Los hijos del basilisco


Capítulo VII

—Malfoy estaba mintiendo —aseguró Robards.

Hermione estaba sentada junto a Harry en el despacho de Shacklebolt, que los había convocado el día después del firmar el pacto con Malfoy. Por supuesto, el jefe de aurores estaba allí, dando vueltas de un lado a otro con los puños apretados.

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Shacklebolt, con el tono calmado que le caracterizaba. Estaba sentado tras su mesa de trabajo, con las manos entrelazadas.

—¿No conoce la verdadera identidad de Herpa? ¿No sabe quién es ninguno de los miembros de los Hijos? Por mucho que lleven máscaras, estoy seguro de que son viejos conocidos de los Malfoy. Me apuesto mi jubilación a que son del círculo de los mortífagos. Si Lucius Malfoy no está también metido en esto me como mi sombrero.

Siendo sincera, Hermione se había preguntado lo mismo. Era sospechoso que no conociera a ningún otro miembro. Malfoy había dicho que compartiría todo aquello que no le comprometiera, lo que significaba que estaba dispuesto a arriesgarse pero con límites. Aun así, eso no significaba que sus intenciones no fuesen genuinas y, aunque ella misma tuviese sus dudas, de algún modo quería creer que Malfoy se merecía un voto de confianza.

Quizás porque ella parecía la única dispuesta a dárselo, se vio impelida a romper una lanza en su favor:

—Si hubiese mentido, la pluma mágica no le hubiese permitido firmar el acuerdo.

—Malfoy es un cretino, pero es inteligente —terció Harry —No creo que nos haya mentido abiertamente, más bien… habrá ocultado cosas. Quizás esté dispuesto a traicionar a los Hijos pero no quiere delatar a sus miembros. A lo mejor está protegiéndolos.

—Que Merlín me lance un Cruciatus si alguno de ellos no es familia de los mortífagos que hemos metido en Azkaban. Si no me equivoco, Nott, Goyle, Crabbe, Parkinson y alguno más de su quinta tenían hijos. De tal palo, tal varita. Por no hablar de unos cuantos viudos y viudas, padres, hermanos...

—Es una suposición muy interesante —admitió Shacklebolt —Sin embargo, debemos actuar con mucha precaución. Lo último que queremos es volar la tapadera de Malfoy. Todavía no tenemos nada contra los Hijos, solo un puñado de pruebas circunstanciales. Si actuamos demasiado pronto, perderemos nuestra mejor baza. Por el momento, nos limitaremos a estar alerta y a doblar la vigilancia sobre el mundo muggle. Démosle una oportunidad al joven Malfoy.

—Ya se la dimos —masculló Robards —y en cuanto surgió una nueva organización de supremacistas fue corriendo a unirse a sus filas. No, Shacklebolt, los Malfoy están podridos y no tienen salvación.

El primer ministro pareció sopesar las palabras de Robards durante un par de minutos en los que reinó un absoluto silencio. Finalmente, se volvió hacia Hermione y ella no pudo evitar ponerse recta en la silla.

—Granger, tú le conoces. Intenta sonsacarle más información y cuéntanos cualquier cosa que encuentres sospechosa.

—Entendido —asintió ella.

Después de aquello, Shacklebolt dio por terminada la reunión y Hermione abandonó el despacho. Mientras caminaba de vuelta a su puesto, sentía un gran peso sobre los hombros y una sensación de angustia en el pecho.

¿En qué se había metido exactamente?

O mejor dicho, ¿en qué la había metido Malfoy?


Draco apenas veía a Gregory y Pansy. Los Hijos del Basilisco tenían una organización compleja y Herpa se cuidaba de permitirle saber demasiado. Fuera de sus antiguos amigos, no conocía a ningún otro miembro. Cuando quería reunirse con él, enviaba a Gregory y Pansy a buscarlo para que lo llevaran hasta la base mediante aparición conjunta sin darle tiempo de hacer preguntas o hablar con ellos. Una vez en su destino, Herpa siempre le estaba esperando y ellos se marchaban en el acto.

Por las pocas salas de piedra que había visto, Draco suponía que era un castillo pero no tenía ninguna referencia espacial para ubicarlo. Las ventanas estaban siempre cerradas con postigos de madera y los pasillos iluminados con antorchas que ardían con fuego mágico.

