente a cambio de la distinción de ser miembro del club de juego más oscuro, más prometedor, más pecaminoso. No había nada que El Ángel no pudiera ofrecer a sus clientes, y eran muy pocas las peticiones que los propietarios no concedían.

Esa clase de lujo se proporcionaba a cambio de una información insondable, y la información era la moneda de poder.

Pero el conde de Akatsuki estaba demasiado relacionado con la corona y no se arriesgaba a que le conectaran de ninguna manera con El Ángel Caído.

—Inténtalo en los otros clubes de la calle —repuso ella en tono burlón —. White's es más del agrado del conde.

Él ladeó la cabeza.

—Es posible, pero necesito lo que Chase me puede proporcionar.

Hinata se sintió intrigada al momento.

—¿Qué es lo que sabes de él?

Uzumaki arqueó una ceja.

—¿Chase no tiene nada?

El Ángel había tratado innumerables veces de investigar al conde desde que el rey Guillermo ascendió al trono con Akatsuki como su mano derecha, pero pocos estaban dispuestos a hablar de un hombre con tanto poder político. ¿Acaso se había perdido algo?

Si Uzumaki pedía esa información, era que algo había. Sin duda.

—No tenemos ningún archivo sobre Akatsuki —repuso ella. Y era verdad.

Él no la creyó. Lo podía ver en sus ojos, incluso allí, en la penumbra.

—Lo tendréis cuando Chase invite a la esposa del conde al lado de las damas.

Ella se quedó inmóvil al escucharlo.

—No sé a qué te refieres.

Durante los años que llevaba en funcionamiento El Ángel Caído, dirigido por cuatro aristócratas en desgracia que habían acabado convertidos en codiciados hombres públicos, cada uno más rico que el anterior, había habido un segundo club, muy secreto, que operaba bajo las narices de los caballeros y del que no se hablaba. Un club para damas sin nombre ni imagen pública. Nunca se hablaba de él. Y ella no estaba dispuesta a reconocer su existencia.

A Uzumaki no pareció importarle; se acercó más a ella y el oscuro y pequeño espacio pareció hacerse todavía más pequeño. Más oscuro. Más peligroso.

—Chase no es el único que lo sabe todo, cariño.

Las palabras eran bajas y roncas, y la hicieron vacilar. El placer que proporcionaba escucharlas era poco familiar e inquietante.

—No aceptamos damas. —Se obligó a decir.

Él curvó los labios haciéndola recordar al león sobre el que habían discutido la noche anterior.

—Venga, puedes mentirle al resto de la ciudad, pero no lo hagas conmigo. Se le ofrecerá un pase a esa dama. Ella será la que negocie con los secretos de su marido... Luego me daréis la información.

Ella se encogió de hombros.

—A Chase no le va a gustar.

Él se inclinó para susurrarle al oído, haciendo que la recorriera un escalofrío.

—Dile a Chase que no me importa dónde juegan las mujeres. —Uzumaki se retiró para mirarla a los ojos—. Quiero disponer de la información que ofrezca esa dama.

Ella se resistió, curiosa. ¿Por qué le interesaba tanto el conde? ¿Por qué ahora?

—¿Qué es lo que sabes de él?

Él se volvió a inclinar.

—Sé que roba del Tesoro.

Hinata le miró a los ojos.

—Él, y todos los concejales y monarcas desde Guillermo el Conquistador.

—No es para ayudar en la guerra contra el Imperio Otomano.

—¿Traición? —preguntó sin apartar la mirada pero bajando la voz.

—Ya lo veremos.

—¿Por qué creo que ya lo has visto?

Él desvió la vista.

—Porque veo mucho.

Y de pronto, pareció que estaban manteniendo una conversación totalmente diferente.

—¿Quién puede asegurar que la dama confesará esos secretos?

—Lo hará —dijo él—. Su marido es un bruto. Ella querrá compartir lo que sabe.

—Lo sabes ¿y no haces nada para ayudarla?

—Esto la ayudará —constató.

—¿Qué te hace pensar que ella sabe algo interesante?

—Esa es mi apuesta —confesó él ladeando la cabeza.

—¿Crees que la suerte está de tu lado?

Él esbozó una sonrisa lobuna.

—La suerte lleva once años de mi lado; no tengo ninguna razón para pensar que ha cambiado.

—Parece que llevas la cuenta.

