Shisui siente una precipitación de emociones sombrías mientras más se acercaba a la aldea. Era una sensación de catástrofe, de desgracia y angustia que le provocó unas intensas ganas de vomitar, le hizo temblar con fuerza y por poco lo hace caer.

Era una sensación oscura y siniestra que le recordó a la muerte.

Podía ver la aldea a lo lejos. El día era cálido y desde la distancia podía escuchar el murmullo de voces de los habitantes de Konoha animados por ser, justamente, el inicio del festival del solsticio de verano.

Era un día alegre y feliz, pero Shisui lo sentía pesado y cargado de una energía muy negativa. Casi podía sentir que se avecinaba una mala noticia.

Ese pensamiento le hizo acelerar. No le gustaba tener malos presentimientos, especialmente cuando regresaba de una larga misión, justo como era su situación ahora.

Había estado fuera un poco más de un año.

Shisui tiembla un poco, su estómago tiene un vacío irracional y su corazón golpea con fuerza su pecho.

Un año es mucho tiempo.

Los guardias lo saludan amigablemente cuando atraviesa el portón y todo parece lucir como normalmente lucía.

Quizás había uno que otro local nuevo, y estaban teniendo una remodelación en un distrito específico de la aldea.

Quiso respirar con tranquilidad ya que no veía nada fuera de lo común, pero no pudo.

¿Atacarán la aldea?, se pregunta. ¿Ese era su mal presentimiento?, ¿quizás debía avisarle al Hokage? Igual iba hacia allá…

Shisui está alerta. Observa a todos a su alrededor con ojos inquisidores y su Sharingan se activa sin él poder hacer algo al respecto. Su chakra está haciéndole cosquillas en las puntas de los dedos y, mientras más se adentraba a la aldea, peor comenzaba a sentirse.

¿Qué lo estaba inquietando tanto?

—¡Hey, Shisui! —el nombrado se detiene abruptamente y se queda estático. Sus manos habían comenzado a temblar de la nada y suspira al ver a Inabi Uchiha, uno de sus primos, con el uniforme de la policía militar, acercándose a él—. Qué bueno verte.

Sonríe, un poco más tranquilo pero, a la vez, preocupado.

El de cabello corto se rasca la nuca.

—Hey, Inabi. Lo mismo digo… —el brunette se queda un poco extrañado al ver la actitud cautelosa del más joven.

—¿Pasa algo?

Hay un silencio, uno demasiado largo para el gusto de ambos hombres. Hay tensión también y ninguno se quita los ojos de encima.

—Eso… quería preguntar —Shisui se aclara la garganta—. ¿Pasa algo?

Ambos se comparten miradas confusas, pero el mayor niega con la cabeza, apesadumbrado. Chasquea un poco la lengua.

—¿Hay algo que debería haber notado? —el de cabello largo se tensa, también. Shisui se ríe un poco nervioso, casi sintiendo el peso de las palabras que quería soltar robarle el aire.

—Algo no se siente bien.

Hay otro silencio, uno que los incomoda a ambos y, casi sin querer, más bien forzando la situación, Inabi ríe histéricamente.

—¿Acabas de llegar, cierto? —Shisui no tiene tiempo de responder—. Quizás por eso llegaste con esta actitud tan mórbida —el pelinegro asiente, lentamente, no convencido—. Fue un año que estuviste lejos, ¿verdad? Quizás más, ya que celebramos dos veces el cumpleaños de Tekka sin ti.

Shisui intenta concentrarse en lo que Inabi le decía, pero su mente se sentía a kilómetros de distancia. Su mal presentimiento acrecentándose mucho más en su pecho, ardiendo como fuego. Tuvo ganas de llorar de repente. ¿Qué podía hacer con esa sensación?, estaba lentamente consumiéndolo por dentro.

—Sí… dos… —repite, el tren de sus pensamientos a la deriva. Mirando a su alrededor notó a otros Uchiha saludarlo a la distancia, sus rostros un poco distorsionados por la lejanía, pero lucían consternados. Hablaban entre sí como si hubieran enviado a Inabi a algo específico.

—Incluso… —el tono de voz del mayor es dos decibeles más bajos. Cauteloso—… te perdiste el funeral de Obito.

Hay un momento largo de entendimiento que le provoca a Shisui náuseas. Quizás le llevó un minuto entero, quizás dos, comprender las palabras que acababa de oír. Se tardó otro minuto sólo para poder asimilar la noticia por completo y, su cerebro jugándole una mala pasada, repite las palabras justo dichas una y otra vez.