Habitualmente lo llevaban a la misma estancia en la que despertó tras su visita al callejón Knockturn, donde Herpa le aguardaba para darle nuevas órdenes o recibir sus informes. Fue en una de esas ocasiones cuando pudo estar a solas con Pansy por primera vez.

Era tarde y Herpa estaba haciéndole un exhaustivo interrogatorio sobre los avances en su misión de espionaje cuando Pansy entró en la habitación tras llamar a la puerta.

—Jacques ha regresado —anunció.

Llevaba la túnica verde oscuro, con el broche dorado sobre el hombro derecho, y una máscara de piel de serpiente que Draco nunca había visto. Le cubría el rostro hasta el labio superior y se remataba en dos largos colmillos que llegaban hasta la barbilla. De no conocer tan bien su voz, quizás no la hubiera reconocido.

—Querida, acompaña a nuestro invitado hasta mi regreso —ordenó Herpa. Después, salió de la habitación con celeridad y cerró la puerta tras ella.

Los dos se quedaron a solas, en un silencio tenso. Aunque no podía verle el rostro, Draco adivinaba por el lenguaje corporal de Pansy que estaba incómoda: rehuía su mirada y no paraba de mover las manos, como si no supiese bien qué hacer con ellas. A él tampoco le emocionaba la idea de que le pusieran vigilancia. Además, después de Herpa y de Gregory, Pansy era su persona menos favorita. Pero quizás podría aprovechar la oportunidad para recordárselo.

—Lo de la máscara es bastante ridículo —se burló —Te conozco bastante bien, Pansy. A no ser que lo hagas por estética... En ese caso lo entiendo, yo tampoco soportaría mirarme en un espejo si fuese tú.

Pansy soltó una carcajada que no guardaba ningún lejano eco de su tonta risa de adolescencia. Cuando abrió la boca para reírse, los colmillos de la máscara hicieron un macabro efecto, como las fauces de una serpiente lista para atacar.

—Draco Malfoy creyéndose moralmente superior a mí. Ahora ya lo he visto todo.

La forma en que Pansy no parecía sentir ni el más mínimo remordimiento por lo que había hecho hacía que a Draco le ardiera la sangre. Gregory tenía la decencia de avergonzarse un poco por lo menos.

—No tengo un expediente intachable pero al menos yo no he secuestrado a los padres de un amigo de infancia.

Pansy cerró las manos en puño y giró el rostro hacia a un lado, como si no quisiera verle. Draco lo interpretó como una pequeña grieta en su armadura. En el fondo quería creer que todos sus años de amistad habían significado algo, por poco que fuera.

Pasaron tantos minutos en silencio que Draco pensó que no iba a volver a hablarle, pero entonces le miró a la cara de nuevo. Sus ojos negros brillaban a través de las rendijas de la máscara.

—Lamento que las cosas hayan pasado así, ¿vale? —masculló —Pero no debiste investigar sobre los Hijos del Basilisco, Draco. Cuando Herpa me pidió que contactase con antiguos compañeros de Hogwarts en busca de nuevos miembros te dejé fuera. Sabía que no querrías unirte. ¿Por qué ibas a hacerlo? Tú no habías perdido nada. Pero metiste tus narices donde no debías y te convertiste en una amenaza para nosotros.

—Así que en realidad no tengo derecho a enfadarme contigo porque es mi culpa que hayas secuestrado a mis padres. ¿Es eso? ¿Lo he entendido bien?

Pansy se envaró y esa fue toda la reacción que pudo observar a sus palabras. La estúpida máscara de serpiente ocultaba por completo sus gestos faciales, pero sus brazos cruzados dejaban claro que había vuelto a cerrarse en banda.

—No me estaba disculpando —masculló ella —No me arrepiento de nada. Los dos tomamos una decisión. La mía va a salvar a mi padre, la tuya ha condenado a los tuyos. Despréciame todo lo que quieras, pero ¿se te ha ocurrido pensar que quizás tus padres estén más enfadados contigo que conmigo por ponerlos en esta situación?

Draco se sintió como si Pansy le hubiese escupido a la cara. Su mano se dirigió automáticamente a la varita que guardaba en bolsillo de su túnica, pero justo en ese momento Herpa entró a la habitación.