Notó que una sombra atravesaba su expresión antes de desaparecer.

—Pagaré generosamente por la información.

Él también tenía sus secretos. Ese pensamiento la consoló, aunque resistió el impulso de preguntar por ellos en vez de forzar una sonrisa.

—¿Cuán generosamente? —Entrecerró los ojos—. Ojo por ojo, Uzumaki.

Él la miró durante un buen rato y el aire de la estancia pareció espesarse.

—¿Qué te gustaría a cambio, Lady?

«¿Era su imaginación o había puesto un extraño énfasis en su nombre falso?».

Lo ignoró.

—A mí no tienes que pagarme —dijo con su mirada más pícara mientras se apoyaba en la pared del cuarto, ofreciendo sus pechos al tiempo que le miraba entre las pestañas—. Ya me has dado mucho. Me has salvado de Pottle. —Le brindó su mejor mohín—. Soy una chica afortunada.

Como ella esperaba, él clavó la mirada en sus labios antes de dejarla caer unos centímetros, hasta el escote del vestido.

—¿Qué cuelga de esa cadena?

Ella no sacó el colgante plateado que había debajo del borde del vestido, entre sus pechos, que ocultaba la llave que abría las puertas de las habitaciones de Chase y los accesos a la planta de arriba del club, donde dormía Hanabi. Se limitó a sonreír.

—Mis secretos.

Él curvó uno de los lados de la boca al escucharla.

—Sin duda, numerosos.

Hinata se acercó más a él y dejó deslizar los dedos por la manga de su chaqueta.

—¿Cómo deseas que te dé las gracias, Uzumaki? ¿Qué quiere mi campeón?

Él se inclinó y ella recordó la pluma que le había robado del tocado. Se preguntó si seguiría allí, en el bolsillo interior. ¿Qué haría él si metiera la mano en la chaqueta y la deslizara por aquel cálido pecho para buscarla?

Uzumaki interrumpió sus pensamientos.

—Ayer por la noche conocí a una mujer.

Hinata contuvo el aliento, y rezó con la esperanza de que él no se hubiera dado cuenta.

—¿Tengo que estar celosa? —bromeó.

—Es posible —repuso él—. Hinata Hyûga parece bastante inocente. Envuelta en seda blanca y miedo.

—¿Hinata Hyûga? —fingió sorprenderse al escuchar el nombre, y él se enderezó mientras asentía—. Te aseguro que esa chica no tiene miedo.

Él dio un paso hacia ella, empujándola hacia atrás. Atrapándola contra la pared.

—Te equivocas. Está aterrorizada.

Ella forzó una risa.

—Esa chica es hermana de un duque y tiene una dote tan grande que podría comprar un pequeño país. ¿De qué va a tener miedo?

—De todo —respondió con naturalidad—. De la sociedad. De cómo la han condenado. De su futuro.

—Puede que se preocupe por esas cuestiones pero, desde luego, no tiene miedo de ellas. La has juzgado mal.

—¿Y tú por qué lo sabes?

La había pillado. Él era demasiado hábil con las palabras, con las preguntas. Demasiado irritante con esa figura alta y fibrosa, con esos hermosos y anchos hombros con los que bloqueaba la luz y la ponía nerviosa, pero que también la atraían.

—No lo sé. He leído lo que ponen los periódicos. —Hizo una pausa—. Hace un mes o así salió publicada una caricatura.

La puya acertó de pleno. Escuchó cómo contenía el aliento. Sintió su rigidez casi imperceptible antes de que él levantara un brazo para apoyar la mano en la pared, junto a su cabeza. Acorralándola.

—La había juzgado mal, de eso no cabe duda —comentó él—. Esa mujer no es como esperaba que fuera.

Naruto se inclinó un poco más, acercando los labios a su oído. Su cercanía la hacía perder el control; quería alejarlo y agarrarlo a la vez.

—Le ofrecí mi ayuda.

Hinata se sintió aliviada.

—No sé por qué piensas que me interesa lo que hagas o dejes de hacer con ella.

En el momento en que dijo aquello se maldijo para sus adentros, multitud de imágenes de lo que podía hacer con ella inundaron sus pensamientos.

Él se rio por lo bajo.