—Disculpa, ¿qué? —sus ojos se encuentran con los de Inabi, su expresión es de completa empatía hacia él. Se ve calmado y paciente, pero el reflejo de tristeza en sus ojos hace que Shisui quiera desviar la mirada—. No te oí bien.

—Shisui —Inabi se acerca dos pasos al menor, posa una de sus manos en su hombro y suspira. El pelinegro siente el agarre fuerte transmitiéndole una emoción que él no quería sentir para nada (y que mucho menos estaba preparado para sentir) y frunce el entrecejo con confusión—. Quizás este no sea el mejor lugar para hablar al respecto pero… Obito… él se– él murió.

Shisui deja escapar todo el aliento que había estado reteniendo sin darse cuenta y niega con la cabeza.

Ahí estaba su respuesta al mal presentimiento que tenía desde que llegó a la aldea.

Obito había muerto.

—No —susurra, queriendo desviar el sólo pensamiento. Probablemente intentando convencerse a sí mismo de que aquello no había pasado—. Él no– él era un ninja de élite, ¿cómo pudo haber muerto? —una risa seca sale de sus labios, su propio mecanismo de defensa para no entrar en pánico y espera por la respuesta del mayor, quien lo observa apesadumbrado y con obvia lástima.

—Shisui, se supone que no debemos hablar de esto —Inabi voltea a ver al resto de Uchihas a la distancia por un breve segundo, debatiéndose en si continuar o no y, al final, suspira—. Pero sé que él era importante para ti, así que no voy a mentirte al respecto. Fugaku y el resto de los líderes del clan no quieren que la aldea se entere pero Obito… se suicidó. No dejó nota ni nada, quizás no tenía a nadie a quien dirigirse. En el clan consideran que es una vergüenza: que un Uchiha se quite su propia vida. Inventaron algo, pero nadie ha preguntado, la verdad. No creo que alguien lo sepa, de hecho, que se suicidó. Ni sus compañeros —Shisui escuchaba todo lo que Inabi le decía, pero le era imposible entender; las palabras no se procesaban en su cerebro adecuadamente y, a pesar de todo, estaba consciente de lo que le estaba diciendo. La situación era surrealista y, de nuevo, comenzó a negar con la cabeza—. Lamento tú pérdida, Shisui.

—¿Dónde está? —su voz es calmada, pero su corazón late a mil por hora. Su respiración también es acelerada y su mente está teniendo una avalancha de pensamientos que no puede ni controlar, ni entender.

Hay risas de niños jugando a la distancia, y un eco de voces llegando a sus oídos desde todos los ángulos.

Shisui se siente abrumado.

—En el cementerio Uchiha —Inabi suspira largamente—. A pesar de que nadie– bueno, aparte de ti, consideraba a Obito como parte de la familia, lo enterraron en el cementrio familiar. Quizás porque vas a ser el próximo líder del clan… lo consideraron por ti.

Ambos saben que aquellos comentarios no eran del todo apropiados para la situación, pero sin duda eran la realidad. Ambos lo sabían. Todo el clan lo sabía.

Pero no por ello la realidad dejaba de ser brutal.

Sin realmente despedirse, o decir algo más, Shisui decide adentrarse mucho más en la aldea, dejando atrás a un Inabi lleno de culpa y remordimiento por el cómo abordó la situación.

El trayecto hacia la torre Hokage le toma al menos quince minutos más de lo que debería, su mente pensando solamente en Obito y en el porqué de su decisión tan radical. Recuerda también la última vez que lo vio y niega con la cabeza.

No se veía tan mal.

No en ese entonces.

Sí, quizás estaba decaído por lo que había sucedido con Kakashi, pero no lucía como alguien que…

¿Cuándo lo hizo, de todas formas?

El corazón de Shisui se comprime con fuerza y le hace gemir por lo bajo. De cierta manera, sigue en un estado de shock y no puede procesar del todo la noticia.

Hay algo que no se siente correcto en el sólo pensamiento de lo que había sucedido con Obito, Shisui no puede discernir qué es exactamente; pero es similar a una sensación de molestia física.

Quema.

Pica.

Fastidia.

Le irrita.

No puede evitar rascarse con fuerza uno de sus brazos, queriendo ansioso calmar el escozor que de repente se instaló en todo su cuerpo, bajo su piel.

Es insoportable.

El Hokage está ocupado, hay dos ANBU familiares a sus lados, protegiéndolo. Shisui intenta saludar, pero nada logra salir de su garganta.

Carraspea para llamar su atención.

—¡Shisui! —la sorpresa en la voz de Minato es cálida y calmada. Deja los papeles que estaba firmando a un lado, ignorándolos y se levanta para saludarlo cordialmente.