Sin esperar ninguna orden, Pansy se marchó apresuradamente y Draco enlazó las manos a su espalda para no hacer ninguna locura.

—¿Sucede algo, Malfoy? —lo interrogó Herpa, mirándolo con atención.

—Nada —mintió él.


Malfoy no fue a visitarla esa noche. Aunque no ardía en deseos de verle, Hermione se descubrió mirando nerviosamente la puerta de su ático. De pronto, no se sentía a gusto y tranquila ni en su propia casa, pensando en que en cualquier momento él podía llegar.

Pasados un par de días, los nervios y la aprensión fueron dejando paso a cierta preocupación. Al principio intentó no darle importancia. Era posible que estuviese molesto por cómo habían ido las cosas en su encuentro con el Ministro Shacklebolt o que simplemente le hubiesen encargado alguna misión nueva. Pero después de cuatro días comenzó a preocuparse. ¿Y si los Hijos habían descubierto que los había traicionado? ¿Y si le tenían retenido? O peor, ¿y si lo habían matado? No tenían pinta de tener en buena estima a los "soplones".

Después de todo, Malfoy había corrido un gran riesgo al espiarlos para el Ministerio. Tal vez Hermione debería haberlo disuadido. Quizás meter al Ministro de Magia en su pequeño acuerdo había sido un error fatal. Puede que incluso Robards hubiese desobedecido a Shacklebolt y enviado a su gente a Malfoy Mannor descubriendo su tapadera. ¿Le habrían detenido? No, se habría enterado.

Entonces, ¿por qué demonios no iba a verla?

Para cuando llegó al sexto día, Hermione ya había pasado por distintas fases que iban desde la irritación y la angustia, a la desconfianza y la paranoia. Finalmente, trató de convencerse sin mucho éxito que lo más seguro era que estuviese exagerando y que, de todos modos, Malfoy había tomado sus propias decisiones. No tenía ninguna razón para sentirse responsable de lo que le sucediera, y sin embargo, llevaba noches sin dormir de un tirón y su mente vagaba hacia él en cuanto se despistaba.

El séptimo estaba valorando la posibilidad de pedirle a Harry que se acercarse a Malfoy Mannor para asegurarse de que estaba bien, pese a los riesgos que eso conllevaba, cuando escuchó unos leves toques en la puerta.

Al principio pensó que tal vez se lo había imaginado pero Crookshanks, que hasta entonces había estado acurrucado en el sofá junto a ella, se irguió y se quedó quieto mirando fijamente la entrada del ático, como esperando algo. Hermione se levantó de un respingo y, sin molestarse en calzarse, se apresuró en llegar a la puerta.

Una sensación de alivio se extendió por todo su cuerpo al comprobar que era Malfoy. Abrió la puerta con rapidez y se hizo a un lado para invitarle a entrar.

—Granger —dijo él, como si nada. Hermione sondeó su rostro con la mirada buscando signos que delataran que había sido sometido a tortura o malos tratos, pero no encontró nada fuera de lo normal. Exceptuando sus ojeras grises, que casi parecían perpetuas, su piel pálida estaba lisa y sin mácula, como siempre. Parecía recién afeitado, olía bien y llevaba el largo pelo platino peinado hacia atrás pero cayendo ligeramente hacia un lado. Al parecer, después de Hogwarts había renunciado a la gomina, lo cual le favorecía bastante.

Aquello hizo que Hermione se exasperara. Se alegraba de que se encontrara bien pero, si no le había pasado nada, ¿por qué había tardado siete días en hacer acto de presencia? ¿Se había preocupado tanto por nada?

—Malfoy —le saludó con sequedad, y cerró la puerta con más fuerza de la que había pretendido —¿Dónde has estado?

Él se detuvo con las manos sobre los botones de su abrigo, que había empezado a desabrochar, para mirarla con una ceja alzada.

—Siento decirte que no es así como funciona el espionaje, Granger —la parafraseó —Soy yo el que te espía a ti, así que es a mí a quien le interesa conocer tu paradero, no al revés.

—Tal vez, pero te recuerdo que tienes un trato con el ministerio y yo soy tu enlace, así que si vas a desaparecer durante más de una semana quizás deberías informarme.

