Cuando Satoru pasó los dedos por su cabello por tercera vez en quince, veinte minutos...notó que como las veces anteriores, había jalado de ellos y se había quedado con un par de hebras blancas en la palma de la mano.
Bufó de nuevo, lanzándolas lejos y cubriendo su rostro otra vez con ambas manos.
¿Era la tercera vez que se quedaba con cabellos en la mano? No, la quinta. Mentira, la décima.
A ese paso iba a quedarse calvo en menos de un día, si las cosas continuaban así.
Se recostó otra vez en el sofá de cuero de la sala de estar, los músculos de su espalda tensos e imposibles de distender; sus ojos se desviaron por...milésima vez al teléfono fijo, a menos de un metro de distancia. El aparato negro descansaba tranquilo y en silencio, el cable inmóvil colgando inerte y sin movimiento de la mesita ratona.
¿Por qué Suguru no le devolvía las llamadas?
Inhaló profundamente, luego exhaló intentando aunque sea por un momento relajarse, sin éxito. Estaba completamente contracturado como si hubiese dormido sobre el suelo toda la noche y ni siquiera había hecho otra cosa más que subir y bajar las escaleras un total de cincuenta veces desde aquella misma mañana, y eran apenas…
...las 7 de la tarde.
¡¿En qué momento…?!
Sin poder evitarlo, volvió a incorporarse y sus dedos fueron irremediablemente a su cabello otra vez; primero, caminó en círculos dentro de la sala sorteando los muebles de esa habitación - sin mucho éxito, chocándose la mesita ratona del teléfono, el apoyabrazos de otro sofá y la otra mesa con la rodilla - y luego decidió que aquel lugar no era lo suficientemente espacioso para albergar su intensidad y de nuevo, volvió a subir las escaleras.
Mientras procuraba no subir como un poceso cada escalón, Satoru se dedicó a la tortuosa tarea de recapitular los sucesos del día; la noche anterior, luego de un estallido emocional y al verse atrapado por sus propios sentimientos, había tomado la resolución de pedirle a Suguru la titánica tarea de cuidar de Yuuji durante su celo. Pese a que el Omega no tenía ni idea de cuándo sucedería, los breves minutos que Satoru había pasado dentro de su habitación mientras le gritaba habían sido suficientes para saber que la maldita cosa ya estaba a la vuelta de la esquina, la peste de las hormonas de Yuuji saturando el aire de una manera insoportable.
Y esa misma mañana luego de explicarle sin demasiados detalles a su padre lo que sucedía y prácticamente sacarlo de la casa a la fuerza - tarea demasiado sencilla visto y considerando los fuertes deseos que aquel hombre parecía tener porque aquella cuestión se concrete -, Suguru había llegado un tanto ansioso y como habían podido...bueno, no. Como habían podido, no: Suguru había terminado haciendo las cosas más fáciles cuando había dormido a Yuuji utilizando una droga puesta en un pañuelo ante la resistencia que el Omega había dado ante el eventual cambio temporal de locación.
Y así, luego de varios insultos e intentos por sobrevivir al olor que salía del cuarto y del mismo Yuuji, Suguru había partido hacia uno de los departamentos ubicado sobre una de las farmacias que poseía su familia. El lugar era relativamente pequeño pero solitario, el lugar perfecto para pasar al menos ese día y el siguiente con…
Cuando Satoru pisó finalmente el último escalón, cometió el error de inhalar profundamente otra vez, el aroma dulzón y penetrante de Yuuji llegándole de lleno a las fosas nasales pese a que la puerta del cuarto había permanecido cerrada desde su partida. Dudando y nervioso como si aquello fuese un crimen del que se avergonzaba, Satoru caminó con paso inseguro ahora hacia aquella puerta, las luces de su interior apagadas, el silencio reinando en toda la casa.
Al abrir la puerta, la fuerza de las feromonas se triplicó, cuadruplicó en el aire; el impulso de entrar y cerrar la puerta tras sus pasos fue prácticamente irresistible. Con bochorno pero sintiéndose seguro en la soledad de su hogar, Satoru apoyó la espalda en la puerta, cerró los ojos en medio de la semi penumbra del cuarto y aspiró el aire como si se tratase de una droga potente y deleitosa.