Shisui jamás ha tenido una experiencia similar, pero puede afirmar sin ningún temor, de que está sufriendo de una desrealización.

Quizás hasta una despersonalización.

No puede realmente conectar con el mundo a su alrededor y se siente un mero observador de lo que está haciendo su cuerpo sin su consentimiento. No puede conectar con la emoción que le transmite el Hokage al saludarlo adecuadamente estrechándole la mano y, sin duda, no procesa lo que este le pregunta ulterior a su saludo.

El pelinegro observa toda la oficina con superficialidad, esperando encontrar algo que ni él sabía qué era y sus ojos se detienen en una mota de cabello marrón de pie junto al escritorio del Relámpago Amarillo; era Rin. Había otra de color plateado al otro lado; allí se detiene. Sus ojos detrás de la máscara de sabueso están relajados, indiferentes a la situación, indiferentes a todo. No demostraban ningún interés en él o en cualquier cosa relacionada a su presencia allí y…

Su Sharingan.

No.

El Sharingan de Obito.

Obito.

Mierda, Obito.

Kakashi lo observaba con el Sharingan que era de Obito. Obito, quién se había sacrificado en ese entonces y, al parecer ahora, por él. Porque sí, concluía que su suicidio había sido por él. No podía ser tan estúpido como para no verlo. Obito, quién le había dado todo a una persona que no lo valoró lo suficiente; no parecía para nada abrumado por verlo a él, a sabiendas de su parentesco con quien fue su pareja por más de diez años.

Kakashi, quien estaba allí, de pie, sin expresar nada en su mirada a través de la máscara.

Shisui quiere vomitar, un fuerte revoltijo de náuseas en la boca de su estómago.

Quizás fuera el cadáver a medio digerir de su propia culpa.

—Shisui —sus sentidos vuelven a esclarecerse, todo a su alrededor de repente cobra vida y él siente de nuevo su cuerpo. Todo parece dolerle y, de nuevo, esa irritación que le quema bajo la piel.

Está lleno de ira.

—Hokage–sama —le responde, volteándolo a ver, este le devuelve la mirada con una expresión de preocupación y, luego de que buscara en sus bolsillos el informe de su misión y se lo entregara, vuelve a aclararse la garganta—. Quiero hacerle una pregunta.

Minato Namikaze tampoco se vio afectado por su presencia, tampoco lo vio con ojos apesadumbrados como Inabi lo hizo y…

«No creo que alguien lo sepa, de hecho, que se suicidó. Ni sus compañeros»; rememora las palabra de su primo, a quien no le agradaba Obito y que aun así, logró expresar la lástima que al menos le dirigía hacia él por el pésame obligatorio.

¿Era en serio que ellos no sabían sobre lo que había hecho Obito?

¿Cómo era posible?

¡Eran sus compañeros!

Quería preguntar.

Debía preguntar.

—Claro, Shisui, ¿qué pasa? —el Hokage recibe el informe y se acerca de vuelta hasta su escritorio, sentándose y guardando el pergamino en uno de los cajones. El pelinegro se acerca dos pasos, su garganta se contrae y hace el mejor esfuerzo que puede para no largarse a llorar de la ira que está experimentando en esos momentos.

Se toma su tiempo, respira con profundidad y desvía sus ojos hacia los del rubio.

—Obito… —ante el nombre, el peli plata se reposiciona un poco. Mejorando su postura, obviamente incómodo. De nuevo, no hay signos de tristeza o lástima. Shisui quiere gritar—. Él… ¿saben cuándo murió?

Hay una pausa tan larga y silenciosa, que el Uchiha puede jurar escuchar los latidos de su corazón. Incluso su sangre recorriendo sus venas. El ambiente pesa tanto que Rin al parecer se ahoga un poco, y tose.

Los ojos inquietos de los tres presentes recorren ansiosos el cuerpo de Shisui, casi esperando que él haya hecho la peor broma posible, pero la postura del Uchiha es firme. Estoica.

—… ¿Perdón? —balbucea el cuarto.

Rin agita su pie casi como si fuera un tic nervioso.

—¿Qué? —su pregunta es más un alarido. Su voz sin poder darse paso del repentino nudo en su garganta—. ¿Qué acabas de preguntar?

Shisui quiere esperar a que Kakashi diga algo, pero él se encuentra observando el suelo en estado de shock. El pelinegro quiere escucharlo, en serio que sí, pero no es capaz de retener las palabras que se acumularon en su cabeza.

Obito está muerto —las palabras saben amargas al decirlas—, recibí la noticia a penas entré a la aldea —no quiere reírse se nuevo, pero lo hace. Una risa histérica y medianamente forzada sale de sus labios casi sardónicamente—. Así que quiero saber la fecha de su muerte, por favor.