Sin mirarle a la cara, Hermione pasó a su lado y regresó al sofá. Tras unos segundos, Malfoy se sentó a su lado. Se había quitado el abrigo y lo había dejado cuidadosamente doblado sobre el reposabrazos. Al parecer, tenía intención de quedarse un rato.

—Granger… ¿acaso estabas preocupada por mí? —preguntó tras un largo silencio.

Crookshanks eligió ese momento para subirse a las piernas de Malfoy, reclamando mimos. ¿Cuándo se había vuelto tan cariñoso con la gente? Con Ron nunca se había portado así. Lo cierto era que desde el incidente con Scabbers, pese a que Crookshanks había tenido razón, ambos se habían tratado con cierta desconfianza. Sin embargo, no había tardado ni un par de días en sentarse en el regazo de Malfoy.

—Eres un recurso valioso para el ministerio—dijo Hermione, sin mirarlo a la cara. Solo veía sus manos, de dedos largos y finos, acariciando la cabeza del gato. Crookshanks ronroneaba como el motor de un coche, el muy descarado.

—Ya veo —murmuró Malfoy.

La estancia se llenó de una quietud incómoda, tensa, solo rota por el sonido ronco que emitía el gato. Hermione se se estrujó el cerebro pensando en algo que decir. Tal vez debería sacar el tema al que más vueltas le había dado después del asunto de la desaparición de Malfoy.

—Oye, Malfoy, ¿hay alguna novedad respecto a los planes que los Hijos del Basilisco tienen sobre mí?

El día de la reunión con el Ministro hubo demasiados temas que tratar como para detenerse a hablar con detalle sobre su secuestro y Hermione no había querido insistir para no causar nuevas fricciones. Sin embargo, seguía siendo un asunto sin resolver y aunque no estuviese excesivamente preocupada por ello, no dejaba de ser una sombra preocupante sobre su vida. Además, se suponía que tenía que sonsacarle todo lo que pudiera y ese le parecía un buen punto por el que empezar.

—Herpa me ha ordenado espiarte durante una temporada antes de planear tu secuestro —dijo, arrastrando las palabras como de costumbre. No había nada en su tono que reflejara ningún tipo de emoción pero había dejado de acariciar a Crookshanks —Se supone que después debo presentar un informe sobre tus horarios, hábitos y rutinas. Así que estás de suerte, Granger, porque vas a poder disfrutar a menudo del placer de mi compañía.

—¿Significa eso que vas a presentarte en mi ático cada dos por tres? —preguntó ella, alarmada.

—Espiarte desde el callejón trasero es mucho más aburrido, por no hablar de que hace frío. Además, podría decirse que somos socios. No irás a dejar que un "recurso valioso para el ministerio" pille una neumonía, ¿no?

Hermione suspiró, exasperada por la habilidad de Malfoy para usar sus palabras en su contra.

—Lo cierto es que mi vida es bastante monótona, así que no hay ninguna necesidad de que me espíes a diario. Con que te pases por aquí una vez a la semana es más que suficiente, salvo que tengas algún mensaje urgente para el Ministerio.

—¿Una vez por semana? Vaya, Granger, creía que habíamos avanzado en nuestra relación pero veo que sigues odiándome.

—No te odio —aclaró Hermione. Era tentador sumirse en un intercambio dialéctico lleno de pullas e ingenio, pero los dos se jugaban mucho en todo aquello. Si bien Hermione no confiaba en Malfoy, le gustaría poder hacerlo y dado que, como bien había dicho él, eran algo así como socios, quizás fuese lo más sensato dejar las cosas claras desde el principio.

Malfoy la miró a los ojos durante unos instantes, como cerciorándose de que hablaba en serio. Lo que vio en ellos no pareció gustarle, porque se puso en pie de golpe con el ceño fruncido. Su brusquedad arrojó a Crookshanks al suelo, donde aterrizó con gracia. Le lanzó un maullido de protesta y se marchó a la habitación, indignado.

—¿Por qué? Deberías —opinó él.

¿Era posible que estuviese molesto por eso? ¿Acaso prefería que lo odiara?

—Lo que pasó en Hogwarts se queda en Hogwarts. No eres mi persona favorita pero quiero creer que has madurado —explicó ella con sencillez —O bueno, eso me figuraba hasta que descubrí que te habías unido a los Hijos del Basilisco. Ahora no sé muy bien qué pensar de ti pero no te odio. Nunca te odié.