Y la exhalación fue en forma de un gemido lastimero, necesitado. Azorado por la reacción instantánea de aquel aroma tan embriagador, el Alfa llevó una mano un tanto temblorosa hacia su entrepierna para comprobar lo que era ya evidente; el roce de sus dedos sobre su erección, aunque fuese simplemente a través de la tela de sus pantalones lo hizo gemir otra vez y, antes de que se percatara de lo que estaba haciendo, sus dos manos luchaban afanosamente contra su cinturón y la cremallera de los pantalones en un intento por liberar aquel sector de su cuerpo ya doloroso, caliente.
Otro gemido ronco escapó de sus labios cuando finalmente su mano pudo rodear la extensión de su miembro duro, palpitante. Incluso su temperatura corporal había ascendido un poco más y mientras sus dedos presionaban arriba y abajo en forma lenta y tormentosa para sus deseos ansiosos se dio cuenta que la decisión que había tomado era más que correcta, las dudas despejándose aún dentro de la nebulosa de la lujuria.
Si Yuuji hubiese permanecido allí dos, tres horas más...Satoru no habría podido resistir la tentación de lanzarse sobre él en tan poco tiempo que le avergonzaba solamente pensarlo, el autocontrol yéndose al solo imaginarlo.
Y aún así, permanecer de pie en la puerta del cuarto de su Omega no era suficiente. Con ansias, se acercó a la cama y cometió el error de agacharse y hundir el rostro en la almohada donde Yuuji había estado descansando justo esa misma mañana; el efecto fue demoledor para su cerebro, tal y como si cientos, miles de chispas de colores se dispararan en todas direcciones, una explosión de anhelo, desesperación y tormento porque Yuuji no se encontraba allí con él, porque él no estaba entre sus piernas, en su interior sirviéndolo, calmando la necesidad del Omega y la suya propia, llenándolo por completo y a rebosar de su semilla…
Y más rápido que tarde, alcanzó un orgasmo arrollador sólo masturbándose sobre las sábanas, sus músculos contracturados relajándose temporalmente mientras el placer se difuminaba y lo único en lo que Satoru podía pensar era en el aroma de Yuuji, su cuerpo, la textura y la suavidad de su piel, el cómo se oirían sus gemidos de satisfacción pronunciando su nombre.
Boca arriba sobre la cama, Satoru resopló al tiempo que el calor y la urgencia descendían reemplazadas por la fría ansiedad y la incertidumbre. Sus ojos se abrieron y pese a que no distinguía nada, su mirada permaneció fija en el techo procurando que sus propios nervios no terminaran traicionándolo.
¿Los fuertes deseos de llorar que sentía por la histeria que lo embargaban eran debido a la necesidad hormonal atroz que estaba sufriendo...o estaban provocados por el deseo de saber que Yuuji estaba bien, que nada malo le había sucedido? Se repetía una y otra, y otra vez que quien se lo había llevado y quien lo estaba cuidando era su mejor amigo, la única persona a quien le confiaría su maldita vida...y aún así, estaba dudando de él…
Frunció el ceño cuando un sonido extraño llamó su atención; incorporándose y sentándose en el borde del colchón, agudizó el oído y se percató de que el sonido venía más allá del corredor del primer piso, el timbre tan despacio que…
Casi cae cuando se enredó con sus propias piernas al salir corriendo una vez reconoció el ruido estridente que desde allí se oía casi efímero en el aire.
El maldito teléfono.
No cayó por las escaleras porque tuvo a bien aferrarse a la baranda; por supuesto, se chocó un par de muebles más hasta que llegó al maldito aparato que sonaba infernalmente fuerte, casi como si le estuviese gritando a él.
— Suguru.
— Oye, ¿estás bien? ¿Cómo sabías que era yo?.— Satoru soltó un quejido junto con el aire que estaba intentando recuperar por la carrera estrepitosa, el alivio llenándolo totalmente.
— Eres la única llamada que esperaba. ¿Por qué carajo no me devolvías las llamadas?
— Porque el teléfono está abajo. Me olvidé que no hay conexión aquí y tuve que subir el maldito aparato por las escaleras. Yo…
— ¿Cómo está Yuuji?
— Satoru, respira. Yuuji está bien. Ahora mismo duerme, creo...creo que ya se le está pasando.
— ¿Ya? ¿Seguro? Pensé que duraba un poco más.