Todos los presentes niegan levemente con la cabeza, Minato comienza a rebuscar algo inespecífico en su escritorio, sus ojos recorriendo cada archivo frente a él como si estos tuvieran la respuesta a las preguntas que se están arremolinando en su mente y se deja caer en el espaldar de su silla.

—Yo… —tartamudea—, no he recibido ninguna… acta de defunción al respecto —los ojos del Hokage se ven sombríos, pesados, quizás miles de recuerdos lo estaban bombardeando de repente. Shisui conocía esa mirada a la perfección: la había visto en Obito la última vez que habló con él. Mierda—. Shisui, si esto es un mal chis–

—¿Cree que haría un chiste de esta clase, Hokage–sama? —la expresión del Uchiha expresa ira e impotencia—. Él es– era mi primo.

—Imposible —espeta Kakashi de repente. Su voz está ahogada y el Sharingan de Obito tras la máscara se ve más carmesí que nunca—. Obito no puede estar muerto. No hay muchas personas que puedan darle pelea. Mucho menos que puedan derrotar–

—Se suicidó.

Shisui siente el peso de la realización caer sobre sus hombros cuando las palabras dejan su boca.

Mierda.

Obito ya no estaba allí.

Se había quitado su propia vida.

Obito había hecho lo que ningún otro ninja pudo hacer a lo largo de su vida: matarlo.

—Él… ¿qué?

Rin decide quitarse su máscara ANBU, aquella que pocas veces usaba cuando se encontraba en la aldea y lo observa a los ojos, los suyos lentamente comenzando a llenarse de lágrimas.

Shisui siente su sangre hervir.

¿Hace cuánto ellos no se habían interesado, en lo más mínimo, por Obito?

No era su obligación, tampoco. Pero habían sido compañeros por años; le cuesta creer que no hubiesen hablado con él ni una sola vez antes de que decidiera… bueno, eso. Ya no es capaz de decirlo. Pero para él era imposible que, en todo un año en el que él no estuvo, no hubiesen hablado ni una vez con Obito. Tan siquiera haberlo visto a la distancia.

Una persona que decidía quitarse la vida debía lucir… quién sabe, de alguna manera que denotara sus intenciones.

¿Cómo era posible pasarlo por alto?

Suspira, relajando los músculos de su garganta.

—¿Ninguno notó nada? —aquella no era la pregunta que quería hacer. Es más, no sabía ni qué quería decir, o a qué punto quería llegar, pero necesitaba sacarse el nuevo sentimiento de dolor que ahora tenía en su pecho. Dolor y culpa, esos dos.

Quizás la pregunta si fue la mejor, piensa.

Nota como los tres presentes expresan, también, los mismos sentimientos que él ahora cargaba con pesadez.

Shisui no es estúpido.

Sí, ellos habían notado algo.

—Él… —comienza Minato, sus ojos brillantes por lágrimas de lo que más seguro era el shock de la noticia se notan consternados—. Mierda. Me había pedido una licencia porque no se sentía bien y yo… —Shisui ríe un poco. Es una de esas risas incrédulas que son sólo aire y que no expresan nada más allá de sorna y posma—. No puede ser —el rubio se cubre el rostro. Su tono de voz expresando todo aquello que no iba a ser capaz de decir.

Rin da dos pasos hacia atrás y se apoya de la ventana a sus espaldas. Ella sí está llorando.

Es la única en hacerlo.

Sin embargo, no dice nada.

El Uchiha supone que no tiene por qué, ya que ella misma se dio cuenta de aquello de lo que más seguro dejó pasar al ver a Obito, quién sabe cuándo. Le es inevitable no sentirse, de cierta forma, compaginado con ella, también. Sin embargo, no, no iba a dejar de sentir que ellos debieron de haberle prestado más atención.

Especialmente porque él no pudo hacerlo, tampoco.

Mierda.

¿Ahora de quién era realmente la culpa?

Kakashi, sin duda. Es un pensamiento automático que no deja su subconsciente.

Shisui siente que está mal, muy mal, no reconocer su propio fracaso al no haber ayudado a su primo, pero sí, era mucho más fácil observar al resto y apuntarlos con el dedo.

Ellos eran quiénes estaban en la aldea, con él. Ellos eran su equipo desde que eran Genin, ¡por el amor a Kami!, ¡Kakashi había sido su pareja por más de diez años!

Kakashi había, también, dejado atrás una década junto a alguien que, al parecer, no le importaba realmente. Porque ¿cómo se podía renunciar a tanto de la noche a la mañana por algo que quizás no iba a ser tan estable y duradero como lo que ya tenía? Lo más seguro es que no tenía sentimientos tan profundos, al final.