—Te aseguro que lo que haga con ella valdrá la pena verlo. —La miró a los ojos, y ella contuvo el deseo de retroceder. Pero Lady no se amilanaba ante ningún hombre, ni siquiera cuando era lo que quería hacer. Por alguna razón, eran muy pocos los hombres que la hacían sentir tan incómoda como ese, tan apuesto, con su mirada penetrante que leía en su interior.

Ella era alta y con zapatos de tacón añadía varios centímetros a su estatura, pero aún así se veía obligada a alzar la cabeza para poder mirar esa fuerte mandíbula cuadrada, la nariz recta, las mejillas marcadas y los mechones de pelo rubio que le caían sobre la frente. Sin duda era el hombre más guapo del País. Y el más listo. Lo que le hacía muy peligroso. Él se movió, y ella se preguntó si se sentiría tan incómodo como ella.

—No deberíamos estar a solas —dijo él.

—No es la primera vez que estamos solos. —Lo habían estado la noche anterior. En la terraza, cuando él la tentó tanto como en ese instante.

Él arqueó una ceja.

—Sí lo es.

«¡Maldición!». En la terraza, ella era Hinata. Otra mujer. Otro mundo. Se recuperó del error con rapidez y frunció el ceño como si fingiera pensar hasta que curvó los labios de manera seductora.

—Entonces ha debido ser un sueño.

Uzumaki entrecerró los ojos.

—Quizá —repuso él con la voz ronca y áspera—. Es un milagro que Chase lo permita.

—No pertenezco a Chase.

—Claro que sí. —Hizo una pausa—. Todos lo hacemos en algún sentido.

—No —insistió ella. Él era la única persona que no estaba en deuda con ella. Ese hombre, cuyos secretos estaban tan bien cuidados como los suyos.

—Chase y yo nos necesitamos mutuamente para sobrevivir —dijo él—.

Y parece que tú también lo necesitas.

Hinata ladeó la cabeza.

—Todos estamos en el mismo barco.

Él la miró con los ojos entrecerrados.

—Tú y yo estamos en el mismo barco, sí —convino—, pero Chase fue el que lo construyó y botó al agua. Sea como sea, el barco es nuestro. —Las palabras quedaron interrumpidas por el susurro de la lana de la chaqueta cuando Uzumaki movió el brazo para apartarle un rizo detrás de la oreja. Ella se estremeció—. Quizá deberíamos navegar lejos. ¿Cómo crees que reaccionaría ante eso?

Ella contuvo el aliento. Durante el tiempo que llevaban trabajando juntos, todas las veces en las que se habían pasado mensajes para el misterioso e inexistente Chase, Uzumaki no la había tocado en ningún momento de una manera que pudiera considerarse remotamente sexual. Pero eso había cambiado.

Hinata sabía que no debía permitirlo. Que no se lo había permitido antes... a nadie.

«A nadie desde...».

Pero se había preguntado al respecto. Lo había deseado. Y lo admitía, deseaba a ese hombre, guapo como el pecado y el doble de tentador.

Ese hombre, que se ofrecía a ella.

—A él no le gustaría —susurró.

—No, no le gustaría. —Uzumaki movió los dedos, dejando un reguero de calor en su mandíbula, hasta la línea entre el cuello y el hombro, bajando al hueco de la garganta—. ¿Cómo no me he dado cuenta antes?

Las palabras hicieron más intensa la caricia, más suave y tentadora, y ella dejó de respirar bajo sus dedos, que ya regresaban sobre sus pasos por el cuello, haciendo que alzara el rostro hacia el de él. Observó su hermosa boca mientras seguía hablando casi para sí mismo.

—¿Cómo no lo he visto? ¿Olido? ¿Cómo no he sido consciente de la curva de tus labios? ¿De la línea de tu cuello? —Él hizo una pausa y se inclinó más, a punto de rozar su boca—. ¿Cuántos años hace que te conozco?

¡Santo Dios!, iba a besarla.

Quería que la besara.

—Si yo fuera él —susurró Naruto, tan cerca que a ella le dolió la espera —, no estaría demasiado contento.

«¿Si fuera quién?». La pregunta se formó y se disipó al instante, como el humo del opio, haciendo desaparecer el pensamiento. La estaba drogando con palabras, miradas y caricias. Esa era la razón por la que no quería saber nada de hombres. Pero solo una vez, solo esa vez, quería.

—Si yo fuera él —continuó Naruto pasándole el pulgar por la parte superior del pómulo al tiempo que atraía su cabeza—, no te dejaría ir. Te retendría, milady.