— Ya han pasado más de doce horas desde que está aquí, calculo que es normal.
— ¿Doce horas? Qué dices, si te lo llevaste a las nueve de la mañana.— un silencio del otro lado de la línea lo alteró un poco.— ¿Suguru?
— Satoru, ¿en serio estás bien?¿No habrás estado drogándote, no?
— No, maldita sea, no estoy bien. Estoy nervioso como la misma mierda, no me jodas ahora con esas idioteces.
— Dios, se nota que estás bien. Por si no miraste el reloj, es casi medianoche.
— ¿Qué?
Satoru se movió para estirar el torso hacia el reloj de pared de la cocina; en el proceso, el cable del teléfono no pudo estirarse junto con su cuerpo y el aparato cayó al suelo produciendo un sonido estrepitoso mientras se golpeaba contra los muebles, meciéndose en el cable. Era cierto, las manecillas del reloj marcaban las 11:55.
¿Se había quedado dormido sobre la cama de Yuuji?
— ¿Satoru, sigues ahí?
— Sí, estoy aquí. Me debo haber quedado dormido.— Suguru resopló del otro lado de la llamada y Satoru frunció el ceño, extrañado.— ¿Tú estás bien? Te noto, no sé...nervioso.
— No, no estoy bien. Sé que hice esto para hacerte un favor, pero es la última vez que accedo.
— Sí, lo sé, lo…
— No, no lo sabes.— Suguru lo interrumpió y de repente pareció molesto.— Tuve que drogarme y drogar a Yuuji. Se puso insufrible
— ¿Qué le diste?
— Un analgésico que lo tumbó varias horas. No te preocupes, no era la droga que usé la otra vez...pero joder, Satoru...realmente estaba sufriendo. Tuve que hacerlo, no tuve opción.
— Entiendo.
Luego, el silencio. No fue incómodo pero Satoru comenzaba a percibir la maldita ansiedad de nuevo, la necesidad de ver, oler a Yuuji.
— ¿Cuándo crees que sería prudente traerlo de regreso?
— Mmh...cuando se despierte creo que…
— ¿Suguru?
— Dame un momento.
Para que sus rodillas no terminaran por colapsar y Satoru terminara en el suelo decidió sentarse en el apoyabrazos del sofá a un lado del teléfono mientras aguardaba, impaciente; oyó a Suguru dejar el teléfono a un lado, pasos y otros sonidos, luego su voz y...estaba hablando con alguien. Las alertas se dispararon en la mente de Satoru ante la posibilidad de que hubiese una tercera persona allí; incorporándose de nuevo, maldijo cuando se dio cuenta que no podría ir muy lejos por culpa del maldito cable.
— ¿Satoru?
— ¿Quién está contigo?.— Suguru farfulló algo ininteligible y luego rió, poniendo peor a Satoru.— Me estás jodiendo, ¿no?
— Satoru, contrólate, te lo pido por favor.— el maldito seguía riéndose mientras los nervios no hacían más que crecer, al igual que su ira.— Es Yuuji. La voz que oíste es la de él, imbécil. Se ha despertado.
— ¿De...de verdad?¿Puedo hablar con él?
— De hecho, él también quiere hablar contigo.
El Alfa inspiró profundamente mientras oía a Suguru agregar algo más, sin entenderle. De repente, los nervios que había estado experimentando durante todo el día se distendieron casi al punto de desaparecer, un sopor ridículo reemplazándolo al punto de provocarle sueño; volvió a haber un movimiento extraño del otro lado de la línea mientras aguardaba con la mayor paciencia que podía reunir en esos momentos, porque…
— ¿Satoru?
Pocas veces en su vida Satoru se sintió tan aliviado, tan feliz de oír a alguien pronunciar su nombre. Gimió más aplacado al tiempo que presionaba el tubo del teléfono aún más contra su oreja al oír el murmullo suave y un tanto ronco de la voz de Yuuji. Parecía tan, tan cerca suyo…
— Si, cariño. Soy yo.— un tic nervioso apareció en el párpado de Satoru cuando comprendió no sólo lo que acababa de decir, sino en el tono en el que lo había hecho. Sin embargo, el suspiro del otro lado despejó su inquietud.—¿Estás bien?
— No. Sácame de aquí, por favor.