Malfoy frunció los labios, como si hubiese tragado algo desagradable. Se metió las manos en los bolsillos y comenzó a andar de un lado a otro. Parecía incómodo y tal vez enfadado, pero cuando se trataba de él, resultaba difícil adivinar qué pasaba por su cabeza.

—Te gustaría creer que he cambiado… Tiene gracia porque tú no has cambiado lo más mínimo —declaró, al cabo de un rato. Había un tono raro en su voz, que Hermione no supo interpretar. Por una vez, no arrastraba las palabras —Estás por encima del bien y el mal, eres metódica, perfeccionista y predecible hasta el aburrimiento.

—¿Qué…?

—Sales de casa cada día a las ocho en punto. Compras un café en el kiosco de la esquina, coges uno de esos lentos y poco prácticos autobuses muggles hasta el trabajo en lugar de aparecerte. Tiras el vaso en la papelera que hay junto al viejo teatro por el que entras al Ministerio. A las dos en punto vas al Callejón Diagon y comes en el Caldero Chorreante, normalmente con Potter. Vuelves al trabajo a las 3 en punto y no sales hasta las seis de la tarde, pese a que tu jornada acaba a las cuatro y media. Vuelves a casa paseando. Los miércoles te paras en un mercado muggle a hacer la compra. Entre semana, no sales de casa ninguna noche. Los sábados por la tarde sueles reunirte con Potter y los Weasley. Los domingos vas a comer a una casa en las afueras, que supongo que es de tus padres. Y el lunes vuelta a empezar.

Hermione abrió la boca como acto reflejo, pero no pronunció palabra. Malfoy se conocía al dedillo todas sus rutinas. Hasta ese momento no se había tomado muy en serio su trabajo como espía, pero ahora se daba cuenta de que había sido un error. Todos esos días en que no había hecho acto de presencia, no le había visto… pero él a ella sí. De algún modo, eso le hizo tomar conciencia de la amenaza que los Hijos suponían. Aunque el asunto de su secuestro la preocupaba, estaba claro que no le había atribuido la gravedad que realmente tenía.

Malfoy sabía todo sobre sus hábitos. Ese informe que le habían encargado redactar… por lo menos en su vertiente práctica, iba muy avanzado. Estaba claro que se tomaba en serio su trabajo. ¿Todo ese esmero era solo parte de su tapadera para que los Hijos no sospechasen de él? ¿O significaba que llegado el momento cumpliría sus órdenes realmente?

—¿Qué intentas decirme con todo esto? —preguntó.

—Que no seas tan previsible, que no confíes en nadie. En tu situación, todo eso es muy peligroso.

—¿Me estás advirtiendo contra… ti?

—Te estoy advirtiendo contra los Hijos. No puedo garantizar tu seguridad.

Malfoy se pasó una mano por el pelo, que había comenzado a caerle sobre la frente con tanto paseo frenético. Quizás fuesen imaginaciones suyas pero parecía más pálido que de costumbre. No paraba de moverse de un lado a otro, lo que dadas las dimensiones del pequeño salón de Hermione, no era demasiado fácil. Era como si algo estuviera carcomiéndole por dentro. Parecía asustado, ansioso y… extrañamente vulnerable.

Lo cierto era que verle así hacía que ella se sintiera de la misma manera. Había desestimado todos los planes de Ron por considerarlos exagerados y había rechazado la oferta de Shacklebolt de tener una escolta, o al menos cierta vigilancia, pero las palabras de Malfoy habían logrado que se le erizara la piel de la nuca. Si él estaba tan nervioso, significaba que ella también debía estarlo. Pero, ¿qué podía hacer?

Un Fidelio, guardaespaldas y hechizos protectores no eran más que soluciones temporales. No quería vivir toda su vida asustada, mirando por encima del hombro para asegurarse de que nadie la seguía, sin atreverse a salir de su hogar. Los Hijos eran una amenaza, estaba claro, y por el momento lo único que tenían para neutralizarlos era Malfoy.

Así que lo más lógico era dejar atrás cualquier rencilla de colegio y tender un puente entre los dos.