Ella se quedó paralizada al oír esa palabra. El miedo, el pánico la recorrió de arriba abajo. Lo miró buscando alguna pista en la inteligencia de su mirada.

—Lo sabes.

—Lo sé —corroboró él—. Pero no entiendo el porqué.

Él no lo sabía todo. No entendía que la vida que había elegido no era la de Lady, sino la de Chase. No era la de la mujer ligera de cascos, sino la del rey.

—Poder —repuso ella sin mentir.

Él entornó los ojos.

—¿Sobre quién?

—Sobre todos —dijo con sencillez—. Soy dueña de mi vida, no ellos.

Me consideran una prostituta, ¿por qué no jugar a serlo?

—En sus narices.

Hinata sonrió.

—Solo ven lo que quieren ver. Es divertido.

—Yo te vi.

—Has tardado años —repuso ella, sacudiendo la cabeza—. Tú también pensabas que era Lady.

—Puedes ser dueña de tu vida fuera de estas paredes —argumentó él—. No tienes por qué hacer esto.

—Pero me gusta. Aquí soy libre. Es Hinata la que debe arrastrarse y rogar que la acepten. Aquí me toman por lo que quiero ser, no estoy en deuda con nadie.

—Solo con tu amo.

Salvo que él no sabía que ella era el amo. No respondió.

Naruto interpretó mal el silencio.

—Por eso buscas marido. ¿Qué ha ocurrido? —indagó—. ¿Chase te ha apartado?

Hinata se alejó de él. Necesitaba poner cierta distancia entre ellos para recuperar la cordura. Para pensar sus próximos pasos. Para elaborar cuidadosamente sus mentiras.

—No me ha apartado.

Él arqueó las cejas.

—No puedes pretender que tu marido te comparta con él.

Aquellas palabras dolieron, a pesar de que no debían hacerlo. Había vivido toda esa vida bajo la sombra de El Ángel Caído haciéndose pasar por una prostituta. Había convencido a cientos de aristócratas de la ciudad de que era una experta en placer. Que ella misma se había vendido a su líder más poderoso. Se vestía como correspondía, mostrando un profundo escote, y se pintaba la cara. Había aprendido a moverse, a actuar, a ser la parte que le correspondía.

Y de alguna manera, cuando ese hombre reconocía la reputación que tanto le había costado conseguir, la fachada que había levantado con esmero y convicción, lo odiaba. Quizá fuera porque sabía más de la verdad que la mayoría y, aun así, creía las mentiras. O quizá fuera porque la hacía desear no tener que contar ninguna mentira.

«¡No!». Estaba rindiéndose al héroe que veía en él por cómo la había ayudado solo unos minutos antes.

Contuvo la respiración cuando se le ocurrió una idea. Solo una vez que conoció la verdad, que supo de su otra identidad, de su otra vida...

La ira llegó acompañada de decepción y algo muy parecido a la vergüenza.

—Si no lo supieras, no me habrías salvado.

A él le costó seguir el cambio de tema.

—Yo...

—No me mientas —le presionó ella, moviendo una mano como si así pudiera detener sus palabras—. No me insultes.

—Fui a por Pottle —respondió él, alzando su propia mano y mostrándole los nudillos que dolerían al día siguiente—. Te salvé.

—Debido a que sabías la verdad sobre mi nacimiento. Si solo hubiera sido Lady... Una mujer con la profesión más antigua del mundo, solo una prostituta...

—No hables así —la interrumpió él.

—¡Oh, oh! —se burló ella—. ¿Te ofendo?

—¡Por Dios, Hinata! —dijo, pasándose la mano magullada por los rubios mechones.

—No me llames así.

Él se rio, pero el sonido carecía de humor.

—¿Cómo debería llamarte? ¿Lady? Un nombre falso acorde con ese pelo falso, la cara falsa y tus falsos... —Se calló y señaló con una mano el corpiño ceñido para conseguir que sus pechos resaltaran mas de la cuenta.

—No estoy segura de que me debas llamar de ninguna manera en este momento —repuso ella. Y lo decía en serio.

—Ya es demasiado tarde para eso. Estamos juntos en esto. Obligados por promesas y ambiciones.

—Creo que quieres decir acciones.

—Sé perfectamente lo que quiero decir.