Es feo pensar en cómo él logró elegir con tanta facilidad a otra persona por encima de quién siempre había estado allí para él. Es feo reconocer que, en ello, él también se eligió a sí mismo; su felicidad.

Obito no pudo hacer eso en su momento.

O quizás sí, ya que había decidido quitarse la vida.

El pensamiento duele, otra vez. Es algo que no creyó podía realmente llegar a pensar en algún momento.

Kakashi se aclara la garganta.

—¿Por qué él… —Shisui está atento a sus palabras, esperando que terminara de decirlas para así poder saltar a replicar como un maldito animal y culparlo de todo a él—… no buscó ayuda?

Ahora, sin poder evitarlo, es él quien llora.

—¿Y a quién?, ¿eh? —se absorbe un poco la nariz, frustrado—. ¿A la médica que no notó signos de alarma?, ¿al Hokage que sólo lo trató como uno más de sus ninjas?, ¿a ti?, ¿quién lo dejó por alguien más y que al parecer lo olvidó?, ¿a mí, que no estaba en la aldea? —Shisui respira aceleradamente ahora—. Dime, Hatake, ¿a quién? Él no tenía a nadie más.

Kakashi traga seco y decide quitarse su máscara para secarse los ojos que de repente estaban llenos de lágrimas. Las palabras de Shisui sintiéndose ácidas en su corazón.

Hace el amague de decir algo, pero nada logra salir de sus labios. Prefiere quedarse callado, observando el suelo con ojos opacados por el líquido transparente y su postura cada vez es más encorvada.

Shisui siente que se está ahogando. La habitación tiene un ambiente tan pesado que fácilmente derrumbaría toda la torre. Quiere agregar algo más, pero no, tampoco puede hablar.

No hay intercambio de miradas, ni mucho menos un atisbo de esfuerzo por alivianar el ambiente. Nadie dirá nada ahora.

Y él entiende que ya no hay nada más qué decir.

No se puede describir la muerte, y mucho menos se puede exigir que se haga algo al respecto.

Shisui piensa, rápidamente, en la última vez en la que vio a Obito. Quizás haciendo lo mismo que el resto en la habitación y recuerda, recuerda que en ese entonces tuvo un presentimiento que le heló la sangre pero que él dejó escapar con la excusa más estúpida que pudo haber tenido en ese momento.

«Déjalo pasar esta vez, Shisui. Es Obito y lo conoces bien. No pasará nada.»

Cierra los ojos con fuerza, como si así pudiera aislar el remordimiento de que, quizás, si se hubiese dado la vuelta y le hubiese acompañado a casa… o quizás si no hubiera aceptado la larga misión, Obito seguiría allí.

¿Qué tantas cosas podrían haber cambiado Shisui si sólo no hubiera deshecho su mal presentimiento aquella noche hace más de un año?

Quizás nada.

Quizás todo.

Es desalentador el cómo fácilmente alguien ya no estaba en tu vida. Pensar al respecto lo hundía más en la miseria pero, a la vez, le afirmaba algo que debió de haber considerado antes.

Algo que sí, a partir de ahora tendría presente con todos a su alrededor; porque con Obito, lamentablemente, no lo hizo y ahora, sin duda, se arrepentía.

No debía, por más que quisiera, dar algo por sentado.

Ni en sus más remotos sueños, él hubiese considerado que Obito podría llegar a suicidarse.

No él, no la persona más alegre que él llegó a conocer. No quien daba todo por los demás sin esperar nada a cambio.

Y para su sorpresa…

Seguramente aquello que le hizo falta fue eso, precisamente.

Recibir algo a cambio.

Ya sea amor, amistad, atención.

Obito vivió su vida, sin que nadie le devolviera en una mínima cantidad de aquello que él dedicaba con tanto ahínco.

¿Por qué no se dio cuenta antes?

¡Pudo haberlo salvado!

¡Todos en esa habitación pudieron haberlo salvado!

Todos vieron señales de que Obito no estaba bien, pero decidieron no hacer nada para ayudarlo.

Porque, a decir verdad, lamentarse por la muerte de alguien siempre iba a ser más sencillo que ofrecerle tu mano en su momento más vulnerable. Todos siempre quieren que los sostengan cuando lo necesitan, pero nadie está dispuesto a sostener a alguien más.

Todos, deliberadamente, prefirieron ignorar a alguien que gritaba por ayuda y dejarlo morir.

Y ahora Shisui tenía muchas preguntas que no iban a ser respondidas.