—Ambos estamos en peligro, Malfoy —dijo con suavidad —Y me parece que lo único que podemos hacer para salir sanos y salvos de esta es colaborar. Sé que la idea no te entusiasma, y mentiría si dijera que a mí sí, pero a veces la vida forma extraños compañeros de cama.

Malfoy detuvo su deambular y la miró con una ceja alzada.

—Vaya, Granger, ¿me estás tirando los tejos? Debo admitir que eso sí que no ha sido nada predecible.

Y ahí estaba. De golpe y plumazo, acababa de cargarse toda la atmósfera de tenso acercamiento que había empezado a formarse entre ellos

—¿Qué…? ¡Es una expresión muggle! Ni en un millón de años… yo… jamás…

—Vamos a dejarlo aquí antes de que hieras mis sentimientos —Malfoy le enseñó las palmas de las manos. Su rostro volvía a ser tan inexpresivo como siempre y su pose más relajada. Resultaba evidente que la pequeña grieta que parecía haberse formado en su armadura de indiferencia y cinismo había vuelto a cerrarse.

Aquello molestó a Hermione. Cuando creía que estaban haciendo progresos, él se encargaba de que volvieran a la casilla de salida con alguna impertinencia. Estaba segura de que la había malinterpretado a propósito para tener una excusa para cambiar de tema porque no le gustaba el cariz que estaba tomando su conversación.

—Como si pudiera hacer tal cosa —masculló entre dientes.

—Ouch, eso me ha dolido.

Malfoy se llevó una mano al pecho, con una mueca de dolor fingido. Pero no, Hermione no iba a permitir que se saliera con la suya con tanta facilidad. Decidió intentarlo una última vez, a fin de cuentas, el primer Ministro se lo había encargado en persona.

—Hablaba en serio, Malfoy. Ahora estamos en el mismo equipo, ¿no? Así que te lo preguntaré solo una vez. ¿Hay algo más que quieras contarme? ¿Algo que se te olvidase mencionar frente al primer ministro? ¿Alguna novedad respecto a los Hijos?

Malfoy giró el rostro hacia la ventana, rehuyendo su mirada. Hermione pudo ver un músculo marcarse en su mandíbula cuando apretó los labios con fuerza. Era evidente que había muchas cosas que callaba.

Transcurrieron un par de minutos en silencio, hasta que se hizo evidente que él no iba a hablar. Aunque se lo había imaginado, a una pequeña parte de ella le dolió comprobar que Robards tenía razón.

—Nada que yo recuerde —dijo él, finalmente. Clavó sus ojos en los de Hermione, grises y fríos, y por un segundo tuvo la impresión de que trataba de decirle algo, pero el momento pasó en cuanto Malfoy recogió su abrigo.

—¿Te vas? —preguntó ella, aunque resultara evidente. Podía ser que en el fondo quisiera darle otra oportunidad.

Malfoy asintió, abrochándose los botones. Se dirigió a la puerta, la abrió con cautela y después de echar un vistazo fuera, volvió a mirarla. Hermione hubiese pagado todos sus ahorros por poder leerle la mente, por saber qué estaba pensando en ese momento.

Tras unos segundos, Malfoy se despidió con un leve asentimiento y se marchó.


¡Hola!

¿Qué tal? Marchando una ronda de diminuto pero significativo avance en la relación de nuestros héroes. Parece claro que Hermione va a tener a su visitante preferido con mucha frecuencia y que Draco es bueno en su trabajo. Lo que no avanza tan bien es la relación entre Draco y Pansy... ¿Qué será de Lucius y Narcissa? Tal vez pronto lo sepamos.

Por lo demás, mil gracias por la inyección de ánimos ante mi momento de debilidad. Es genial saber que no estáis perdiendo el interés en esta aventura. Sé que no actualizo tan a menudo como os gustaría pero no quiero publicar según escribo y quedarme sin ningún capítulo en la recamara para no verme agobiada con las prisas de escribir el siguiente. Ahora mismo no me da la vida y tengo todo un poco parado, pero a este ritmo de actualización de una vez cada 3 semanas aproximadamente, creo que puedo mantenerlo sin problemas.

Muchas gracias por la paciencia, por el apoyo y por los comentarios. Como siempre, me encanta saber qué os ha parecido el capítulo. ¡Mil gracias!

Con mucho cariño,

Dry