Se enfrentaron en la penumbra. Hinata sintió su ira y frustración, tan parecidas a las que ella sentía. ¿No era extraño ese momento nacido por el afán de protegerla a toda costa de la existencia de otra cara de sí misma?

Era una locura. Una perversa red de enredos que no podía ser desenredada. Al menos sin arruinar todo aquello por lo que había trabajado.

Él pareció saber el derrotero que habían tomado sus pensamientos.

—Hubiera intervenido igual —insistió—. Lo hubiera hecho.

Hinata sacudió la cabeza.

—Ojalá pudiera creerte.

Él la sujetó por los hombros y la miró a los ojos en la penumbra con una expresión muy seria.

—Deberías hacerlo. Hubiera intervenido.

—¿Por qué? —preguntó ella con el corazón acelerado.

—Porque te necesito. —De todas las cosas que él podría haber respondido, ella escuchó la que menos esperaba.

Sintió una leve punzada de tristeza por esas palabras, pero intentó mostrarse fría y serena. La necesitaba, aunque no era de la manera en que los hombres necesitan a las mujeres, con apasionada desesperación. Y tampoco debería importarle.

—¿Para qué me necesitas?

—Quiero que lady Akatsuki reciba una invitación para acceder al lado de las damas. Quiero conocer los secretos que ofrezca para entrar. Y obtendrás un pago por toda esa información.

Hinata debería haberse sentido agradecida por el cambio de tema. Por pisar terreno más seguro. Pero no lo estaba.

—¿Te refieres a que Chase recibirá un pago? —Fue consciente del tono de frustración de su pregunta.

—No, me refiero a ti —repuso él sonriente.

—A mí —repitió con los ojos abiertos como platos.

—Tengo mi propia información si consigue al vizconde Gaara. Mis periódicos están a tu disposición... O, mejor dicho, a disposición de Hinata.

«Ojo por ojo...».

Lo entendió. Comprendió y respetó a ese hombre que con tanta facilidad manejaba cada situación en su propio beneficio. Era su igual en poder y prestigio.

—¿Y si no...?

Él arqueó una ceja.

—No me obligues a decirlo.

Ella alzó la barbilla.

—Creo que sí te obligaré.

—O le contaré al mundo tu secreto —repuso él sin vacilar.

Hinata entrecerró los ojos.

—Quizá a Chase no le importe.

—Entonces tendrás que hacer que le importe. —Uzumaki la sobrepasó y ella odió que lo hiciera. Odió que se marchara. Deseó que ese hombre que lo veía todo, se detuviera—. Necesitas mi poder —añadió él en voz baja—. Tu hija lo necesita.

Ella se estremeció ante la referencia a Hanabi en ese lugar, en esa conversación.

—¿Crees que no se darán cuenta? —añadió él—. ¿Crees que no llegarán a imaginárselo? ¿Qué tus dos personalidades no tienen un sorprendente parecido para los demás?

—No las han relacionado hasta ahora.

—Antes no eras centro de atención.

Ella lo miró a los ojos y abrió la boca para decir su verdad absoluta.

—La gente ve lo que quiere ver.

Él parecía estar de acuerdo.

—Pero ¿por qué correr el riesgo?

—Me gustaría no tener que hacerlo. —Era la verdad.

—¿Por qué ahora? —preguntó él con rapidez.

—No se puede vivir toda la vida de esta profesión. —En cualquiera de ellas.

A él no le gustó su respuesta; lo vio en sus ojos.

—Entonces, ¿cómo será? En vez de ofrecerte una casa en el campo y dinero suficiente para toda una vida, Chase te ha ofrecido una dote. No se trata del dinero de tu hermano, ¿verdad? —preguntó él en tono comprensivo.

Resultaba irónico que no entendiera nada.

«Es mío...».

Él se rio, pero su risa carecía de diversión.

—Chase no puede ofrecerte lo que yo te ofrezco. Jamás se mostraría de una manera tan pública. Me necesitas para restaurar tu reputación. Me necesitas para casarte con Lord Gaara.

—Algo por lo que pareces querer cobrar una cuota muy alta —repuso ella.

—Sabes que lo hubiera hecho de manera gratuita —dijo él en tono de decepción.

—¿Si hubiera sido la frágil chica que me considerabas hace horas?

—Jamás te he considerado frágil. De hecho, pienso que eres tan fuerte como el acero.

—¿Y ahora?

Él se encogió de hombros. Los dejó caer.

—Ahora te veo más como una mujer de negocios. Te pagaré en consonancia. Y tienes suerte, podría desenmascararte. No suelo dormir con mentirosos.

Hinata le dedicó su sonrisa más provocativa, desesperada porque no notara la manera en la que le dolieron sus palabras.

—No te he invitado a mi cama.

No esperaba que el aire se espesara ni que él avanzara hacia ella, obligándola a apretar la espalda contra la pared, acorralándola. Nunca en su vida se había sentido como en ese momento, despojada de su poder y de sus mentiras. De casi todas sus mentiras. De todas menos de la mayor de todas.

Él apretó las manos contra el panel de caoba, a ambos lados de su cabeza, enjaulándola entre sus brazos.

—Me has invitado a tu cama cada vez que me has mirado a lo largo de los años.

Hinata vaciló, sin saber qué decir. ¿Cómo debía proceder con ese hombre que de pronto se había convertido en un desconocido?

—Te equivocas.

—No —aseguró él—. Tengo razón. Y, siendo sinceros, he querido aceptar... cada vez.

Estaba tan cerca, era tan cálido, tan devastadoramente poderoso que, por primera vez en su vida, entendía por qué las mujeres se desmayaban en brazos de los hombres.

—¿Qué ha cambiado? —preguntó, notando que tenía la voz entrecortada —. ¿Te gusta la inocencia?

—Los dos lo sabemos.

Ella ignoró el reto de su respuesta. La forma en que convenía a su deseo de que no la considerara una puta. La forma en que deseaba que supiera la verdad.

—Entonces, nada ha cambiado —presionó.

—Por supuesto que sí.

Ahora, ella era Hinata.

—¿Es que te gusta la idea de una aristócrata arruinada? —preguntó, con la sangre atronando en sus oídos—. ¿Qué has dicho de mí? ¿Que estaba aterrada? ¿Es que crees que... que me puedes salvar cada día? ¿Cada noche?

Lo vio dudar.

—Creo que te puedo salvar.

—Puedo salvarme sola.

Entonces él esbozó una sonrisa lobuna.

—No del todo. Por eso me necesitas.

Ella poseía más poder del que jamás pudo imaginar. Más poder del que él podía saber. Cuando alzó la barbilla y habló, fue para demostrarlo.

—No te necesito.

Naruto sostuvo su mirada con ardor.

—Entonces, ¿quién te salvará de ellos? ¿Quién te salvará de Chase?

Hinata no apartó la mirada. No deseaba hacerlo.

—Con Chase no estoy en peligro.

Él volvió a poner la mano sobre ella, ahuecándola sobre su mandíbula para inclinarle la cabeza.

—Dime la verdad —ordenó, negándose a permitirle que se escondiera de él—. ¿Puedes dejarlo? ¿Permitirá él que te alejes? ¿Qué inicies una nueva vida?

Ojalá la verdad fuera así de simple.

Naruto notó su vacilación y borró la distancia entre ellos para detenerse a un suspiro.

—Dímelo.

¿Qué sentiría si se apoyara en él? ¿Si la ayudara? ¿Si le dejara acceder a su santuario interior y se lo contara todo?

—Tú puedes ayudarme consiguiendo que me case.

—No es el matrimonio lo que quieres. Al menos no quieres casarte con Lord Gaara.

—No quiero casarme con nadie, pero eso es irrelevante. Necesito hacerlo.

Lo vio considerar sus palabras y pensó que lucharía contra ellas. Que las negaría. Que no le preocuparían. Aunque tampoco tenían por qué importarle.

Después de una larga pausa, él se acercó más y volvió a acariciarle la mejilla, a levantarle la barbilla. Sus ojos azules buscaron los de ella.

—¿Le perteneces? —preguntó con urgencia en un susurro ronco que demandaba sinceridad.

Debería decir que sí. Eso sería lo más seguro. Pensar que Chase lucharía por ella mantendría alejado a Uzumaki. Él necesitaba a Chase y la información que había obtenido El Ángel Caído.

Debería decir que sí. Pero en ese momento, con ese hombre, solo quiso decir la verdad. Por esa única vez. Solo para saber cómo era. Y lo hizo.

—No —susurró—. Solo me pertenezco a mí misma.

Entonces, él le cubrió los labios con los suyos... y todo cambió.


Continuará...